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    AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR
    Dossier Interno — División de las Diosas Carmesí

    Nombre del Modelo: Azuka 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 Yokin
    Alias: La Soberana Carmesí del Juicio Eterno ♱

    Ficha:
    ♨ Nombre Completo: Azuka Ishtar Yokin
    ♨ Alias: La Soberana Carmesí del Juicio Eterno
    ♨ Edad Aparente: 27 años
    ♨Linaje: Ishtar-Yokin (Híbrida de Diosa y Forjadora Infernal)
    ♨ Altura: 1.83 m
    ♨ Elemento Dominante: Fuego Espiritual Carmesí
    ♨ Rango de Poder: Clase S – Deidad de Juicio
    ♨ Especialidad: Moda bélica, modelaje ceremonial, desfiles temáticos infernales
    ♨ Arma Simbólica: Judicator, lanza de energía viva con núcleo de alma ardiente
    ♨ Debilidad: Su alma vibra en conflicto constante entre misericordia y destrucción; si duda, su poder se descontrola.

    ♨Frase Emblemática:
    “Mi fuego no destruye... purifica lo que ya no merece existir.”

    Historia y Origen
    Azuka Ishtar Yokin nació de la unión de dos linajes antiguos: el Clan Ishtar, símbolo de la supremacía divina, y la Casa Yokin, conocida por su dominio sobre la alquimia abismal y las forjas de almas.
    Criada en el corazón del Dominio Carmesí, fue entrenada en combate ritual, danza infernal y etiqueta celestial.
    Su despertar ocurrió durante la Ceremonia del Eclipse Carmesí, donde su cuerpo fue marcado por el fuego abismal de las deidades caídas. Desde entonces, su piel emana un resplandor ígneo cuando invoca su poder completo.

    Fue descubierta por la Emperatriz Sasha Ishtar, quien la designó como una de las Tres Rosas del Trono Infernal, junto a Lili y Aerith, siendo Azuka la más letal del trío.
    Hoy es una de las imágenes más reconocidas de la agencia, símbolo de poder, disciplina y belleza sobrenatural.

    Descripción General
    Azuka Ishtar Yokin es una manifestación viviente de la belleza infernal y el poder absoluto. Su figura combina la majestuosidad de una diosa guerrera con la elegancia sobrenatural de una reina del inframundo.
    Con una presencia tan imponente como seductora, Azuka encarna el equilibrio entre feminidad divina y destrucción celestial. Cada movimiento suyo es calculado, etéreo, una danza entre fuego y acero.

    Su apariencia está inspirada en la imponente Hindenburg de Azur Lane:
    una silueta perfecta, armadura ceremonial ajustada con detalles carmesí y dorados, largas trenzas oscuras con reflejos rojos y una mirada que puede reducir a cenizas la voluntad de cualquier ser.
    Sus alas metálicas y adornos de guerra no son simple estética, sino símbolos de su rango y poder, forjados con magia ancestral del linaje Yokin.

    Personalidad
    Azuka es una mujer de temple firme, mirada dominante y voz profunda, con una calma que intimida.
    No necesita levantar la voz para hacerse respetar: su presencia es suficiente para doblegar voluntades.
    Representa la disciplina del fuego, la devoción al arte de la perfección, y la sensualidad como forma de autoridad.
    Pese a su naturaleza severa, posee un magnetismo que atrae tanto el deseo como la obediencia.

    Apariencia Física:
    ♚ Cabello: Largo, oscuro con destellos rojizos metálicos, trenzado en secciones nobles.
    ♚ Ojos: Rojo fuego con destellos dorados, mirada felina e hipnótica.
    ♚ Piel: Clara, con un leve resplandor carmesí cuando invoca su poder.
    ♚ Vestimenta: Armadura ceremonial negro-escarlata con detalles dorados, corset reforzado, hombreras talladas y falda dividida que revela botas de guerra de diseño infernal.
    ♚ Complementos: Alas mecánicas ornamentadas, joyas negras flotantes y guantes rituales grabados con sellos demoníacos.

    Cita Interna (Archivo Ishtar ϟ#AZ-010)
    “Azuka no desfila, sentencia.
    Su presencia es un recordatorio de que incluso en el infierno… la belleza tiene autoridad.”
    — Sasha Ishtar, La Emperatriz del Clan
    💋 AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR 📜 Dossier Interno — División de las Diosas Carmesí 💠 Nombre del Modelo: Azuka 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 Yokin Alias: La Soberana Carmesí del Juicio Eterno ♱ 🌑Ficha: ♨ Nombre Completo: Azuka Ishtar Yokin ♨ Alias: La Soberana Carmesí del Juicio Eterno ♨ Edad Aparente: 27 años ♨Linaje: Ishtar-Yokin (Híbrida de Diosa y Forjadora Infernal) ♨ Altura: 1.83 m ♨ Elemento Dominante: Fuego Espiritual Carmesí ♨ Rango de Poder: Clase S – Deidad de Juicio ♨ Especialidad: Moda bélica, modelaje ceremonial, desfiles temáticos infernales ♨ Arma Simbólica: Judicator, lanza de energía viva con núcleo de alma ardiente ♨ Debilidad: Su alma vibra en conflicto constante entre misericordia y destrucción; si duda, su poder se descontrola. ♨Frase Emblemática: “Mi fuego no destruye... purifica lo que ya no merece existir.” ⚔️ Historia y Origen Azuka Ishtar Yokin nació de la unión de dos linajes antiguos: el Clan Ishtar, símbolo de la supremacía divina, y la Casa Yokin, conocida por su dominio sobre la alquimia abismal y las forjas de almas. Criada en el corazón del Dominio Carmesí, fue entrenada en combate ritual, danza infernal y etiqueta celestial. Su despertar ocurrió durante la Ceremonia del Eclipse Carmesí, donde su cuerpo fue marcado por el fuego abismal de las deidades caídas. Desde entonces, su piel emana un resplandor ígneo cuando invoca su poder completo. Fue descubierta por la Emperatriz Sasha Ishtar, quien la designó como una de las Tres Rosas del Trono Infernal, junto a Lili y Aerith, siendo Azuka la más letal del trío. Hoy es una de las imágenes más reconocidas de la agencia, símbolo de poder, disciplina y belleza sobrenatural. 🌹 Descripción General Azuka Ishtar Yokin es una manifestación viviente de la belleza infernal y el poder absoluto. Su figura combina la majestuosidad de una diosa guerrera con la elegancia sobrenatural de una reina del inframundo. Con una presencia tan imponente como seductora, Azuka encarna el equilibrio entre feminidad divina y destrucción celestial. Cada movimiento suyo es calculado, etéreo, una danza entre fuego y acero. Su apariencia está inspirada en la imponente Hindenburg de Azur Lane: una silueta perfecta, armadura ceremonial ajustada con detalles carmesí y dorados, largas trenzas oscuras con reflejos rojos y una mirada que puede reducir a cenizas la voluntad de cualquier ser. Sus alas metálicas y adornos de guerra no son simple estética, sino símbolos de su rango y poder, forjados con magia ancestral del linaje Yokin. 🩸 Personalidad Azuka es una mujer de temple firme, mirada dominante y voz profunda, con una calma que intimida. No necesita levantar la voz para hacerse respetar: su presencia es suficiente para doblegar voluntades. Representa la disciplina del fuego, la devoción al arte de la perfección, y la sensualidad como forma de autoridad. Pese a su naturaleza severa, posee un magnetismo que atrae tanto el deseo como la obediencia. 💎 Apariencia Física: ♚ Cabello: Largo, oscuro con destellos rojizos metálicos, trenzado en secciones nobles. ♚ Ojos: Rojo fuego con destellos dorados, mirada felina e hipnótica. ♚ Piel: Clara, con un leve resplandor carmesí cuando invoca su poder. ♚ Vestimenta: Armadura ceremonial negro-escarlata con detalles dorados, corset reforzado, hombreras talladas y falda dividida que revela botas de guerra de diseño infernal. ♚ Complementos: Alas mecánicas ornamentadas, joyas negras flotantes y guantes rituales grabados con sellos demoníacos. 🕯️ Cita Interna (Archivo Ishtar ϟ#AZ-010) “Azuka no desfila, sentencia. Su presencia es un recordatorio de que incluso en el infierno… la belleza tiene autoridad.” — Sasha Ishtar, La Emperatriz del Clan
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    AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR
    Dossier Interno — División Masculina Élite

