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    ¡Guau! el inicio de una nueva aventura. *-*
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    El Abismo Ardiente:

    Raikou y Sukuna, dos modelos con presencia imponente, posan en un escenario sofisticado. Raikou, una mujer de belleza electrizante, refleja fuerza y elegancia en su postura. Su mirada intensa y segura transmite una energía magnética, complementada por un atuendo moderno y vanguardista. Sukuna, con una presencia imponente y aura misteriosa, combina una actitud dominante con un toque de sofisticación. Su estilo fusiona lo clásico con lo audaz, proyectando una imagen de poder y exclusividad.

    Ambos modelos encarnan una estética única, equilibrando carisma y elegancia para una campaña impactante. Sus expresiones y posturas reflejan confianza absoluta, ideales para transmitir el mensaje de una marca que apuesta por la distinción y el carácter.
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  • Las antorchas azules titilaban suavemente en las paredes de ónice. El gran salón del Inframundo, vasto como una caverna sagrada, estaba colmado de almas expectantes. Perséfone, vestida con sus mantos de noche y de flor, ascendió con la calma majestuosa que solo poseen las que han cruzado todos los umbrales. Y entonces, con voz clara, comenzó:

    —Hijos de la sombra. Vosotros, que camináis entre la memoria y el silencio, escuchadme. Hoy no os hablo como diosa, sino como mujer. Como madre. Como reina por elección, no por imposición.

    Sus ojos, verdes como la promesa de la primavera, se posaron suavemente sobre la multitud.

    —Fui hija de la tierra y del cielo, criada en los campos donde cantan las estaciones. Y fui traída aquí por vuestro Rey, Hades, señor de los silencios eternos. Muchos han cantado que fue un rapto… y sí, lo fue. Pero también fue un inicio. Un viaje hacia lo desconocido, donde no encontré prisión, sino un nuevo rostro del amor.

    Su voz no se quebró, pero se volvió más íntima, como una confesión antigua.

    —A su lado no fui sombra ni adorno. Fui su reina. Su igual. Y en ese pacto que se forjó no en fuego, sino en paciencia y verdad, nació la vida más inesperada: nuestro hijo, Zagreus. Y más tarde, nuestra hija: Melínoe.

    Una suave corriente de asombro recorrió las ánimas al escuchar ese nombre sagrado.

    —Melínoe… la que camina entre los sueños y los terrores. Portadora de los misterios. Ella es la luz que recorre los túneles del subconsciente, la guardiana de los límites entre lo que somos y lo que tememos ser. Nació de mí como tú naciste de la vida, y en ella vive lo mejor de este reino y lo mejor de mí.

    Perséfone dio un paso adelante, su manto rozando el suelo como una ola de noche.

    —Muchos creen que el Inframundo es sólo castigo. Que es el fin. Yo os digo esto: también es principio. Aquí he sido amada, aquí he dado vida, aquí he reinado no con cadenas, sino con raíces. Y si alguna vez dudáis de la belleza que puede brotar en medio de la oscuridad, pensad en mis hijos. En Melínoe, en Zagreus. Frutos de una unión que no nació del miedo, sino del tiempo y la verdad.

    Elevó una mano, como si pudiera sostener el peso de sus palabras en el aire.

    —Yo no cambiaría nada. Ni el rapto. Ni la roca. Ni el invierno. Porque en todo eso estaba escrita la semilla de lo que soy hoy. Reina. Madre. Mujer de dos mundos.

    Una pausa. Y luego, su voz, con la fuerza de un juramento:

    —No temáis a la sombra. No huyáis del abismo. Porque si yo florecí aquí, también vosotros podéis. Si yo amé aquí, también vosotros podéis ser amados. Este reino no es olvido. Es transformación. Es renacimiento. Y mientras mi voz resuene en estas cámaras, que sepáis esto: no estáis solos. Yo os veo. Yo os guardo. Yo os acojo.

