• La habitación estaba en completa penumbra, iluminada únicamente por la luz trémula de dos velas: una blanca y una negra. El aire era denso, cargado con el peso de las emociones que resonaban en el silencio. Frente a Lepus, una mujer de mirada perdida sostenía un pergamino en blanco y una pluma. Sus manos temblaban.

    —¿Estás segura de que esto es lo que deseas? —preguntó Lepus, su voz suave pero firme, reverberando en el pequeño cuarto como un eco distante.

    La mujer asintió lentamente, sus ojos turbios de lágrimas contenidas. Había venido en busca de olvido, de la paz que no lograba encontrar. Lepus la observó un momento más antes de hacer un leve gesto con la mano, indicándole que comenzara.

    La pluma rozó el pergamino, y las palabras fluyeron como una herida abierta. La mujer escribió con un frenesí desesperado, dejando que los recuerdos se derramaran a través de la tinta: momentos, voces, rostros que deseaba borrar de su mente. Cada trazo parecía un paso hacia el alivio, aunque el dolor aún palpaba en el aire.

    Cuando terminó, Lepus se inclinó hacia las velas. Colocó el pergamino entre sus manos y lo sostuvo sobre la llama negra.

    —Al hacerlo —dijo Lepus, su tono solemne—, este recuerdo dejará de atormentarte. Se desvanecerá como el humo, y el dolor perderá su fuerza. No desaparecerá por completo, pero su peso ya no será el mismo.

    La mujer cerró los ojos y asintió de nuevo, sus labios temblorosos mientras se despedía de los fantasmas que tanto la habían consumido. Lepus dejó caer el pergamino en la llama negra, y el fuego lo devoró lentamente, consumiendo cada palabra escrita hasta que solo quedaron cenizas.

    El silencio que siguió fue profundo, como si el tiempo mismo hubiera hecho una pausa.

    Lepus recogió las cenizas con cuidado y caminó hacia la ventana abierta. El viento nocturno entraba suave y fresco. Con un movimiento delicado, dejó que las cenizas volaran hacia la oscuridad, llevándose consigo los fragmentos de aquel dolor.

    La mujer abrió los ojos, respirando profundamente por primera vez en lo que parecían años. La sensación de alivio era sutil pero presente, como un peso que se había levantado, aunque las cicatrices invisibles aún estaban allí.

    —Gracias —murmuró, apenas un susurro.

    Lepus no respondió. Simplemente la observó un instante más, su rostro oculto tras la máscara de conejo, antes de desaparecer en las sombras, dejando tras de sí una paz que poco a poco envolvería a aquella alma herida.
    La habitación estaba en completa penumbra, iluminada únicamente por la luz trémula de dos velas: una blanca y una negra. El aire era denso, cargado con el peso de las emociones que resonaban en el silencio. Frente a Lepus, una mujer de mirada perdida sostenía un pergamino en blanco y una pluma. Sus manos temblaban. —¿Estás segura de que esto es lo que deseas? —preguntó Lepus, su voz suave pero firme, reverberando en el pequeño cuarto como un eco distante. La mujer asintió lentamente, sus ojos turbios de lágrimas contenidas. Había venido en busca de olvido, de la paz que no lograba encontrar. Lepus la observó un momento más antes de hacer un leve gesto con la mano, indicándole que comenzara. La pluma rozó el pergamino, y las palabras fluyeron como una herida abierta. La mujer escribió con un frenesí desesperado, dejando que los recuerdos se derramaran a través de la tinta: momentos, voces, rostros que deseaba borrar de su mente. Cada trazo parecía un paso hacia el alivio, aunque el dolor aún palpaba en el aire. Cuando terminó, Lepus se inclinó hacia las velas. Colocó el pergamino entre sus manos y lo sostuvo sobre la llama negra. —Al hacerlo —dijo Lepus, su tono solemne—, este recuerdo dejará de atormentarte. Se desvanecerá como el humo, y el dolor perderá su fuerza. No desaparecerá por completo, pero su peso ya no será el mismo. La mujer cerró los ojos y asintió de nuevo, sus labios temblorosos mientras se despedía de los fantasmas que tanto la habían consumido. Lepus dejó caer el pergamino en la llama negra, y el fuego lo devoró lentamente, consumiendo cada palabra escrita hasta que solo quedaron cenizas. El silencio que siguió fue profundo, como si el tiempo mismo hubiera hecho una pausa. Lepus recogió las cenizas con cuidado y caminó hacia la ventana abierta. El viento nocturno entraba suave y fresco. Con un movimiento delicado, dejó que las cenizas volaran hacia la oscuridad, llevándose consigo los fragmentos de aquel dolor. La mujer abrió los ojos, respirando profundamente por primera vez en lo que parecían años. La sensación de alivio era sutil pero presente, como un peso que se había levantado, aunque las cicatrices invisibles aún estaban allí. —Gracias —murmuró, apenas un susurro. Lepus no respondió. Simplemente la observó un instante más, su rostro oculto tras la máscara de conejo, antes de desaparecer en las sombras, dejando tras de sí una paz que poco a poco envolvería a aquella alma herida.
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  • Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias.

    Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición.

    Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro.

    El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste?

    Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta.

    Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante.

    En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos.

    Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.

    Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias. Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición. Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro. El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste? Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta. Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante. En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos. Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.
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  • Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido.

    Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío.

    Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.
    Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido. Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío. Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.
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  • ❏— ˚₊· ͟͟͞͞➳ ❝𝓒𝓪𝓷 𝔂𝓸𝓾 𝓱𝓮𝓪𝓻 𝓾𝓼?❞
    Fandom AHS, Coven.
    Categoría Terror
    ㅤOtra noche más en la abrumadora soledad del campo. El silencio era tan absoluto que incluso el susurro del viento parecía una amenaza latente. Había completado su habitual ronda por el granero, asegurándose de que cada uno de los animales estuviera alimentado y protegido del frío penetrante que auguraba la inminente llegada del invierno. Con pasos rápidos, se dirigió de vuelta a su pequeña casa. Sus brazos, apretados contra su cuerpo, intentaban en vano detener el avance del frío que atravesaba la fina tela de su camiseta de mangas largas y el modesto pantalón de pijama, insuficientes para una noche tan helada.

    ㅤEl chirrido agudo de la puerta de madera resonó en el silencio cuando la cerró, un eco perturbador en la quietud de la casa. No se molestó en girar la llave; su único deseo era alcanzar la cama lo más rápido posible, ansioso por envolverse en las mantas, buscando el consuelo del calor que su frágil refugio le ofrecía. Pero aquella calma, frágil e ilusoria, se desvaneció en un suspiro. Allí estaba, nuevamente, la figura oscura acechando desde la penumbra de la esquina del pasillo. La sonrisa perversa de aquel ser infernal brillaba en la oscuridad, haciendo que su piel se erizara con un terror que ya conocía demasiado bien.

    ㅤMentiría si dijera que su presencia no lo paralizaba de puro miedo. Esos ojos vacíos, muertos, lo atravesaban sin piedad, y aquel rostro... una abominación grotesca, como si estuviera formado por fragmentos de carne putrefacta, ensamblados en un intento macabro de imitar lo humano. El sonido de sus carcajadas, estruendosas y malignas, resonaba en sus oídos, helándole la sangre hasta el último rincón de su ser. Sabía lo que estaba sucediendo: otra visión, otra de esas pesadillas vivientes de las que no podía escapar. Intentó gritar, como tantas veces antes, pero su voz permaneció atrapada en su garganta, silenciada por el terror.

    ⸻ Tendrás que rendirte y venir con nosotros. Sabías que vendríamos por ti, ¿no es así?

    La voz siseante del ser rompió el silencio, como una sentencia de muerte. El joven se cubrió el rostro con las manos, sus respiraciones agitadas revelaban su creciente desesperación mientras buscaba refugio en sí mismo. Quería a su madre y a su abuela allí, junto a él, como lo habían estado en su niñez, protegiéndolo de las sombras que lo acechaban. No podía soportar esto solo.

    ⸻ ¡Aléjense de mí!

    Gritó, arrodillado en el suelo, sus ojos fijos en aquellas horribles caras que lo miraban con burla.


    ⸻ Calie, cariño. ¿Acaso no quieres venir con nosotros?

    ㅤLa voz de su abuela, distorsionada y manipulada por esas criaturas, hizo que algo dentro de él se rompiera. Aquella imitación perversa de la voz de su ser más querido fue demasiado. Las risas que lo rodeaban, un coro diabólico que parecía provenir de todas direcciones, lo desbordaban. Una rabia profunda empezó a bullir en su pecho, una furia tan intensa que casi desplazaba el miedo. No iba a dejar que lo arrastraran con ellos. No de esa manera.

    ⸻ ¡Cállense de una maldita vez! ¡Lárguense!

    ㅤRugió con una voz desgarrada, sintiendo cómo el aire llenaba sus pulmones con un vigor desesperado. En un parpadeo, todo cambió. Estaba sentado en el sofá, su cuerpo tembloroso, cubierto de sudor frío. Había despertado, pero la realidad y la pesadilla se entrelazaban tan profundamente que ya no podía distinguirlas. Lágrimas amargas corrían por su rostro mientras su pecho se sacudía con sollozos incontrolables. ¿Era miedo lo que sentía? ¿O la rabia lo estaba devorando desde adentro?

    Una última frase, resonando en lo profundo de su mente, como una advertencia olvidada.

