• ~|Prólogo: El legado del eclipse|~

    Se dice que los Blackwood no nacieron del mundo, sino entre mundos. Su linaje proviene de una unión prohibida entre una sacerdotisa lunar y un espíritu de las sombras, una entidad que solo existe cuando la luz y la sombra se funden.

    De esa unión nació el primer Blackwood, Alaric.

    Desde entonces el linaje Blackwood ah estado tejido con hilos de sombra y luz, marcado por una magia que se transmite no solo por enseñanza, sino por revelación, cada miembro nace con una semilla mágica única, que permanece dormida.

    A diferencia de otros clanes, donde los dones se heredan como títulos, en los Blackwood cada poder duerme, oculto en lo más profundo del alma, esperando su momento. No hay hechizo que lo despierte. No hay ritual que lo fuerce , solo la union de la luz y la oscuridad en una danza momentanea, un Eclipse.

    Cada cierto ciclo, cuando el sol y la luna se alinean en un suspiro cósmico, el velo entre lo humano y lo eterno se rasga. Es entonces cuando la magia de cada integrante se revela. Algunos reciben visiones. Otros, fuego, los mas extraordinarios poderes que les llevan años dominar, pues
    la magia en los Blackwood nunca ha sido igual. Algunos nacen con afinidad por el aire, otros por la sangre, otros por el tiempo.

    Pero... hay uno que no se repite. Uno que solo aparece cuando el eclipse coincide con el renacer de una estrella caída: el poder del fénix.

    Ese poder no se manifiesta con llamas. Se insinúa. Vibra bajo la piel. Se oculta en sueños rotos y en plumas que no deberían existir. Y cuando aparece, no hay marcha atrás, no es fuego común.. no es destrucción.. es renacimiento... es transmutación es el susurro de lo que arde sin consumir, de lo que muere para volver más fuerte
    ~|Prólogo: El legado del eclipse|~ Se dice que los Blackwood no nacieron del mundo, sino entre mundos. Su linaje proviene de una unión prohibida entre una sacerdotisa lunar y un espíritu de las sombras, una entidad que solo existe cuando la luz y la sombra se funden. De esa unión nació el primer Blackwood, Alaric. Desde entonces el linaje Blackwood ah estado tejido con hilos de sombra y luz, marcado por una magia que se transmite no solo por enseñanza, sino por revelación, cada miembro nace con una semilla mágica única, que permanece dormida. A diferencia de otros clanes, donde los dones se heredan como títulos, en los Blackwood cada poder duerme, oculto en lo más profundo del alma, esperando su momento. No hay hechizo que lo despierte. No hay ritual que lo fuerce , solo la union de la luz y la oscuridad en una danza momentanea, un Eclipse. Cada cierto ciclo, cuando el sol y la luna se alinean en un suspiro cósmico, el velo entre lo humano y lo eterno se rasga. Es entonces cuando la magia de cada integrante se revela. Algunos reciben visiones. Otros, fuego, los mas extraordinarios poderes que les llevan años dominar, pues la magia en los Blackwood nunca ha sido igual. Algunos nacen con afinidad por el aire, otros por la sangre, otros por el tiempo. Pero... hay uno que no se repite. Uno que solo aparece cuando el eclipse coincide con el renacer de una estrella caída: el poder del fénix. Ese poder no se manifiesta con llamas. Se insinúa. Vibra bajo la piel. Se oculta en sueños rotos y en plumas que no deberían existir. Y cuando aparece, no hay marcha atrás, no es fuego común.. no es destrucción.. es renacimiento... es transmutación es el susurro de lo que arde sin consumir, de lo que muere para volver más fuerte
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  • La batalla contra mi hermana Albedo Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar comenzó como un juego de provocaciones, pero pronto el acero y la sangre hablaron en serio. Su cuerpo se transformó en una colosal máquina de guerra orca, piel verde, músculos tensados como hierro, colmillos y una sonrisa de fiera que jamás se apagó. Su fuerza era aplastante: me hizo crujir costillas contra el suelo, escupir sangre y perder el aliento, mientras Arc, la dragóna ligada a mí, reía desde dentro como quien contempla un castigo justo.

