• -Las nubes negra se fueron y como ave fénix, renacio de sus cenizas, recuperando su sonrisa. -
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  • Pesadilla de Eliana

    La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz tenue de la pantalla del celular. Un mensaje brillaba entre las gotas de agua que no debía estar ahí: “I miss you”. Las letras parecían sangrar en cada parpadeo, repitiéndose una y otra vez en su mente como un eco que no la dejaba respirar. El nombre del remitente se borraba y reaparecía, deformándose hasta convertirse en la figura de su padre, alejándose entre sombras.

    Eliana intentaba escribir una respuesta, pero sus dedos temblaban y el teclado se deshacía como ceniza. La pantalla se quebró en mil pedazos, reflejando sus propios ojos apagados, vacíos.

    De pronto, el sonido metálico la envolvió. Cadenas pesadas emergían del suelo, serpenteando como serpientes oxidadas. Se enredaban en su cuello, en sus muñecas, en su pecho. Cada eslabón llevaba grabado un recuerdo: la sonrisa de Sain cubierta de sombras, la silueta de su madre llorando, el rostro severo de su padre dándole la espalda.

    Ella gritaba, pero la voz no salía. Solo un humo negro escapaba de sus labios.

    La Diosa de la Vida estaba atrapada en cadenas que no podía romper. Su poder se descontrolaba en destellos verdes, pero lejos de sanar, marchitaba todo lo que tocaba: sus manos convertían las flores en polvo, su respiración quemaba el aire, su corazón latía con un veneno que no reconocía.

    El dolor se mezclaba con un placer extraño. Pastillas caían del cielo como lluvia, estallando en luces que la cegaban. Eliana las tragaba sin pensar, buscando silencio, buscando olvidar. Pero en vez de calmarla, la arrastraban más profundo al abismo, donde los susurros de su hermano la acusaban, y la figura de su padre se alejaba para siempre.

    Las cadenas se tensaron hasta quebrar sus huesos, y en el último instante, Eliana alcanzó a ver su propio reflejo en la oscuridad: no era la diosa de la vida… era una sombra rota, consumida por los excesos, incapaz de salvarse siquiera a sí misma.

    Y cuando abrió los ojos, empapada en sudor, las marcas de las cadenas seguían rojas en su piel.


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    🌑 Pesadilla de Eliana 🌑 La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz tenue de la pantalla del celular. Un mensaje brillaba entre las gotas de agua que no debía estar ahí: “I miss you”. Las letras parecían sangrar en cada parpadeo, repitiéndose una y otra vez en su mente como un eco que no la dejaba respirar. El nombre del remitente se borraba y reaparecía, deformándose hasta convertirse en la figura de su padre, alejándose entre sombras. Eliana intentaba escribir una respuesta, pero sus dedos temblaban y el teclado se deshacía como ceniza. La pantalla se quebró en mil pedazos, reflejando sus propios ojos apagados, vacíos. De pronto, el sonido metálico la envolvió. Cadenas pesadas emergían del suelo, serpenteando como serpientes oxidadas. Se enredaban en su cuello, en sus muñecas, en su pecho. Cada eslabón llevaba grabado un recuerdo: la sonrisa de Sain cubierta de sombras, la silueta de su madre llorando, el rostro severo de su padre dándole la espalda. Ella gritaba, pero la voz no salía. Solo un humo negro escapaba de sus labios. La Diosa de la Vida estaba atrapada en cadenas que no podía romper. Su poder se descontrolaba en destellos verdes, pero lejos de sanar, marchitaba todo lo que tocaba: sus manos convertían las flores en polvo, su respiración quemaba el aire, su corazón latía con un veneno que no reconocía. El dolor se mezclaba con un placer extraño. Pastillas caían del cielo como lluvia, estallando en luces que la cegaban. Eliana las tragaba sin pensar, buscando silencio, buscando olvidar. Pero en vez de calmarla, la arrastraban más profundo al abismo, donde los susurros de su hermano la acusaban, y la figura de su padre se alejaba para siempre. Las cadenas se tensaron hasta quebrar sus huesos, y en el último instante, Eliana alcanzó a ver su propio reflejo en la oscuridad: no era la diosa de la vida… era una sombra rota, consumida por los excesos, incapaz de salvarse siquiera a sí misma. Y cuando abrió los ojos, empapada en sudor, las marcas de las cadenas seguían rojas en su piel. ---
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  • ⸻ Cuando más se ciernen las cenizas mucho más profundo es el hueco dentro de mi pecho. Si tan solo pudiera dar el siguiente paso y avanzar sin mirar atrás . . .
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  • El Inicio de un Caos Espiritual parte 1


    Desde algún punto en que nunca me decidía, nada parecía preocuparme. Siempre me la pasaba cada noche mirando en Vallefresno cerca, justo en los pilotes más olvidados. Un islote donde siempre estaba para tener paz y tranquilidad. Incluso, las veladas en la avanzada de Zorangar son lo más maravilloso que hay en lo que se refiere al muelle cercano.

