• Hipnos, con tanta tranquilidad, llegó hasta sus reinos, protegido por la diosa Nyx, donde incluso, Zeus, Dios del cielo, temía. Los actos de Hebe habían despertado la cólera del Dios del sueño.

    A pesar de su castigo. Tenía la suficiente fuerza para derramar su maldición entre los Dioses y los humanos.

    Primero vinieron las sombras sin párpado, criaturas que Hipnos envió a los hombres que no dormían. Se arrastraban por los techos, murmuraban en los oídos, haciendo que las mentes se fragmentaran entre la vigilia y la pesadilla. Los insomnes comenzaron a ver cosas que no existían, a olvidar sus propios nombres, a temer cerrar los ojos porque lo que veían con ellos abiertos era peor.

    Los que no soñaban fueron los siguientes. A sus camas llegaban los Ladrones de Sueños, sirvientes silenciosos que robaban la posibilidad misma de imaginar. Sin sueños, los humanos se volvieron grises, mecánicos, atrapados en un presente eterno, sin esperanza ni inspiración. Las musas huyeron de la tierra.

    Los Dioses del Olimpo tampoco están exentos, el castigo por la insolencia de Hebe, le costaría el sueño. Mientras más pase el tiempo, su cansancio será mayor. Y no podrán dormir. 

    —  Olvidaron que el sueño es el otro lado de la vida. Sin él, se pudre el alma. Yo no soy el enemigo del día, sino su sombra sagrada. Y ahora... nos recordarán. —
     
    Hipnos, con tanta tranquilidad, llegó hasta sus reinos, protegido por la diosa Nyx, donde incluso, Zeus, Dios del cielo, temía. Los actos de Hebe habían despertado la cólera del Dios del sueño. A pesar de su castigo. Tenía la suficiente fuerza para derramar su maldición entre los Dioses y los humanos. Primero vinieron las sombras sin párpado, criaturas que Hipnos envió a los hombres que no dormían. Se arrastraban por los techos, murmuraban en los oídos, haciendo que las mentes se fragmentaran entre la vigilia y la pesadilla. Los insomnes comenzaron a ver cosas que no existían, a olvidar sus propios nombres, a temer cerrar los ojos porque lo que veían con ellos abiertos era peor. Los que no soñaban fueron los siguientes. A sus camas llegaban los Ladrones de Sueños, sirvientes silenciosos que robaban la posibilidad misma de imaginar. Sin sueños, los humanos se volvieron grises, mecánicos, atrapados en un presente eterno, sin esperanza ni inspiración. Las musas huyeron de la tierra. Los Dioses del Olimpo tampoco están exentos, el castigo por la insolencia de Hebe, le costaría el sueño. Mientras más pase el tiempo, su cansancio será mayor. Y no podrán dormir.  —  Olvidaron que el sueño es el otro lado de la vida. Sin él, se pudre el alma. Yo no soy el enemigo del día, sino su sombra sagrada. Y ahora... nos recordarán. —  
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  • ──────Buenos días. Comenzamos el día con este lindo look con gafas para ver caer a los rayos de Zeus a la distancia y estas trenzas para acompañar.

    Por alguna razón ha enunciado eso como si estuviera presentando las noticias del clima.
    ──────Buenos días. Comenzamos el día con este lindo look con gafas para ver caer a los rayos de Zeus a la distancia y estas trenzas para acompañar. Por alguna razón ha enunciado eso como si estuviera presentando las noticias del clima.
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  • Mis jardines son los mas bellos del Olimpo sin duda. Pero como para que alguien que no voy a mencionar su nombre Pero es el estúpido hijo de Zeus, ensucie mis preciosos pastos.

    —Aphrodite

    #mitologiagriega #humor #afrodita #jardin
    Mis jardines son los mas bellos del Olimpo sin duda. Pero como para que alguien que no voy a mencionar su nombre Pero es el estúpido hijo de Zeus, ensucie mis preciosos pastos. —Aphrodite #mitologiagriega #humor #afrodita #jardin
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  • >> Tentando al Olimpo.



    Un día, como cualquier otro, fue convocado al Olimpo.

    Zeus, con el ceño fruncido, le habló desde su trono de nubes tempestuosas:

    —Los mortales han comenzado a soñar con cosas que no deberían conocer —dijo el rey de los dioses.


    —Sueñan con el futuro, con la caída de imperios, con el fin de los dioses. ¿Es obra tuya, Morfeo?—

    El dios de los sueños se mantuvo sereno. Sus ojos, profundos como la noche, reflejaban millones de visiones.