    Nombre del Modelo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar
    Alias: El Emperador Carmesí del Abismo

    Ficha Extendida
    ★ Nombre Completo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar
    ★ Título: El Emperador Carmesí del Abismo
    ★ Edad Aparente: 28 años
    ★ Linaje: Dracónico / Demonio Guerrero del Clan Ishtar
    ★ Altura: 1.90 m
    ★ Elemento Dominante: Fuego Azul del Inframundo
    ★ Arma Sagrada: Espada Valkyrion, la Llama del Reino Caído
    ★ Debilidad: Su conexión con el caos lo vuelve emocionalmente inestable cuando siente rabia o pérdida.

    ★Frase Emblemática:
    “En mi fuego no hay destrucción, solo el renacer de los que se atreven a desafiarme.”

    Rol dentro de la Agencia
    Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar encarna el concepto del “dios masculino infernal”: belleza demoníaca, disciplina militar y elegancia majestuosa.
    Dentro de la agencia, cumple funciones como:

    ✺ Modelo de campañas de moda abismal y trajes ceremoniales.
    ✺ Embajador de la colección masculina “LUX INFERNA”.
    ✺ Mentor de los nuevos modelos infernales del programa “Bloodline Academy”.
    ✺ Guardián simbólico del Trono Carmesí, sede espiritual del clan Ishtar.

    Historia y Origen
    Heredero directo del linaje Jaegerjaquez e integrante por juramento del Clan Ishtar, Rex fue forjado en el fuego del infierno más profundo. Su alma fue marcada por las cadenas del caos y la sangre de dragones antiguos, lo que lo convierte en un ser híbrido entre guerrero abisal y divinidad encarnada.

    Antes de unirse a la agencia, fue comandante del Escuadrón Infernal “Oblivion Fang”, donde lideró a otros modelos de combate ritual. Fue descubierto por la Emperatriz Ishtar durante una ceremonia de sangre lunar, impresionándola por su presencia inquebrantable y su elegancia letal.

    Desde entonces, Rex es una de las figuras más influyentes de Ishtar’s Demonic Dèesse Infernal Glamour, no solo por su apariencia, sino por su aura que mezcla autoridad, poder y una belleza inhumana.

    Descripción General
    Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar es el epítome del poder contenido en forma humana. De complexión atlética y porte regio, su presencia eclipsa el ambiente a donde entra. Su mirada carmesí arde con fuego de antiguas batallas y su energía parece moldear el aire mismo.

    Su nombre resuena dentro de la agencia como símbolo de autoridad y disciplina, un modelo que combina la estética infernal con la perfección marcial. Cada paso que da en pasarela o sesión irradia supremacía y control.

    Cita Interna (Archivo Ishtar ϟ#R-07)
    “Rex no camina entre nosotros... el mundo se curva a su paso.”
    — Sasha Ishtar, La Emperatriz del Clan
    💠 AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR 📜 Dossier Interno — División Masculina Élite 🩸 Nombre del Modelo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar Alias: El Emperador Carmesí del Abismo ⚔️ 🕯️ Ficha Extendida ★ Nombre Completo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar ★ Título: El Emperador Carmesí del Abismo ★ Edad Aparente: 28 años ★ Linaje: Dracónico / Demonio Guerrero del Clan Ishtar ★ Altura: 1.90 m ★ Elemento Dominante: Fuego Azul del Inframundo ★ Arma Sagrada: Espada Valkyrion, la Llama del Reino Caído ★ Debilidad: Su conexión con el caos lo vuelve emocionalmente inestable cuando siente rabia o pérdida. ★Frase Emblemática: “En mi fuego no hay destrucción, solo el renacer de los que se atreven a desafiarme.” 🌑 Rol dentro de la Agencia Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar encarna el concepto del “dios masculino infernal”: belleza demoníaca, disciplina militar y elegancia majestuosa. Dentro de la agencia, cumple funciones como: ✺ Modelo de campañas de moda abismal y trajes ceremoniales. ✺ Embajador de la colección masculina “LUX INFERNA”. ✺ Mentor de los nuevos modelos infernales del programa “Bloodline Academy”. ✺ Guardián simbólico del Trono Carmesí, sede espiritual del clan Ishtar. ⚔️ Historia y Origen Heredero directo del linaje Jaegerjaquez e integrante por juramento del Clan Ishtar, Rex fue forjado en el fuego del infierno más profundo. Su alma fue marcada por las cadenas del caos y la sangre de dragones antiguos, lo que lo convierte en un ser híbrido entre guerrero abisal y divinidad encarnada. Antes de unirse a la agencia, fue comandante del Escuadrón Infernal “Oblivion Fang”, donde lideró a otros modelos de combate ritual. Fue descubierto por la Emperatriz Ishtar durante una ceremonia de sangre lunar, impresionándola por su presencia inquebrantable y su elegancia letal. Desde entonces, Rex es una de las figuras más influyentes de Ishtar’s Demonic Dèesse Infernal Glamour, no solo por su apariencia, sino por su aura que mezcla autoridad, poder y una belleza inhumana. 🔥 Descripción General Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar es el epítome del poder contenido en forma humana. De complexión atlética y porte regio, su presencia eclipsa el ambiente a donde entra. Su mirada carmesí arde con fuego de antiguas batallas y su energía parece moldear el aire mismo. Su nombre resuena dentro de la agencia como símbolo de autoridad y disciplina, un modelo que combina la estética infernal con la perfección marcial. Cada paso que da en pasarela o sesión irradia supremacía y control. 🩸 Cita Interna (Archivo Ishtar ϟ#R-07) “Rex no camina entre nosotros... el mundo se curva a su paso.” — Sasha Ishtar, La Emperatriz del Clan
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  • En las sombras
    Fandom ZYXS
    Categoría Suspenso
    El sol comenzaba a hundirse tras los árboles cuando Zaphiro decidió salir aprovechando el hecho de que su novio había ido por provisiones para la última noche al pueblo que se encontraba a media hora de la cabaña donde se quedaban.

