• El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender.

    Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas.

    Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación.

    Kazuo ...

    El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable.

    Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado.

    Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes.

    Y aun así, ella lo había negado.

    Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba.

    Había decidido por él.

    No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo.

    Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar.

    Salvarlo fue una condena compartida.

    Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio.

    Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello.

    Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria.

    Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible.

    Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido.

    El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino.

    Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
    El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender. Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas. Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación. [8KazuoAihara8]... El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable. Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado. Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes. Y aun así, ella lo había negado. Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba. Había decidido por él. No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo. Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar. Salvarlo fue una condena compartida. Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio. Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello. Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria. Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible. Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido. El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino. Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
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  • Historia Naciente
    Fandom OC
    Categoría Original
    Lunes por la mañana en la universidad xxxxx, clima soleado con apenas nubes presentes en el cielo, escuchándose en un pasillo vacío, el andar de un hombre de tez morena, semblante sereno y frío, mirada penetrante, acomodándose la chaqueta al llegar a una puerta de madera de roble color rojo profundo, levantando la mirada, procedía a abrir la puerta dando paso a una cacofonía de voces de los estudiantes presentes, un gran auditorio daba bienvenida al hombre quien daría una conferencia además de responder preguntas de los jóvenes estudiantes.

    — Damos la bienvenida al señor Joel Dallas, hijo mayor de la familia Dallas, dueños de conglomerados y empresas dedicadas a exportación e importación mercantil, una de las familias mas influyentes en el ámbito empresarial.

    Con las palabras del orador, un hombre mayor con pocas canas visibles, porte serio y un par de lentes adornando su rostro, después de presentar al hombre de tez morena dio paso a este ante el podio, dando inicio a la conferencia.

    — Como ha dicho vuestro maestro, me presentaré, Joel Dallas, para quienes no sepan, soy el responsable de las recientes expansiones de Dallas Company en el mercado extranjero, mi área va dedicada a administración, exploración comercial, además de inversiones.

    Iniciando la conferencia, en la pantalla delantera se vio salir el logo empresarial de la familia.

    || Rol con Ney Nixays
    Lunes por la mañana en la universidad xxxxx, clima soleado con apenas nubes presentes en el cielo, escuchándose en un pasillo vacío, el andar de un hombre de tez morena, semblante sereno y frío, mirada penetrante, acomodándose la chaqueta al llegar a una puerta de madera de roble color rojo profundo, levantando la mirada, procedía a abrir la puerta dando paso a una cacofonía de voces de los estudiantes presentes, un gran auditorio daba bienvenida al hombre quien daría una conferencia además de responder preguntas de los jóvenes estudiantes. — Damos la bienvenida al señor Joel Dallas, hijo mayor de la familia Dallas, dueños de conglomerados y empresas dedicadas a exportación e importación mercantil, una de las familias mas influyentes en el ámbito empresarial. Con las palabras del orador, un hombre mayor con pocas canas visibles, porte serio y un par de lentes adornando su rostro, después de presentar al hombre de tez morena dio paso a este ante el podio, dando inicio a la conferencia. — Como ha dicho vuestro maestro, me presentaré, Joel Dallas, para quienes no sepan, soy el responsable de las recientes expansiones de Dallas Company en el mercado extranjero, mi área va dedicada a administración, exploración comercial, además de inversiones. Iniciando la conferencia, en la pantalla delantera se vio salir el logo empresarial de la familia. || Rol con [galaxy_violet_eagle_913]
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  • El primer encuentro de dos mundos — El extraño del bosque.
    Earthrealm — Fangjiang.
    (Autoconclusivo)

    ----

    La brisa suave de la mañana acariciaba los campos de Fangjiang, llevando consigo el dulce aroma de las frambuesas recién cortadas. Mei, arrodillada junto a un arbusto, apartó un mechón oscuro de su rostro mientras llenaba un cesto de mimbre con cuidado. Aquel día, como tantos otros desde que eligió vivir entre los humanos, había sido pacífico: enseñanzas para los niños, pruebas con sus cultivos y momentos de armonía junto a la aldea.

    Pero entonces, el viento cambió.

    No era el anuncio de una tormenta ni una simple alteración del clima. Era el olor. Un aroma metálico, denso, inconfundible: sangre.

    Su corazón se aceleró. Algo —o alguien— la observaba desde el bosque.

    Mei se incorporó de inmediato, cesto en brazos, y sin voltear, comenzó a caminar de regreso. El aire vibraba con una tensión invisible que solo ella podía percibir. Apenas alcanzó el umbral de su casa, un golpe repentino la derribó.

    Las frambuesas se esparcieron como gotas dulces sobre la madera, y un cuerpo cayó a sus pies. Un hombre, cubierto de sangre y suciedad, vestido con una armadura extraña de un verde ajeno a ese mundo. Estaba gravemente herido. Su aliento era pesado y su piel surcada de cicatrices.

