• «Un fruto de amor he soñado,
    un amor que en mi pecho ha brotado,
    pequeño ser, en mi corazón moras,
    y en mi alma, la ternura atesora.

    ¿Puede un sueño tan real ser vivido,
    ser madre, sin haberme entendido?
    Sabiendo que, en la realidad,
    es solo un sueño, mi verdad.»

    *Dejo salir en un susurro. Mirando el cielo y con una sonrisa diminuta, cerrando los ojos y deseando que la sensación de disgusto y tristeza bajen mediante gotas por mi piel.*

    —Él no podrá sentir a su primer nieto, y jamás en mi juventud pensé que esa realidad podría doler tanto como hoy duele —dije mientras fruncía los labios temblorosos con frustración propia.

    «Un fruto de amor he soñado, un amor que en mi pecho ha brotado, pequeño ser, en mi corazón moras, y en mi alma, la ternura atesora. ¿Puede un sueño tan real ser vivido, ser madre, sin haberme entendido? Sabiendo que, en la realidad, es solo un sueño, mi verdad.» *Dejo salir en un susurro. Mirando el cielo y con una sonrisa diminuta, cerrando los ojos y deseando que la sensación de disgusto y tristeza bajen mediante gotas por mi piel.* —Él no podrá sentir a su primer nieto, y jamás en mi juventud pensé que esa realidad podría doler tanto como hoy duele —dije mientras fruncía los labios temblorosos con frustración propia.
    Me encocora
    Me entristece
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  • ── La vida sigue...¿No es así?
    Insípida, insulsa, anodino, banal, gris, seca, infeliz, patética... No importa cómo lo diga, me siento muerta en vida. ──

    La duquesa respondió al mayordomo que se había tomado personal apoyarla en su visita de negocios, ajena a que estaba siendo espiada por ese mismo mayordomo.
    Y no era para menos estaba siendo forzada a conocer a posibles hombres que hagan su fortuna aún más grande de lo que ya es.
    Que proveen la mano de obra leal y más herramientas para excavar las interminables minas que son su propiedad. Tenía tanta fortuna, que ni su séptima u octava generación vería la diferencia en los números, no le importaba lo que alguien de ellos podría o no aportar.

    Entonces, uno de los prospectos más fuertes entró por la puerta, escoltado por sus soldados con ese aire de superioridad y dominancia que todo hombre soñaba tener...pero...

    La mirada de Sylvaine estaba puesta en alguien más, de manera fija, alguien completamente fuera de su alcance, alguien que se suponía le había dejado en claro su rechazo y ahora lo veía de manera clara, la forma en la que él protegía a esa mujer de cabellos blancos que sin duda se veía enérgica y joven.

    Era claro, más claro que el agua, no era la juventud, no era la energía... el problema era ella.
    Él ni siquiera le volteó a ver ¿tan horrible era Sylvie? ¿tan insoportable era su mera presencia?

    Las palabras del posible pretendiente sonaban como balbuceos lejanos los cuales ella interrumpió para que él la dejara ir.

    Dio unos cuantos pasos sosteniendo su vestido, planeaba ir detrás de ellos dos, encararlo de una buena vez, no se iba a detener hasta que él verbalmente se lo dijera.

    Pero la misma gente...no los quería juntos, por lo que apenas Adelgard y su acompañante pasaron a otra zona, dos guardias le cerraron el paso a ella, argumentando que la sala solo era para ciudadanos.

