• "Todos somos monstruos aquí..."
    Fandom The Walking Dead
    Categoría Drama
    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ∽『𝗦𝗧𝗔𝗥𝗧𝗘𝗥』∽
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ Negan Smith



    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤNo hubiera dado ni un dólar por la probabilidad de volver a encontrarse con Rick, Daryl o Maggie. Cuando el Gobernador llegó a la prisión pensó que todo su mundo se iba al infierno, que tenía que volver a empezar. Y, en ese momento, totalmente sola. Pero el destino era azaroso y, cuando después de casi dos años había vuelto a escuchar la moto de Daryl, la cual la llevó de regreso con las personas que mejor conocía en el mundo, decidió que no desaprovecharía aquella oportunidad. Volver con el grupo de la prisión había sido como volver a casa… La sensación de inquietud y de miedo se había disipado en cuanto volvio a abrazar a Michonne, a Rick o a Maggie… Incluso fue bien recibida por amigos que el grupo había hecho en el camino hasta llegar a Washington. Nombres como Rosita, Eugene, Tara, Aaron o Gabriel ahora eran tan conocidos para ella como el suyo propio.

    Alexandria era grande y estaba repleta de personas e historias. Y todas ellas le fueron reveladas. Algunas en detalle. Otras no tanto…

    -¿Dónde esta Carl? -le preguntó a Rick la misma noche que llegó. Sabia cual era la respuesta, pero necesitaba confirmarlo.

    -Carl… -parecía que al líder de Alexandria le costaba trabajo pronunciar aquel nombre. Sus manos unidas una contra la otra frotaron sus palmas de forma algo nerviosa mientras tambien trataba de contener un nervioso tic en la pierna- Él murió…- resolvió el ex – sheriff- Murió por salvar a alguien. A Siddiq…


    Becca asintió, había podido entender que el tal Siddiq era el medico en la comunidad.

    “¿Dónde está Carol?”

    “Vive en El Reino..:”

    Y aquella respuesta parecía sencilla pero escondía un mundo expandido mucho más grande de lo que Becca se imaginaba. Sus amigos habían prosperado en Alexandria y habían abierto horizontes. Ahora hermanados con comunidades como Hilltop o El Reino. Todo aprecia más grande, pero la sensación que Becca tuvo era que todo se hacia mas pequeño. Todos estaban tan… lejos…

    Y se hizo mucho más pequeña el día que Rick murió.

    Y terminó de estrecharse aun más cuando Michonne decidió cerrar las puertas de Alexandria a forasteros y amigos después del “problema de Jocelyn”.

    Aun asi… la vida en Alexandria continuó.

    >> Habían pasado cuatro años desde que Becca llegase a aquella comunidad y ahora había dejado de ser la extraña, la forastera. Conocía a las personas que vivían allí. Sus historias. Sus batallas. Absolutamente a todos ellos. Salvo a una persona… Negan. Había escuchado ese nombre varias veces a lo largo de los años. Al principio como si mentaran al demonio, años después parecía solo un eco, un apunte a pie de página. Pero, a pesar de eso, a Becca le estaba terminantemente prohibido acercarse a la celda donde mantenían encerrado al líder del grupo que había propiciado la ultima guerra de las comunidades.

    Negan tenía un estricto y reducido horario de visitas. Tan reducido que solamente Gabriel y Michonne tenían permiso para bajar a aquella oscura celda. Pero la curiosidad podía con Becca y siempre que pasaba por delante de la casa donde Michonne vivía, echaba un rapido vistazo despreocupado al pequeño ventanuco del sótano desde donde alguna vez había logrado atisbar al reo, aunque nunca con demasiada claridad.

    >> Aquella mañana, Becca regresaba de casa de Aaron. Entre sus obligaciones como segundo medico de Alejandría (puesto que le habían asignado hace años cuando llegó) residía la de hacer el seguimiento de enfermos y pacientes en sus casas. Gracie, la hija de Aaron, llevaba unos dias enferma y Becca había pasado tan solo para hacer el seguimiento del estado de la niña. No tenia fiebre y las hierbas que le daban ayudaban bastante a que la tos remitiese poco a poco. Según su diagnóstico, en pocos dias estaría perfectamente recuperada.

    Regresó a la casa que hacía de enfermería y entró con su aire optimista de siempre, saludando a los escasos enfermos que Siddiq había considerado dejar en observación. Pero cuando entró encontró algunas caras largas.

