• 𝗖æ𝗹𝘂𝗺 𝗦𝘁𝗮𝗿★
    #SliceOfLife


    “ No tengas miedo, pues la luna siempre nos observa, nos protege. Ella es nuestro mayor guardián, nuestra amiga y mi madre. ¿Cómo se atrevería a ingresar la oscuridad a nuestros corazones ante su infinito resplandor? ”
    𝗖æ𝗹𝘂𝗺 𝗦𝘁𝗮𝗿★ #SliceOfLife “ No tengas miedo, pues la luna siempre nos observa, nos protege. Ella es nuestro mayor guardián, nuestra amiga y mi madre. ¿Cómo se atrevería a ingresar la oscuridad a nuestros corazones ante su infinito resplandor? ”
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  • Bajo la luna,
    tu sombra calma al lobo,
    hogar en tus ojos.

    En el rojo profundo de tu mirada
    se enciende el contraste de mi cielo,
    dos fuegos distintos que al tocarse
    tejen un destino más fuerte que el acero.

    Tu silueta es un reflejo de los dioses,
    una danza de pétalos al viento,
    un secreto que sólo la noche custodia
    y que mi alma reconoce como suyo.

    Tus labios son un umbral sagrado,
    un hechizo que me consume en silencio,
    y en su dulzura hallo la pasión
    que despierta al hombre dentro del lobo,
    y en ocasiones al lobo dentro del hombre.

    Miyabi…
    quiero amarte como se ama al misterio,
    sin cadenas, sin temor,
    con la furia de mi espíritu y la ternura de mi carne.

    Quiero ser tu guardián en la penumbra,
    tu espada contra la sombra,
    tu refugio cuando el mundo arda…
    y tu eternidad cuando la noche se apague.

    Eres mi luna roja... en la eternidad de este lobo.

    Miya 𝔎𝔞𝔱𝔰𝔲𝔯𝔞𝔤𝔦
    Bajo la luna, tu sombra calma al lobo, hogar en tus ojos. En el rojo profundo de tu mirada se enciende el contraste de mi cielo, dos fuegos distintos que al tocarse tejen un destino más fuerte que el acero. Tu silueta es un reflejo de los dioses, una danza de pétalos al viento, un secreto que sólo la noche custodia y que mi alma reconoce como suyo. Tus labios son un umbral sagrado, un hechizo que me consume en silencio, y en su dulzura hallo la pasión que despierta al hombre dentro del lobo, y en ocasiones al lobo dentro del hombre. Miyabi… quiero amarte como se ama al misterio, sin cadenas, sin temor, con la furia de mi espíritu y la ternura de mi carne. Quiero ser tu guardián en la penumbra, tu espada contra la sombra, tu refugio cuando el mundo arda… y tu eternidad cuando la noche se apague. Eres mi luna roja... en la eternidad de este lobo. [Miya011]
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  • ✠Todos se reunían en aquel hermoso lugar el santuario y aunque todos iban a pocos se les permitía la entrada a ciertas áreas de ese lugar y una de esas áreas era la biblioteca celestial donde el joven ángel Elyon pasaba su tiempo estudiando y ahí estaba ese joven con esos hermosos ojos dorados leía el libro con atención algunos mechones de cabello caían sobre su rostro, pero los ponía detrás de su oreja con delicadeza entonces las puertas se abrieron y lo vio Raziel su guardia así que cerro el libro y le sonrió suavemente✠