    El pecho de la duquesa se sintió pesado, aún así, pidió apoyo para pasar. "Solo saludar a un viejo amigo, solo eso y nada más" mintió.
    Pero ni así, le permitieron pasar.
    ── La vida sigue...¿No es así? Insípida, insulsa, anodino, banal, gris, seca, infeliz, patética... No importa cómo lo diga, me siento muerta en vida. ── La duquesa respondió al mayordomo que se había tomado personal apoyarla en su visita de negocios, ajena a que estaba siendo espiada por ese mismo mayordomo. Y no era para menos estaba siendo forzada a conocer a posibles hombres que hagan su fortuna aún más grande de lo que ya es. Que proveen la mano de obra leal y más herramientas para excavar las interminables minas que son su propiedad. Tenía tanta fortuna, que ni su séptima u octava generación vería la diferencia en los números, no le importaba lo que alguien de ellos podría o no aportar. Entonces, uno de los prospectos más fuertes entró por la puerta, escoltado por sus soldados con ese aire de superioridad y dominancia que todo hombre soñaba tener...pero... La mirada de Sylvaine estaba puesta en alguien más, de manera fija, alguien completamente fuera de su alcance, alguien que se suponía le había dejado en claro su rechazo y ahora lo veía de manera clara, la forma en la que él protegía a esa mujer de cabellos blancos que sin duda se veía enérgica y joven. Era claro, más claro que el agua, no era la juventud, no era la energía... el problema era ella. Él ni siquiera le volteó a ver ¿tan horrible era Sylvie? ¿tan insoportable era su mera presencia? Las palabras del posible pretendiente sonaban como balbuceos lejanos los cuales ella interrumpió para que él la dejara ir. Dio unos cuantos pasos sosteniendo su vestido, planeaba ir detrás de ellos dos, encararlo de una buena vez, no se iba a detener hasta que él verbalmente se lo dijera. Pero la misma gente...no los quería juntos, por lo que apenas Adelgard y su acompañante pasaron a otra zona, dos guardias le cerraron el paso a ella, argumentando que la sala solo era para ciudadanos. El pecho de la duquesa se sintió pesado, aún así, pidió apoyo para pasar. "Solo saludar a un viejo amigo, solo eso y nada más" mintió. Pero ni así, le permitieron pasar.
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  • https://youtu.be/P6qoTPhhv9w

    Qué inmensa envidia siento por la juventud, su osadía desmedida, sus sueños que desafían al tiempo y la ligereza con la que sus actos acarician el futuro sin temor a herirlo.

    Aquella noche, destinada solo a sellar promesas de lealtad al reino, se transformó en un hechizo que aún me persigue.

    No puedo regresar al instante en que tus ojos se encontraron con los míos, pero cómo anhelo danzar una y otra vez bajo la luna, reviviendo aquel vals hipnótico.
    Esta vez, no permitiría que terminara con la última campanada; robaría el tiempo mismo para retenerte un instante más.

    El brillo del oro y el enigma de la maquinaria arcana me rodean, pero mis ojos sueñan con la vastedad del mar, aunque mi corazón, siempre fiel, pertenece a las montañas donde nací.

    Allí, en lo alto, donde el viento murmura secretos, es donde mi alma aguarda, quizá, por ti.

    https://youtu.be/P6qoTPhhv9w Qué inmensa envidia siento por la juventud, su osadía desmedida, sus sueños que desafían al tiempo y la ligereza con la que sus actos acarician el futuro sin temor a herirlo. Aquella noche, destinada solo a sellar promesas de lealtad al reino, se transformó en un hechizo que aún me persigue. No puedo regresar al instante en que tus ojos se encontraron con los míos, pero cómo anhelo danzar una y otra vez bajo la luna, reviviendo aquel vals hipnótico. Esta vez, no permitiría que terminara con la última campanada; robaría el tiempo mismo para retenerte un instante más. El brillo del oro y el enigma de la maquinaria arcana me rodean, pero mis ojos sueñan con la vastedad del mar, aunque mi corazón, siempre fiel, pertenece a las montañas donde nací. Allí, en lo alto, donde el viento murmura secretos, es donde mi alma aguarda, quizá, por ti.
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  • 𝑹𝒆𝒈𝒂𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒖𝒍𝒕𝒊𝒎𝒂 𝒉𝒐𝒓𝒂.
    Fandom ACOTAR
    Categoría Fantasía
    Las calles de velaris siempre eran un deleite visual y auditivo repleto de faes disfrutando de una salida en aquel día tan alegre, todo lo contrario de lo que había visto en las tierras pobres donde vivió durante gran parte de su juventud, rodeados de todo tipo de pobreza y una carente alegria que asomaba incluso entre los mas adinerados.

    Se sorprendió comparando dos lugares tan opuestos, lo adjudico a la nostalgia y a la que fue, una ligera cantidad, de vino que no solía consumir (sabiendo que era un pretexto tonto para justificarse)

    Antes de salir de casa Nuala la había cubierto con una capa rosada para ocultar la ropa casual que, cabía recalcar, se negó a cambiar por la perdida de tiempo que conlevaria.