    Y con un leve gesto, como quien bendice sin palabras, descendió un escalón del estrado.
    Las ánimas, sin aliento, permanecieron en silencio largo rato. No por miedo.
    Sino por reverencia.
    Las antorchas azules titilaban suavemente en las paredes de ónice. El gran salón del Inframundo, vasto como una caverna sagrada, estaba colmado de almas expectantes. Perséfone, vestida con sus mantos de noche y de flor, ascendió con la calma majestuosa que solo poseen las que han cruzado todos los umbrales. Y entonces, con voz clara, comenzó: —Hijos de la sombra. Vosotros, que camináis entre la memoria y el silencio, escuchadme. Hoy no os hablo como diosa, sino como mujer. Como madre. Como reina por elección, no por imposición. Sus ojos, verdes como la promesa de la primavera, se posaron suavemente sobre la multitud. —Fui hija de la tierra y del cielo, criada en los campos donde cantan las estaciones. Y fui traída aquí por vuestro Rey, Hades, señor de los silencios eternos. Muchos han cantado que fue un rapto… y sí, lo fue. Pero también fue un inicio. Un viaje hacia lo desconocido, donde no encontré prisión, sino un nuevo rostro del amor. Su voz no se quebró, pero se volvió más íntima, como una confesión antigua. —A su lado no fui sombra ni adorno. Fui su reina. Su igual. Y en ese pacto que se forjó no en fuego, sino en paciencia y verdad, nació la vida más inesperada: nuestro hijo, Zagreus. Y más tarde, nuestra hija: Melínoe. Una suave corriente de asombro recorrió las ánimas al escuchar ese nombre sagrado. —Melínoe… la que camina entre los sueños y los terrores. Portadora de los misterios. Ella es la luz que recorre los túneles del subconsciente, la guardiana de los límites entre lo que somos y lo que tememos ser. Nació de mí como tú naciste de la vida, y en ella vive lo mejor de este reino y lo mejor de mí. Perséfone dio un paso adelante, su manto rozando el suelo como una ola de noche. —Muchos creen que el Inframundo es sólo castigo. Que es el fin. Yo os digo esto: también es principio. Aquí he sido amada, aquí he dado vida, aquí he reinado no con cadenas, sino con raíces. Y si alguna vez dudáis de la belleza que puede brotar en medio de la oscuridad, pensad en mis hijos. En Melínoe, en Zagreus. Frutos de una unión que no nació del miedo, sino del tiempo y la verdad. Elevó una mano, como si pudiera sostener el peso de sus palabras en el aire. —Yo no cambiaría nada. Ni el rapto. Ni la roca. Ni el invierno. Porque en todo eso estaba escrita la semilla de lo que soy hoy. Reina. Madre. Mujer de dos mundos. Una pausa. Y luego, su voz, con la fuerza de un juramento: —No temáis a la sombra. No huyáis del abismo. Porque si yo florecí aquí, también vosotros podéis. Si yo amé aquí, también vosotros podéis ser amados. Este reino no es olvido. Es transformación. Es renacimiento. Y mientras mi voz resuene en estas cámaras, que sepáis esto: no estáis solos. Yo os veo. Yo os guardo. Yo os acojo. Y con un leve gesto, como quien bendice sin palabras, descendió un escalón del estrado. Las ánimas, sin aliento, permanecieron en silencio largo rato. No por miedo. Sino por reverencia.
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  • [REGISTRO DE MISIÓN CLASIFICADA — PROTOCOLO CIELO ROJO]

    **Evento: Invasión de Entidad Divina Tipo Trueno (Clase Celestial Omega)**

    **Unidad de Defensa Especial VX | Comandante de campo: Haruki Shinozawa (Kamen Rider VX)**

    **Ubicación:** Santuario Celeste sobre la Cúspide del Monte Izanari
    **Fecha:** Día 3 del Mes de los Relámpagos

    ---

    **[INICIO DEL REGISTRO]**

    Un cielo quebrado por rayos sin origen. Un retumbar que sacude montañas. La tierra tiembla. Desde los cielos descendió una deidad antigua, autoproclamada juez del mundo humano: **Raijintei**, el dios del trueno.

    Su veredicto fue claro:
    —*“La humanidad ha fallado. El juicio ha llegado.”*

    Los cielos se abrieron como grietas ardientes. De las nubes surgieron relámpagos vivos que atacaban ciudades, templos y bases militares. Todo sistema artificial colapsó. Las fuerzas convencionales no pudieron siquiera acercarse.

    Solo uno podía responder.

    —Unidad VX en marcha.

    Cinco miembros armados con tecnología VX tomaron posiciones en la montaña sagrada. Cada uno con funciones especializadas: soporte aéreo, blindaje, artillería pesada, sigilo y combate cerrado. Al frente, **Haruki Shinozawa**, en su armadura esmeralda habitual, dirigía la operación.

    El combate fue apoteósico. La deidad surcaba los cielos con un martillo de rayos, lanzando cadenas de relámpago que desintegraban el terreno. Cada miembro de la unidad atacó con precisión quirúrgica, coordinados por la voz firme de Shinozawa.

    —“¡No piensen en su poder! ¡Recuerden a quién defendemos!”

    Durante quince minutos, el cielo y la tierra fueron uno en caos. El equipo logró herir a Raijintei, rompiendo parte de su armadura de energía divina. Fue entonces que el plan final se ejecutó.

    **Shinozawa activó el protocolo Boost Mode.**

    Su *VX Driver* brilló en rojo. La armadura cambió radicalmente: **color blanco inmaculado con detalles carmesí y ojos rojos intensos**, como brasas del corazón de un volcán. Las líneas de energía se encendieron con poder ciclónico.