    ❝ Las respuestas están donde se encuentran los huesos. ❞

    Sabía que debía averiguar su significado, y sabía que no le quedaba mucho tiempo.
    ㅤOtra noche más en la abrumadora soledad del campo. El silencio era tan absoluto que incluso el susurro del viento parecía una amenaza latente. Había completado su habitual ronda por el granero, asegurándose de que cada uno de los animales estuviera alimentado y protegido del frío penetrante que auguraba la inminente llegada del invierno. Con pasos rápidos, se dirigió de vuelta a su pequeña casa. Sus brazos, apretados contra su cuerpo, intentaban en vano detener el avance del frío que atravesaba la fina tela de su camiseta de mangas largas y el modesto pantalón de pijama, insuficientes para una noche tan helada. ㅤEl chirrido agudo de la puerta de madera resonó en el silencio cuando la cerró, un eco perturbador en la quietud de la casa. No se molestó en girar la llave; su único deseo era alcanzar la cama lo más rápido posible, ansioso por envolverse en las mantas, buscando el consuelo del calor que su frágil refugio le ofrecía. Pero aquella calma, frágil e ilusoria, se desvaneció en un suspiro. Allí estaba, nuevamente, la figura oscura acechando desde la penumbra de la esquina del pasillo. La sonrisa perversa de aquel ser infernal brillaba en la oscuridad, haciendo que su piel se erizara con un terror que ya conocía demasiado bien. ㅤMentiría si dijera que su presencia no lo paralizaba de puro miedo. Esos ojos vacíos, muertos, lo atravesaban sin piedad, y aquel rostro... una abominación grotesca, como si estuviera formado por fragmentos de carne putrefacta, ensamblados en un intento macabro de imitar lo humano. El sonido de sus carcajadas, estruendosas y malignas, resonaba en sus oídos, helándole la sangre hasta el último rincón de su ser. Sabía lo que estaba sucediendo: otra visión, otra de esas pesadillas vivientes de las que no podía escapar. Intentó gritar, como tantas veces antes, pero su voz permaneció atrapada en su garganta, silenciada por el terror. ⸻ Tendrás que rendirte y venir con nosotros. Sabías que vendríamos por ti, ¿no es así? La voz siseante del ser rompió el silencio, como una sentencia de muerte. El joven se cubrió el rostro con las manos, sus respiraciones agitadas revelaban su creciente desesperación mientras buscaba refugio en sí mismo. Quería a su madre y a su abuela allí, junto a él, como lo habían estado en su niñez, protegiéndolo de las sombras que lo acechaban. No podía soportar esto solo. ⸻ ¡Aléjense de mí! Gritó, arrodillado en el suelo, sus ojos fijos en aquellas horribles caras que lo miraban con burla. ⸻ Calie, cariño. ¿Acaso no quieres venir con nosotros? ㅤLa voz de su abuela, distorsionada y manipulada por esas criaturas, hizo que algo dentro de él se rompiera. Aquella imitación perversa de la voz de su ser más querido fue demasiado. Las risas que lo rodeaban, un coro diabólico que parecía provenir de todas direcciones, lo desbordaban. Una rabia profunda empezó a bullir en su pecho, una furia tan intensa que casi desplazaba el miedo. No iba a dejar que lo arrastraran con ellos. No de esa manera. ⸻ ¡Cállense de una maldita vez! ¡Lárguense! ㅤRugió con una voz desgarrada, sintiendo cómo el aire llenaba sus pulmones con un vigor desesperado. En un parpadeo, todo cambió. Estaba sentado en el sofá, su cuerpo tembloroso, cubierto de sudor frío. Había despertado, pero la realidad y la pesadilla se entrelazaban tan profundamente que ya no podía distinguirlas. Lágrimas amargas corrían por su rostro mientras su pecho se sacudía con sollozos incontrolables. ¿Era miedo lo que sentía? ¿O la rabia lo estaba devorando desde adentro? Una última frase, resonando en lo profundo de su mente, como una advertencia olvidada. ❝ Las respuestas están donde se encuentran los huesos. ❞ Sabía que debía averiguar su significado, y sabía que no le quedaba mucho tiempo.
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  • "Cincela una lágrima de oro en el mural; permuta el perfume de humor de la bilis de un abejorro evanescente".

    Él delinea sinuoso en la mejilla del imberbe, el tatuaje que regentará a su piel de ébano aun en la esclavitud. La escucha de modo creciente. Persigna un símbolo de paganizada acérrima, solícito en el Amor por el árbol del ahorcado ante el que tendió sus mañanas y principios.

    Escupe sobre las psiquiátricas heridas, las teje como parca aunque sea un macho acabado por resplandecer en el homónimo del heraldo silente que punza en su espalda.

    Oh, sus alas de astadas gamas, arremeten en noticias la compañía de una calmada avecilla de ubre colmada de podredumbre láctea. Como la vía láctea, arroja sus silbidos ante la cadencia de la peste y le permite amamantar a la cría; un puñado de monedas del hierro, que mata a los brujos y ambivalentes dromedarios, reposa en el espejo de sus extremidades.

    Las que arropan el excremento de la alimaña que succiona la amalgama de pechos de la santa que le da de comer. La cría tiene cuatro ojos; él seis. Los que contemplan la hazaña de su fábrica de lágrimas y corazones malheridos, captan el quehacer a los muñecos de carne y huesos que modula y lame con sus treinta lenguas. Esbozan un delineo de preguntas.

    ¿Quién recibirá el encargo esta vez?

