• Jimoto llevaba años recorriendo el mundo, documentando sus viajes, conociendo nuevas culturas y enfrentando desafíos que pusieran a prueba su espíritu aventurero. Sin embargo, en su interior, siempre había sentido que algo le faltaba, una pieza perdida en el rompecabezas de su existencia.

    Desde pequeño, recordaba haber visto una fotografía en la habitación de su madre adoptiva, Mikasa. En la imagen, ella aparecía junto a un grupo de personas que Jimoto no reconocía, todos sonriendo mientras sostenían siete esferas brillantes de color ámbar, cada una decorada con pequeñas estrellas. Cuando era niño, había preguntado por aquella foto, pero Mikasa solo sonreía con nostalgia y le decía que era un recuerdo de otro tiempo.

    Años después, mientras exploraba una biblioteca antigua en un pueblo remoto, Jimoto encontró un manuscrito que hablaba de aquellas misteriosas esferas. Según el relato, quien reuniera las siete recibiría la oportunidad de ver cumplido un único deseo, sin importar cuán imposible pareciera.

    La revelación lo dejó inquieto. ¿Por qué Mikasa tenía una foto con esas esferas? ¿Quiénes eran las personas que la acompañaban? Y lo más importante, ¿qué había ocurrido con ellas y con las esferas después de que la foto fuera tomada?

    Sin recuerdos de su infancia más temprana, Jimoto siempre había sentido que su pasado estaba lleno de sombras. Había fragmentos de memorias que no lograba conectar, preguntas que nadie podía responder. Ahora, tenía un objetivo claro: encontrar las siete esferas y pedir como deseo la recuperación de sus memorias perdidas.

    Su travesía lo llevaría a cruzarse con aliados y enemigos, desde mercenarios que también codiciaban su poder hasta sabios que custodiaban antiguos secretos. Entre ellos, Shunrei, el dragón azul con el que había forjado una inquebrantable amistad, sería su mayor apoyo, ayudándolo a descifrar los enigmas ocultos y protegiéndolo en los momentos más críticos.

    Pero conforme Jimoto se acercaba más a la verdad, no podía evitar preguntarse: si recuperaba sus memorias… ¿estaría preparado para enfrentarlas?
    Jimoto llevaba años recorriendo el mundo, documentando sus viajes, conociendo nuevas culturas y enfrentando desafíos que pusieran a prueba su espíritu aventurero. Sin embargo, en su interior, siempre había sentido que algo le faltaba, una pieza perdida en el rompecabezas de su existencia. Desde pequeño, recordaba haber visto una fotografía en la habitación de su madre adoptiva, Mikasa. En la imagen, ella aparecía junto a un grupo de personas que Jimoto no reconocía, todos sonriendo mientras sostenían siete esferas brillantes de color ámbar, cada una decorada con pequeñas estrellas. Cuando era niño, había preguntado por aquella foto, pero Mikasa solo sonreía con nostalgia y le decía que era un recuerdo de otro tiempo. Años después, mientras exploraba una biblioteca antigua en un pueblo remoto, Jimoto encontró un manuscrito que hablaba de aquellas misteriosas esferas. Según el relato, quien reuniera las siete recibiría la oportunidad de ver cumplido un único deseo, sin importar cuán imposible pareciera. La revelación lo dejó inquieto. ¿Por qué Mikasa tenía una foto con esas esferas? ¿Quiénes eran las personas que la acompañaban? Y lo más importante, ¿qué había ocurrido con ellas y con las esferas después de que la foto fuera tomada? Sin recuerdos de su infancia más temprana, Jimoto siempre había sentido que su pasado estaba lleno de sombras. Había fragmentos de memorias que no lograba conectar, preguntas que nadie podía responder. Ahora, tenía un objetivo claro: encontrar las siete esferas y pedir como deseo la recuperación de sus memorias perdidas. Su travesía lo llevaría a cruzarse con aliados y enemigos, desde mercenarios que también codiciaban su poder hasta sabios que custodiaban antiguos secretos. Entre ellos, Shunrei, el dragón azul con el que había forjado una inquebrantable amistad, sería su mayor apoyo, ayudándolo a descifrar los enigmas ocultos y protegiéndolo en los momentos más críticos. Pero conforme Jimoto se acercaba más a la verdad, no podía evitar preguntarse: si recuperaba sus memorias… ¿estaría preparado para enfrentarlas?
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    SLAYERS LEGACY – EL COMIENZO DE UNA NUEVA ERA

    Después de incontables batallas contra los Mazoku y la invocación del poder del Lord of Nightmares, Lina Inverse y Gourry Gabriev continúan su viaje sin rumbo fijo. Sin embargo, la paz nunca es eterna…

    Un antiguo poder, anterior incluso a la Guerra del Caos, comienza a despertar en las sombras. Fragmentos de una magia olvidada resurgen, y un nuevo enemigo se alza: Eldritch, el Heraldo del Olvido, quien considera a Lina una aberración que nunca debió existir.

    Cuando Xellos aparece sin órdenes directas y con más preguntas que respuestas, queda claro que esta vez la amenaza no solo supera a los Mazoku y los dragones, sino que desafía la misma esencia de la magia.

    El destino del mundo vuelve a pender de un hilo, y Lina deberá enfrentar un misterio que podría cambiarlo todo. ¿Cuál es el verdadero significado del poder dorado que invocó en el pasado? ¿Hasta dónde puede llegar antes de perderse en el caos?
    SLAYERS LEGACY – EL COMIENZO DE UNA NUEVA ERA Después de incontables batallas contra los Mazoku y la invocación del poder del Lord of Nightmares, Lina Inverse y Gourry Gabriev continúan su viaje sin rumbo fijo. Sin embargo, la paz nunca es eterna… Un antiguo poder, anterior incluso a la Guerra del Caos, comienza a despertar en las sombras. Fragmentos de una magia olvidada resurgen, y un nuevo enemigo se alza: Eldritch, el Heraldo del Olvido, quien considera a Lina una aberración que nunca debió existir. Cuando Xellos aparece sin órdenes directas y con más preguntas que respuestas, queda claro que esta vez la amenaza no solo supera a los Mazoku y los dragones, sino que desafía la misma esencia de la magia. El destino del mundo vuelve a pender de un hilo, y Lina deberá enfrentar un misterio que podría cambiarlo todo. ¿Cuál es el verdadero significado del poder dorado que invocó en el pasado? ¿Hasta dónde puede llegar antes de perderse en el caos?
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  • La llama y la ceniza
    Fandom Libre
    Categoría Fantasía
    〈 Starter para 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 ♡ 〉

    La piedra del templo era fría incluso bajo sus manos enguantadas, su tacto áspero como si guardara la memoria de incontables inviernos. El aire olía a incienso antiguo, a la leña quemada en los braseros dispersos por los pasillos, a la humedad de los corredores donde la luz apenas llegaba. Para otros, este lugar era un santuario. Para ella, solo era un punto en el mapa, una parada en su interminable sendero.