    Rosita estaba cruzada de brazos, con aspecto cabreado. Eugene permanecía de brazos cruzados pero podía distinguirse manchas de sangre provocadas por roce con una herida. Y Siddiq tapaba la hemorragia nasal de un hombre llamado Paul Andrews.

    -Caramba. ¿Qué ha pasado? -preguntó Becca dejando su bolsa sobre una mesita auxiliar.

    Rosita chasqueó la lengua.

    -Le he dado un puñetazo.

    Becca abrió sus ojos con sorpresa, sin entender qué estaba ocurriendo allí. Pero Siddiq se apresuró a explicarle la situación.

    -Paul ha robado las llaves de la celda de Negan y… se ha tomado la justicia por su mano…- explicó- Eugene y Rosita han escuchado el estruendo y han bajado a ver qué ocurría.

    -Valeeee… -comentó Becca con cierto aire de duda, porque aun no entendía qué era lo que estaba pasando.

    -Algunas personas no pueden pasar página con lo que Negan hizo. Paul es uno de ellos. Ha golpeado a Negan y…

    Becca parpadeó alucinada.

    -¿Él está bien? ¿Lo sabe Michonne? -preguntó.

    Siddiq asintió lentamente.

    -Sí, está pensando en qué hacer con Paul… pero Negan… Está bastante magullado… Bastante herido. Paul se ha resistido y Rosita lo ha reducido rompiéndole la nariz.

    Becca miró a la interpelada, quien se encogió de hombros.

    -De acuerdo… ¿Puedo ayudar en algo? -preguntó ella.

    Siddiq asintió.

    -De hecho… Sí…- alargó una mano y señaló la sala- Yo estoy hasta arriba aquí… ¿Puedes tomar una bolsa con un botiquín y unas vendas de compresión y bajar a curar a Negan?

    Becca parpadeó alucinada.

    -Perdona… ¿Me estás diciendo que alguien ha dado una paliza a Negan y te estás ocupando primero del agresor? -preguntó Becca, sintiendo que la habían sacado de su propia realidad- Por dios, Siddiq. ¿Lo habéis dejado en la celda? ¿Por qué no lo traéis a una habitación?

    Rosita se adelantó.

    -Porque no es de fiar. Nadie quiere tenerlo cerca. No vamos a sacarlo de ahí.

    Becca la enfrentó.

    -Es una persona. Y le han pegado una paliza -señaló a Paul con un desaire de su mano diestra.

    Después bufó y se giró para tomar su bolsa y encaminarse al armario para coger vendas, gasas, alcohol, puntos de papel… es decir, todo lo que fuera necesario para curar al herido de la celda. Por supuesto tomó vendas de compresión y el anticuado ecógrafo a pilas que Eugene había arreglado.

    Se colocó delante de Rosita y extendió una mano pidiendo silenciosamente las llaves.

    >> El chasquido de la segunda puerta resonó con una especie de eco escalofriante. Joder, ¿estaba sugestionándose demasiado con respecto a la macabra leyenda de Negan? ¿O es que acaso realmente el tipo era tan demoniaco como todos decían? Estaba a un paso de averiguarlo, desde luego.

    El suelo de cemento amortiguó ligeramente sus pasos pero, daba igual, la puerta de acceso a la prisión ya había delatado su presencia. Anduvo un par de pasos por el suelo de cemento, mientras su mirada se fijaba en cada centímetro de aquella celda. Desde luego nada tenia que ver con las casas de ahí arriba. Ni siquiera con los sótanos de otras de las casas… Aquel lugar era gris y algo más frio de lo que uno puede esperar del verano en Virginia.

    Una enorme reja de hierro forjado atravesaba la estancia de una punta a otra, dejando un pasillo para los visitantes. Y dentro de la celda, sentado en un camastro de dudosa y precaria estabilidad, un hombre trataba de limpiar la sangre de una herida en su ceja.

    No queria hacer aquello como si estuviese en presencia de Hannibal Lecter. Era una persona herida y era su deber atenderlo. Por lo que, sin titubear, metió la llave en la cerradura y entró en la celda, metiéndose la llave en el bolsillo trasero del pantalón.

    -Hola -saludó ella con una sonrisa, la misma que le ponía a todos sus pacientes de ahí arriba- Me llamo Becca. Siddiq tiene varios casos de gripe asi que… estás de suerte… Soy tu médico -le dijo sin perder esa sonrisa encantadora mientras se acuclillaba delante del herido dejando a un lado su bolsa- Déjame ver…- le dijo apartando el trapo sucio con el que él se limpiaba la sangre del la ceja- Vaya… Te han hecho un buen destrozo, ¿eh? ¿Te parece si te echo un vistazo? Siddiq cree que puedes tener una costilla fracturada -de otro modo no le habría pedido que bajase vendas de compresión- Tienes que quitarte la…- carraspeó- La camisa… ¿Necesitas ayuda?


