• Fragmento — “La camisa que aún huele a él”
    La tela aún conservaba su olor.

    No era perfume. No era jabón.
    Era Elian: ese aroma cálido, seco, casi imperceptible, como tierra después de la lluvia o metal tocado por el sol.

    Luna se envolvió en su camisa con las manos temblorosas.
    La dejó caer por un hombro, como si no pudiera contenerlo todo.
    El cristal del vino en su mano ni siquiera temblaba, pero su pecho sí.

    Frente a ella, el apartamento estaba en silencio.
    No como antes. No como en los días de trabajo, de guerra, de planes.
    Este silencio era distinto:
    Era el tipo de silencio que deja un vacío cuando alguien muere y no grita.

    Ella cerró los ojos. La copa ni siquiera había sido probada.

    "Cada noche me pongo su camisa.
    No por romanticismo.
    Sino porque a veces… me da miedo olvidar cómo se sentía el mundo cuando él aún estaba aquí."

    Su espalda tocó la pared fría.
    El cristal de la ventana devolvía su reflejo, pero no se reconocía.
    No era Luna la que aparecía allí. Era lo que quedó de ella.

    "Elian.
    Dijiste que no me dejarías sola.
    Mentiste tan bien… que aún me siento acompañada."

    Una lágrima cayó. No brillaba.
    Era oscura, densa, casi como tinta:
    la tristeza de una diosa que amó demasiado tarde.
    Fragmento — “La camisa que aún huele a él” La tela aún conservaba su olor. No era perfume. No era jabón. Era Elian: ese aroma cálido, seco, casi imperceptible, como tierra después de la lluvia o metal tocado por el sol. Luna se envolvió en su camisa con las manos temblorosas. La dejó caer por un hombro, como si no pudiera contenerlo todo. El cristal del vino en su mano ni siquiera temblaba, pero su pecho sí. Frente a ella, el apartamento estaba en silencio. No como antes. No como en los días de trabajo, de guerra, de planes. Este silencio era distinto: Era el tipo de silencio que deja un vacío cuando alguien muere y no grita. Ella cerró los ojos. La copa ni siquiera había sido probada. "Cada noche me pongo su camisa. No por romanticismo. Sino porque a veces… me da miedo olvidar cómo se sentía el mundo cuando él aún estaba aquí." Su espalda tocó la pared fría. El cristal de la ventana devolvía su reflejo, pero no se reconocía. No era Luna la que aparecía allí. Era lo que quedó de ella. "Elian. Dijiste que no me dejarías sola. Mentiste tan bien… que aún me siento acompañada." Una lágrima cayó. No brillaba. Era oscura, densa, casi como tinta: la tristeza de una diosa que amó demasiado tarde.
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  • Mientras contemplaba la máscara arrugada entre sus dedos, el silencio se fusionaba con el distante murmullo de la ciudad. Mark sostenía aquella pieza desgastada de su uniforme con suavidad, como si la prenda llevase todo el peso de lo que había vivido. Finalmente, suspiró.

    —"Universos paralelos... qué mierda." —pensó, con una mezcla de resignación y desdén.

    —"¿En serio fue tan sencillo para ellos? Tomar el camino fácil, conquistar la Tierra y mandar sus vidas anteriores al carajo. —Su lengua chasqueó con un leve sonido de frustración mientras su mirada se perdía por unos breves instantes.

    Cerró los ojos y se inclinó hacia delante, dejando descansar los codos en sus rodillas mientras ocultaba el rostro entre sus antebrazos. Fragmentos de recuerdos invadieron su mente: deteniéndose a sí mismo en una versión alterna que arrasaba una prisión y juró hacerle la vida miserable; él mismo con un Velo ensangrentado, enfrentando y destruyendo superhéroes que luchaban por defender la Tierra. Pero entre esos pensamientos, una imagen se alzó más perturbadora que todas: una versión suya devorando los restos de otros Marks en una dimensión desierta. Levantó su rostro por unos segundos y parpadeó varias veces, volviendo a la realidad, pero sin dejar de hacerse preguntas.

