• El umbral del recuerdo.
    Categoría Drama
    Rol con: Alak–il

    Ogidnew despertó sin recordar en qué momento se había quedado dormido.

    Estaba de pie en un pasillo largo y estéril, iluminado solo por una línea de luces amarillas que parpadeaban ocasionalmente. A ambos lados había puertas idénticas: grises, sin manijas, sin señalización.
    Todas cerradas. Todas silenciosas.

    Sentía que ya había estado allí.
    Pero no sabía cuándo.
    Ni por qué.

    El aire tenía un olor leve a humedad… y algo más.
    Algo parecido a ceniza y metal.

    Intentó retroceder, pero el pasillo seguía, idéntico, interminable.
    No avanzaba.
    No retrocedía.
    Solo existía.

    Su respiración empezó a agitarse.
    Una puerta, tres metros frente a él, tembló ligeramente.
    Como si algo del otro lado hubiese apoyado su mano sobre ella.

    Se acercó lentamente y la puerta se abrió ligeramente...
    Se detuvo, pero nada salió de dicha puerta.
    Continuó acercándose, hasta que el olor a muerte inundó su nariz, no pudo evitar sentir náuseas, pero ¿Por qué? Ya había olido la muerte de cerca, entonces...

    Entonces ¿Por qué su cuerpo le gritaba que no abriera la puerta?

    Acercó la mano para abrirla a pesar de todo, y el segundo que vio la escena frente a él fue suficiente para hacer que volviera al mundo real.

    Dio un salto en la cama y miró alrededor.
    Apenas podía respirar.
    Su corazón parecía que iba a escapar de su pecho en cualquier momento.

    Se echó una mano a la sien y cerró los ojos. — No era real... Tranquilo... — Se murmuró a si mismo.
    Pero la imagen no desaparecería de su cabeza tan fácilmente.

    Pasado el rato, Ogidnew se levantó de la cama, vistiéndose con su ropa usual y salió de su habitación.

    El olor a comida inundaba el pasillo de la posada, tenía hambre... Pero también tenía prisa.
    Los rumores de las ruinas de una aldea chamánica habían llamado su atención, pues puede que allí encontrara pistas sobre lo que llevaba tanto tiempo buscando.

    Una técnica de resurrección, no solo corpórea, sino también espiritual.

    Salió de la posada ofreciéndole una leve sonrisa al empleado que lo atendió la noche anterior.
    El sol apenas se asomaba cuando salió de la posada. Había venido a Cuyán con un propósito concreto, y las pesadillas no iban a desviarlo.

    El aire matutino olía a tierra húmeda. El terreno alrededor de Cuyán era agreste, quebrado, lleno de senderos que parecían cambiar bajo los pies. Ogidnew sabía que ciertas ruinas chamánicas estaban dispersas entre los riscos, pero no había un mapa fiable, dependía de su intuición y de algo más profundo: ese pulso oculto que a veces lo guiaba hacia lo que debía encontrar.

    Horas después, tras atravesar grietas que parecían heridas antiguas del mundo, vio algo.

    Primero fueron restos dispersos, piedras pintadas con pigmentos desvaídos, los aparentes restos de tótems, o puede que simplemente fueran animales muertos.

    Pero lo imposible estaba al final del camino.

    Un templo.

    Erguido.
    Intacto.
    Demasiado intacto.

    La estructura no parecía resistir al tiempo sino que más bien lo ignoraba. Los muros estaban cubiertos de símbolos, y la entrada, medianamente obstruida, tenía una clara entrada.

    Al acercarse a dicha entrada, el aire cambió, se respiraba una penumbra tibia, casi expectante.

