• Después de desvelarse viendo videos en TikTok, una melodía se repetía en la mente de Carmina a cada momento hasta el hartazgo. — Déjame, déjame solo en los labios un pedacito de ti
    Déjame, déjame sentir tu manos
    Deja tu amor sobre mi"— canturreaba mientras preparaba la tienda para abrir. No conocía más de la canción solo ese fragmento que repetía una y otra vez, hasta su abuela le llegó a reclamar que mejor buscara la canción completa pero ella insistia con ese fragmento hasta el cansancio.
    Después de desvelarse viendo videos en TikTok, una melodía se repetía en la mente de Carmina a cada momento hasta el hartazgo. — Déjame, déjame solo en los labios un pedacito de ti Déjame, déjame sentir tu manos Deja tu amor sobre mi"— canturreaba mientras preparaba la tienda para abrir. No conocía más de la canción solo ese fragmento que repetía una y otra vez, hasta su abuela le llegó a reclamar que mejor buscara la canción completa pero ella insistia con ese fragmento hasta el cansancio.
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  • En esta noche en la que la luna despliega su manto plateado con aquellas estrellas como diamantes.... Mamá ¿me cuidas a la distancia?

    Tus escritos me han guiado hasta este rincón olvidado del mundo, del tumulto y la conquista. Un océano de flores de un bello azul se extiende hasta donde el horizonte besa el cielo, y en su fragancia tímida pero dulce no hay un solo ser que respire mas que yo.

    Pero al mirar hacia el suelo, mis ojos se encuentran con un secreto oscuro, tan tenebroso que no puedo evitar llorar un poco...
    Y es porque entre las delicadas florecitas, trozos de flechas se asoman como sombras del pasado, fragmentos de armaduras que brillan con la nostalgia de héroes caídos, y huesos que cuentan historias de antiguas batallas.

    ¿Qué guerras se libraron en este sagrado terreno?

    ¿Cuánto dolor ha llorado esta inocente tierra , atrapada entre susurros de hace años?

    ¿Cuántas almas que jamás volvieron a casa yacen bajo mis piecitos, en un sueño eterno?

    ¿Acaso cada florecita es un eco de una vida, de un guerrero que se apagó?
    ¿un lamento atrapado en su belleza?
    Ahora ya no importan los bandos, los ideales... todos se toparon con la muerte por igual.

    Mamá... ¿me has traído a este lugar para purificarlo?
    ¿Para rendir homenaje a aquellos que ya no caminan entre nosotros, a los que el viento lleva en su susurro?

    En esta noche mágica, mi corazón se une a la tierra, y en cada pétalo florece la memoria de lo que fue..

    Será mejor comenzar. Se que puedo hacerlo porque tú confías en mi.
    En esta noche en la que la luna despliega su manto plateado con aquellas estrellas como diamantes.... Mamá ¿me cuidas a la distancia? Tus escritos me han guiado hasta este rincón olvidado del mundo, del tumulto y la conquista. Un océano de flores de un bello azul se extiende hasta donde el horizonte besa el cielo, y en su fragancia tímida pero dulce no hay un solo ser que respire mas que yo. Pero al mirar hacia el suelo, mis ojos se encuentran con un secreto oscuro, tan tenebroso que no puedo evitar llorar un poco... Y es porque entre las delicadas florecitas, trozos de flechas se asoman como sombras del pasado, fragmentos de armaduras que brillan con la nostalgia de héroes caídos, y huesos que cuentan historias de antiguas batallas. ¿Qué guerras se libraron en este sagrado terreno? ¿Cuánto dolor ha llorado esta inocente tierra , atrapada entre susurros de hace años? ¿Cuántas almas que jamás volvieron a casa yacen bajo mis piecitos, en un sueño eterno? ¿Acaso cada florecita es un eco de una vida, de un guerrero que se apagó? ¿un lamento atrapado en su belleza? Ahora ya no importan los bandos, los ideales... todos se toparon con la muerte por igual. Mamá... ¿me has traído a este lugar para purificarlo? ¿Para rendir homenaje a aquellos que ya no caminan entre nosotros, a los que el viento lleva en su susurro? En esta noche mágica, mi corazón se une a la tierra, y en cada pétalo florece la memoria de lo que fue.. Será mejor comenzar. Se que puedo hacerlo porque tú confías en mi.
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  • ﹀.﹀.﹀.﹀.﹀.﹀.﹀.﹀
    ۰۪۫𝑀𝔞𝔟𝔢𝔩 𝐺𝔩𝔢𝔢𝔣𝔲𝔩
    _________________________