    —¿Qué soy yo, entonces? —se cuestionó, mientras se puso a observar su reflejo distorsionado en los lentes de su mascara.

    —"¿Y si todos estamos destinados a convertirnos en algo así? ¿Y si yo también...?" —No terminó su pensamiento. Se detuvo apenas un momento para ordenar el caos en su mente. Cerró los ojos nuevamente, respiró profundo, y los abrió con una mirada distinta. Era más firme, más decidida; la chispa de vida había regresado con intensidad.

    —Puta madre, claro que no soy como ellos. —se colocó la máscara y se levantó. Su postura era sólida, fuerte, imperturbable.

    —No importa cuántas versiones de mí hayan perdido el rumbo. Esa no es mi historia. Si ellas no sobrevivieron y yo sí, es porque yo soy...

    Invencible.
    Mientras contemplaba la máscara arrugada entre sus dedos, el silencio se fusionaba con el distante murmullo de la ciudad. Mark sostenía aquella pieza desgastada de su uniforme con suavidad, como si la prenda llevase todo el peso de lo que había vivido. Finalmente, suspiró. —"Universos paralelos... qué mierda." —pensó, con una mezcla de resignación y desdén. —"¿En serio fue tan sencillo para ellos? Tomar el camino fácil, conquistar la Tierra y mandar sus vidas anteriores al carajo. —Su lengua chasqueó con un leve sonido de frustración mientras su mirada se perdía por unos breves instantes. Cerró los ojos y se inclinó hacia delante, dejando descansar los codos en sus rodillas mientras ocultaba el rostro entre sus antebrazos. Fragmentos de recuerdos invadieron su mente: deteniéndose a sí mismo en una versión alterna que arrasaba una prisión y juró hacerle la vida miserable; él mismo con un Velo ensangrentado, enfrentando y destruyendo superhéroes que luchaban por defender la Tierra. Pero entre esos pensamientos, una imagen se alzó más perturbadora que todas: una versión suya devorando los restos de otros Marks en una dimensión desierta. Levantó su rostro por unos segundos y parpadeó varias veces, volviendo a la realidad, pero sin dejar de hacerse preguntas. —¿Qué soy yo, entonces? —se cuestionó, mientras se puso a observar su reflejo distorsionado en los lentes de su mascara. —"¿Y si todos estamos destinados a convertirnos en algo así? ¿Y si yo también...?" —No terminó su pensamiento. Se detuvo apenas un momento para ordenar el caos en su mente. Cerró los ojos nuevamente, respiró profundo, y los abrió con una mirada distinta. Era más firme, más decidida; la chispa de vida había regresado con intensidad. —Puta madre, claro que no soy como ellos. —se colocó la máscara y se levantó. Su postura era sólida, fuerte, imperturbable. —No importa cuántas versiones de mí hayan perdido el rumbo. Esa no es mi historia. Si ellas no sobrevivieron y yo sí, es porque yo soy... Invencible.
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  • Se había marchado, adentrándose en el abismo que existe más allá del Velo, donde ni los dioses pueden sostener su forma sin romperse. No dijo adiós. No explicó su partida. Solo desapareció, arrastrado por un eco.

    Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan. 

    Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido.

    Lo encontró, pero no volvió solo.

    Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.

     Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos.

    El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero.

    Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.


    Se había marchado, adentrándose en el abismo que existe más allá del Velo, donde ni los dioses pueden sostener su forma sin romperse. No dijo adiós. No explicó su partida. Solo desapareció, arrastrado por un eco. Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan.  Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido. Lo encontró, pero no volvió solo. Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.  Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos. El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero. Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.
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  • Fragmento: "Caos Rojo"

    @Hanna Bae

    La música en su cuarto sonaba tan fuerte que las paredes vibraban con cada golpe de batería. luna se miró en el espejo con una sonrisa torcida, desordenándose aún más el cabello rojo encendido como si eso pudiera apagar el incendio que llevaba dentro.

    No le importaba el desorden de su habitación: ropa en el suelo, pósters a medio despegar, y vinilos pegados como si fueran trofeos de alguna guerra perdida.
    Porque para luna, cada día era eso: una pelea con el mundo, y el espejo era su único juez.

