• [ Fragmento del pasado ] > Los sepultados

    — Los condene a la victoria y como cambio sus cuerpos se pudren metros bajo tierra. Algunos enteros y otros en pedazos, pero ahí todos juntos adornando este eterno cementerio de espadas, escudos o lanzas.

    ¿Para qué?.
    ¿Por un reino que no se preocupa por su gente?.
    ¿Para extender nuestro dominio?.
    ¿Cuál fue el fin de todo esto si los cerdos en la mesa hacen un festín?.
    Fue como escupir sus muertes y pisotear su recuerdo.

    Estoy cansado del emperador.
    Debería morirse de una buena vez... Debería. Debería morirse.

    Debería...
    Debería...
    DEBERÍA DEJAR DE RESPIRAR.

    Por ustedes mis hombres.
    Por el pueblo que sufre.
    Por la violencia que llevo a mi madre al final ...
    [ Fragmento del pasado ] > Los sepultados — Los condene a la victoria y como cambio sus cuerpos se pudren metros bajo tierra. Algunos enteros y otros en pedazos, pero ahí todos juntos adornando este eterno cementerio de espadas, escudos o lanzas. ¿Para qué?. ¿Por un reino que no se preocupa por su gente?. ¿Para extender nuestro dominio?. ¿Cuál fue el fin de todo esto si los cerdos en la mesa hacen un festín?. Fue como escupir sus muertes y pisotear su recuerdo. Estoy cansado del emperador. Debería morirse de una buena vez... Debería. Debería morirse. Debería... Debería... DEBERÍA DEJAR DE RESPIRAR. Por ustedes mis hombres. Por el pueblo que sufre. Por la violencia que llevo a mi madre al final ...
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    #DiezCosasSobre 𝔸𝕥𝕣𝕠𝕡𝕠𝕤.


    ◆ 1. Ama la poesía, leerla y escribirla.
    No por sentimentalismo, sino porque las palabras tienen filo. Cada verso que crea es como una hoja oculta entre pétalos. Hermoso, pero letal. Como ella.

    ◆ 2. Sólo un par de personas no le resultan insoportables.
    No es amor. No es ternura. Es algo más tenue, más antiguo: una forma torcida de aprecio que no se atreve a nombrar. No lo demuestra, pero lo siente... y eso, para alguien como ella, ya es demasiado.

    ◆ 3. Detesta la doble moral.
    No hay nada más repulsivo que quien predica luz y actúa en sombras. Para Atropos, la falsedad merece el hilo más fino y rápido.

    ◆ 4. Rechaza a quienes buscan encajar.
    Los que moldean su alma para pertenecer, olvidan que el destino no premia máscaras. Y ella corta sin mirar disfraces.

    ◆ 5. No corta por gusto. Corta por orden.
    Su poder no nace del placer, sino de la necesidad. La compasión nunca fue parte del contrato.

    ◆ 6. Escucha el tiempo como otros oyen música.
    Cada tic, cada segundo, es una nota en la sinfonía del final. Y ella baila al compás de su propia condena.

    ◆ 7. Prefiere la noche.
    No porque sea más amable, sino porque el mundo baja la voz. Y es más fácil oír el momento exacto en que un alma se rinde.

    ◆ 8. No busca compañía, pero rara vez está sola.
    Hay cosas que se arrastran tras ella: recuerdos, arrepentimientos, fragmentos de voces que suplicaron demasiado tarde.

    ◆ 9. No miente. Jamás.
    La verdad es su única arma, y también su condena. A veces, la dice con una mirada. A veces, con la ausencia.