    ー Definitivamente no era el momento adecuado para comenzar mi exploración de universos alternos.

    [Mencionó la chica frunciendo leve el ceño apoyando su mano en su frente en un gesto de desaprobación mientras negaba con ligerez su cabeza.]

    ー ¿Qué demonios acabo de ver?

    [Pronuncia mientras la luz tenue de las velas en toda la habitación danzaba suavemente,proyectando sombras inquietantes en las paredes.Se sento frente a la mesa de madera,donde la bola de cristal reposaba, su superficie pulida reflejando fragmentos de luz como si contendría secretos inimaginables.Había sentido una conexión con ella desde el primer momento en que la vió,pero la duda le asaltaba, recordándole que nunca antes había utilizado un artefacto tan poderoso y misterioso.]

    [Con un profundo suspiro, decidío que era mejor no precipitarme en la visión de mundos lejanos.La energía que emanaba de la bola era tan intensa que sentía como si estuviera a punto de desvanecerse en un torbellino de luces.]


    ⏝꒷꒦՞ ˖࣪ 𖥨 ˖࣪ .꒷⏝꒷꒦⏝꒷꒦՞ ˖࣪ 𖥨 ˖࣪ .꒷⏝꒷꒦ ]
    ﹀.﹀.﹀.﹀.﹀.﹀.﹀.﹀ 🔮۰۪۫💎𝑀𝔞𝔟𝔢𝔩 𝐺𝔩𝔢𝔢𝔣𝔲𝔩🎩🔮 _________________________ ー Definitivamente no era el momento adecuado para comenzar mi exploración de universos alternos. [Mencionó la chica frunciendo leve el ceño apoyando su mano en su frente en un gesto de desaprobación mientras negaba con ligerez su cabeza.] ー ¿Qué demonios acabo de ver? [Pronuncia mientras la luz tenue de las velas en toda la habitación danzaba suavemente,proyectando sombras inquietantes en las paredes.Se sento frente a la mesa de madera,donde la bola de cristal reposaba, su superficie pulida reflejando fragmentos de luz como si contendría secretos inimaginables.Había sentido una conexión con ella desde el primer momento en que la vió,pero la duda le asaltaba, recordándole que nunca antes había utilizado un artefacto tan poderoso y misterioso.] [Con un profundo suspiro, decidío que era mejor no precipitarme en la visión de mundos lejanos.La energía que emanaba de la bola era tan intensa que sentía como si estuviera a punto de desvanecerse en un torbellino de luces.] ⏝꒷꒦՞ ˖࣪ 𖥨 ˖࣪ .꒷⏝꒷꒦⏝꒷꒦՞ ˖࣪ 𖥨 ˖࣪ .꒷⏝꒷꒦ ]
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    ━─━──── •◦꒤ꇙꇙꏂꋪ•◦ ────━─━
    //Supongo que estaría bien publicar un fragmento
    sobre un antiguo rol,he de mencionar que dadas las circunstancias y el desarrollo de la relación entre ambos personajes provoco el resultado de las siguientes interacciones//
    ≣≣━─━────────────────────━─━≣

    °•∴▬▬▬▬▬□◈□▬▬▬▬▬∴•°

    > El silencio en la habitación se tornó pesado, como si el aire mismo se hubiera detenido.El pantalla plana,con su mirada fija en el suelo,dejó que las palabras del contrario le atravesaran como dagas. Sabía que el dolor que sentía no era solo por lo que había sucedido, sino por lo que había construido y perdido en el proceso. Se acercó un poco más, buscando la conexión que parecía desvanecerse entre ellos.