    Antes de que pudiera reaccionar, tres hombres armados irrumpieron en la casa. Sus miradas se posaron sobre Mei con intenciones claras. Ella retrocedió, el cuerpo temblando, no por su propia vida, sino por los niños que en cualquier momento podrían llegar.

    Entonces, el extraño se levantó.

    Con un rugido gutural, se lanzó contra los intrusos. Uno cayó con un zarpazo seco. Otro fue alzado por el cuello y estrellado contra una columna. Al último… lo deshizo con ácido.

    Brutal. Implacable. Letal.

    El silencio volvió a instalarse, roto solo por sus jadeos. El extraño —Syzoth, aunque Mei aún no lo supiera— se volvió hacia ella. Sus ojos dorados se clavaron en los suyos. Ella quiso correr, pero él fue más rápido. La empujó contra la pared y le sostuvo la mandíbula con fuerza.

    —Silencio —ordenó, con voz ronca y acento extranjero. Mei asintió sin emitir palabra, el miedo clavado en los huesos.

    Syzoth tambaleaba por las heridas, pero su mirada ardía con desconfianza.

    —Cúrame. Ahora.

    Un golpeteo en la puerta interrumpió la escena. Una vocecita infantil preguntó por ella, inocente y ajena al peligro. Mei, temblando, rogó a Syzoth que no hiciera daño. Él accedió, solo para evitar alboroto, aunque dejó claro que si no los despachaba, no dudaría en acabar con todos.

    Mei respiró hondo y los despidió con voz serena. Cuando la puerta se cerró, él la tomó del brazo y la arrastró sin miramientos al interior.

    En la sala, Syzoth se desplomó sobre un sofá. Mei se arrodilló frente a él. Con una mirada rápida a sus heridas, identificó ciertos rasgos descritos en textos antiguos: era un zaterrano. Usando tomos que había conservado en secreto, comenzó a tratarlo. Durante horas limpió heridas, cerró laceraciones y reguló su temperatura con infusiones de hierbas.

    Cuando finalmente cayó dormido por el agotamiento, Mei pensó que podría descansar. Pero se equivocaba.

    Al despertar, Syzoth apareció a sus espaldas. La inmovilizó con una llave brusca.

    —¿Qué cocinas? —gruñó, olfateándola con sospecha.

    Ella, temblando, respondió con nerviosismo. Solo al probar la comida y constatar que no era veneno, la soltó. Aún así, no cesaron las amenazas.

    Al terminar de comer, lanzó otra orden:

    —Dormiré aquí. Contigo.

    Mei negó, horrorizada. Él no aceptó discusión.

    La noche fue larga. Ninguno de los dos durmió en verdad. Mei apenas se atrevía a respirar. Syzoth la vigilaba con una mezcla de recelo y agotamiento.

    Al amanecer, los primeros rayos se colaron por la ventana. Mei se incorporó lentamente, el pecho oprimido, preguntándose si su vida cambiaría para siempre con ese día.

    —¿A dónde vas? —gruñó la voz áspera detrás de ella.

    —A limpiar… a preparar la casa para los niños… —susurró.

    —No.

    La palabra fue una sentencia.

    Ella explicó con voz quebrada que si no hacía su rutina, los ancianos de la aldea vendrían a buscarla. Y lo descubrirían. Él bufó, pero accedió con reticencia.

    Ella no lo sabía aún… pero ese fue el comienzo.