    ◆ 10. No es la muerte, pero camina con ella.
    Ella no llega cuando mueres, sino cuando es tiempo. La muerte obedece. Atropos decide.
    #DiezCosasSobre 𝔸𝕥𝕣𝕠𝕡𝕠𝕤. ◆ 1. Ama la poesía, leerla y escribirla. No por sentimentalismo, sino porque las palabras tienen filo. Cada verso que crea es como una hoja oculta entre pétalos. Hermoso, pero letal. Como ella. ◆ 2. Sólo un par de personas no le resultan insoportables. No es amor. No es ternura. Es algo más tenue, más antiguo: una forma torcida de aprecio que no se atreve a nombrar. No lo demuestra, pero lo siente... y eso, para alguien como ella, ya es demasiado. ◆ 3. Detesta la doble moral. No hay nada más repulsivo que quien predica luz y actúa en sombras. Para Atropos, la falsedad merece el hilo más fino y rápido. ◆ 4. Rechaza a quienes buscan encajar. Los que moldean su alma para pertenecer, olvidan que el destino no premia máscaras. Y ella corta sin mirar disfraces. ◆ 5. No corta por gusto. Corta por orden. Su poder no nace del placer, sino de la necesidad. La compasión nunca fue parte del contrato. ◆ 6. Escucha el tiempo como otros oyen música. Cada tic, cada segundo, es una nota en la sinfonía del final. Y ella baila al compás de su propia condena. ◆ 7. Prefiere la noche. No porque sea más amable, sino porque el mundo baja la voz. Y es más fácil oír el momento exacto en que un alma se rinde. ◆ 8. No busca compañía, pero rara vez está sola. Hay cosas que se arrastran tras ella: recuerdos, arrepentimientos, fragmentos de voces que suplicaron demasiado tarde. ◆ 9. No miente. Jamás. La verdad es su única arma, y también su condena. A veces, la dice con una mirada. A veces, con la ausencia. ◆ 10. No es la muerte, pero camina con ella. Ella no llega cuando mueres, sino cuando es tiempo. La muerte obedece. Atropos decide.
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  • 01:01:01 am, día x del año xxxx
    Ubicación desconocida

    El mar arrojo algo a la superficie, nadie más que la Luna fue testigo de aquel hallazgo. De aquello que surge del océano extendiendo los brazos, el viento en su contra, la arena envolvente.

    Se arrastró a la superficie de forma inconsciente, despegada de la naturaleza humana.

    Los fragmentos que existen en su cabeza son confusos, recuerda y olvida, repetitivamente. Pero una cosa es certera...

    ¿Por qué sigue vivo?.
    01:01:01 am, día x del año xxxx Ubicación desconocida El mar arrojo algo a la superficie, nadie más que la Luna fue testigo de aquel hallazgo. De aquello que surge del océano extendiendo los brazos, el viento en su contra, la arena envolvente. Se arrastró a la superficie de forma inconsciente, despegada de la naturaleza humana. Los fragmentos que existen en su cabeza son confusos, recuerda y olvida, repetitivamente. Pero una cosa es certera... ¿Por qué sigue vivo?.
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  • "𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯." — 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝟣:𝟧

    La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires.

    Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía:

    “𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯.”

    Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado.

    — “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién?

    Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado.

    —Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí…

    La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra.

    —Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene.

    Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba.

    —En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité.

    Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.
    "𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯." — 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝟣:𝟧 La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires. Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía: “𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯.” Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado. — “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién? Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado. —Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí… La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra. —Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene. Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba. —En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité. Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.
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  • Las Hespérides, guardianas del fruto eterno, lo observaron sin hablar. Sabían que los dioses no llegaban allí sin pagar un precio. Sabían también, con esa sabiduría, que solo tienen las hijas del Ocaso, que no venía por ambición, sino por algo más antiguo: una ausencia que latía como una costilla arrancada del alma.

    Las hojas se abrían a su paso. Algunas eran espejos, otras eran susurros. Pero todas recordaban lo que él había olvidado.

    —Venimos cuando el sueño no basta —dijo una voz entre los árboles

    — Cuando lo que nos falta es más fuerte que lo que somos.—

    Era Aegle, la dorada. Su cabello era crepúsculo líquido. Su mirada, juicio cubierto de ternura. Morfeo no la saludó como un igual. Solo bajó la cabeza.