    Kazuo le había concedido cobijo, pero la confianza era un concepto frágil. Habría una confianza establecida, efímera, breve: ella había dejado su rostro y sus cartas al descubierto, al igual que él había dejado entrever parcialmente su naturaleza. Pero ambos parecían moverse con la curiosidad de un animal, o quizá un mutuo silencio respetuoso. Y él tenía razones para ello, pues ella nunca había sido una presencia fácil, nunca había sido alguien que se dejara descifrar sin resistencia.

    Por eso, se mantenía en los márgenes.

    Como una sombra más entre las columnas, un eco sin voz en los pasillos, se deslizaba en el silencio, calculando cada movimiento. Su presencia era un roce efímero, un parpadeo en la penumbra, un espectro que se negaba a ocupar más espacio del necesario. Sus interacciones con Kazuo eran mínimas, apenas palabras medidas cuando la necesidad las exigía, cuando él buscaba asegurarse de su paradero, cuando la rutina forzaba un cruce de caminos.

    Y luego, había alguien más.

    No necesitaba mirarla para notar su presencia. Era como si el templo mismo cambiara cuando ella estaba cerca, como si la cadencia del zorro se tornara más relajada, como si su voz adquiriera un matiz diferente, menos cortante, quizá más humano. Había ternura en el aire cuando ellos compartían el mismo espacio, una conexión que no tenía cabida en el mundo al que ella pertenecía.

    Ella no preguntó. No miró demasiado. No permitió que la sospecha germinara más de lo necesario en su mente. Pero lo sabía. No había envidia en su percepción, sólo la constatación de un hecho: tenían algo que ella había perdido hace mucho, algo que quizá nunca había tenido del todo.

    Es por ello que evitaba los encuentros, se deslizaba entre las horas en las que el templo estaba más transitado y elegía los momentos en que la penumbra era su única compañía. Encontraba refugio en los rincones donde la luz no se atrevía a adentrarse, donde podía existir sin ser percibida. Y, durante un tiempo, aquello fue suficiente… Hasta que dejó de serlo.

    Quizá fue la fatiga.

    Las noches habían sido largas, y su búsqueda no daba frutos. Cada día que pasaba en aquel lugar se sentía como una demora, una pausa que no podía permitirse, pero que su cuerpo comenzaba a exigirle sin clemencia. Quizá el único resultado tangible de su esfuerzo eran páginas y páginas de su propio puño y letra, desbordando su caligrafía apretada con fragmentos de conocimiento, hipótesis garabateadas entre líneas, retazos de ideas que parecían desvanecerse antes de poder concretarse. Objetos dispersos y ocultos con recelo, protegidos de la vista común como si el mero acto de exponerlos los volviera vulnerables. Infinitas mañanas pasadas frente a una mesa de piedra, con la mirada fija en pergaminos extendidos, sus dedos tamborileando en la superficie en un ritmo inconstante, como si esperara que el simple contacto le revelara la respuesta que aún no tenía.

    Quizá fue la comodidad traicionera.

    El templo, con su quietud reverente, sus braseros encendidos y el aire impregnado de una fragancia a incienso y antigüedad, no era el páramo helado y hostil que se había convertido en su hogar por tanto tiempo. Ahí, en esos muros de piedra maciza que resonaban con ecos de antiguos rezos y secretos olvidados, no había voces persiguiéndola, no había enemigos en las sombras esperando el momento perfecto para clavar la daga. Ahí, nadie susurraba su nombre en medio de la oscuridad, ni lo pronunciaba con la intención de devorar su alma, como si su presencia fuera una amenaza. Nadie la acechaba, no como lo había hecho el mundo antes de que se refugiara entre estos muros.

    O quizá, fue el destino.

    Porque aquella noche, cometió un error. Se permitió, por un breve y extraño momento, respirar más hondo de lo necesario. Permitió que su cuerpo dejara de estar tenso, que el agotamiento, acumulado por días, semanas, quizás meses, saliera a la superficie. La respiración se le volvió más pausada, menos calculada. Soltó un suspiro involuntario, una exhalación que pareció deshacer la coraza de vigilancia que siempre mantenía sobre sí misma. El templo, con su silenciosa paz, la había engañado por un instante. La falsa sensación de seguridad la había seducido.

    Pero la calma traiciona.

    Porque al soltar esa tensión, la fragilidad de la quietud se hizo evidente, y con ella, la vulnerabilidad. El sonido de sus pasos resonó con una claridad inesperada en el corredor de piedra, un sonido que no quería escuchar, que ya sabía que no debía permitir. Tal vez fue eso lo que la traicionó, el eco de sus botas al chocar con la piedra, o tal vez fue la forma en que su sombra, por un instante, rompió la penumbra. Un reflejo demasiado marcado, demasiado humano, desbordando el límite entre la oscuridad y la luz tenue de los braseros. Quizás fue el susurro suave de su capa rozando la piedra fría, el roce que alertó a una presencia que ya convivía entre esos muros. O tal vez, simplemente, fue la vibración de su ser, la sutil, casi imperceptible sensación de un ser que no pertenece a la quietud de ese lugar, la que alcanzó a alguien con una sensibilidad inesperada.

    Fuera lo que fuera, cuando quiso darse cuenta, ya era tarde.

    No estaba sola.