    ⊰♛⊱ No... no es tu culpa. Las inseguridades pueden ser monstruos que nos atrapan, que nos hacen dudar de lo que somos y de lo que sentimos. Escucha, lo que estás sintiendo es completamente válido. No puedes cargar con la culpa de lo que sucedió.Lucifer actuó de manera egoísta, ignorando lo que realmente importaba: tus sentimientos.Tú diste todo de ti, y eso es lo que verdaderamente cuenta.

    > Se acercó un poco más, su mirada se volvió intensa buscando reflejar la verdad que quería transmitir.

    ⊰♛⊱ No es justo que te culpes por lo que él decidió hacer.En una relación, ambos deben cuidar y considerar los sentimientos del otro.Si no lo hizo,no es tu responsabilidad.Has intentado lo mejor que has podido, y eso merece ser reconocido.

    > Una pausa, mientras dejaba que sus palabras calaran hondo.

    ⊰♛⊱ Pero,como en todo en la vida,llega un momento en que debemos dejar ir lo que no nos hace bien.Aferrarse a lo que duele solo alarga el sufrimiento. Toma el tiempo que necesites, pero recuerda que hay un futuro esperándote...

    > Su mano apretó suavemente la del cervatillo brindándole una sensación de apoyo y comprensión en medio del caos.

    ⊰♛⊱ No estás solo en esto. Permítete sanar,cuando estés listo,abre tu corazón a nuevas oportunidades.Lo que pasó no define quién eres, y tienes el poder de seguir adelante.

    > Su voz era suave, casi un susurro, mientras intentaba consolarlo. Se inclinó hacia él, ofreciendo su presencia como un refugio.

    ﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏﹏
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  • Carmina suspiró al cerrar la puerta de su habitación, sintiendo el cansancio del día en cada músculo. Había sido otro turno largo en la tienda de su abuela, donde las horas parecían extenderse en una calma abrumadora y repetitiva, como el zumbido del refrigerador de bebidas o el tintineo de la campanita en la puerta.

    Se miró en el espejo, observando el maquillaje impecable y el cabello lacio que había aprendido a lucir desde hacía poco. Era una apariencia más sobria, distinta a la imagen despreocupada que solía llevar antes. Durante el día, hasta los clientes más frecuentes la miraban un poco más, y algunos le habían lanzado cumplidos tímidos, diciéndole cuánto le favorecía el cambio. Sus labios se curvaron en una sonrisa pequeña, aunque no terminaba de convencerse.

    Con movimientos lentos, empezó a retirar el maquillaje, sintiendo que cada pasada del algodón era un pequeño paso para reencontrarse con la verdadera Carmina, la que no se escondía detrás de ese estilo pulido. Pero, mientras se desenredaba el cabello, sintió el peso de la incertidumbre. Había algo extraño en verse así, algo que no podía nombrar. "¿Por qué es tan fácil para todos notar una versión de mí que ni yo misma reconozco?", pensó, mientras acariciaba su cabello ahora lacio.