    —He perdido algo que no debo seguir ignorando.— Dijo Morfeo.

    Ella inclinó el rostro.

    —¿Y si fue arrancado por amor? — preguntó

    —Entonces quiero recordar por amor también.— contestó Morfeo.

    Las otras hermanas surgieron de la penumbra. Erytheia, que custodiaba el límite entre lo real y lo soñado. Hespere, que sabía los nombres verdaderos de las cosas. Aretusa, que escuchaba los ecos del primer amanecer.

    Cada una colocó una mano sobre su pecho. No para bendecirlo, sino para abrirlo.

    —Lo que buscas es un fragmento de ti que olvidaste voluntariamente. Y lo escondiste aquí —dijo Erytheia.

    Y allí, en el corazón del jardín, había un árbol distinto. No dorado. No glorioso. Era gris, de corteza agrietada y savia azul oscuro. En su única rama colgaba un pequeño fruto: una esfera pálida que no brillaba, pero que susurraba.

    Morfeo lo miró… y sintió vértigo.

    Era un recuerdo. Un fragmento de su ser. De un amor perdido, de un error antiguo, de una promesa quebrada.

    —Si lo tomas —advirtió Aretusa— volverás a sentir lo que te hizo sellarlo. No será visión. Será herida.

    Morfeo cerró los ojos. Y por un momento, en la vasta eternidad de su esencia, fue solo un hombre cansado de no saber.

    Y lo tomó.
    La visión lo partió.
    Un rostro olvidado. Un grito ahogado. Un juramento hecho a alguien que ya no estaba. Una guerra en los sueños que casi lo destruyó. Y ella. Ella… Sellando el recuerdo con lágrimas que no dejó que nadie viera.

    Cayó de rodillas. Las Hespérides no hablaron. Solo el viento.

    Y entonces, el fruto se disolvió en su palma. Y con él, una parte de sí volvió. Dolorosa. Íntima. Verdadera.

    Morfeo se alzó lentamente, con los ojos distintos. Más oscuros, más hondos. Pero completos.

    —Gracias —dijo, con voz rasgada por lo humano. Y se retiró del lugar. 
    Las Hespérides, guardianas del fruto eterno, lo observaron sin hablar. Sabían que los dioses no llegaban allí sin pagar un precio. Sabían también, con esa sabiduría, que solo tienen las hijas del Ocaso, que no venía por ambición, sino por algo más antiguo: una ausencia que latía como una costilla arrancada del alma. Las hojas se abrían a su paso. Algunas eran espejos, otras eran susurros. Pero todas recordaban lo que él había olvidado. —Venimos cuando el sueño no basta —dijo una voz entre los árboles — Cuando lo que nos falta es más fuerte que lo que somos.— Era Aegle, la dorada. Su cabello era crepúsculo líquido. Su mirada, juicio cubierto de ternura. Morfeo no la saludó como un igual. Solo bajó la cabeza. —He perdido algo que no debo seguir ignorando.— Dijo Morfeo. Ella inclinó el rostro. —¿Y si fue arrancado por amor? — preguntó —Entonces quiero recordar por amor también.— contestó Morfeo. Las otras hermanas surgieron de la penumbra. Erytheia, que custodiaba el límite entre lo real y lo soñado. Hespere, que sabía los nombres verdaderos de las cosas. Aretusa, que escuchaba los ecos del primer amanecer. Cada una colocó una mano sobre su pecho. No para bendecirlo, sino para abrirlo. —Lo que buscas es un fragmento de ti que olvidaste voluntariamente. Y lo escondiste aquí —dijo Erytheia. Y allí, en el corazón del jardín, había un árbol distinto. No dorado. No glorioso. Era gris, de corteza agrietada y savia azul oscuro. En su única rama colgaba un pequeño fruto: una esfera pálida que no brillaba, pero que susurraba. Morfeo lo miró… y sintió vértigo. Era un recuerdo. Un fragmento de su ser. De un amor perdido, de un error antiguo, de una promesa quebrada. —Si lo tomas —advirtió Aretusa— volverás a sentir lo que te hizo sellarlo. No será visión. Será herida. Morfeo cerró los ojos. Y por un momento, en la vasta eternidad de su esencia, fue solo un hombre cansado de no saber. Y lo tomó. La visión lo partió. Un rostro olvidado. Un grito ahogado. Un juramento hecho a alguien que ya no estaba. Una guerra en los sueños que casi lo destruyó. Y ella. Ella… Sellando el recuerdo con lágrimas que no dejó que nadie viera. Cayó de rodillas. Las Hespérides no hablaron. Solo el viento. Y entonces, el fruto se disolvió en su palma. Y con él, una parte de sí volvió. Dolorosa. Íntima. Verdadera. Morfeo se alzó lentamente, con los ojos distintos. Más oscuros, más hondos. Pero completos. —Gracias —dijo, con voz rasgada por lo humano. Y se retiró del lugar. 
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  • Una gota es arte, droga, veneno. El eco rojo de siglos de vida, de un poder ancestral, de la noche y el hedonismo.