    —No, padre de los cielos. Yo solo les entrego imágenes tejidas con sus propios deseos, miedos y memorias. Si sueñan con el fin… es porque lo presienten. . . —

    >> Tentando al Olimpo. Un día, como cualquier otro, fue convocado al Olimpo. Zeus, con el ceño fruncido, le habló desde su trono de nubes tempestuosas: —Los mortales han comenzado a soñar con cosas que no deberían conocer —dijo el rey de los dioses. —Sueñan con el futuro, con la caída de imperios, con el fin de los dioses. ¿Es obra tuya, Morfeo?— El dios de los sueños se mantuvo sereno. Sus ojos, profundos como la noche, reflejaban millones de visiones. —No, padre de los cielos. Yo solo les entrego imágenes tejidas con sus propios deseos, miedos y memorias. Si sueñan con el fin… es porque lo presienten. . . —
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  • «Es hora, ahorita me toca a mi. ¡ah! Pero mi corazon esta loquito otra vez, ¡Por Zeus que no me muerda la lengua! Non, ¡Por Athena, bendiceme con tu sabiduría!»pensó antes de que Hikaru escuchara su respuesta. Todo estaba dicho sin palabras, pero ella ansiaba darle algo justo aunque no sabía como decirle todo lo que su corazón y alma significaba para todo lo dicho por él.

    Se rascó la nuca con nervios, desordenando con frustracion su larga melena blanca. «¡debo! ¡yo debo ser valiente también! ¡vamos, Hebe! ¡que la juventud nos ilumine que hoy para mi misma debo sacar vitalidad!»se echó ánimos a sí misma.
    «Es hora, ahorita me toca a mi. ¡ah! Pero mi corazon esta loquito otra vez, ¡Por Zeus que no me muerda la lengua! Non, ¡Por Athena, bendiceme con tu sabiduría!»pensó antes de que Hikaru escuchara su respuesta. Todo estaba dicho sin palabras, pero ella ansiaba darle algo justo aunque no sabía como decirle todo lo que su corazón y alma significaba para todo lo dicho por él. Se rascó la nuca con nervios, desordenando con frustracion su larga melena blanca. «¡debo! ¡yo debo ser valiente también! ¡vamos, Hebe! ¡que la juventud nos ilumine que hoy para mi misma debo sacar vitalidad!»se echó ánimos a sí misma. :STK-26:
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  • Desde su atalaya celeste, Zeus observaba sin ser visto. El Olimpo, a pesar de su esplendor, se había convertido en un teatro de escándalos y excesos. Entre columnas de mármol y jardines colgantes, jóvenes dioses y diosas se entregaban a juegos amorosos sin pudor alguno. Besos robados, caricias descaradas y promesas susurradas llenaban cada rincón de los pasillos, incluso ante la vista de los mortales que osaban asomarse a las nubes.

    Zeus, rey de dioses, no podía evitar sentir una mezcla de fastidio y humillación. ¿Acaso el Olimpo no era un símbolo de poder y respeto? ¿Qué pensarían los héroes, los reyes y hasta los titanes cautivos, al ver que el sagrado hogar de los inmortales parecía una comedia romántica sin control?

    Fue entonces, tras una reunión silenciosa en su propio pensamiento, que decretó con voz firme y trueno estruendoso

    — ¡Desde hoy, ningún dios o diosa osará besarse fuera de sus aposentos! El amor no será prohibido, pero el descaro sí.—

    La orden resonó por todo el Olimpo como un rayo partiendo la montaña. Desde entonces, los jardines se volvieron más sobrios, las columnas dejaron de ser testigos de besos furtivos y, aunque muchos dioses susurraban entre dientes sobre la dureza de Zeus, nadie se atrevía a desobedecerlo... al menos no cuando él miraba.

    En secreto, claro, todos sabían que el primero en romper la regla sería el propio Zeus.

    #MisionEspecial

    Desde su atalaya celeste, Zeus observaba sin ser visto. El Olimpo, a pesar de su esplendor, se había convertido en un teatro de escándalos y excesos. Entre columnas de mármol y jardines colgantes, jóvenes dioses y diosas se entregaban a juegos amorosos sin pudor alguno. Besos robados, caricias descaradas y promesas susurradas llenaban cada rincón de los pasillos, incluso ante la vista de los mortales que osaban asomarse a las nubes. Zeus, rey de dioses, no podía evitar sentir una mezcla de fastidio y humillación. ¿Acaso el Olimpo no era un símbolo de poder y respeto? ¿Qué pensarían los héroes, los reyes y hasta los titanes cautivos, al ver que el sagrado hogar de los inmortales parecía una comedia romántica sin control? Fue entonces, tras una reunión silenciosa en su propio pensamiento, que decretó con voz firme y trueno estruendoso — ¡Desde hoy, ningún dios o diosa osará besarse fuera de sus aposentos! El amor no será prohibido, pero el descaro sí.— La orden resonó por todo el Olimpo como un rayo partiendo la montaña. Desde entonces, los jardines se volvieron más sobrios, las columnas dejaron de ser testigos de besos furtivos y, aunque muchos dioses susurraban entre dientes sobre la dureza de Zeus, nadie se atrevía a desobedecerlo... al menos no cuando él miraba. En secreto, claro, todos sabían que el primero en romper la regla sería el propio Zeus. #MisionEspecial
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  • #escenadebatalla #desafiodiarioolimpico
    #desafiodivino #DiosesdelOlimpo

