El Guerrero del Sol.
El cielo se desgarró.
El sol, ennegrecido por la luna, se tornó en un ojo llameante. Desde aquel párpado de fuego brotó un puente incandescente que descendió hacia la tierra. Cada latido del eclipse resonaba como un tambor de guerra, y el aire se volvió insoportable, cargado de brasas invisibles que quemaban los pulmones.
De la grieta solar emergió Helior Prime.
Un hombre de armadura dorada, tan brillante que parecía tallada del propio sol, con un manto rojo ondeando como llamas vivas. Sus ojos, dos astros pequeños, miraban con odio ancestral. Caminaba despacio, con la calma de quien sabe que el mundo entero se inclina a su voluntad.
—Eclipse… —su voz tronó, no como palabra, sino como decreto—.
Vosotros sois la plaga. La luna se alimenta de la gloria del sol, como una sanguijuela que devora la luz divina. Cada uno de vosotros es un error cósmico, un crimen contra la llama eterna.
Se detuvo, su sombra ardía en lenguas de fuego que rugían con cada palabra.
—Desde el principio de los tiempos, vuestro linaje ha traído desequilibrio: vuestra madre arrancó al Rey del Caos de su trono, vosotras mancilláis la herencia de la luna con vuestra existencia híbrida. Yo soy el guardián de la pureza solar, el brazo que borrará para siempre a la estirpe del Eclipse.
Su voz se elevó como una llamarada final:
—No es odio personal, es justicia. Y hoy, esa justicia arderá en vosotras.
Helior Prime alzó su lanza solar, y el eclipse pareció latir con él.
Entonces ocurrió.
Como un latigazo en el alma, Lili sintió cómo algo en su interior respondía. Su cuerpo se arqueó, la espada Veythra brilló en sus manos y de su espalda brotó un fuego lunar oscuro, envolviendo su silueta. El aire tembló, y en un parpadeo, allí donde estaba Lili, emergió Arc, la dragóna lunar. Escamas de plata y sombra, alas inmensas, ojos de eclipse.
Pero Lili no controlaba nada.
Su consciencia quedó atrapada en un sueño extraño: veía, escuchaba, sentía el ardor del sol, el rugido de la tierra, la respiración de su madre… pero sus garras, su fuego, sus alas no respondían a su voluntad. Era prisionera dentro de la dragóna.
Jennifer, de pie frente al dios solar, no titubeó.
Su cabello ondeaba en la brisa ardiente, su aura caótica crepitaba como un mar de relámpagos verdes y negros.
Se interpuso entre Helior Prime y Arc, y con un gesto firme, apuntó la espada hacia el enemigo.
—Hablas de justicia… —su voz sonó como acero contra vidrio—. Pero lo tuyo no es justicia, es miedo disfrazado de sol.
Y yo no permitiré que toques a mi hija.
Helior Prime sonrió, altivo, y la tierra entera pareció arder bajo ese gesto.
El combate estaba por comenzar.
El cielo se desgarró.
El sol, ennegrecido por la luna, se tornó en un ojo llameante. Desde aquel párpado de fuego brotó un puente incandescente que descendió hacia la tierra. Cada latido del eclipse resonaba como un tambor de guerra, y el aire se volvió insoportable, cargado de brasas invisibles que quemaban los pulmones.
De la grieta solar emergió Helior Prime.
Un hombre de armadura dorada, tan brillante que parecía tallada del propio sol, con un manto rojo ondeando como llamas vivas. Sus ojos, dos astros pequeños, miraban con odio ancestral. Caminaba despacio, con la calma de quien sabe que el mundo entero se inclina a su voluntad.
—Eclipse… —su voz tronó, no como palabra, sino como decreto—.
Vosotros sois la plaga. La luna se alimenta de la gloria del sol, como una sanguijuela que devora la luz divina. Cada uno de vosotros es un error cósmico, un crimen contra la llama eterna.
Se detuvo, su sombra ardía en lenguas de fuego que rugían con cada palabra.
—Desde el principio de los tiempos, vuestro linaje ha traído desequilibrio: vuestra madre arrancó al Rey del Caos de su trono, vosotras mancilláis la herencia de la luna con vuestra existencia híbrida. Yo soy el guardián de la pureza solar, el brazo que borrará para siempre a la estirpe del Eclipse.
Su voz se elevó como una llamarada final:
—No es odio personal, es justicia. Y hoy, esa justicia arderá en vosotras.