    Sentada al borde de la cama, se permitió un instante de honestidad consigo misma: tal vez el cambio era solo una máscara que le había hecho sentir seguridad en medio de sus dudas. Tal vez, en esa pequeña tienda que había sido su refugio y su prisión, había empezado a dejarse llevar por lo que otros querían ver. "Pero mañana… mañana será distinto," se prometió en silencio. Quizás, entre las estanterías y el ruido familiar de la caja registradora, volvería a encontrar un fragmento de esa Carmina auténtica que tanto añoraba.
    Carmina suspiró al cerrar la puerta de su habitación, sintiendo el cansancio del día en cada músculo. Había sido otro turno largo en la tienda de su abuela, donde las horas parecían extenderse en una calma abrumadora y repetitiva, como el zumbido del refrigerador de bebidas o el tintineo de la campanita en la puerta. Se miró en el espejo, observando el maquillaje impecable y el cabello lacio que había aprendido a lucir desde hacía poco. Era una apariencia más sobria, distinta a la imagen despreocupada que solía llevar antes. Durante el día, hasta los clientes más frecuentes la miraban un poco más, y algunos le habían lanzado cumplidos tímidos, diciéndole cuánto le favorecía el cambio. Sus labios se curvaron en una sonrisa pequeña, aunque no terminaba de convencerse. Con movimientos lentos, empezó a retirar el maquillaje, sintiendo que cada pasada del algodón era un pequeño paso para reencontrarse con la verdadera Carmina, la que no se escondía detrás de ese estilo pulido. Pero, mientras se desenredaba el cabello, sintió el peso de la incertidumbre. Había algo extraño en verse así, algo que no podía nombrar. "¿Por qué es tan fácil para todos notar una versión de mí que ni yo misma reconozco?", pensó, mientras acariciaba su cabello ahora lacio. Sentada al borde de la cama, se permitió un instante de honestidad consigo misma: tal vez el cambio era solo una máscara que le había hecho sentir seguridad en medio de sus dudas. Tal vez, en esa pequeña tienda que había sido su refugio y su prisión, había empezado a dejarse llevar por lo que otros querían ver. "Pero mañana… mañana será distinto," se prometió en silencio. Quizás, entre las estanterías y el ruido familiar de la caja registradora, volvería a encontrar un fragmento de esa Carmina auténtica que tanto añoraba.
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  • En una noche particularmente silenciosa, Shoko Ieiri se encontraba sola en la sala de descanso de la escuela técnica, con una taza de café humeante entre las manos. El frío de la madrugada se colaba por las ventanas, cubriéndolo todo con una capa de calma gélida, ideal para sumergirse en pensamientos que no siempre tenía tiempo de abordar.

    La pregunta del origen de las maldiciones flotaba en su mente como el vapor de su café, difuso pero constante. Había visto de todo: maldiciones originadas de emociones brutales, de miedos profundos y odios silenciosos. Sabía que las maldiciones no eran otra cosa que el reflejo más oscuro de la humanidad, pero a veces se preguntaba si había algo más allá de eso. Algo que estuviera ahí desde el inicio, algo que existía incluso antes de que la humanidad se diera cuenta de su propio sufrimiento.

    Apoyó la cabeza en una mano, perdida en sus pensamientos, mientras observaba cómo el líquido oscuro en su taza se movía con cada mínimo movimiento. "Las maldiciones no son solo el producto de emociones", pensó, "son recuerdos, fragmentos de algo que intentamos enterrar y que siempre encuentra una forma de regresar". Para alguien como ella, acostumbrada a tratar con la vida y la muerte de una forma pragmática, este tipo de cuestionamientos eran como espinas que se clavaban de vez en cuando, inquietándola en silencio.

    Le vino a la mente una conversación que tuvo años atrás con Geto. Él, con su obsesión por proteger a los hechiceros de las maldiciones, defendía que estas eran simplemente "parásitos", un subproducto de la naturaleza humana que debía ser erradicado. Pero Shoko no estaba tan segura de eso. Para ella, una maldición era tan natural como cualquier otro ser vivo, una existencia extraña pero, en cierto modo, genuina. ¿No eran también las maldiciones una manifestación de lo humano? ¿Y si, en el fondo, eran el precio que pagaban por existir en un mundo lleno de contradicciones?