    Animada comienzo a caminar en busca de alguna tienda de interés mientras, [spirit_lime_fox_273] , caminaba a su lado como su acompañante y ahora compañero de la búsqueda de regalos de última hora.
    Las calles de velaris siempre eran un deleite visual y auditivo repleto de faes disfrutando de una salida en aquel día tan alegre, todo lo contrario de lo que había visto en las tierras pobres donde vivió durante gran parte de su juventud, rodeados de todo tipo de pobreza y una carente alegria que asomaba incluso entre los mas adinerados. Se sorprendió comparando dos lugares tan opuestos, lo adjudico a la nostalgia y a la que fue, una ligera cantidad, de vino que no solía consumir (sabiendo que era un pretexto tonto para justificarse) Antes de salir de casa Nuala la había cubierto con una capa rosada para ocultar la ropa casual que, cabía recalcar, se negó a cambiar por la perdida de tiempo que conlevaria. Animada comienzo a caminar en busca de alguna tienda de interés mientras, [spirit_lime_fox_273] , caminaba a su lado como su acompañante y ahora compañero de la búsqueda de regalos de última hora.
    Tipo
    Individual
    Líneas
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    Estado
    Disponible
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  • Carmina rara vez tenía la oportunidad de alejarse de la tienda familiar, pero con el cumpleaños de su abuela acercándose rápidamente, sentía que debía encontrar el regalo perfecto. Lucia siempre había sido una mujer elegante, conocida en el vecindario por su buen gusto y su porte refinado. En su juventud, la gente hablaba de ella con admiración y un toque de envidia, mencionando cómo su estilo de vida parecía deslumbrar a todos. Algunos incluso decían que se creía superior a los demás debido a su afición por las marcas de lujo. Sin embargo, Carmina sabía que eso no era cierto. Aunque su esposo a veces le regalaba accesorios o prendas de diseñador, Lucía tenía un talento especial para combinarlos con ropa sencilla que resaltaba su belleza natural.

    Por eso, este año, Carmina había ahorrado cada centavo que pudo, con la esperanza de poder comprarle algo verdaderamente especial a su querida abuela. Con determinación, se dirigió a la parte de la ciudad donde se encontraban las boutiques más elegantes. Era un lugar completamente distinto a su vecindario; las calles estaban adornadas con árboles bien cuidados y las vitrinas exhibían artículos de lujo que brillaban bajo el sol.

    Al entrar en una de las tiendas, Carmina no pudo evitar abrir los ojos en sorpresa ante los precios exorbitantes que se exhibían. Se sintió un poco incómoda, como si los empleados pudieran leer sus pensamientos y notar que claramente no pertenecía a ese entorno exclusivo. Sin embargo, llevaba consigo sus ahorros, y eso le dio un poco de valor.

    Comenzó a recorrer la tienda, revisando cuidadosamente la ropa, los zapatos y los bolsos. Todo era absolutamente hermoso, pero sabía que, a su edad, su abuela no usaría muchas de esas cosas. Después de un rato, desalentada, se dirigió hacia la salida. Pero justo al pasar por el escaparate de una joyería, algo brillante captó su atención.

    ¡Ahí estaban! Un par de aretes de oro, deslumbrantes y elegantes, como solo podían ser. El precio era elevado, pero encajaba perfectamente con lo que había ahorrado. Su corazón latía con emoción mientras se acercaba al vendedor y pedía las joyas del escaparate. Notó la mirada evaluadora del empleado, pero no le importó. Una vez que realizó la compra, se sintió ligera de ahorros, pero llena de alegría y anticipación.

    Al salir de la joyería, algo más llamó su atención. Una joven de cabellos rubios, cuya belleza parecía sacada de una revista de moda, se movía con una gracia deslumbrante. Era, sin duda, de otro nivel. A medida que se acercaba, el rostro de la mujer le resultaba familiar. Después de un momento, Carmina lo comprendió: ¡era ella! Sin pensarlo dos veces, se acercó a la mujer que ya había salido del local.

    —¡Disculpa! ¿Acaso conoces a Flavio?— preguntó, consciente de que su pregunta podía sonar torpe, pero era la única manera que se le ocurrió de indagar sobre la relación de la joven con alguien tan cercano a ella. En ese instante, la ansiedad la invadió, temiendo que podría estar confundiéndola y pasar una vergüenza aún mayor. Pero la curiosidad y el no saber más de aquel que consideraba su amigo, le dieron el valor suficiente para preguntar.