    Y Liz la vió.
    〈 Starter para [Liz_bloodFlame] ♡ 〉 La piedra del templo era fría incluso bajo sus manos enguantadas, su tacto áspero como si guardara la memoria de incontables inviernos. El aire olía a incienso antiguo, a la leña quemada en los braseros dispersos por los pasillos, a la humedad de los corredores donde la luz apenas llegaba. Para otros, este lugar era un santuario. Para ella, solo era un punto en el mapa, una parada en su interminable sendero. Kazuo le había concedido cobijo, pero la confianza era un concepto frágil. Habría una confianza establecida, efímera, breve: ella había dejado su rostro y sus cartas al descubierto, al igual que él había dejado entrever parcialmente su naturaleza. Pero ambos parecían moverse con la curiosidad de un animal, o quizá un mutuo silencio respetuoso. Y él tenía razones para ello, pues ella nunca había sido una presencia fácil, nunca había sido alguien que se dejara descifrar sin resistencia. Por eso, se mantenía en los márgenes. Como una sombra más entre las columnas, un eco sin voz en los pasillos, se deslizaba en el silencio, calculando cada movimiento. Su presencia era un roce efímero, un parpadeo en la penumbra, un espectro que se negaba a ocupar más espacio del necesario. Sus interacciones con Kazuo eran mínimas, apenas palabras medidas cuando la necesidad las exigía, cuando él buscaba asegurarse de su paradero, cuando la rutina forzaba un cruce de caminos. Y luego, había alguien más. No necesitaba mirarla para notar su presencia. Era como si el templo mismo cambiara cuando ella estaba cerca, como si la cadencia del zorro se tornara más relajada, como si su voz adquiriera un matiz diferente, menos cortante, quizá más humano. Había ternura en el aire cuando ellos compartían el mismo espacio, una conexión que no tenía cabida en el mundo al que ella pertenecía. Ella no preguntó. No miró demasiado. No permitió que la sospecha germinara más de lo necesario en su mente. Pero lo sabía. No había envidia en su percepción, sólo la constatación de un hecho: tenían algo que ella había perdido hace mucho, algo que quizá nunca había tenido del todo. Es por ello que evitaba los encuentros, se deslizaba entre las horas en las que el templo estaba más transitado y elegía los momentos en que la penumbra era su única compañía. Encontraba refugio en los rincones donde la luz no se atrevía a adentrarse, donde podía existir sin ser percibida. Y, durante un tiempo, aquello fue suficiente… Hasta que dejó de serlo. Quizá fue la fatiga. Las noches habían sido largas, y su búsqueda no daba frutos. Cada día que pasaba en aquel lugar se sentía como una demora, una pausa que no podía permitirse, pero que su cuerpo comenzaba a exigirle sin clemencia. Quizá el único resultado tangible de su esfuerzo eran páginas y páginas de su propio puño y letra, desbordando su caligrafía apretada con fragmentos de conocimiento, hipótesis garabateadas entre líneas, retazos de ideas que parecían desvanecerse antes de poder concretarse. Objetos dispersos y ocultos con recelo, protegidos de la vista común como si el mero acto de exponerlos los volviera vulnerables. Infinitas mañanas pasadas frente a una mesa de piedra, con la mirada fija en pergaminos extendidos, sus dedos tamborileando en la superficie en un ritmo inconstante, como si esperara que el simple contacto le revelara la respuesta que aún no tenía. Quizá fue la comodidad traicionera. El templo, con su quietud reverente, sus braseros encendidos y el aire impregnado de una fragancia a incienso y antigüedad, no era el páramo helado y hostil que se había convertido en su hogar por tanto tiempo. Ahí, en esos muros de piedra maciza que resonaban con ecos de antiguos rezos y secretos olvidados, no había voces persiguiéndola, no había enemigos en las sombras esperando el momento perfecto para clavar la daga. Ahí, nadie susurraba su nombre en medio de la oscuridad, ni lo pronunciaba con la intención de devorar su alma, como si su presencia fuera una amenaza. Nadie la acechaba, no como lo había hecho el mundo antes de que se refugiara entre estos muros. O quizá, fue el destino. Porque aquella noche, cometió un error. Se permitió, por un breve y extraño momento, respirar más hondo de lo necesario. Permitió que su cuerpo dejara de estar tenso, que el agotamiento, acumulado por días, semanas, quizás meses, saliera a la superficie. La respiración se le volvió más pausada, menos calculada. Soltó un suspiro involuntario, una exhalación que pareció deshacer la coraza de vigilancia que siempre mantenía sobre sí misma. El templo, con su silenciosa paz, la había engañado por un instante. La falsa sensación de seguridad la había seducido. Pero la calma traiciona. Porque al soltar esa tensión, la fragilidad de la quietud se hizo evidente, y con ella, la vulnerabilidad. El sonido de sus pasos resonó con una claridad inesperada en el corredor de piedra, un sonido que no quería escuchar, que ya sabía que no debía permitir. Tal vez fue eso lo que la traicionó, el eco de sus botas al chocar con la piedra, o tal vez fue la forma en que su sombra, por un instante, rompió la penumbra. Un reflejo demasiado marcado, demasiado humano, desbordando el límite entre la oscuridad y la luz tenue de los braseros. Quizás fue el susurro suave de su capa rozando la piedra fría, el roce que alertó a una presencia que ya convivía entre esos muros. O tal vez, simplemente, fue la vibración de su ser, la sutil, casi imperceptible sensación de un ser que no pertenece a la quietud de ese lugar, la que alcanzó a alguien con una sensibilidad inesperada. Fuera lo que fuera, cuando quiso darse cuenta, ya era tarde. No estaba sola. Y Liz la vió.
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  • —Vaya... que lugar tan lúgubre me ha encomendado Merlin revisar.

    Dijo a sí mismo el caballero de plata y acero mientras caminaba por aquellos parajes desolados, con las alertas al máximo en caso de encontrar hostiles. Aquella foresta negra y marchita era parte de un mundo desolado y en ruinas, creado por una fluctuación en la línea temporal que creó una ramificación tipo "callejón sin salida... una línea temporal que pudo florecer pero que abrúptamente fue frenada por algo...

    —Este es un reflejo fragmentado de un Lostworld. La historia se ha desviado tanto que Gaia ha borrado este mundo antes, pero por alguna razón sobrevivió un fragmento que amenaza con enraizar...

    Una voz femenina sonó en su cabeza; La voz de la archibruja Merlin, quién guiaba a su señor a través de sus pasos en busca de la temida BEAST-666; su paso por las líneas temporales podría causar efectos impredecibles en la historia panhumana como se conoce, así que debían buscar acabar con los pequeños destrozos que esa molesta criatura había estado dejando...

    —Entiendo... ¿Algún fragmento de grial que esté causando esta discrepancia tan marcada con la historia panhumana?

    Preguntó Arthur, esperando respuesta de la diablesa de blanco, pero antes de poder recibir respuesta, su Intuición se activó, llevándolo a mover la cabeza a un lado para evitar ser alcanzado por una flecha rústica de madera. Y los responsables de ese ataque preventivo estaban por venir; verdes, feos, usando armaduras rústicas de cuero y pieles de bestia, así como armas improvisadas de roca y madera, un grupo de Goblins iracundos apareció, molestos por haber fallado en cazar al muchacho en ese primer tiro.

    —¡Si lo hay, no eres el único que lo quiere, querido!~ Te dejo trabajar, que veo que estás ocupado!

    Dijo burlonamente la bruja de cabellos blancos en la mente del caballero, "colgando" la llamada y dejando a Arthur a sus propios medios ante las bestias... no es como si la señorita "Yo me relajo con té y galletas en mi torrecita en Avalon mientras tú cazas a literalmente un engendro de Satán" pudiera hacer mucho desde su posición. Ante esto, Arthur suspiró con desgano y miró a las criaturas.

    —Muy bien... no deseaba derramar sangre hoy, pero creo que será inevitable...