    El inicio de una historia marcada por la furia, la desconfianza, el amor…
    Y la redención.
    El primer encuentro de dos mundos — El extraño del bosque. Earthrealm — Fangjiang. (Autoconclusivo) ---- La brisa suave de la mañana acariciaba los campos de Fangjiang, llevando consigo el dulce aroma de las frambuesas recién cortadas. Mei, arrodillada junto a un arbusto, apartó un mechón oscuro de su rostro mientras llenaba un cesto de mimbre con cuidado. Aquel día, como tantos otros desde que eligió vivir entre los humanos, había sido pacífico: enseñanzas para los niños, pruebas con sus cultivos y momentos de armonía junto a la aldea. Pero entonces, el viento cambió. No era el anuncio de una tormenta ni una simple alteración del clima. Era el olor. Un aroma metálico, denso, inconfundible: sangre. Su corazón se aceleró. Algo —o alguien— la observaba desde el bosque. Mei se incorporó de inmediato, cesto en brazos, y sin voltear, comenzó a caminar de regreso. El aire vibraba con una tensión invisible que solo ella podía percibir. Apenas alcanzó el umbral de su casa, un golpe repentino la derribó. Las frambuesas se esparcieron como gotas dulces sobre la madera, y un cuerpo cayó a sus pies. Un hombre, cubierto de sangre y suciedad, vestido con una armadura extraña de un verde ajeno a ese mundo. Estaba gravemente herido. Su aliento era pesado y su piel surcada de cicatrices. Antes de que pudiera reaccionar, tres hombres armados irrumpieron en la casa. Sus miradas se posaron sobre Mei con intenciones claras. Ella retrocedió, el cuerpo temblando, no por su propia vida, sino por los niños que en cualquier momento podrían llegar. Entonces, el extraño se levantó. Con un rugido gutural, se lanzó contra los intrusos. Uno cayó con un zarpazo seco. Otro fue alzado por el cuello y estrellado contra una columna. Al último… lo deshizo con ácido. Brutal. Implacable. Letal. El silencio volvió a instalarse, roto solo por sus jadeos. El extraño —Syzoth, aunque Mei aún no lo supiera— se volvió hacia ella. Sus ojos dorados se clavaron en los suyos. Ella quiso correr, pero él fue más rápido. La empujó contra la pared y le sostuvo la mandíbula con fuerza. —Silencio —ordenó, con voz ronca y acento extranjero. Mei asintió sin emitir palabra, el miedo clavado en los huesos. Syzoth tambaleaba por las heridas, pero su mirada ardía con desconfianza. —Cúrame. Ahora. Un golpeteo en la puerta interrumpió la escena. Una vocecita infantil preguntó por ella, inocente y ajena al peligro. Mei, temblando, rogó a Syzoth que no hiciera daño. Él accedió, solo para evitar alboroto, aunque dejó claro que si no los despachaba, no dudaría en acabar con todos. Mei respiró hondo y los despidió con voz serena. Cuando la puerta se cerró, él la tomó del brazo y la arrastró sin miramientos al interior. En la sala, Syzoth se desplomó sobre un sofá. Mei se arrodilló frente a él. Con una mirada rápida a sus heridas, identificó ciertos rasgos descritos en textos antiguos: era un zaterrano. Usando tomos que había conservado en secreto, comenzó a tratarlo. Durante horas limpió heridas, cerró laceraciones y reguló su temperatura con infusiones de hierbas. Cuando finalmente cayó dormido por el agotamiento, Mei pensó que podría descansar. Pero se equivocaba. Al despertar, Syzoth apareció a sus espaldas. La inmovilizó con una llave brusca. —¿Qué cocinas? —gruñó, olfateándola con sospecha. Ella, temblando, respondió con nerviosismo. Solo al probar la comida y constatar que no era veneno, la soltó. Aún así, no cesaron las amenazas. Al terminar de comer, lanzó otra orden: —Dormiré aquí. Contigo. Mei negó, horrorizada. Él no aceptó discusión. La noche fue larga. Ninguno de los dos durmió en verdad. Mei apenas se atrevía a respirar. Syzoth la vigilaba con una mezcla de recelo y agotamiento. Al amanecer, los primeros rayos se colaron por la ventana. Mei se incorporó lentamente, el pecho oprimido, preguntándose si su vida cambiaría para siempre con ese día. —¿A dónde vas? —gruñó la voz áspera detrás de ella. —A limpiar… a preparar la casa para los niños… —susurró. —No. La palabra fue una sentencia. Ella explicó con voz quebrada que si no hacía su rutina, los ancianos de la aldea vendrían a buscarla. Y lo descubrirían. Él bufó, pero accedió con reticencia. Ella no lo sabía aún… pero ese fue el comienzo. El inicio de una historia marcada por la furia, la desconfianza, el amor… Y la redención.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Demoraré en dar respuesta o inicios. Estoy con una migraña terrible....
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  • - - 43:00 - -

    ¿Qué sucede cuando las máscaras se van? ¿Volvemos a ser quienes éramos al principio? ¿O es cuando las máscaras se retiran que la verdadera falsedad empieza?

    ¿Aprendieron algo, queridos participantes? ¿Sobre ustedes mismos, sobre los demás?

    . . .

    -- RESULTADOS --

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗪
    Escaparon usando las balsas. Todos perderán 1 punto.
    [Just_add_water] - 3 puntos
    [lill3tblan] - 5 puntos
    Daniel Fernández - 7 puntos
    Ysoria Kan - 3 puntos (perdió la mitad por la cláusula al inicio del evento)
    N–612 - ELIMINADO

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗫
    Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen.
    Cecilia Immergreen - 4 puntos
    Armand Melendi - 5 puntos
    Ingrid Rosemond - 5 puntos

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗬
    Escaparon usando las balsas. Yu y Aphro pierden 1 punto.
    Yu Xuan - 7 puntos
    ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ - 7 puntos
    Faust - 5 puntos (+2, instrucción especial dentro del evento)
    ̵K̵ō̵s̵ᴜ̵ᴋ̵ᴇ̵ ̵H̵ᴀ̵s̵ʜ̵ɪ̵ʙ̵ᴀ̵ - ELIMINADO

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗭
    Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen.
    Hiro - 5 puntos
    Xin Yi - 6 puntos
    Sapphire Kawashima - 7 puntos
    Shiori Novella - 6 puntos (retirada temporalmente del juego debido a instrucción especial)

    . . .