    Pero en mi agonía, Veythra —la hermana de Jennifer, la espada de Elune— habló por primera vez con claridad: “Tú eres la espada”. Esa revelación rompió el sello y liberó la verdadera esencia que ardía en mí. La energía me devolvió de entre las ruinas y la regeneración me sostuvo. Me puse en pie y juré someter a mi hermana.

    Albedo no se detuvo; con una velocidad sobrehumana descargó una tormenta de puños que me arrojó lejos, su cuerpo cubierto por un aura implacable. Entonces invoqué el poder de la luna creciente: su luz hizo alzarse su propia sombra contra ella. Se enfrentó a sí misma en un duelo imposible, destrozando su reflejo entre rugidos, mientras yo aguardaba el momento justo.

    Cuando creyó haberme atravesado —ilusión mía, nada más—, fue mi espada la que de verdad se hundió en su espalda. Atrapé su cabello, doblé su cuello y posé el filo en su garganta bajo la mirada helada de la luna. “¿Querías matarme, hermanita? Puede que te la devuelva…” susurré.

    Pero Albedo no cedió. Con brutalidad me apartó de un golpe devastador, cerrando su herida lentamente con runas mientras reía con la sangre escurriendo por su piel. Me llamó mocosa y me desafió a levantarme, sedienta de supremacía, de forjar el legado de las Queen con sangre y sudor.

    Y entonces comprendí que ya no podía luchar con golpes. La luna, testigo implacable, me dio las palabras: le hablé de madre, de Selin, de Arc, de lo que fuimos de niñas, de lo que aún podíamos ser. Le pregunté: “¿Qué tipo de Reina quieres ser cuando las historias canten tu nombre?”

    Y le prometí que, si algún día madre nos deja, yo misma la llamaré con orgullo mi Reina: la auténtica heredera del Vacío y del Caos.
    La batalla contra mi hermana [Albedo1] comenzó como un juego de provocaciones, pero pronto el acero y la sangre hablaron en serio. Su cuerpo se transformó en una colosal máquina de guerra orca, piel verde, músculos tensados como hierro, colmillos y una sonrisa de fiera que jamás se apagó. Su fuerza era aplastante: me hizo crujir costillas contra el suelo, escupir sangre y perder el aliento, mientras Arc, la dragóna ligada a mí, reía desde dentro como quien contempla un castigo justo. Pero en mi agonía, Veythra —la hermana de Jennifer, la espada de Elune— habló por primera vez con claridad: “Tú eres la espada”. Esa revelación rompió el sello y liberó la verdadera esencia que ardía en mí. La energía me devolvió de entre las ruinas y la regeneración me sostuvo. Me puse en pie y juré someter a mi hermana. Albedo no se detuvo; con una velocidad sobrehumana descargó una tormenta de puños que me arrojó lejos, su cuerpo cubierto por un aura implacable. Entonces invoqué el poder de la luna creciente: su luz hizo alzarse su propia sombra contra ella. Se enfrentó a sí misma en un duelo imposible, destrozando su reflejo entre rugidos, mientras yo aguardaba el momento justo. Cuando creyó haberme atravesado —ilusión mía, nada más—, fue mi espada la que de verdad se hundió en su espalda. Atrapé su cabello, doblé su cuello y posé el filo en su garganta bajo la mirada helada de la luna. “¿Querías matarme, hermanita? Puede que te la devuelva…” susurré. Pero Albedo no cedió. Con brutalidad me apartó de un golpe devastador, cerrando su herida lentamente con runas mientras reía con la sangre escurriendo por su piel. Me llamó mocosa y me desafió a levantarme, sedienta de supremacía, de forjar el legado de las Queen con sangre y sudor. Y entonces comprendí que ya no podía luchar con golpes. La luna, testigo implacable, me dio las palabras: le hablé de madre, de Selin, de Arc, de lo que fuimos de niñas, de lo que aún podíamos ser. Le pregunté: “¿Qué tipo de Reina quieres ser cuando las historias canten tu nombre?” Y le prometí que, si algún día madre nos deja, yo misma la llamaré con orgullo mi Reina: la auténtica heredera del Vacío y del Caos.
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  • 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬”

    La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada.

    Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno.