    El aire del bosque estaba cargado de un silencio que dolía, Zaphiro avanzaba entre los árboles mientras el sol se desvanecía detrás de las montañas, tiñendo el cielo con un naranja apagado que pronto se tornó violeta. Su cámara colgaba de su cuello, olvidada... Cada paso que daba hacía crujir las hojas secas, un sonido que, de pronto, se sentía demasiado fuerte, demasiado solo...

    A medida que avanzaba, el aire se volvió más pesado. La temperatura descendió de golpe, y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Detuvo el paso, todo estaba en silencio, un silencio tan profundo que hasta el clic de su cámara pareció una intrusión. Su aliento se condensó frente a ella, y una sensación helada se enroscó en su nuca

    Entonces lo sintió... La energía dentro de ella… ese pequeño destello de vida que apenas había descubierto, vibró con fuerza, como si intentara advertirle. Sus ojos cambiaron al tono violeta que solían adquirir cuando la magia se desbordaba, sin que ella pudiera controlarlo Y lo supo... no estaban solos.

    Zaphiro llevó una mano a su vientre, el instinto la atravesó como un rayo. Aún no comprendía del todo ese milagro diminuto que crecía dentro de ella, pero sabía que debía protegerlo. Sabía que su magia, y la vida que ahora llevaba, podían atraer cosas que no pertenecían a este mundo... Anyel se lo había advertido.

    Las sombras entre los árboles se movían, sin forma clara, pero con intención. Una presencia antigua, hambrienta, se deslizaba entre los troncos, observándola. Los dedos de Zaphiro temblaban, la electricidad bajo su piel se agitaba, buscando una salida.

    Sacó su teléfono y marcó el número de Anyel.
    -Por favor, contesta... -murmuró, su voz quebrada por el miedo...

    La llamada conectó, pero la señal era apenas un hilo. La voz de él se entrecortaba, mezclada con estática y un eco que no debía estar ahí, esperaba que el pudiera entender lo que ella decía.

    -Anyel, hay algo aquí -susurró con prisa- No sé qué es, pero se siente… oscuro. No puedo… -Su respiración se aceleró, y el aire a su alrededor chispeó con destellos lilas- No puedo controlarlo, necesito que vengas, por favor...

    Su entorno comenzó a crepitar, la electricidad surgiendo de su piel en pequeños relámpagos violetas. El teléfono se calentó rápidamente, hasta que el dolor la obligó a soltarlo. Cayó al suelo, partiéndose con un chasquido seco.

    -Mierda..-se quejo al ver su única forma de comunicación desvanecerse, giro a su alrededor tratando de encontrar el sendero, pero todo parecía moverse con ella, no reconocía donde estaba, incluso todo parecía más denso, como si estuviera en el corazón del bosque mismo.

    Zaphiro respiró con dificultad, los ojos fijos en la oscuridad que se extendía frente a ella... Entre los troncos, algo se movía, Una figura que no debía existir, deslizándose sin sonido…

    Y entonces, entre el murmullo del viento, escuchó su nombre, pronunciado en un susurro que heló hasta su alma

    -Zaphiro…

    Y con ello lo supo.... sabia que debia moverse, dentro de ella resonó una orden a su cuerpo de moverse... necesitaba ganar tiempo hasta que anyel llegara, y si se quedaba ahí ... negó con su cabeza desechando esos pensamientos mientras dejaba que aquella electricidad fluyera como si supiera que hacer, comenzó a correr , la electricidad golpeaba árboles a su alrededor de forma peligrosa, de pronto el fuego tambien comenzó a formar parte de aquel ambiente...
    El sol comenzaba a hundirse tras los árboles cuando Zaphiro decidió salir aprovechando el hecho de que su novio había ido por provisiones para la última noche al pueblo que se encontraba a media hora de la cabaña donde se quedaban. El aire del bosque estaba cargado de un silencio que dolía, Zaphiro avanzaba entre los árboles mientras el sol se desvanecía detrás de las montañas, tiñendo el cielo con un naranja apagado que pronto se tornó violeta. Su cámara colgaba de su cuello, olvidada... Cada paso que daba hacía crujir las hojas secas, un sonido que, de pronto, se sentía demasiado fuerte, demasiado solo... A medida que avanzaba, el aire se volvió más pesado. La temperatura descendió de golpe, y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Detuvo el paso, todo estaba en silencio, un silencio tan profundo que hasta el clic de su cámara pareció una intrusión. Su aliento se condensó frente a ella, y una sensación helada se enroscó en su nuca Entonces lo sintió... La energía dentro de ella… ese pequeño destello de vida que apenas había descubierto, vibró con fuerza, como si intentara advertirle. Sus ojos cambiaron al tono violeta que solían adquirir cuando la magia se desbordaba, sin que ella pudiera controlarlo Y lo supo... no estaban solos. Zaphiro llevó una mano a su vientre, el instinto la atravesó como un rayo. Aún no comprendía del todo ese milagro diminuto que crecía dentro de ella, pero sabía que debía protegerlo. Sabía que su magia, y la vida que ahora llevaba, podían atraer cosas que no pertenecían a este mundo... Anyel se lo había advertido. Las sombras entre los árboles se movían, sin forma clara, pero con intención. Una presencia antigua, hambrienta, se deslizaba entre los troncos, observándola. Los dedos de Zaphiro temblaban, la electricidad bajo su piel se agitaba, buscando una salida. Sacó su teléfono y marcó el número de Anyel. -Por favor, contesta... -murmuró, su voz quebrada por el miedo... La llamada conectó, pero la señal era apenas un hilo. La voz de él se entrecortaba, mezclada con estática y un eco que no debía estar ahí, esperaba que el pudiera entender lo que ella decía. -Anyel, hay algo aquí -susurró con prisa- No sé qué es, pero se siente… oscuro. No puedo… -Su respiración se aceleró, y el aire a su alrededor chispeó con destellos lilas- No puedo controlarlo, necesito que vengas, por favor... Su entorno comenzó a crepitar, la electricidad surgiendo de su piel en pequeños relámpagos violetas. El teléfono se calentó rápidamente, hasta que el dolor la obligó a soltarlo. Cayó al suelo, partiéndose con un chasquido seco. -Mierda..-se quejo al ver su única forma de comunicación desvanecerse, giro a su alrededor tratando de encontrar el sendero, pero todo parecía moverse con ella, no reconocía donde estaba, incluso todo parecía más denso, como si estuviera en el corazón del bosque mismo. Zaphiro respiró con dificultad, los ojos fijos en la oscuridad que se extendía frente a ella... Entre los troncos, algo se movía, Una figura que no debía existir, deslizándose sin sonido… Y entonces, entre el murmullo del viento, escuchó su nombre, pronunciado en un susurro que heló hasta su alma -Zaphiro… Y con ello lo supo.... sabia que debia moverse, dentro de ella resonó una orden a su cuerpo de moverse... necesitaba ganar tiempo hasta que anyel llegara, y si se quedaba ahí ... negó con su cabeza desechando esos pensamientos mientras dejaba que aquella electricidad fluyera como si supiera que hacer, comenzó a correr , la electricidad golpeaba árboles a su alrededor de forma peligrosa, de pronto el fuego tambien comenzó a formar parte de aquel ambiente...
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  • “El Eclipse de las Promesas”