    Eᥣιsᥲbᥱttᥲ Dι Vιᥒᥴᥱᥒzo
    Carmina rara vez tenía la oportunidad de alejarse de la tienda familiar, pero con el cumpleaños de su abuela acercándose rápidamente, sentía que debía encontrar el regalo perfecto. Lucia siempre había sido una mujer elegante, conocida en el vecindario por su buen gusto y su porte refinado. En su juventud, la gente hablaba de ella con admiración y un toque de envidia, mencionando cómo su estilo de vida parecía deslumbrar a todos. Algunos incluso decían que se creía superior a los demás debido a su afición por las marcas de lujo. Sin embargo, Carmina sabía que eso no era cierto. Aunque su esposo a veces le regalaba accesorios o prendas de diseñador, Lucía tenía un talento especial para combinarlos con ropa sencilla que resaltaba su belleza natural. Por eso, este año, Carmina había ahorrado cada centavo que pudo, con la esperanza de poder comprarle algo verdaderamente especial a su querida abuela. Con determinación, se dirigió a la parte de la ciudad donde se encontraban las boutiques más elegantes. Era un lugar completamente distinto a su vecindario; las calles estaban adornadas con árboles bien cuidados y las vitrinas exhibían artículos de lujo que brillaban bajo el sol. Al entrar en una de las tiendas, Carmina no pudo evitar abrir los ojos en sorpresa ante los precios exorbitantes que se exhibían. Se sintió un poco incómoda, como si los empleados pudieran leer sus pensamientos y notar que claramente no pertenecía a ese entorno exclusivo. Sin embargo, llevaba consigo sus ahorros, y eso le dio un poco de valor. Comenzó a recorrer la tienda, revisando cuidadosamente la ropa, los zapatos y los bolsos. Todo era absolutamente hermoso, pero sabía que, a su edad, su abuela no usaría muchas de esas cosas. Después de un rato, desalentada, se dirigió hacia la salida. Pero justo al pasar por el escaparate de una joyería, algo brillante captó su atención. ¡Ahí estaban! Un par de aretes de oro, deslumbrantes y elegantes, como solo podían ser. El precio era elevado, pero encajaba perfectamente con lo que había ahorrado. Su corazón latía con emoción mientras se acercaba al vendedor y pedía las joyas del escaparate. Notó la mirada evaluadora del empleado, pero no le importó. Una vez que realizó la compra, se sintió ligera de ahorros, pero llena de alegría y anticipación. Al salir de la joyería, algo más llamó su atención. Una joven de cabellos rubios, cuya belleza parecía sacada de una revista de moda, se movía con una gracia deslumbrante. Era, sin duda, de otro nivel. A medida que se acercaba, el rostro de la mujer le resultaba familiar. Después de un momento, Carmina lo comprendió: ¡era ella! Sin pensarlo dos veces, se acercó a la mujer que ya había salido del local. —¡Disculpa! ¿Acaso conoces a Flavio?— preguntó, consciente de que su pregunta podía sonar torpe, pero era la única manera que se le ocurrió de indagar sobre la relación de la joven con alguien tan cercano a ella. En ese instante, la ansiedad la invadió, temiendo que podría estar confundiéndola y pasar una vergüenza aún mayor. Pero la curiosidad y el no saber más de aquel que consideraba su amigo, le dieron el valor suficiente para preguntar. [ElisabettaDV1]
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  • Una brisa fresca entraba por las ventanas de la casa de Lucia, la abuela de Carmina, mientras ambas disfrutaban una tarde tranquila. Carmina estaba sentada en el sofá, hojeando un álbum de fotos antiguo, donde las imágenes parecían contar historias de otro tiempo. Sonrió al ver una foto en blanco y negro de sus abuelos bailando en la plaza del pueblo, con la juventud y la alegría brillando en sus rostros.

    Lucia, notando la expresión nostálgica de su nieta, se sentó junto a ella, sus ojos reflejando el mismo brillo del recuerdo. Con voz suave, comentó: “Pietro y yo siempre bailábamos, ¿te acuerdas? Incluso cuando ya te habíamos enseñado a ti a bailar, él insistía en darme vueltas como si fuera una muchacha”.

    Carmina soltó una risa ligera, recordando esos días. “Claro que me acuerdo, abuela. Cuando era pequeña, él me levantaba y me hacía girar como si flotara en el aire”.

    Sin decir nada más, Lucia se levantó y extendió una mano hacia su nieta. “¿Por qué no bailamos ahora, como entonces? Pietro no está, pero nosotras aún podemos recordar cómo hacerlo”.