    Suspiró, tomando un sorbo de café, y un ligero sabor amargo la hizo volver al presente. Sentía que nunca tendría una respuesta clara, y tal vez nunca la necesitaba. Quizás solo era su propia mente jugando, tratando de encontrar un sentido en un mundo donde las cosas simplemente eran como eran.
    En una noche particularmente silenciosa, Shoko Ieiri se encontraba sola en la sala de descanso de la escuela técnica, con una taza de café humeante entre las manos. El frío de la madrugada se colaba por las ventanas, cubriéndolo todo con una capa de calma gélida, ideal para sumergirse en pensamientos que no siempre tenía tiempo de abordar. La pregunta del origen de las maldiciones flotaba en su mente como el vapor de su café, difuso pero constante. Había visto de todo: maldiciones originadas de emociones brutales, de miedos profundos y odios silenciosos. Sabía que las maldiciones no eran otra cosa que el reflejo más oscuro de la humanidad, pero a veces se preguntaba si había algo más allá de eso. Algo que estuviera ahí desde el inicio, algo que existía incluso antes de que la humanidad se diera cuenta de su propio sufrimiento. Apoyó la cabeza en una mano, perdida en sus pensamientos, mientras observaba cómo el líquido oscuro en su taza se movía con cada mínimo movimiento. "Las maldiciones no son solo el producto de emociones", pensó, "son recuerdos, fragmentos de algo que intentamos enterrar y que siempre encuentra una forma de regresar". Para alguien como ella, acostumbrada a tratar con la vida y la muerte de una forma pragmática, este tipo de cuestionamientos eran como espinas que se clavaban de vez en cuando, inquietándola en silencio. Le vino a la mente una conversación que tuvo años atrás con Geto. Él, con su obsesión por proteger a los hechiceros de las maldiciones, defendía que estas eran simplemente "parásitos", un subproducto de la naturaleza humana que debía ser erradicado. Pero Shoko no estaba tan segura de eso. Para ella, una maldición era tan natural como cualquier otro ser vivo, una existencia extraña pero, en cierto modo, genuina. ¿No eran también las maldiciones una manifestación de lo humano? ¿Y si, en el fondo, eran el precio que pagaban por existir en un mundo lleno de contradicciones? Suspiró, tomando un sorbo de café, y un ligero sabor amargo la hizo volver al presente. Sentía que nunca tendría una respuesta clara, y tal vez nunca la necesitaba. Quizás solo era su propia mente jugando, tratando de encontrar un sentido en un mundo donde las cosas simplemente eran como eran.
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  • *Sin saber cuánto tiempo había pasado desde que me metí en este laberinto infinito, seguía avanzando por aquellos pasillos y habitaciones las cuales solo había locura en ellos… una con relojes que giraban al revés, otra donde las sillas estaban apiladas, como si alguien hubiera intentado escapar y fracaso, otra donde la habitación estaba del revés teniendo los muebles en el techo e incluso en una donde solo había una mesita con una cajita de música que no paraba de sonar una dulce melodía, al menos una de ellas era una sala de descanso donde pude estar tranquilo para descansar y comer algo en una máquina expendedora que había, aunque ¿serviría de algo por estar dentro de mi mente? ¿si dejaba de pensar en el cansancio y el hambre se esfumarían?, no quería darle vueltas al asunto así que me dispuse a seguir con la caminata, las paredes de los pasillos por los que pasaba iban cambiando poco a poco siendo estos de papel arrugado con palabras plasmadas los cuales eran fragmentos de mis pensamientos más profundos, ideas que nunca había completado, sueños que había dejado de lado.