    —“Por cada niño que aún sonríe, por cada madre que aún canta, ¡yo no permitiré que tu juicio se cumpla!”

    **“BOOST MODE: CYCLONE HOPPER KICK!”**

    Impulsado por una ráfaga vertical de viento rojo y blanco, Shinozawa saltó más alto que el dios mismo. El cielo se partió cuando descendió en picado, envuelto en un aura ciclónica. La patada final impactó en el núcleo de Raijintei con una fuerza que hizo vibrar continentes.

    El dios cayó.

    La luz regresó.

    El juicio fue detenido.

    ---

    **\[FIN DEL REGISTRO]**
    **Estado del comandante:** Estable, inconsciente por 6 minutos. Recuperado sin lesiones permanentes.

    **Estado de la unidad:** Dos heridos, uno grave pero estable. Misión cumplida.
    [REGISTRO DE MISIÓN CLASIFICADA — PROTOCOLO CIELO ROJO] **Evento: Invasión de Entidad Divina Tipo Trueno (Clase Celestial Omega)** **Unidad de Defensa Especial VX | Comandante de campo: Haruki Shinozawa (Kamen Rider VX)** **Ubicación:** Santuario Celeste sobre la Cúspide del Monte Izanari **Fecha:** Día 3 del Mes de los Relámpagos --- **[INICIO DEL REGISTRO]** Un cielo quebrado por rayos sin origen. Un retumbar que sacude montañas. La tierra tiembla. Desde los cielos descendió una deidad antigua, autoproclamada juez del mundo humano: **Raijintei**, el dios del trueno. Su veredicto fue claro: —*“La humanidad ha fallado. El juicio ha llegado.”* Los cielos se abrieron como grietas ardientes. De las nubes surgieron relámpagos vivos que atacaban ciudades, templos y bases militares. Todo sistema artificial colapsó. Las fuerzas convencionales no pudieron siquiera acercarse. Solo uno podía responder. —Unidad VX en marcha. Cinco miembros armados con tecnología VX tomaron posiciones en la montaña sagrada. Cada uno con funciones especializadas: soporte aéreo, blindaje, artillería pesada, sigilo y combate cerrado. Al frente, **Haruki Shinozawa**, en su armadura esmeralda habitual, dirigía la operación. El combate fue apoteósico. La deidad surcaba los cielos con un martillo de rayos, lanzando cadenas de relámpago que desintegraban el terreno. Cada miembro de la unidad atacó con precisión quirúrgica, coordinados por la voz firme de Shinozawa. —“¡No piensen en su poder! ¡Recuerden a quién defendemos!” Durante quince minutos, el cielo y la tierra fueron uno en caos. El equipo logró herir a Raijintei, rompiendo parte de su armadura de energía divina. Fue entonces que el plan final se ejecutó. **Shinozawa activó el protocolo Boost Mode.** Su *VX Driver* brilló en rojo. La armadura cambió radicalmente: **color blanco inmaculado con detalles carmesí y ojos rojos intensos**, como brasas del corazón de un volcán. Las líneas de energía se encendieron con poder ciclónico. —“Por cada niño que aún sonríe, por cada madre que aún canta, ¡yo no permitiré que tu juicio se cumpla!” **“BOOST MODE: CYCLONE HOPPER KICK!”** Impulsado por una ráfaga vertical de viento rojo y blanco, Shinozawa saltó más alto que el dios mismo. El cielo se partió cuando descendió en picado, envuelto en un aura ciclónica. La patada final impactó en el núcleo de Raijintei con una fuerza que hizo vibrar continentes. El dios cayó. La luz regresó. El juicio fue detenido. --- **\[FIN DEL REGISTRO]** **Estado del comandante:** Estable, inconsciente por 6 minutos. Recuperado sin lesiones permanentes. **Estado de la unidad:** Dos heridos, uno grave pero estable. Misión cumplida.
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  • [REGISTRO DE MISIÓN — ARCHIVO CLASIFICADO | PROTOCOLO IRON 6]**
    **Operativo en solitario: Ghost Shinozawa (Kamen Rider VX)**
    **Ubicación:** Zona Industrial Abandonada #73, Distrito Neotokyo
    **Amenaza:** Protocolo Omega-Unit — Ejército Autónomo de Drones Bélicos Clase X

    ---

    **\[INICIO DEL REGISTRO DE COMBATE]**

    23:01 horas.
    La noche cae sin luna. El zumbido metálico de hélices y engranajes retumba entre fábricas oxidadas. Una nube densa de polvo cubre la zona como una cortina espectral.