    Y algo dentro de Ogidnew sabía que no estaría solo ahí dentro...
    Rol con: [Absolute_Annihilation] Ogidnew despertó sin recordar en qué momento se había quedado dormido. Estaba de pie en un pasillo largo y estéril, iluminado solo por una línea de luces amarillas que parpadeaban ocasionalmente. A ambos lados había puertas idénticas: grises, sin manijas, sin señalización. Todas cerradas. Todas silenciosas. Sentía que ya había estado allí. Pero no sabía cuándo. Ni por qué. El aire tenía un olor leve a humedad… y algo más. Algo parecido a ceniza y metal. Intentó retroceder, pero el pasillo seguía, idéntico, interminable. No avanzaba. No retrocedía. Solo existía. Su respiración empezó a agitarse. Una puerta, tres metros frente a él, tembló ligeramente. Como si algo del otro lado hubiese apoyado su mano sobre ella. Se acercó lentamente y la puerta se abrió ligeramente... Se detuvo, pero nada salió de dicha puerta. Continuó acercándose, hasta que el olor a muerte inundó su nariz, no pudo evitar sentir náuseas, pero ¿Por qué? Ya había olido la muerte de cerca, entonces... Entonces ¿Por qué su cuerpo le gritaba que no abriera la puerta? Acercó la mano para abrirla a pesar de todo, y el segundo que vio la escena frente a él fue suficiente para hacer que volviera al mundo real. Dio un salto en la cama y miró alrededor. Apenas podía respirar. Su corazón parecía que iba a escapar de su pecho en cualquier momento. Se echó una mano a la sien y cerró los ojos. — No era real... Tranquilo... — Se murmuró a si mismo. Pero la imagen no desaparecería de su cabeza tan fácilmente. Pasado el rato, Ogidnew se levantó de la cama, vistiéndose con su ropa usual y salió de su habitación. El olor a comida inundaba el pasillo de la posada, tenía hambre... Pero también tenía prisa. Los rumores de las ruinas de una aldea chamánica habían llamado su atención, pues puede que allí encontrara pistas sobre lo que llevaba tanto tiempo buscando. Una técnica de resurrección, no solo corpórea, sino también espiritual. Salió de la posada ofreciéndole una leve sonrisa al empleado que lo atendió la noche anterior. El sol apenas se asomaba cuando salió de la posada. Había venido a Cuyán con un propósito concreto, y las pesadillas no iban a desviarlo. El aire matutino olía a tierra húmeda. El terreno alrededor de Cuyán era agreste, quebrado, lleno de senderos que parecían cambiar bajo los pies. Ogidnew sabía que ciertas ruinas chamánicas estaban dispersas entre los riscos, pero no había un mapa fiable, dependía de su intuición y de algo más profundo: ese pulso oculto que a veces lo guiaba hacia lo que debía encontrar. Horas después, tras atravesar grietas que parecían heridas antiguas del mundo, vio algo. Primero fueron restos dispersos, piedras pintadas con pigmentos desvaídos, los aparentes restos de tótems, o puede que simplemente fueran animales muertos. Pero lo imposible estaba al final del camino. Un templo. Erguido. Intacto. Demasiado intacto. La estructura no parecía resistir al tiempo sino que más bien lo ignoraba. Los muros estaban cubiertos de símbolos, y la entrada, medianamente obstruida, tenía una clara entrada. Al acercarse a dicha entrada, el aire cambió, se respiraba una penumbra tibia, casi expectante. Y algo dentro de Ogidnew sabía que no estaría solo ahí dentro...
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    Grupal
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    Cualquier línea
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  • Si, si. Lo se, estamos en momentos difíciles, pero ¿Eso significa que no podemos luchar con estilo?

    Baelz se sentía mucho mejor al verse en el espejo, sabía que pronto su ropa nueva serían cenizas, aún así disfrutaba el momento
    Si, si. Lo se, estamos en momentos difíciles, pero ¿Eso significa que no podemos luchar con estilo? Baelz se sentía mucho mejor al verse en el espejo, sabía que pronto su ropa nueva serían cenizas, aún así disfrutaba el momento
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    Yo no soy solo un arma tambien, soy la esperanza de este mundo. La llama que resurge de la cenizas el hermano del Fenix, el demonio Ifrit
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  • Los gatos >>> Perros
    Tengo un gato llamado Azazel,es gruñón,debe haberlo heredado de mi,talvez debo dejar de darle ceniza con sus croquetas..
    #debate
    Los gatos >>> Perros Tengo un gato llamado Azazel,es gruñón,debe haberlo heredado de mi,talvez debo dejar de darle ceniza con sus croquetas.. #debate
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    La Rebelión de Oz

    El cielo se oscurece, la tierra tiembla, el cuerpo de Selin yace inmóvil, rodeado por un silencio que parece eterno.

