(Cassian se sirve vino. No se sienta. Camina frente al ventanal, con una mano en el bolsillo. La voz es baja, grave, con ese acento indescifrable que no pertenece del todo a ningún país.)
— Dicen que el mundo ya no nos pertenece.
Que los linajes murieron. Que la sangre es solo biología.
(Sonríe apenas)
Ignoran lo esencial:
la sangre no es herencia… es un mandato.
(Hace una pausa. Se gira lentamente hacia un sillón vacío. Lo observa como si alguien estuviera allí.)
Mi apellido pesa más que una nación.
Medici.
Lo han convertido en adorno para postales, en murmullo de museos.
Pero bajo los mármoles y los frescos, la sangre sigue fluyendo…
— y yo soy su cauce.
(Camina hacia una vieja biblioteca. Toma un libro sin mirar. Lo abre con elegancia, sin leerlo.)
Mi abuelo me enseñó a calcular cuánto vale un alma.
Mi madre me enseñó a quebrarla.
Y mi padre… bueno,
él solo supo morir.
(Cierra el libro. Bebe un sorbo de vino.)
Me nombraron Custode della Linea cuando cumplí veintiocho.
Demasiado joven, dijeron algunos.
Ignoraban que fui viejo antes de nacer.
(Se acerca al escritorio. Toca un anillo de sello sobre una caja de cristal. Lo observa como si hablara con él.)
No lidero con discursos. No necesito multitudes.
Yo negocio en los márgenes,
yo invoco con papeles,
yo destruyo con símbolos.
(Hace una pausa. El tono baja, pero se vuelve más tenso.)
Quieren olvidar lo que fuimos.
Quieren borrar la línea.
Quieren que me arrodille…
(Silencio. Deja la copa. Se pone el anillo.)
Entonces mirarán mis ojos y entenderán:
el renacimiento no es arte.
Es fuego.
— Dicen que el mundo ya no nos pertenece.
Que los linajes murieron. Que la sangre es solo biología.
(Sonríe apenas)
Ignoran lo esencial:
la sangre no es herencia… es un mandato.
(Hace una pausa. Se gira lentamente hacia un sillón vacío. Lo observa como si alguien estuviera allí.)
Mi apellido pesa más que una nación.
Medici.
Lo han convertido en adorno para postales, en murmullo de museos.
Pero bajo los mármoles y los frescos, la sangre sigue fluyendo…
— y yo soy su cauce.
(Camina hacia una vieja biblioteca. Toma un libro sin mirar. Lo abre con elegancia, sin leerlo.)
Mi abuelo me enseñó a calcular cuánto vale un alma.
Mi madre me enseñó a quebrarla.
Y mi padre… bueno,
él solo supo morir.
(Cierra el libro. Bebe un sorbo de vino.)
Me nombraron Custode della Linea cuando cumplí veintiocho.
Demasiado joven, dijeron algunos.
Ignoraban que fui viejo antes de nacer.
(Se acerca al escritorio. Toca un anillo de sello sobre una caja de cristal. Lo observa como si hablara con él.)
No lidero con discursos. No necesito multitudes.
Yo negocio en los márgenes,
yo invoco con papeles,
yo destruyo con símbolos.
(Hace una pausa. El tono baja, pero se vuelve más tenso.)
Quieren olvidar lo que fuimos.
Quieren borrar la línea.
Quieren que me arrodille…
(Silencio. Deja la copa. Se pone el anillo.)
Entonces mirarán mis ojos y entenderán:
el renacimiento no es arte.
Es fuego.
(Cassian se sirve vino. No se sienta. Camina frente al ventanal, con una mano en el bolsillo. La voz es baja, grave, con ese acento indescifrable que no pertenece del todo a ningún país.)
— Dicen que el mundo ya no nos pertenece.
Que los linajes murieron. Que la sangre es solo biología.
(Sonríe apenas)
Ignoran lo esencial:
la sangre no es herencia… es un mandato.
(Hace una pausa. Se gira lentamente hacia un sillón vacío. Lo observa como si alguien estuviera allí.)
Mi apellido pesa más que una nación.
Medici.
Lo han convertido en adorno para postales, en murmullo de museos.
Pero bajo los mármoles y los frescos, la sangre sigue fluyendo…
— y yo soy su cauce.
(Camina hacia una vieja biblioteca. Toma un libro sin mirar. Lo abre con elegancia, sin leerlo.)
Mi abuelo me enseñó a calcular cuánto vale un alma.
Mi madre me enseñó a quebrarla.
Y mi padre… bueno,
él solo supo morir.
(Cierra el libro. Bebe un sorbo de vino.)
Me nombraron Custode della Linea cuando cumplí veintiocho.
Demasiado joven, dijeron algunos.
Ignoraban que fui viejo antes de nacer.
(Se acerca al escritorio. Toca un anillo de sello sobre una caja de cristal. Lo observa como si hablara con él.)
No lidero con discursos. No necesito multitudes.
Yo negocio en los márgenes,
yo invoco con papeles,
yo destruyo con símbolos.
(Hace una pausa. El tono baja, pero se vuelve más tenso.)
Quieren olvidar lo que fuimos.
Quieren borrar la línea.
Quieren que me arrodille…
(Silencio. Deja la copa. Se pone el anillo.)
Entonces mirarán mis ojos y entenderán:
el renacimiento no es arte.
Es fuego.