    Una sola gota entre los labios, mínima, imperceptible, basta para encender los nervios con fuego de otro mundo.

    El pulso se acelera como tambor de caza.
    Los sentidos se abren, como flores al tacto de la luna.
    Los colores arden.
    La música acaricia el alma con dedos de terciopelo.
    Y el roce de otra piel se vuelve anhelo.

    La mente se eleva, lucidez febril en el entendimiento, pero el cuerpo se relaja, flota trasladado a un sueño donde el deseo y la realidad se enredan en un baile lento y sensual.

    En el alma, algo se enreda suavemente.
    Las barreras caen como hojas secas, pero las raíces se extienden.
    Afloran confesiones y una sed distinta nace.

    A veces, entre suspiros y miradas perdidas, aparecen visiones, fragmentos de vidas ajenas, memorias que no se han vivido… aún.

    Todo depende del corazón que bebe.

    Pero todo tiene un precio y el elixir que corre por las venas del vampiro no está exento.

    Una resonancia queda, como una cuerda que vibra en lo profundo. Un hilo invisible, una conexión que, al verse de nuevo, temblará.

    Por eso se ofrece con cuidado.
    Y no se acepta sin consecuencias.
    Una gota es arte, droga, veneno. El eco rojo de siglos de vida, de un poder ancestral, de la noche y el hedonismo. Una sola gota entre los labios, mínima, imperceptible, basta para encender los nervios con fuego de otro mundo. El pulso se acelera como tambor de caza. Los sentidos se abren, como flores al tacto de la luna. Los colores arden. La música acaricia el alma con dedos de terciopelo. Y el roce de otra piel se vuelve anhelo. La mente se eleva, lucidez febril en el entendimiento, pero el cuerpo se relaja, flota trasladado a un sueño donde el deseo y la realidad se enredan en un baile lento y sensual. En el alma, algo se enreda suavemente. Las barreras caen como hojas secas, pero las raíces se extienden. Afloran confesiones y una sed distinta nace. A veces, entre suspiros y miradas perdidas, aparecen visiones, fragmentos de vidas ajenas, memorias que no se han vivido… aún. Todo depende del corazón que bebe. Pero todo tiene un precio y el elixir que corre por las venas del vampiro no está exento. Una resonancia queda, como una cuerda que vibra en lo profundo. Un hilo invisible, una conexión que, al verse de nuevo, temblará. Por eso se ofrece con cuidado. Y no se acepta sin consecuencias.
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  • El sueño del mundo no cesa, pero en los pliegues más profundos, donde las memorias no duelen y el tiempo no importa, la bruma se arremolina con un dejo de fastidio suave, como un suspiro que no logra desvanecerse del todo.

    Se encontraba pensando:

    Otra vez lo mismo… "Ve con tu madre", dice. "No eres súbdita", dice. Pues claro que no lo soy… ¡Soy la bruma que baila, no la que se inclina!"