    Mis noches calaban con el frío hasta el tuétano de los huesos si no estabas bien abrigado, claramente. Pero los árboles de alrededor se ocupaban de que fuera fresco y no se transformase en un gélido infierno. Incluso, los animales también paseaban a plena vista a una distancia considerable. Ninguno era ingenuo como para acercarse... pero tal vez algo faltaba en la noche pesada.

    La luna era enorme y bañaba con su brillo hermoso el lugar, como un recordatorio de que siempre estaría ahí para consolarte. El recio viento suave no hacía más que mecer mi cabello como si de una caricia se tratase, haciendo que me acariciara el pelo por un instinto nato de darme algo de cariño. Pero ha cambiado el rumbo de mi tranquilidad. Las dos lunas restantes saldrían más tarde... pero algo no andaba bien para lo que era común. ¿Un instinto?... ¿Qué era...?

    —La noche está hermosa, aunque el frío no cesa con cada soplido... Es como si un espectro me quisiera hablar —dijo con algo de misterio.

    El calor de la fogata que ardía desde que empezó a caer y desatarse el velo de la noche era reconfortante. Sus manos suaves sostuvieron un cuenco de sopa y sus ojos azules cayeron ahí para mirar su reflejo, el cual era como sentir una caída en el precipicio más alto y sin fin... Algo se sintió tan vacío...

    —Hmmm... —gruñó, y con ello dio un sorbete del caldo que estaba hecho de ricas verduras que reservaba y un par de raíces, acompañado de un poco de carne de jabalí seca—. La sopa sabe amarga cuando no hay nadie con quien compartir...

    —Se siente un ambiente tan solitario... Es como si alguien quisiera manifestarse y con ello hablarme de algo. A lo mejor estoy muy cansado —se dijo una vez más, en cuanto se levantó después de tragar el sorbo del caliente caldo que ayudaría a regular su temperatura corporal.

    Pero eso no era algo que realmente le fuera de tanto interés o necesidad de hacer siempre. A pesar de todo, los orcos eran caracterizados por su resistencia y su piel gruesa, que era capaz de soportar el frío inusual que un humano no toleraría en segundos, o regular el calor que tal vez algún otro ser no haría más que tirar la toalla por el infernal clima flameante. Pero eso no era símbolo de que pudiera caminar sobre lava o vivir en un lugar volcánico.

    Se recompuso y, con sus suaves pasos, aún sostenía su sopa. El delicioso caldo temblaba mientras las ondas chocaban al ritmo de las paredes del tazón. Se sentó en su cama y miró con algo de curiosidad su dibujo en su carpa de pieles: el dibujo de su hermano, Thrall, líder de la Horda. Para él, es más que un tesoro. Era algo más que invaluable en lo que podría decirse del término valioso o de importancia material. Claramente es de un afecto enorme, en el que la familia podría identificarse, al ser lo único que le quedaba... Un lobo sobreviviente a tantas cosas que, aun así, en lo que era el lote de la vida, como un leve camino rocoso y con espinas, quizás trampas mortales, supo salir con vida y estar hasta ahora... lo que conoce como su hermano mayor... y para el otro, su hermano menor...

    Se dignó a contemplar la gracia de sus trazos mientras meditaba un poco con aprecio en silencio, bajo el chasquido de la fogata ruidosa y las velas que iluminaban sutilmente. Entonces se dijo para él, como si hablara con su hermano de verdad:

    —Desde que me alejé de ahí, no hago más que echarte de menos... Pero es difícil creer que preferirías más a otros antes que a tu hermano... Pero... de tal modo... —Hizo una pausa, volvió a mirar su reflejo en la luz tenue y con ello volvió a posar su vista en el dibujo. Su voz pragmática de apatía se tornó en lo que era nostalgia—. Te aprecio y admiro... No quería ponerte a escoger entre yo o la Horda... No hago más que decepcionarte, no te lo dije antes... Pero aun así no dejo siempre de dañar todo lo que está a mi paso...