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #NuevoStarter #TheWalkingDead
    ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ∽『𝗦𝗧𝗔𝗥𝗧𝗘𝗥』∽ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ [NOTEENIEANYM0RE] ㅤ ㅤ ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤNo hubiera dado ni un dólar por la probabilidad de volver a encontrarse con Rick, Daryl o Maggie. Cuando el Gobernador llegó a la prisión pensó que todo su mundo se iba al infierno, que tenía que volver a empezar. Y, en ese momento, totalmente sola. Pero el destino era azaroso y, cuando después de casi dos años había vuelto a escuchar la moto de Daryl, la cual la llevó de regreso con las personas que mejor conocía en el mundo, decidió que no desaprovecharía aquella oportunidad. Volver con el grupo de la prisión había sido como volver a casa… La sensación de inquietud y de miedo se había disipado en cuanto volvio a abrazar a Michonne, a Rick o a Maggie… Incluso fue bien recibida por amigos que el grupo había hecho en el camino hasta llegar a Washington. Nombres como Rosita, Eugene, Tara, Aaron o Gabriel ahora eran tan conocidos para ella como el suyo propio. Alexandria era grande y estaba repleta de personas e historias. Y todas ellas le fueron reveladas. Algunas en detalle. Otras no tanto… -¿Dónde esta Carl? -le preguntó a Rick la misma noche que llegó. Sabia cual era la respuesta, pero necesitaba confirmarlo. -Carl… -parecía que al líder de Alexandria le costaba trabajo pronunciar aquel nombre. Sus manos unidas una contra la otra frotaron sus palmas de forma algo nerviosa mientras tambien trataba de contener un nervioso tic en la pierna- Él murió…- resolvió el ex – sheriff- Murió por salvar a alguien. A Siddiq… Becca asintió, había podido entender que el tal Siddiq era el medico en la comunidad. “¿Dónde está Carol?” “Vive en El Reino..:” Y aquella respuesta parecía sencilla pero escondía un mundo expandido mucho más grande de lo que Becca se imaginaba. Sus amigos habían prosperado en Alexandria y habían abierto horizontes. Ahora hermanados con comunidades como Hilltop o El Reino. Todo aprecia más grande, pero la sensación que Becca tuvo era que todo se hacia mas pequeño. Todos estaban tan… lejos… Y se hizo mucho más pequeña el día que Rick murió. Y terminó de estrecharse aun más cuando Michonne decidió cerrar las puertas de Alexandria a forasteros y amigos después del “problema de Jocelyn”. Aun asi… la vida en Alexandria continuó. >> Habían pasado cuatro años desde que Becca llegase a aquella comunidad y ahora había dejado de ser la extraña, la forastera. Conocía a las personas que vivían allí. Sus historias. Sus batallas. Absolutamente a todos ellos. Salvo a una persona… Negan. Había escuchado ese nombre varias veces a lo largo de los años. Al principio como si mentaran al demonio, años después parecía solo un eco, un apunte a pie de página. Pero, a pesar de eso, a Becca le estaba terminantemente prohibido acercarse a la celda donde mantenían encerrado al líder del grupo que había propiciado la ultima guerra de las comunidades. Negan tenía un estricto y reducido horario de visitas. Tan reducido que solamente Gabriel y Michonne tenían permiso para bajar a aquella oscura celda. Pero la curiosidad podía con Becca y siempre que pasaba por delante de la casa donde Michonne vivía, echaba un rapido vistazo despreocupado al pequeño ventanuco del sótano desde donde alguna vez había logrado atisbar al reo, aunque nunca con demasiada claridad. >> Aquella mañana, Becca regresaba de casa de Aaron. Entre sus obligaciones como segundo medico de Alejandría (puesto que le habían asignado hace años cuando llegó) residía la de hacer el seguimiento de enfermos y pacientes en sus casas. Gracie, la hija de Aaron, llevaba unos dias enferma y Becca había pasado tan solo para hacer el seguimiento del estado de la niña. No tenia fiebre y las hierbas que le daban ayudaban bastante a que la tos remitiese poco a poco. Según su diagnóstico, en pocos dias estaría perfectamente recuperada. Regresó a la casa que hacía de enfermería y entró con su aire optimista de siempre, saludando a los escasos enfermos que Siddiq había considerado dejar en observación. Pero cuando entró encontró algunas caras largas. Rosita estaba cruzada de brazos, con aspecto cabreado. Eugene permanecía de brazos cruzados pero podía distinguirse manchas de sangre provocadas por roce con una herida. Y Siddiq tapaba la hemorragia nasal de un hombre