    Sorprendida y emocionada, Carmina tomó la mano de su abuela, sintiendo el calor de esos dedos que habían sostenido la suya tantas veces. Lucia caminó hasta un pequeño reproductor y puso una canción antigua, una melodía que resonaba con los ecos de las décadas y que de inmediato les trajo a ambas la imagen de su abuelo girando en círculos con ellas.

    Entonces, entre risas y torpes pasos, Carmina y Lucia comenzaron a bailar, moviéndose al ritmo de la música. Los pies de Lucia se deslizaron con una gracia inesperada para su edad, y Carmina se dejó llevar, recordando la calidez de aquellas tardes en que su abuelo la hacía girar y reír hasta que dolía el estómago. Lucia hizo lo mismo, tarareando suavemente la canción y girando a su nieta como si el tiempo no hubiera pasado.

    Por un instante, ambas se sintieron transportadas a esos días, cuando Pietro les enseñaba a girar juntas y les decía que un buen baile no se mide por los pasos, sino por las sonrisas compartidas. Al terminar la canción, Carmina se detuvo y miró a su abuela, que le devolvía la sonrisa con los ojos brillantes.

    Sin decir nada más, se abrazaron, y en el silencio, las palabras parecieron innecesarias. Estaban seguras de que Pietro, de algún modo, también había estado allí con ellas, acompañándolas una vez más en un baile eterno.
    Una brisa fresca entraba por las ventanas de la casa de Lucia, la abuela de Carmina, mientras ambas disfrutaban una tarde tranquila. Carmina estaba sentada en el sofá, hojeando un álbum de fotos antiguo, donde las imágenes parecían contar historias de otro tiempo. Sonrió al ver una foto en blanco y negro de sus abuelos bailando en la plaza del pueblo, con la juventud y la alegría brillando en sus rostros. Lucia, notando la expresión nostálgica de su nieta, se sentó junto a ella, sus ojos reflejando el mismo brillo del recuerdo. Con voz suave, comentó: “Pietro y yo siempre bailábamos, ¿te acuerdas? Incluso cuando ya te habíamos enseñado a ti a bailar, él insistía en darme vueltas como si fuera una muchacha”. Carmina soltó una risa ligera, recordando esos días. “Claro que me acuerdo, abuela. Cuando era pequeña, él me levantaba y me hacía girar como si flotara en el aire”. Sin decir nada más, Lucia se levantó y extendió una mano hacia su nieta. “¿Por qué no bailamos ahora, como entonces? Pietro no está, pero nosotras aún podemos recordar cómo hacerlo”. Sorprendida y emocionada, Carmina tomó la mano de su abuela, sintiendo el calor de esos dedos que habían sostenido la suya tantas veces. Lucia caminó hasta un pequeño reproductor y puso una canción antigua, una melodía que resonaba con los ecos de las décadas y que de inmediato les trajo a ambas la imagen de su abuelo girando en círculos con ellas. Entonces, entre risas y torpes pasos, Carmina y Lucia comenzaron a bailar, moviéndose al ritmo de la música. Los pies de Lucia se deslizaron con una gracia inesperada para su edad, y Carmina se dejó llevar, recordando la calidez de aquellas tardes en que su abuelo la hacía girar y reír hasta que dolía el estómago. Lucia hizo lo mismo, tarareando suavemente la canción y girando a su nieta como si el tiempo no hubiera pasado. Por un instante, ambas se sintieron transportadas a esos días, cuando Pietro les enseñaba a girar juntas y les decía que un buen baile no se mide por los pasos, sino por las sonrisas compartidas. Al terminar la canción, Carmina se detuvo y miró a su abuela, que le devolvía la sonrisa con los ojos brillantes. Sin decir nada más, se abrazaron, y en el silencio, las palabras parecieron innecesarias. Estaban seguras de que Pietro, de algún modo, también había estado allí con ellas, acompañándolas una vez más en un baile eterno.
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  • James se despierta esa mañana con una ligereza inusual, una chispa de ánimo que no reconoce como suya. Impulsado por esa energía extraña, bajo la cálida lluvia de la ducha, se afeita recortando al ras de la piel cada vello, dando fin a la barba que le acompaña desde hace quizá un par de años.

    Al terminar, cuando su mirada se cruza con el espejo, un pesar lo embarga. El rostro que le devuelve la mirada es el de un hombre joven, de piel lisa y lozana, sin rastros del paso del tiempo y sus penurias, cuando en su interior siente el peso de más de dos siglos de infructuosa cacería.