    Raziel: Es hora de que el Joven guardián cumpla con su trabaja

    Bien vamos que será un día largo

    ✠Dijo saliendo de la gran biblioteca mientras caminaba por los pasillos miraba las nubes y el hermoso cielo azul y toco su cabeza le dolía ya que cada vez que un recuerdo intentaba aparecer en su mente siempre era un dolor insoportable de cabeza quería entender muchas cosas y porque los ancianos sellaron sus recuerdos✠
    ✠Todos se reunían en aquel hermoso lugar el santuario y aunque todos iban a pocos se les permitía la entrada a ciertas áreas de ese lugar y una de esas áreas era la biblioteca celestial donde el joven ángel Elyon pasaba su tiempo estudiando y ahí estaba ese joven con esos hermosos ojos dorados leía el libro con atención algunos mechones de cabello caían sobre su rostro, pero los ponía detrás de su oreja con delicadeza entonces las puertas se abrieron y lo vio Raziel su guardia así que cerro el libro y le sonrió suavemente✠ Raziel: Es hora de que el Joven guardián cumpla con su trabaja Bien vamos que será un día largo ✠Dijo saliendo de la gran biblioteca mientras caminaba por los pasillos miraba las nubes y el hermoso cielo azul y toco su cabeza le dolía ya que cada vez que un recuerdo intentaba aparecer en su mente siempre era un dolor insoportable de cabeza quería entender muchas cosas y porque los ancianos sellaron sus recuerdos✠
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    Antes de que el mundo conociera el fuego del odio, la luna rota o el silencio de los sellos, existía un tiempo llamado La Era del Vínculo. En ese entonces, la tierra no era gobernada por reyes ni imperios, sino por seis entidades primordiales que encarnaban los elementos y las emociones del mundo.

    Ifrit – El Guardián del Fuego

    Nerathe – La Voz de las Mareas

    Sylphar – El Susurro del Viento

    Gorvath – El Corazón de Piedra

    Umbrael – El Eco de las Sombras

    Solareth – La Voz de la Luz

    Durante siglos, los humanos vivieron bajo el cobijo de estos seres. Cada región tenía su guardián, y los magos, chamanes y sabios aprendían directamente de ellos. Los rituales eran compartidos, los elementos respetados, y el mundo florecía en armonía
    Antes de que el mundo conociera el fuego del odio, la luna rota o el silencio de los sellos, existía un tiempo llamado La Era del Vínculo. En ese entonces, la tierra no era gobernada por reyes ni imperios, sino por seis entidades primordiales que encarnaban los elementos y las emociones del mundo. Ifrit – El Guardián del Fuego Nerathe – La Voz de las Mareas Sylphar – El Susurro del Viento Gorvath – El Corazón de Piedra Umbrael – El Eco de las Sombras Solareth – La Voz de la Luz Durante siglos, los humanos vivieron bajo el cobijo de estos seres. Cada región tenía su guardián, y los magos, chamanes y sabios aprendían directamente de ellos. Los rituales eran compartidos, los elementos respetados, y el mundo florecía en armonía
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  • La bruma flotaba sobre la superficie del lago, difuminando la línea entre el agua y el cielo. La luz de la luna se reflejaba en las aguas tranquilas, creando destellos dorados que parecían danzar al ritmo de una música silenciosa. Allí, sobre una roca cercana a la orilla, se encontraba Lysander Elion Veyrith, conocido entre mortales como Lysander, aunque su verdadero nombre resonaba como un eco celestial: Elion.

    Sus alas negras con reflejos dorados descansaban parcialmente plegadas, y un suspiro del viento hizo ondear su cabello azabache con reflejos plateados. Sus ojos dorados captaban cada movimiento a su alrededor, percibiendo presencias invisibles y ecos de emociones que el agua misma parecía reflejar. La corriente susurraba secretos que sólo él podía entender, y sus labios se movieron apenas, murmurando:
    “바람이言하는 것을 들을 수 있어야 한다.”
    "Debes escuchar lo que el viento susurra."

    Elion no estaba allí por casualidad. Cada piedra, cada brisa, cada reflejo sobre la superficie del lago era parte de su estudio y su vigilancia. Los artefactos antiguos y reliquias que recolectaba tenían que permanecer protegidos, y el mundo humano necesitaba que él observara desde la distancia, sin intervenir… al menos por ahora.

    Se inclinó ligeramente sobre el agua, sus dedos rozando la superficie, creando ondas que se extendían suavemente. Allí, entre el reflejo de la luna y la bruma que abrazaba el lago, Lysander parecía suspendido entre mundos: humano y divino, luz y sombra, visible y etéreo. La tranquilidad del lugar contrastaba con el poder que emanaba de su figura, un recordatorio silencioso de que incluso el viento más suave puede ocultar una tormenta devastadora.