    Levantó el móvil, posó con la camiseta rasgada que dejaba ver sus tatuajes bajos y marcó un solo mensaje para hanna:

    "Esta noche quiero hacer algo que nos saque humo por la piel. ¿Vienes o sigues jugando a ser buena?"

    La relación entre ellas siempre fue un incendio con forma de abrazo. hanna era la sombra elegante. luna, la chispa que encendía la dinamita.

    Y cuando se encontraban…
    el mundo tenía que arder.
    Fragmento: "Caos Rojo" @[orbit_opal_tiger_543] La música en su cuarto sonaba tan fuerte que las paredes vibraban con cada golpe de batería. luna se miró en el espejo con una sonrisa torcida, desordenándose aún más el cabello rojo encendido como si eso pudiera apagar el incendio que llevaba dentro. No le importaba el desorden de su habitación: ropa en el suelo, pósters a medio despegar, y vinilos pegados como si fueran trofeos de alguna guerra perdida. Porque para luna, cada día era eso: una pelea con el mundo, y el espejo era su único juez. Levantó el móvil, posó con la camiseta rasgada que dejaba ver sus tatuajes bajos y marcó un solo mensaje para hanna: "Esta noche quiero hacer algo que nos saque humo por la piel. ¿Vienes o sigues jugando a ser buena?" La relación entre ellas siempre fue un incendio con forma de abrazo. hanna era la sombra elegante. luna, la chispa que encendía la dinamita. Y cuando se encontraban… el mundo tenía que arder.
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  • Fragmento: “Ruido blanco”
    El cuarto estaba sumido en un silencio tibio, solo interrumpido por el bajo vibrar de la música que salía de sus audífonos. Luna tenía los ojos entornados, clavados en quien la miraba como si pudiera leerle las intenciones con solo un parpadeo. Sus labios, carnosos y ligeramente entreabiertos, parecían estar a punto de confesar algo... o de exigirlo.

    Con la manga del suéter cubriéndole casi toda la mano, se apoyó en su palma, dejando caer un mechón de su cabello sobre el rostro.

    —¿Vas a seguir observando desde lejos o te vas a atrever a hablarme? —susurró, como quien conoce el efecto exacto de su voz.

    Jugaba con el piercing de su labio inferior, pasándolo con la lengua, como si cada gesto estuviera coreografiado para incendiar el aire.

    —No voy a repetirlo. Estoy de humor… para cosas que no se dicen en voz alta.
    Y tú pareces… perfecto para romper reglas.

    Una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro. No era cálida. Era peligrosa. Como si supiera que después de esta noche, no ibas a poder quitártela de la cabeza.
    Fragmento: “Ruido blanco” El cuarto estaba sumido en un silencio tibio, solo interrumpido por el bajo vibrar de la música que salía de sus audífonos. Luna tenía los ojos entornados, clavados en quien la miraba como si pudiera leerle las intenciones con solo un parpadeo. Sus labios, carnosos y ligeramente entreabiertos, parecían estar a punto de confesar algo... o de exigirlo. Con la manga del suéter cubriéndole casi toda la mano, se apoyó en su palma, dejando caer un mechón de su cabello sobre el rostro. —¿Vas a seguir observando desde lejos o te vas a atrever a hablarme? —susurró, como quien conoce el efecto exacto de su voz. Jugaba con el piercing de su labio inferior, pasándolo con la lengua, como si cada gesto estuviera coreografiado para incendiar el aire. —No voy a repetirlo. Estoy de humor… para cosas que no se dicen en voz alta. Y tú pareces… perfecto para romper reglas. Una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro. No era cálida. Era peligrosa. Como si supiera que después de esta noche, no ibas a poder quitártela de la cabeza.
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  • Fragmento: “Luna en modo letal”
    La habitación estaba sumida en sombras, apenas iluminada por la luz roja que se filtraba a través de las persianas. Luna se recargó contra la pared, con ese gesto suyo que parecía una invitación y una amenaza al mismo tiempo. El top negro apenas cubría lo suficiente, dejando al descubierto las cicatrices decorativas que cruzaban su abdomen como susurros de guerra... o de deseo.