    Se revuelve en sí misma como una niña ofendida que gira en círculos con las manos cruzadas, aunque su danza no tenga cuerpo.

    ¿Acaso él no lo ve? ¿No entiende que si estoy aquí, es porque quiero estar aquí?(obviando el hecho de que no tengo cuerpo para traspasar siquiera el límite) No me ata una orden, ni me empuja una costumbre… me atrae la forma en que él cuida los sueños, en cómo se mantiene firme aunque el mundo lo olvide.
    Eso… eso me parece hermoso. *-*

    Se estira un poco, como una caricia que busca sombra. Y en ese gesto sutil, se dibuja un dejo de melancolía:

    Mamá… ella ya no está donde solía estar. Nadie sueña con ella, ni la buscan en el Olimpo. Duerme en blanco… como una página que nadie osa leer.
    ¿Cómo voy a encontrarla si ni siquiera los dioses saben soñar con ella ya?

    La bruma se posa sobre un fragmento de sueño que aún no ha tomado forma. Lo observa con dulzura, como si fuera una hoja tierna de un árbol joven.

    Morfeo dice que debo estar con ella… pero yo ya estoy con ella, cada vez que dejo ternura en un alma que la ha perdido.
    Y estoy contigo, viejo terco, cada vez que eliges no cerrar las puertas del sueño, aunque nadie las cruce para buscarte.

    Una risilla ligera se expande como pétalos en el aire.

    "Tú puedes seguir negándome, maestro… pero soy tu bruma, tu cosquilleo, tu traviesa compañerita. Y no pienso irme."
    El sueño del mundo no cesa, pero en los pliegues más profundos, donde las memorias no duelen y el tiempo no importa, la bruma se arremolina con un dejo de fastidio suave, como un suspiro que no logra desvanecerse del todo. Se encontraba pensando: Otra vez lo mismo… "Ve con tu madre", dice. "No eres súbdita", dice. Pues claro que no lo soy… ¡Soy la bruma que baila, no la que se inclina!" Se revuelve en sí misma como una niña ofendida que gira en círculos con las manos cruzadas, aunque su danza no tenga cuerpo. ¿Acaso él no lo ve? ¿No entiende que si estoy aquí, es porque quiero estar aquí?(obviando el hecho de que no tengo cuerpo para traspasar siquiera el límite) No me ata una orden, ni me empuja una costumbre… me atrae la forma en que él cuida los sueños, en cómo se mantiene firme aunque el mundo lo olvide. Eso… eso me parece hermoso. *-* Se estira un poco, como una caricia que busca sombra. Y en ese gesto sutil, se dibuja un dejo de melancolía: Mamá… ella ya no está donde solía estar. Nadie sueña con ella, ni la buscan en el Olimpo. Duerme en blanco… como una página que nadie osa leer. ¿Cómo voy a encontrarla si ni siquiera los dioses saben soñar con ella ya? La bruma se posa sobre un fragmento de sueño que aún no ha tomado forma. Lo observa con dulzura, como si fuera una hoja tierna de un árbol joven. Morfeo dice que debo estar con ella… pero yo ya estoy con ella, cada vez que dejo ternura en un alma que la ha perdido. Y estoy contigo, viejo terco, cada vez que eliges no cerrar las puertas del sueño, aunque nadie las cruce para buscarte. Una risilla ligera se expande como pétalos en el aire. "Tú puedes seguir negándome, maestro… pero soy tu bruma, tu cosquilleo, tu traviesa compañerita. Y no pienso irme."
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  • «No soy omnipresente... No soy la fortaleza que algunos Dioses hostentan por encima de la humanidad. No soy... Mas lo que era antes... Anhelo con mi existencia saber que es descansar en paz como él se deja dañar para abrazar ese final... Pero... ¿qué hago? Solo soy cobarde, podría ir junto a los más cercanos a conseguirlo pero no... solo entrego a voz lo que adoro a Afro, ella lo sabrá cuidar mejor que yo, me he dejado caer a las manos de mi amigo, Morfeo. Caer... Gracias por todo... Esta vez sé que tu... Morfeo , me sostendrás ... Cada fragmento... Ver el cambio que ahora me duele ver... Será lo ultimo. Cuidame...porfavor»pensó y solo pasó.
    «No soy omnipresente... No soy la fortaleza que algunos Dioses hostentan por encima de la humanidad. No soy... Mas lo que era antes... Anhelo con mi existencia saber que es descansar en paz como él se deja dañar para abrazar ese final... Pero... ¿qué hago? Solo soy cobarde, podría ir junto a los más cercanos a conseguirlo pero no... solo entrego a voz lo que adoro a Afro, ella lo sabrá cuidar mejor que yo, me he dejado caer a las manos de mi amigo, Morfeo. Caer... Gracias por todo... Esta vez sé que tu... Morfeo , me sostendrás ... Cada fragmento... Ver el cambio que ahora me duele ver... Será lo ultimo. Cuidame...porfavor»pensó y solo pasó.
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    Era libre como a un ave...
    Entrando por ventanas, pasando por tejados y las calles.
    Y una noche conocí sus brazos... Junto con aquel calido olor de su regazo.

