Esa espera silenciosa… por alguien que sabes que no va a volver.
Tan eterna como la esperanza que insiste en no morir, aunque duela sostenerla.
Cuántas noches en desvelo pasó Carmina, dibujando en su mente los caminos que nunca fueron, los escenarios donde todo salía bien:
donde Nicolás no desaparecía aquella noche, donde sí cumplían la cita prometida, donde su historia seguía, sencilla y luminosa, como lo hacen las vidas que no conocen el golpe de la tragedia.
Un suspiro escapó de sus labios, pesado, resignado, mientras yacía recostada en su cama observando el techo.
Un suspiro que parecía devolverla a la realidad, una realidad que nunca pidió, pero que tuvo que aprender a sostener entre sus manos.
¿Qué dolor más cruel que el de una ausencia sin nombre, sin tumba, sin adiós?
Un duelo sin cierre, porque siempre queda esa voz que susurra:
¿Y si sigue por ahí, vivo?
El anhelo es terco, espera una llamada, una carta, un mensaje,
un simple “estoy bien” que calme la angustia de los años.
Pero el tiempo pasa, y el silencio duele más que la certeza.
¿Cómo seguir adelante, si el alma se aferra al consuelo triste de extrañar?
A veces, amar se vuelve eso:
recordar a quien ya no está, y vivir con la herida abierta, aprendiendo a caminar con ella, sin dejarla atrás.
El cuerpo continúa —porque la vida no espera—, pero en algún rincón de su pensamiento, donde la nostalgia duerme hecha nudo,
Carmina sigue preguntándose, bajito, como quien no quiere romper el encanto:
¿Y si... algún día regresa?
Esa espera silenciosa… por alguien que sabes que no va a volver.
Tan eterna como la esperanza que insiste en no morir, aunque duela sostenerla.
Cuántas noches en desvelo pasó Carmina, dibujando en su mente los caminos que nunca fueron, los escenarios donde todo salía bien:
donde Nicolás no desaparecía aquella noche, donde sí cumplían la cita prometida, donde su historia seguía, sencilla y luminosa, como lo hacen las vidas que no conocen el golpe de la tragedia.
Un suspiro escapó de sus labios, pesado, resignado, mientras yacía recostada en su cama observando el techo.
Un suspiro que parecía devolverla a la realidad, una realidad que nunca pidió, pero que tuvo que aprender a sostener entre sus manos.
¿Qué dolor más cruel que el de una ausencia sin nombre, sin tumba, sin adiós?
Un duelo sin cierre, porque siempre queda esa voz que susurra:
¿Y si sigue por ahí, vivo?
El anhelo es terco, espera una llamada, una carta, un mensaje,
un simple “estoy bien” que calme la angustia de los años.
Pero el tiempo pasa, y el silencio duele más que la certeza.
¿Cómo seguir adelante, si el alma se aferra al consuelo triste de extrañar?
A veces, amar se vuelve eso:
recordar a quien ya no está, y vivir con la herida abierta, aprendiendo a caminar con ella, sin dejarla atrás.
El cuerpo continúa —porque la vida no espera—, pero en algún rincón de su pensamiento, donde la nostalgia duerme hecha nudo,
Carmina sigue preguntándose, bajito, como quien no quiere romper el encanto:
¿Y si... algún día regresa?