    El rey de Britania desenvainó su espada sagrada, dejando su hoja dorada, protegida y oculta por una suave brisa, libre para confrontar a las bestias, las cuales no tardaron en abalanzarse sobre él.

    —¡Perezcan, bestias inmundas!

    Gritó con ira el paladín mientras corría hacia los feéricos malignos que lo atacaban, deteniendo un garrotazo por parte de uno de ellos y contestando la agresión al amputarle la mano con la que osó alzarse en su contra.

    —Gallahad!

    Gritó, haciendo aparecer desde su anillo la sombra de un caballero encapuchado a su lado, quién no tardó en hacer aparecer un enorme escudo para proteger a su rey de una andanada de flechas por mano de los arqueros Goblin. Ante esto, el rey caballero comenzó a moverse mientras el espectro flotaba junto a él, deteniendo los ataques advenientes y permitiendo a su amo llegar hasta el más grande.

    —Dame tu fuego, Sir Gareth!

    Gritó el guerrero rubio mientras hacía desaparecer a Gallahad y convocaba otra sombra; una sombra de una caballera mujer bajita que empuñaba una gran espada, la cual pronto tocó con la de Arthur para prenderla en fuego. Acto seguido, el rey sacudió su arma para esparcir el fuego y crear un círculo para separar a los Goblins en un grupo más pequeño. Ante esto, el líder y sus pocos escoltas fueron a por el rey, pero este no tardó en contestar la agresión, moviéndose con soltura y en total sincronía con su espada, decapitando, eviscerando y mutilando a los goblins menores que se abalanzaban contra él.

    —Solo quedamos tú y yo... vas a decirme dónde está el fragmento del grial o tendré que sacarte la información por la fuerza...

    Dijo el caballero al musculoso Goblin líder; una mole de casi dos metros blindada en placas de metal y pieles de bestias, cargando una pesadilleszca maza cubierta de púas. Ante la amenaza, el monstruo solo rugió con ira, listo para pelear...

    —Muy bien... entonces por las malas será.

    Dijo Arthur para sí mismo, comenzando su pelea contra el monstruo. A diferencia de lo que esperaba, la bestia se vio sorprendida por la agilidad y fuerza del joven humano... normalmente un simple humano cómo él no debería poder igualar la fuerza de un Hobgoblin... pero ahí estaba; cada martillazo era desviado y bloqueado por el heroico rey; cada golpe que el rubio daba en represalia hacía los brazos del monstruo verde temblar mientras trataba de mantener sus manos en su arma; y cada mínimo error era castigado con dolorosos cortes profundos que no sanaban tan rápido como normalmente ocurre con armas de simple metal...

    —STRIKE AIR!!!

    De un momento a otro, Arthur esquivó un martillazo lateral, dándole espacio para asestar un golpe letal; alzando su espada desde abajo hacia arriba, Arthur hizo que el viento suave que envainaba su espada enfureciera en un afilado torrente de aire que haría de motosierra, rebanando a la bestia en dos limpiamente...

    —Alguien más quiere venir a jugar?

    Preguntó Arthur en un tono sarcástico mientras las llamas de Gareth desaparecían lentamente, dejando ver a los ahora asustados Goblin, presenciando a su líder rebanado a la mitad, para luego salir huyendo despavoridos...
    —Vaya... que lugar tan lúgubre me ha encomendado Merlin revisar. Dijo a sí mismo el caballero de plata y acero mientras caminaba por aquellos parajes desolados, con las alertas al máximo en caso de encontrar hostiles. Aquella foresta negra y marchita era parte de un mundo desolado y en ruinas, creado por una fluctuación en la línea temporal que creó una ramificación tipo "callejón sin salida... una línea temporal que pudo florecer pero que abrúptamente fue frenada por algo... —Este es un reflejo fragmentado de un Lostworld. La historia se ha desviado tanto que Gaia ha borrado este mundo antes, pero por alguna razón sobrevivió un fragmento que amenaza con enraizar... Una voz femenina sonó en su cabeza; La voz de la archibruja Merlin, quién guiaba a su señor a través de sus pasos en busca de la temida BEAST-666; su paso por las líneas temporales podría causar efectos impredecibles en la historia panhumana como se conoce, así que debían buscar acabar con los pequeños destrozos que esa molesta criatura había estado dejando... —Entiendo... ¿Algún fragmento de grial que esté causando esta discrepancia tan marcada con la historia panhumana? Preguntó Arthur, esperando respuesta de la diablesa de blanco, pero antes de poder recibir respuesta, su Intuición se activó, llevándolo a mover la cabeza a un lado para evitar ser alcanzado por una flecha rústica de madera. Y los responsables de ese ataque preventivo estaban por venir; verdes, feos, usando armaduras rústicas de cuero y pieles de bestia, así como armas improvisadas de roca y madera, un grupo de Goblins iracundos apareció, molestos por haber fallado en cazar al muchacho en ese primer tiro. —¡Si lo hay, no eres el único que lo quiere, querido!~ Te dejo trabajar, que veo que estás ocupado! Dijo burlonamente la bruja de cabellos blancos en la mente del caballero, "colgando" la llamada y dejando a Arthur a sus propios medios ante las bestias... no es como si la señorita "Yo me relajo con té y galletas en mi torrecita en Avalon mientras tú cazas a literalmente un engendro de Satán" pudiera hacer mucho desde su posición. Ante esto, Arthur suspiró con desgano y miró a las criaturas. —Muy bien... no deseaba derramar sangre hoy, pero creo que será inevitable... El rey de Britania desenvainó su espada sagrada, dejando su hoja dorada, protegida y oculta por una suave brisa, libre para confrontar a las bestias, las cuales no tardaron en abalanzarse sobre él. —¡Perezcan, bestias inmundas! Gritó con ira el paladín mientras corría hacia los feéricos malignos que lo atacaban, deteniendo un garrotazo por parte de uno de ellos y contestando la agresión al amputarle la mano con la que osó alzarse en su contra. —Gallahad! Gritó, haciendo aparecer desde su anillo la sombra de un caballero encapuchado a su lado, quién no tardó en hacer aparecer un enorme escudo para proteger a su rey de una andanada de flechas por mano de los arqueros Goblin. Ante esto, el rey caballero comenzó a moverse mientras el espectro flotaba junto a él, deteniendo los ataques advenientes y permitiendo a su amo llegar hasta el más grande. —Dame tu fuego, Sir Gareth! Gritó el guerrero rubio mientras hacía desaparecer a Gallahad y convocaba otra sombra; una sombra de una caballera mujer bajita que empuñaba una gran espada, la cual pronto tocó con la de Arthur para prenderla en fuego. Acto seguido, el rey sacudió su arma para esparcir el fuego y crear un círculo para separar a los Goblins en un grupo más pequeño. Ante esto, el líder y sus pocos escoltas fueron a por el rey, pero este no tardó en contestar la agresión, moviéndose con soltura y en total sincronía con su espada, decapitando, eviscerando y mutilando a los goblins menores que se abalanzaban contra él. —Solo quedamos tú y yo... vas a decirme dónde está el fragmento del grial o tendré que sacarte la información por la fuerza... Dijo el caballero al musculoso Goblin líder; una mole de casi dos metros blindada en placas de metal y pieles de bestias, cargando una pesadilleszca maza cubierta de púas. Ante la amenaza, el monstruo solo rugió con ira, listo para pelear... —Muy bien... entonces por las malas será. Dijo Arthur para sí mismo, comenzando su pelea contra el monstruo. A diferencia de lo que esperaba, la bestia se vio sorprendida por la agilidad y fuerza del joven humano... normalmente un simple humano cómo él no debería poder igualar la fuerza de un Hobgoblin... pero ahí estaba; cada martillazo era desviado y bloqueado por el heroico rey; cada golpe que el rubio daba en represalia hacía los brazos del monstruo verde temblar mientras trataba de mantener sus manos en su arma; y cada mínimo error era castigado con dolorosos cortes profundos que no sanaban tan rápido como normalmente ocurre con armas de simple metal... —STRIKE AIR!!! De un momento a otro, Arthur esquivó un martillazo lateral, dándole espacio para asestar un golpe letal; alzando su espada desde abajo hacia arriba, Arthur hizo que el viento suave que envainaba su espada enfureciera en un afilado torrente de aire que haría de motosierra, rebanando a la bestia en dos limpiamente... —Alguien más quiere venir a jugar? Preguntó Arthur en un tono sarcástico mientras las llamas de Gareth desaparecían lentamente, dejando ver a los ahora asustados Goblin, presenciando a su líder rebanado a la mitad, para luego salir huyendo despavoridos...
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  • Dante se había enfrentado a un grupo de enemigos ,pero era más débil que ellos y fue asesinado , al ser puro y separar su humanidad se le fue otorgado un nuevo cuerpo , una responsabilidad mas grande que cualquiera , sus recuerdos habían cambiado , apenas y recordaba fragmento de lo que fue , despertó en un lugar desconocido,el infierno? El lugar se veía desolado pero con un aura de oscuridad y misterio , estaba sin ropa miro su cuerpo ,no era sombra de lo que fue , un demonio ahora se había vuelto un arcángel , una nueva vida estaba comenzando y al menos el quería respuestas por el cambio