    Cuando Yukine y Lidica llegaron al Valle de los Ecos, sabían que no habría retorno. El cielo estaba teñido de rojo, y el aire vibraba con la presencia del Señor de las Sombras, una entidad que había devorado reinos enteros y corrompido la luz misma.

    Yukine, con su hoja de luna, y Lidica, envuelta en llamas azules, lucharon con todo lo que les quedaba. Cada golpe era una súplica, cada hechizo una promesa de redención. Pero el enemigo no era solo fuerza: era tiempo, era desesperanza, era el eco de todas las batallas perdidas.

    La batalla duró tres días. En el último amanecer, Lidica cayó primero, su cuerpo rodeado por las raíces negras del abismo. Yukine, herido y exhausto, logró herir al Señor de las Sombras, pero no lo suficiente. Con un último aliento, conjuró un sello que encerraría al enemigo por cien años… a costa de su propia alma.

    El mundo sobrevivió, pero quedó marcado. Las flores dejaron de cantar, los ríos olvidaron sus nombres, y los niños nacían sin sueños. El sacrificio de Yukine y Lidica se convirtió en leyenda, pero también en advertencia: incluso los más valientes pueden perder, y a veces, perder es lo que salva a los demás
    “El Eclipse de las Promesas” Cuando Yukine y Lidica llegaron al Valle de los Ecos, sabían que no habría retorno. El cielo estaba teñido de rojo, y el aire vibraba con la presencia del Señor de las Sombras, una entidad que había devorado reinos enteros y corrompido la luz misma. Yukine, con su hoja de luna, y Lidica, envuelta en llamas azules, lucharon con todo lo que les quedaba. Cada golpe era una súplica, cada hechizo una promesa de redención. Pero el enemigo no era solo fuerza: era tiempo, era desesperanza, era el eco de todas las batallas perdidas. La batalla duró tres días. En el último amanecer, Lidica cayó primero, su cuerpo rodeado por las raíces negras del abismo. Yukine, herido y exhausto, logró herir al Señor de las Sombras, pero no lo suficiente. Con un último aliento, conjuró un sello que encerraría al enemigo por cien años… a costa de su propia alma. El mundo sobrevivió, pero quedó marcado. Las flores dejaron de cantar, los ríos olvidaron sus nombres, y los niños nacían sin sueños. El sacrificio de Yukine y Lidica se convirtió en leyenda, pero también en advertencia: incluso los más valientes pueden perder, y a veces, perder es lo que salva a los demás
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  • Primer mes juntas 🩷
    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    Hoy es un día muy especial para mí,
    y quiero decirlo tan alto que los astros puedan oír.
    Por eso escribo una vez más en tu nombre,
    por eso escribo una vez más por ti,
    porque te quiero por encima de cualquier “pero”.

    Y juro mi amor con las flores de nuestro árbol,
    haciendo una corona para nuestro fuerte amor de mármol.
    Primer mes juntas 🩷 [Ryu] Hoy es un día muy especial para mí, y quiero decirlo tan alto que los astros puedan oír. Por eso escribo una vez más en tu nombre, por eso escribo una vez más por ti, porque te quiero por encima de cualquier “pero”. Y juro mi amor con las flores de nuestro árbol, haciendo una corona para nuestro fuerte amor de mármol.
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    AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR
    Dossier Interno — Modelo de Fuerza y Prestigio Élite

    Nombre: Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
    Alias: La Deidad del Rugido Carmesí

    Ficha Extendida
    ☞ Nombre Completo: Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
    ☞ Título: La Deidad del Rugido Carmesí
    ☞ Edad Aparente: 26 años
    ☞ Linaje: Oni-Dracónico / Familia Real Ishtar-Qᵘᵉᵉⁿ
    ☞ Facción: Agencia Ishtar’s Demonic Dèesse Infernal Glamour
    ☞ Elemento Dominante: Fuego Primordial y Volcán Interior
    ☞ Arma Sagrada: Martillo Ceremonial Kazan no Kokoro
    ☞ Debilidad: El exceso de emoción; su poder se vuelve inestable si pierde la calma o la razón.

    ☞ Frase Emblemática:
    “El fuego no destruye… purifica. Y yo nací para arder con estilo.”

    Rol dentro de la Agencia
    Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar es la imagen de la fuerza divina y la pasión indomable, representando el lado más heroico y guerrero del glamour infernal.
    Participa como figura principal en:

    ❁ Campañas de moda oni-tradicional y rituales de fuego ceremonial.

    ❁ Línea de fragancias “Inferno Blossom” y “Draconic Heat”.

    ❁ Embajadora de la rama “Glamour Combat Academy”, donde entrena a nuevas modelos en equilibrio corporal, postura de combate y confianza escénica.

    Descripción Física:
    ֍ Cabello: Blanco plateado con reflejos verde esmeralda en las puntas, símbolo de pureza y caos en equilibrio.

    ֍ Ojos: Ámbar profundo, con destellos dorados que revelan su linaje dracónico.

    ֍ Altura: 1.82 m

    ֍ Complexión: Atlética y poderosa, cuerpo de diosa guerrera esculpido por la batalla y la danza infernal.