llamado Paul Andrews. -Caramba. ¿Qué ha pasado? -preguntó Becca dejando su bolsa sobre una mesita auxiliar. Rosita chasqueó la lengua. -Le he dado un puñetazo. Becca abrió sus ojos con sorpresa, sin entender qué estaba ocurriendo allí. Pero Siddiq se apresuró a explicarle la situación. -Paul ha robado las llaves de la celda de Negan y… se ha tomado la justicia por su mano…- explicó- Eugene y Rosita han escuchado el estruendo y han bajado a ver qué ocurría. -Valeeee… -comentó Becca con cierto aire de duda, porque aun no entendía qué era lo que estaba pasando. -Algunas personas no pueden pasar página con lo que Negan hizo. Paul es uno de ellos. Ha golpeado a Negan y… Becca parpadeó alucinada. -¿Él está bien? ¿Lo sabe Michonne? -preguntó. Siddiq asintió lentamente. -Sí, está pensando en qué hacer con Paul… pero Negan… Está bastante magullado… Bastante herido. Paul se ha resistido y Rosita lo ha reducido rompiéndole la nariz. Becca miró a la interpelada, quien se encogió de hombros. -De acuerdo… ¿Puedo ayudar en algo? -preguntó ella. Siddiq asintió. -De hecho… Sí…- alargó una mano y señaló la sala- Yo estoy hasta arriba aquí… ¿Puedes tomar una bolsa con un botiquín y unas vendas de compresión y bajar a curar a Negan? Becca parpadeó alucinada. -Perdona… ¿Me estás diciendo que alguien ha dado una paliza a Negan y te estás ocupando primero del agresor? -preguntó Becca, sintiendo que la habían sacado de su propia realidad- Por dios, Siddiq. ¿Lo habéis dejado en la celda? ¿Por qué no lo traéis a una habitación? Rosita se adelantó. -Porque no es de fiar. Nadie quiere tenerlo cerca. No vamos a sacarlo de ahí. Becca la enfrentó. -Es una persona. Y le han pegado una paliza -señaló a Paul con un desaire de su mano diestra. Después bufó y se giró para tomar su bolsa y encaminarse al armario para coger vendas, gasas, alcohol, puntos de papel… es decir, todo lo que fuera necesario para curar al herido de la celda. Por supuesto tomó vendas de compresión y el anticuado ecógrafo a pilas que Eugene había arreglado. Se colocó delante de Rosita y extendió una mano pidiendo silenciosamente las llaves. >> El chasquido de la segunda puerta resonó con una especie de eco escalofriante. Joder, ¿estaba sugestionándose demasiado con respecto a la macabra leyenda de Negan? ¿O es que acaso realmente el tipo era tan demoniaco como todos decían? Estaba a un paso de averiguarlo, desde luego. El suelo de cemento amortiguó ligeramente sus pasos pero, daba igual, la puerta de acceso a la prisión ya había delatado su presencia. Anduvo un par de pasos por el suelo de cemento, mientras su mirada se fijaba en cada centímetro de aquella celda. Desde luego nada tenia que ver con las casas de ahí arriba. Ni siquiera con los sótanos de otras de las casas… Aquel lugar era gris y algo más frio de lo que uno puede esperar del verano en Virginia. Una enorme reja de hierro forjado atravesaba la estancia de una punta a otra, dejando un pasillo para los visitantes. Y dentro de la celda, sentado en un camastro de dudosa y precaria estabilidad, un hombre trataba de limpiar la sangre de una herida en su ceja. No queria hacer aquello como si estuviese en presencia de Hannibal Lecter. Era una persona herida y era su deber atenderlo. Por lo que, sin titubear, metió la llave en la cerradura y entró en la celda, metiéndose la llave en el bolsillo trasero del pantalón. -Hola -saludó ella con una sonrisa, la misma que le ponía a todos sus pacientes de ahí arriba- Me llamo Becca. Siddiq tiene varios casos de gripe asi que… estás de suerte… Soy tu médico -le dijo sin perder esa sonrisa encantadora mientras se acuclillaba delante del herido dejando a un lado su bolsa- Déjame ver…- le dijo apartando el trapo sucio con el que él se limpiaba la sangre del la ceja- Vaya… Te han hecho un buen destrozo, ¿eh? ¿Te parece si te echo un vistazo? Siddiq cree que puedes tener una costilla fracturada -de otro modo no le habría pedido que bajase vendas de compresión- Tienes que quitarte la…- carraspeó- La camisa… ¿Necesitas ayuda? #Personajes3D #3D #Comunidad3D #NuevoStarter #TheWalkingDead
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    | Respondo todo lo pendiente en un par de horitas, gracias por tanto cariño a mi degenerada y perversa niña, los tkm1000.
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    —Tras el caos de las hamburguesas y las amenazas de lluvia de sangre, la adrenalina de la Gran Power finalmente colapsó.

