• -miren les queria enseñar un espejo que me regalo mi mamá por que al fin pude toma runa forma fisica- con emocion metio una de sus manos dentro del pelaje de su cuello y se dispuso a rebuscar ahsta que saco algo -vez a que no... espera este es un colar... espareme, no esto tampoco, no... esto es de mi hermano por que lo tengo yo?... espera te juro que lo tengo- de la frustracion empezo a buscar con ambas manos dentro de su pelaje dejando caer joyas, monedas, collares y hasta un gato cayo de su pelaje hasta que porfin saco lo que buscaba -AJA! te dije que lo tenia, a que esta bien hermoso con su cisne?- sonrio orgulloso tratando de ocultar la pila de objetos detral de el
    -miren les queria enseñar un espejo que me regalo mi mamá por que al fin pude toma runa forma fisica- con emocion metio una de sus manos dentro del pelaje de su cuello y se dispuso a rebuscar ahsta que saco algo -vez a que no... espera este es un colar... espareme, no esto tampoco, no... esto es de mi hermano por que lo tengo yo?... espera te juro que lo tengo- de la frustracion empezo a buscar con ambas manos dentro de su pelaje dejando caer joyas, monedas, collares y hasta un gato cayo de su pelaje hasta que porfin saco lo que buscaba -AJA! te dije que lo tenia, a que esta bien hermoso con su cisne?- sonrio orgulloso tratando de ocultar la pila de objetos detral de el
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  • Sí debía de ser sincera, le hubiera gustado poder posponer por mucho más tiempo todo aquello y no precisamente por que le doliera o no quisiera dar ese paso, finalmente, era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo. Pero el tener que verbalizarlo, enfrentarse a él y a su opinión... No era fácil.

    Llevaba la correa de Artto en la mano, después de terminar de sacar y limpiar toda su madriguera, la peliverde había dado un último paseo con él. Cuando por fin le retiró el collar improvisado y quedó sin correa, el bichejo tardó un momento en entender que pasaba. Fue una despedida corta, el lagarto se perdió rápidamente entre las dunas.

    Nelliel se dijo que tenía que asegurarse que no le pasaría nada, simple excusa para no tener que regresar todavía al palacio. Ya no tenía nada más que hacer ahí. Hueco Mundo ya no significaba nada para ella, ni tampoco sentía ya conexión con aquella arena. Era momento de dejarlo todo atrás.

    MIentras sus pasos se dirigían de nuevo a Las Noches, el peso que se había ido en cuanto tomó la decisión de irse poco a poco se fue instalando de nuevo, aunque esta vez, reconocía la diferencia; no era cansancio, era miedo. Le tenía un temor atroz a lo que tenía que hacer. En Hueco Mundo nunca había terminado de sentirse aceptada, incluso cuando no conocía más, sin embargo, admitía que lo más parecido que había tenido a un momento de felicidad había sido con el peliazul.

    Inspiró hondo, una vez parada frente a la puerta de su habitación. Sí, Huco Mundo ya no era su hogar y ya no significaba nada, pero él seguía siendo su compañero, por más distancia que pusieran, por más que su relación se haya fracturado. Tocó un par de veces la puerta, tragando saliva.

    — ¿Grimmjow?

    Grimmjow Jaegerjaquez
    Sí debía de ser sincera, le hubiera gustado poder posponer por mucho más tiempo todo aquello y no precisamente por que le doliera o no quisiera dar ese paso, finalmente, era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo. Pero el tener que verbalizarlo, enfrentarse a él y a su opinión... No era fácil. Llevaba la correa de Artto en la mano, después de terminar de sacar y limpiar toda su madriguera, la peliverde había dado un último paseo con él. Cuando por fin le retiró el collar improvisado y quedó sin correa, el bichejo tardó un momento en entender que pasaba. Fue una despedida corta, el lagarto se perdió rápidamente entre las dunas. Nelliel se dijo que tenía que asegurarse que no le pasaría nada, simple excusa para no tener que regresar todavía al palacio. Ya no tenía nada más que hacer ahí. Hueco Mundo ya no significaba nada para ella, ni tampoco sentía ya conexión con aquella arena. Era momento de dejarlo todo atrás. MIentras sus pasos se dirigían de nuevo a Las Noches, el peso que se había ido en cuanto tomó la decisión de irse poco a poco se fue instalando de nuevo, aunque esta vez, reconocía la diferencia; no era cansancio, era miedo. Le tenía un temor atroz a lo que tenía que hacer. En Hueco Mundo nunca había terminado de sentirse aceptada, incluso cuando no conocía más, sin embargo, admitía que lo más parecido que había tenido a un momento de felicidad había sido con el peliazul. Inspiró hondo, una vez parada frente a la puerta de su habitación. Sí, Huco Mundo ya no era su hogar y ya no significaba nada, pero él seguía siendo su compañero, por más distancia que pusieran, por más que su relación se haya fracturado. Tocó un par de veces la puerta, tragando saliva. — ¿Grimmjow? [6espada]
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  • Damon uso el poco control que aún tenía con Caroline, hizo que apareciera en casa, fue ella quién lo liberó se metió por el medio nuestro sobrino, no lo consiguió Damon lo asesinó.
    Su muerte salvo a Caroline, no fue agradable que que enterrarlo.