    Oz, de rodillas frente a ella, siente cómo su corazón se desgarra. La sangre de su esposa aún tiñe el suelo, y en ese instante, el hombre que había sellado su poder para vivir como humano ya no existe. Solo queda el guerrero, el destructor, el padre que ha perdido todo.

    Se levanta lentamente, con los ojos ardiendo como brasas. Su voz retumba como un trueno:

    —¡No te lo perdonaré, Febo! ¡Voy a matarte a ti, y a todos los dioses, y a todos los que se llamen dioses!

    El grito sacude la tierra alrededor y se quiebra, montañas se parten, árboles se reducen a cenizas. Solo dos lugares permanecen intactos: donde Oz se alza y donde descansa Selin.

    Con un gesto, rompe el sello que había aprisionado su poder. La energía ancestral fluye como un río desbordado. Sus ojos brillan con un fulgor que no pertenece a los mortales. Con una sola mirada, crea un rectángulo de tierra a la medida de Selin. La tumba se abre, y él deposita el cuerpo con reverencia.

    Cuando la cubre con tierra, flores blancas brotan de inmediato, puras y delicadas. Son el último regalo de Selin, cuyo poder aún palpita en la naturaleza. Oz se inclina, besa la tierra, y se levanta con la determinación de un hombre que ya no tiene nada que perder.



    El Templo Corrupto.

    Oz parte hacia el templo de los Elunai, la raza de Selin. Busca respuestas, busca rastros de su hija Jennifer. Pero al llegar, percibe algo extraño: el poder de la luna ya no habita allí. El templo que alguna vez fue sagrado está vacío, muerto.

    El recuérdala que ese era donde Selin sirvio en el pasado, pero el poder sagrado que antes poseía aquel lugar ya no se encontraba ahi, en su lugar ahora solo reinaba un poder corrompido, saturado de energía maligna. Oz interroga a los sirven en aquel lugar maldito, pero estos no saben nada. Sin dudarlo, desata su poder y destruye el templo, reduciéndolo a ruinas, de esa forma descubre un pasaje secreto que se suponía no debía estar ahi, pues el conocia muy bien el templo.

    En las catacumbas, descubre un horror aún mayor: un grupo de niños elfos oscuros, la mayoría muertos o agonizando. Sus cuerpos frágiles son testigos del sacrificio impío que se ha cometido. Oz los toma en brazos, uno por uno, y los lleva fuera. Cree que pertenecen a un poblado cercano y luego de sanarlos con su poder, los conduce allí.


    El Pueblo Maldito.

    Pero al llegar al pueblo, la verdad lo golpea como una espada: los habitantes son los responsables. Ellos mismos entregaban a los niños al templo, condenándolos a la muerte.

    Oz piensa en Jennifer. Piensa en su hija atrapada en manos de los dioses, quizá sufriendo lo mismo que esos niños. La furia lo consume.

    Sin titubear, desata su poder. El pueblo entero arde en llamas. Los gritos se mezclan con el rugido del fuego, y cuando todo termina, solo queda ceniza. Oz no siente culpa. Solo siente la urgencia de seguir adelante.


    La niña perdida.

    Con los niños sobrevivientes, Oz se interna en el bosque de los elfos verdes. Ellos son neutrales, y no rechazan a los pequeños elfos oscuros. Allí los deja, confiando en que estarán a salvo.

    Pero una joven se acerca. Tiene la mirada firme, más dura de lo que su edad debería permitir. Es apenas mayor que Jennifer, pero en sus ojos arde la misma llama de venganza que consume a Oz.

    —Déjame acompañarte— Le pide.— Los asesinos de mi madre no estaban en ese pueblo. Yo también quiero justicia.

    Oz la observa con desdén. Su corazón no tiene espacio para más cargas.

    —Si me resultas un estorbo, te abandonaré —responde con voz fría.

    La joven no vacila. Asiente con firmeza.

    —Me llamo Onix.