    La mejor manera de honrar a los que se van es seguir viviendo. Recuérdenlo bien, participantes.
    - - 43:00 - - ¿Qué sucede cuando las máscaras se van? ¿Volvemos a ser quienes éramos al principio? ¿O es cuando las máscaras se retiran que la verdadera falsedad empieza? ¿Aprendieron algo, queridos participantes? ¿Sobre ustedes mismos, sobre los demás? . . . -- RESULTADOS -- 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗪 Escaparon usando las balsas. Todos perderán 1 punto. [Just_add_water] - 3 puntos [lill3tblan] - 5 puntos [blaze_aqua_squirrel_523] - 7 puntos [tidal_peach_turtle_127] - 3 puntos (perdió la mitad por la cláusula al inicio del evento) [N.612] - ELIMINADO 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗫 Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen. [ember_amethyst_octopus_437] - 4 puntos [the_detective] - 5 puntos [rain_curtain] - 5 puntos 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗬 Escaparon usando las balsas. Yu y Aphro pierden 1 punto. [yu_xuan] - 7 puntos [AfroTheSmilingOne] - 7 puntos [architecti_audi_nos] - 5 puntos (+2, instrucción especial dentro del evento) [The_writer] - ELIMINADO 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗭 Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen. [Hiritox3] - 5 puntos [xin_yi] - 6 puntos [Sapphire] - 7 puntos [specter_copper_horse_768] - 6 puntos (retirada temporalmente del juego debido a instrucción especial) . . . La mejor manera de honrar a los que se van es seguir viviendo. Recuérdenlo bien, participantes.
    Me entristece
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  • //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con Kazuo

    "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega."

    Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos.
    La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda.

    Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad.

    Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó.

    La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más.

    Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día.
    Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas.

    Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash.
    La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó.

    El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando.

    Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía.

    Días, semanas, meses, años, décadas...

    Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos.
    La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello.

    Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido.

    Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo.
    Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados.

    -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad.

    Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría.

    Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
    //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con [8KazuoAihara8] "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega." Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos. La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda. Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad. Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó. La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más. Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día. Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas. Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash. La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó. El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando. Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía. Días, semanas, meses, años, décadas... Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos. La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello. Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido. Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo. Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados. -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad. Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría. Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
    Me entristece
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  • Curioso como tergiversan lo que escuchan, curioso como siempre toman la connotación negativa de la palabra. Curiosa forma de pensar que algo como un inicio de pensamiento, no pueda cambiar de perspectiva durante su desarrollo; enseñar, ser y existir hace que el cambio de pensamientos sean mas humanos. La paz se contagia, la compañía se atesora, se puede cambiar, se puede mejorar, solo si la enseñanza se sigue sembrando. Con la misma existencia basta. Pero si existe solo opiniones negativas, ¿Porque no ver lo que se desarrolló? ¿Porqué no ver lo que se ofreció?, Si solo se guían por "la portada del libro" y juzgan así... Solo los llevará a seguir en el bucle de la desigualdad.

    —Que triste desdicha. Que triste. Supongo que no nací para ser algo más, solo ser lo que soy... Jamás debí aceptar la propuesta de rozar los cielos. Para manejar esas vidas, realmente se debe dejar de ser humano... Porque si eres humano... Solo te comen vivos los murmullos llenos de prejuicios, esa lucecita esta esperando que la elimine, así todo lo ocurrido jamás ocurrió, ¿No? Si se elimina algo de raíz es porque nunca debió existir... —dijo viendo el libro de lomo celeste, las hojas de esta historia se estaban quemando y siendo parte del aire, una por una— Una historia así es un desperdicio de tiempo. Pequeños, esta historia ya tenía un final desde que todo se torció la primera vez. Se alargó porque mi corazón le dio mas amor del que debió ser... Para la niñez es valido huir. En la madurez, no se puede huir, solo llevar mochilas en los hombros para toda una vida.

    Rió en cuando dejo que el libro flotara sobre el fuego de su querido fénix.

    —Incinérate si es así como debe acabar tu existencia pequeña. Pero recuerda, los amigos que hiciste jamás te van a olvidar. Aunque ya no existas, aunque ya no exista registro de tu existencia, aunque solo sean susurros... Un sueño jamas se olvida, si Morfeo te reconoció como única amiga —pronunció mientras se iba marchando de aquella biblioteca, de historias que jamás serían terminadas, si esa historia era carcomida por la flama del fénix, es porque así debió ser antes de adorarlo todo.