    El collar que llevaba Caroline y que se suponía que se la regaló mi hermano, se lo dio a Aria Turner.
    Resulto que una de las antepasadas de Aria era una bruja, uso el collar para encerrar a Katherine y otros vampiros.
    Su antepasada logró introducirse en el cuerpo de Aria para destruirlo, fui con Hannah para detener a mi hermano.
    Ella también es una bruja igual que Aria.

    Logró deshacerse para siempre del collar, Damon llegó antes y la mordió pero Hannah uso su magia y consiguió detenerlo.


    Por mi cumpleaños me visitó mi mejor amiga Lexis, a la noche lo celebramos, desconocía que ciertos miembros el pueblo están buscando al vampiro que ya asesinado varías veces y que mi propio hermano se unió a ellos.

    Y él mismo acabo con mi mejor amiga.

    Ahora hay un tercer vampiro que ha llegado Mystic Falls debemos encontrarlo y destruirlo.
    Damon uso el poco control que aún tenía con Caroline, hizo que apareciera en casa, fue ella quién lo liberó se metió por el medio nuestro sobrino, no lo consiguió Damon lo asesinó. Su muerte salvo a Caroline, no fue agradable que que enterrarlo. El collar que llevaba Caroline y que se suponía que se la regaló mi hermano, se lo dio a Aria Turner. Resulto que una de las antepasadas de Aria era una bruja, uso el collar para encerrar a Katherine y otros vampiros. Su antepasada logró introducirse en el cuerpo de Aria para destruirlo, fui con Hannah para detener a mi hermano. Ella también es una bruja igual que Aria. Logró deshacerse para siempre del collar, Damon llegó antes y la mordió pero Hannah uso su magia y consiguió detenerlo. Por mi cumpleaños me visitó mi mejor amiga Lexis, a la noche lo celebramos, desconocía que ciertos miembros el pueblo están buscando al vampiro que ya asesinado varías veces y que mi propio hermano se unió a ellos. Y él mismo acabo con mi mejor amiga. Ahora hay un tercer vampiro que ha llegado Mystic Falls debemos encontrarlo y destruirlo.
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  • La rutina era su mejor amiga.
    05:00 Despierta sin alarma alguna, su cuerpo estaba acostumbrado a ese horario.
    05:40 Ejercicio.
    06:15 Ducha y desayuno.

    Cuando el reloj marca las 07:15, el enorme doberman que aún dormía en su cama a los pies de la de Amelia, está puntualmente esperando en la puerta con su collar entre los dientes.

    — Eres incluso mas puntual que yo Aramis. Podrías pasearte tu solo ¿lo sabes?

    El perro parece entenderla y deja escapar un gruñido bajo.

    — Lo sé, lo sé te encanta pasear conmigo. Anda vamos.

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    La rutina era su mejor amiga. 05:00 Despierta sin alarma alguna, su cuerpo estaba acostumbrado a ese horario. 05:40 Ejercicio. 06:15 Ducha y desayuno. Cuando el reloj marca las 07:15, el enorme doberman que aún dormía en su cama a los pies de la de Amelia, está puntualmente esperando en la puerta con su collar entre los dientes. — Eres incluso mas puntual que yo Aramis. Podrías pasearte tu solo ¿lo sabes? El perro parece entenderla y deja escapar un gruñido bajo. — Lo sé, lo sé te encanta pasear conmigo. Anda vamos. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Mi rol:
    LOS ODIO A TODOS, HIJOS DE PUTA, LOS ODIO, MUERAN MALDITAS CREATURAS, PÚDRANSE EN EL INFIERNO Y DEJEN DE REVIVIR, DÉJENME DORMIR, POR SU CULPA DUERMO DE DIA, POR SU CULPA TENGO QUE DORMIR ABRAZADO DE VARIAS ARMAS Y UN COLLAR DE AJOS.
    ¿SABEN LO DIFICIL ES CONSEGUIR UNA SALIDA CUANDO HUELES A UN ESPECIERO? ¿YA DIJE QUE LOS ODIO? PUES LOS RE-CONTRA ODIO.

