• El estruendo del tribunal divino era como un océano desatado. Cientos de tronos resplandecientes se alzaban en círculo, cada uno ocupado por deidades antiguas, guardianes del equilibrio entre mundos. Allí estaba ella, **Yurei Veyrith**, arrastrada entre cadenas de luz que quemaban su piel etérea, aunque no la reducían al silencio.

    La habían acusado de lo imperdonable: descender a la Tierra sin permiso, tocar la fragilidad de los mortales, reír y llorar entre ellos, **vivir como si fuera una de ellos**. Aquello que los dioses llamaban traición, para ella había sido redención.

    —Has profanado el pacto —tronó **Zeus**, su voz retumbando como mil tormentas.
    —La Tierra no es tu morada —sentenció **Hera**, su mirada de hielo atravesándola como dagas.
    —Serás condenada a errar entre mundos, nunca pertenecer a ninguno —decretó **Anubis**, levantando una balanza ardiente donde su alma parecía tambalearse.

    Yurei, de rodillas, levantó el rostro. Sus ojos, grises como neblina, brillaban con un desafío implacable.
    —No me arrepiento. Ustedes olvidaron lo que significa sentir. Los mortales conocen la belleza de la caída, del sacrificio, del amor. Y si debo pagar por recordárselos, lo haré.

    Los dioses rugieron indignados. Cadenas de fuego divino se enroscaron en torno a su cuerpo y un círculo de runas comenzó a sellarse en el suelo. El castigo era inminente.

    Pero en medio de aquel coro de furia, algunas miradas permanecían en silencio.

    **Atenea**, con sus ojos de sabiduría, ladeó apenas la cabeza. **Hades**, señor del Inframundo, permanecía inexpresivo, aunque una chispa de simpatía cruzaba sus labios sombríos. Y entre las sombras, **Loki**, con sonrisa torcida, parecía disfrutar demasiado del espectáculo.

    Cuando las cadenas descendieron para sellarla en el limbo eterno, fue Atenea quien habló con calma, interrumpiendo el decreto:
    —El juicio no debe olvidar la virtud. Si la castigamos sin más, perderemos la lección que ella trajo de los mortales.

    Zeus fulminó a su hija con la mirada, pero la diosa no retrocedió. Fue entonces que Loki dio un paso adelante, riendo entre dientes.
    —¿De verdad vais a encadenarla? Qué aburrido. Yo digo que una jaula no puede contener a alguien que sabe cómo romperla.

    El suelo tembló. Un susurro recorrió el aire: Yurei no estaba sola.

    En medio del caos, **Hades** levantó discretamente su mano, y las sombras se extendieron como un río de tinta, debilitando por un instante las cadenas que la apresaban. Atenea inclinó su lanza y rompió el círculo de runas, apenas lo suficiente para abrir una fisura. Y Loki, con un gesto burlón, creó un espejismo que confundió a los guardias divinos.

    —Corre, pequeña fantasma —susurró el dios embaucador—. El cielo nunca fue solo de ellos.

    El cuerpo de Yurei ardía, pero la libertad era más fuerte que el dolor. Se levantó entre chispas de fuego divino, extendiendo sus alas translúcidas, y con un rugido que era mitad lamento, mitad desafío, se lanzó a través de la grieta abierta.

    Los dioses clamaron. Rayos y cadenas intentaron alcanzarla, pero las sombras de Hades la protegieron, el escudo de Atenea desvió los golpes, y las ilusiones de Loki confundieron el espacio mismo. Entre caos y relámpagos, Yurei atravesó el firmamento, dejando tras de sí un eco de campanas rotas.

    Al fin, el cielo nocturno la recibió de nuevo. No como prisionera, sino como fugitiva, como sobreviviente. Se alzó sobre las estrellas, sintiendo el viento celeste recorrerla, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad.

    Atenea apareció en un destello de plata, mirándola con serenidad.
    —No abuses de esta oportunidad, Yurei. Si vuelves a caer, nadie podrá salvarte.

    Hades emergió de la penumbra, su voz grave como la tumba:
    —El mundo necesita fantasmas que recuerden a los dioses lo que ellos olvidaron. Esa será tu lugar.

    Y Loki, como siempre, se limitó a reír, desvaneciéndose en chispas de fuego verde:
    —Nos veremos pronto, pequeña transgresora. La rebeldía te sienta bien.

    Así, contra toda sentencia, **Yurei Veyrith volvió al cielo**. No como esclava ni como exiliada, sino como un recordatorio viviente de que incluso los dioses pueden ser desafiados.

    Y desde ese día, su nombre quedó escrito entre susurros prohibidos, en las plegarias de los mortales que soñaban con tocar el cielo.

    El juicio había sido brutal, una tormenta de voces divinas que rugían contra ella. Las cadenas de luz aún ardían en su piel, recordándole que no era bienvenida ni en el cielo ni en el inframundo. Pero cuando Atenea rompió el sello, cuando Loki distorsionó las formas del tribunal y Hades abrió un camino entre las sombras, Yurei no voló hacia el firmamento. **Eligió la caída.**

    El cielo se desgarró como un espejo roto, y ella descendió en espiral entre relámpagos y fuego. La Tierra la llamó como un corazón latiendo bajo sus pies. Su cuerpo atravesó la noche y emergió en un bosque, donde los árboles temblaron al sentir la presencia de algo que no pertenecía del todo a ese mundo.

    Cayó de rodillas sobre la hierba húmeda, jadeante. Su respiración era vapor plateado, y sus alas translúcidas se disolvieron en la bruma. El aire olía a lluvia y tierra, un contraste absoluto con el mármol estéril del tribunal celestial.

    —Aquí pertenezco —susurró, acariciando el suelo con los dedos—. Entre ellos. Entre los mortales.

    No estaba sola. Una sombra se materializó a su lado. Hades, aunque no podía quedarse, le había dejado un fragmento de su poder: una gema oscura que palpitaba como un corazón.
    —Con esto podrás esconderte de los ojos del Olimpo. Úsalo bien, Yurei.

    La gema se incrustó en su piel como si siempre hubiera sido parte de ella. Y de inmediato, el lazo que la ataba al juicio se desvaneció.

    Poco después, entre los árboles, una figura esbelta emergió: **Atenea**, envuelta en luz de luna, se inclinó hacia ella.
    —Te salvamos, pero el precio es alto. No podrás regresar al cielo. Zeus jamás lo permitiría. Aquí tendrás tu segunda oportunidad, y también tu mayor peligro.

    Y en un destello, desapareció.

    El viento cambió, y con él llegó la risa burlona de **Loki**, que se deslizó como un espejismo sobre la superficie del río cercano.
    —Oh, pequeña fugitiva. Ahora el tablero es tuyo. Haz temblar la Tierra, enamora, destruye, vive… Yo vendré a mirar el caos cuando menos lo esperes.

    Y también se desvaneció, dejando tras de sí el aroma a humo y azufre.

    Yurei permaneció sola bajo la noche. Pero no era una soledad amarga: era libertad. El rumor del bosque la acogía, los mortales dormían en sus aldeas cercanas, ajenos a que un espíritu caído caminaba de nuevo entre ellos.

    Con pasos lentos, empezó a andar hacia las luces lejanas de un pueblo. No sería fácil: la vigilarían, la cazarían, y los dioses no olvidarían. Pero había vuelto al único lugar donde su corazón podía latir.