    "Desconozco el remitente; la carta escrita con sangre azul, verde y amarilla se apropia de mis sueños cada vez que la huelo. Y como si fuera una ilusión olfativa, hiede con espasmos diferentes".

    "¿Cómo si fuese un secreto que retocan en una boca cosida con hilar de putrefactos dedos, de uñas carcomidas por quinientas agujas?".

    Persiste una pausa y, él o ella, contempla a la bruja de ébano y crecidas de luminaria boreal. Sobre sus doce cabezas perdura un objeto de tiempo tan diverso como una acuarela repartida en mil fragmentos sobre cuadros, tejidos, bordados. Es la beldad que le enseñó a pecar de manera original. Con ella rezó y yació en una tienda de ensuciadas pieles de los inmaculados e inmaculadas vírgenes.

    Todos profanados por ella, desde el dintel de sus puertas de piedras preciosas. Visita el templo tantas veces como puede, y alimenta al mismo niño, que no crece porque Amor es lo que falta en el reposo.

    "Dime, eterna redención, ¿perdurarán las lágrimas del infante en tus más macabros planes?".

    Él arropa la mejilla de la cría con un pellizco de su instrumento, y sangra apenas, apenas sangra. Él cercena un dédalo y la cría apenas emite queja; crece, crece, crece la extremidad como si se tratara de un astro recién aparecido.

    Ella lo estudia, canta gorgojos y embelesos de besos a la desgraciada hace mucho tiempo parida por un vientre desdentado. Esa que lubrica de su boca el ácido de una saliva tóxica sólo para mortales.

    "Fábrica lágrimas para él, y yo, delinearé tus labios con pintura en aceite. Te busco y te encuentro en mis sueños; en este portal de tiempo que no avanza eres el único que no me aprecia de mala gana".

    Otro diligente silencio que se asoma entre ellos; ella canta y él prosigue en forjar un cordel de lágrimas. Distinta salinidad, perfume y color. El sentir es diverso, tan arropado en las entrañas de la hembra.

    "¿Cómo lograré alcanzar los cielos si perduramos en este universo terrenal y triste?".

    En Ella se despertó el Amor; en Él la costumbre. En la cría una música ausente venida desde ultramar.
    "Cincela una lágrima de oro en el mural; permuta el perfume de humor de la bilis de un abejorro evanescente". Él delinea sinuoso en la mejilla del imberbe, el tatuaje que regentará a su piel de ébano aun en la esclavitud. La escucha de modo creciente. Persigna un símbolo de paganizada acérrima, solícito en el Amor por el árbol del ahorcado ante el que tendió sus mañanas y principios. Escupe sobre las psiquiátricas heridas, las teje como parca aunque sea un macho acabado por resplandecer en el homónimo del heraldo silente que punza en su espalda. Oh, sus alas de astadas gamas, arremeten en noticias la compañía de una calmada avecilla de ubre colmada de podredumbre láctea. Como la vía láctea, arroja sus silbidos ante la cadencia de la peste y le permite amamantar a la cría; un puñado de monedas del hierro, que mata a los brujos y ambivalentes dromedarios, reposa en el espejo de sus extremidades. Las que arropan el excremento de la alimaña que succiona la amalgama de pechos de la santa que le da de comer. La cría tiene cuatro ojos; él seis. Los que contemplan la hazaña de su fábrica de lágrimas y corazones malheridos, captan el quehacer a los muñecos de carne y huesos que modula y lame con sus treinta lenguas. Esbozan un delineo de preguntas. ¿Quién recibirá el encargo esta vez? "Desconozco el remitente; la carta escrita con sangre azul, verde y amarilla se apropia de mis sueños cada vez que la huelo. Y como si fuera una ilusión olfativa, hiede con espasmos diferentes". "¿Cómo si fuese un secreto que retocan en una boca cosida con hilar de putrefactos dedos, de uñas carcomidas por quinientas agujas?". Persiste una pausa y, él o ella, contempla a la bruja de ébano y crecidas de luminaria boreal. Sobre sus doce cabezas perdura un objeto de tiempo tan diverso como una acuarela repartida en mil fragmentos sobre cuadros, tejidos, bordados. Es la beldad que le enseñó a pecar de manera original. Con ella rezó y yació en una tienda de ensuciadas pieles de los inmaculados e inmaculadas vírgenes. Todos profanados por ella, desde el dintel de sus puertas de piedras preciosas. Visita el templo tantas veces como puede, y alimenta al mismo niño, que no crece porque Amor es lo que falta en el reposo. "Dime, eterna redención, ¿perdurarán las lágrimas del infante en tus más macabros planes?". Él arropa la mejilla de la cría con un pellizco de su instrumento, y sangra apenas, apenas sangra. Él cercena un dédalo y la cría apenas emite queja; crece, crece, crece la extremidad como si se tratara de un astro recién aparecido. Ella lo estudia, canta gorgojos y embelesos de besos a la desgraciada hace mucho tiempo parida por un vientre desdentado. Esa que lubrica de su boca el ácido de una saliva tóxica sólo para mortales. "Fábrica lágrimas para él, y yo, delinearé tus labios con pintura en aceite. Te busco y te encuentro en mis sueños; en este portal de tiempo que no avanza eres el único que no me aprecia de mala gana". Otro diligente silencio que se asoma entre ellos; ella canta y él prosigue en forjar un cordel de lágrimas. Distinta salinidad, perfume y color. El sentir es diverso, tan arropado en las entrañas de la hembra. "¿Cómo lograré alcanzar los cielos si perduramos en este universo terrenal y triste?". En Ella se despertó el Amor; en Él la costumbre. En la cría una música ausente venida desde ultramar.
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  • 𝒫𝑒𝑔𝒶𝓂𝑒𝓃𝓉𝑜
    Fandom Multifandom
    Categoría Drama
    Igual que un jarrón roto, solo hay pedazos rotos en mil pequeños fragmentos, solamente ella misma es la única que puede recomponer lo que en su día destruyó.