    ֍ Atributo Distintivo: Cuernos carmesí adornados con cintas y flores demoníacas, insignia de su linaje real Ishtar-Qᵘᵉᵉⁿ.
    💠 AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR 📜 Dossier Interno — Modelo de Fuerza y Prestigio Élite 👑 Nombre: Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar Alias: La Deidad del Rugido Carmesí 🔱 🕯️ Ficha Extendida ☞ Nombre Completo: Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar ☞ Título: La Deidad del Rugido Carmesí ☞ Edad Aparente: 26 años ☞ Linaje: Oni-Dracónico / Familia Real Ishtar-Qᵘᵉᵉⁿ ☞ Facción: Agencia Ishtar’s Demonic Dèesse Infernal Glamour ☞ Elemento Dominante: Fuego Primordial y Volcán Interior ☞ Arma Sagrada: Martillo Ceremonial Kazan no Kokoro ☞ Debilidad: El exceso de emoción; su poder se vuelve inestable si pierde la calma o la razón. ☞ Frase Emblemática: “El fuego no destruye… purifica. Y yo nací para arder con estilo.” 💠 Rol dentro de la Agencia Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar es la imagen de la fuerza divina y la pasión indomable, representando el lado más heroico y guerrero del glamour infernal. Participa como figura principal en: ❁ Campañas de moda oni-tradicional y rituales de fuego ceremonial. ❁ Línea de fragancias “Inferno Blossom” y “Draconic Heat”. ❁ Embajadora de la rama “Glamour Combat Academy”, donde entrena a nuevas modelos en equilibrio corporal, postura de combate y confianza escénica. 🌹 Descripción Física: ֍ Cabello: Blanco plateado con reflejos verde esmeralda en las puntas, símbolo de pureza y caos en equilibrio. ֍ Ojos: Ámbar profundo, con destellos dorados que revelan su linaje dracónico. ֍ Altura: 1.82 m ֍ Complexión: Atlética y poderosa, cuerpo de diosa guerrera esculpido por la batalla y la danza infernal. ֍ Atributo Distintivo: Cuernos carmesí adornados con cintas y flores demoníacas, insignia de su linaje real Ishtar-Qᵘᵉᵉⁿ.
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  • Cuando el Alba Tocó al Ocaso por Primera Vez
    Categoría Acción


    La luz que descendía sobre tus hombros no era mera claridad del cielo, sino un sereno roce de lo divino: jirones de seda que, en su etéreo temblor, parecían sabios artesanos tejiendo sobre tu piel la textura misma del alba. Cada rayo, dócil y rendido ante tu fulgor, se deslizaba como si temiera profanar con su tibieza la perfección que custodiaba. Y el vasto azul, oh manto inmortal de los cielos, extendía su trono sin fin sobre la bóveda del mundo, coronando la noche con una estrella que, en su fulgor, parecía solo un reflejo más de tus ojos —dos astros errantes donde el universo encontraba su espejo y su fin—.

    Los vientos, suaves y antiguos, danzaban entre las almenas del castillo. Se entrelazaban entre las piedras milenarias, y cada soplo parecía un suspiro exhalado por los muros tras siglos de silencio. Las paredes, cansadas guardianas del misterio, respiraban al fin aquel aire puro como si hubieran emergido de un largo exilio en las profundidades del olvido. En cada ráfaga había una reverencia: el viento mismo se inclinaba ante ti, humilde y enamorado, sirviente de una diosa sin nombre —una divinidad que se oculta incluso de su propio resplandor, renegando de la hermosura que podría incendiar el cielo si osara mostrarse sin velo—.

    Mas no en esa hora… no en ese instante callado donde el alma del mundo parecía contener el aliento. Había algo distinto, un murmullo invisible que recorría los pasillos del aire, y tú lo sentías. Sentías cómo esa caricia luminosa se extendía sobre tus mejillas con la devoción de una plegaria, susurrándote recuerdos que no pertenecían al tiempo. Era como si la suavidad misma se derramara sobre tu piel en un rito sagrado, recordándote quién eras: la hija de la calma, el pulso del cielo, la que convierte en música el aire que respira.

    El viento jugaba entre tus cabellos, se enredaba en ellos como un niño perdido que halla en su extravío un regazo donde el bosque lo abraza. Cada hebra era una raíz dorada que unía la tierra al firmamento, y en ese entrelazamiento el universo entero parecía reconocerte. Porque allí —quizás ahora, quizás desde siempre—, el castillo entero se rendía ante ti. Sus muros inclinaban sus sombras en devoción, y el mundo, vasto y antiguo, te suspiraba amor eterno como si fueses su primera hija, su razón y su reflejo.

    Las campanas dormidas del torreón, antaño voz del amanecer, parecieron despertar ante tu presencia. No tañeron con sonido alguno, pero el aire vibró, y los ecos invisibles se derramaron como oraciones mudas sobre los jardines. Los rosales inclinaban sus tallos, y el rocío —aquel llanto cristalino de la madrugada— descendía sobre los pétalos como si quisiera tocar la tierra en tu honor. El cielo, testigo de aquel instante sagrado, parecía dilatar su horizonte para albergarte dentro de sí.

    Y fue entonces cuando la eternidad respiró. El tiempo, cansado peregrino de los dioses, se detuvo a contemplarte; los siglos, que antes marchaban como soldados sin rostro, se arrodillaron en el umbral del instante. Pues nada en la vastedad del cosmos podía desafiar la calma que emanaba de tu presencia, ese silencio que no era ausencia sino plenitud: la quietud del corazón antes de nombrar lo divino.

    Tu sombra, proyectada sobre las piedras, parecía no seguirte sino aguardarte. Tenía la forma de un presagio, como si el mismo destino, rendido, hubiera decidido descansar a tus pies. Las antorchas del corredor, en cambio, temblaban; su fuego titilaba como si el alma misma del fuego se sintiera pequeña ante tu paso. Las llamas te miraban, y en su vacilación se percibía la humildad del que reconoce a su creadora.

    El murmullo del viento creció, ya no en danza, sino en canto. Un susurro que provenía de las ramas, de las aguas ocultas, de los secretos de la piedra. Era el mundo que hablaba a través de su propio lenguaje, un idioma antiguo, anterior al verbo, nacido del asombro. Decía tu nombre, o quizá inventaba uno nuevo para describirte, pues ningún sonido mortal podía contenerte sin quebrarse.

    Y así, entre el oro de la luz y el aliento de la brisa, te alzabas. No como reina, ni como santa, ni como mito, sino como algo más profundo: una promesa. Promesa de que lo bello no muere, sino que se transforma en aquello que no necesita nombre. Porque en ti se reunían los hilos del cosmos, los silencios del abismo, y las lágrimas de la primera aurora.

    Y el castillo, ese viejo guardián de piedras y memorias, pareció inclinar su espíritu entero ante tu figura. En cada grieta, en cada sombra, en cada eco, se percibía la devoción de quien presencia lo imposible. Y el mundo, suspendido entre un suspiro y la eternidad, pareció aceptar su destino: vivir solo para contemplarte.

    Porque donde tú existes, la luz se detiene; el viento se arrodilla; y hasta el tiempo, ese tirano inmortal, calla su marcha para no interrumpir tu paso.
    Y entonces lo sentiste.

