• Con mi amiga Petunia que me ha invitado a recolectar flores.
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  • — Y recuerden, queridos: nunca oculten secretos a sus amistades. Una amiga herida es como una reliquia subestimada... ambas tienen memoria eterna y esperan pacientemente su momento para liberar siglos de consecuencias. Felices fiestas (?)
    — Y recuerden, queridos: nunca oculten secretos a sus amistades. Una amiga herida es como una reliquia subestimada... ambas tienen memoria eterna y esperan pacientemente su momento para liberar siglos de consecuencias. Felices fiestas (?)
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  • Hay una extraña necesidad en mi pecho.
    Recuerdo en algun momento haber tenido una amiga, sí, una niña que me ponia calcetas y zapatos como los de ella.
    Peinaba su cabello, pero tambien el mio.

    .... si le explico a Urano y Chloe...¿ellos podrían hacerlo? ¿Y si no quieren?
    Hay una extraña necesidad en mi pecho. Recuerdo en algun momento haber tenido una amiga, sí, una niña que me ponia calcetas y zapatos como los de ella. Peinaba su cabello, pero tambien el mio. .... si le explico a Urano y Chloe...¿ellos podrían hacerlo? ¿Y si no quieren?
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  • El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura.
    Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse.
    Hasta entonces, no podía permanecer al mando.
    Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo.
    Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable.
    Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya.
    Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción.
    No eran dos.
    Nunca lo habían sido.

    "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella."

    El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena.
    Allí estaba Caceus Mori.
    Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata.

    —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra.

    La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien.
    Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad.
    —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad.
    —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial.
    Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella.
    Aquello fue… irritante.

    —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía.

    Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta.

    —Bah… estupideces... Bobadas...

    Pero el cuerpo no mentía.
    Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche.

    —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare.
    Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos.
    Veythra lo miró con seriedad absoluta.

    —¿Tú quieres morir?
    Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó.
    La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen.

    Veythra bebió del caldo.
    Sus ojos se entrecerraron.
    —…No está mal.
    Luego sonrió.
    —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos.

    Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte.

    —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel.
    Veythra lo miró por última vez.
    —Tú no sabes lo que es cruel.
    Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más.

    El portal comenzó a cerrarse.
    Veythra ya no estaba.
    Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer.
    Vacío.
    La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido.

    —No está… —susurró.
    Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo.

    Caceus Mori
    El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura. Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse. Hasta entonces, no podía permanecer al mando. Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo. Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable. Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya. Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción. No eran dos. Nunca lo habían sido. "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella." El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena. Allí estaba Caceus Mori. Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata. —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra. La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien. Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad. —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad. —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial. Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella. Aquello fue… irritante. —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía. Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta. —Bah… estupideces... Bobadas... Pero el cuerpo no mentía. Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche. —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare. Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos. Veythra lo miró con seriedad absoluta. —¿Tú quieres morir? Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó. La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen. Veythra bebió del caldo. Sus ojos se entrecerraron. —…No está mal. Luego sonrió. —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos. Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte. —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel. Veythra lo miró por última vez. —Tú no sabes lo que es cruel. Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más. El portal comenzó a cerrarse. Veythra ya no estaba. Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer. Vacío. La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido. —No está… —susurró. Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo. [tempest_platinum_tiger_912]
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  • ¡Soy una rubia libre, lista para divertirme con mis amigos y amigas!
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  • Junto con mi grandes amigas de equipo: Batichica y Chica Maravilla... Juntos formamos el equpo de Super Mejores Amigas Por Siempre.
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  • Con mi amiga Lammy, ella sufre de esquizofrenia y jura que su pepinillo cobra vida, es un asesino nato y no que es ella misma la asesina.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    mi amiga haciendo nuevo trabajo
    mi amiga haciendo nuevo trabajo
    Bien, es hora de iniciar un concierto, ahora mismo trabajaré como Idol.
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  • Cuando no tenía mucho que hacer en mis días libres me iba al gimnasio, a veces con unas amigas del trabajo y otras veces sola pero me encantaba ir y notar los resultados.
    Cuando no tenía mucho que hacer en mis días libres me iba al gimnasio, a veces con unas amigas del trabajo y otras veces sola pero me encantaba ir y notar los resultados.
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  • Kahili no era la más radiante ni su sonrisa era la más bonita. Era por eso que, con su usual ceño fruncido y seriedad, había ahuyentado a su cita el otro día.

    "¿Compartimos un parfait?" dijo el femboy de linda sonrisa.

    Como Kahili había dominado el juego de cucharas, al final el chico hubo comido solo un poco. Casi todo el helado había acabado dentro de la golfista.