    -Donde....carajos..estoy...

    Miro sus manos

    -que es esto?
    Dante se había enfrentado a un grupo de enemigos ,pero era más débil que ellos y fue asesinado , al ser puro y separar su humanidad se le fue otorgado un nuevo cuerpo , una responsabilidad mas grande que cualquiera , sus recuerdos habían cambiado , apenas y recordaba fragmento de lo que fue , despertó en un lugar desconocido,el infierno? El lugar se veía desolado pero con un aura de oscuridad y misterio , estaba sin ropa miro su cuerpo ,no era sombra de lo que fue , un demonio ahora se había vuelto un arcángel , una nueva vida estaba comenzando y al menos el quería respuestas por el cambio -Donde....carajos..estoy... Miro sus manos -que es esto?
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  • El atardecer teñía el cielo de dorado y carmesí mientras Apolo permanecía en el balcón de su oficina en la imponente torre de Helios Innovations. Desde allí, observaba cómo los mortales se movían por la ciudad iluminada, sin sospechar que los hilos de sus vidas estaban desgarrándose lentamente. Su silueta irradiaba una luz tenue, casi imperceptible, pero cargada de energía contenida. Entre sus manos sostenía un fragmento dorado de hilo, reluciendo como si poseyera vida propia. Apolo suspiró, un gesto extraño para un dios, cargado de una mezcla de frustración y algo que parecía… humanidad.


    —El destino, aquel que juré proteger, se deshace frente a mis ojos. Las Moiras han desaparecido en silencio, y los hilos de la humanidad están sueltos, sin control ni propósito. No sé quién se atrevería a desafiar el equilibrio de todo lo que existe, pero no puedo luchar solo.

    Girándose, su mirada dorada se clavó en el espacio vacío, como si esperara que alguien respondiera a su llamado. Sus palabras resonaron con una autoridad a todas las mentes del universo.


    "Si puedes oírme, seas mortal, inmortal o algo intermedio, debo hablar contigo. El telar del destino ha sido tocado por manos prohibidas, y el caos se está extendiendo. Los eventos que deberían haber sido no son, y las profecías no llegan a cumplirse. Cada ser, cada vida, corre peligro de ser deshilachada, destruida… o peor aún, olvidada."

    —Yo, Apolo, hijo de Zeus, Dios del sol, las artes y la verdad, te convoco. No importa si me amas o me odias, si buscas justicia o venganza, porque esta amenaza nos afecta a todos.

    Ven a mí si tienes el valor de enfrentarte a lo desconocido. Si tu corazón aún alberga un propósito, te prometo que lucharé a tu lado hasta el último aliento. Pero ten cuidado: no todos los que respondan serán aliados, y mi propia verdad puede no ser suficiente para protegernos a todos.”

    Un destello de luz cruzó el cielo, un eco del poder de Apolo que llegó a todos los rincones del mundo. Era un llamado, un desafío, una invitación. A los mortales, a los dioses, a los que viven en las sombras y los que caminan entre la luz. Apolo esperó, porque sabía que este era solo el inicio de algo mucho más grande que él mismo.