    La lógica se desvanecía; era como si mi mente hubiera construido este laberinto para algo y no sabía para que, era un lugar donde cada esquina escondía un nuevo dilema, a medida que avanzaba comencé a escuchar ecos de risas y llantos, voces conocidas que parecían llamarme. Eran los recuerdos de la infancia, de amigos y momentos felices, pero se desvanecían tan rápido como aparecían, finalmente llegue a una habitación que parecía familiar: un pequeño estudio con una ventana que daba a un paisaje deslumbrante, pero al acercarme, la ventana se desvaneció, estando frente a una pared en blanco. “¿Por qué no puedo salir de aquí?”…

    Desesperado, me senté en el suelo, rodeado de sombras. Fue entonces cuando note algo brillante en el suelo frente a mí. Una llave dorada, la tomé, sintiendo su calor y su peso, y en ese instante comprendí que no estaba completamente atrapado. Con renovada determinación, me levanté y comencé a explorar nuevamente. La llave parecía guiarme, conduciéndome de habitación en habitación, cada vez más cerca de la salida. Pero no todo sería tan fácil, ya que una sombra terrorífica a la lejanía rompiendo bombillas de pasillos y habitaciones dejando todo a oscuras se aceraba rápidamente, en ese instante eche a correr como cuando en una película de terror el monstruo persigue al protagonista.

    Finalmente gracias a la llave que me guiaba encontré la puerta donde encajaba pero por los nervios me costaba acertar para introducir la llave, en el último momento cuando aquella sombra estaba a punto de alcanzarme abrí la puerta revelando un pasillo iluminado que llevaba hacia la luz y salte dentro, tras unos momentos de silencio sentí una brisa fresca en mi rostro y la calidez del sol en la piel… por fin había salido de aquel laberinto, fuese lo que fuese esa entidad seguro que era lo que estaba causando que mis poderes estuvieran tan descontrolados y que mi mente estuviera así, nunca pensé que echaría tanto de menos el césped, el cielo, los árboles, etc... ya que creía que nunca saldría de allí, al menos todo seguía igual.

    O eso pensaba ya que en los días que estuve en “letargo” todo a mi alrededor en x metros se había glitcheado e incluso trayendo criaturas monstruosas de otros planos, pero por suerte una vez volví se restauró todo a la normalidad, suspirando aliviado me puse en pie para volver a casa aunque lo extraño era que aquella música de la cajita se me había quedado grabada en la cabeza.*
    https://www.youtube.com/watch?v=bY_EvbARc5Y
    *Sin saber cuánto tiempo había pasado desde que me metí en este laberinto infinito, seguía avanzando por aquellos pasillos y habitaciones las cuales solo había locura en ellos… una con relojes que giraban al revés, otra donde las sillas estaban apiladas, como si alguien hubiera intentado escapar y fracaso, otra donde la habitación estaba del revés teniendo los muebles en el techo e incluso en una donde solo había una mesita con una cajita de música que no paraba de sonar una dulce melodía, al menos una de ellas era una sala de descanso donde pude estar tranquilo para descansar y comer algo en una máquina expendedora que había, aunque ¿serviría de algo por estar dentro de mi mente? ¿si dejaba de pensar en el cansancio y el hambre se esfumarían?, no quería darle vueltas al asunto así que me dispuse a seguir con la caminata, las paredes de los pasillos por los que pasaba iban cambiando poco a poco siendo estos de papel arrugado con palabras plasmadas los cuales eran fragmentos de mis pensamientos más profundos, ideas que nunca había completado, sueños que había dejado de lado. La lógica se desvanecía; era como si mi mente hubiera construido este laberinto para algo y no sabía para que, era un lugar donde cada esquina escondía un nuevo dilema, a medida que avanzaba comencé a escuchar ecos de risas y llantos, voces conocidas que parecían llamarme. Eran los recuerdos de la infancia, de amigos y momentos felices, pero se desvanecían tan rápido como aparecían, finalmente llegue a una habitación que parecía familiar: un pequeño estudio con una ventana que daba a un paisaje deslumbrante, pero al acercarme, la ventana se desvaneció, estando frente a una pared en blanco. “¿Por qué no puedo salir de aquí?”… Desesperado, me senté en el suelo, rodeado de sombras. Fue entonces cuando note algo brillante en el suelo frente a mí. Una llave dorada, la tomé, sintiendo su calor y su peso, y en ese instante comprendí que no estaba completamente atrapado. Con renovada determinación, me levanté y comencé a explorar nuevamente. La llave parecía guiarme, conduciéndome de habitación en habitación, cada vez más cerca de la salida. Pero no todo sería tan fácil, ya que una sombra terrorífica a la lejanía rompiendo bombillas de pasillos y habitaciones dejando todo a oscuras se aceraba rápidamente, en ese instante eche a correr como cuando en una película de terror el monstruo persigue al protagonista. Finalmente gracias a la llave que me guiaba encontré la puerta donde encajaba pero por los nervios me costaba acertar para introducir la llave, en el último momento cuando aquella sombra estaba a punto de alcanzarme abrí la puerta revelando un pasillo iluminado que llevaba hacia la luz y salte dentro, tras unos momentos de silencio sentí una brisa fresca en mi rostro y la calidez del sol en la piel… por fin había salido de aquel laberinto, fuese lo que fuese esa entidad seguro que era lo que estaba causando que mis poderes estuvieran tan descontrolados y que mi mente estuviera así, nunca pensé que echaría tanto de menos el césped, el cielo, los árboles, etc... ya que creía que nunca saldría de allí, al menos todo seguía igual. O eso pensaba ya que en los días que estuve en “letargo” todo a mi alrededor en x metros se había glitcheado e incluso trayendo criaturas monstruosas de otros planos, pero por suerte una vez volví se restauró todo a la normalidad, suspirando aliviado me puse en pie para volver a casa aunque lo extraño era que aquella música de la cajita se me había quedado grabada en la cabeza.* https://www.youtube.com/watch?v=bY_EvbARc5Y
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  • ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏

    𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴...

    La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel.

    El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía.

    Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable.

    "Esto no está bien..."

    – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada.

    Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había.

    Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss.

    Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible.

    Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida.

    – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel.

    – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase.

    Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar.

    Ya no podía escapar.

    Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo.

    – Si no sirves como puta, no sirves para nada.

    El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama.

    En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia.

    ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel?

    El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral.

    Y entonces ocurrió.

    Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta.

    Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos.

    Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros.

    Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo.

    Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
    ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏 𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴... La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel. El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía. Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable. "Esto no está bien..." – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada. Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había. Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss. Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible. Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida. – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel. – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase. Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar. Ya no podía escapar. Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo. – Si no sirves como puta, no sirves para nada. El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama. En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia. ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel? El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral. Y entonces ocurrió. Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta. Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos. Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros. Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo. Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
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  • La habitación estaba en completa penumbra, iluminada únicamente por la luz trémula de dos velas: una blanca y una negra. El aire era denso, cargado con el peso de las emociones que resonaban en el silencio. Frente a Lepus, una mujer de mirada perdida sostenía un pergamino en blanco y una pluma. Sus manos temblaban.

    —¿Estás segura de que esto es lo que deseas? —preguntó Lepus, su voz suave pero firme, reverberando en el pequeño cuarto como un eco distante.

    La mujer asintió lentamente, sus ojos turbios de lágrimas contenidas. Había venido en busca de olvido, de la paz que no lograba encontrar. Lepus la observó un momento más antes de hacer un leve gesto con la mano, indicándole que comenzara.

    La pluma rozó el pergamino, y las palabras fluyeron como una herida abierta. La mujer escribió con un frenesí desesperado, dejando que los recuerdos se derramaran a través de la tinta: momentos, voces, rostros que deseaba borrar de su mente. Cada trazo parecía un paso hacia el alivio, aunque el dolor aún palpaba en el aire.

    Cuando terminó, Lepus se inclinó hacia las velas. Colocó el pergamino entre sus manos y lo sostuvo sobre la llama negra.

    —Al hacerlo —dijo Lepus, su tono solemne—, este recuerdo dejará de atormentarte. Se desvanecerá como el humo, y el dolor perderá su fuerza. No desaparecerá por completo, pero su peso ya no será el mismo.