    —Si una vez fallas, esta bien, si dos veces fallas, quiere decir que no aprendiste la primera vez. Y ya la tercera queda solo dejar todo en el vacío. Porque si no funciona, ¿Para que insistir?—preguntó la maga saliendo de su cueva y esparciendo su esencia con el viento.
    Curioso como tergiversan lo que escuchan, curioso como siempre toman la connotación negativa de la palabra. Curiosa forma de pensar que algo como un inicio de pensamiento, no pueda cambiar de perspectiva durante su desarrollo; enseñar, ser y existir hace que el cambio de pensamientos sean mas humanos. La paz se contagia, la compañía se atesora, se puede cambiar, se puede mejorar, solo si la enseñanza se sigue sembrando. Con la misma existencia basta. Pero si existe solo opiniones negativas, ¿Porque no ver lo que se desarrolló? ¿Porqué no ver lo que se ofreció?, Si solo se guían por "la portada del libro" y juzgan así... Solo los llevará a seguir en el bucle de la desigualdad. —Que triste desdicha. Que triste. Supongo que no nací para ser algo más, solo ser lo que soy... Jamás debí aceptar la propuesta de rozar los cielos. Para manejar esas vidas, realmente se debe dejar de ser humano... Porque si eres humano... Solo te comen vivos los murmullos llenos de prejuicios, esa lucecita esta esperando que la elimine, así todo lo ocurrido jamás ocurrió, ¿No? Si se elimina algo de raíz es porque nunca debió existir... —dijo viendo el libro de lomo celeste, las hojas de esta historia se estaban quemando y siendo parte del aire, una por una— Una historia así es un desperdicio de tiempo. Pequeños, esta historia ya tenía un final desde que todo se torció la primera vez. Se alargó porque mi corazón le dio mas amor del que debió ser... Para la niñez es valido huir. En la madurez, no se puede huir, solo llevar mochilas en los hombros para toda una vida. Rió en cuando dejo que el libro flotara sobre el fuego de su querido fénix. —Incinérate si es así como debe acabar tu existencia pequeña. Pero recuerda, los amigos que hiciste jamás te van a olvidar. Aunque ya no existas, aunque ya no exista registro de tu existencia, aunque solo sean susurros... Un sueño jamas se olvida, si Morfeo te reconoció como única amiga —pronunció mientras se iba marchando de aquella biblioteca, de historias que jamás serían terminadas, si esa historia era carcomida por la flama del fénix, es porque así debió ser antes de adorarlo todo. —Si una vez fallas, esta bien, si dos veces fallas, quiere decir que no aprendiste la primera vez. Y ya la tercera queda solo dejar todo en el vacío. Porque si no funciona, ¿Para que insistir?—preguntó la maga saliendo de su cueva y esparciendo su esencia con el viento.
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  • No puedo dormir.

    Soñé con que lo encontraba para volver a dormir juntos. Pero su mirada me decía que debía soltarlo. Mi yo del sueño, no quería se hacía de la loca. Lo abrazaba, danzaba a su alrededor. Tomaba entre manos como un tesoro al que no quería perder.

    La primera vez, me rehusé a soltar.
    Lloré. Lo busqué. Hasta me tiré desde muy alto. Él vino y me regañó.

    Vino... Y no lo quise soltar. Parecía que mi cabeza no quería aceptar que aunque viniera, el no vendría de verdad.

    La segunda vez que parecía estar aceptandoo su marcha. Lo sentí. Sentí miedo de dejarlo ir. No lo encontré por ningún lado. No me escuchaba. No venía. Entré en panico. Danzaba. Caminaba. Pero no avanzaba.

    Lo vi venir. Pero esta vez en su mirada me rogaba soltarlo. Fue demasiado desgarrador. Saber que soy quien no lo quiere dejar ir. Saber que mi alma es quien no lo quiere soltar.

    Las lágrimas caían, sonreír no era lo mismo, la alegría no era lo mismo. Danzaba sin ganas, solo era un espejismo, lo tomaba pero mis manos se sentían como si tocaran algo que no debía mas tocar. Ya no era más mío. Ya no era nada mío. Ya estaba yendo en contra de la naturaleza.

    Mi cuerpo se paralizó. Cayó. Lloró. Gritó. Se horrorizó. Y no dejé ni siquiera que me salvaran. No dejé que Morfeo fuera mi héroe. Porque en lo profundo de mi alma, sé que soltar es lo que debo. Por lo que, ahora era la silueta de aquello que amo como el aire, quien se notaba ido. Cambiado. No perdido. Pero extrañado. Y yo lo miraba con vista borrosa.

    Lo tomé de sus manos una vez mas, con una sonrisa que no daba para más. Con unos ojos que no deseaban mas volver a repetir el bucle. No quería mas hacerle daño. No quería ir en contra de la libertad que le prometí tener conmigo. Me sentía sucia. Estupida. Perdida. Dolida. Que lo perdí.