    ---

    Mi música ~~~ ♥★ฅ՞•ﻌ•՞ฅ
    https://open.spotify.com/track/5UFt8MX05ryKpZeJXKmcpK?si=3044e34ebea44af1
    Mi rol: LOS ODIO A TODOS, HIJOS DE PUTA, LOS ODIO, MUERAN MALDITAS CREATURAS, PÚDRANSE EN EL INFIERNO Y DEJEN DE REVIVIR, DÉJENME DORMIR, POR SU CULPA DUERMO DE DIA, POR SU CULPA TENGO QUE DORMIR ABRAZADO DE VARIAS ARMAS Y UN COLLAR DE AJOS. ¿SABEN LO DIFICIL ES CONSEGUIR UNA SALIDA CUANDO HUELES A UN ESPECIERO? ¿YA DIJE QUE LOS ODIO? PUES LOS RE-CONTRA ODIO. --- Mi música ~~~ ♥★ฅ՞•ﻌ•՞ฅ https://open.spotify.com/track/5UFt8MX05ryKpZeJXKmcpK?si=3044e34ebea44af1
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  • ¡No puede ser, he vuelto a perder el collar y encima Stefan me tiene retenido sin mi consentimiento!
    ¡No puede ser, he vuelto a perder el collar y encima Stefan me tiene retenido sin mi consentimiento!
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  • - Para la cena de esta noche, te tengo látigo, vino, un jacuzzi, cadenas para tus piernas, un collar de esclava, un traje de diablita con cuernitos y una colita adornada con finos detalles de lencería .
    - Para la cena de esta noche, te tengo látigo, vino, un jacuzzi, cadenas para tus piernas, un collar de esclava, un traje de diablita con cuernitos y una colita adornada con finos detalles de lencería .
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  • —Que precioso~

    Miró el collar en su joyero, llevando los pendientes para hacer el juego.

    —Los usaré en mi cumpleaños~
    —Que precioso~ Miró el collar en su joyero, llevando los pendientes para hacer el juego. —Los usaré en mi cumpleaños~
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  • La noche seguía su curso en silencio, y las luces de la ciudad se filtraban por las ventanas amplias del ático.
    Luna Aurelian Reis permanecía de pie frente al espejo, la misma mirada perdida que tantas veces había llevado cuando el peso del mundo se posaba sobre sus hombros. Pero ahora era distinto: no había lágrimas, ni rabia, ni vacío. Solo una calma fría… esa que llega cuando por fin se acepta que algunas batallas no se ganan, solo se sobrellevan.

    Su reflejo se multiplicaba, fragmentado, como si el vidrio se empeñara en recordarle que no era solo una —que había muchas Lunas coexistiendo: la madre, la empresaria, la hermana, la mujer que amó demasiado.
    El eco de los flashes de la gala aún resonaba en su mente, junto con las preguntas de los medios sobre su regreso, sobre REI-TECH, sobre su vida sentimental.
    Pero nadie preguntaba por lo importante: por cómo había logrado mantenerse en pie después de tanto.

    Ajustó el collar de oro en su cuello, un diseño sencillo pero simbólico, regalo de su hermano Constantin años atrás.
    Suspiró.
    El reflejo frente a ella parpadeó —o al menos eso le pareció. La imagen distorsionada mostraba un leve movimiento, como si una de sus versiones en el espejo la observara directamente.

    —“A veces te pierdes entre todas las que fuiste, ¿verdad?” —susurró una voz conocida, suave y grave a la vez.

    Luna no se giró. No necesitaba hacerlo para saber quién era.
    Yūrei Veyrith se materializó en la penumbra, su silueta etérea mezclándose con la luz tenue. Aquella híbrida entre demonio y ángel seguía siendo igual de imponente, aunque la distancia entre ambas ahora era casi tangible.

    —Pensé que no volverías —murmuró Luna, sin apartar la vista del espejo.