    Le compartí una noche unos cuantos secretos, él compartió unos conmigo, fue divertido y quizá nos habíamos sentido completos.

    Una noche Le compartí sobre mis intenciones ajenas, y él se dejó caer en mis manos tiernas.
    Pero como ser que tiembla por sus defectos, lo deje caer como si no tuviera remordimientos.

    "No quiero una relacion" le dije sincera, y se aferró a robarme con una ilusión entera.

    Hoy y hace tiempo tiene fragmentos de mi, a él le duele porque a su lado no me ve ahí.

    Insistí en ser amigos...
    Pero su mirada me robaba suspiros.
    Aquellos tiernos ojos de comprensión cuando sostenía mi menton, y poco a poco me fue robando el corazón.

    Y si cubro cada parte de mi, porque conozco todo lo que guardo ahí, y cada vez que él miraba a través de mi, el dolor no me dejaba vivir.

    Esperó por mi como a un lobo guardian, sin saber quizá que yo quizá no iba a regresar, pero sentía dentro de mi que no estaba bien hacerlo esperar... Así que me tomaba tiempos para respirar.

    Sé que el auto sabotaje no es natural, y tenía miedo de quererlo dañar, pues me habian partido en fragmentos sin voluntad y ahora aunque soy nuevamente libre... Se siente como si ahí quisiera estar.

    "Niego total!... No lo quiero dañar... Acaso no miras como él está, está bien que se haya tenido que retirar."
    ¿Y qué hago con la fuerza que me queda? Me cansé de hacerlo esperar y yo no lista estar.

    Vuelve el ciclo no solo con nosotros, el ciclo anteriormente me había llevado años, y aunque él me tenía entre sus labios... No podía responder a sus te amos.

    "Te adoro" ... Yo le Respondía... Quizá porque es verdad.
    Pero en realidad era lo mejor que podía pronunciar.