    El dibujo cayó con una lentitud y una dramática caída lenta. Se sintió más que extraño... Fue un escalofrío lo que se desplegó sobre el joven orco y con ello, el material dibujado se acunó sobre el fuego de una vela cercana y ardió con furia. El instinto tomó el control, aunque muy tarde. El fuego comía el papel con hambre grotesca, mientras que, sin otro remedio, tiré el caldo de mis manos para apagar el fuego. El papel quedó reducido a cenizas. Lo único que sobrevivió fue un trozo del rostro de su hermano sonriendo, pero a media cara.

    El escalofrío recorrió una vez más su columna, sintiéndose más frío, y con ello, salió lleno de adrenalina desde la carpa y miró la luna una vez más, como si buscara la respuesta a lo que le había pasado hace un instante... Su corazón latió con algo más de prisa, como si de algún modo hubiera pasado algo mientras la noche transcurría con su frío desolador...

    El Inicio de un Caos Espiritual parte 1 Desde algún punto en que nunca me decidía, nada parecía preocuparme. Siempre me la pasaba cada noche mirando en Vallefresno cerca, justo en los pilotes más olvidados. Un islote donde siempre estaba para tener paz y tranquilidad. Incluso, las veladas en la avanzada de Zorangar son lo más maravilloso que hay en lo que se refiere al muelle cercano. Mis noches calaban con el frío hasta el tuétano de los huesos si no estabas bien abrigado, claramente. Pero los árboles de alrededor se ocupaban de que fuera fresco y no se transformase en un gélido infierno. Incluso, los animales también paseaban a plena vista a una distancia considerable. Ninguno era ingenuo como para acercarse... pero tal vez algo faltaba en la noche pesada. La luna era enorme y bañaba con su brillo hermoso el lugar, como un recordatorio de que siempre estaría ahí para consolarte. El recio viento suave no hacía más que mecer mi cabello como si de una caricia se tratase, haciendo que me acariciara el pelo por un instinto nato de darme algo de cariño. Pero ha cambiado el rumbo de mi tranquilidad. Las dos lunas restantes saldrían más tarde... pero algo no andaba bien para lo que era común. ¿Un instinto?... ¿Qué era...? —La noche está hermosa, aunque el frío no cesa con cada soplido... Es como si un espectro me quisiera hablar —dijo con algo de misterio. El calor de la fogata que ardía desde que empezó a caer y desatarse el velo de la noche era reconfortante. Sus manos suaves sostuvieron un cuenco de sopa y sus ojos azules cayeron ahí para mirar su reflejo, el cual era como sentir una caída en el precipicio más alto y sin fin... Algo se sintió tan vacío... —Hmmm... —gruñó, y con ello dio un sorbete del caldo que estaba hecho de ricas verduras que reservaba y un par de raíces, acompañado de un poco de carne de jabalí seca—. La sopa sabe amarga cuando no hay nadie con quien compartir... —Se siente un ambiente tan solitario... Es como si alguien quisiera manifestarse y con ello hablarme de algo. A lo mejor estoy muy cansado —se dijo una vez más, en cuanto se levantó después de tragar el sorbo del caliente caldo que ayudaría a regular su temperatura corporal. Pero eso no era algo que realmente le fuera de tanto interés o necesidad de hacer siempre. A pesar de todo, los orcos eran caracterizados por su resistencia y su piel gruesa, que era capaz de soportar el frío inusual que un humano no toleraría en segundos, o regular el calor que tal vez algún otro ser no haría más que tirar la toalla por el infernal clima flameante. Pero eso no era símbolo de que pudiera caminar sobre lava o vivir en un lugar volcánico. Se recompuso y, con sus suaves pasos, aún sostenía su sopa. El delicioso caldo temblaba mientras las ondas chocaban al ritmo de las paredes del tazón. Se sentó en su cama y miró con algo de curiosidad su dibujo en su carpa de pieles: el dibujo de su hermano, Thrall, líder de la Horda. Para él, es más que un tesoro. Era algo más que invaluable en lo que podría decirse del término valioso o de importancia material. Claramente es de un afecto enorme, en el que la familia podría identificarse, al ser lo único que le quedaba... Un lobo sobreviviente a tantas cosas que, aun así, en lo que era el lote de la vida, como un leve camino rocoso y con espinas, quizás trampas mortales, supo salir con vida y estar hasta ahora... lo que conoce como su hermano mayor... y para el otro, su hermano menor... Se dignó a contemplar la gracia de sus trazos mientras meditaba un poco con aprecio en silencio, bajo el chasquido de la fogata ruidosa y las velas que iluminaban sutilmente. Entonces se dijo para él, como si hablara con su hermano de verdad: —Desde que me alejé de ahí, no hago más que echarte de menos... Pero es difícil creer que preferirías más a otros antes que a tu hermano... Pero... de tal modo... —Hizo una pausa, volvió a mirar su reflejo en la luz tenue y con ello volvió a posar su vista en el dibujo. Su voz pragmática de apatía se tornó en lo que era nostalgia—. Te aprecio y admiro... No quería ponerte a escoger entre yo o la Horda... No hago más que decepcionarte, no te lo dije antes... Pero aun así no dejo siempre de dañar todo lo que está a mi paso... El dibujo cayó con una lentitud y una dramática caída lenta. Se sintió más que extraño... Fue un escalofrío lo que se desplegó sobre el joven orco y con ello, el material dibujado se acunó sobre el fuego de una vela cercana y ardió con furia. El instinto tomó el control, aunque muy tarde. El fuego comía el papel con hambre grotesca, mientras que, sin otro remedio, tiré el caldo de mis manos para apagar el fuego. El papel quedó reducido a cenizas. Lo único que sobrevivió fue un trozo del rostro de su hermano sonriendo, pero a media cara. El escalofrío recorrió una vez más su columna, sintiéndose más frío, y con ello, salió lleno de adrenalina desde la carpa y miró la luna una vez más, como si buscara la respuesta a lo que le había pasado hace un instante... Su corazón latió con algo más de prisa, como si de algún modo hubiera pasado algo mientras la noche transcurría con su frío desolador...
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  • Era la primera vez que mis pies tocaban la tierra lejos de mi azotea. Mis manos, tan acostumbradas a sostener los hilos de vidas que nunca me pertenecieron, descansaban ahora sobre la madera fría de una banca en un parque casi vacío. El viento traía consigo el murmullo de hojas secas y el eco distante de voces humanas, esas risas huecas que intentan engañarse a sí mismas con la idea de eternidad.