    Sebastián Sallow
    Igual que un jarrón roto, solo hay pedazos rotos en mil pequeños fragmentos, solamente ella misma es la única que puede recomponer lo que en su día destruyó. [Gaunthx]
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  • Al amanecer, los primeros rayos de sol se filtraron a través de las copas de los árboles, bañando el bosque en una cálida luz dorada. El rocío cubría la hierba y las hojas, brillando como diminutas perlas en la penumbra matutina. Él yacía en el suelo, envuelto en el silencio del nuevo día.

    Un temblor recorrió su cuerpo, y abrió los ojos lentamente. La niebla de la noche anterior todavía envolvía su mente, mezclada con fragmentos de recuerdos borrosos y sensaciones descontroladas. Con esfuerzo, se incorporó, notando la sensación fría y húmeda de la tierra bajo su piel desnuda.

    —Otra vez...— murmuró, pasando una mano por su rostro, aún adormecido por la pesadez de la transformación.

    Miró a su alrededor, tratando de orientarse. No reconocía el lugar donde estaba; las sombras alargadas de los árboles y el susurro del viento entre las hojas eran todo lo que tenía como guía. La sensación de haber perdido una parte de sí mismo, de haberse desconectado del mundo durante la noche, era abrumadora.

    —¿Dónde... estoy?— Se levantó con dificultad, tambaleándose al principio, sus piernas aún débiles por la transformación.

    Miró sus manos, ahora humanas nuevamente, sin rastro de las garras que las habían reemplazado horas antes. Sus dedos estaban llenos de tierra, las uñas rotas y las palmas arañadas. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y moretones, prueba de su frenesí nocturno. Una vaga sensación de desesperanza lo invadió al darse cuenta de lo que había pasado.

    —No puedo seguir así— dijo en voz baja, sacudiendo la cabeza, tratando de despejar los pensamientos oscuros que lo acechaban.

    Se adentró en el bosque, tratando de encontrar algún rastro que lo guiara de vuelta a su hogar, cualquier señal que pudiera indicarle en qué dirección debía caminar. Con cada paso, sentía el peso de la noche pasada en sus hombros, un recordatorio de la bestia que llevaba dentro, una parte de sí mismo que nunca podría escapar.

    —Tengo que aprender a controlarlo...— murmuró, con la voz rota por la frustración y el cansancio.
    Al amanecer, los primeros rayos de sol se filtraron a través de las copas de los árboles, bañando el bosque en una cálida luz dorada. El rocío cubría la hierba y las hojas, brillando como diminutas perlas en la penumbra matutina. Él yacía en el suelo, envuelto en el silencio del nuevo día. Un temblor recorrió su cuerpo, y abrió los ojos lentamente. La niebla de la noche anterior todavía envolvía su mente, mezclada con fragmentos de recuerdos borrosos y sensaciones descontroladas. Con esfuerzo, se incorporó, notando la sensación fría y húmeda de la tierra bajo su piel desnuda. —Otra vez...— murmuró, pasando una mano por su rostro, aún adormecido por la pesadez de la transformación. Miró a su alrededor, tratando de orientarse. No reconocía el lugar donde estaba; las sombras alargadas de los árboles y el susurro del viento entre las hojas eran todo lo que tenía como guía. La sensación de haber perdido una parte de sí mismo, de haberse desconectado del mundo durante la noche, era abrumadora. —¿Dónde... estoy?— Se levantó con dificultad, tambaleándose al principio, sus piernas aún débiles por la transformación. Miró sus manos, ahora humanas nuevamente, sin rastro de las garras que las habían reemplazado horas antes. Sus dedos estaban llenos de tierra, las uñas rotas y las palmas arañadas. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y moretones, prueba de su frenesí nocturno. Una vaga sensación de desesperanza lo invadió al darse cuenta de lo que había pasado. —No puedo seguir así— dijo en voz baja, sacudiendo la cabeza, tratando de despejar los pensamientos oscuros que lo acechaban. Se adentró en el bosque, tratando de encontrar algún rastro que lo guiara de vuelta a su hogar, cualquier señal que pudiera indicarle en qué dirección debía caminar. Con cada paso, sentía el peso de la noche pasada en sus hombros, un recordatorio de la bestia que llevaba dentro, una parte de sí mismo que nunca podría escapar. —Tengo que aprender a controlarlo...— murmuró, con la voz rota por la frustración y el cansancio.
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  • Había pasado los últimos cuatro días sumergida en una búsqueda de respuestas. Su mente comenzaba a esclarecerse poco a poco gracias a los fragmentos de su vida anterior que emergían a la superficie. Sin embargo, el camino que debía seguir seguía siendo incierto, especialmente después de no encontrar las respuestas que buscaba en el pueblo de Leyndell.