    —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto.

    El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad.

    Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió.

    La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable.

    Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes.

    La diosa parecía humana por un instante.

    Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas.

    —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo.

    El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control.

    Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
    𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬” La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada. Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno. —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto. El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad. Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió. La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable. Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes. La diosa parecía humana por un instante. Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas. —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo. El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control. Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
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  • Me uní a la Infantería Móvil... Porque tengo cosas que proteger.

    *Unos reporteros habían visitado la Escuela Básica de Reclutas de la Infantería Móvil a fin de hacer un sondeo para conocer el ambiente cotidiano entre los enlistados. La pregunta era ¿Qué fue lo que te convenció de unirte? y después de la comida Elios se disponía a ir al entrenamiento. Se había colocado la armadura para hacer ejercicios de simulación en batalla, ya que quería seguir practicando con las armas.
    Entonces fue abordado por esos reporteros y hablaba con aire serio.*

    -En la clase de filosofía y ciencia moral este tipo de temas son muy frecuentes, y en más de una ocasión me he hecho esa misma pregunta. Lo he pensado mucho, y esa es la conclusión a la que he llegado. Sé que muchas veces mi vida está y estará en riesgo, pero al ver... Las cosas que he visto, imagino que soy una especie de escudo entre el hogar amado y esos peligros que hay ahí afuera...

    *Dijo señalando el cielo.*
    Me uní a la Infantería Móvil... Porque tengo cosas que proteger. *Unos reporteros habían visitado la Escuela Básica de Reclutas de la Infantería Móvil a fin de hacer un sondeo para conocer el ambiente cotidiano entre los enlistados. La pregunta era ¿Qué fue lo que te convenció de unirte? y después de la comida Elios se disponía a ir al entrenamiento. Se había colocado la armadura para hacer ejercicios de simulación en batalla, ya que quería seguir practicando con las armas. Entonces fue abordado por esos reporteros y hablaba con aire serio.* -En la clase de filosofía y ciencia moral este tipo de temas son muy frecuentes, y en más de una ocasión me he hecho esa misma pregunta. Lo he pensado mucho, y esa es la conclusión a la que he llegado. Sé que muchas veces mi vida está y estará en riesgo, pero al ver... Las cosas que he visto, imagino que soy una especie de escudo entre el hogar amado y esos peligros que hay ahí afuera... *Dijo señalando el cielo.*
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    Rol con mi madre Jennifer Parte II. La Reina del legado Queen.
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    - El Silencio Después del Caos.

    Un año ha pasado desde que Jennifer selló a Ozma en el Jardín Prohibido. El mundo no lo celebró. Aparte del ejercito que ellos comandaban, nadie mas lo supo... o eso se creía.

    Desde entonces, ha vagado por tierras ajenas, siguiendo un impulso que no sabe nombrar. Una búsqueda sin forma, sin destino. Lo que no sabe es que la maldición que adquirió por el poder que sello a su padre le impide encontrar ese algo especial que Jennifer busca.

    Nadie sabe dónde está Jennifer. Su nombre se ha vuelto susurro, leyenda, duda. Sin embargo, en las rutas olvidadas y los pueblos al borde del abismo, se han escuchado rumores de una guerrera de armadura dorada, de belleza imponente, cuyo rostro permanece oculto tras una cascada de cabellos negros con destellos púrpura. Dicen que en sus ojos hay marcas negras como lágrimas, señales inconfundibles del linaje del caos. Algunos la llaman impostora, otros la veneran. Sus seguidores aseguran que es su reina, la heredera de Oz, que viaja por el mundo enfrentando horrores que nadie más ve. Pero tras cada hazaña, tras cada aparición, desaparece sin dejar rastro, como si el mundo mismo la expulsara antes de que alguien pueda pronunciar su verdadero nombre.


    - La estrella que cayó del cielo.

    La posada olía a sudor, cerveza tibia y desprecio. Entre las mesas, una figura menuda se movía con torpeza aprendida, esquivando codazos y recogiendo platos que nadie le agradecía. Para los clientes, era solo esa goblina. Un chiste con patas. Una criatura que creía poder hacer el trabajo de los humanos.