    Me detuve a observarlos. Hombres y mujeres caminaban con aire triunfal, como si el simple hecho de respirar fuera un mérito propio y no un préstamo concedido. Se adornaban de promesas, de joyas brillantes, de palabras llenas de un vacío que solo yo sé medir. La vanidad, esa máscara torpe, les cubría el rostro. Les hacía creer que eran dueños de su historia, cuando en verdad cada paso que daban estaba atado a un hilo que yo podía cortar con un gesto.

    Me pregunté qué sentirían si pudieran verme, sentada entre ellos, sin mi sombra de diosa, reducida a una figura silenciosa en un banco olvidado. Tal vez me mirarían con desdén, como hacen con los solitarios. Tal vez me ignorarían, demasiado ocupados en fingir sonrisas que no les pertenecen. Ellos no entienden la fragilidad de su teatro: ignoran que su belleza se pudre, que sus nombres serán borrados, que sus ambiciones no pesan nada cuando caen en el vacío.

    Me descubrí en un extraño silencio. Yo, que nunca he conocido el lujo de las ilusiones, sentí un atisbo de curiosidad. ¿Qué se siente creer en la permanencia? ¿Qué fuego los impulsa a cubrirse de adornos y palabras, cuando todo se reduce a polvo? No era envidia… era otra cosa. Una punzada extraña, como si al observarlos quisiera descifrar el misterio de su obstinada ceguera.

    Pero sé la verdad: su vanidad es su condena. Se pintan de colores para no ver el negro que los espera. Se abrazan en plazas, se prometen en parques, se juran eternidades en labios que pronto serán ceniza. Y yo los observo, con la certeza de quien guarda la última palabra, con la calma de quien sabe que cada carcajada que se alza en el aire es un hilo tensándose hacia su final.

    La banca crujió bajo mi peso, como si incluso la madera intuyera lo que soy. Levanté la mirada: un niño corría tras una pelota, una mujer arreglaba su cabello en el reflejo de un escaparate, un anciano se dormía con el rostro inclinado hacia el sol. Todos distintos, todos iguales. Tan frágiles. Tan seguros de que el mañana les pertenece.