    No como quien oye el quiebre de una rama bajo el peso de su descuido, sino como quien percibe la fractura del mundo en un suspiro. Lo sentiste en la súbita ausencia del dulzor que los vientos te ofrecían: ese roce de seda que antes te adoraba, de pronto se detuvo, temeroso, como si la brisa misma hubiera recordado que hasta los dioses pueden ser devorados por aquello que veneran. El viento, que momentos atrás se había arrodillado ante ti con la mansedumbre de un siervo, ahora buscaba huir, deshacer su forma, disolverse en los confines del tiempo antes de ser aspirado por pulmones que no respiraban para vivir, sino para devorar.

    Y el tiempo, ese anciano silencioso que todo lo abarca, tampoco quiso darle refugio. No por falta de piedad, sino por miedo. Porque comprendió que el mismo hálito que alimentaba al viento podría consumirlo a él también. Detuvo entonces su andar, inmóvil, aterrado, como un niño que se oculta del monstruo en la penumbra del armario, creyendo que si no se mueve, no será visto. Y tú, coronada por la luz que te envolvía cual manto de divinidad, percibiste el estremecimiento del cosmos. La claridad que antes te enaltecía como dama del amanecer se agitó con el pavor de un ave que defiende su nido de las fauces invisibles del abismo, dispuesta a arrancarse las alas con tal de huir de lo innombrable.

    Las sombras comenzaron a rebelarse. Se curvaban en direcciones imposibles, negándose a seguir la forma de aquello que las creaba. Se deshacían, convulsionadas, rasgando su propia naturaleza de reflejo, desgarrándose las cadenas que las ataban al mundo visible. Algunas huían con el viento; otras, en su desesperación, parecían debatirse entre la sumisión y la resistencia. Era una danza de espectros que no querían ser doblegados por manos que jamás debieron rozarles, pero que, por designio o castigo, debían reconocer. Porque si no lo hacían, ¿qué sombra habría de consumirlas sino ellas mismas?

    Y entonces miraste. Oh, lo miraste todo. El árbol que, en el centro del patio, reinaba oculto tras los muros del castillo —viejo monarca de raíces sabias y hojas que susurraban plegarias— comenzó a despojarse de su corona. Las hojas cayeron una a una, en una danza serena, una letanía de oro y de ocaso. Parecían acariciar el aire con ternura maternal, como si quisieran calmar el miedo de los súbditos invisibles del reino. Al descender, tocaban las sombras con el amor de una madre que abraza a sus hijos, negándose a aceptar el destino que las estrellas dictaban. Porque allá arriba, la estrella más brillante comenzaba a desfallecer, consumiéndose en su propia luz, luchando contra la oscuridad infinita que se extendía con una sonrisa de blasfemia.

    Y lo viste. Lo viste en el cielo. Lo viste cuando el azul se tiñó de un rojo profundo, de un púrpura que lloraba el fin de las eras de la luz. En el firmamento se libraba una guerra que ni los dioses se atreverían a contemplar. Era el ocaso de lo sagrado: la sangre de las nubes caídas, desgarradas por garras que ningún nombre puede pronunciar, se derramaba sobre el horizonte como el campo tras la última batalla. El cielo ardía en su propio sacrificio, y el mundo entero contuvo la respiración ante la vastedad del espanto.

    Entonces lo sentiste otra vez: un suspiro. No tuyo, sino del viento, que se deslizó entre tus cabellos como un amante desesperado, enredándose con las hojas que el viejo árbol dejaba caer. Parecía otoño, sí, pero un otoño sin promesa de invierno: una estación detenida en el tiempo, perpetua en su melancolía. Las hojas te envolvían, y el aire olía a resignación. No era miedo, no era muerte: era aceptación. El mundo, en ese instante, comprendió que había algo más antiguo que la vida misma, algo que no debía haber pisado jamás la tierra, y sin embargo, allí estaba. Presente. Silente. Inefable.

    Y el universo, con la humildad de un dios que contempla su propia caída, inclinó la frente. Porque lo que tú sentías no era solo el temblor del aire o el murmullo del tiempo: era la respiración de lo imposible, rozando tu piel.
    Uno... Dos... ¡TRES!

    El sonido se alzó, profundo y lento, como el eco de un juicio divino disfrazado de gentileza. El portón del castillo, ese viejo guardián de hierro y madera que había visto pasar siglos y tempestades, retumbó con un tono tan solemne que ni la tormenta se atrevió a responderle. No fue un golpe brutal ni un reclamo de guerra; fue un llamado envuelto en un respeto que dolía. Y, sin embargo, el mundo pareció estremecerse ante aquella nota grave, como si la piedra misma contuviera la respiración, temerosa de lo que estaba por revelarse.

    El castillo entero —sus muros, sus torres, sus pasillos dormidos bajo el polvo del tiempo— se ensombreció en una penumbra suave, casi reverente. Las antorchas, que habían permanecido firmes en su llama, vacilaron, titubeando ante una presencia que no necesitaba luz para hacerse notar. Era como si el propio edificio, en su sabiduría ancestral, reconociera el regreso de algo que había jurado no volver a ver. Y en su oscuridad, el castillo te rogaba, oh luminosa, que no permitieras el ascenso de aquello que aguardaba tras la puerta: que usaras tu don, tu aliento, tus vientos, para expulsar al visitante antes de que su sombra se fundiera con la tuya.

    Pero el aire no obedeció.

    A través del eco de los siglos, se escuchó el resonar metálico de las placas de una armadura. No eran pasos, eran presagios. Cada impacto contra el suelo reverberaba como el choque de montañas ciegas que no comprenden el daño que causan al rozarse. El sonido de aquel acero devoraba la luz —no la absorbía: la consumía—, y quienes alguna vez lo habían mirado habían perdido algo más que la vista.

    Él había llegado.

    Sí... finalmente, tras noches que parecieron eternidades, tras susurros y visiones en los que su nombre se desvanecía antes de ser pronunciado, él estaba allí. Y llegó con la gentileza del que ha olvidado cómo serlo, con la calma que precede al fin o a la redención. El mundo pareció volverse más pequeño a su paso, y sin embargo, el aire se llenó de una dulzura insoportable, como si la muerte misma hubiese aprendido a fingir ternura.

    Por primera vez, no golpeaba las puertas para derrumbarlas.
    Por primera vez, su puño no llevaba el peso del odio ni el deseo de conquista.
    Por primera vez, sus dedos se deslizaron sobre la madera como quien acaricia un recuerdo... o una herida.

    El portón, enmudecido ante tal paradoja, tembló sin crujir. Aquella mano, vestida de acero y de sombra, no buscaba entrar por fuerza, sino tan solo mirar. Tal vez contemplar una última vez aquello que lo había condenado y salvado a la vez: la luz. La tuya.