    Y mientras la noche continuaba, Lysander permaneció allí, observando, escuchando, esperando. Un guardián en silencio, el hermano menor de Viktor y Noah, cuya influencia se extendía más allá de lo que los ojos mortales podían comprender. El río sagrado no solo reflejaba la luz de la luna; reflejaba la presencia de un ser cuya historia apenas comenzaba a desplegarse entre la bruma y el viento.
    La bruma flotaba sobre la superficie del lago, difuminando la línea entre el agua y el cielo. La luz de la luna se reflejaba en las aguas tranquilas, creando destellos dorados que parecían danzar al ritmo de una música silenciosa. Allí, sobre una roca cercana a la orilla, se encontraba Lysander Elion Veyrith, conocido entre mortales como Lysander, aunque su verdadero nombre resonaba como un eco celestial: Elion. Sus alas negras con reflejos dorados descansaban parcialmente plegadas, y un suspiro del viento hizo ondear su cabello azabache con reflejos plateados. Sus ojos dorados captaban cada movimiento a su alrededor, percibiendo presencias invisibles y ecos de emociones que el agua misma parecía reflejar. La corriente susurraba secretos que sólo él podía entender, y sus labios se movieron apenas, murmurando: “바람이言하는 것을 들을 수 있어야 한다.” "Debes escuchar lo que el viento susurra." Elion no estaba allí por casualidad. Cada piedra, cada brisa, cada reflejo sobre la superficie del lago era parte de su estudio y su vigilancia. Los artefactos antiguos y reliquias que recolectaba tenían que permanecer protegidos, y el mundo humano necesitaba que él observara desde la distancia, sin intervenir… al menos por ahora. Se inclinó ligeramente sobre el agua, sus dedos rozando la superficie, creando ondas que se extendían suavemente. Allí, entre el reflejo de la luna y la bruma que abrazaba el lago, Lysander parecía suspendido entre mundos: humano y divino, luz y sombra, visible y etéreo. La tranquilidad del lugar contrastaba con el poder que emanaba de su figura, un recordatorio silencioso de que incluso el viento más suave puede ocultar una tormenta devastadora. Y mientras la noche continuaba, Lysander permaneció allí, observando, escuchando, esperando. Un guardián en silencio, el hermano menor de Viktor y Noah, cuya influencia se extendía más allá de lo que los ojos mortales podían comprender. El río sagrado no solo reflejaba la luz de la luna; reflejaba la presencia de un ser cuya historia apenas comenzaba a desplegarse entre la bruma y el viento.
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  • 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania.

    ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses.

    La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer.

    Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas.

    Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora.

    Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto.

    Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, su presencia irradiaba elegancia y poder a donde quiera que él pisara. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea.

    Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha.

    Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas.

    El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar.

    La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio.

    La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar.

    ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros.

    Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó.

    ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo.

    El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba.

    Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar.

    En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza.

    Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo.

    Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades.

    Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque.

    En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire.

    La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises.

    Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir.

    Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo.

    ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte?

    Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque.

    Ese día, la corte estaba en silencio.

    ────Sí... me... me gustaría que te quedaras.

    Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal.

    Eneas. Su pequeño Eneas.

    Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises.

    Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió.

    Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises.

    La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban.

    Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir.

    Afro sonrió.

    Tenía esperanza.
    𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒 🌸 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania. ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses. La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer. Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora. Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto. Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, su presencia irradiaba elegancia y poder a donde quiera que él pisara. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea. Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha. Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas. El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar. La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio. La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar. ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros. Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó. ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo. El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba. Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar. En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza. Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo. Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades. Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque. En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire. La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises. Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir. Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo. ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte? Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque. Ese día, la corte estaba en silencio. ────Sí... me... me gustaría que te quedaras. Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal. Eneas. Su pequeño Eneas. Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises. Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió. Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises. La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban. Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir. Afro sonrió. Tenía esperanza.
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  • El guardián
    Fandom Oc
    Categoría Acción
    Las luces de neón teñían la ciudad de un brillo artificial mientras Darküs caminaba por las calles húmedas después de otro operativo nocturno. Habían atrapado a un vampiro descontrolado en el muelle y la unidad celebraba la victoria entre risas y humo de cigarrillos, pero él se apartó en silencio, como siempre.

    Se apoyó en la pared de un callejón, encendió un cigarro y dejó que el humo se mezclara con el aire frío. Podía escuchar cada latido, cada respiración, cada voz a metros de distancia, y aun así sentía un silencio insoportable dentro de sí. Su mirada plateada se perdió en el reflejo de la luna sobre un charco y dejó escapar un murmullo que apenas se oyó sobre el ruido de la ciudad:

    «Las cosas de la vida… a veces puedes estar rodeado de todos, y aun así sentirte terriblemente solo.»