    Caminando a paso firme entre las sombras, ** Shinozawa** activa su *VX Driver*. El visor se enciende con una luz esmeralda brillante.

    —*Sistema en línea. Reconocimiento completo. Ciento veintiocho objetivos hostiles detectados.*
    —Ciento veintiocho, ¿eh…? —responde Shinozawa con una sonrisa cansada—. Hoy no hay apoyo. Que empiece el show.

    **“Henshin.”**

    Con un giro y el chasquido de los mecanismos, el cuerpo de Shinozawa se cubre con la armadura VX, reforzada por el *Grasshopper Combat Module*. Su silueta brilla entre los restos industriales mientras las luces verdes parpadean por su cuerpo.

    Los robots, con ojos rojos y armamento integrado, reaccionan al instante. Uno levanta el brazo: *"Objetivo identificado. Nivel de amenaza: máximo. Ejecución autorizada."*

    La primera oleada cae sobre él. Shinozawa salta entre las torres metálicas, sus movimientos veloces como ráfagas de viento. Un golpe giratorio destroza a tres drones de combate.

    —¡Kaiser Kick! —grita mientras su pierna se rodea de energía cinética. Impacta el suelo. Una onda expansiva destruye un pelotón completo.

    Explosiones, chispas, metal volando. Pero los números siguen creciendo.

    Shinozawa se lanza al núcleo de la horda. Dispara su *VX Shotgun* integrada, usa su escudo para rechazar ráfagas láser, y combina sus técnicas cuerpo a cuerpo con la precisión mecánica de su armadura.

    —¿Eso es todo lo que tienen? ¡Vamos, estoy justo aquí!

    Lo rodean. Un centinela mayor se activa: dos metros de titanio puro, una inteligencia limitada pero brutal. Le lanza un brazo garra giratorio. Shinozawa recibe el impacto, es lanzado contra un muro. El casco se agrieta un poco.

    —Ngh… buena patada. —Se levanta, sangrando por la comisura del labio, pero firme—. No me caigo tan fácil.

    Activa el *Hyper Mode Protocol*. Su armadura brilla aún más, emitiendo un chillido mecánico. La siguiente oleada apenas tiene tiempo de reaccionar.

    **"Final Ride: *Grasshopper Breaker Rush*."**

    Shinozawa corre a una velocidad imposible, multiplicando los impactos. Cada salto y giro deja una estela verde fosforescente. Golpes sincronizados destrozan la cadena de comando de los drones. En menos de treinta segundos, el núcleo del ejército cae.

    La última explosión ilumina la zona como si fuera de día. Luego, silencio.

    Shinozawa, de pie entre los restos ardientes, apaga el modo combate. Su respiración es pesada, pero no tambalea.

    —*Misión cumplida. Cero civiles afectados. Amenaza neutralizada.*
    —No necesito ser una leyenda —murmura, mientras mira el cielo—. Solo tengo que ser quien se mantenga en pie cuando nadie más puede.

    Suelta una sonrisa leve, aunque nadie lo vea.

