Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.