    Esta vez fui yo quien gritó. Gritó que se marchara con la voz en un desgarro. Las lagrimas nublando todo mi entorno. La cueva en bucle desapareció. Él y yo en ese nucleo se esparcieron, se desdibujaron. Se rompió, se fue y exhalé con horror en un ahogado despertar, mas no despertar del sueño, quedar en la deriva del sueño y la consciencia, teniendo el horror y la sensación de eliminar la impureza en mi. SUCIA. Sucia al rehusarme y estar yendo en contra de la libertad, haber dicho que jamás dependería de nadie.

    No desperté ni tampoco dormí. Me quedé en un estado y limbo raro. Mirando a la nada. Hasta que un humano con su alarma insignificante sonó, sonó, timbró hasta liberar a mi cuerpo de su dolor y negación en la que no quería despertar y aceptar que la cruel realidad era que:

    Despierta acepté dejarlo ir.
    Le dije si. Pero el peor monstruo estaba en lo profundo de mis sueños. Me siento increíblemente avergonzada. Casi me convierto en lo que jamás quise. Casi exijo a alguien que me devolvió un regalo, que volvió nuestra amistad a nula. Nuestra existencia junta a la deriva de la incertidumbre.

    Lo expulsé. ¿lo solté? Tal vez solo acepté que ya se fuera. Porque ahora... Ahora yo solo era un monstruo que no merecía siquiera soñarlo... Me rehusaba verlo... Me rehuso a tenerlo encerrado en mis memorias.

    —Te suelto. En mente... Y en consciencia.—pronuncié a la deriva. Sin sentido.

    Pero... En alma... Me costará.
    Porque te acepté con el corazón en mi vida. Te amo. Y esperaré que deje de sentir eso por ti... Para poder soltarte.

    De nada me sirve forzar a olvidar. De nada me sirve, "rogar odiarte" para soltarte. De nada me sirve pensar que ya no te voy a pensar.

    Pero ahora, consciente, soy un caos.

    Observo el todo y la nada. Y sigo sintiendo que aun no he despertado. Pero sé a ciencia cierta que si llamo a Morfeo no vendrá. Porque sé que estoy despierta, pero no sé si estoy en la tierra, no se donde estoy.

    Sentí que mis labios se abrieron, pero solo salió un sollozo que rompió algo en mi primero antes de hablar. Soltar.
    Decir una palabra.

    —No quiero. No quiero ir en contra de ...mi voluntad... Y no lo haré.—dijo en voz alta, mientras aún hablaba consigo misma entre sus pensamientos.

    Y esa frase... Dolió... rasgó mi corazón y mi mente. Amar duele. Pero si se ama, también se acepta dejarlo ir.

    Pero... Esta vez... Dejaré que el tiempo sane mis heridas. Porque siento que la primera lo olvidé a consciencia, pero esta vez el castigo para mi misma es sentirlo y aprender a soltarlo.

    Y lo soltaré definitivamente. Lo dejaré ir. Porque así es su instinto en él.
    Pero jamás voy a olvidar que me enamoré de verdad..

    Ahora solamente sé, que tengo un largo camino para aceptar que también soy un monstruo más del fondo divino... Tal vez en vida no lo enajule en mi... Pero en sueños... En sueños... Mi mente... Jamás pensé ser incapaz de soltarlo.

    Y si lo expulsé. Fue para no hacerle más daño. Ni por el recuerdo de un nosotros. Porque la amistad que le ofrecí era darle paz. No lo cumplí. Y acepto el castigo. Tal vez el también tuvo culpa, tal vez...

    Diariamente, buscaré la manera para soltar al amor que mas deseé.

    Al que casi enjaulé por quererlo todo.

    Ahora ya se, cual es el límite de mi cordura. De mis emociones. De mi corazón y mente debe ser.

    Si ... Vuelvo a enamorarme, que lo dudo ahora... No voy a darlo todo. Iré serena, cautelosa, este raspon será mi punto de inicio para empezar mi camino... El verdadero camino a dejar de ser una niña y actuar como en proceso de crecer...