    La Tierra era su condena, pero también su refugio.
    Y, mientras la bruma cubría el cielo, **Yurei Veyrith sonrió con la certeza de que ningún castigo divino le arrebataría jamás su deseo de vivir como humana**.
    El estruendo del tribunal divino era como un océano desatado. Cientos de tronos resplandecientes se alzaban en círculo, cada uno ocupado por deidades antiguas, guardianes del equilibrio entre mundos. Allí estaba ella, **Yurei Veyrith**, arrastrada entre cadenas de luz que quemaban su piel etérea, aunque no la reducían al silencio. La habían acusado de lo imperdonable: descender a la Tierra sin permiso, tocar la fragilidad de los mortales, reír y llorar entre ellos, **vivir como si fuera una de ellos**. Aquello que los dioses llamaban traición, para ella había sido redención. —Has profanado el pacto —tronó **Zeus**, su voz retumbando como mil tormentas. —La Tierra no es tu morada —sentenció **Hera**, su mirada de hielo atravesándola como dagas. —Serás condenada a errar entre mundos, nunca pertenecer a ninguno —decretó **Anubis**, levantando una balanza ardiente donde su alma parecía tambalearse. Yurei, de rodillas, levantó el rostro. Sus ojos, grises como neblina, brillaban con un desafío implacable. —No me arrepiento. Ustedes olvidaron lo que significa sentir. Los mortales conocen la belleza de la caída, del sacrificio, del amor. Y si debo pagar por recordárselos, lo haré. Los dioses rugieron indignados. Cadenas de fuego divino se enroscaron en torno a su cuerpo y un círculo de runas comenzó a sellarse en el suelo. El castigo era inminente. Pero en medio de aquel coro de furia, algunas miradas permanecían en silencio. **Atenea**, con sus ojos de sabiduría, ladeó apenas la cabeza. **Hades**, señor del Inframundo, permanecía inexpresivo, aunque una chispa de simpatía cruzaba sus labios sombríos. Y entre las sombras, **Loki**, con sonrisa torcida, parecía disfrutar demasiado del espectáculo. Cuando las cadenas descendieron para sellarla en el limbo eterno, fue Atenea quien habló con calma, interrumpiendo el decreto: —El juicio no debe olvidar la virtud. Si la castigamos sin más, perderemos la lección que ella trajo de los mortales. Zeus fulminó a su hija con la mirada, pero la diosa no retrocedió. Fue entonces que Loki dio un paso adelante, riendo entre dientes. —¿De verdad vais a encadenarla? Qué aburrido. Yo digo que una jaula no puede contener a alguien que sabe cómo romperla. El suelo tembló. Un susurro recorrió el aire: Yurei no estaba sola. En medio del caos, **Hades** levantó discretamente su mano, y las sombras se extendieron como un río de tinta, debilitando por un instante las cadenas que la apresaban. Atenea inclinó su lanza y rompió el círculo de runas, apenas lo suficiente para abrir una fisura. Y Loki, con un gesto burlón, creó un espejismo que confundió a los guardias divinos. —Corre, pequeña fantasma —susurró el dios embaucador—. El cielo nunca fue solo de ellos. El cuerpo de Yurei ardía, pero la libertad era más fuerte que el dolor. Se levantó entre chispas de fuego divino, extendiendo sus alas translúcidas, y con un rugido que era mitad lamento, mitad desafío, se lanzó a través de la grieta abierta. Los dioses clamaron. Rayos y cadenas intentaron alcanzarla, pero las sombras de Hades la protegieron, el escudo de Atenea desvió los golpes, y las ilusiones de Loki confundieron el espacio mismo. Entre caos y relámpagos, Yurei atravesó el firmamento, dejando tras de sí un eco de campanas rotas. Al fin, el cielo nocturno la recibió de nuevo. No como prisionera, sino como fugitiva, como sobreviviente. Se alzó sobre las estrellas, sintiendo el viento celeste recorrerla, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad. Atenea apareció en un destello de plata, mirándola con serenidad. —No abuses de esta oportunidad, Yurei. Si vuelves a caer, nadie podrá salvarte. Hades emergió de la penumbra, su voz grave como la tumba: —El mundo necesita fantasmas que recuerden a los dioses lo que ellos olvidaron. Esa será tu lugar. Y Loki, como siempre, se limitó a reír, desvaneciéndose en chispas de fuego verde: —Nos veremos pronto, pequeña transgresora. La rebeldía te sienta bien. Así, contra toda sentencia, **Yurei Veyrith volvió al cielo**. No como esclava ni como exiliada, sino como un recordatorio viviente de que incluso los dioses pueden ser desafiados. Y desde ese día, su nombre quedó escrito entre susurros prohibidos, en las plegarias de los mortales que soñaban con tocar el cielo. El juicio había sido brutal, una tormenta de voces divinas que rugían contra ella. Las cadenas de luz aún ardían en su piel, recordándole que no era bienvenida ni en el cielo ni en el inframundo. Pero cuando Atenea rompió el sello, cuando Loki distorsionó las formas del tribunal y Hades abrió un camino entre las sombras, Yurei no voló hacia el firmamento. **Eligió la caída.** El cielo se desgarró como un espejo roto, y ella descendió en espiral entre relámpagos y fuego. La Tierra la llamó como un corazón latiendo bajo sus pies. Su cuerpo atravesó la noche y emergió en un bosque, donde los árboles temblaron al sentir la presencia de algo que no pertenecía del todo a ese mundo. Cayó de rodillas sobre la hierba húmeda, jadeante. Su respiración era vapor plateado, y sus alas translúcidas se disolvieron en la bruma. El aire olía a lluvia y tierra, un contraste absoluto con el mármol estéril del tribunal celestial. —Aquí pertenezco —susurró, acariciando el suelo con los dedos—. Entre ellos. Entre los mortales. No estaba sola. Una sombra se materializó a su lado. Hades, aunque no podía quedarse, le había dejado un fragmento de su poder: una gema oscura que palpitaba como un corazón. —Con esto podrás esconderte de los ojos del Olimpo. Úsalo bien, Yurei. La gema se incrustó en su piel como si siempre hubiera sido parte de ella. Y de inmediato, el lazo que la ataba al juicio se desvaneció. Poco después, entre los árboles, una figura esbelta emergió: **Atenea**, envuelta en luz de luna, se inclinó hacia ella. —Te salvamos, pero el precio es alto. No podrás regresar al cielo. Zeus jamás lo permitiría. Aquí tendrás tu segunda oportunidad, y también tu mayor peligro. Y en un destello, desapareció. El viento cambió, y con él llegó la risa burlona de **Loki**, que se deslizó como un espejismo sobre la superficie del río cercano. —Oh, pequeña fugitiva. Ahora el tablero es tuyo. Haz temblar la Tierra, enamora, destruye, vive… Yo vendré a mirar el caos cuando menos lo esperes. Y también se desvaneció, dejando tras de sí el aroma a humo y azufre. Yurei permaneció sola bajo la noche. Pero no era una soledad amarga: era libertad. El rumor del bosque la acogía, los mortales dormían en sus aldeas cercanas, ajenos a que un espíritu caído caminaba de nuevo entre ellos. Con pasos lentos, empezó a andar hacia las luces lejanas de un pueblo. No sería fácil: la vigilarían, la cazarían, y los dioses no olvidarían. Pero había vuelto al único lugar donde su corazón podía latir. La Tierra era su condena, pero también su refugio. Y, mientras la bruma cubría el cielo, **Yurei Veyrith sonrió con la certeza de que ningún castigo divino le arrebataría jamás su deseo de vivir como humana**.
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  • Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ
    Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ
    Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ
    I ɢᴏᴛ ᴛʜᴇ ᴍᴀɢɪᴄ ɪɴ ᴍᴇ

    Tʜᴇsᴇ ᴛʀɪᴄᴋs ᴛʜᴀᴛ I'ʟʟ ᴀᴛᴛᴇᴍᴘᴛ ᴡɪʟʟ ʙʟᴏᴡ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ
    Pɪᴄᴋ ᴀ ᴠᴇʀsᴇ, ᴀɴʏ ᴠᴇʀsᴇ, I'ʟʟ ʜʏᴘɴᴏᴛɪsᴇ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴇᴠᴇʀʏ ʟɪɴᴇ
    I'ʟʟ ɴᴇᴇᴅ ᴀ ᴠᴏʟᴜɴᴛᴇᴇʀ, ʜᴏᴡ ᴀʙᴏᴜᴛ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴛʜᴇ ᴇʏᴇs?
    Cᴏᴍᴇ ᴏɴ ᴅᴏᴡɴ ᴛᴏ ᴛʜᴇ ғʀᴏɴᴛ, sɪᴛ ʀɪɢʜᴛ ʜᴇʀᴇ ᴀɴᴅ ᴅᴏɴ'ᴛ ʙᴇ sʜʏ
    I'ʟʟ ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜ ᴛɪᴍᴇ ᴛʀᴀᴠᴇʟʟɪɴ', ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ ʙᴀʙʙʟɪɴ'.


                                                       .•♫•♬••♬•♫•.

    Bᴇʜɪɴᴅ Tʜᴇ Sᴄᴇɴᴇs 」

    Ha-Rin se encontraba caracterizado como si fuese un vidente, alguien relacionado a la magia, a las cosas esotéricas. Frente a él tenía una mesa con velas, cartas, una esfera de cristal y varios objetos más que se utilizaban para la adivinación. El ambiente parecía sacado de una época en la que ese tipo de prácticas era habitual y la gente pagaba por obtener respuestas.