    —¿Vienes a buscar respuestas... o a perder el control? —murmuró, sin moverse.

    Sus ojos, delineados con precisión quirúrgica, lo observaban con una calma inquietante. Su voz era suave, como terciopelo con filo de navaja.

    Se acercó con pasos lentos, como si bailara con el peligro. Al llegar frente al espejo, se miró con una sonrisa torcida y se acomodó la cinta de su brazo, revelando más tinta, más secretos.

    —Te advierto algo, cariño... —dijo, sin dejar de mirarse—. Si das un paso más, no te vas a salvar de mí.
    Y no estoy hablando de amor.
    Estoy hablando de lo que viene cuando alguien me toca sin permiso… o con demasiadas ganas.

    Giró apenas el rostro y bajó la mascarilla hasta dejar ver sus labios.

    —¿Aún quieres jugar?

    #seductivesunday
    Fragmento: “Luna en modo letal” La habitación estaba sumida en sombras, apenas iluminada por la luz roja que se filtraba a través de las persianas. Luna se recargó contra la pared, con ese gesto suyo que parecía una invitación y una amenaza al mismo tiempo. El top negro apenas cubría lo suficiente, dejando al descubierto las cicatrices decorativas que cruzaban su abdomen como susurros de guerra... o de deseo. —¿Vienes a buscar respuestas... o a perder el control? —murmuró, sin moverse. Sus ojos, delineados con precisión quirúrgica, lo observaban con una calma inquietante. Su voz era suave, como terciopelo con filo de navaja. Se acercó con pasos lentos, como si bailara con el peligro. Al llegar frente al espejo, se miró con una sonrisa torcida y se acomodó la cinta de su brazo, revelando más tinta, más secretos. —Te advierto algo, cariño... —dijo, sin dejar de mirarse—. Si das un paso más, no te vas a salvar de mí. Y no estoy hablando de amor. Estoy hablando de lo que viene cuando alguien me toca sin permiso… o con demasiadas ganas. Giró apenas el rostro y bajó la mascarilla hasta dejar ver sus labios. —¿Aún quieres jugar? #seductivesunday
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  • Fragmento: “La chica del gorro negro”
    La vio desde la ventana del café.
    No era como las demás.

    Cabello blanco como la escarcha, mirada ausente y una tristeza meticulosamente maquillada.
    Apoyaba su rostro en la mano, como si el mundo la pesara más que a nadie.
    Sus pecas parecían estrellas, pero esa tarde, ninguna brillaba.

    Mortis no solía acercarse a desconocidos, pero algo en ella —en su cansancio, en su silencio tan ensayado— le recordó a sí mismo.

    —¿Estás esperando a alguien? —preguntó, sin permiso, dejando su sombra caer sobre su mesa.

    Ella lo miró sin sorpresa. Como si ya supiera que él aparecería.
    Como si lo hubiera estado esperando desde siempre.

    —Sí —respondió con un suspiro leve—. Pero siempre llega tarde.

    No dijo más.
    Y sin saber por qué, él se sentó.
    Fragmento: “La chica del gorro negro” La vio desde la ventana del café. No era como las demás. Cabello blanco como la escarcha, mirada ausente y una tristeza meticulosamente maquillada. Apoyaba su rostro en la mano, como si el mundo la pesara más que a nadie. Sus pecas parecían estrellas, pero esa tarde, ninguna brillaba. Mortis no solía acercarse a desconocidos, pero algo en ella —en su cansancio, en su silencio tan ensayado— le recordó a sí mismo. —¿Estás esperando a alguien? —preguntó, sin permiso, dejando su sombra caer sobre su mesa. Ella lo miró sin sorpresa. Como si ya supiera que él aparecería. Como si lo hubiera estado esperando desde siempre. —Sí —respondió con un suspiro leve—. Pero siempre llega tarde. No dijo más. Y sin saber por qué, él se sentó.
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  • Fragmento: "Cuando no me miras"
    Luna yacía entre sábanas arrugadas, la melena plateada cayendo en cascada por su hombro desnudo.
    Los labios entreabiertos, como si esperaran un suspiro que no llegaba.
    La habitación estaba en silencio, pero en su mente, él aún hablaba.