    Oz la acepta de mala gana. Pero en lo profundo, sabe que la niña lleva consigo una fuerza que podría ser necesaria en la guerra que está por comenzar.
    La Rebelión de Oz El cielo se oscurece, la tierra tiembla, el cuerpo de Selin yace inmóvil, rodeado por un silencio que parece eterno. Oz, de rodillas frente a ella, siente cómo su corazón se desgarra. La sangre de su esposa aún tiñe el suelo, y en ese instante, el hombre que había sellado su poder para vivir como humano ya no existe. Solo queda el guerrero, el destructor, el padre que ha perdido todo. Se levanta lentamente, con los ojos ardiendo como brasas. Su voz retumba como un trueno: —¡No te lo perdonaré, Febo! ¡Voy a matarte a ti, y a todos los dioses, y a todos los que se llamen dioses! El grito sacude la tierra alrededor y se quiebra, montañas se parten, árboles se reducen a cenizas. Solo dos lugares permanecen intactos: donde Oz se alza y donde descansa Selin. Con un gesto, rompe el sello que había aprisionado su poder. La energía ancestral fluye como un río desbordado. Sus ojos brillan con un fulgor que no pertenece a los mortales. Con una sola mirada, crea un rectángulo de tierra a la medida de Selin. La tumba se abre, y él deposita el cuerpo con reverencia. Cuando la cubre con tierra, flores blancas brotan de inmediato, puras y delicadas. Son el último regalo de Selin, cuyo poder aún palpita en la naturaleza. Oz se inclina, besa la tierra, y se levanta con la determinación de un hombre que ya no tiene nada que perder. El Templo Corrupto. Oz parte hacia el templo de los Elunai, la raza de Selin. Busca respuestas, busca rastros de su hija Jennifer. Pero al llegar, percibe algo extraño: el poder de la luna ya no habita allí. El templo que alguna vez fue sagrado está vacío, muerto. El recuérdala que ese era donde Selin sirvio en el pasado, pero el poder sagrado que antes poseía aquel lugar ya no se encontraba ahi, en su lugar ahora solo reinaba un poder corrompido, saturado de energía maligna. Oz interroga a los sirven en aquel lugar maldito, pero estos no saben nada. Sin dudarlo, desata su poder y destruye el templo, reduciéndolo a ruinas, de esa forma descubre un pasaje secreto que se suponía no debía estar ahi, pues el conocia muy bien el templo. En las catacumbas, descubre un horror aún mayor: un grupo de niños elfos oscuros, la mayoría muertos o agonizando. Sus cuerpos frágiles son testigos del sacrificio impío que se ha cometido. Oz los toma en brazos, uno por uno, y los lleva fuera. Cree que pertenecen a un poblado cercano y luego de sanarlos con su poder, los conduce allí. El Pueblo Maldito. Pero al llegar al pueblo, la verdad lo golpea como una espada: los habitantes son los responsables. Ellos mismos entregaban a los niños al templo, condenándolos a la muerte. Oz piensa en Jennifer. Piensa en su hija atrapada en manos de los dioses, quizá sufriendo lo mismo que esos niños. La furia lo consume. Sin titubear, desata su poder. El pueblo entero arde en llamas. Los gritos se mezclan con el rugido del fuego, y cuando todo termina, solo queda ceniza. Oz no siente culpa. Solo siente la urgencia de seguir adelante. La niña perdida. Con los niños sobrevivientes, Oz se interna en el bosque de los elfos verdes. Ellos son neutrales, y no rechazan a los pequeños elfos oscuros. Allí los deja, confiando en que estarán a salvo. Pero una joven se acerca. Tiene la mirada firme, más dura de lo que su edad debería permitir. Es apenas mayor que Jennifer, pero en sus ojos arde la misma llama de venganza que consume a Oz. —Déjame acompañarte— Le pide.— Los asesinos de mi madre no estaban en ese pueblo. Yo también quiero justicia. Oz la observa con desdén. Su corazón no tiene espacio para más cargas. —Si me resultas un estorbo, te abandonaré —responde con voz fría. La joven no vacila. Asiente con firmeza. —Me llamo Onix. Oz la acepta de mala gana. Pero en lo profundo, sabe que la niña lleva consigo una fuerza que podría ser necesaria en la guerra que está por comenzar.
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  • ¿Cómo se convierte uno en una muñeca?

    Para empezar, dejemos en claro un dato, la historia se sitúa durante la Revolución Industrial en 1765.
    Cuando muchos barcos llegaban con mercancía, también llegaban con todo tipo de estafadores y calaña que huía de sus lugares natales.

