El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura.
Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse.
Hasta entonces, no podía permanecer al mando.
Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo.
Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable.
Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya.
Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción.
No eran dos.
Nunca lo habían sido.

"Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella."

El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena.
Allí estaba Caceus Mori.
Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata.

—No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra.

La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien.
Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad.
—¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad.
—Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial.
Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella.
Aquello fue… irritante.

—¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía.

Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta.

—Bah… estupideces... Bobadas...

Pero el cuerpo no mentía.
Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche.

—Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare.
Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos.
Veythra lo miró con seriedad absoluta.

—¿Tú quieres morir?
Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó.
La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen.

Veythra bebió del caldo.
Sus ojos se entrecerraron.
—…No está mal.
Luego sonrió.
—Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos.

Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte.

—Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel.
Veythra lo miró por última vez.
—Tú no sabes lo que es cruel.
Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más.

El portal comenzó a cerrarse.
Veythra ya no estaba.
Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer.
Vacío.
La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido.

—No está… —susurró.
Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo.

Caceus Mori
El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura. Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse. Hasta entonces, no podía permanecer al mando. Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo. Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable. Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya. Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción. No eran dos. Nunca lo habían sido. "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella." El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena. Allí estaba Caceus Mori. Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata. —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra. La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien. Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad. —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad. —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial. Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella. Aquello fue… irritante. —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía. Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta. —Bah… estupideces... Bobadas... Pero el cuerpo no mentía. Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche. —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare. Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos. Veythra lo miró con seriedad absoluta. —¿Tú quieres morir? Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó. La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen. Veythra bebió del caldo. Sus ojos se entrecerraron. —…No está mal. Luego sonrió. —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos. Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte. —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel. Veythra lo miró por última vez. —Tú no sabes lo que es cruel. Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más. El portal comenzó a cerrarse. Veythra ya no estaba. Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer. Vacío. La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido. —No está… —susurró. Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo. [tempest_platinum_tiger_912]
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