    Con una expresión solemne, coloca las manos sobre la bola de cristal por unos segundos, para después recitar palabras sin sentido, al mismo tiempo que mueve los dedos como si estuviese canalizando fuerzas invisibles y, acto seguido, comienza a murmurar:

    —Puedo sentir la energía fluyendo... veo tu futuro, tu destino. —Mientras menciona esto, apenas puede contener una sonrisa, pero el show debe continuar, así que se concentra, y su pequeño juego continúa en silencio, como si estuviese analizando la información que acaba de obtener, aunque, evidentemente, es una táctica para prolongar la expectación.

    Su siguiente acción es girar lentamente las cartas del tarot y analizar una a una con una seriedad fingida, antes de levantar la vista.

    —Aquí está el signo de la buena fortuna, de los nuevos comienzos, de la pasión. Pero espera... también está la carta de la conexión inevitable.

    Al final, se inclina hacia adelante y baja la voz, como si fuese a revelar el secreto más importante de todos:

    —¿Quieres saber la verdad? No importa cuántas cartas lea, cuánta energía invoque, cuántas líneas de la mano estudie, cuántas runas interprete. Sin importar el método, el destino siempre me dice lo mismo: tu fortuna, tu camino, tu persona predestinada... soy yo. —Con una risita suave y satisfecha, claramente encantado con su propio juego, levanta la bola de cristal un poco y la observa, maravillado por la luz misteriosa que refleja, antes de finalmente añadir:

    —En resumen, no importa lo que diga el universo, ni lo que se encuentre escrito en las estrellas, tu suerte siempre acaba en mí.
    「 🎙️📝 」 Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ I ɢᴏᴛ ᴛʜᴇ ᴍᴀɢɪᴄ ɪɴ ᴍᴇ Tʜᴇsᴇ ᴛʀɪᴄᴋs ᴛʜᴀᴛ I'ʟʟ ᴀᴛᴛᴇᴍᴘᴛ ᴡɪʟʟ ʙʟᴏᴡ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ Pɪᴄᴋ ᴀ ᴠᴇʀsᴇ, ᴀɴʏ ᴠᴇʀsᴇ, I'ʟʟ ʜʏᴘɴᴏᴛɪsᴇ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴇᴠᴇʀʏ ʟɪɴᴇ I'ʟʟ ɴᴇᴇᴅ ᴀ ᴠᴏʟᴜɴᴛᴇᴇʀ, ʜᴏᴡ ᴀʙᴏᴜᴛ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴛʜᴇ ᴇʏᴇs? Cᴏᴍᴇ ᴏɴ ᴅᴏᴡɴ ᴛᴏ ᴛʜᴇ ғʀᴏɴᴛ, sɪᴛ ʀɪɢʜᴛ ʜᴇʀᴇ ᴀɴᴅ ᴅᴏɴ'ᴛ ʙᴇ sʜʏ I'ʟʟ ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜ ᴛɪᴍᴇ ᴛʀᴀᴠᴇʟʟɪɴ', ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ ʙᴀʙʙʟɪɴ'.                                                    .•♫•♬••♬•♫•. 「 🎥 Bᴇʜɪɴᴅ Tʜᴇ Sᴄᴇɴᴇs 」 Ha-Rin se encontraba caracterizado como si fuese un vidente, alguien relacionado a la magia, a las cosas esotéricas. Frente a él tenía una mesa con velas, cartas, una esfera de cristal y varios objetos más que se utilizaban para la adivinación. El ambiente parecía sacado de una época en la que ese tipo de prácticas era habitual y la gente pagaba por obtener respuestas. Con una expresión solemne, coloca las manos sobre la bola de cristal por unos segundos, para después recitar palabras sin sentido, al mismo tiempo que mueve los dedos como si estuviese canalizando fuerzas invisibles y, acto seguido, comienza a murmurar: —Puedo sentir la energía fluyendo... veo tu futuro, tu destino. —Mientras menciona esto, apenas puede contener una sonrisa, pero el show debe continuar, así que se concentra, y su pequeño juego continúa en silencio, como si estuviese analizando la información que acaba de obtener, aunque, evidentemente, es una táctica para prolongar la expectación. Su siguiente acción es girar lentamente las cartas del tarot y analizar una a una con una seriedad fingida, antes de levantar la vista. —Aquí está el signo de la buena fortuna, de los nuevos comienzos, de la pasión. Pero espera... también está la carta de la conexión inevitable. Al final, se inclina hacia adelante y baja la voz, como si fuese a revelar el secreto más importante de todos: —¿Quieres saber la verdad? No importa cuántas cartas lea, cuánta energía invoque, cuántas líneas de la mano estudie, cuántas runas interprete. Sin importar el método, el destino siempre me dice lo mismo: tu fortuna, tu camino, tu persona predestinada... soy yo. —Con una risita suave y satisfecha, claramente encantado con su propio juego, levanta la bola de cristal un poco y la observa, maravillado por la luz misteriosa que refleja, antes de finalmente añadir: —En resumen, no importa lo que diga el universo, ni lo que se encuentre escrito en las estrellas, tu suerte siempre acaba en mí.
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  • —Vamos… otra vez… este… sí… entonces… tú puedes —

    susurró Daniel, con la voz apenas audible entre jadeos, mientras golpeaba el maniquí. Cada movimiento le costaba un esfuerzo sobrehumano; los brazos le ardían, los hombros temblaban y las piernas apenas lo sostenían. Cada golpe y cada giro drenaban su energía física y mental. La chispa de su magia lunar vibraba inestable en su mente, a punto de escapar y dejarlo completamente débil, pero no podía detenerse.

    Horas y horas habían pasado. Horas concentrado en guiar la energía lunar por sus runas invisibles, obligándose a mantener la chispa dentro de su mente, concentrando cada fragmento de voluntad. Cada respiración era un suplicio; el sudor le empapaba la frente y el pecho, la visión se le nublaba, y la fuerza de sus piernas se desvanecía poco a poco. Aun así, continuaba, porque debía ser suficiente, debía sostenerse firme, debía mantenerse como alguien en quien se pudiera confiar sin importar las circunstancias.

    Los murmullos del reino y la taberna aún resonaban en su cabeza, como cuchillos invisibles:

    “¿Ese es el futuro esposo de la princesa loca?”
    “Seguro que la princesa se cansará de él y encontrará a alguien mejor.”
    “Un Selene que ni controla su magia… qué vergüenza.”

    En los bares, hombres fuertes y arrogantes se burlaban de él, asegurando que podían conquistar mejor a la princesa loca que él, señalando su torpeza, su timidez, su inexperiencia. Cada risa, cada comentario, cada mirada de desprecio lo atravesaba, pero lo transformaba en impulso para seguir, recordándole que debía demostrar que podía sostenerse, que no podía fallar.

    —Si ella pudo… yo también puedo… —

    jadeó, la voz rota, con la visión borrosa y la energía lunar vibrando fuera de control. Hablaba de su hermana… todos se burlaban de que ella, a sus diez años, ya manejaba su magia y él, a sus diecinueve, apenas podía.

    —No importa que me queme… no importa que cada chispa me arrastre… debo sostenerme… debo ser suficiente… debo poder ser alguien que nunca falle…

    Se apoyó con ambas manos sobre el maniquí, temblando, arrastrando su cuerpo con esfuerzo, cada respiración corta y dolorosa. Cada chispa de energía parecía querer escapar de su mente, pero él la contenía con un esfuerzo monumental. Cada golpe al maniquí era un acto de voluntad, un desafío a la fatiga, al drenaje y a los recuerdos de desprecio.

    —Maldita sea… no puedo dejar que se me escape… solo un intento más… —

    susurró con dificultad, los dientes apretados, mientras la chispa vibraba y le quemaba la mente

    —. Horas… y aún sigo aquí… y no me importa… no me importa si cada fibra de mi cuerpo grita… debo sostenerme… debo ser firme… debo ser suficiente… para… para ella.

    El cuerpo le temblaba de manera casi incontrolable; cada respiración parecía arrancarle fuerzas, cada latido del corazón era un esfuerzo. La magia lunar estaba a punto de drenarlo por completo, pero Daniel resistía. No caía, no se desmayaba, aunque el límite estaba al alcance. Cada murmullo, cada burla, cada recuerdo de desprecio se transformaba en fuerza, recordándole que debía mantenerse firme, que no podía ceder.