    **\[FIN DEL REGISTRO]**
    [REGISTRO DE MISIÓN — ARCHIVO CLASIFICADO | PROTOCOLO IRON 6]** **Operativo en solitario: Ghost Shinozawa (Kamen Rider VX)** **Ubicación:** Zona Industrial Abandonada #73, Distrito Neotokyo **Amenaza:** Protocolo Omega-Unit — Ejército Autónomo de Drones Bélicos Clase X --- **\[INICIO DEL REGISTRO DE COMBATE]** 23:01 horas. La noche cae sin luna. El zumbido metálico de hélices y engranajes retumba entre fábricas oxidadas. Una nube densa de polvo cubre la zona como una cortina espectral. Caminando a paso firme entre las sombras, ** Shinozawa** activa su *VX Driver*. El visor se enciende con una luz esmeralda brillante. —*Sistema en línea. Reconocimiento completo. Ciento veintiocho objetivos hostiles detectados.* —Ciento veintiocho, ¿eh…? —responde Shinozawa con una sonrisa cansada—. Hoy no hay apoyo. Que empiece el show. **“Henshin.”** Con un giro y el chasquido de los mecanismos, el cuerpo de Shinozawa se cubre con la armadura VX, reforzada por el *Grasshopper Combat Module*. Su silueta brilla entre los restos industriales mientras las luces verdes parpadean por su cuerpo. Los robots, con ojos rojos y armamento integrado, reaccionan al instante. Uno levanta el brazo: *"Objetivo identificado. Nivel de amenaza: máximo. Ejecución autorizada."* La primera oleada cae sobre él. Shinozawa salta entre las torres metálicas, sus movimientos veloces como ráfagas de viento. Un golpe giratorio destroza a tres drones de combate. —¡Kaiser Kick! —grita mientras su pierna se rodea de energía cinética. Impacta el suelo. Una onda expansiva destruye un pelotón completo. Explosiones, chispas, metal volando. Pero los números siguen creciendo. Shinozawa se lanza al núcleo de la horda. Dispara su *VX Shotgun* integrada, usa su escudo para rechazar ráfagas láser, y combina sus técnicas cuerpo a cuerpo con la precisión mecánica de su armadura. —¿Eso es todo lo que tienen? ¡Vamos, estoy justo aquí! Lo rodean. Un centinela mayor se activa: dos metros de titanio puro, una inteligencia limitada pero brutal. Le lanza un brazo garra giratorio. Shinozawa recibe el impacto, es lanzado contra un muro. El casco se agrieta un poco. —Ngh… buena patada. —Se levanta, sangrando por la comisura del labio, pero firme—. No me caigo tan fácil. Activa el *Hyper Mode Protocol*. Su armadura brilla aún más, emitiendo un chillido mecánico. La siguiente oleada apenas tiene tiempo de reaccionar. **"Final Ride: *Grasshopper Breaker Rush*."** Shinozawa corre a una velocidad imposible, multiplicando los impactos. Cada salto y giro deja una estela verde fosforescente. Golpes sincronizados destrozan la cadena de comando de los drones. En menos de treinta segundos, el núcleo del ejército cae. La última explosión ilumina la zona como si fuera de día. Luego, silencio. Shinozawa, de pie entre los restos ardientes, apaga el modo combate. Su respiración es pesada, pero no tambalea. —*Misión cumplida. Cero civiles afectados. Amenaza neutralizada.* —No necesito ser una leyenda —murmura, mientras mira el cielo—. Solo tengo que ser quien se mantenga en pie cuando nadie más puede. Suelta una sonrisa leve, aunque nadie lo vea. **\[FIN DEL REGISTRO]**
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  • El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender.

    Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas.

    Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación.

    Kazuo ...

    El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable.

    Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado.

    Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes.

    Y aun así, ella lo había negado.

    Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba.

    Había decidido por él.

    No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo.

    Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar.

    Salvarlo fue una condena compartida.

    Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio.

    Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello.

    Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria.

    Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible.

    Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido.

    El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino.

    Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
    El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender. Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas. Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación. [8KazuoAihara8]... El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable. Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado. Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes. Y aun así, ella lo había negado. Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba. Había decidido por él. No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo. Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar. Salvarlo fue una condena compartida. Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio. Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello. Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria. Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible. Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido. El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino. Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
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    Lunes por la mañana en la universidad xxxxx, clima soleado con apenas nubes presentes en el cielo, escuchándose en un pasillo vacío, el andar de un hombre de tez morena, semblante sereno y frío, mirada penetrante, acomodándose la chaqueta al llegar a una puerta de madera de roble color rojo profundo, levantando la mirada, procedía a abrir la puerta dando paso a una cacofonía de voces de los estudiantes presentes, un gran auditorio daba bienvenida al hombre quien daría una conferencia además de responder preguntas de los jóvenes estudiantes.

    — Damos la bienvenida al señor Joel Dallas, hijo mayor de la familia Dallas, dueños de conglomerados y empresas dedicadas a exportación e importación mercantil, una de las familias mas influyentes en el ámbito empresarial.

    Con las palabras del orador, un hombre mayor con pocas canas visibles, porte serio y un par de lentes adornando su rostro, después de presentar al hombre de tez morena dio paso a este ante el podio, dando inicio a la conferencia.

    — Como ha dicho vuestro maestro, me presentaré, Joel Dallas, para quienes no sepan, soy el responsable de las recientes expansiones de Dallas Company en el mercado extranjero, mi área va dedicada a administración, exploración comercial, además de inversiones.

    Iniciando la conferencia, en la pantalla delantera se vio salir el logo empresarial de la familia.

    || Rol con Ney Nixays
    Lunes por la mañana en la universidad xxxxx, clima soleado con apenas nubes presentes en el cielo, escuchándose en un pasillo vacío, el andar de un hombre de tez morena, semblante sereno y frío, mirada penetrante, acomodándose la chaqueta al llegar a una puerta de madera de roble color rojo profundo, levantando la mirada, procedía a abrir la puerta dando paso a una cacofonía de voces de los estudiantes presentes, un gran auditorio daba bienvenida al hombre quien daría una conferencia además de responder preguntas de los jóvenes estudiantes. — Damos la bienvenida al señor Joel Dallas, hijo mayor de la familia Dallas, dueños de conglomerados y empresas dedicadas a exportación e importación mercantil, una de las familias mas influyentes en el ámbito empresarial. Con las palabras del orador, un hombre mayor con pocas canas visibles, porte serio y un par de lentes adornando su rostro, después de presentar al hombre de tez morena dio paso a este ante el podio, dando inicio a la conferencia. — Como ha dicho vuestro maestro, me presentaré, Joel Dallas, para quienes no sepan, soy el responsable de las recientes expansiones de Dallas Company en el mercado extranjero, mi área va dedicada a administración, exploración comercial, además de inversiones. Iniciando la conferencia, en la pantalla delantera se vio salir el logo empresarial de la familia. || Rol con [galaxy_violet_eagle_913]
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  • El primer encuentro de dos mundos — El extraño del bosque.
    Earthrealm — Fangjiang.
    (Autoconclusivo)