    La juventud de ese reflejo le parece una burla cruel, un recordatorio de la discordancia entre su apariencia y el alma vieja, rota y torturada que lleva dentro, pero volver atrás requerirá más tiempo del que tiene ahora mismo.

    Termina de alistarse. Se viste, guarda todo lo necesario en el morral que termina por echarse al hombro y sale de la vieja fabrica para cumplir con sus compromisos del día.

    #wendigo
    James se despierta esa mañana con una ligereza inusual, una chispa de ánimo que no reconoce como suya. Impulsado por esa energía extraña, bajo la cálida lluvia de la ducha, se afeita recortando al ras de la piel cada vello, dando fin a la barba que le acompaña desde hace quizá un par de años. Al terminar, cuando su mirada se cruza con el espejo, un pesar lo embarga. El rostro que le devuelve la mirada es el de un hombre joven, de piel lisa y lozana, sin rastros del paso del tiempo y sus penurias, cuando en su interior siente el peso de más de dos siglos de infructuosa cacería. La juventud de ese reflejo le parece una burla cruel, un recordatorio de la discordancia entre su apariencia y el alma vieja, rota y torturada que lleva dentro, pero volver atrás requerirá más tiempo del que tiene ahora mismo. Termina de alistarse. Se viste, guarda todo lo necesario en el morral que termina por echarse al hombro y sale de la vieja fabrica para cumplir con sus compromisos del día. #wendigo
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  • Fondo Musical: https://www.youtube.com/watch?v=p2dpskiuTvo

    Malvarrosada de mágica runa, cuna rebelde en tus extrañadas cumbres de entrañas abiertas; es en este eclipse de bienaventuranza en el que recito la venia que enseñaste a mi familia como siempre lo has esperado. Rito tras rito en tu arribo, inmaculada como la más agraciada de las bestias. Desde que te reconocí, te convertiste en la razón de nuestra abundancia, a pesar de las carencias. Tu rostro cabalga a los ayeres siderales de los recuerdos más excelsos que tenemos. Cuadro tras cuadro en el que perdura tu estampa; emperatriz nuestra.

    ¿Cuándo alcanzaremos el país donde los Nunca Jamás son sólo invenciones de historias de adultos sin imaginación, ni reglas de fina estampa? Porque los adultos amoldan a sus mentes, con yerros a fuego vivo, tan sólo para complacer a los parásitos ingratos que los gobiernan. Contigo basta el parpadeo de una solariega imagen, anclada a las ancas de ranas que se entrevén en las paredes del avivado palacio, que se encuentra sobre la piedra del río en el que pincelaste tus escudos y prudencias.

    No persiste en ti más que el perdón de los dolientes que te rezan. Otros más te repudian, otros más te alcanzan, otros más se agitan en el recodo de los retazos de los tapices y ápices en los que se debaten la razón de tu existencia. ¿Quién eres, tu perla de luz, venidera desde el juicio del océano de arena?

    Abusas de tu integridad, mi nombre, mi llamado. Mi esperanza es tu presencia ante la mesa en la que descansas raras veces. Te amamos con nuestras bocas, lenguas, los cordeles e instrumentos del placer que es para ti ser devorada. Tu carne, tu pagana música, aumenta cada vez, cada tanto, en cada sigilo que anuncias a tus crías de largas orejas, extremidades retorcidas. Cola de cabra, voz de león. Un ritual de sangre donde pereces y renaces cada vez, tanto en tanto, otra vez en tus visitas. En los labios de mi Abuela existes en los Para Siempre. Te recito, como un cuento, y, ella, me enseña tus oraciones. Tu fantasmal música de fantasía con la que me arrullaba antes de convertirse en el espectro de mi caja musical.

    Ambos te llamamos Den Phelasphazyo; Imthár ylz Ghemelthann. La misma Sapiencia encarnada que cortó su garganta para dar bienvenida a mi progenitor, ese que se aparearía con ella mucho antes de ella morir por el éxtasis. La Sapiencia del valor que retiene a mi madre cuando nos alimenta con el calor de tus bendecidas carnes con aroma a ceniza, a hueso y a sol; la Sapiencia del dolor que nos envuelve y que predicamos como noble leyenda.

    La Sapiencia de la esperanza de nacer de tu rebelde imaginario.