    Sin saberlo, alguien ya lo observaba. Cada jadeo, cada temblor, cada chispa de magia inestable era visible para esa presencia silenciosa, pero Daniel no lo percibía. Su mundo estaba solo con su agotamiento, su concentración y la chispa que amenazaba con drenarlo por completo.

    Con un esfuerzo monumental, levantó la cabeza, concentró la chispa de energía que vibraba fuera de control y golpeó el maniquí una vez más, arrastrando su cuerpo tembloroso, casi sin fuerzas, pero aún firme. Sus ojos brillaban con determinación absoluta: seguiría siendo un soporte inquebrantable, aunque cada segundo le costara la vida, aunque cada chispa de magia intentara consumirlo por completo.

    Y aun así, respirando con dificultad, cada músculo vibrando por el esfuerzo, Daniel Selene seguía. Consciente. Débil. Al borde del colapso. Pero firme. Incansable. Imparable.

    Adriana Salvatore o Alexa Selene cualquiera de las 2 //
    —Vamos… otra vez… este… sí… entonces… tú puedes — susurró Daniel, con la voz apenas audible entre jadeos, mientras golpeaba el maniquí. Cada movimiento le costaba un esfuerzo sobrehumano; los brazos le ardían, los hombros temblaban y las piernas apenas lo sostenían. Cada golpe y cada giro drenaban su energía física y mental. La chispa de su magia lunar vibraba inestable en su mente, a punto de escapar y dejarlo completamente débil, pero no podía detenerse. Horas y horas habían pasado. Horas concentrado en guiar la energía lunar por sus runas invisibles, obligándose a mantener la chispa dentro de su mente, concentrando cada fragmento de voluntad. Cada respiración era un suplicio; el sudor le empapaba la frente y el pecho, la visión se le nublaba, y la fuerza de sus piernas se desvanecía poco a poco. Aun así, continuaba, porque debía ser suficiente, debía sostenerse firme, debía mantenerse como alguien en quien se pudiera confiar sin importar las circunstancias. Los murmullos del reino y la taberna aún resonaban en su cabeza, como cuchillos invisibles: “¿Ese es el futuro esposo de la princesa loca?” “Seguro que la princesa se cansará de él y encontrará a alguien mejor.” “Un Selene que ni controla su magia… qué vergüenza.” En los bares, hombres fuertes y arrogantes se burlaban de él, asegurando que podían conquistar mejor a la princesa loca que él, señalando su torpeza, su timidez, su inexperiencia. Cada risa, cada comentario, cada mirada de desprecio lo atravesaba, pero lo transformaba en impulso para seguir, recordándole que debía demostrar que podía sostenerse, que no podía fallar. —Si ella pudo… yo también puedo… — jadeó, la voz rota, con la visión borrosa y la energía lunar vibrando fuera de control. Hablaba de su hermana… todos se burlaban de que ella, a sus diez años, ya manejaba su magia y él, a sus diecinueve, apenas podía. —No importa que me queme… no importa que cada chispa me arrastre… debo sostenerme… debo ser suficiente… debo poder ser alguien que nunca falle… Se apoyó con ambas manos sobre el maniquí, temblando, arrastrando su cuerpo con esfuerzo, cada respiración corta y dolorosa. Cada chispa de energía parecía querer escapar de su mente, pero él la contenía con un esfuerzo monumental. Cada golpe al maniquí era un acto de voluntad, un desafío a la fatiga, al drenaje y a los recuerdos de desprecio. —Maldita sea… no puedo dejar que se me escape… solo un intento más… — susurró con dificultad, los dientes apretados, mientras la chispa vibraba y le quemaba la mente —. Horas… y aún sigo aquí… y no me importa… no me importa si cada fibra de mi cuerpo grita… debo sostenerme… debo ser firme… debo ser suficiente… para… para ella. El cuerpo le temblaba de manera casi incontrolable; cada respiración parecía arrancarle fuerzas, cada latido del corazón era un esfuerzo. La magia lunar estaba a punto de drenarlo por completo, pero Daniel resistía. No caía, no se desmayaba, aunque el límite estaba al alcance. Cada murmullo, cada burla, cada recuerdo de desprecio se transformaba en fuerza, recordándole que debía mantenerse firme, que no podía ceder. Sin saberlo, alguien ya lo observaba. Cada jadeo, cada temblor, cada chispa de magia inestable era visible para esa presencia silenciosa, pero Daniel no lo percibía. Su mundo estaba solo con su agotamiento, su concentración y la chispa que amenazaba con drenarlo por completo. Con un esfuerzo monumental, levantó la cabeza, concentró la chispa de energía que vibraba fuera de control y golpeó el maniquí una vez más, arrastrando su cuerpo tembloroso, casi sin fuerzas, pero aún firme. Sus ojos brillaban con determinación absoluta: seguiría siendo un soporte inquebrantable, aunque cada segundo le costara la vida, aunque cada chispa de magia intentara consumirlo por completo. Y aun así, respirando con dificultad, cada músculo vibrando por el esfuerzo, Daniel Selene seguía. Consciente. Débil. Al borde del colapso. Pero firme. Incansable. Imparable. [Adri_Salvatore] o [Alexbl] cualquiera de las 2 //
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  • Reencuentro
    Fandom OC
    Categoría Acción
    Rol con 焚 𝚈𝚊𝚔𝚎𝚗 𝚂𝚊𝚖𝚞𝚒𝚗𝚎𝚝𝚜𝚞 寒い ㊄

    *- Después de haber dormido por más tiempo del que tenía planeado, lentamente abre los ojos y revisa la hora. -*

    “— Carajo!, desperdicie el día entero….. Ay solo 5 minutos más… Un momento… Porque tengo esa leve sensación de que tengo algo pendiente que hacer?… Oh cierto, lo de explorar universos…”

    *- Con una cantidad ilegal de pereza se levanta de la cama, toma una ducha, se peina y se viste. Una vez listo, saca un libro de tapa negra y con un pentagrama morado en la misma. -*

    “— Bien, en que pagina estaba lo de el portal?…”

    *- Empieza a pasar todas las páginas de el libro en busca de la que necesita. -*

    “— Veamos…. Runas, Como explotar un país, como exorcizar a un demonio de clase real, cómo extraer la energía de cualquier ser vivo, como matar a alguien a distancia, cómo convertir cualquier cosa en humano…. Un momento…. Como convertir cualquier cosa en humano?…”

    *- Observaba fijamente la pagina mientras su cerebro maquinaba, sentía que se olvidaba de algo; finalmente su cerebro craneo. -*

    “— YATEN!… Un momento así no era su nombre…. Era Yaken creo… Carajo nunca lo volví demonio de nuevo… Será mejor que vaya a verlo, si es que sigue vivo.”

    *- Luego de seguir pasando muchas páginas con hechizos poderosos y darse cuenta de que hay un hechizo para volver a cualquier persona adicta a algo (planea usarlo luego) finalmente da con la página de el portal. -*

    “— A ver, si mi memoria no me falla, para abrir un portal a la ubicación de alguien tengo que pensar profundamente en ese alguien… Carajo, apenas y me acuerdo de su nombre! Piensa piensa… Recuerdo que era molesto, era más o menos fuerte, era sexy… Seh, bastante sexy, si no fuera porque me quería matar me lo hubiera echado… Lo tengo!”

    *- Toca la página y un portal negro con detalles morados se abre frente a el. -*

    “— Vaya… Entonces está vivo; veamos si está de buen humor.”