    (Quién lo desee será bienvenido/a puede responder mi rol por donde más le convenga, yo me adapto a todo.)
    El atardecer teñía el cielo de dorado y carmesí mientras Apolo permanecía en el balcón de su oficina en la imponente torre de Helios Innovations. Desde allí, observaba cómo los mortales se movían por la ciudad iluminada, sin sospechar que los hilos de sus vidas estaban desgarrándose lentamente. Su silueta irradiaba una luz tenue, casi imperceptible, pero cargada de energía contenida. Entre sus manos sostenía un fragmento dorado de hilo, reluciendo como si poseyera vida propia. Apolo suspiró, un gesto extraño para un dios, cargado de una mezcla de frustración y algo que parecía… humanidad. —El destino, aquel que juré proteger, se deshace frente a mis ojos. Las Moiras han desaparecido en silencio, y los hilos de la humanidad están sueltos, sin control ni propósito. No sé quién se atrevería a desafiar el equilibrio de todo lo que existe, pero no puedo luchar solo. Girándose, su mirada dorada se clavó en el espacio vacío, como si esperara que alguien respondiera a su llamado. Sus palabras resonaron con una autoridad a todas las mentes del universo. "Si puedes oírme, seas mortal, inmortal o algo intermedio, debo hablar contigo. El telar del destino ha sido tocado por manos prohibidas, y el caos se está extendiendo. Los eventos que deberían haber sido no son, y las profecías no llegan a cumplirse. Cada ser, cada vida, corre peligro de ser deshilachada, destruida… o peor aún, olvidada." —Yo, Apolo, hijo de Zeus, Dios del sol, las artes y la verdad, te convoco. No importa si me amas o me odias, si buscas justicia o venganza, porque esta amenaza nos afecta a todos. Ven a mí si tienes el valor de enfrentarte a lo desconocido. Si tu corazón aún alberga un propósito, te prometo que lucharé a tu lado hasta el último aliento. Pero ten cuidado: no todos los que respondan serán aliados, y mi propia verdad puede no ser suficiente para protegernos a todos.” Un destello de luz cruzó el cielo, un eco del poder de Apolo que llegó a todos los rincones del mundo. Era un llamado, un desafío, una invitación. A los mortales, a los dioses, a los que viven en las sombras y los que caminan entre la luz. Apolo esperó, porque sabía que este era solo el inicio de algo mucho más grande que él mismo. (Quién lo desee será bienvenido/a puede responder mi rol por donde más le convenga, yo me adapto a todo.)
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  • 𓂀 𝕄𝕠𝕟𝕠𝕣𝕠𝕝 𓂀

    El lugar parecía detenido en un tiempo que ya nadie recordaba. Columnas caídas yacen dispersas como huesos de un gigante olvidado, cubiertas de un musgo frío que crece sin prisa. La luz de la luna filtraba su pálida claridad a través de los huecos de un techo inexistente, proyectando sombras entre los arcos rotos. El aire estaba impregnado de humedad y un leve olor a tierra vieja, mezclado con el silencio que sólo los lugares abandonados saben guardar.

    En el centro de aquel vacío, permanecía de pie, inmóvil como una estatua, apenas un resplandor oscuro contra el paisaje desolado. Su manto caía sobre ella como una extensión de las sombras mismas, abrazándola y convirtiéndola en parte de la penumbra. En su mano derecha sostenía un medallón antiguo, frío al tacto, sus runas apenas visibles bajo la tenue luz, vibrando suavemente con una energía que ella podía sentir más que ver.

    Sus ojos, que brillaban con la intensidad de brasas vivas, estaban fijos en el horizonte, más allá de las ruinas. Observaba algo que no estaba allí, un punto perdido en la maraña de pensamientos que la mantenían atrapada. Un susurro interno le hablaba, no con palabras, sino con emociones que se enredaban entre la culpa, la determinación y un vacío que nunca terminaba de llenarse.

    Sus dedos trazaron los grabados del medallón, una caricia ausente que buscaba consuelo en lo que ya no podía ofrecerle respuestas. "Equilibrio..." murmuró, apenas un eco de voz que se perdió antes de alcanzar las paredes. La palabra cargaba un peso que resonaba en cada fibra de su ser, como una oración a un dios que no respondería.

    El viento, frío y delicado, sopló entre las ruinas, acariciando su rostro descubierto. Una rareza para ella, dejar a la intemperie los rasgos que casi siempre permanecían ocultos tras la máscara. Aquello no era un acto de confianza, sino de agotamiento. ¿Qué más podía esconder en un lugar donde nadie vendría a mirar?

    Alzó la vista al cielo, donde las estrellas titilaban indiferentes, como ojos eternos que habían visto más de lo que ella jamás podría comprender. Allí, entre las luces del firmamento, se permitió un instante de vulnerabilidad, un pequeño respiro para la tormenta que llevaba dentro. Su mente volvía a las mismas preguntas, las mismas sombras que nunca se apartaban del todo. ¿Había luz suficiente para compensar las penumbras? ¿Había un final en la balanza que pesaba sobre su existencia?

    La brisa murió lentamente, dejando el aire inmóvil una vez más. Y Moiril, con una calma tensa y una mirada cargada de significado, cerró los ojos. La soledad del lugar la envolvía, pero no la asfixiaba. Era familiar, casi un refugio, aunque lleno de cicatrices que ella misma había tallado.

    La quietud era casi tangible, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para observarla. Con los ojos cerrados, podía sentir la textura del lugar en su piel, la rugosidad del aire cargado de historia y las vibraciones imperceptibles que susurraban secretos de lo que una vez fue. Cada grieta en las piedras parecía murmurar una verdad olvidada, y ella, en su inmovilidad, las escuchaba.

    Su mente, sin embargo, era cualquier cosa menos tranquila. Imágenes dispersas cruzaban su conciencia: rostros que apenas podía recordar, risas que sonaban huecas y gritos que se desvanecían antes de completarse. Fragmentos de un pasado que ella nunca había podido recomponer, como pedazos de un espejo roto donde la luz y la oscuridad se reflejaban indistintas.

    Una lágrima silenciosa comenzó a formarse, deslizando un rastro helado por su mejilla, apenas visible en la penumbra. No era debilidad, ni arrepentimiento; era la manifestación de un peso que no podía ser ignorado. Con un gesto lento, casi ritual, sus dedos buscaron la máscara que descansaba cerca, su superficie fría y lisa como un eco del vacío que llevaba dentro. Se detuvo un instante, mirándola, como si el reflejo distorsionado en el metal pudiera devolverle algo perdido.