    Sonreí, no de ternura, sino de ironía. Qué espectáculo tan vano y, al mismo tiempo, tan predecible. El destino nunca se equivoca, y yo soy su mano.
    Era la primera vez que mis pies tocaban la tierra lejos de mi azotea. Mis manos, tan acostumbradas a sostener los hilos de vidas que nunca me pertenecieron, descansaban ahora sobre la madera fría de una banca en un parque casi vacío. El viento traía consigo el murmullo de hojas secas y el eco distante de voces humanas, esas risas huecas que intentan engañarse a sí mismas con la idea de eternidad. Me detuve a observarlos. Hombres y mujeres caminaban con aire triunfal, como si el simple hecho de respirar fuera un mérito propio y no un préstamo concedido. Se adornaban de promesas, de joyas brillantes, de palabras llenas de un vacío que solo yo sé medir. La vanidad, esa máscara torpe, les cubría el rostro. Les hacía creer que eran dueños de su historia, cuando en verdad cada paso que daban estaba atado a un hilo que yo podía cortar con un gesto. Me pregunté qué sentirían si pudieran verme, sentada entre ellos, sin mi sombra de diosa, reducida a una figura silenciosa en un banco olvidado. Tal vez me mirarían con desdén, como hacen con los solitarios. Tal vez me ignorarían, demasiado ocupados en fingir sonrisas que no les pertenecen. Ellos no entienden la fragilidad de su teatro: ignoran que su belleza se pudre, que sus nombres serán borrados, que sus ambiciones no pesan nada cuando caen en el vacío. Me descubrí en un extraño silencio. Yo, que nunca he conocido el lujo de las ilusiones, sentí un atisbo de curiosidad. ¿Qué se siente creer en la permanencia? ¿Qué fuego los impulsa a cubrirse de adornos y palabras, cuando todo se reduce a polvo? No era envidia… era otra cosa. Una punzada extraña, como si al observarlos quisiera descifrar el misterio de su obstinada ceguera. Pero sé la verdad: su vanidad es su condena. Se pintan de colores para no ver el negro que los espera. Se abrazan en plazas, se prometen en parques, se juran eternidades en labios que pronto serán ceniza. Y yo los observo, con la certeza de quien guarda la última palabra, con la calma de quien sabe que cada carcajada que se alza en el aire es un hilo tensándose hacia su final. La banca crujió bajo mi peso, como si incluso la madera intuyera lo que soy. Levanté la mirada: un niño corría tras una pelota, una mujer arreglaba su cabello en el reflejo de un escaparate, un anciano se dormía con el rostro inclinado hacia el sol. Todos distintos, todos iguales. Tan frágiles. Tan seguros de que el mañana les pertenece. Sonreí, no de ternura, sino de ironía. Qué espectáculo tan vano y, al mismo tiempo, tan predecible. El destino nunca se equivoca, y yo soy su mano.
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  • *Leía lo que la pluma había escrito en mi ausencia, eligiendo algunas hojas para entregárselas a mi sirviente.*

    —Sabes a dónde llevar estos documentos.—

    *Al darle los documentos a mi sirviente, observo cómo se aleja para cumplir con mi pedido. Recogí los documentos que quedaron en mi escritorio para después convertirlos en cenizas, mientras mis ojos resplandecían con un tono dorado.*
    *Leía lo que la pluma había escrito en mi ausencia, eligiendo algunas hojas para entregárselas a mi sirviente.* —Sabes a dónde llevar estos documentos.— *Al darle los documentos a mi sirviente, observo cómo se aleja para cumplir con mi pedido. Recogí los documentos que quedaron en mi escritorio para después convertirlos en cenizas, mientras mis ojos resplandecían con un tono dorado.*
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  • El aire olía a resina y muerte.
    Pronto, la bruja no sería más que ceniza en el suelo.
    El aire olía a resina y muerte. Pronto, la bruja no sería más que ceniza en el suelo.
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  • El aire olía a hierro y ceniza. Entre ruinas aún humeantes, un hombre permanecía en pie, apenas cubierto por la sangre que no era suya. El torso desnudo mostraba cada cicatriz, recuerdo de la batalla recién librada. A sus pies yacían las sombras deshechas de lo que alguna vez fue un ejército demoníaco; en sus manos, dos dagas aún goteaban un líquido oscuro que chisporroteaba al tocar la tierra.