    Sabía que nadie lo entendería. Sus compañeros lo respetaban, incluso lo temían, pero ninguno podía comprender la carga de ser lo que era. No era un humano entre humanos, ni un lobo entre lobos. Solo un guardián obligado a mantener el orden, aunque eso lo estuviera consumiendo por dentro.

    Apagó el cigarro contra el muro y volvió a caminar, la ciudad nunca dormía y él tampoco podía permitírselo.
    Las luces de neón teñían la ciudad de un brillo artificial mientras Darküs caminaba por las calles húmedas después de otro operativo nocturno. Habían atrapado a un vampiro descontrolado en el muelle y la unidad celebraba la victoria entre risas y humo de cigarrillos, pero él se apartó en silencio, como siempre. Se apoyó en la pared de un callejón, encendió un cigarro y dejó que el humo se mezclara con el aire frío. Podía escuchar cada latido, cada respiración, cada voz a metros de distancia, y aun así sentía un silencio insoportable dentro de sí. Su mirada plateada se perdió en el reflejo de la luna sobre un charco y dejó escapar un murmullo que apenas se oyó sobre el ruido de la ciudad: «Las cosas de la vida… a veces puedes estar rodeado de todos, y aun así sentirte terriblemente solo.» Sabía que nadie lo entendería. Sus compañeros lo respetaban, incluso lo temían, pero ninguno podía comprender la carga de ser lo que era. No era un humano entre humanos, ni un lobo entre lobos. Solo un guardián obligado a mantener el orden, aunque eso lo estuviera consumiendo por dentro. Apagó el cigarro contra el muro y volvió a caminar, la ciudad nunca dormía y él tampoco podía permitírselo.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    20
    Estado
    Disponible
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  • 𖤐 Presentación de Kurogane

    A la sombra de Kaelith Veiryth siempre está Kurogane, su lobo espiritual y compañero inseparable. No es solo un guardián; es una extensión viva del poder híbrido de Kaelith, nacido junto a él y vinculado a su alma desde el primer instante.

    De pelaje plateado con destellos oscuros que recorren su lomo y patas, Kurogane posee ojos azul eléctrico que brillan en la noche como dos faros sobrenaturales. Su presencia impone respeto y una sensación de vigilancia constante; aunque se mantenga quieto o en reposo, siempre percibe el peligro antes que cualquier otro.

    Kurogane puede manifestarse a voluntad en tamaño y fuerza, alternando entre un lobo de tamaño medio y un colosal espíritu protector que refleja la esencia de Kaelith. Sus movimientos son silenciosos, casi etéreos, y su lealtad hacia su Alfa es absoluta. En batalla o en momentos de peligro, Kurogane actúa con instinto y precisión, siendo tanto escudo como espada.

    Más allá de la protección, Kurogane también es compañero emocional. Con Kaelith comparte un vínculo que trasciende palabras: emociones, intenciones y alertas se transmiten sin necesidad de hablar, creando una sincronía perfecta entre humano y espíritu. Su existencia es un recordatorio de que Kaelith no camina solo, incluso cuando decide adentrarse en la soledad de la noche o los caminos más peligrosos.

    Kurogane no es visible para cualquiera; solo aquellos sensibles a lo sobrenatural pueden percibir su forma. Para los demás, es un aura de poder y misterio que acompaña a Kaelith, aunque nadie pueda nombrarlo ni tocarlo.