    Cuando llegó al pueblo, su presencia imponente no pasó desapercibida. Los habitantes, acostumbrados a una vida tranquila, retrocedieron con miedo al ver su armadura plateada y las dos enormes espadas que colgaban de sus caderas. Aunque decidió quitarse el casco para parecer menos amenazante, la intimidación en sus ojos azul intenso y la frialdad en su expresión mantenían a la mayoría a una distancia prudente.

    Esa mañana, tras una noche de descanso en una posada modesta, se dirigió a la taberna del pueblo con un objetivo claro: trazar un plan. Pidió un plato de carne y una jarra de agua mientras desplegaba un mapa en la mesa. Sus ojos afilados recorrieron los contornos del mapa, buscando puntos estratégicos, lugares donde pudiera encontrar la información que necesitaba para entender su resurrección y su propósito.

    Con el mapa extendido frente a ella, comenzó a marcar ubicaciones clave. Sus conocimientos de los territorios circundantes, junto con los recuerdos que habían comenzado a aflorar, le permitieron identificar varias zonas donde podría hallar las respuestas que ansiaba.
    Había pasado los últimos cuatro días sumergida en una búsqueda de respuestas. Su mente comenzaba a esclarecerse poco a poco gracias a los fragmentos de su vida anterior que emergían a la superficie. Sin embargo, el camino que debía seguir seguía siendo incierto, especialmente después de no encontrar las respuestas que buscaba en el pueblo de Leyndell. Cuando llegó al pueblo, su presencia imponente no pasó desapercibida. Los habitantes, acostumbrados a una vida tranquila, retrocedieron con miedo al ver su armadura plateada y las dos enormes espadas que colgaban de sus caderas. Aunque decidió quitarse el casco para parecer menos amenazante, la intimidación en sus ojos azul intenso y la frialdad en su expresión mantenían a la mayoría a una distancia prudente. Esa mañana, tras una noche de descanso en una posada modesta, se dirigió a la taberna del pueblo con un objetivo claro: trazar un plan. Pidió un plato de carne y una jarra de agua mientras desplegaba un mapa en la mesa. Sus ojos afilados recorrieron los contornos del mapa, buscando puntos estratégicos, lugares donde pudiera encontrar la información que necesitaba para entender su resurrección y su propósito. Con el mapa extendido frente a ella, comenzó a marcar ubicaciones clave. Sus conocimientos de los territorios circundantes, junto con los recuerdos que habían comenzado a aflorar, le permitieron identificar varias zonas donde podría hallar las respuestas que ansiaba.
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  • La noche estaba cubierta por un cielo sin estrellas, apenas interrumpido por las luces distantes de la ciudad y el resplandor de las farolas que bordeaban el río. Dentro del auto, la joven, de cabello casi blanco que caía en cascada sobre sus hombros, observaba a través de la ventana el paisaje urbano que desfilaba a su lado. Las luces neón en el interior del vehículo reflejaban en su piel, creando un juego de sombras y colores que contrastaban con su expresión inmutable.

    El suave sonido de “Viseur de Joanna” llenaba el auto, complementando el silencio cómplice que compartía con su acompañante, un hombre de presencia firme y elegante que conducía sin prisa. No era necesario intercambiar palabras; ambos parecían comprender que la magia de aquel momento residía en la tranquilidad y en la conexión no verbal que compartían.