    "Anyel… si supieras cómo arde mi pecho cuando me dices 'rojita'…"

    Acarició la tela de encaje de su blusa, distraída, como si esa caricia se la diera él.
    En sus pensamientos, aún sentía sus dedos recorriéndole la espalda, su voz grave susurrándole algo que nunca diría frente a otros.

    Ella podía con todo, lo sabía. Pero con él…
    Con él se rompía bonito.

    Y esa noche, mientras cerraba los ojos, no soñó con castillos ni con libertad.

    Soñó con él, con su maldita risa traviesa, con sus abrazos torpes y con ese instante fugaz donde se sintió suficiente.

    Fragmento: "Cuando no me miras" Luna yacía entre sábanas arrugadas, la melena plateada cayendo en cascada por su hombro desnudo. Los labios entreabiertos, como si esperaran un suspiro que no llegaba. La habitación estaba en silencio, pero en su mente, él aún hablaba. "Anyel… si supieras cómo arde mi pecho cuando me dices 'rojita'…" Acarició la tela de encaje de su blusa, distraída, como si esa caricia se la diera él. En sus pensamientos, aún sentía sus dedos recorriéndole la espalda, su voz grave susurrándole algo que nunca diría frente a otros. Ella podía con todo, lo sabía. Pero con él… Con él se rompía bonito. Y esa noche, mientras cerraba los ojos, no soñó con castillos ni con libertad. Soñó con él, con su maldita risa traviesa, con sus abrazos torpes y con ese instante fugaz donde se sintió suficiente.
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  • Aidguar y el Fulgor del Juicio
    Categoría Acción
    Aidguar Drakona

    La brisa era densa y a lo lejos, las nubes parecían girar sobre sí mismas anunciando la cercanía de un vórtice elemental. Miyabi se detuvo en seco en lo alto de la colina envuelta en su capa mientras su cabello oscuro ondeaba como seda al viento. En su mano derecha, un pequeño mapa trazado a mano y marcado con tinta roja: "El Fragmento del Juicio".

    Frente a ella, más allá del abismo de piedra y raíces, yacía la Garganta de Aidguar, un valle quebrado y olvidado por el tiempo donde según antiguos escritos un artefacto elemental dormía bajo la vigilancia de una criatura que habian dicho era imposible.

    Miyabi descendió sin titubear, deslizándose entre formaciones rocosas hasta alcanzar la base del valle. El lugar estaba impregnado de una energía cálida y palpitante, como si el suelo respirara. Fue entonces cuando escuchó un zumbido suave, acompañado de una torpe melodía tarareada sin ritmo alguno.

    Giró la cabeza con cautela, la mano ya rozando la empuñadura de su naginata ceremonial hasta que divisó a Aidguar.

    En su forma reducida no superaba los dos metros de altura pero aún así su presencia ocupaba el claro como si fuese una montaña encarnada. Parecia estar agachado de espaldas intentando colocar cuidadosamente unas flores silvestres alrededor de una roca que resplandecía con un fulgor anaranjado. Miyabi lo observó por un instante. No era lo que esperaba de un guardían ancestral, nada de fuego o escamas relucientes ni rugidos imponentes. Solo una criatura inmensa con ojos blancos y redondos que parecia hablar consigo mismo como un niño regañado por su propia torpeza.