    Finalmente, se la colocó con precisión, ajustándola hasta que encajó perfectamente, ocultando su rostro y dejando en su lugar un enigma impenetrable. No era un acto de cobardía, sino una decisión consciente de apartar el dolor de la vista del mundo. La máscara era su escudo, un límite que nadie podía atravesar, una forma de mantenerse intacta en medio de las ruinas que la rodeaban.
    𓂀 𝕄𝕠𝕟𝕠𝕣𝕠𝕝 𓂀 El lugar parecía detenido en un tiempo que ya nadie recordaba. Columnas caídas yacen dispersas como huesos de un gigante olvidado, cubiertas de un musgo frío que crece sin prisa. La luz de la luna filtraba su pálida claridad a través de los huecos de un techo inexistente, proyectando sombras entre los arcos rotos. El aire estaba impregnado de humedad y un leve olor a tierra vieja, mezclado con el silencio que sólo los lugares abandonados saben guardar. En el centro de aquel vacío, permanecía de pie, inmóvil como una estatua, apenas un resplandor oscuro contra el paisaje desolado. Su manto caía sobre ella como una extensión de las sombras mismas, abrazándola y convirtiéndola en parte de la penumbra. En su mano derecha sostenía un medallón antiguo, frío al tacto, sus runas apenas visibles bajo la tenue luz, vibrando suavemente con una energía que ella podía sentir más que ver. Sus ojos, que brillaban con la intensidad de brasas vivas, estaban fijos en el horizonte, más allá de las ruinas. Observaba algo que no estaba allí, un punto perdido en la maraña de pensamientos que la mantenían atrapada. Un susurro interno le hablaba, no con palabras, sino con emociones que se enredaban entre la culpa, la determinación y un vacío que nunca terminaba de llenarse. Sus dedos trazaron los grabados del medallón, una caricia ausente que buscaba consuelo en lo que ya no podía ofrecerle respuestas. "Equilibrio..." murmuró, apenas un eco de voz que se perdió antes de alcanzar las paredes. La palabra cargaba un peso que resonaba en cada fibra de su ser, como una oración a un dios que no respondería. El viento, frío y delicado, sopló entre las ruinas, acariciando su rostro descubierto. Una rareza para ella, dejar a la intemperie los rasgos que casi siempre permanecían ocultos tras la máscara. Aquello no era un acto de confianza, sino de agotamiento. ¿Qué más podía esconder en un lugar donde nadie vendría a mirar? Alzó la vista al cielo, donde las estrellas titilaban indiferentes, como ojos eternos que habían visto más de lo que ella jamás podría comprender. Allí, entre las luces del firmamento, se permitió un instante de vulnerabilidad, un pequeño respiro para la tormenta que llevaba dentro. Su mente volvía a las mismas preguntas, las mismas sombras que nunca se apartaban del todo. ¿Había luz suficiente para compensar las penumbras? ¿Había un final en la balanza que pesaba sobre su existencia? La brisa murió lentamente, dejando el aire inmóvil una vez más. Y Moiril, con una calma tensa y una mirada cargada de significado, cerró los ojos. La soledad del lugar la envolvía, pero no la asfixiaba. Era familiar, casi un refugio, aunque lleno de cicatrices que ella misma había tallado. La quietud era casi tangible, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para observarla. Con los ojos cerrados, podía sentir la textura del lugar en su piel, la rugosidad del aire cargado de historia y las vibraciones imperceptibles que susurraban secretos de lo que una vez fue. Cada grieta en las piedras parecía murmurar una verdad olvidada, y ella, en su inmovilidad, las escuchaba. Su mente, sin embargo, era cualquier cosa menos tranquila. Imágenes dispersas cruzaban su conciencia: rostros que apenas podía recordar, risas que sonaban huecas y gritos que se desvanecían antes de completarse. Fragmentos de un pasado que ella nunca había podido recomponer, como pedazos de un espejo roto donde la luz y la oscuridad se reflejaban indistintas. Una lágrima silenciosa comenzó a formarse, deslizando un rastro helado por su mejilla, apenas visible en la penumbra. No era debilidad, ni arrepentimiento; era la manifestación de un peso que no podía ser ignorado. Con un gesto lento, casi ritual, sus dedos buscaron la máscara que descansaba cerca, su superficie fría y lisa como un eco del vacío que llevaba dentro. Se detuvo un instante, mirándola, como si el reflejo distorsionado en el metal pudiera devolverle algo perdido. Finalmente, se la colocó con precisión, ajustándola hasta que encajó perfectamente, ocultando su rostro y dejando en su lugar un enigma impenetrable. No era un acto de cobardía, sino una decisión consciente de apartar el dolor de la vista del mundo. La máscara era su escudo, un límite que nadie podía atravesar, una forma de mantenerse intacta en medio de las ruinas que la rodeaban.
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  • El viento helado cortaba con fuerza, arrastrando pequeñas ráfagas de nieve que danzaban alrededor de su figura. Coke caminaba por el sendero cubierto de blanco, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y la mirada perdida en algún punto distante del horizonte. El rojo brillante de la bufanda que llevaba al cuello destacaba como un vivo contraste en aquel paisaje desolado. A primera vista, era solo una bufanda, pero para él, era mucho más.

    Cada hilo, cada nudo en esa pieza de lana cargaba con el peso de una historia. Una historia que aún lo perseguía, como un fantasma que no podía sacudirse. Su mente volvía una y otra vez a aquel día de invierno, cuando ella, con las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa radiante, le había puesto la bufanda alrededor del cuello con una ternura que casi dolía.

    —No te resfríes, ¿sí? —había dicho mientras ajustaba la bufanda, sus dedos cálidos rozando su piel helada.

    Era tan sencillo en ese momento, tan natural. Pero ahora, esas palabras resonaban como un eco vacío en su memoria, cargadas de un peso que no podía soportar. Ella ya no estaba. El porqué o el cómo habían dejado de importar hacía tiempo. Solo quedaba el vacío, esa ausencia que parecía volverse más palpable con cada paso que daba.

    Coke se detuvo, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas. Sus dedos acariciaron el tejido áspero de la bufanda, como si al tocarla pudiera revivir aunque fuera un fragmento de lo que había perdido. Cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos lo inundaran, a pesar del dolor que traían consigo.

    Podía verla claramente: su risa resonando en medio del viento, sus ojos brillando con una calidez que contradecía el frío a su alrededor. Esa bufanda era su promesa de cuidado, su manera de decir que siempre estaría ahí. Una promesa que se rompió junto con todo lo demás el día que la perdió.

    El viento sopló con más fuerza, arrancando de sus labios un suspiro pesado. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que había comenzado a nevar de nuevo, los copos cayendo suavemente sobre su cabello oscuro. Apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse consumir por la melancolía.

    —Todavía estás aquí, de alguna forma… —susurró, su voz apenas audible, casi como si hablara con la bufanda misma.

    El rojo intenso parecía brillar incluso más bajo el gris del cielo invernal. Coke sabía que no podía quedarse anclado en el pasado para siempre, pero tampoco podía soltarse de aquello que lo mantenía unido a ella. Así que caminó, dejando que el viento y la nieve cubrieran sus huellas mientras el rojo de la bufanda seguía siendo su único faro en medio de un mundo que se sentía cada vez más vacío.