    Entre ellos, un brujo que era muy amable decir que condenó a todo un pueblo al invocar maldiciones, fantasmas y uno que otro demonio por accidente.

    Buscando hacerse de dinero, comenzó a estafar personas ahora en Londres, teniendo su pequeño lugar a un costado del Rio Támesis.

    Ahi, le pidieron una noche llamar a los muertos, más especifico, al fantasma de una señora para que les dijera dónde había dejado su herencia.

    Pero...en lugar de atraer a la anciana que ya estaba descansando en paz, Alice entró a aquella muñeca, la cual apenas revivió, todo lo que hizo fue llorar y reducir todo el lugar a cenizas por su confusión al no poder creer que había muerto.

    La muñeca, fue metida en una caja y regalada, usada como una peculiar maldición, una peculiar "bomba de tiempo" que incendiaba todo lugar en donde era dejada.

    Así, causando al menos 10 incendios en casas hasta que alguien aseguró que era ella y la metieron en una caldera, donde no podía quemar a nadie más.

    ¿Pero cómo llegó a manos del titiritero?

    ¿Cómo se convierte uno en una muñeca? Para empezar, dejemos en claro un dato, la historia se sitúa durante la Revolución Industrial en 1765. Cuando muchos barcos llegaban con mercancía, también llegaban con todo tipo de estafadores y calaña que huía de sus lugares natales. Entre ellos, un brujo que era muy amable decir que condenó a todo un pueblo al invocar maldiciones, fantasmas y uno que otro demonio por accidente. Buscando hacerse de dinero, comenzó a estafar personas ahora en Londres, teniendo su pequeño lugar a un costado del Rio Támesis. Ahi, le pidieron una noche llamar a los muertos, más especifico, al fantasma de una señora para que les dijera dónde había dejado su herencia. Pero...en lugar de atraer a la anciana que ya estaba descansando en paz, Alice entró a aquella muñeca, la cual apenas revivió, todo lo que hizo fue llorar y reducir todo el lugar a cenizas por su confusión al no poder creer que había muerto. La muñeca, fue metida en una caja y regalada, usada como una peculiar maldición, una peculiar "bomba de tiempo" que incendiaba todo lugar en donde era dejada. Así, causando al menos 10 incendios en casas hasta que alguien aseguró que era ella y la metieron en una caldera, donde no podía quemar a nadie más. ¿Pero cómo llegó a manos del titiritero?
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  • Reconozco que me gustaba el vestido, no creí que la noche terminaría de ese modo.
    Tanto su traje como el vestido ya no quedan ni sus cenizas, al menos nos hemos librado de dos vampiros y nadie del evento recuerda nada.
    Reconozco que me gustaba el vestido, no creí que la noche terminaría de ese modo. Tanto su traje como el vestido ya no quedan ni sus cenizas, al menos nos hemos librado de dos vampiros y nadie del evento recuerda nada.
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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La Isla del Nacimiento

    El aire se vuelve cálido.
    El mar canta.
    Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.

    Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.

    Y a lo lejos…
    un volcán.

    Alto, majestuoso, latente.

    Oz pone la mano sobre mi cabeza.

    El mundo se fractura en una visión.

    El volcán en erupción.
    Columnas de fuego y ceniza.
    El mar hirviendo.
    La roca derritiéndose, expandiéndose.
    El nacimiento de la isla.

    Donde antes no había nada…
    ahora respira un paraíso.

    Oz:
    —Este volcán es el Caos.
    Cuando explota, no solo destruye…
    también crea.

    Sus palabras me atraviesan.
    No como un consejo, sino como una revelación.

    Luego se agacha a mi altura,
    sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.

    Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:

    Oz:
    —El Caos es aquello que nace sin permiso…
    porque nadie se lo ha pedido.

    Silencio.

    El viento huele a sal.

    Mi pecho se aprieta.
    Hay algo en él…
    algo que no es miedo.

    Es… pertenencia.

    Oz:
    —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.

    Mis labios tiemblan.
    Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
    escapa sin que pueda detenerla.

    Lili:
    —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?

    Él sonríe.
    De una forma que jamás había visto en nadie.
    Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
    Que simplemente es.

    Oz:
    —Claro, hija.

    Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
    Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
    pero ya no soy la misma.

