- El Silencio Después del Caos.

Un año ha pasado desde que Jennifer selló a Ozma en el Jardín Prohibido. El mundo no lo celebró. Aparte del ejercito que ellos comandaban, nadie mas lo supo... o eso se creía.

Desde entonces, ha vagado por tierras ajenas, siguiendo un impulso que no sabe nombrar. Una búsqueda sin forma, sin destino. Lo que no sabe es que la maldición que adquirió por el poder que sello a su padre le impide encontrar ese algo especial que Jennifer busca.

Nadie sabe dónde está Jennifer. Su nombre se ha vuelto susurro, leyenda, duda. Sin embargo, en las rutas olvidadas y los pueblos al borde del abismo, se han escuchado rumores de una guerrera de armadura dorada, de belleza imponente, cuyo rostro permanece oculto tras una cascada de cabellos negros con destellos púrpura. Dicen que en sus ojos hay marcas negras como lágrimas, señales inconfundibles del linaje del caos. Algunos la llaman impostora, otros la veneran. Sus seguidores aseguran que es su reina, la heredera de Oz, que viaja por el mundo enfrentando horrores que nadie más ve. Pero tras cada hazaña, tras cada aparición, desaparece sin dejar rastro, como si el mundo mismo la expulsara antes de que alguien pueda pronunciar su verdadero nombre.


- La estrella que cayó del cielo.

La posada olía a sudor, cerveza tibia y desprecio. Entre las mesas, una figura menuda se movía con torpeza aprendida, esquivando codazos y recogiendo platos que nadie le agradecía. Para los clientes, era solo esa goblina. Un chiste con patas. Una criatura que creía poder hacer el trabajo de los humanos.

Cuando el último borracho se desplomó sobre su jarra, su turno terminó. No hubo palabras de despedida. Solo un gesto con la cabeza del dueño, señalando el establo. Su cama era un montón de eno entre dos vigas podridas. Pero al menos no pasaba hambre.

Se dejó caer con un suspiro. El cuerpo le dolía. No por el trabajo, sino por lo que no podía usar. Lo que dormía dentro de ella. Lo que la haría dormir demasiado si lo despertaba.

Entonces, un estruendo, la despertó. Un golpe seco, como si el cielo hubiera escupido algo. Se levantó de un salto, el corazón latiendo como si recordara guerras que nunca vivió. Salió del establo. La noche estaba quieta, pero en el suelo, entre las sombras, yacía una joven de cabellos rosa. La piel pálida, el vestido rasgado, los ojos cerrados.

No era goblina. No era humana. Era otra cosa.

La pequeña la revisó. Estaba viva aun respiraba. La arrastró con esfuerzo al establo, cubriéndola con un manto viejo. No preguntó quién era. No preguntó de dónde venía. Solo supo que debía cuidarla.

Muy lejos de allí, en un jardín que nadie visita, la esfera de colores que contiene al Rey Ozma palpitó. No como un corazón, sino como una herida.

Desde dentro, algo se agitó. No era el rey. Era el eco de su poder, reaccionando a una presencia que no debía existir.

Y frente a la esfera, un ente del caos se alzó. Su forma era cambiante, su voz como metal quebrado. Había esperado años. Había deseado el trono. Y ahora, al ver al rey dormido y sellado, rió.

"Tu hija aún respira ", susurró, acariciando la esfera con dedos que no eran dedos. "Pero no por mucho. Cuando muera, el trono será mío. Y tú… tú seguirás soñando".

La esfera tembló, no por miedo... Por furia.
- El Silencio Después del Caos. Un año ha pasado desde que Jennifer selló a Ozma en el Jardín Prohibido. El mundo no lo celebró. Aparte del ejercito que ellos comandaban, nadie mas lo supo... o eso se creía. Desde entonces, ha vagado por tierras ajenas, siguiendo un impulso que no sabe nombrar. Una búsqueda sin forma, sin destino. Lo que no sabe es que la maldición que adquirió por el poder que sello a su padre le impide encontrar ese algo especial que Jennifer busca. Nadie sabe dónde está Jennifer. Su nombre se ha vuelto susurro, leyenda, duda. Sin embargo, en las rutas olvidadas y los pueblos al borde del abismo, se han escuchado rumores de una guerrera de armadura dorada, de belleza imponente, cuyo rostro permanece oculto tras una cascada de cabellos negros con destellos púrpura. Dicen que en sus ojos hay marcas negras como lágrimas, señales inconfundibles del linaje del caos. Algunos la llaman impostora, otros la veneran. Sus seguidores aseguran que es su reina, la heredera de Oz, que viaja por el mundo enfrentando horrores que nadie más ve. Pero tras cada hazaña, tras cada aparición, desaparece sin dejar rastro, como si el mundo mismo la expulsara antes de que alguien pueda pronunciar su verdadero nombre. - La estrella que cayó del cielo. La posada olía a sudor, cerveza tibia y desprecio. Entre las mesas, una figura menuda se movía con torpeza aprendida, esquivando codazos y recogiendo platos que nadie le agradecía. Para los clientes, era solo esa goblina. Un chiste con patas. Una criatura que creía poder hacer el trabajo de los humanos. Cuando el último borracho se desplomó sobre su jarra, su turno terminó. No hubo palabras de despedida. Solo un gesto con la cabeza del dueño, señalando el establo. Su cama era un montón de eno entre dos vigas podridas. Pero al menos no pasaba hambre. Se dejó caer con un suspiro. El cuerpo le dolía. No por el trabajo, sino por lo que no podía usar. Lo que dormía dentro de ella. Lo que la haría dormir demasiado si lo despertaba. Entonces, un estruendo, la despertó. Un golpe seco, como si el cielo hubiera escupido algo. Se levantó de un salto, el corazón latiendo como si recordara guerras que nunca vivió. Salió del establo. La noche estaba quieta, pero en el suelo, entre las sombras, yacía una joven de cabellos rosa. La piel pálida, el vestido rasgado, los ojos cerrados. No era goblina. No era humana. Era otra cosa. La pequeña la revisó. Estaba viva aun respiraba. La arrastró con esfuerzo al establo, cubriéndola con un manto viejo. No preguntó quién era. No preguntó de dónde venía. Solo supo que debía cuidarla. Muy lejos de allí, en un jardín que nadie visita, la esfera de colores que contiene al Rey Ozma palpitó. No como un corazón, sino como una herida. Desde dentro, algo se agitó. No era el rey. Era el eco de su poder, reaccionando a una presencia que no debía existir. Y frente a la esfera, un ente del caos se alzó. Su forma era cambiante, su voz como metal quebrado. Había esperado años. Había deseado el trono. Y ahora, al ver al rey dormido y sellado, rió. "Tu hija aún respira ", susurró, acariciando la esfera con dedos que no eran dedos. "Pero no por mucho. Cuando muera, el trono será mío. Y tú… tú seguirás soñando". La esfera tembló, no por miedo... Por furia.
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