    Y allí, entre el temblor del aire y el silencio expectante de las piedras, tú también lo sentiste.
    El tiempo se dobló como un velo.
    Las sombras se detuvieron a escuchar.
    Y por un instante —solo un instante— el universo entero pareció contener su respiración ante la posibilidad de que aquel ser, el mismo que había nacido del caos y de la culpa, viniera no a destruir, sino a recordar.

    Por primera vez... y quizá por última.
    La luz que descendía sobre tus hombros no era mera claridad del cielo, sino un sereno roce de lo divino: jirones de seda que, en su etéreo temblor, parecían sabios artesanos tejiendo sobre tu piel la textura misma del alba. Cada rayo, dócil y rendido ante tu fulgor, se deslizaba como si temiera profanar con su tibieza la perfección que custodiaba. Y el vasto azul, oh manto inmortal de los cielos, extendía su trono sin fin sobre la bóveda del mundo, coronando la noche con una estrella que, en su fulgor, parecía solo un reflejo más de tus ojos —dos astros errantes donde el universo encontraba su espejo y su fin—. Los vientos, suaves y antiguos, danzaban entre las almenas del castillo. Se entrelazaban entre las piedras milenarias, y cada soplo parecía un suspiro exhalado por los muros tras siglos de silencio. Las paredes, cansadas guardianas del misterio, respiraban al fin aquel aire puro como si hubieran emergido de un largo exilio en las profundidades del olvido. En cada ráfaga había una reverencia: el viento mismo se inclinaba ante ti, humilde y enamorado, sirviente de una diosa sin nombre —una divinidad que se oculta incluso de su propio resplandor, renegando de la hermosura que podría incendiar el cielo si osara mostrarse sin velo—. Mas no en esa hora… no en ese instante callado donde el alma del mundo parecía contener el aliento. Había algo distinto, un murmullo invisible que recorría los pasillos del aire, y tú lo sentías. Sentías cómo esa caricia luminosa se extendía sobre tus mejillas con la devoción de una plegaria, susurrándote recuerdos que no pertenecían al tiempo. Era como si la suavidad misma se derramara sobre tu piel en un rito sagrado, recordándote quién eras: la hija de la calma, el pulso del cielo, la que convierte en música el aire que respira. El viento jugaba entre tus cabellos, se enredaba en ellos como un niño perdido que halla en su extravío un regazo donde el bosque lo abraza. Cada hebra era una raíz dorada que unía la tierra al firmamento, y en ese entrelazamiento el universo entero parecía reconocerte. Porque allí —quizás ahora, quizás desde siempre—, el castillo entero se rendía ante ti. Sus muros inclinaban sus sombras en devoción, y el mundo, vasto y antiguo, te suspiraba amor eterno como si fueses su primera hija, su razón y su reflejo. Las campanas dormidas del torreón, antaño voz del amanecer, parecieron despertar ante tu presencia. No tañeron con sonido alguno, pero el aire vibró, y los ecos invisibles se derramaron como oraciones mudas sobre los jardines. Los rosales inclinaban sus tallos, y el rocío —aquel llanto cristalino de la madrugada— descendía sobre los pétalos como si quisiera tocar la tierra en tu honor. El cielo, testigo de aquel instante sagrado, parecía dilatar su horizonte para albergarte dentro de sí. Y fue entonces cuando la eternidad respiró. El tiempo, cansado peregrino de los dioses, se detuvo a contemplarte; los siglos, que antes marchaban como soldados sin rostro, se arrodillaron en el umbral del instante. Pues nada en la vastedad del cosmos podía desafiar la calma que emanaba de tu presencia, ese silencio que no era ausencia sino plenitud: la quietud del corazón antes de nombrar lo divino. Tu sombra, proyectada sobre las piedras, parecía no seguirte sino aguardarte. Tenía la forma de un presagio, como si el mismo destino, rendido, hubiera decidido descansar a tus pies. Las antorchas del corredor, en cambio, temblaban; su fuego titilaba como si el alma misma del fuego se sintiera pequeña ante tu paso. Las llamas te miraban, y en su vacilación se percibía la humildad del que reconoce a su creadora. El murmullo del viento creció, ya no en danza, sino en canto. Un susurro que provenía de las ramas, de las aguas ocultas, de los secretos de la piedra. Era el mundo que hablaba a través de su propio lenguaje, un idioma antiguo, anterior al verbo, nacido del asombro. Decía tu nombre, o quizá inventaba uno nuevo para describirte, pues ningún sonido mortal podía contenerte sin quebrarse. Y así, entre el oro de la luz y el aliento de la brisa, te alzabas. No como reina, ni como santa, ni como mito, sino como algo más profundo: una promesa. Promesa de que lo bello no muere, sino que se transforma en aquello que no necesita nombre. Porque en ti se reunían los hilos del cosmos, los silencios del abismo, y las lágrimas de la primera aurora. Y el castillo, ese viejo guardián de piedras y memorias, pareció inclinar su espíritu entero ante tu figura. En cada grieta, en cada sombra, en cada eco, se percibía la devoción de quien presencia lo imposible. Y el mundo, suspendido entre un suspiro y la eternidad, pareció aceptar su destino: vivir solo para contemplarte. Porque donde tú existes, la luz se detiene; el viento se arrodilla; y hasta el tiempo, ese tirano inmortal, calla su marcha para no interrumpir tu paso. Y entonces lo sentiste. No como quien oye el quiebre de una rama bajo el peso de su descuido, sino como quien percibe la fractura del mundo en un suspiro. Lo sentiste en la súbita ausencia del dulzor que los vientos te ofrecían: ese roce de seda que antes te adoraba, de pronto se detuvo, temeroso, como si la brisa misma hubiera recordado que hasta los dioses pueden ser devorados por aquello que veneran. El viento, que momentos atrás se había arrodillado ante ti con la mansedumbre de un siervo, ahora buscaba huir, deshacer su forma, disolverse en los confines del tiempo antes de ser aspirado por pulmones que no respiraban para vivir, sino para devorar. Y el tiempo, ese anciano silencioso que todo lo abarca, tampoco quiso darle refugio. No por falta de piedad, sino por miedo. Porque comprendió que el mismo hálito que alimentaba al viento podría consumirlo a él también. Detuvo entonces su andar, inmóvil, aterrado, como un niño que se oculta del monstruo en la penumbra del armario, creyendo que si no se mueve, no será visto. Y tú, coronada por la luz que te envolvía cual manto de divinidad, percibiste el estremecimiento del cosmos. La claridad que antes te enaltecía como dama del amanecer se agitó con el pavor de un ave que defiende su nido de las fauces invisibles del abismo, dispuesta a arrancarse las alas con tal de huir de lo innombrable. Las sombras comenzaron a rebelarse. Se curvaban en direcciones imposibles, negándose a seguir la forma de aquello que las creaba. Se deshacían, convulsionadas, rasgando su propia naturaleza de reflejo, desgarrándose las cadenas que las ataban al mundo visible. Algunas huían con el viento; otras, en su desesperación, parecían