    Lo malo de decirlo en verdad, es que mis miedos no me dejan avanzar, y aunque fui un poco presionada por ahí estar, no sé que me asusta más... En después lastimarlo en verdad... Oh en si con él ya no estar más.
    Era libre como a un ave... Entrando por ventanas, pasando por tejados y las calles. Y una noche conocí sus brazos... Junto con aquel calido olor de su regazo. Le compartí una noche unos cuantos secretos, él compartió unos conmigo, fue divertido y quizá nos habíamos sentido completos. Una noche Le compartí sobre mis intenciones ajenas, y él se dejó caer en mis manos tiernas. Pero como ser que tiembla por sus defectos, lo deje caer como si no tuviera remordimientos. "No quiero una relacion" le dije sincera, y se aferró a robarme con una ilusión entera. Hoy y hace tiempo tiene fragmentos de mi, a él le duele porque a su lado no me ve ahí. Insistí en ser amigos... Pero su mirada me robaba suspiros. Aquellos tiernos ojos de comprensión cuando sostenía mi menton, y poco a poco me fue robando el corazón. Y si cubro cada parte de mi, porque conozco todo lo que guardo ahí, y cada vez que él miraba a través de mi, el dolor no me dejaba vivir. Esperó por mi como a un lobo guardian, sin saber quizá que yo quizá no iba a regresar, pero sentía dentro de mi que no estaba bien hacerlo esperar... Así que me tomaba tiempos para respirar. Sé que el auto sabotaje no es natural, y tenía miedo de quererlo dañar, pues me habian partido en fragmentos sin voluntad y ahora aunque soy nuevamente libre... Se siente como si ahí quisiera estar. "Niego total!... No lo quiero dañar... Acaso no miras como él está, está bien que se haya tenido que retirar." ¿Y qué hago con la fuerza que me queda? Me cansé de hacerlo esperar y yo no lista estar. Vuelve el ciclo no solo con nosotros, el ciclo anteriormente me había llevado años, y aunque él me tenía entre sus labios... No podía responder a sus te amos. "Te adoro" ... Yo le Respondía... Quizá porque es verdad. Pero en realidad era lo mejor que podía pronunciar. Lo malo de decirlo en verdad, es que mis miedos no me dejan avanzar, y aunque fui un poco presionada por ahí estar, no sé que me asusta más... En después lastimarlo en verdad... Oh en si con él ya no estar más.
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  • [SideBlackHole]

    Una hora antes del anuncio del incendio de Ministry NightClub.

    Las luces estroboscópicas iluminaban escenas fragmentadas: Un brazo cercenado agarrando una copa de cristal agrietado; Un torso abierto desde la clavícula hasta el pubis como un vestido descosido; Piernas y brazos retorcidos en ángulos imposibles como marionetas rotas; Una mueca de horror en un rostro sin mandíbula; un ojo reventado sobre la pista de baile; dedos engarzados en las manillas de las puertas luego de fallar el escape de un horror inenarrable, y una extensa alfombra de sangre que tapizaba el piso.

    El aire era espeso, turbio y metálico, aun destilando el hedor a los pérfidos actos que se llevaron a cabo en el templo del éxtasis, fermentándose en el calor ausente de los cuerpos amontonados.

    Esto fue lo que quedó de sus fieles y acólitos.

    No dejaron ni un solo gemido, ni un último aliento. Solo los destellos de las máquinas, el eco de una fiesta profana que no se había detenido aún cuando todos habían dejado de moverse.

    Y en el centro de la pista de baile, Christopher, y a sus pies... Lo que alguna vez fue Side, convertida en ofrenda y una puerta cerrada.

    Contemplaba su obra. La joven desnuda complementaba la frialdad del concreto, su piel pálida relucía espectral ante los haces de mercurio. Su cabello, una cascada de ébano desparramada en ondas oscuras, se enredaba con los trazos gruesos y coagulados de un complejo pentagrama pintado en vitae.

    Sencillamente hermoso.

    El caído suspiró y afianzó el agarre del fragmento de vidrio que sostenía en su mano. Cual no tembló a pesar del ardor del corte que se ceñía en su palma.

    Las preparaciones del rito habían terminado.
    Solo faltaba abrir el portal.
    Se arrodilló sobre ella.

    Con un movimiento firme y lleno de convicción hizo descender el filo al centro de la garganta. El vidrio mutiló la carne blanca y un copioso cúmulo de sangre brotó de sus labios abiertos. Sin titubeos llevó el instrumento desde el punto demarcado hasta por debajo del vientre, cortándole por el medio y abriéndola como los pétalos de una flor escarlata. La sangre brotó, espesa y gélida, salpicando su pecho desnudo, el cuerpo magullado de la muchacha y el suelo hambriento.