    Esta vez voy a aprender del raspón para ser una mejor versión de mi misma.
    No puedo dormir. Soñé con que lo encontraba para volver a dormir juntos. Pero su mirada me decía que debía soltarlo. Mi yo del sueño, no quería se hacía de la loca. Lo abrazaba, danzaba a su alrededor. Tomaba entre manos como un tesoro al que no quería perder. La primera vez, me rehusé a soltar. Lloré. Lo busqué. Hasta me tiré desde muy alto. Él vino y me regañó. Vino... Y no lo quise soltar. Parecía que mi cabeza no quería aceptar que aunque viniera, el no vendría de verdad. La segunda vez que parecía estar aceptandoo su marcha. Lo sentí. Sentí miedo de dejarlo ir. No lo encontré por ningún lado. No me escuchaba. No venía. Entré en panico. Danzaba. Caminaba. Pero no avanzaba. Lo vi venir. Pero esta vez en su mirada me rogaba soltarlo. Fue demasiado desgarrador. Saber que soy quien no lo quiere dejar ir. Saber que mi alma es quien no lo quiere soltar. Las lágrimas caían, sonreír no era lo mismo, la alegría no era lo mismo. Danzaba sin ganas, solo era un espejismo, lo tomaba pero mis manos se sentían como si tocaran algo que no debía mas tocar. Ya no era más mío. Ya no era nada mío. Ya estaba yendo en contra de la naturaleza. Mi cuerpo se paralizó. Cayó. Lloró. Gritó. Se horrorizó. Y no dejé ni siquiera que me salvaran. No dejé que Morfeo fuera mi héroe. Porque en lo profundo de mi alma, sé que soltar es lo que debo. Por lo que, ahora era la silueta de aquello que amo como el aire, quien se notaba ido. Cambiado. No perdido. Pero extrañado. Y yo lo miraba con vista borrosa. Lo tomé de sus manos una vez mas, con una sonrisa que no daba para más. Con unos ojos que no deseaban mas volver a repetir el bucle. No quería mas hacerle daño. No quería ir en contra de la libertad que le prometí tener conmigo. Me sentía sucia. Estupida. Perdida. Dolida. Que lo perdí. Esta vez fui yo quien gritó. Gritó que se marchara con la voz en un desgarro. Las lagrimas nublando todo mi entorno. La cueva en bucle desapareció. Él y yo en ese nucleo se esparcieron, se desdibujaron. Se rompió, se fue y exhalé con horror en un ahogado despertar, mas no despertar del sueño, quedar en la deriva del sueño y la consciencia, teniendo el horror y la sensación de eliminar la impureza en mi. SUCIA. Sucia al rehusarme y estar yendo en contra de la libertad, haber dicho que jamás dependería de nadie. No desperté ni tampoco dormí. Me quedé en un estado y limbo raro. Mirando a la nada. Hasta que un humano con su alarma insignificante sonó, sonó, timbró hasta liberar a mi cuerpo de su dolor y negación en la que no quería despertar y aceptar que la cruel realidad era que: Despierta acepté dejarlo ir. Le dije si. Pero el peor monstruo estaba en lo profundo de mis sueños. Me siento increíblemente avergonzada. Casi me convierto en lo que jamás quise. Casi exijo a alguien que me devolvió un regalo, que volvió nuestra amistad a nula. Nuestra existencia junta a la deriva de la incertidumbre. Lo expulsé. ¿lo solté? Tal vez solo acepté que ya se fuera. Porque ahora... Ahora yo solo era un monstruo que no merecía siquiera soñarlo... Me rehusaba verlo... Me rehuso a tenerlo encerrado en mis memorias. —Te suelto. En mente... Y en consciencia.—pronuncié a la deriva. Sin sentido. Pero... En alma... Me costará. Porque te acepté con el corazón en mi vida. Te amo. Y esperaré que deje de sentir eso por ti... Para poder soltarte. De nada me sirve forzar a olvidar. De nada me sirve, "rogar odiarte" para soltarte. De nada me sirve pensar que ya no te voy a pensar. Pero ahora, consciente, soy un caos. Observo el todo y la nada. Y sigo sintiendo que aun no he despertado. Pero sé a ciencia cierta que si llamo a Morfeo no vendrá. Porque sé que estoy despierta, pero no sé si estoy en la tierra, no se donde estoy. Sentí que mis labios se abrieron, pero solo salió un sollozo que rompió algo en mi primero antes de hablar. Soltar. Decir una palabra. —No quiero. No quiero ir en contra de ...mi voluntad... Y no lo haré.—dijo en voz alta, mientras aún hablaba consigo misma entre sus pensamientos. Y esa frase... Dolió... rasgó mi corazón y mi mente. Amar duele. Pero si se ama, también se acepta dejarlo ir. Pero... Esta vez... Dejaré que el tiempo sane mis heridas. Porque siento que la primera lo olvidé a consciencia, pero esta vez el castigo para mi misma es sentirlo y aprender a soltarlo. Y lo soltaré definitivamente. Lo dejaré ir. Porque así es su instinto en él. Pero jamás voy a olvidar que me enamoré de verdad.. Ahora solamente sé, que tengo un largo camino para aceptar que también soy un monstruo más del fondo divino... Tal vez en vida no lo enajule en mi... Pero en sueños... En sueños... Mi mente... Jamás pensé ser incapaz de soltarlo. Y si lo expulsé. Fue para no hacerle más daño. Ni por el recuerdo de un nosotros. Porque la amistad que le ofrecí era darle paz. No lo cumplí. Y acepto el castigo. Tal vez el también tuvo culpa, tal vez... Diariamente, buscaré la manera para soltar al amor que mas deseé. Al que casi enjaulé por quererlo todo. Ahora ya se, cual es el límite de mi cordura. De mis emociones. De mi corazón y mente debe ser. Si ... Vuelvo a enamorarme, que lo dudo ahora... No voy a darlo todo. Iré serena, cautelosa, este raspon será mi punto de inicio para empezar mi camino... El verdadero camino a dejar de ser una niña y actuar como en proceso de crecer... Esta vez voy a aprender del raspón para ser una mejor versión de mi misma.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Quiero hacer una ficha en forma, pero me veo en la necesidad de dejar esto como un placeholder en el inter:

    Ⅰ.- Si agregas y no tienes ni la decencia de saludar en 48 horas, te preguntaré una única vez qué quieres. Si intentas andarte con rodeos o hablar como usuario, te vas. No hay excepciones, ni segundas oportunidades. Piensa antes de mandar solicitud.