    La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia de ser coronada en cada voz, cada voto, cada redoble de tambores en las pinturas y representaciones de nuestras catorce sagradas sangrientas y quince lunas tristes. Tú y sólo tú, virginal doncella, eres un misterio en el cosmogénesis de esta ufanada euforia, en la que recitamos tus alabeos de sidéreos amores y amalgamas presentes. Sobre nuestra piel de desnudado eco, en el que escribes tu propia selección de Do-Re-mi-Fa-Sol.

    Escribes tus lunares y tus rosadas lunas de santificados infartos y anunciadas guerras desde el fin y el principio de los tiempos. Somos tus rituales de sangre, eco de una diosa aparecida sobre una montaña adornada con cadáveres de flores. Tan ácidos como esa miel de abeja enlazada a los limones de destrozados arbustos de piedras y sangre. Remedio para la peste en la que te has convertido para el resto de los vivientes que sollozan en esta aldea. Los que huyen de tu nombre y tu aniñada juventud.
    Fondo Musical: https://www.youtube.com/watch?v=p2dpskiuTvo Malvarrosada de mágica runa, cuna rebelde en tus extrañadas cumbres de entrañas abiertas; es en este eclipse de bienaventuranza en el que recito la venia que enseñaste a mi familia como siempre lo has esperado. Rito tras rito en tu arribo, inmaculada como la más agraciada de las bestias. Desde que te reconocí, te convertiste en la razón de nuestra abundancia, a pesar de las carencias. Tu rostro cabalga a los ayeres siderales de los recuerdos más excelsos que tenemos. Cuadro tras cuadro en el que perdura tu estampa; emperatriz nuestra. ¿Cuándo alcanzaremos el país donde los Nunca Jamás son sólo invenciones de historias de adultos sin imaginación, ni reglas de fina estampa? Porque los adultos amoldan a sus mentes, con yerros a fuego vivo, tan sólo para complacer a los parásitos ingratos que los gobiernan. Contigo basta el parpadeo de una solariega imagen, anclada a las ancas de ranas que se entrevén en las paredes del avivado palacio, que se encuentra sobre la piedra del río en el que pincelaste tus escudos y prudencias. No persiste en ti más que el perdón de los dolientes que te rezan. Otros más te repudian, otros más te alcanzan, otros más se agitan en el recodo de los retazos de los tapices y ápices en los que se debaten la razón de tu existencia. ¿Quién eres, tu perla de luz, venidera desde el juicio del océano de arena? Abusas de tu integridad, mi nombre, mi llamado. Mi esperanza es tu presencia ante la mesa en la que descansas raras veces. Te amamos con nuestras bocas, lenguas, los cordeles e instrumentos del placer que es para ti ser devorada. Tu carne, tu pagana música, aumenta cada vez, cada tanto, en cada sigilo que anuncias a tus crías de largas orejas, extremidades retorcidas. Cola de cabra, voz de león. Un ritual de sangre donde pereces y renaces cada vez, tanto en tanto, otra vez en tus visitas. En los labios de mi Abuela existes en los Para Siempre. Te recito, como un cuento, y, ella, me enseña tus oraciones. Tu fantasmal música de fantasía con la que me arrullaba antes de convertirse en el espectro de mi caja musical. Ambos te llamamos Den Phelasphazyo; Imthár ylz Ghemelthann. La misma Sapiencia encarnada que cortó su garganta para dar bienvenida a mi progenitor, ese que se aparearía con ella mucho antes de ella morir por el éxtasis. La Sapiencia del valor que retiene a mi madre cuando nos alimenta con el calor de tus bendecidas carnes con aroma a ceniza, a hueso y a sol; la Sapiencia del dolor que nos envuelve y que predicamos como noble leyenda. La Sapiencia de la esperanza de nacer de tu rebelde imaginario. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia de ser coronada en cada voz, cada voto, cada redoble de tambores en las pinturas y representaciones de nuestras catorce sagradas sangrientas y quince lunas tristes. Tú y sólo tú, virginal doncella, eres un misterio en el cosmogénesis de esta ufanada euforia, en la que recitamos tus alabeos de sidéreos amores y amalgamas presentes. Sobre nuestra piel de desnudado eco, en el que escribes tu propia selección de Do-Re-mi-Fa-Sol. Escribes tus lunares y tus rosadas lunas de santificados infartos y anunciadas guerras desde el fin y el principio de los tiempos. Somos tus rituales de sangre, eco de una diosa aparecida sobre una montaña adornada con cadáveres de flores. Tan ácidos como esa miel de abeja enlazada a los limones de destrozados arbustos de piedras y sangre. Remedio para la peste en la que te has convertido para el resto de los vivientes que sollozan en esta aldea. Los que huyen de tu nombre y tu aniñada juventud.
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  • Mair recorría las calles de la ciudad, notando los cambios que esta había sufrido. Después de todo, hacía muchos años que no había vuelto.