    ------------------------------------------

    Creo que por fin ya cerrare la cuenta, ya me aburre simplemente, cuidense mucho o en todo caso la abandone y ya jajaja :p

    El viento helado cortaba con fuerza, arrastrando pequeñas ráfagas de nieve que danzaban alrededor de su figura. Coke caminaba por el sendero cubierto de blanco, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y la mirada perdida en algún punto distante del horizonte. El rojo brillante de la bufanda que llevaba al cuello destacaba como un vivo contraste en aquel paisaje desolado. A primera vista, era solo una bufanda, pero para él, era mucho más. Cada hilo, cada nudo en esa pieza de lana cargaba con el peso de una historia. Una historia que aún lo perseguía, como un fantasma que no podía sacudirse. Su mente volvía una y otra vez a aquel día de invierno, cuando ella, con las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa radiante, le había puesto la bufanda alrededor del cuello con una ternura que casi dolía. —No te resfríes, ¿sí? —había dicho mientras ajustaba la bufanda, sus dedos cálidos rozando su piel helada. Era tan sencillo en ese momento, tan natural. Pero ahora, esas palabras resonaban como un eco vacío en su memoria, cargadas de un peso que no podía soportar. Ella ya no estaba. El porqué o el cómo habían dejado de importar hacía tiempo. Solo quedaba el vacío, esa ausencia que parecía volverse más palpable con cada paso que daba. Coke se detuvo, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas. Sus dedos acariciaron el tejido áspero de la bufanda, como si al tocarla pudiera revivir aunque fuera un fragmento de lo que había perdido. Cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos lo inundaran, a pesar del dolor que traían consigo. Podía verla claramente: su risa resonando en medio del viento, sus ojos brillando con una calidez que contradecía el frío a su alrededor. Esa bufanda era su promesa de cuidado, su manera de decir que siempre estaría ahí. Una promesa que se rompió junto con todo lo demás el día que la perdió. El viento sopló con más fuerza, arrancando de sus labios un suspiro pesado. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que había comenzado a nevar de nuevo, los copos cayendo suavemente sobre su cabello oscuro. Apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse consumir por la melancolía. —Todavía estás aquí, de alguna forma… —susurró, su voz apenas audible, casi como si hablara con la bufanda misma. El rojo intenso parecía brillar incluso más bajo el gris del cielo invernal. Coke sabía que no podía quedarse anclado en el pasado para siempre, pero tampoco podía soltarse de aquello que lo mantenía unido a ella. Así que caminó, dejando que el viento y la nieve cubrieran sus huellas mientras el rojo de la bufanda seguía siendo su único faro en medio de un mundo que se sentía cada vez más vacío. ------------------------------------------ Creo que por fin ya cerrare la cuenta, ya me aburre simplemente, cuidense mucho o en todo caso la abandone y ya jajaja :p
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  • «¿Sigues en la superficie? ¿O ya perdiste el miedo a sumergirte en el mar de fragmentos de vidrio y recuerdos, abismo inmisericorde que te hace encarar a tu propia obsolencia?

    Le llaman loco al que entra, pero héroe al que logra salir.»
    «¿Sigues en la superficie? ¿O ya perdiste el miedo a sumergirte en el mar de fragmentos de vidrio y recuerdos, abismo inmisericorde que te hace encarar a tu propia obsolencia? Le llaman loco al que entra, pero héroe al que logra salir.»
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  • El bardo está sentado bajo un árbol antiguo, con el mazo de tarot frente a él. El ciclo solar está por completarse, y como cada vez, realiza su lectura con respeto y calma, dejando que las cartas le hablen.

    Tomó una respiración profunda antes de girar la carta que había elegido. Al verla, sus ojos se suavizaron, y una leve sonrisa, casi melancólica, se dibujó en su rostro.

    𝕭>La Luna...

    Murmuró, sosteniéndola entre sus dedos como si fuera un fragmento de verdad delicada.

    𝕭>Es un recordatorio, ¿sabes?. La Luna no es un faro, no ilumina el camino como el Sol. Es un reflejo, un eco de lo que somos en la penumbra.

    Dejó la carta sobre el mantel y trazó con cuidado las líneas de la ilustración.

    𝕭>Habla de lo oculto, de lo que no queremos ver, pero también de lo que podemos intuir si estamos dispuestos a mirar más allá de las sombras. Los aullidos del lobo y el perro... son nuestras naturalezas enfrentadas: lo salvaje y lo domesticado. Y el cangrejo... es lo que guardamos en las profundidades, lo que teme salir a la superficie.

    El bardo suspiró, dejando que el peso de la carta se asentara en su mente.

    𝕭>No es una carta de certezas, sino de preguntas. ¿Qué estoy ignorando? ¿Qué camino debo tomar cuando todo parece incierto?

    Cerró los ojos un momento, permitiendo que las emociones de la carta lo atravesaran

    𝕭>Es un aviso: no confíes en lo que ves, sino en lo que sientes.

    Abrió los ojos y miró la carta una vez más, con una mezcla de respeto y calma.

    𝕭>La Luna me habla de paciencia, de escuchar lo que el silencio tiene que decir. No todo está claro ahora, pero lo estará cuando sea el momento.

    Con delicadeza, devolvió la carta al mazo, colocándola con el resto. Luego, guardó el tarot en su estuche, cerrándolo como quien guarda un secreto precioso.

    Volvió a bajar la mirada, quedándose quieto bajo el árbol. Entonces, con voz suave y una chispa de misterio en los ojos, preguntó al aire:

    𝕭>¿Quieres saber cuál es tu carta?
    El bardo está sentado bajo un árbol antiguo, con el mazo de tarot frente a él. El ciclo solar está por completarse, y como cada vez, realiza su lectura con respeto y calma, dejando que las cartas le hablen. Tomó una respiración profunda antes de girar la carta que había elegido. Al verla, sus ojos se suavizaron, y una leve sonrisa, casi melancólica, se dibujó en su rostro. 𝕭>La Luna... Murmuró, sosteniéndola entre sus dedos como si fuera un fragmento de verdad delicada. 𝕭>Es un recordatorio, ¿sabes?. La Luna no es un faro, no ilumina el camino como el Sol. Es un reflejo, un eco de lo que somos en la penumbra. Dejó la carta sobre el mantel y trazó con cuidado las líneas de la ilustración. 𝕭>Habla de lo oculto, de lo que no queremos ver, pero también de lo que podemos intuir si estamos dispuestos a mirar más allá de las sombras. Los aullidos del lobo y el perro... son nuestras naturalezas enfrentadas: lo salvaje y lo domesticado. Y el cangrejo... es lo que guardamos en las profundidades, lo que teme salir a la superficie. El bardo suspiró, dejando que el peso de la carta se asentara en su mente. 𝕭>No es una carta de certezas, sino de preguntas. ¿Qué estoy ignorando? ¿Qué camino debo tomar cuando todo parece incierto? Cerró los ojos un momento, permitiendo que las emociones de la carta lo atravesaran 𝕭>Es un aviso: no confíes en lo que ves, sino en lo que sientes. Abrió los ojos y miró la carta una vez más, con una mezcla de respeto y calma. 𝕭>La Luna me habla de paciencia, de escuchar lo que el silencio tiene que decir. No todo está claro ahora, pero lo estará cuando sea el momento. Con delicadeza, devolvió la carta al mazo, colocándola con el resto. Luego, guardó el tarot en su estuche, cerrándolo como quien guarda un secreto precioso. Volvió a bajar la mirada, quedándose quieto bajo el árbol. Entonces, con voz suave y una chispa de misterio en los ojos, preguntó al aire: 𝕭>¿Quieres saber cuál es tu carta?
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