    ​Se había desplomado en un enorme y anticuado sillón de terciopelo oscuro, un trono demasiado grande para ella que, irónicamente, se adaptaba a su ego. Aún vestía su uniforme, pero estaba visiblemente arrugado, y los lazos de su cabello rosado se habían deshecho parcialmente.

    ​En lugar de recostarse con dignidad, se acurrucó en una posición defensiva y completamente infantil: las rodillas pegadas al pecho, los brazos rodeando sus piernas, la cabeza enterrada en la tela oscura del sillón.
    ​Sus gloriosos cuernos sobresalían cómicamente por encima de su cabello suelto. Parecía una niña pequeña, vulnerable y agotada, totalmente desprovista de su arrogancia habitual. Si no fuera por la amenaza latente de que despertara y te acusara de robarle su manta invisible, la escena sería casi tierna. El único indicio de su naturaleza caótica era un pequeño hilo de sangre seca en la comisura de sus labios, la firma silenciosa de sus sueños.
    —Tras el caos de las hamburguesas y las amenazas de lluvia de sangre, la adrenalina de la Gran Power finalmente colapsó. ​Se había desplomado en un enorme y anticuado sillón de terciopelo oscuro, un trono demasiado grande para ella que, irónicamente, se adaptaba a su ego. Aún vestía su uniforme, pero estaba visiblemente arrugado, y los lazos de su cabello rosado se habían deshecho parcialmente. ​En lugar de recostarse con dignidad, se acurrucó en una posición defensiva y completamente infantil: las rodillas pegadas al pecho, los brazos rodeando sus piernas, la cabeza enterrada en la tela oscura del sillón. ​Sus gloriosos cuernos sobresalían cómicamente por encima de su cabello suelto. Parecía una niña pequeña, vulnerable y agotada, totalmente desprovista de su arrogancia habitual. Si no fuera por la amenaza latente de que despertara y te acusara de robarle su manta invisible, la escena sería casi tierna. El único indicio de su naturaleza caótica era un pequeño hilo de sangre seca en la comisura de sus labios, la firma silenciosa de sus sueños.
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  • Eso ..... sono un poco bobo , aun creas esas cosas ..... sono como una niña pequeña

    -su vos era fria pero amable a vez-

    Eso no existe en la vida real.
    Eso ..... sono un poco bobo , aun creas esas cosas ..... sono como una niña pequeña -su vos era fria pero amable a vez- Eso no existe en la vida real.
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  • "Una rosa, aunque la llames por otro nombre, una rosa aún será.”

    La frase quedó suspendida en el aire como un perfume rancio, como si alguien hubiera arrancado los pétalos y dejado solo las espinas.
    La niña de cabellos negros, tan largos que casi tocaban el suelo, parpadeó lentamente; sus ojos parecían dos pozos de tinta.

    —¿Qué hay de los esclavos? —preguntó con un hilo de voz, tan pequeño que no parecía salir de un ser vivo.

    La sombra detrás de ella sonrió sin boca.

    “Es lo mismo, tontita. No importa cuánto te ocultes… no importa cuántos nombres inventes para engañarte. Siempre irás con la cabeza agachada, esperando una orden, un premio… o un castigo.”

    La niña tragó saliva. Las paredes crujieron como huesos rotos.

    “Porque un esclavo, mi pequeña, nunca deja de serlo.
    Aunque corra, aunque se arrastre en la oscuridad más profunda, aunque rece a dioses que jamás escuchan.
    Su alma ya está marcada.
    Como la rosa tiene espinas, el esclavo tiene cadenas.”

    La sombra se inclinó sobre ella, larga, imposible, deformada como un cuerpo quebrado en demasiados lugares.

    “Y lo más triste…”
    Susurró con una voz que era más viento que sonido, “Es que a veces las cadenas no están en las muñecas… sino aquí.”

    Un dedo invisible, frío como el mármol, tocó la frente de la niña. Ella sintió algo moverse bajo su piel.
    Algo que no era suyo.
    Algo que despertaba.