    En esencia, Kurogane representa la parte más salvaje y pura de Kaelith, su instinto protector, su poder latente y la conexión profunda con su naturaleza híbrida. Mientras Kaelith camine entre luces y sombras, Kurogane siempre estará a su lado, firme, silencioso y listo para actuar.
    𖤐 Presentación de Kurogane A la sombra de Kaelith Veiryth siempre está Kurogane, su lobo espiritual y compañero inseparable. No es solo un guardián; es una extensión viva del poder híbrido de Kaelith, nacido junto a él y vinculado a su alma desde el primer instante. De pelaje plateado con destellos oscuros que recorren su lomo y patas, Kurogane posee ojos azul eléctrico que brillan en la noche como dos faros sobrenaturales. Su presencia impone respeto y una sensación de vigilancia constante; aunque se mantenga quieto o en reposo, siempre percibe el peligro antes que cualquier otro. Kurogane puede manifestarse a voluntad en tamaño y fuerza, alternando entre un lobo de tamaño medio y un colosal espíritu protector que refleja la esencia de Kaelith. Sus movimientos son silenciosos, casi etéreos, y su lealtad hacia su Alfa es absoluta. En batalla o en momentos de peligro, Kurogane actúa con instinto y precisión, siendo tanto escudo como espada. Más allá de la protección, Kurogane también es compañero emocional. Con Kaelith comparte un vínculo que trasciende palabras: emociones, intenciones y alertas se transmiten sin necesidad de hablar, creando una sincronía perfecta entre humano y espíritu. Su existencia es un recordatorio de que Kaelith no camina solo, incluso cuando decide adentrarse en la soledad de la noche o los caminos más peligrosos. Kurogane no es visible para cualquiera; solo aquellos sensibles a lo sobrenatural pueden percibir su forma. Para los demás, es un aura de poder y misterio que acompaña a Kaelith, aunque nadie pueda nombrarlo ni tocarlo. En esencia, Kurogane representa la parte más salvaje y pura de Kaelith, su instinto protector, su poder latente y la conexión profunda con su naturaleza híbrida. Mientras Kaelith camine entre luces y sombras, Kurogane siempre estará a su lado, firme, silencioso y listo para actuar.
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  • Las calles del pueblo despertaban con calma, apenas iluminadas por los primeros rayos del amanecer. Lucian caminaba entre los puestos del mercado, su figura alta y oscura destacando entre los aldeanos que lo observaban con una mezcla de respeto y recelo.
    En una de sus manos llevaba una pequeña cesta, y en la otra sostenía un pergamino enrollado con una lista precisa.

    —Pescado fresco… leche tibia… —murmuraba para sí, con un tono que rozaba lo irónico—. ¿Quién diría que un híbrido maldito terminaría siendo sirviente de un gato estelar?

    Un comerciante le ofreció un atún recién atrapado, y Lucian lo examinó con ojo crítico antes de asentir y dejar unas monedas sobre la mesa. El brillo en sus ojos —uno dorado, el otro rojo— intimidó al hombre, que evitó devolverle la mirada.

    Al pasar frente a una vendedora de hierbas, se detuvo. Tomó un pequeño manojo de flores nocturnas, las favoritas de Astryl para dormir.
    Una leve sonrisa escapó de su rostro serio.

    —Mi buen chico… no puedo negarte nada, ¿verdad? —susurró en voz baja, como si Astryl pudiera escucharlo desde cualquier plano.

    Con la cesta llena de pequeños lujos para su compañero cósmico, Lucian retomó el camino a casa, entre sombras y murmullos del pueblo que aún no comprendía del todo la dualidad de aquel guardián y su misterioso gato estelar.
    Las calles del pueblo despertaban con calma, apenas iluminadas por los primeros rayos del amanecer. Lucian caminaba entre los puestos del mercado, su figura alta y oscura destacando entre los aldeanos que lo observaban con una mezcla de respeto y recelo. En una de sus manos llevaba una pequeña cesta, y en la otra sostenía un pergamino enrollado con una lista precisa. —Pescado fresco… leche tibia… —murmuraba para sí, con un tono que rozaba lo irónico—. ¿Quién diría que un híbrido maldito terminaría siendo sirviente de un gato estelar? Un comerciante le ofreció un atún recién atrapado, y Lucian lo examinó con ojo crítico antes de asentir y dejar unas monedas sobre la mesa. El brillo en sus ojos —uno dorado, el otro rojo— intimidó al hombre, que evitó devolverle la mirada. Al pasar frente a una vendedora de hierbas, se detuvo. Tomó un pequeño manojo de flores nocturnas, las favoritas de Astryl para dormir. Una leve sonrisa escapó de su rostro serio. —Mi buen chico… no puedo negarte nada, ¿verdad? —susurró en voz baja, como si Astryl pudiera escucharlo desde cualquier plano. Con la cesta llena de pequeños lujos para su compañero cósmico, Lucian retomó el camino a casa, entre sombras y murmullos del pueblo que aún no comprendía del todo la dualidad de aquel guardián y su misterioso gato estelar.
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  • 𓆩✧𓆪 Presentación de Astryl — El Gato de las Constelaciones

    Astryl no es un simple compañero, sino un espíritu antiguo nacido en los pliegues del firmamento. Su pelaje translúcido refleja la luz de las estrellas, y sus ojos cambian como un mapa estelar vivo, mostrando constelaciones distintas según el estado de su alma o la magia que se despliega a su alrededor.