    ----

    La brisa suave de la mañana acariciaba los campos de Fangjiang, llevando consigo el dulce aroma de las frambuesas recién cortadas. Mei, arrodillada junto a un arbusto, apartó un mechón oscuro de su rostro mientras llenaba un cesto de mimbre con cuidado. Aquel día, como tantos otros desde que eligió vivir entre los humanos, había sido pacífico: enseñanzas para los niños, pruebas con sus cultivos y momentos de armonía junto a la aldea.

    Pero entonces, el viento cambió.

    No era el anuncio de una tormenta ni una simple alteración del clima. Era el olor. Un aroma metálico, denso, inconfundible: sangre.

    Su corazón se aceleró. Algo —o alguien— la observaba desde el bosque.

    Mei se incorporó de inmediato, cesto en brazos, y sin voltear, comenzó a caminar de regreso. El aire vibraba con una tensión invisible que solo ella podía percibir. Apenas alcanzó el umbral de su casa, un golpe repentino la derribó.

    Las frambuesas se esparcieron como gotas dulces sobre la madera, y un cuerpo cayó a sus pies. Un hombre, cubierto de sangre y suciedad, vestido con una armadura extraña de un verde ajeno a ese mundo. Estaba gravemente herido. Su aliento era pesado y su piel surcada de cicatrices.

    Antes de que pudiera reaccionar, tres hombres armados irrumpieron en la casa. Sus miradas se posaron sobre Mei con intenciones claras. Ella retrocedió, el cuerpo temblando, no por su propia vida, sino por los niños que en cualquier momento podrían llegar.

    Entonces, el extraño se levantó.

    Con un rugido gutural, se lanzó contra los intrusos. Uno cayó con un zarpazo seco. Otro fue alzado por el cuello y estrellado contra una columna. Al último… lo deshizo con ácido.

    Brutal. Implacable. Letal.

    El silencio volvió a instalarse, roto solo por sus jadeos. El extraño —Syzoth, aunque Mei aún no lo supiera— se volvió hacia ella. Sus ojos dorados se clavaron en los suyos. Ella quiso correr, pero él fue más rápido. La empujó contra la pared y le sostuvo la mandíbula con fuerza.

    —Silencio —ordenó, con voz ronca y acento extranjero. Mei asintió sin emitir palabra, el miedo clavado en los huesos.

    Syzoth tambaleaba por las heridas, pero su mirada ardía con desconfianza.

    —Cúrame. Ahora.

    Un golpeteo en la puerta interrumpió la escena. Una vocecita infantil preguntó por ella, inocente y ajena al peligro. Mei, temblando, rogó a Syzoth que no hiciera daño. Él accedió, solo para evitar alboroto, aunque dejó claro que si no los despachaba, no dudaría en acabar con todos.

    Mei respiró hondo y los despidió con voz serena. Cuando la puerta se cerró, él la tomó del brazo y la arrastró sin miramientos al interior.

    En la sala, Syzoth se desplomó sobre un sofá. Mei se arrodilló frente a él. Con una mirada rápida a sus heridas, identificó ciertos rasgos descritos en textos antiguos: era un zaterrano. Usando tomos que había conservado en secreto, comenzó a tratarlo. Durante horas limpió heridas, cerró laceraciones y reguló su temperatura con infusiones de hierbas.

    Cuando finalmente cayó dormido por el agotamiento, Mei pensó que podría descansar. Pero se equivocaba.

    Al despertar, Syzoth apareció a sus espaldas. La inmovilizó con una llave brusca.

    —¿Qué cocinas? —gruñó, olfateándola con sospecha.

    Ella, temblando, respondió con nerviosismo. Solo al probar la comida y constatar que no era veneno, la soltó. Aún así, no cesaron las amenazas.

    Al terminar de comer, lanzó otra orden:

    —Dormiré aquí. Contigo.

    Mei negó, horrorizada. Él no aceptó discusión.

    La noche fue larga. Ninguno de los dos durmió en verdad. Mei apenas se atrevía a respirar. Syzoth la vigilaba con una mezcla de recelo y agotamiento.