    Mientras cruzaban el puente, las luces del río brillaban intensamente, reflejándose en las aguas oscuras como si fueran fragmentos de estrellas caídas. Ella cerró los ojos por un instante, disfrutando de la música y del ambiente que los envolvía. Era una noche donde el tiempo parecía detenerse, donde la diversión no estaba en las fiestas, sino en la experiencia misma, en la sutil armonía entre el entorno, la música y la compañía.
    La noche estaba cubierta por un cielo sin estrellas, apenas interrumpido por las luces distantes de la ciudad y el resplandor de las farolas que bordeaban el río. Dentro del auto, la joven, de cabello casi blanco que caía en cascada sobre sus hombros, observaba a través de la ventana el paisaje urbano que desfilaba a su lado. Las luces neón en el interior del vehículo reflejaban en su piel, creando un juego de sombras y colores que contrastaban con su expresión inmutable. El suave sonido de “Viseur de Joanna” llenaba el auto, complementando el silencio cómplice que compartía con su acompañante, un hombre de presencia firme y elegante que conducía sin prisa. No era necesario intercambiar palabras; ambos parecían comprender que la magia de aquel momento residía en la tranquilidad y en la conexión no verbal que compartían. Mientras cruzaban el puente, las luces del río brillaban intensamente, reflejándose en las aguas oscuras como si fueran fragmentos de estrellas caídas. Ella cerró los ojos por un instante, disfrutando de la música y del ambiente que los envolvía. Era una noche donde el tiempo parecía detenerse, donde la diversión no estaba en las fiestas, sino en la experiencia misma, en la sutil armonía entre el entorno, la música y la compañía.
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  • —La armadura de batalla, un recurso invaluable entre las filas de los Alquimistas y de todo ser conocido sobre los 7 reinos, deslumbrante y radiante, amada por muchos e igual de temida por otros. Este poderoso atuendo de guerra fue construido en la primer era en que se tiene registro de los pioneros de la orden de Alquimistas. Creada por los mejores herreros y hechiceros de la época, se destacaba por estar encantada en un poder mágico sin igual, hecha y trabajada sobre metal y fragmentos de partes de muchas criaturas legendarias; se decía que era el arma de destrucción más versátil.

    Esta poderosa herramienta bélica imbuía a su portador de un poder mágico pavoroso que se traducía en un incremento sustancial de sus capacidades físicas, su velocidad, el poder de sus golpes, el blandir una espada, incluso los reflejos del usuario; todo se incrementaba a niveles insospechados. Estas armaduras legendarias habían sido creadas de forma secreta y muy limitada a lo largo y ancho de todos los reinos, siendo que solo existían 5 de ellas.

    Un alquimista de por sí era una máquina de matar casi perfecta, con muy pocas falencias a la hora de producir una carnicería o de eliminar amenazas, pero al portar esta armadura, uno de estos mutantes se transformaba literalmente en un ejército completo de un solo hombre. Muy pocos guerreros tenían acceso y permiso para portarlas, siendo Alex uno de esos pocos usuarios, los cuales podían permitirse utilizarlas solo bajo ciertos criterios especiales.



    El erudito se encontraba dentro de uno de los reinos más poderosos del este; el rey en persona había pedido y exigido la presencia del susodicho, ya que años atrás este había salvado a su hija más pequeña de un ejército de mercenarios conocidos como "El colmillo de Azar", un grupo terrorista dedicado a la infiltración, el subterfugio y a sembrar el caos por el mundo conocido. El monarca sabía de las habilidades y la experiencia en batalla de Alex, por lo que no dudó en contratar los servicios de la "Orden de Alquimistas" para erradicar el predicamento que ahora asolaba su reino.

    El mutante se mantuvo en su postura habitual, observando el entorno. La guardia real del rey y las "10 espadas de Braham" estaban allí cubriendo a su líder en posición de descanso, pero mostrando siempre una mano cerca de la vaina de sus espadas. A la izquierda del rey se hallaba la emperatriz y consejera personal del mismo; a la derecha en un pequeño trono estaba su primogénita y única hija (quien había sido salvada por el Alquimista tiempo atrás). Las refulgentes placas de metal encantado de la armadura del Maestro de las artes Arcanas parecían tener vida propia; incluso un ojo no entrenado podía sentir su aura y ver cómo parecía desprender luz de la nada misma. Todo aquello impactaba en demasía a los presentes; incluso el Rey, quien estaba desesperado, sentía miedo de la presencia de Alex.

    Un suspiro tembloroso surgió de entre los monárquicos labios del Rey, quien no vaciló al momento de contarle al Alquimista la tragedia que estaba destruyendo su reino. Ni más ni menos, un ejército de dragones salvajes liderados por el "Gran Terror Dorado", quien era considerada la pesadilla voladora más horripilante que se haya visto en el Este; un dragón con una envergadura difícil de calcular, pero que con su solo aleteo producía que los árboles se quebraran y rompieran ante su presencia. Se decía que su rugido podía cruzar cordilleras enteras, incluso que su propia sombra al vuelo era capaz de cubrir casi la totalidad del Reino donde Alex se hallaba, estaban causando un temor indescriptible y bajas sustanciales en el ejército del Monarca presente.

    Luego de oír las trifulcas y desvaríos de un rey, el cual estaba al borde de la locura debido a un ataque continuo de ansiedad y depresión, Alex solo pudo citar una frase antes de salir caminando por la puerta principal de la sala real.

    "No temas, viejo Rey, así como tu enemigo desoló a tu pueblo, quemó tus granjas, a tus soldados y sembró el miedo en todas las clases sociales y etarias, le haré saber que todo acto de genocidio tiene consecuencias. Al alba, esta pestilente y asquerosa serpiente, así como su ejército de deformes alados escupe fuego, caerá al amanecer; que tú y tus hombres vigilen las entradas principales. Espero que ese dragón disfrute de su comida esta noche, porque será la última."