    El acto lleno de esencia demoniaca hace encender sus poderes empíreos con una devoción corrupta, rebosante de avaricia. Y una vez terminado, descartó el instrumento sin apego, mientras el fulgor del fuego en sus ojos observa la línea trazada en el albo lienzo de carne. –“Nabu-Urash recuperará lo que es suyo."- Murmuró agrio con una ira contenida.

    Y en el silencio, tomó los pliegues de la piel que circundaban la herida y los abrió como si fueran cortinas cerradas. Revelando que en lugar de órganos y costillas, solo le habitaba un pozo de infinita sombra. Esto era lo que había consumido del alma de Sy’kahr, invocando su dominio de viajes dimensionales a través de un ritual pagano.

    El Ángel Caído empezó la travesía, descendiendo literalmente a las entrañas de otro mundo.
    [SideBlackHole] Una hora antes del anuncio del incendio de Ministry NightClub. Las luces estroboscópicas iluminaban escenas fragmentadas: Un brazo cercenado agarrando una copa de cristal agrietado; Un torso abierto desde la clavícula hasta el pubis como un vestido descosido; Piernas y brazos retorcidos en ángulos imposibles como marionetas rotas; Una mueca de horror en un rostro sin mandíbula; un ojo reventado sobre la pista de baile; dedos engarzados en las manillas de las puertas luego de fallar el escape de un horror inenarrable, y una extensa alfombra de sangre que tapizaba el piso. El aire era espeso, turbio y metálico, aun destilando el hedor a los pérfidos actos que se llevaron a cabo en el templo del éxtasis, fermentándose en el calor ausente de los cuerpos amontonados. Esto fue lo que quedó de sus fieles y acólitos. No dejaron ni un solo gemido, ni un último aliento. Solo los destellos de las máquinas, el eco de una fiesta profana que no se había detenido aún cuando todos habían dejado de moverse. Y en el centro de la pista de baile, Christopher, y a sus pies... Lo que alguna vez fue Side, convertida en ofrenda y una puerta cerrada. Contemplaba su obra. La joven desnuda complementaba la frialdad del concreto, su piel pálida relucía espectral ante los haces de mercurio. Su cabello, una cascada de ébano desparramada en ondas oscuras, se enredaba con los trazos gruesos y coagulados de un complejo pentagrama pintado en vitae. Sencillamente hermoso. El caído suspiró y afianzó el agarre del fragmento de vidrio que sostenía en su mano. Cual no tembló a pesar del ardor del corte que se ceñía en su palma. Las preparaciones del rito habían terminado. Solo faltaba abrir el portal. Se arrodilló sobre ella. Con un movimiento firme y lleno de convicción hizo descender el filo al centro de la garganta. El vidrio mutiló la carne blanca y un copioso cúmulo de sangre brotó de sus labios abiertos. Sin titubeos llevó el instrumento desde el punto demarcado hasta por debajo del vientre, cortándole por el medio y abriéndola como los pétalos de una flor escarlata. La sangre brotó, espesa y gélida, salpicando su pecho desnudo, el cuerpo magullado de la muchacha y el suelo hambriento. El acto lleno de esencia demoniaca hace encender sus poderes empíreos con una devoción corrupta, rebosante de avaricia. Y una vez terminado, descartó el instrumento sin apego, mientras el fulgor del fuego en sus ojos observa la línea trazada en el albo lienzo de carne. –“Nabu-Urash recuperará lo que es suyo."- Murmuró agrio con una ira contenida. Y en el silencio, tomó los pliegues de la piel que circundaban la herida y los abrió como si fueran cortinas cerradas. Revelando que en lugar de órganos y costillas, solo le habitaba un pozo de infinita sombra. Esto era lo que había consumido del alma de Sy’kahr, invocando su dominio de viajes dimensionales a través de un ritual pagano. El Ángel Caído empezó la travesía, descendiendo literalmente a las entrañas de otro mundo.
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