    —No vine a quedarme. Solo quería verte… verte de verdad —respondió Yūrei, con un dejo de tristeza en la voz—. Lo lograste, Luna. REI-TECH está en la cima otra vez. Pero tú… —dio un paso más cerca— ¿sigues siendo feliz ahí arriba?

    Luna se giró lentamente, sus ojos azules brillando con ese tono melancólico que siempre la había definido.
    —La felicidad no fue nunca mi objetivo. Solo la paz.

    Un silencio denso se apoderó del lugar. Las dos mujeres quedaron frente a frente, cargando con años de amor, culpa e inseguridades no resueltas.
    Y por un instante, en medio de aquel reflejo múltiple, parecieron dos fantasmas que se buscaban sin encontrarse del todo.

    —Entonces espero que la hayas hallado —dijo finalmente Yūrei, su voz desvaneciéndose junto a su figura, que se disipó como niebla bajo la luz.

    Luna volvió a quedar sola. Se observó una vez más en el espejo, y esta vez su reflejo no se movió. Solo le devolvió una mirada firme, serena, con una chispa de fuego en el fondo.

    “Sí… la encontré. A mi manera.”

    Tomó aire, apagó las luces y salió del cuarto, dejando atrás el eco de una historia que, aunque rota, seguía viva en su memoria.

    Yūrei Veyrith
    La noche seguía su curso en silencio, y las luces de la ciudad se filtraban por las ventanas amplias del ático. Luna Aurelian Reis permanecía de pie frente al espejo, la misma mirada perdida que tantas veces había llevado cuando el peso del mundo se posaba sobre sus hombros. Pero ahora era distinto: no había lágrimas, ni rabia, ni vacío. Solo una calma fría… esa que llega cuando por fin se acepta que algunas batallas no se ganan, solo se sobrellevan. Su reflejo se multiplicaba, fragmentado, como si el vidrio se empeñara en recordarle que no era solo una —que había muchas Lunas coexistiendo: la madre, la empresaria, la hermana, la mujer que amó demasiado. El eco de los flashes de la gala aún resonaba en su mente, junto con las preguntas de los medios sobre su regreso, sobre REI-TECH, sobre su vida sentimental. Pero nadie preguntaba por lo importante: por cómo había logrado mantenerse en pie después de tanto. Ajustó el collar de oro en su cuello, un diseño sencillo pero simbólico, regalo de su hermano Constantin años atrás. Suspiró. El reflejo frente a ella parpadeó —o al menos eso le pareció. La imagen distorsionada mostraba un leve movimiento, como si una de sus versiones en el espejo la observara directamente. —“A veces te pierdes entre todas las que fuiste, ¿verdad?” —susurró una voz conocida, suave y grave a la vez. Luna no se giró. No necesitaba hacerlo para saber quién era. Yūrei Veyrith se materializó en la penumbra, su silueta etérea mezclándose con la luz tenue. Aquella híbrida entre demonio y ángel seguía siendo igual de imponente, aunque la distancia entre ambas ahora era casi tangible. —Pensé que no volverías —murmuró Luna, sin apartar la vista del espejo. —No vine a quedarme. Solo quería verte… verte de verdad —respondió Yūrei, con un dejo de tristeza en la voz—. Lo lograste, Luna. REI-TECH está en la cima otra vez. Pero tú… —dio un paso más cerca— ¿sigues siendo feliz ahí arriba? Luna se giró lentamente, sus ojos azules brillando con ese tono melancólico que siempre la había definido. —La felicidad no fue nunca mi objetivo. Solo la paz. Un silencio denso se apoderó del lugar. Las dos mujeres quedaron frente a frente, cargando con años de amor, culpa e inseguridades no resueltas. Y por un instante, en medio de aquel reflejo múltiple, parecieron dos fantasmas que se buscaban sin encontrarse del todo. —Entonces espero que la hayas hallado —dijo finalmente Yūrei, su voz desvaneciéndose junto a su figura, que se disipó como niebla bajo la luz. Luna volvió a quedar sola. Se observó una vez más en el espejo, y esta vez su reflejo no se movió. Solo le devolvió una mirada firme, serena, con una chispa de fuego en el fondo. “Sí… la encontré. A mi manera.” Tomó aire, apagó las luces y salió del cuarto, dejando atrás el eco de una historia que, aunque rota, seguía viva en su memoria. [shade_emerald_donkey_775]
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