    Al amanecer, los primeros rayos se colaron por la ventana. Mei se incorporó lentamente, el pecho oprimido, preguntándose si su vida cambiaría para siempre con ese día.

    —¿A dónde vas? —gruñó la voz áspera detrás de ella.

    —A limpiar… a preparar la casa para los niños… —susurró.

    —No.

    La palabra fue una sentencia.

    Ella explicó con voz quebrada que si no hacía su rutina, los ancianos de la aldea vendrían a buscarla. Y lo descubrirían. Él bufó, pero accedió con reticencia.

    Ella no lo sabía aún… pero ese fue el comienzo.

    El inicio de una historia marcada por la furia, la desconfianza, el amor…
    Y la redención.
    El primer encuentro de dos mundos — El extraño del bosque. Earthrealm — Fangjiang. (Autoconclusivo) ---- La brisa suave de la mañana acariciaba los campos de Fangjiang, llevando consigo el dulce aroma de las frambuesas recién cortadas. Mei, arrodillada junto a un arbusto, apartó un mechón oscuro de su rostro mientras llenaba un cesto de mimbre con cuidado. Aquel día, como tantos otros desde que eligió vivir entre los humanos, había sido pacífico: enseñanzas para los niños, pruebas con sus cultivos y momentos de armonía junto a la aldea. Pero entonces, el viento cambió. No era el anuncio de una tormenta ni una simple alteración del clima. Era el olor. Un aroma metálico, denso, inconfundible: sangre. Su corazón se aceleró. Algo —o alguien— la observaba desde el bosque. Mei se incorporó de inmediato, cesto en brazos, y sin voltear, comenzó a caminar de regreso. El aire vibraba con una tensión invisible que solo ella podía percibir. Apenas alcanzó el umbral de su casa, un golpe repentino la derribó. Las frambuesas se esparcieron como gotas dulces sobre la madera, y un cuerpo cayó a sus pies. Un hombre, cubierto de sangre y suciedad, vestido con una armadura extraña de un verde ajeno a ese mundo. Estaba gravemente herido. Su aliento era pesado y su piel surcada de cicatrices. Antes de que pudiera reaccionar, tres hombres armados irrumpieron en la casa. Sus miradas se posaron sobre Mei con intenciones claras. Ella retrocedió, el cuerpo temblando, no por su propia vida, sino por los niños que en cualquier momento podrían llegar. Entonces, el extraño se levantó. Con un rugido gutural, se lanzó contra los intrusos. Uno cayó con un zarpazo seco. Otro fue alzado por el cuello y estrellado contra una columna. Al último… lo deshizo con ácido. Brutal. Implacable. Letal. El silencio volvió a instalarse, roto solo por sus jadeos. El extraño —Syzoth, aunque Mei aún no lo supiera— se volvió hacia ella. Sus ojos dorados se clavaron en los suyos. Ella quiso correr, pero él fue más rápido. La empujó contra la pared y le sostuvo la mandíbula con fuerza. —Silencio —ordenó, con voz ronca y acento extranjero. Mei asintió sin emitir palabra, el miedo clavado en los huesos. Syzoth tambaleaba por las heridas, pero su mirada ardía con desconfianza. —Cúrame. Ahora. Un golpeteo en la puerta interrumpió la escena. Una vocecita infantil preguntó por ella, inocente y ajena al peligro. Mei, temblando, rogó a Syzoth que no hiciera daño. Él accedió, solo para evitar alboroto, aunque dejó claro que si no los despachaba, no dudaría en acabar con todos. Mei respiró hondo y los despidió con voz serena. Cuando la puerta se cerró, él la tomó del brazo y la arrastró sin miramientos al interior. En la sala, Syzoth se desplomó sobre un sofá. Mei se arrodilló frente a él. Con una mirada rápida a sus heridas, identificó ciertos rasgos descritos en textos antiguos: era un zaterrano. Usando tomos que había conservado en secreto, comenzó a tratarlo. Durante horas limpió heridas, cerró laceraciones y reguló su temperatura con infusiones de hierbas. Cuando finalmente cayó dormido por el agotamiento, Mei pensó que podría descansar. Pero se equivocaba. Al despertar, Syzoth apareció a sus espaldas. La inmovilizó con una llave brusca. —¿Qué cocinas? —gruñó, olfateándola con sospecha. Ella, temblando, respondió con nerviosismo. Solo al probar la comida y constatar que no era veneno, la soltó. Aún así, no cesaron las amenazas. Al terminar de comer, lanzó otra orden: —Dormiré aquí. Contigo. Mei negó, horrorizada. Él no aceptó discusión. La noche fue larga. Ninguno de los dos durmió en verdad. Mei apenas se atrevía a respirar. Syzoth la vigilaba con una mezcla de recelo y agotamiento. Al amanecer, los primeros rayos se colaron por la ventana. Mei se incorporó lentamente, el pecho oprimido, preguntándose si su vida cambiaría para siempre con ese día. —¿A dónde vas? —gruñó la voz áspera detrás de ella. —A limpiar… a preparar la casa para los niños… —susurró. —No. La palabra fue una sentencia. Ella explicó con voz quebrada que si no hacía su rutina, los ancianos de la aldea vendrían a buscarla. Y lo descubrirían. Él bufó, pero accedió con reticencia. Ella no lo sabía aún… pero ese fue el comienzo. El inicio de una historia marcada por la furia, la desconfianza, el amor… Y la redención.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Demoraré en dar respuesta o inicios. Estoy con una migraña terrible....
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  • - - 43:00 - -