    *- Y finalmente cruza el portal. -*
    Rol con [Fir3.C4rmesi_D3v1l] *- Después de haber dormido por más tiempo del que tenía planeado, lentamente abre los ojos y revisa la hora. -* “— Carajo!, desperdicie el día entero….. Ay solo 5 minutos más… Un momento… Porque tengo esa leve sensación de que tengo algo pendiente que hacer?… Oh cierto, lo de explorar universos…” *- Con una cantidad ilegal de pereza se levanta de la cama, toma una ducha, se peina y se viste. Una vez listo, saca un libro de tapa negra y con un pentagrama morado en la misma. -* “— Bien, en que pagina estaba lo de el portal?…” *- Empieza a pasar todas las páginas de el libro en busca de la que necesita. -* “— Veamos…. Runas, Como explotar un país, como exorcizar a un demonio de clase real, cómo extraer la energía de cualquier ser vivo, como matar a alguien a distancia, cómo convertir cualquier cosa en humano…. Un momento…. Como convertir cualquier cosa en humano?…” *- Observaba fijamente la pagina mientras su cerebro maquinaba, sentía que se olvidaba de algo; finalmente su cerebro craneo. -* “— YATEN!… Un momento así no era su nombre…. Era Yaken creo… Carajo nunca lo volví demonio de nuevo… Será mejor que vaya a verlo, si es que sigue vivo.” *- Luego de seguir pasando muchas páginas con hechizos poderosos y darse cuenta de que hay un hechizo para volver a cualquier persona adicta a algo (planea usarlo luego) finalmente da con la página de el portal. -* “— A ver, si mi memoria no me falla, para abrir un portal a la ubicación de alguien tengo que pensar profundamente en ese alguien… Carajo, apenas y me acuerdo de su nombre! Piensa piensa… Recuerdo que era molesto, era más o menos fuerte, era sexy… Seh, bastante sexy, si no fuera porque me quería matar me lo hubiera echado… Lo tengo!” *- Toca la página y un portal negro con detalles morados se abre frente a el. -* “— Vaya… Entonces está vivo; veamos si está de buen humor.” *- Y finalmente cruza el portal. -*
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  • Pasearon cuatro días, dos de ellos estuvimos más íntimas y felices con nosotras hasta que mi prometida Alessia Leone tuvo que irse a un viaje de negocios al que yo no podía asistir y lo último que supe de ella fue que ya había llegado al lugar.

    Ángela llevaba dos días sumida en la incertidumbre, sin noticias de su novia desde que esta se fue de viaje de negocios. La alarma la consumía por completo, cada minuto sin respuesta era un cuchillo que le atravesaba el pecho. De repente, recibe un video desde el teléfono de su prometida: en la pantalla, ella aparece rodeada por cuatro hombres que claramente son sus secuestradores y eran los mismos hombres a los que estábamos cazando. Estos hombres exigen encontrarse con Ángela y que abandona su negocio, una amenaza directa que solo provoca que una furia indescriptible despierte en su interior.

    En ese instante, su lado demoníaco emerge con fuerza descomunal: sus ojos, en lugar de tornarse rojos o negros, se destellan con un dorado intenso que ilumina la oscuridad como fuego vivo. Su piel adquiere un tono grisáceo malsano, mientras runas negras arden y se despliegan por todo su cuerpo, grabándose como símbolos de poder ancestral. Sus colmillos se alargan y afilan como cuchillas precisas, y una oleada de energía oscura irrumpe en sus venas, incrementando sus poderes a niveles que nadie podría imaginar.

    Con esta fortaleza renovada y la furia como motor, Ángela se lanza a la búsqueda de su prometida avisando a sus empleados que lo que viene es una guerra por poder y totalmente decidida a rescatarla sin importar el costo.
    Pasearon cuatro días, dos de ellos estuvimos más íntimas y felices con nosotras hasta que mi prometida [eclipse_silver_bat_642] tuvo que irse a un viaje de negocios al que yo no podía asistir y lo último que supe de ella fue que ya había llegado al lugar. Ángela llevaba dos días sumida en la incertidumbre, sin noticias de su novia desde que esta se fue de viaje de negocios. La alarma la consumía por completo, cada minuto sin respuesta era un cuchillo que le atravesaba el pecho. De repente, recibe un video desde el teléfono de su prometida: en la pantalla, ella aparece rodeada por cuatro hombres que claramente son sus secuestradores y eran los mismos hombres a los que estábamos cazando. Estos hombres exigen encontrarse con Ángela y que abandona su negocio, una amenaza directa que solo provoca que una furia indescriptible despierte en su interior. En ese instante, su lado demoníaco emerge con fuerza descomunal: sus ojos, en lugar de tornarse rojos o negros, se destellan con un dorado intenso que ilumina la oscuridad como fuego vivo. Su piel adquiere un tono grisáceo malsano, mientras runas negras arden y se despliegan por todo su cuerpo, grabándose como símbolos de poder ancestral. Sus colmillos se alargan y afilan como cuchillas precisas, y una oleada de energía oscura irrumpe en sus venas, incrementando sus poderes a niveles que nadie podría imaginar. Con esta fortaleza renovada y la furia como motor, Ángela se lanza a la búsqueda de su prometida avisando a sus empleados que lo que viene es una guerra por poder y totalmente decidida a rescatarla sin importar el costo.
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  • Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad

    La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto.
    El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar.
    El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral.
    Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo.
    El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo.
    Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban.
    Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas.
    Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves.
    El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas.
    Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño.
    Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma.
    El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto.
    Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando.
    El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo.
    Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua.
    Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía.
    El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse.
    El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia.
    Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado.
    Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía.
    El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil.
    Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado.
    El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno:
    —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?”
    Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba.
    Y entonces… algo se quebró.
    Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción.
    Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación.
    Su maestro le había dicho una vez:
    “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto”
    La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo.
    Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él.
    Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez.
    —“¿Qué… es eso?” —gruñó.
    Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él.
    El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió.
    Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto.
    Pero el poder tenía un precio.
    Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él.
    Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara.
    Juntos, lanzaron el golpe final.
    Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras.
    El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad.
    —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!”
    —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos.
    Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos.
    —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró.
    El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió.
    Y el mundo… comenzó a sanar.
    La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria.
    El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar.
    El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró.
    Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte.
    Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo.
    Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí.
    Ambos estaban vivos. Pero no intactos.
    Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue:
    —“¿Ganamos?”
    Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó.
    La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse.
    los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz.
    los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar.
    los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras.
    las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos.
    Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz.
    Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano.
    El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz.
    No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron.
    A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz.
    —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde.
    —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
    Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto. El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar. El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral. Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo. El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo. Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban. Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas. Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves. El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas. Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño. Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma. El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto. Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando. El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo. Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua. Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía. El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse. El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia. Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado. Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía. El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil. Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado. El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno: —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?” Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba. Y entonces… algo se quebró. Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción. Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación. Su maestro le había dicho una vez: “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto” La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo. Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él. Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez. —“¿Qué… es eso?” —gruñó. Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él. El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió. Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto. Pero el poder tenía un precio. Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él. Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara. Juntos, lanzaron el golpe final. Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras. El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad. —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!” —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos. Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos. —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró. El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió. Y el mundo… comenzó a sanar. La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria. El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar. El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró. Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte. Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo. Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí. Ambos estaban vivos. Pero no intactos. Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue: —“¿Ganamos?” Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó. La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse. los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz. los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar. los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras. las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos. Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz. Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano. El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz. No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron. A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz. —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde. —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
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  • La Cámara del Segundo Guardián: Ignis, el Señor de las Llamas Mentales

    La puerta se cerró tras ellos con un estruendo ardiente. La cámara era un horno viviente: columnas de fuego giraban como tornados, el suelo era de obsidiana agrietada, y el aire quemaba al respirar. En el centro, sobre una plataforma flotante de magma, se alzaba Ignis, el Guardián del Fuego Mental.
    Su cuerpo era una amalgama de llamas vivas y metal fundido, con una corona de fuego que giraba sobre su cabeza. Sus ojos no miraban: penetraban.
    —“La mente es combustible. Y ustedes… están llenos de recuerdos que arden.”


    Sin mover un músculo, Ignis lanzó una onda de fuego invisible. Yukine y Lidica sintieron un golpe seco en el pecho, como si algo se hubiera roto por dentro. No era dolor físico: era una invasión mental.
    - Yukine cayó de rodillas. Veía a su maestro, muerto por su culpa. Escuchaba gritos de aldeanos que nunca pudo salvar. Su transformación femenina, que antes le daba fuerza, ahora se le mostraba como una traición a sí mismo.

    - Lidica vio a su hermana, atrapada en llamas, extendiendo la mano. Cada vez que intentaba alcanzarla, la imagen se desvanecía. Su cuerpo temblaba, sus dagas caían al suelo.

    Ignis se alimentaba de sus emociones. Las llamas de la sala crecían con cada pensamiento oscuro. El suelo comenzó a agrietarse, y columnas de fuego surgían de los recuerdos más dolorosos.
    —“¡No es real! ¡Lidica, mírame!” —gritó Yukine, con lágrimas en los ojos.