debatirse entre la sumisión y la resistencia. Era una danza de espectros que no querían ser doblegados por manos que jamás debieron rozarles, pero que, por designio o castigo, debían reconocer. Porque si no lo hacían, ¿qué sombra habría de consumirlas sino ellas mismas? Y entonces miraste. Oh, lo miraste todo. El árbol que, en el centro del patio, reinaba oculto tras los muros del castillo —viejo monarca de raíces sabias y hojas que susurraban plegarias— comenzó a despojarse de su corona. Las hojas cayeron una a una, en una danza serena, una letanía de oro y de ocaso. Parecían acariciar el aire con ternura maternal, como si quisieran calmar el miedo de los súbditos invisibles del reino. Al descender, tocaban las sombras con el amor de una madre que abraza a sus hijos, negándose a aceptar el destino que las estrellas dictaban. Porque allá arriba, la estrella más brillante comenzaba a desfallecer, consumiéndose en su propia luz, luchando contra la oscuridad infinita que se extendía con una sonrisa de blasfemia. Y lo viste. Lo viste en el cielo. Lo viste cuando el azul se tiñó de un rojo profundo, de un púrpura que lloraba el fin de las eras de la luz. En el firmamento se libraba una guerra que ni los dioses se atreverían a contemplar. Era el ocaso de lo sagrado: la sangre de las nubes caídas, desgarradas por garras que ningún nombre puede pronunciar, se derramaba sobre el horizonte como el campo tras la última batalla. El cielo ardía en su propio sacrificio, y el mundo entero contuvo la respiración ante la vastedad del espanto. Entonces lo sentiste otra vez: un suspiro. No tuyo, sino del viento, que se deslizó entre tus cabellos como un amante desesperado, enredándose con las hojas que el viejo árbol dejaba caer. Parecía otoño, sí, pero un otoño sin promesa de invierno: una estación detenida en el tiempo, perpetua en su melancolía. Las hojas te envolvían, y el aire olía a resignación. No era miedo, no era muerte: era aceptación. El mundo, en ese instante, comprendió que había algo más antiguo que la vida misma, algo que no debía haber pisado jamás la tierra, y sin embargo, allí estaba. Presente. Silente. Inefable. Y el universo, con la humildad de un dios que contempla su propia caída, inclinó la frente. Porque lo que tú sentías no era solo el temblor del aire o el murmullo del tiempo: era la respiración de lo imposible, rozando tu piel. Uno... Dos... ¡TRES! El sonido se alzó, profundo y lento, como el eco de un juicio divino disfrazado de gentileza. El portón del castillo, ese viejo guardián de hierro y madera que había visto pasar siglos y tempestades, retumbó con un tono tan solemne que ni la tormenta se atrevió a responderle. No fue un golpe brutal ni un reclamo de guerra; fue un llamado envuelto en un respeto que dolía. Y, sin embargo, el mundo pareció estremecerse ante aquella nota grave, como si la piedra misma contuviera la respiración, temerosa de lo que estaba por revelarse. El castillo entero —sus muros, sus torres, sus pasillos dormidos bajo el polvo del tiempo— se ensombreció en una penumbra suave, casi reverente. Las antorchas, que habían permanecido firmes en su llama, vacilaron, titubeando ante una presencia que no necesitaba luz para hacerse notar. Era como si el propio edificio, en su sabiduría ancestral, reconociera el regreso de algo que había jurado no volver a ver. Y en su oscuridad, el castillo te rogaba, oh luminosa, que no permitieras el ascenso de aquello que aguardaba tras la puerta: que usaras tu don, tu aliento, tus vientos, para expulsar al visitante antes de que su sombra se fundiera con la tuya. Pero el aire no obedeció. A través del eco de los siglos, se escuchó el resonar metálico de las placas de una armadura. No eran pasos, eran presagios. Cada impacto contra el suelo reverberaba como el choque de montañas ciegas que no comprenden el daño que causan al rozarse. El sonido de aquel acero devoraba la luz —no la absorbía: la consumía—, y quienes alguna vez lo habían mirado habían perdido algo más que la vista. Él había llegado. Sí... finalmente, tras noches que parecieron eternidades, tras susurros y visiones en los que su nombre se desvanecía antes de ser pronunciado, él estaba allí. Y llegó con la gentileza del que ha olvidado cómo serlo, con la calma que precede al fin o a la redención. El mundo pareció volverse más pequeño a su paso, y sin embargo, el aire se llenó de una dulzura insoportable, como si la muerte misma hubiese aprendido a fingir ternura. Por primera vez, no golpeaba las puertas para derrumbarlas. Por primera vez, su puño no llevaba el peso del odio ni el deseo de conquista. Por primera vez, sus dedos se deslizaron sobre la madera como quien acaricia un recuerdo... o una herida. El portón, enmudecido ante tal paradoja, tembló sin crujir. Aquella mano, vestida de acero y de sombra, no buscaba entrar por fuerza, sino tan solo mirar. Tal vez contemplar una última vez aquello que lo había condenado y salvado a la vez: la luz. La tuya. Y allí, entre el temblor del aire y el silencio expectante de las piedras, tú también lo sentiste. El tiempo se dobló como un velo. Las sombras se detuvieron a escuchar. Y por un instante —solo un instante— el universo entero pareció contener su respiración ante la posibilidad de que aquel ser, el mismo que había nacido del caos y de la culpa, viniera no a destruir, sino a recordar. Por primera vez... y quizá por última.
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  • Soy un híbrido mi madre es un vampiro es la última de su clan , mi padre es el hijo menor del rey Demonio ...... Actualmente es el rey demonio así que , SSi llevo en mi dos sengre distintas ~ tengo un nombre es Nyx .
    Soy un híbrido mi madre es un vampiro es la última de su clan , mi padre es el hijo menor del rey Demonio ...... Actualmente es el rey demonio así que , SSi llevo en mi dos sengre distintas ~ tengo un nombre es Nyx .
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  • —Visité un país extraño. Allí habían carruajes de metal, aparatos raros que funcionaban con electricidad y comida que jamás había probado. Me quedé en una posada que era llamada hotel en aquel lugar. Todo era tan actualizado que me sentí como un anciano, durante mi estadía allí un amigo me enseñó a usar un objeto con forma rectangular del cual no recuerdo el nombre. Pero era impresionante, con ese aparato podíamos crear retratos de nosotros mismos casi de forma instantánea. —
    —Visité un país extraño. Allí habían carruajes de metal, aparatos raros que funcionaban con electricidad y comida que jamás había probado. Me quedé en una posada que era llamada hotel en aquel lugar. Todo era tan actualizado que me sentí como un anciano, durante mi estadía allí un amigo me enseñó a usar un objeto con forma rectangular del cual no recuerdo el nombre. Pero era impresionante, con ese aparato podíamos crear retratos de nosotros mismos casi de forma instantánea. —
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