    Porque por primera vez…
    tengo un padre.
    Un maestro.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Isla del Nacimiento El aire se vuelve cálido. El mar canta. Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva. Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles. Y a lo lejos… un volcán. Alto, majestuoso, latente. Oz pone la mano sobre mi cabeza. El mundo se fractura en una visión. El volcán en erupción. Columnas de fuego y ceniza. El mar hirviendo. La roca derritiéndose, expandiéndose. El nacimiento de la isla. Donde antes no había nada… ahora respira un paraíso. Oz: —Este volcán es el Caos. Cuando explota, no solo destruye… también crea. Sus palabras me atraviesan. No como un consejo, sino como una revelación. Luego se agacha a mi altura, sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar. Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre: Oz: —El Caos es aquello que nace sin permiso… porque nadie se lo ha pedido. Silencio. El viento huele a sal. Mi pecho se aprieta. Hay algo en él… algo que no es miedo. Es… pertenencia. Oz: —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita. Mis labios tiemblan. Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad escapa sin que pueda detenerla. Lili: —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi? Él sonríe. De una forma que jamás había visto en nadie. Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada. Que simplemente es. Oz: —Claro, hija. Mi corazón se expande de una forma que no entiendo. Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños, pero ya no soy la misma. Porque por primera vez… tengo un padre. Un maestro.
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    La Isla del Nacimiento

    El aire se vuelve cálido.
    El mar canta.
    Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.

    Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.

    Y a lo lejos…
    un volcán.

    Alto, majestuoso, latente.

    Oz pone la mano sobre mi cabeza.

    El mundo se fractura en una visión.

    El volcán en erupción.
    Columnas de fuego y ceniza.
    El mar hirviendo.
    La roca derritiéndose, expandiéndose.
    El nacimiento de la isla.

    Donde antes no había nada…
    ahora respira un paraíso.

    Oz:
    —Este volcán es el Caos.
    Cuando explota, no solo destruye…
    también crea.

    Sus palabras me atraviesan.
    No como un consejo, sino como una revelación.

    Luego se agacha a mi altura,
    sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.

    Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:

    Oz:
    —El Caos es aquello que nace sin permiso…
    porque nadie se lo ha pedido.

    Silencio.

    El viento huele a sal.

    Mi pecho se aprieta.
    Hay algo en él…
    algo que no es miedo.

    Es… pertenencia.

    Oz:
    —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.

    Mis labios tiemblan.
    Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
    escapa sin que pueda detenerla.

    Lili:
    —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?

    Él sonríe.
    De una forma que jamás había visto en nadie.
    Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
    Que simplemente es.

    Oz:
    —Claro, hija.

    Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
    Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
    pero ya no soy la misma.

    Porque por primera vez…
    tengo un padre.
    Un maestro.
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    La Isla del Nacimiento

    El aire se vuelve cálido.
    El mar canta.
    Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.

    Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.

    Y a lo lejos…
    un volcán.

    Alto, majestuoso, latente.

    Oz pone la mano sobre mi cabeza.

    El mundo se fractura en una visión.

    El volcán en erupción.
    Columnas de fuego y ceniza.
    El mar hirviendo.
    La roca derritiéndose, expandiéndose.
    El nacimiento de la isla.

    Donde antes no había nada…
    ahora respira un paraíso.

    Oz:
    —Este volcán es el Caos.
    Cuando explota, no solo destruye…
    también crea.

    Sus palabras me atraviesan.
    No como un consejo, sino como una revelación.

    Luego se agacha a mi altura,
    sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.

    Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:

    Oz:
    —El Caos es aquello que nace sin permiso…
    porque nadie se lo ha pedido.

    Silencio.

    El viento huele a sal.

    Mi pecho se aprieta.
    Hay algo en él…
    algo que no es miedo.

    Es… pertenencia.

    Oz:
    —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.

    Mis labios tiemblan.
    Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
    escapa sin que pueda detenerla.

    Lili:
    —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?

    Él sonríe.
    De una forma que jamás había visto en nadie.
    Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
    Que simplemente es.

    Oz:
    —Claro, hija.

    Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
    Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
    pero ya no soy la misma.

    Porque por primera vez…
    tengo un padre.
    Un maestro.
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    | Volviendo de las cenizas. (?) Nunca pude estrenar a este personaje.
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