    Ⅱ.- Si yo tengo una idea que quiera llevar contigo, yo misma me voy a acercar a proponértela, desarrollarla y elaborar el inicio. Espero lo mismo. Ni se te ocurra intentar forzarme a empezar si tú me agregas.

    Ⅲ.- No me cierro a ningún tipo de rol, pero espero trama y química de por medio, y eso no va a darse a los 5~10 turnos. Si solo vienes a intentar follar, te voy a arrancar los hu*vos / las t*tas y voy a hacer que te los tragues en crudo. Este es tu único aviso.

    Ⅳ.- Nada de personajes O.P. / Mary-Gary Stu / Sigma. Da igual si tu trasfondo es que te culiaste a Cthulhu en la primera cita. V tiene sus fortalezas y debilidades, así como un espectro realista de emociones dentro de su contexto, como todo personaje que no es de cartón o unidimensional debería de. No vengas a reflejar inseguridades o dar pena, por favor.

    Ⅴ.- Me gusta escribir largo y tendido, desde varios párrafos hasta biblias. A veces puedo llevar roles más ligeros o cortos solo si son breves (comedia/SOL), pero no esperes desarrollar una trama así. Si no es tu estilo, ni te arrimes.

    Ⅵ.- No soy exigente en cuestión de ortografía, pero sí en la claridad, consistencia y cohesión de la redacción. Tampoco soy exigente en cuestión de tiempo. No presiones por respuestas.

    Ⅶ.- Admito que es un pet peeve: Los diálogos. No importa si escribes precioso—si tus diálogos no son naturales, no tienen coherencia con lo que se supone es o intentas proyectar con tu personaje o pareces un mal doblaje, te lo haré saber.

    Ⅷ.- Sobra decirlo, pero no pidas llevar la interacción más allá de la plataforma ni hagas preguntas sobre mí. Tampoco quiero saber absolutamente nada sobre ti por más que sientas que eres la excepción a la regla.
    Quiero hacer una ficha en forma, pero me veo en la necesidad de dejar esto como un placeholder en el inter: Ⅰ.- Si agregas y no tienes ni la decencia de saludar en 48 horas, te preguntaré una única vez qué quieres. Si intentas andarte con rodeos o hablar como usuario, te vas. No hay excepciones, ni segundas oportunidades. Piensa antes de mandar solicitud. Ⅱ.- Si yo tengo una idea que quiera llevar contigo, yo misma me voy a acercar a proponértela, desarrollarla y elaborar el inicio. Espero lo mismo. Ni se te ocurra intentar forzarme a empezar si tú me agregas. Ⅲ.- No me cierro a ningún tipo de rol, pero espero trama y química de por medio, y eso no va a darse a los 5~10 turnos. Si solo vienes a intentar follar, te voy a arrancar los hu*vos / las t*tas y voy a hacer que te los tragues en crudo. Este es tu único aviso. Ⅳ.- Nada de personajes O.P. / Mary-Gary Stu / Sigma. Da igual si tu trasfondo es que te culiaste a Cthulhu en la primera cita. V tiene sus fortalezas y debilidades, así como un espectro realista de emociones dentro de su contexto, como todo personaje que no es de cartón o unidimensional debería de. No vengas a reflejar inseguridades o dar pena, por favor. Ⅴ.- Me gusta escribir largo y tendido, desde varios párrafos hasta biblias. A veces puedo llevar roles más ligeros o cortos solo si son breves (comedia/SOL), pero no esperes desarrollar una trama así. Si no es tu estilo, ni te arrimes. Ⅵ.- No soy exigente en cuestión de ortografía, pero sí en la claridad, consistencia y cohesión de la redacción. Tampoco soy exigente en cuestión de tiempo. No presiones por respuestas. Ⅶ.- Admito que es un pet peeve: Los diálogos. No importa si escribes precioso—si tus diálogos no son naturales, no tienen coherencia con lo que se supone es o intentas proyectar con tu personaje o pareces un mal doblaje, te lo haré saber. Ⅷ.- Sobra decirlo, pero no pidas llevar la interacción más allá de la plataforma ni hagas preguntas sobre mí. Tampoco quiero saber absolutamente nada sobre ti por más que sientas que eres la excepción a la regla.
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