    Lidica, con esfuerzo, se arrancó una pulsera que le había dado su hermana. La apretó en su mano, y con un grito desgarrador, recuperó el control. Yukine, inspirado por su fuerza, canalizó un hechizo de purificación mental, pero el costo fue brutal: su nariz sangraba, su piel se agrietaba por el esfuerzo mágico.

    Ignis rugió, y su cuerpo se dividió en tres entidades:

    - Ira: un ser de fuego rojo que atacaba con explosiones caóticas.

    - Miedo: una figura negra envuelta en llamas azules, que paralizaba con ilusiones de muerte.

    - Culpa: una sombra ardiente que susurraba verdades distorsionadas.

    Yukine enfrentó a Culpa. Cada hechizo que lanzaba se volvía contra él si dudaba. Su propio fuego lo quemaba. Lidica luchaba contra Miedo, pero cada vez que esquivaba un ataque, veía a Yukine muerto en el suelo. Su cuerpo comenzaba a fallar: quemaduras en los brazos, cortes en las piernas.

    —“¡No podemos vencerlos separados!” —gritó Yukine.

    Con un último esfuerzo, Yukine lanzó un hechizo de sincronización mágica. Sus mentes se conectaron. Por unos segundos, compartieron pensamientos, emociones, recuerdos. Lidica sintió la carga de Yukine. Yukine sintió el dolor de Lidica. Y juntos, atacaron.
    - Yukine usó un hechizo de “Llama Invertida”, absorbiendo el fuego de Ira.

    - Lidica, guiada por la conexión, atravesó a Miedo con una daga encantada bañada en la energía de Yukine.
    - Culpa intentó dividirlos, pero Yukine y Lidica se tomaron de las manos y canalizaron una explosión conjunta de magia y acero.
    Las tres entidades se fusionaron nuevamente en Ignis, debilitado pero furioso.


    Ignis se elevó, convirtiéndose en una esfera de fuego mental. La cámara comenzó a colapsar. El suelo se partía, el techo se derrumbaba. Yukine y Lidica estaban al borde del colapso físico: quemaduras, heridas abiertas, magia agotada.

    —“¡Este es el final!” —gritó Yukine.

    —“¡Entonces que arda contigo!” —respondió Lidica.

    Yukine canalizó su último hechizo: una “Llama de Esencia”, que quemaba su propia energía vital. Lidica, con los músculos desgarrados, saltó por encima de una grieta y lanzó sus dos dagas al núcleo.

    La explosión fue silenciosa. Ignis se desintegró en una lluvia de cenizas doradas. La cámara se apagó. Solo quedaba el sonido de su respiración entrecortada.

    Yukine cayó inconsciente. Lidica, apenas de pie, lo arrastró lejos del centro. Ambos estaban al borde de la muerte. Pero vivos.
    —“No fue solo fuego. Fue todo lo que somos.” —susurró Lidica.
    Una nueva puerta se abrió, con runas azules que fluían como agua. El Guardián del Agua los espera.
    La Cámara del Segundo Guardián: Ignis, el Señor de las Llamas Mentales La puerta se cerró tras ellos con un estruendo ardiente. La cámara era un horno viviente: columnas de fuego giraban como tornados, el suelo era de obsidiana agrietada, y el aire quemaba al respirar. En el centro, sobre una plataforma flotante de magma, se alzaba Ignis, el Guardián del Fuego Mental. Su cuerpo era una amalgama de llamas vivas y metal fundido, con una corona de fuego que giraba sobre su cabeza. Sus ojos no miraban: penetraban. —“La mente es combustible. Y ustedes… están llenos de recuerdos que arden.” Sin mover un músculo, Ignis lanzó una onda de fuego invisible. Yukine y Lidica sintieron un golpe seco en el pecho, como si algo se hubiera roto por dentro. No era dolor físico: era una invasión mental. - Yukine cayó de rodillas. Veía a su maestro, muerto por su culpa. Escuchaba gritos de aldeanos que nunca pudo salvar. Su transformación femenina, que antes le daba fuerza, ahora se le mostraba como una traición a sí mismo. - Lidica vio a su hermana, atrapada en llamas, extendiendo la mano. Cada vez que intentaba alcanzarla, la imagen se desvanecía. Su cuerpo temblaba, sus dagas caían al suelo. Ignis se alimentaba de sus emociones. Las llamas de la sala crecían con cada pensamiento oscuro. El suelo comenzó a agrietarse, y columnas de fuego surgían de los recuerdos más dolorosos. —“¡No es real! ¡Lidica, mírame!” —gritó Yukine, con lágrimas en los ojos. Lidica, con esfuerzo, se arrancó una pulsera que le había dado su hermana. La apretó en su mano, y con un grito desgarrador, recuperó el control. Yukine, inspirado por su fuerza, canalizó un hechizo de purificación mental, pero el costo fue brutal: su nariz sangraba, su piel se agrietaba por el esfuerzo mágico. Ignis rugió, y su cuerpo se dividió en tres entidades: - Ira: un ser de fuego rojo que atacaba con explosiones caóticas. - Miedo: una figura negra envuelta en llamas azules, que paralizaba con ilusiones de muerte. - Culpa: una sombra ardiente que susurraba verdades distorsionadas. Yukine enfrentó a Culpa. Cada hechizo que lanzaba se volvía contra él si dudaba. Su propio fuego lo quemaba. Lidica luchaba contra Miedo, pero cada vez que esquivaba un ataque, veía a Yukine muerto en el suelo. Su cuerpo comenzaba a fallar: quemaduras en los brazos, cortes en las piernas. —“¡No podemos vencerlos separados!” —gritó Yukine. Con un último esfuerzo, Yukine lanzó un hechizo de sincronización mágica. Sus mentes se conectaron. Por unos segundos, compartieron pensamientos, emociones, recuerdos. Lidica sintió la carga de Yukine. Yukine sintió el dolor de Lidica. Y juntos, atacaron. - Yukine usó un hechizo de “Llama Invertida”, absorbiendo el fuego de Ira. - Lidica, guiada por la conexión, atravesó a Miedo con una daga encantada bañada en la energía de Yukine. - Culpa intentó dividirlos, pero Yukine y Lidica se tomaron de las manos y canalizaron una explosión conjunta de magia y acero. Las tres entidades se fusionaron nuevamente en Ignis, debilitado pero furioso. Ignis se elevó, convirtiéndose en una esfera de fuego mental. La cámara comenzó a colapsar. El suelo se partía, el techo se derrumbaba. Yukine y Lidica estaban al borde del colapso físico: quemaduras, heridas abiertas, magia agotada. —“¡Este es el final!” —gritó Yukine. —“¡Entonces que arda contigo!” —respondió Lidica. Yukine canalizó su último hechizo: una “Llama de Esencia”, que quemaba su propia energía vital. Lidica, con los músculos desgarrados, saltó por encima de una grieta y lanzó sus dos dagas al núcleo. La explosión fue silenciosa. Ignis se desintegró en una lluvia de cenizas doradas. La cámara se apagó. Solo quedaba el sonido de su respiración entrecortada. Yukine cayó inconsciente. Lidica, apenas de pie, lo arrastró lejos del centro. Ambos estaban al borde de la muerte. Pero vivos. —“No fue solo fuego. Fue todo lo que somos.” —susurró Lidica. Una nueva puerta se abrió, con runas azules que fluían como agua. El Guardián del Agua los espera.
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  • La Cámara del Primer Guardián: Terra, la Manipuladora de la Forma

    La puerta se cerró tras ellos con un estruendo sordo. La cámara era inmensa, con techos tan altos que se perdían en la penumbra. El aire olía a humedad, musgo y piedra antigua. El suelo vibraba con una energía latente, como si algo debajo estuviera vivo.

    En el centro, Terra se alzaba como una estatua animada, fusionada con la tierra misma. Su cuerpo era una amalgama de roca, raíces y minerales, y su voz resonaba como un terremoto:

    —“La tierra no solo sostiene… también aplasta. ¿Están listos para ser moldeados por ella?”

    Terra alzó sus brazos, y el campo de batalla cambió. El suelo se volvió viscoso, como barro endurecido, y la gravedad aumentó abruptamente. Yukine cayó de rodillas, jadeando. Lidica intentó moverse, pero cada paso era como arrastrar una tonelada.

    —“¡Nos está manipulando físicamente! ¡La densidad de nuestros cuerpos está cambiando!” —gritó Yukine.