    La mujer cerró los ojos y asintió de nuevo, sus labios temblorosos mientras se despedía de los fantasmas que tanto la habían consumido. Lepus dejó caer el pergamino en la llama negra, y el fuego lo devoró lentamente, consumiendo cada palabra escrita hasta que solo quedaron cenizas.

    El silencio que siguió fue profundo, como si el tiempo mismo hubiera hecho una pausa.

    Lepus recogió las cenizas con cuidado y caminó hacia la ventana abierta. El viento nocturno entraba suave y fresco. Con un movimiento delicado, dejó que las cenizas volaran hacia la oscuridad, llevándose consigo los fragmentos de aquel dolor.

    La mujer abrió los ojos, respirando profundamente por primera vez en lo que parecían años. La sensación de alivio era sutil pero presente, como un peso que se había levantado, aunque las cicatrices invisibles aún estaban allí.

    —Gracias —murmuró, apenas un susurro.

    Lepus no respondió. Simplemente la observó un instante más, su rostro oculto tras la máscara de conejo, antes de desaparecer en las sombras, dejando tras de sí una paz que poco a poco envolvería a aquella alma herida.
    La habitación estaba en completa penumbra, iluminada únicamente por la luz trémula de dos velas: una blanca y una negra. El aire era denso, cargado con el peso de las emociones que resonaban en el silencio. Frente a Lepus, una mujer de mirada perdida sostenía un pergamino en blanco y una pluma. Sus manos temblaban. —¿Estás segura de que esto es lo que deseas? —preguntó Lepus, su voz suave pero firme, reverberando en el pequeño cuarto como un eco distante. La mujer asintió lentamente, sus ojos turbios de lágrimas contenidas. Había venido en busca de olvido, de la paz que no lograba encontrar. Lepus la observó un momento más antes de hacer un leve gesto con la mano, indicándole que comenzara. La pluma rozó el pergamino, y las palabras fluyeron como una herida abierta. La mujer escribió con un frenesí desesperado, dejando que los recuerdos se derramaran a través de la tinta: momentos, voces, rostros que deseaba borrar de su mente. Cada trazo parecía un paso hacia el alivio, aunque el dolor aún palpaba en el aire. Cuando terminó, Lepus se inclinó hacia las velas. Colocó el pergamino entre sus manos y lo sostuvo sobre la llama negra. —Al hacerlo —dijo Lepus, su tono solemne—, este recuerdo dejará de atormentarte. Se desvanecerá como el humo, y el dolor perderá su fuerza. No desaparecerá por completo, pero su peso ya no será el mismo. La mujer cerró los ojos y asintió de nuevo, sus labios temblorosos mientras se despedía de los fantasmas que tanto la habían consumido. Lepus dejó caer el pergamino en la llama negra, y el fuego lo devoró lentamente, consumiendo cada palabra escrita hasta que solo quedaron cenizas. El silencio que siguió fue profundo, como si el tiempo mismo hubiera hecho una pausa. Lepus recogió las cenizas con cuidado y caminó hacia la ventana abierta. El viento nocturno entraba suave y fresco. Con un movimiento delicado, dejó que las cenizas volaran hacia la oscuridad, llevándose consigo los fragmentos de aquel dolor. La mujer abrió los ojos, respirando profundamente por primera vez en lo que parecían años. La sensación de alivio era sutil pero presente, como un peso que se había levantado, aunque las cicatrices invisibles aún estaban allí. —Gracias —murmuró, apenas un susurro. Lepus no respondió. Simplemente la observó un instante más, su rostro oculto tras la máscara de conejo, antes de desaparecer en las sombras, dejando tras de sí una paz que poco a poco envolvería a aquella alma herida.
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  • Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias.

    Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición.

    Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro.

    El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste?

    Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta.

    Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante.

    En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos.

    Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.

    Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias. Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición. Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro. El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste? Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta. Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante. En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos. Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.
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