    —Exclamó con autoridad y poder, mientras sus pisadas amplificadas por la armadura encantada resonaban en la sala principal del Rey; este no pudo evitar soltar un suspiro de alivio; incluso los soldados presentes y la guardia real no pudieron evitar vitorear al Guerrero que yacía ante ellos, contagiando y subiendo la moral de todos los presentes; Alex se marchó para preparar la batalla..
    —La armadura de batalla, un recurso invaluable entre las filas de los Alquimistas y de todo ser conocido sobre los 7 reinos, deslumbrante y radiante, amada por muchos e igual de temida por otros. Este poderoso atuendo de guerra fue construido en la primer era en que se tiene registro de los pioneros de la orden de Alquimistas. Creada por los mejores herreros y hechiceros de la época, se destacaba por estar encantada en un poder mágico sin igual, hecha y trabajada sobre metal y fragmentos de partes de muchas criaturas legendarias; se decía que era el arma de destrucción más versátil. Esta poderosa herramienta bélica imbuía a su portador de un poder mágico pavoroso que se traducía en un incremento sustancial de sus capacidades físicas, su velocidad, el poder de sus golpes, el blandir una espada, incluso los reflejos del usuario; todo se incrementaba a niveles insospechados. Estas armaduras legendarias habían sido creadas de forma secreta y muy limitada a lo largo y ancho de todos los reinos, siendo que solo existían 5 de ellas. Un alquimista de por sí era una máquina de matar casi perfecta, con muy pocas falencias a la hora de producir una carnicería o de eliminar amenazas, pero al portar esta armadura, uno de estos mutantes se transformaba literalmente en un ejército completo de un solo hombre. Muy pocos guerreros tenían acceso y permiso para portarlas, siendo Alex uno de esos pocos usuarios, los cuales podían permitirse utilizarlas solo bajo ciertos criterios especiales. El erudito se encontraba dentro de uno de los reinos más poderosos del este; el rey en persona había pedido y exigido la presencia del susodicho, ya que años atrás este había salvado a su hija más pequeña de un ejército de mercenarios conocidos como "El colmillo de Azar", un grupo terrorista dedicado a la infiltración, el subterfugio y a sembrar el caos por el mundo conocido. El monarca sabía de las habilidades y la experiencia en batalla de Alex, por lo que no dudó en contratar los servicios de la "Orden de Alquimistas" para erradicar el predicamento que ahora asolaba su reino. El mutante se mantuvo en su postura habitual, observando el entorno. La guardia real del rey y las "10 espadas de Braham" estaban allí cubriendo a su líder en posición de descanso, pero mostrando siempre una mano cerca de la vaina de sus espadas. A la izquierda del rey se hallaba la emperatriz y consejera personal del mismo; a la derecha en un pequeño trono estaba su primogénita y única hija (quien había sido salvada por el Alquimista tiempo atrás). Las refulgentes placas de metal encantado de la armadura del Maestro de las artes Arcanas parecían tener vida propia; incluso un ojo no entrenado podía sentir su aura y ver cómo parecía desprender luz de la nada misma. Todo aquello impactaba en demasía a los presentes; incluso el Rey, quien estaba desesperado, sentía miedo de la presencia de Alex. Un suspiro tembloroso surgió de entre los monárquicos labios del Rey, quien no vaciló al momento de contarle al Alquimista la tragedia que estaba destruyendo su reino. Ni más ni menos, un ejército de dragones salvajes liderados por el "Gran Terror Dorado", quien era considerada la pesadilla voladora más horripilante que se haya visto en el Este; un dragón con una envergadura difícil de calcular, pero que con su solo aleteo producía que los árboles se quebraran y rompieran ante su presencia. Se decía que su rugido podía cruzar cordilleras enteras, incluso que su propia sombra al vuelo era capaz de cubrir casi la totalidad del Reino donde Alex se hallaba, estaban causando un temor indescriptible y bajas sustanciales en el ejército del Monarca presente. Luego de oír las trifulcas y desvaríos de un rey, el cual estaba al borde de la locura debido a un ataque continuo de ansiedad y depresión, Alex solo pudo citar una frase antes de salir caminando por la puerta principal de la sala real. "No temas, viejo Rey, así como tu enemigo desoló a tu pueblo, quemó tus granjas, a tus soldados y sembró el miedo en todas las clases sociales y etarias, le haré saber que todo acto de genocidio tiene consecuencias. Al alba, esta pestilente y asquerosa serpiente, así como su ejército de deformes alados escupe fuego, caerá al amanecer; que tú y tus hombres vigilen las entradas principales. Espero que ese dragón disfrute de su comida esta noche, porque será la última." —Exclamó con autoridad y poder, mientras sus pisadas amplificadas por la armadura encantada resonaban en la sala principal del Rey; este no pudo evitar soltar un suspiro de alivio; incluso los soldados presentes y la guardia real no pudieron evitar vitorear al Guerrero que yacía ante ellos, contagiando y subiendo la moral de todos los presentes; Alex se marchó para preparar la batalla..
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