    —Hola . Soy Miyabi y necesito el artefacto ígneo que proteges o que me lo prestes un momento o al menos una parte de él... —dijo finalmente Miyabi, con tono firme aunque sabría que posiblemente no sería tan fácil.
    [shade_titanium_whale_983] La brisa era densa y a lo lejos, las nubes parecían girar sobre sí mismas anunciando la cercanía de un vórtice elemental. Miyabi se detuvo en seco en lo alto de la colina envuelta en su capa mientras su cabello oscuro ondeaba como seda al viento. En su mano derecha, un pequeño mapa trazado a mano y marcado con tinta roja: "El Fragmento del Juicio". Frente a ella, más allá del abismo de piedra y raíces, yacía la Garganta de Aidguar, un valle quebrado y olvidado por el tiempo donde según antiguos escritos un artefacto elemental dormía bajo la vigilancia de una criatura que habian dicho era imposible. Miyabi descendió sin titubear, deslizándose entre formaciones rocosas hasta alcanzar la base del valle. El lugar estaba impregnado de una energía cálida y palpitante, como si el suelo respirara. Fue entonces cuando escuchó un zumbido suave, acompañado de una torpe melodía tarareada sin ritmo alguno. Giró la cabeza con cautela, la mano ya rozando la empuñadura de su naginata ceremonial hasta que divisó a Aidguar. En su forma reducida no superaba los dos metros de altura pero aún así su presencia ocupaba el claro como si fuese una montaña encarnada. Parecia estar agachado de espaldas intentando colocar cuidadosamente unas flores silvestres alrededor de una roca que resplandecía con un fulgor anaranjado. Miyabi lo observó por un instante. No era lo que esperaba de un guardían ancestral, nada de fuego o escamas relucientes ni rugidos imponentes. Solo una criatura inmensa con ojos blancos y redondos que parecia hablar consigo mismo como un niño regañado por su propia torpeza. —Hola . Soy Miyabi y necesito el artefacto ígneo que proteges o que me lo prestes un momento o al menos una parte de él... —dijo finalmente Miyabi, con tono firme aunque sabría que posiblemente no sería tan fácil.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
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    Mientras el autobús se desliza por el camino el murmullo constante del motor acompaña al susurro de los árboles que bordean la carretera. Afuera, el paisaje es un desfile lento de casas desvencijadas y un cielo azul apagado que se funden con la distancia. Akane apoya la frente contra el vidrio tibio; su aliento empaña levemente el reflejo. Solo se distingue la mitad gris de su cabello, como si el resto, ese pasado reciente lleno de fuego y cicatrices ya no pudiera ser visto.

    El vaivén del vehículo la adormece, pero no le permite dormir. En su cabeza, giran una y otra vez las palabras de su abuela Jenifer: “evolucionar en algo mucho más hermoso.” La frase no suena como un mandato, sino como una promesa, una puerta entreabierta. Akane no sabe aún qué forma tomará esa belleza, ni si vendrá de luz o de sombra. Solo sabe que no puede quedarse donde estaba.

    Fragmentos de conversación flotan desde los otros asientos: risas apagadas, el golpeteo rítmico de una botella contra el suelo, el crujir de una bolsa de papitas. Son sonidos de una vida cotidiana que no le pertenece, pero que observa con ternura, como un fantasma que se permite recordar que una vez fue humana.

    Y en medio de todo, una certeza callada se enraíza: no hay camino de regreso, solo queda avanzar.
    Mientras el autobús se desliza por el camino el murmullo constante del motor acompaña al susurro de los árboles que bordean la carretera. Afuera, el paisaje es un desfile lento de casas desvencijadas y un cielo azul apagado que se funden con la distancia. Akane apoya la frente contra el vidrio tibio; su aliento empaña levemente el reflejo. Solo se distingue la mitad gris de su cabello, como si el resto, ese pasado reciente lleno de fuego y cicatrices ya no pudiera ser visto. El vaivén del vehículo la adormece, pero no le permite dormir. En su cabeza, giran una y otra vez las palabras de su abuela Jenifer: “evolucionar en algo mucho más hermoso.” La frase no suena como un mandato, sino como una promesa, una puerta entreabierta. Akane no sabe aún qué forma tomará esa belleza, ni si vendrá de luz o de sombra. Solo sabe que no puede quedarse donde estaba. Fragmentos de conversación flotan desde los otros asientos: risas apagadas, el golpeteo rítmico de una botella contra el suelo, el crujir de una bolsa de papitas. Son sonidos de una vida cotidiana que no le pertenece, pero que observa con ternura, como un fantasma que se permite recordar que una vez fue humana. Y en medio de todo, una certeza callada se enraíza: no hay camino de regreso, solo queda avanzar.
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