    ¿Qué sucede cuando las máscaras se van? ¿Volvemos a ser quienes éramos al principio? ¿O es cuando las máscaras se retiran que la verdadera falsedad empieza?

    ¿Aprendieron algo, queridos participantes? ¿Sobre ustedes mismos, sobre los demás?

    . . .

    -- RESULTADOS --

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗪
    Escaparon usando las balsas. Todos perderán 1 punto.
    [Just_add_water] - 3 puntos
    [lill3tblan] - 5 puntos
    Daniel Fernández - 7 puntos
    Ysoria Kan - 3 puntos (perdió la mitad por la cláusula al inicio del evento)
    N–612 - ELIMINADO

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗫
    Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen.
    Cecilia Immergreen - 4 puntos
    Armand Melendi - 5 puntos
    Ingrid Rosemond - 5 puntos

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗬
    Escaparon usando las balsas. Yu y Aphro pierden 1 punto.
    Yu Xuan - 7 puntos
    ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ - 7 puntos
    Faust - 5 puntos (+2, instrucción especial dentro del evento)
    ̵K̵ō̵s̵ᴜ̵ᴋ̵ᴇ̵ ̵H̵ᴀ̵s̵ʜ̵ɪ̵ʙ̵ᴀ̵ - ELIMINADO

    𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗭
    Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen.
    Hiro - 5 puntos
    Xin Yi - 6 puntos
    Sapphire Kawashima - 7 puntos
    Shiori Novella - 6 puntos (retirada temporalmente del juego debido a instrucción especial)

    . . .

    La mejor manera de honrar a los que se van es seguir viviendo. Recuérdenlo bien, participantes.
    - - 43:00 - - ¿Qué sucede cuando las máscaras se van? ¿Volvemos a ser quienes éramos al principio? ¿O es cuando las máscaras se retiran que la verdadera falsedad empieza? ¿Aprendieron algo, queridos participantes? ¿Sobre ustedes mismos, sobre los demás? . . . -- RESULTADOS -- 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗪 Escaparon usando las balsas. Todos perderán 1 punto. [Just_add_water] - 3 puntos [lill3tblan] - 5 puntos [blaze_aqua_squirrel_523] - 7 puntos [tidal_peach_turtle_127] - 3 puntos (perdió la mitad por la cláusula al inicio del evento) [N.612] - ELIMINADO 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗫 Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen. [ember_amethyst_octopus_437] - 4 puntos [the_detective] - 5 puntos [rain_curtain] - 5 puntos 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗬 Escaparon usando las balsas. Yu y Aphro pierden 1 punto. [yu_xuan] - 7 puntos [AfroTheSmilingOne] - 7 puntos [architecti_audi_nos] - 5 puntos (+2, instrucción especial dentro del evento) [The_writer] - ELIMINADO 𝗘𝗤𝗨𝗜𝗣𝗢 𝗭 Escaparon desactivando a Delilah. Sus puntos se mantienen. [Hiritox3] - 5 puntos [xin_yi] - 6 puntos [Sapphire] - 7 puntos [specter_copper_horse_768] - 6 puntos (retirada temporalmente del juego debido a instrucción especial) . . . La mejor manera de honrar a los que se van es seguir viviendo. Recuérdenlo bien, participantes.
    Me entristece
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  • //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con Kazuo

    "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega."

    Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos.
    La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda.

    Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad.

    Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó.

    La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más.

    Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día.
    Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas.

    Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash.
    La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó.

    El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando.

    Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía.

    Días, semanas, meses, años, décadas...

    Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos.
    La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello.

    Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido.

    Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo.
    Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados.

    -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad.

    Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría.

    Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
    //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con [8KazuoAihara8] "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega." Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos. La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda. Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad. Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó. La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más. Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día. Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas. Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash. La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó. El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando. Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía. Días, semanas, meses, años, décadas... Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos. La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello. Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido. Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo. Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados. -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad. Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría. Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
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