    Cuando el último borracho se desplomó sobre su jarra, su turno terminó. No hubo palabras de despedida. Solo un gesto con la cabeza del dueño, señalando el establo. Su cama era un montón de eno entre dos vigas podridas. Pero al menos no pasaba hambre.

    Se dejó caer con un suspiro. El cuerpo le dolía. No por el trabajo, sino por lo que no podía usar. Lo que dormía dentro de ella. Lo que la haría dormir demasiado si lo despertaba.

    Entonces, un estruendo, la despertó. Un golpe seco, como si el cielo hubiera escupido algo. Se levantó de un salto, el corazón latiendo como si recordara guerras que nunca vivió. Salió del establo. La noche estaba quieta, pero en el suelo, entre las sombras, yacía una joven de cabellos rosa. La piel pálida, el vestido rasgado, los ojos cerrados.

    No era goblina. No era humana. Era otra cosa.

    La pequeña la revisó. Estaba viva aun respiraba. La arrastró con esfuerzo al establo, cubriéndola con un manto viejo. No preguntó quién era. No preguntó de dónde venía. Solo supo que debía cuidarla.

    Muy lejos de allí, en un jardín que nadie visita, la esfera de colores que contiene al Rey Ozma palpitó. No como un corazón, sino como una herida.

    Desde dentro, algo se agitó. No era el rey. Era el eco de su poder, reaccionando a una presencia que no debía existir.

    Y frente a la esfera, un ente del caos se alzó. Su forma era cambiante, su voz como metal quebrado. Había esperado años. Había deseado el trono. Y ahora, al ver al rey dormido y sellado, rió.

    "Tu hija aún respira ", susurró, acariciando la esfera con dedos que no eran dedos. "Pero no por mucho. Cuando muera, el trono será mío. Y tú… tú seguirás soñando".

    La esfera tembló, no por miedo... Por furia.
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    Rol con mi madre Jennifer: La Reina del legado Queen.
    Rol con mi madre Jennifer: La Reina del legado Queen.
    El Guerrero del Sol.

    El cielo se desgarró.
    El sol, ennegrecido por la luna, se tornó en un ojo llameante. Desde aquel párpado de fuego brotó un puente incandescente que descendió hacia la tierra. Cada latido del eclipse resonaba como un tambor de guerra, y el aire se volvió insoportable, cargado de brasas invisibles que quemaban los pulmones.

    De la grieta solar emergió Helior Prime.
    Un hombre de armadura dorada, tan brillante que parecía tallada del propio sol, con un manto rojo ondeando como llamas vivas. Sus ojos, dos astros pequeños, miraban con odio ancestral. Caminaba despacio, con la calma de quien sabe que el mundo entero se inclina a su voluntad.

    —Eclipse… —su voz tronó, no como palabra, sino como decreto—.
    Vosotros sois la plaga. La luna se alimenta de la gloria del sol, como una sanguijuela que devora la luz divina. Cada uno de vosotros es un error cósmico, un crimen contra la llama eterna.

    Se detuvo, su sombra ardía en lenguas de fuego que rugían con cada palabra.

    —Desde el principio de los tiempos, vuestro linaje ha traído desequilibrio: vuestra madre arrancó al Rey del Caos de su trono, vosotras mancilláis la herencia de la luna con vuestra existencia híbrida. Yo soy el guardián de la pureza solar, el brazo que borrará para siempre a la estirpe del Eclipse.

    Su voz se elevó como una llamarada final:

    —No es odio personal, es justicia. Y hoy, esa justicia arderá en vosotras.

    Helior Prime alzó su lanza solar, y el eclipse pareció latir con él.

    Entonces ocurrió.
    Como un latigazo en el alma, Lili sintió cómo algo en su interior respondía. Su cuerpo se arqueó, la espada Veythra brilló en sus manos y de su espalda brotó un fuego lunar oscuro, envolviendo su silueta. El aire tembló, y en un parpadeo, allí donde estaba Lili, emergió Arc, la dragóna lunar. Escamas de plata y sombra, alas inmensas, ojos de eclipse.

    Pero Lili no controlaba nada.
    Su consciencia quedó atrapada en un sueño extraño: veía, escuchaba, sentía el ardor del sol, el rugido de la tierra, la respiración de su madre… pero sus garras, su fuego, sus alas no respondían a su voluntad. Era prisionera dentro de la dragóna.