    “¿Lo ves? Siempre fuiste una esclava… incluso antes de nacer.”

    La vela a su lado se apagó sin soplido alguno. Y en la oscuridad absoluta, la niña juraría haber escuchado un susurro más:
    “Las rosas no eligen florecer, pequeña. Y los esclavos… tampoco eligen obedecer, solo lo hacen y ya.”

    "Una rosa, aunque la llames por otro nombre, una rosa aún será.” La frase quedó suspendida en el aire como un perfume rancio, como si alguien hubiera arrancado los pétalos y dejado solo las espinas. La niña de cabellos negros, tan largos que casi tocaban el suelo, parpadeó lentamente; sus ojos parecían dos pozos de tinta. —¿Qué hay de los esclavos? —preguntó con un hilo de voz, tan pequeño que no parecía salir de un ser vivo. La sombra detrás de ella sonrió sin boca. “Es lo mismo, tontita. No importa cuánto te ocultes… no importa cuántos nombres inventes para engañarte. Siempre irás con la cabeza agachada, esperando una orden, un premio… o un castigo.” La niña tragó saliva. Las paredes crujieron como huesos rotos. “Porque un esclavo, mi pequeña, nunca deja de serlo. Aunque corra, aunque se arrastre en la oscuridad más profunda, aunque rece a dioses que jamás escuchan. Su alma ya está marcada. Como la rosa tiene espinas, el esclavo tiene cadenas.” La sombra se inclinó sobre ella, larga, imposible, deformada como un cuerpo quebrado en demasiados lugares. “Y lo más triste…” Susurró con una voz que era más viento que sonido, “Es que a veces las cadenas no están en las muñecas… sino aquí.” Un dedo invisible, frío como el mármol, tocó la frente de la niña. Ella sintió algo moverse bajo su piel. Algo que no era suyo. Algo que despertaba. “¿Lo ves? Siempre fuiste una esclava… incluso antes de nacer.” La vela a su lado se apagó sin soplido alguno. Y en la oscuridad absoluta, la niña juraría haber escuchado un susurro más: “Las rosas no eligen florecer, pequeña. Y los esclavos… tampoco eligen obedecer, solo lo hacen y ya.”
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  • *Calli se encontraba entre las penumbras de su recuerdos dónde revivió el inició de todo*

    "Aún recuerdo ese día… aunque quisiera olvidarlo. Yo era tan pequeña que mis manos apenas podían sostener la máscara que llevaba colgando. Caminaba detrás de él… de la Parca Mayor. Su manto arrastraba un sonido áspero en el suelo, como si anunciara el final de todo lo que conocía."

    "No me dijo que me había adoptado. No usó esa palabra. Solo extendió su mano huesuda hacia mí… y yo la tomé porque no tenía a nadie más. Me temblaban las piernas. Me temblaba la voz. Incluso ahora, cuando cierro los ojos, siento ese miedo apretándome el pecho."

    "En ese momento pensé: ‘¿Por qué yo? ¿Por qué alguien como él querría a alguien tan… insignificante?’ Y aun así, ahí estaba yo, siguiendo su sombra enorme, sintiendo que si me alejaba un solo paso… desaparecería para siempre."

    "No era un hogar lo que me prometía. No eran sonrisas. Pero era algo que nunca había tenido: un lugar donde no me miraran como si fuera un error. Él no me habló con dulzura, pero tampoco me rechazó. Y para una niña que solo conocía el silencio… eso dolió más de lo que alivió."

    "Esa noche, cuando llegamos al dominio de la muerte, él solo dijo: ‘Aquí no estarás sola si no quieres estarlo.’ Y esa frase… se me clavó. No sabía si era una promesa o una advertencia."

    "A veces todavía me pregunto si lo seguí porque quería vivir… o porque ya estaba demasiado cansada para huir."