    Respiraba con calma, demasiado tranquilo para alguien que acababa de enfrentar a todo un reino infernal. Sus ojos recorrían el horizonte, expectantes, como si buscara algo… o a alguien. No habló, solo esperó, firme, dejando que la tensión del silencio pesara sobre cualquiera que tuviera el valor de acercarse.
    El aire olía a hierro y ceniza. Entre ruinas aún humeantes, un hombre permanecía en pie, apenas cubierto por la sangre que no era suya. El torso desnudo mostraba cada cicatriz, recuerdo de la batalla recién librada. A sus pies yacían las sombras deshechas de lo que alguna vez fue un ejército demoníaco; en sus manos, dos dagas aún goteaban un líquido oscuro que chisporroteaba al tocar la tierra. Respiraba con calma, demasiado tranquilo para alguien que acababa de enfrentar a todo un reino infernal. Sus ojos recorrían el horizonte, expectantes, como si buscara algo… o a alguien. No habló, solo esperó, firme, dejando que la tensión del silencio pesara sobre cualquiera que tuviera el valor de acercarse.
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  • Siempre escucho lo mismo: "morir por honor, morir por deber, morir por la causa".

    ¿Y qué queda después? Una pila de cuerpos que nadie recordará, salvo como un número en un informe.

    No me malinterpreten: sé que en este oficio la muerte es compañera de viaje. Desde el primer día nos mentalizan para aceptarla, para abrazarla casi como si fuera un premio.

    Pero yo lo vi en carne viva. Vi a mis compañeros caer uno por uno. Vi sus nombres olvidarse en la prisa de la batalla. Y vi cómo el mundo siguió girando sin ellos.

    Morir no es difícil. Lo difícil es seguir vivo, cargar con la memoria de los caídos, y hacer que su sacrificio no haya sido una broma cruel.

    La gente confunde valentía con estupidez. Prefieren la gloria efímera de una tumba a la incomodidad de vivir con cicatrices.

    Pues yo no. No vine aquí a convertirme en cenizas honorables. Vine aquí a cazar demonios… y a seguir respirando cuando el sol amanezca.

    Y si alguien cree que eso me hace menos honorable… que lo piense mientras yo aún estoy de pie y ellos no.
    Siempre escucho lo mismo: "morir por honor, morir por deber, morir por la causa". ¿Y qué queda después? Una pila de cuerpos que nadie recordará, salvo como un número en un informe. No me malinterpreten: sé que en este oficio la muerte es compañera de viaje. Desde el primer día nos mentalizan para aceptarla, para abrazarla casi como si fuera un premio. Pero yo lo vi en carne viva. Vi a mis compañeros caer uno por uno. Vi sus nombres olvidarse en la prisa de la batalla. Y vi cómo el mundo siguió girando sin ellos. Morir no es difícil. Lo difícil es seguir vivo, cargar con la memoria de los caídos, y hacer que su sacrificio no haya sido una broma cruel. La gente confunde valentía con estupidez. Prefieren la gloria efímera de una tumba a la incomodidad de vivir con cicatrices. Pues yo no. No vine aquí a convertirme en cenizas honorables. Vine aquí a cazar demonios… y a seguir respirando cuando el sol amanezca. Y si alguien cree que eso me hace menos honorable… que lo piense mientras yo aún estoy de pie y ellos no.
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  • El cielo estaba teñido de un rojo antinatural, la luna parecía un ojo sangriento observando cada rincón del mundo. Las calles estaban desiertas, los murmullos de la ciudad callados.

    La figura del cazador emergía entre sombras y brasas. La gabardina, desgarrada por las batallas pasadas, se agitaba con el viento impregnado de olor a hierro y ceniza. En su espalda, la katana descansaba, y en su rostro su determinación.

    ── La luna roja… para ellos significa festín, para mí, significa cacería. Creen que la noche los hace invencibles, que la oscuridad es su reino. Pero yo también soy parte de esa oscuridad…
    El cielo estaba teñido de un rojo antinatural, la luna parecía un ojo sangriento observando cada rincón del mundo. Las calles estaban desiertas, los murmullos de la ciudad callados. La figura del cazador emergía entre sombras y brasas. La gabardina, desgarrada por las batallas pasadas, se agitaba con el viento impregnado de olor a hierro y ceniza. En su espalda, la katana descansaba, y en su rostro su determinación. ── La luna roja… para ellos significa festín, para mí, significa cacería. Creen que la noche los hace invencibles, que la oscuridad es su reino. Pero yo también soy parte de esa oscuridad…
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