    Yukine intentó lanzar un hechizo de reducción de masa, pero la magia se dispersaba como si la tierra la absorbiera. Terra se reía, provocando temblores con cada carcajada.

    Lidica, con los músculos tensos, usó su fuerza interna para canalizar su agilidad. Saltó hacia una columna, pero esta se transformó en una raíz que la atrapó por el tobillo. Con esfuerzo, cortó la raíz con una daga, pero cayó pesadamente al suelo.

    —“¡No podemos confiar en el terreno! ¡Todo está vivo aquí!” —exclamó.

    Terra golpeó el suelo con sus puños, y ondas de energía se propagaron. El entorno comenzó a cambiar: las paredes se movían, el techo descendía, y el suelo se elevaba en secciones aleatorias. Era como estar dentro de un cubo de Rubik en movimiento.

    Yukine cerró los ojos, tratando de concentrarse. Pero la magia de Terra comenzaba a afectar su mente. Sentía que sus pensamientos se volvían lentos, como si estuviera atrapado en lodo mental.

    —“Está manipulando nuestra percepción… no solo el cuerpo, también la mente.” —susurró.

    Lidica comenzó a ver duplicados de Terra, moviéndose en direcciones opuestas. Cada uno parecía real. Atacó a uno, pero su daga atravesó solo aire. El verdadero Terra apareció detrás, lanzando una ola de raíces que la empujó contra la pared.

    Yukine, con esfuerzo, invocó un hechizo de claridad mental, una técnica que rara vez usaba por su alto costo energético. Su frente sangraba por el esfuerzo, pero logró estabilizar su percepción.

    —“Lidica, sincroniza conmigo. No confíes en tus ojos, confía en mi señal mágica.”

    Yukine lanzó pulsos de energía que marcaban el verdadero Terra con una tenue luz azul. Lidica, guiada por esos pulsos, comenzó a atacar con precisión quirúrgica.

    Terra, herida, se fusionó con el suelo. Todo comenzó a temblar. Golems surgieron de las paredes, cada uno con fragmentos del núcleo de Terra. Para vencerla, debían destruir todos los fragmentos simultáneamente.

    —“¡Si no lo hacemos al mismo tiempo, se regenerará!” —advirtió Yukine.

    Ambos se dividieron. Yukine voló con levitación, lanzando hechizos de compresión sobre los golems. Cada hechizo drenaba su energía vital. Su piel comenzaba a agrietarse por el esfuerzo mágico.

    Lidica, con dagas encantadas, se movía como un rayo entre los golems, esquivando golpes que podrían partirla en dos. Su respiración era entrecortada, sus brazos temblaban, pero no se detenía.

    —“¡Ahora!” —gritó Yukine.

    Ambos atacaron los núcleos al mismo tiempo. Una explosión de luz verde llenó la cámara. Terra gritó, y su cuerpo se desmoronó en polvo y raíces.

    Yukine cayó al suelo, exhausto, con la magia casi agotada. Lidica se arrodilló a su lado, con cortes en los brazos y piernas. Ambos estaban al límite.

    —“No fue solo fuerza… fue voluntad.” —dijo Yukine, con voz débil.

    —“Y confianza.” —respondió Lidica, tomando su mano.

    La puerta al siguiente desafío se abrió lentamente, iluminada por runas de fuego.

    —“El próximo guardián… será aún más despiadado.” —murmuró Yukine.
    La Cámara del Primer Guardián: Terra, la Manipuladora de la Forma La puerta se cerró tras ellos con un estruendo sordo. La cámara era inmensa, con techos tan altos que se perdían en la penumbra. El aire olía a humedad, musgo y piedra antigua. El suelo vibraba con una energía latente, como si algo debajo estuviera vivo. En el centro, Terra se alzaba como una estatua animada, fusionada con la tierra misma. Su cuerpo era una amalgama de roca, raíces y minerales, y su voz resonaba como un terremoto: —“La tierra no solo sostiene… también aplasta. ¿Están listos para ser moldeados por ella?” Terra alzó sus brazos, y el campo de batalla cambió. El suelo se volvió viscoso, como barro endurecido, y la gravedad aumentó abruptamente. Yukine cayó de rodillas, jadeando. Lidica intentó moverse, pero cada paso era como arrastrar una tonelada. —“¡Nos está manipulando físicamente! ¡La densidad de nuestros cuerpos está cambiando!” —gritó Yukine. Yukine intentó lanzar un hechizo de reducción de masa, pero la magia se dispersaba como si la tierra la absorbiera. Terra se reía, provocando temblores con cada carcajada. Lidica, con los músculos tensos, usó su fuerza interna para canalizar su agilidad. Saltó hacia una columna, pero esta se transformó en una raíz que la atrapó por el tobillo. Con esfuerzo, cortó la raíz con una daga, pero cayó pesadamente al suelo. —“¡No podemos confiar en el terreno! ¡Todo está vivo aquí!” —exclamó. Terra golpeó el suelo con sus puños, y ondas de energía se propagaron. El entorno comenzó a cambiar: las paredes se movían, el techo descendía, y el suelo se elevaba en secciones aleatorias. Era como estar dentro de un cubo de Rubik en movimiento. Yukine cerró los ojos, tratando de concentrarse. Pero la magia de Terra comenzaba a afectar su mente. Sentía que sus pensamientos se volvían lentos, como si estuviera atrapado en lodo mental. —“Está manipulando nuestra percepción… no solo el cuerpo, también la mente.” —susurró. Lidica comenzó a ver duplicados de Terra, moviéndose en direcciones opuestas. Cada uno parecía real. Atacó a uno, pero su daga atravesó solo aire. El verdadero Terra apareció detrás, lanzando una ola de raíces que la empujó contra la pared. Yukine, con esfuerzo, invocó un hechizo de claridad mental, una técnica que rara vez usaba por su alto costo energético. Su frente sangraba por el esfuerzo, pero logró estabilizar su percepción. —“Lidica, sincroniza conmigo. No confíes en tus ojos, confía en mi señal mágica.” Yukine lanzó pulsos de energía que marcaban el verdadero Terra con una tenue luz azul. Lidica, guiada por esos pulsos, comenzó a atacar con precisión quirúrgica. Terra, herida, se fusionó con el suelo. Todo comenzó a temblar. Golems surgieron de las paredes, cada uno con fragmentos del núcleo de Terra. Para vencerla, debían destruir todos los fragmentos simultáneamente. —“¡Si no lo hacemos al mismo tiempo, se regenerará!” —advirtió Yukine. Ambos se dividieron. Yukine voló con levitación, lanzando hechizos de compresión sobre los golems. Cada hechizo drenaba su energía vital. Su piel comenzaba a agrietarse por el esfuerzo mágico. Lidica, con dagas encantadas, se movía como un rayo entre los golems, esquivando golpes que podrían partirla en dos. Su respiración era entrecortada, sus brazos temblaban, pero no se detenía. —“¡Ahora!” —gritó Yukine. Ambos atacaron los núcleos al mismo tiempo. Una explosión de luz verde llenó la cámara. Terra gritó, y su cuerpo se desmoronó en polvo y raíces. Yukine cayó al suelo, exhausto, con la magia casi agotada. Lidica se arrodilló a su lado, con cortes en los brazos y piernas. Ambos estaban al límite. —“No fue solo fuerza… fue voluntad.” —dijo Yukine, con voz débil. —“Y confianza.” —respondió Lidica, tomando su mano. La puerta al siguiente desafío se abrió lentamente, iluminada por runas de fuego. —“El próximo guardián… será aún más despiadado.” —murmuró Yukine.
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    --- El nacimiento de Ozma, el Rey Caído ---

    En un día que debía ser eterno, el padre de Jenifer encontró a su esposa sin vida. La luz se apagó en sus ojos, y con ella, el mundo perdió su color.

    El dolor lo corrompió. El Rey, antes conocido como Oz, se quebró. Su nombre ya no podía contener su furia. Desde entonces, sería llamado Ozma. Un nombre que resonaría como maldición y lamento.

    —El mundo me negó la felicidad... ahora todos morirán. ¡Todos conocerán mi dolor! Este es mi decreto: Voy a acabar con todo, hasta que no quede nada... excepto ella.

    Excepto Jenifer, su hija. La única chispa que no quiso apagar.