    -Es extraordinaria, extrañaba tanto este ambiente, a las personas, esta energía... incluso el aire es más puro.

    Las edificaciones, aunque más modernas, mantenían su tonalidad clara y ese brillo característico que reflejaba la luz del sol, dándole a la ciudad un aire casi etéreo. Las calles, con su inmaculada blancura, parecían haber sido ampliadas, llenas de gente que se movía con una energía que Mair había olvidado. La atmósfera le resultaba a la vez familiar y nueva, como si la ciudad se hubiera transformado en su ausencia, pero sin perder su esencia.

    Al caminar, se encontró con una plaza que solía frecuentar en su juventud. Los árboles seguían proyectando sus sombras delicadas sobre el pavimento claro, y aunque los bancos habían sido renovados, todo parecía intacto en sus recuerdos. Se sentó un momento, cerrando los ojos para disfrutar de la brisa suave y de la sensación de pertenecer de nuevo a aquel lugar tan especial.
    Mair recorría las calles de la ciudad, notando los cambios que esta había sufrido. Después de todo, hacía muchos años que no había vuelto. -Es extraordinaria, extrañaba tanto este ambiente, a las personas, esta energía... incluso el aire es más puro. Las edificaciones, aunque más modernas, mantenían su tonalidad clara y ese brillo característico que reflejaba la luz del sol, dándole a la ciudad un aire casi etéreo. Las calles, con su inmaculada blancura, parecían haber sido ampliadas, llenas de gente que se movía con una energía que Mair había olvidado. La atmósfera le resultaba a la vez familiar y nueva, como si la ciudad se hubiera transformado en su ausencia, pero sin perder su esencia. Al caminar, se encontró con una plaza que solía frecuentar en su juventud. Los árboles seguían proyectando sus sombras delicadas sobre el pavimento claro, y aunque los bancos habían sido renovados, todo parecía intacto en sus recuerdos. Se sentó un momento, cerrando los ojos para disfrutar de la brisa suave y de la sensación de pertenecer de nuevo a aquel lugar tan especial.
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  • ¿Qué es lo que realmente cuenta en un enfrentamiento de vaqueros? ¿Es la rapidez? ¿Es el talento innato? ¿O quizás la técnica depurada? En mi juventud, hubiera respondido que todo ello es crucial. Pero, tras años de vivencias, he llegado a la conclusión de que lo más valioso no es ninguna de esas cualidades... es la experiencia.

    ¿Eres alguien que carece de experiencia? Todos hemos comenzado desde cero en algún momento. Yo mismo fui un novato, dando mis primeros pasos, y con el paso del tiempo, aquí estoy: reconocido como "el más formidable duelista del viejo oeste", o al menos así me apodan algunos.

    La travesía ha sido larga y llena de desafíos, pero cada duelo, cada encuentro, ha forjado mi carácter y habilidad. Recuerda, en este vasto desierto de la vida, la experiencia es el verdadero oro que se encuentra en el polvo.

    -Ryder aconsejando a un novato antes de un duelo.
    ¿Qué es lo que realmente cuenta en un enfrentamiento de vaqueros? ¿Es la rapidez? ¿Es el talento innato? ¿O quizás la técnica depurada? En mi juventud, hubiera respondido que todo ello es crucial. Pero, tras años de vivencias, he llegado a la conclusión de que lo más valioso no es ninguna de esas cualidades... es la experiencia. ¿Eres alguien que carece de experiencia? Todos hemos comenzado desde cero en algún momento. Yo mismo fui un novato, dando mis primeros pasos, y con el paso del tiempo, aquí estoy: reconocido como "el más formidable duelista del viejo oeste", o al menos así me apodan algunos. La travesía ha sido larga y llena de desafíos, pero cada duelo, cada encuentro, ha forjado mi carácter y habilidad. Recuerda, en este vasto desierto de la vida, la experiencia es el verdadero oro que se encuentra en el polvo. -Ryder aconsejando a un novato antes de un duelo.
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