    Aún sudada, y decepcionada porque el chico no quisiese una segunda cita con ella, había vuelto al restaurante para tomarse uno ella sola. Venía de entrenar, arrastraba la pesada mochila llena de palos y necesitaba una ducha.

    Pese a que parecía enfadada, en realidad estaba muy feliz. Se moría de ganas de probar por segunda vez un parfait, y esta vez sin tener que compartirlo. Aunque, bueno, que compartió el último era una generosa descripción de lo sucedido -y tomada muy a la ligera-.

    "Uhm..."

    Al llevarse la minúscula cuchara a la boca, sonrió. Era raro verla sonreír, salvo cuando estaba con alguien que le gustaba mucho. Un chico, una chica... Tenía recuerdos dulces, y a veces picantes, con personas de ambos géneros.

    El restaurante, en la tercera planta de un centro comercial, estaba al lado de un cine. Su entrada daba a la ventana, y a través de ella vio a las parejas darse de la mano.

    Pese a que el helado se había derretido y hecho uno con su saliva, Kahili dejó la cucharilla apoyada sobre la punta de su lengua y soltó un "Uhm".

    Sus citas solían ser un desastre. La gente siempre la tomaba por una borde, pero es que su lado dulce y cariñoso no podía enseñarselo a cualquiera.

    Abrió su teléfono, mirando si podía llamar a algún rollo de una noche para un par de besos y alguna caricia lasciva. Con desdén, apagó la pantalla y pensó que tal vez era mejor ir al cine y ver alguna peli para despejarse.

    "Al menos tengo a mis diosas, Agrat y Naamah... Es muy divertido jugar con ellas. Además, seguro que me consideran su amiga y me quieren mucho"

    Sonriendo con los ojos en forma de luna menguante, llamó a la camarera y pidió un batido y un gofre (ambos con una bola de helado, claro).

    "Qué idea más estúpida tuvo el chico, compartir un parfait. Si hubiésemos comido uno cada uno, nos habríamos enrollado y habría dormido en mi casa... Aunque, creo que solo intentaba ser romántico. Uhm..."

    Dejó la barbilla caer contra la mesa, sus brazos extendidos de manera perezosa. La vida, la vida... ¿Dónde estaban ese batido y gofre?
    Kahili no era la más radiante ni su sonrisa era la más bonita. Era por eso que, con su usual ceño fruncido y seriedad, había ahuyentado a su cita el otro día. "¿Compartimos un parfait?" dijo el femboy de linda sonrisa. Como Kahili había dominado el juego de cucharas, al final el chico hubo comido solo un poco. Casi todo el helado había acabado dentro de la golfista. Aún sudada, y decepcionada porque el chico no quisiese una segunda cita con ella, había vuelto al restaurante para tomarse uno ella sola. Venía de entrenar, arrastraba la pesada mochila llena de palos y necesitaba una ducha. Pese a que parecía enfadada, en realidad estaba muy feliz. Se moría de ganas de probar por segunda vez un parfait, y esta vez sin tener que compartirlo. Aunque, bueno, que compartió el último era una generosa descripción de lo sucedido -y tomada muy a la ligera-. "Uhm..." Al llevarse la minúscula cuchara a la boca, sonrió. Era raro verla sonreír, salvo cuando estaba con alguien que le gustaba mucho. Un chico, una chica... Tenía recuerdos dulces, y a veces picantes, con personas de ambos géneros. El restaurante, en la tercera planta de un centro comercial, estaba al lado de un cine. Su entrada daba a la ventana, y a través de ella vio a las parejas darse de la mano. Pese a que el helado se había derretido y hecho uno con su saliva, Kahili dejó la cucharilla apoyada sobre la punta de su lengua y soltó un "Uhm". Sus citas solían ser un desastre. La gente siempre la tomaba por una borde, pero es que su lado dulce y cariñoso no podía enseñarselo a cualquiera. Abrió su teléfono, mirando si podía llamar a algún rollo de una noche para un par de besos y alguna caricia lasciva. Con desdén, apagó la pantalla y pensó que tal vez era mejor ir al cine y ver alguna peli para despejarse. "Al menos tengo a mis diosas, Agrat y Naamah... Es muy divertido jugar con ellas. Además, seguro que me consideran su amiga y me quieren mucho" Sonriendo con los ojos en forma de luna menguante, llamó a la camarera y pidió un batido y un gofre (ambos con una bola de helado, claro). "Qué idea más estúpida tuvo el chico, compartir un parfait. Si hubiésemos comido uno cada uno, nos habríamos enrollado y habría dormido en mi casa... Aunque, creo que solo intentaba ser romántico. Uhm..." Dejó la barbilla caer contra la mesa, sus brazos extendidos de manera perezosa. La vida, la vida... ¿Dónde estaban ese batido y gofre?
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