    *Calli se encontraba entre las penumbras de su recuerdos dónde revivió el inició de todo* "Aún recuerdo ese día… aunque quisiera olvidarlo. Yo era tan pequeña que mis manos apenas podían sostener la máscara que llevaba colgando. Caminaba detrás de él… de la Parca Mayor. Su manto arrastraba un sonido áspero en el suelo, como si anunciara el final de todo lo que conocía." "No me dijo que me había adoptado. No usó esa palabra. Solo extendió su mano huesuda hacia mí… y yo la tomé porque no tenía a nadie más. Me temblaban las piernas. Me temblaba la voz. Incluso ahora, cuando cierro los ojos, siento ese miedo apretándome el pecho." "En ese momento pensé: ‘¿Por qué yo? ¿Por qué alguien como él querría a alguien tan… insignificante?’ Y aun así, ahí estaba yo, siguiendo su sombra enorme, sintiendo que si me alejaba un solo paso… desaparecería para siempre." "No era un hogar lo que me prometía. No eran sonrisas. Pero era algo que nunca había tenido: un lugar donde no me miraran como si fuera un error. Él no me habló con dulzura, pero tampoco me rechazó. Y para una niña que solo conocía el silencio… eso dolió más de lo que alivió." "Esa noche, cuando llegamos al dominio de la muerte, él solo dijo: ‘Aquí no estarás sola si no quieres estarlo.’ Y esa frase… se me clavó. No sabía si era una promesa o una advertencia." "A veces todavía me pregunto si lo seguí porque quería vivir… o porque ya estaba demasiado cansada para huir."
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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
    Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.

    Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.

    Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
    Su respiración se serena.
    Se duerme.

    Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”

    Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
    Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.

    Desaparezco.

    Y entonces estoy… en nada.
    Una sala eterna.
    Blanca.
    Sin principio ni fin.
    Sin sonido.
    Sin vida.
    Sin color.

    Camino, pero mis pasos no suenan.
    Grito, pero mi voz muere antes de nacer.

    La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
    Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.

    Y por fin, a lo lejos…

    Un cubo.
    Suspendido en la nada.

    Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
    Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.

    La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
    Sonríe.
    Brilla.

    Me acerco.
    Toco el cubo.

    Y aparezco dentro.

    Pero no es lo que había visto desde fuera.
    No hay paredes.
    No hay techo.
    Todo es infinito.
    Galaxias vivas.
    Nebulosas que respiran.
    Constelaciones que parpadean como criaturas reales.

    La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
    Sus ojos contienen sistemas solares enteros.

    Sonríe.

    Tsukumo Sana:
    “¿De dónde sales tú, niña?”

    Trago saliva.
    Mis manos tiemblan.
    La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.

    Lili:
    “Yo… de…”
    La miro, incapaz de comprenderla del todo.
    “¿Eres la muerte?”

    Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.

    Su risa hace vibrar estrellas.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre. Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano. Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse. Los ojos de mi madre se ponen en blanco. Su respiración se serena. Se duerme. Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.” Su voz resuena como el eco de un templo antiguo. Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí. Desaparezco. Y entonces estoy… en nada. Una sala eterna. Blanca. Sin principio ni fin. Sin sonido. Sin vida. Sin color. Camino, pero mis pasos no suenan. Grito, pero mi voz muere antes de nacer. La soledad es tan profunda que parece una criatura viva. Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra. Y por fin, a lo lejos… Un cubo. Suspendido en la nada. Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña. Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio. La chica allí dentro juega con mundos diminutos. Sonríe. Brilla. Me acerco. Toco el cubo. Y aparezco dentro. Pero no es lo que había visto desde fuera. No hay paredes. No hay techo. Todo es infinito. Galaxias vivas. Nebulosas que respiran. Constelaciones que parpadean como criaturas reales. La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí. Sus ojos contienen sistemas solares enteros. Sonríe. Tsukumo Sana: “¿De dónde sales tú, niña?” Trago saliva. Mis manos tiemblan. La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro. Lili: “Yo… de…” La miro, incapaz de comprenderla del todo. “¿Eres la muerte?” Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara. Su risa hace vibrar estrellas.
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    Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
    Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.

    Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.

    Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
    Su respiración se serena.
    Se duerme.

    Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”

    Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
    Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.

    Desaparezco.

    Y entonces estoy… en nada.
    Una sala eterna.
    Blanca.
    Sin principio ni fin.
    Sin sonido.
    Sin vida.
    Sin color.

    Camino, pero mis pasos no suenan.
    Grito, pero mi voz muere antes de nacer.

    La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
    Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.

    Y por fin, a lo lejos…

    Un cubo.
    Suspendido en la nada.

    Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
    Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.

    La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
    Sonríe.
    Brilla.

    Me acerco.
    Toco el cubo.

    Y aparezco dentro.

    Pero no es lo que había visto desde fuera.
    No hay paredes.
    No hay techo.
    Todo es infinito.
    Galaxias vivas.
    Nebulosas que respiran.
    Constelaciones que parpadean como criaturas reales.

    La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
    Sus ojos contienen sistemas solares enteros.

    Sonríe.

    Tsukumo Sana:
    “¿De dónde sales tú, niña?”

    Trago saliva.
    Mis manos tiemblan.
    La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.