    Jennifer, de pie frente al dios solar, no titubeó.
    Su cabello ondeaba en la brisa ardiente, su aura caótica crepitaba como un mar de relámpagos verdes y negros.
    Se interpuso entre Helior Prime y Arc, y con un gesto firme, apuntó la espada hacia el enemigo.

    —Hablas de justicia… —su voz sonó como acero contra vidrio—. Pero lo tuyo no es justicia, es miedo disfrazado de sol.
    Y yo no permitiré que toques a mi hija.

    Helior Prime sonrió, altivo, y la tierra entera pareció arder bajo ese gesto.

    El combate estaba por comenzar.

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  • The Stripclub.
    Categoría Otros
    Deianira siempre había detestado los lugares donde la vulgaridad se disfrazaba de glamour barato, pero aquella noche hizo una excepción. La invitación anónima había llegado en un sobre negro, con su nombre escrito en tinta dorada, y la mera intriga la había convencido de enfundarse en un vestido ajustado de seda carmesí y tacones negros que parecían un arma letal.

    Empujó la puerta del stripclub con la seguridad de quien estaba acostumbrada a que todo espacio le perteneciera. Una nube densa de humo y perfume baratísimo la envolvió, casi pegándose a su piel pálida y perfectamente perfumada. Los neones vibraban sobre su cabello rubio, iluminando cada mechón como si fueran hebras de fuego líquido. Avanzó con la espalda erguida, la mirada fría y la sonrisa torcida, esa que tantas veces había usado para deshacer egos ajenos.

    La rubia dejó que su mirada barriera el lugar con desdén; hombres con las corbatas sueltas y la moral por el suelo, mujeres en plataformas que giraban sobre sí mismas como muñecas mecánicas, y camareros que corrían como insectos en busca de propinas. Deianira rio por lo bajo, un murmullo altivo que se perdió entre los graves de la música.

    —Patético — susurró, ajustando el tirante de su vestido mientras se abría paso entre la multitud, ignorando las miradas hambrientas que se pegaban a su figura como garrapata.

    Y entonces, ocurrió. Un cuerpo firme chocó contra el suyo; un hombre que no se apartó, y ni siquiera pidió disculpas, como si no supiera con quién acababa de meterse. El vaso en su mano se tambaleó peligrosamente, derramando unas gotas sobre el vestido sedoso de la modelo.

    Deianira arqueó una ceja con gesto felino, levantando el rostro para observarlo. Era alto, de hombros anchos y mirada sombría, alguien que definitivamente no pertenecía al montón de espectadores desesperados. Esa pequeña diferencia lo salvó de recibir una bofetada inmediata.

    —Mira por dónde vas, ¿o necesitas que te enseñe a caminar? — escupió con tono burlón, las palabras marcadas por su acento español. — Imbécil.