    Ozma comenzó su cruzada: ciudades fueron arrasadas, reinos reducidos a cenizas. Y Jenifer, aún inocente, fue enviada a conquistar pequeños territorios. Ella creía que su padre buscaba paz. Que reconstruiría lo perdido.

    Pero las palabras de Ozma, su mirada, sus actos... revelaron otra verdad. Una codicia destructora que no buscaba redención, sino ruina.

    Fue entonces que Jenifer lo enfrentó. Y con el corazón desgarrado, lo selló en el Jardín Prohibido, el lugar donde —según las leyendas— nació la verdadera vida en la Tierra.

    Allí, entre raíces antiguas y runas olvidadas, quedó encerrado el Rey que quiso rehacer el mundo a partir del dolor.

    https://www.youtube.com/watch?v=Eae1j_LkLyk&ab_channel=TanjiroK
    --- El nacimiento de Ozma, el Rey Caído --- En un día que debía ser eterno, el padre de Jenifer encontró a su esposa sin vida. La luz se apagó en sus ojos, y con ella, el mundo perdió su color. El dolor lo corrompió. El Rey, antes conocido como Oz, se quebró. Su nombre ya no podía contener su furia. Desde entonces, sería llamado Ozma. Un nombre que resonaría como maldición y lamento. —El mundo me negó la felicidad... ahora todos morirán. ¡Todos conocerán mi dolor! Este es mi decreto: Voy a acabar con todo, hasta que no quede nada... excepto ella. Excepto Jenifer, su hija. La única chispa que no quiso apagar. Ozma comenzó su cruzada: ciudades fueron arrasadas, reinos reducidos a cenizas. Y Jenifer, aún inocente, fue enviada a conquistar pequeños territorios. Ella creía que su padre buscaba paz. Que reconstruiría lo perdido. Pero las palabras de Ozma, su mirada, sus actos... revelaron otra verdad. Una codicia destructora que no buscaba redención, sino ruina. Fue entonces que Jenifer lo enfrentó. Y con el corazón desgarrado, lo selló en el Jardín Prohibido, el lugar donde —según las leyendas— nació la verdadera vida en la Tierra. Allí, entre raíces antiguas y runas olvidadas, quedó encerrado el Rey que quiso rehacer el mundo a partir del dolor. https://www.youtube.com/watch?v=Eae1j_LkLyk&ab_channel=TanjiroK
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    El despertar de la sangre Ishtar.

    El suelo temblaba bajo la presión de una presencia. Akane jadeaba. Su forma Oni Lunar había consumido casi todo lo que tenía, y aun así, no era suficiente. Los músculos quemaban, la energía se dispersaba, y cada fibra de su ser sentía el sello que bloqueaba su evolución total.

    Frente a ella, su rival permanecía en las sombras, sin nombre ni rostro revelado. Pero su poder era palpable… cercano al de Azuka, su hermana. Solo que a diferencia de Azuka, este enemigo no contenía su fuerza. No respetaba el vínculo. Este quería destruirla.

    El ataque vino sin aviso, una ráfaga que cortó el aire. Akane no contraatacó. Solo desvió, apenas un giro de muñeca, lo justo para no morir.

    "¿Parry?" -Se burló la figura desde la penumbra, con una voz antigua.

    Akane sonrió, sus labios ensangrentados y el aliento agitado.

    "Ahora es mi estilo". -Respondió con tono burlesco, como si cada segundo ganado fuera una pequeña victoria.

    La figura volvió a avanzar, implacable, cada paso retumbando como si el mundo se hundiera bajo su peso.

    "Ese juego que estás jugando…" -Murmuró- "¿Es suicidio?"

    Akane se alzó sobre sus pies tambaleantes, con la mirada encendida y una chispa de ironía en los ojos.

    "Tal vez... pero me importa un carajo".

    El ser alzó su mano, y el entorno pareció reaccionar: grietas en el suelo, electricidad en el aire.

    "Entonces hazlo, hazlo. Aún no es suficiente para vencerme".

    "Todavía no he perdido". -Respondió ella con firmeza, como quien está dispuesta a caer mil veces con tal de dar un paso más.

    En ese momento, no se escuchó ningún ataque, ningún rugido. Solo el silencio y un sonido suave: clink. Dos grilletes metálicos aparecieron en sus muñecas. Pero no pesaban. No la ataban. Eran símbolo, no prisión.

    Akane los miró. Sabía lo que representaban: su propio límite. El sello que había contenido su verdadero poder. Y uno a uno… comenzaron a romperse.

    Los fragmentos brillaron antes de tocar el suelo, desintegrándose en polvo azul.

    Desde sus manos, luego su rostro, marcas comenzaron a brillar. Runas antiguas, como cicatrices de poder. La luna, antes oculta por las nubes de la batalla, emergió limpia, clara, como si también estuviera esperando ese momento.

    Akane alzó su vista hacia el enemigo. Ya no tenía miedo. Ya no estaba sellada. Ahora sí. Era suficiente.

    Su cabello azul resplandece con intensidad, y aunque su cuerpo parece humano, sobresalen garras y una cola dracónica hechas completamente de energía luminosa, azul brillante, casi líquida en su movimiento. Estas manifestaciones no son parte de una transformación física, sino el reflejo visual de lo que habita oculto en su interior: un poder ancestral que aún duerme, pero ha comenzado a filtrarse más allá de sus límites. Cada destello de esas extremidades energéticas es un susurro de la criatura que podría despertar, un aviso de que Akane está más cerca que nunca de romper su sello final.
    El despertar de la sangre Ishtar. El suelo temblaba bajo la presión de una presencia. Akane jadeaba. Su forma Oni Lunar había consumido casi todo lo que tenía, y aun así, no era suficiente. Los músculos quemaban, la energía se dispersaba, y cada fibra de su ser sentía el sello que bloqueaba su evolución total. Frente a ella, su rival permanecía en las sombras, sin nombre ni rostro revelado. Pero su poder era palpable… cercano al de Azuka, su hermana. Solo que a diferencia de Azuka, este enemigo no contenía su fuerza. No respetaba el vínculo. Este quería destruirla. El ataque vino sin aviso, una ráfaga que cortó el aire. Akane no contraatacó. Solo desvió, apenas un giro de muñeca, lo justo para no morir. "¿Parry?" -Se burló la figura desde la penumbra, con una voz antigua. Akane sonrió, sus labios ensangrentados y el aliento agitado. "Ahora es mi estilo". -Respondió con tono burlesco, como si cada segundo ganado fuera una pequeña victoria. La figura volvió a avanzar, implacable, cada paso retumbando como si el mundo se hundiera bajo su peso. "Ese juego que estás jugando…" -Murmuró- "¿Es suicidio?" Akane se alzó sobre sus pies tambaleantes, con la mirada encendida y una chispa de ironía en los ojos. "Tal vez... pero me importa un carajo". El ser alzó su mano, y el entorno pareció reaccionar: grietas en el suelo, electricidad en el aire. "Entonces hazlo, hazlo. Aún no es suficiente para vencerme". "Todavía no he perdido". -Respondió ella con firmeza, como quien está dispuesta a caer mil veces con tal de dar un paso más. En ese momento, no se escuchó ningún ataque, ningún rugido. Solo el silencio y un sonido suave: clink. Dos grilletes metálicos aparecieron en sus muñecas. Pero no pesaban. No la ataban. Eran símbolo, no prisión. Akane los miró. Sabía lo que representaban: su propio límite. El sello que había contenido su verdadero poder. Y uno a uno… comenzaron a romperse. Los fragmentos brillaron antes de tocar el suelo, desintegrándose en polvo azul. Desde sus manos, luego su rostro, marcas comenzaron a brillar. Runas antiguas, como cicatrices de poder. La luna, antes oculta por las nubes de la batalla, emergió limpia, clara, como si también estuviera esperando ese momento. Akane alzó su vista hacia el enemigo. Ya no tenía miedo. Ya no estaba sellada. Ahora sí. Era suficiente. Su cabello azul resplandece con intensidad, y aunque su cuerpo parece humano, sobresalen garras y una cola dracónica hechas completamente de energía luminosa, azul brillante, casi líquida en su movimiento. Estas manifestaciones no son parte de una transformación física, sino el reflejo visual de lo que habita oculto en su interior: un poder ancestral que aún duerme, pero ha comenzado a filtrarse más allá de sus límites. Cada destello de esas extremidades energéticas es un susurro de la criatura que podría despertar, un aviso de que Akane está más cerca que nunca de romper su sello final.
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