Helior Prime alzó su lanza solar, y el eclipse pareció latir con él.
Entonces ocurrió.
Como un latigazo en el alma, Lili sintió cómo algo en su interior respondía. Su cuerpo se arqueó, la espada Veythra brilló en sus manos y de su espalda brotó un fuego lunar oscuro, envolviendo su silueta. El aire tembló, y en un parpadeo, allí donde estaba Lili, emergió Arc, la dragóna lunar. Escamas de plata y sombra, alas inmensas, ojos de eclipse.
Pero Lili no controlaba nada.
Su consciencia quedó atrapada en un sueño extraño: veía, escuchaba, sentía el ardor del sol, el rugido de la tierra, la respiración de su madre… pero sus garras, su fuego, sus alas no respondían a su voluntad. Era prisionera dentro de la dragóna.
Jennifer, de pie frente al dios solar, no titubeó.
Su cabello ondeaba en la brisa ardiente, su aura caótica crepitaba como un mar de relámpagos verdes y negros.
Se interpuso entre Helior Prime y Arc, y con un gesto firme, apuntó la espada hacia el enemigo.
—Hablas de justicia… —su voz sonó como acero contra vidrio—. Pero lo tuyo no es justicia, es miedo disfrazado de sol.
Y yo no permitiré que toques a mi hija.
Helior Prime sonrió, altivo, y la tierra entera pareció arder bajo ese gesto.
El combate estaba por comenzar.
El Guerrero del Sol.
El cielo se desgarró.
El sol, ennegrecido por la luna, se tornó en un ojo llameante. Desde aquel párpado de fuego brotó un puente incandescente que descendió hacia la tierra. Cada latido del eclipse resonaba como un tambor de guerra, y el aire se volvió insoportable, cargado de brasas invisibles que quemaban los pulmones.
De la grieta solar emergió Helior Prime.
Un hombre de armadura dorada, tan brillante que parecía tallada del propio sol, con un manto rojo ondeando como llamas vivas. Sus ojos, dos astros pequeños, miraban con odio ancestral. Caminaba despacio, con la calma de quien sabe que el mundo entero se inclina a su voluntad.
—Eclipse… —su voz tronó, no como palabra, sino como decreto—.
Vosotros sois la plaga. La luna se alimenta de la gloria del sol, como una sanguijuela que devora la luz divina. Cada uno de vosotros es un error cósmico, un crimen contra la llama eterna.
Se detuvo, su sombra ardía en lenguas de fuego que rugían con cada palabra.
—Desde el principio de los tiempos, vuestro linaje ha traído desequilibrio: vuestra madre arrancó al Rey del Caos de su trono, vosotras mancilláis la herencia de la luna con vuestra existencia híbrida. Yo soy el guardián de la pureza solar, el brazo que borrará para siempre a la estirpe del Eclipse.
Su voz se elevó como una llamarada final:
—No es odio personal, es justicia. Y hoy, esa justicia arderá en vosotras.
Helior Prime alzó su lanza solar, y el eclipse pareció latir con él.
Entonces ocurrió.
Como un latigazo en el alma, Lili sintió cómo algo en su interior respondía. Su cuerpo se arqueó, la espada Veythra brilló en sus manos y de su espalda brotó un fuego lunar oscuro, envolviendo su silueta. El aire tembló, y en un parpadeo, allí donde estaba Lili, emergió Arc, la dragóna lunar. Escamas de plata y sombra, alas inmensas, ojos de eclipse.
Pero Lili no controlaba nada.
Su consciencia quedó atrapada en un sueño extraño: veía, escuchaba, sentía el ardor del sol, el rugido de la tierra, la respiración de su madre… pero sus garras, su fuego, sus alas no respondían a su voluntad. Era prisionera dentro de la dragóna.
Jennifer, de pie frente al dios solar, no titubeó.
Su cabello ondeaba en la brisa ardiente, su aura caótica crepitaba como un mar de relámpagos verdes y negros.
Se interpuso entre Helior Prime y Arc, y con un gesto firme, apuntó la espada hacia el enemigo.
—Hablas de justicia… —su voz sonó como acero contra vidrio—. Pero lo tuyo no es justicia, es miedo disfrazado de sol.
Y yo no permitiré que toques a mi hija.
Helior Prime sonrió, altivo, y la tierra entera pareció arder bajo ese gesto.
El combate estaba por comenzar.