    Alexander Skorobogatov
    Deianira siempre había detestado los lugares donde la vulgaridad se disfrazaba de glamour barato, pero aquella noche hizo una excepción. La invitación anónima había llegado en un sobre negro, con su nombre escrito en tinta dorada, y la mera intriga la había convencido de enfundarse en un vestido ajustado de seda carmesí y tacones negros que parecían un arma letal. Empujó la puerta del stripclub con la seguridad de quien estaba acostumbrada a que todo espacio le perteneciera. Una nube densa de humo y perfume baratísimo la envolvió, casi pegándose a su piel pálida y perfectamente perfumada. Los neones vibraban sobre su cabello rubio, iluminando cada mechón como si fueran hebras de fuego líquido. Avanzó con la espalda erguida, la mirada fría y la sonrisa torcida, esa que tantas veces había usado para deshacer egos ajenos. La rubia dejó que su mirada barriera el lugar con desdén; hombres con las corbatas sueltas y la moral por el suelo, mujeres en plataformas que giraban sobre sí mismas como muñecas mecánicas, y camareros que corrían como insectos en busca de propinas. Deianira rio por lo bajo, un murmullo altivo que se perdió entre los graves de la música. —Patético — susurró, ajustando el tirante de su vestido mientras se abría paso entre la multitud, ignorando las miradas hambrientas que se pegaban a su figura como garrapata. Y entonces, ocurrió. Un cuerpo firme chocó contra el suyo; un hombre que no se apartó, y ni siquiera pidió disculpas, como si no supiera con quién acababa de meterse. El vaso en su mano se tambaleó peligrosamente, derramando unas gotas sobre el vestido sedoso de la modelo. Deianira arqueó una ceja con gesto felino, levantando el rostro para observarlo. Era alto, de hombros anchos y mirada sombría, alguien que definitivamente no pertenecía al montón de espectadores desesperados. Esa pequeña diferencia lo salvó de recibir una bofetada inmediata. —Mira por dónde vas, ¿o necesitas que te enseñe a caminar? — escupió con tono burlón, las palabras marcadas por su acento español. — Imbécil. [Thxrussianman95]
    Tipo
    Individual
    Líneas
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    Estado
    Disponible
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  • Ha llegado a mis oídos que va a ver una fiesta en Mystic Falls, voy a necesitar sacar mis mejores pasos de baile.
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  • Ohhhh, mis pequeños, finalmente estoy en casa . Tuvieron que estar inquietos. Calma, ya he llegado, no me alejaré nuevamente de ustedes, mis adorados príncipes.

    Por el momento, mami está fatigado, pero mañana nos divertiremos mucho. Claro, por ahora nos vamos, es momento de descansar.
    Ohhhh, mis pequeños, finalmente estoy en casa . Tuvieron que estar inquietos. Calma, ya he llegado, no me alejaré nuevamente de ustedes, mis adorados príncipes. Por el momento, mami está fatigado, pero mañana nos divertiremos mucho. Claro, por ahora nos vamos, es momento de descansar.
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  • —Cada vez que no estamos en servico activo te quedas en la base. Hazme el favor y ve a tomar aire distinto. Toma, mis llaves. —eso le dijo un compañero de equipo cuando finalmente pudieron volver a la base tras varios meses de estar fuera. Y tenía razón. Micah se quedaba en la base y, ante cualquier emergencia, era de los primeros en responder.

    Esta vez, por obligación, fue diferente. Su compañero le entregó las llaves del departamento para que se quedara sin tener que pagar algún hospedaje, además, iba a cuidar el departamento mientras tanto.

    Entonces, ahí estaba, recién llegado a la ciudad tras bajar del autobús que lo dejó por el área más cercana. Tomó nuevamente el papel en su bolsillo donde estaba anotada la dirección, luego levantó la vista para ver alrededor. Se sentia casi surreal el ver a todos ir en el día de manera cotidiana y no estar en constante alerta.

    Acomodó un poco la gorra que llevaba puesta y comenzó a caminar, tratando de evitar chocar con el mar de gente en las calles. Era hora pico, así que para nadie era inusual que haya tanto movimiento. Excepto para Micah, demasiado tiempo fuera de una ciudad como tal, se sentía incómodo.
    —Cada vez que no estamos en servico activo te quedas en la base. Hazme el favor y ve a tomar aire distinto. Toma, mis llaves. —eso le dijo un compañero de equipo cuando finalmente pudieron volver a la base tras varios meses de estar fuera. Y tenía razón. Micah se quedaba en la base y, ante cualquier emergencia, era de los primeros en responder. Esta vez, por obligación, fue diferente. Su compañero le entregó las llaves del departamento para que se quedara sin tener que pagar algún hospedaje, además, iba a cuidar el departamento mientras tanto. Entonces, ahí estaba, recién llegado a la ciudad tras bajar del autobús que lo dejó por el área más cercana. Tomó nuevamente el papel en su bolsillo donde estaba anotada la dirección, luego levantó la vista para ver alrededor. Se sentia casi surreal el ver a todos ir en el día de manera cotidiana y no estar en constante alerta. Acomodó un poco la gorra que llevaba puesta y comenzó a caminar, tratando de evitar chocar con el mar de gente en las calles. Era hora pico, así que para nadie era inusual que haya tanto movimiento. Excepto para Micah, demasiado tiempo fuera de una ciudad como tal, se sentía incómodo.
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