    Lili:
    “Yo… de…”
    La miro, incapaz de comprenderla del todo.
    “¿Eres la muerte?”

    Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.

    Su risa hace vibrar estrellas.
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    Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
    Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.

    Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.

    Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
    Su respiración se serena.
    Se duerme.

    Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”

    Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
    Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.

    Desaparezco.

    Y entonces estoy… en nada.
    Una sala eterna.
    Blanca.
    Sin principio ni fin.
    Sin sonido.
    Sin vida.
    Sin color.

    Camino, pero mis pasos no suenan.
    Grito, pero mi voz muere antes de nacer.

    La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
    Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.

    Y por fin, a lo lejos…

    Un cubo.
    Suspendido en la nada.

    Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
    Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.

    La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
    Sonríe.
    Brilla.

    Me acerco.
    Toco el cubo.

    Y aparezco dentro.

    Pero no es lo que había visto desde fuera.
    No hay paredes.
    No hay techo.
    Todo es infinito.
    Galaxias vivas.
    Nebulosas que respiran.
    Constelaciones que parpadean como criaturas reales.

    La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
    Sus ojos contienen sistemas solares enteros.

    Sonríe.

    Tsukumo Sana:
    “¿De dónde sales tú, niña?”

    Trago saliva.
    Mis manos tiemblan.
    La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.

    Lili:
    “Yo… de…”
    La miro, incapaz de comprenderla del todo.
    “¿Eres la muerte?”

    Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.

    Su risa hace vibrar estrellas.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre. Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano. Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse. Los ojos de mi madre se ponen en blanco. Su respiración se serena. Se duerme. Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.” Su voz resuena como el eco de un templo antiguo. Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí. Desaparezco. Y entonces estoy… en nada. Una sala eterna. Blanca. Sin principio ni fin. Sin sonido. Sin vida. Sin color. Camino, pero mis pasos no suenan. Grito, pero mi voz muere antes de nacer. La soledad es tan profunda que parece una criatura viva. Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra. Y por fin, a lo lejos… Un cubo. Suspendido en la nada. Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña. Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio. La chica allí dentro juega con mundos diminutos. Sonríe. Brilla. Me acerco. Toco el cubo. Y aparezco dentro. Pero no es lo que había visto desde fuera. No hay paredes. No hay techo. Todo es infinito. Galaxias vivas. Nebulosas que respiran. Constelaciones que parpadean como criaturas reales. La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí. Sus ojos contienen sistemas solares enteros. Sonríe. Tsukumo Sana: “¿De dónde sales tú, niña?” Trago saliva. Mis manos tiemblan. La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro. Lili: “Yo… de…” La miro, incapaz de comprenderla del todo. “¿Eres la muerte?” Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara. Su risa hace vibrar estrellas.
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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







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    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cuando el blanco absoluto se disipa… No hay luna. No hay sol. No hay Veythra. Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire. Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza. Y entonces lo veo. Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada: una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar. Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo. Un instante. Un latido. Una repulsión que me revuelve la sangre. No hago nada. Aún no. Solo… me giro. Me alejo. No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí. Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo. Me acerco con cuidado. —¿Dónde estamos? —pregunto. La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros. —Me llamo… Selin —dice con voz rota. El nombre me corta la respiración. Selin. Como mi abuela. Como la Elunai. Como el origen de todo. Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin. Y Akane también. ¿Será…? ¿Puede ser…? La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo. La niña tiembla como un animalillo acorralado. Y entonces una voz irrumpe como un trueno: —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA! El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano. Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias. Mi visión se distorsiona. Mi corazón se enciende. Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno. Camino hacia él. No oigo mi respiración. No oigo al mundo. Solo siento una certeza fría. El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí. El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable. Una ejecución. Una sentencia. Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto. Y tomo la pequeña mano de Selin. —Vámonos —le digo. No pregunto. No dudo. Solo la saco de ese mundo de mierda. La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo. Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio. Una guerrera aparece frente a nosotras. Armadura negra. Ojos rojizos. Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire. Sus armas se levantan hacia mí. —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma. Mi sangre se hiela. Ella… es Jennifer. Mi madre. Pero joven. Feroz. Impiadosa. La Jennifer de las leyendas del Caos. Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere. La luna, el Caos, Elunai. Todo lo que soy. Ella se detiene. Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto. La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto. —Pido perdón. No sabía… —¿Quién eres? —pregunto. Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo. —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora— Levanta la vista, seria, solemne. —al servicio de su hija: Lili. Selin se esconde detrás de mí. Onix me mira, esperando órdenes. Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
    Me encocora
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