    Antes de encontrar a Lucian, deambulaba entre planos, invisible a mortales y dioses por igual, sin un propósito claro más que custodiar los secretos del cosmos. Su naturaleza etérea le permitía ser un guardián errante, apareciendo donde el equilibrio entre luz y sombra se tambaleaba.

    El destino lo unió a Lucian en una noche en la que el híbrido angelical y demoníaco apenas sobrevivía tras una batalla. Astryl apareció, como atraído por la resonancia de dos mundos que chocaban en un solo ser. Desde entonces, nunca más se separó de él, convirtiéndose en su guardián, consejero y vínculo con lo desconocido.

    En el pueblo donde habita junto a Lucian, Astryl es visto por algunos como un mito: un gato que aparece y desaparece en los tejados, vigilando en silencio. Otros lo consideran un mal presagio, aunque los ancianos murmuran que su presencia es señal de que fuerzas más grandes protegen la aldea.

    No es solo un observador: Astryl es capaz de detectar presencias ocultas, espíritus errantes y conjuros invisibles. Su ronroneo, cuando se posa en el regazo de Lucian, no es simple ternura, sino un canto vibrante que sella heridas y apacigua tormentas internas.

    A pesar de su sabiduría cósmica, mantiene la esencia de un felino: caprichoso, juguetón y a veces imposible de controlar. Pero cuando la vida de Lucian o el destino del pueblo están en juego, revela su verdadera naturaleza, convirtiéndose en un faro que atraviesa las sombras.

    Y es que Astryl jamás ha dejado de recordar su propio juramento:

    "Donde tu sombra camine, allí brillará mi luz; porque soy tu estrella, y jamás dejaré de guiarte."
    「君の影が歩む場所に、私の光は輝く。私は君の星、永遠に君を導く。」
    𓆩✧𓆪 Presentación de Astryl — El Gato de las Constelaciones Astryl no es un simple compañero, sino un espíritu antiguo nacido en los pliegues del firmamento. Su pelaje translúcido refleja la luz de las estrellas, y sus ojos cambian como un mapa estelar vivo, mostrando constelaciones distintas según el estado de su alma o la magia que se despliega a su alrededor. Antes de encontrar a Lucian, deambulaba entre planos, invisible a mortales y dioses por igual, sin un propósito claro más que custodiar los secretos del cosmos. Su naturaleza etérea le permitía ser un guardián errante, apareciendo donde el equilibrio entre luz y sombra se tambaleaba. El destino lo unió a Lucian en una noche en la que el híbrido angelical y demoníaco apenas sobrevivía tras una batalla. Astryl apareció, como atraído por la resonancia de dos mundos que chocaban en un solo ser. Desde entonces, nunca más se separó de él, convirtiéndose en su guardián, consejero y vínculo con lo desconocido. En el pueblo donde habita junto a Lucian, Astryl es visto por algunos como un mito: un gato que aparece y desaparece en los tejados, vigilando en silencio. Otros lo consideran un mal presagio, aunque los ancianos murmuran que su presencia es señal de que fuerzas más grandes protegen la aldea. No es solo un observador: Astryl es capaz de detectar presencias ocultas, espíritus errantes y conjuros invisibles. Su ronroneo, cuando se posa en el regazo de Lucian, no es simple ternura, sino un canto vibrante que sella heridas y apacigua tormentas internas. A pesar de su sabiduría cósmica, mantiene la esencia de un felino: caprichoso, juguetón y a veces imposible de controlar. Pero cuando la vida de Lucian o el destino del pueblo están en juego, revela su verdadera naturaleza, convirtiéndose en un faro que atraviesa las sombras. Y es que Astryl jamás ha dejado de recordar su propio juramento: "Donde tu sombra camine, allí brillará mi luz; porque soy tu estrella, y jamás dejaré de guiarte." 「君の影が歩む場所に、私の光は輝く。私は君の星、永遠に君を導く。」
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