    Hebe se escondió tras una columna de mármol, temblando de emoción contenida mientras se tapaba la boca con ambas manos. Su corazoncito latía como un tambor alegre. «¡Oh, oh… creo que me pasé un poquitín!»pensó, conteniendo una risita traviesa.

    Todo había comenzado con la brillante idea de usar su 'Chrysós Dólos', su linda hondita dorada, para hacer volar la copa de néctar de Hefesto. Solo un jueguito inocente, nada más. Pero su balín de goma, en lugar de derramar el néctar, había impactado con un sonoro *¡Paf!* en la nuca de su padre, Zeus.

    El Olimpo se quedó en silencio.

    Zeus se volteó con el ceño fruncido, y sus rayos centellearon al ver a Hefesto con su copa intacta en la mano.

    —¡¿Tú te atreves?!—tronó la voz DEL rey del Olimpo.

    —¿Eh?! ¡Pero si yo ni hice na—!

    Demasiado tarde. Un relámpago y una llamarada chocaron en el aire, desatando el caos. Dioses corriendo, mesas volando, el néctar derramado.

    Hebe, acurrucada tras la columna, se mordió el labio, temblando de emoción. «Bueno… al menos no fui yo.» Y con una risita silenciosa, disfrutó el espectáculo.

    #escenadebatalla #desafiodiarioolimpico #desafiodivino #DiosesdelOlimpo Hebe se escondió tras una columna de mármol, temblando de emoción contenida mientras se tapaba la boca con ambas manos. Su corazoncito latía como un tambor alegre. «¡Oh, oh… creo que me pasé un poquitín!»pensó, conteniendo una risita traviesa. Todo había comenzado con la brillante idea de usar su 'Chrysós Dólos', su linda hondita dorada, para hacer volar la copa de néctar de Hefesto. Solo un jueguito inocente, nada más. Pero su balín de goma, en lugar de derramar el néctar, había impactado con un sonoro *¡Paf!* en la nuca de su padre, Zeus. El Olimpo se quedó en silencio. Zeus se volteó con el ceño fruncido, y sus rayos centellearon al ver a Hefesto con su copa intacta en la mano. —¡¿Tú te atreves?!—tronó la voz DEL rey del Olimpo. —¿Eh?! ¡Pero si yo ni hice na—! Demasiado tarde. Un relámpago y una llamarada chocaron en el aire, desatando el caos. Dioses corriendo, mesas volando, el néctar derramado. Hebe, acurrucada tras la columna, se mordió el labio, temblando de emoción. «Bueno… al menos no fui yo.» Y con una risita silenciosa, disfrutó el espectáculo.
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  • «¡Por Zeus, porque soy tan bocazas....! Ojala no se disguste conmigo, no quiero ganarme el odio de otra criatura, pero... Es que, sentí tanta frustración, ¡Ugh!»piensa sintiendo culpabilidad de su boca suelta«Debí hacer como que no me importaba que declinara mi oferta, debí callarme, aaaah... Debí hacer muchas cosas pero le hablé con mi corazón caprichoso ¡Ah!» se cubre todo su rostro con su cabello mientras abraza a Hikaru, tratando de no pensar en lo que hizo, pero ella sabe que seguirá recordándole y muy posiblemente mañana le pida perdón al joven Akira por ser tan impulsiva.
    :STK-28: «¡Por Zeus, porque soy tan bocazas....! Ojala no se disguste conmigo, no quiero ganarme el odio de otra criatura, pero... Es que, sentí tanta frustración, ¡Ugh!»piensa sintiendo culpabilidad de su boca suelta«Debí hacer como que no me importaba que declinara mi oferta, debí callarme, aaaah... Debí hacer muchas cosas pero le hablé con mi corazón caprichoso ¡Ah!» se cubre todo su rostro con su cabello mientras abraza a Hikaru, tratando de no pensar en lo que hizo, pero ella sabe que seguirá recordándole y muy posiblemente mañana le pida perdón al joven Akira por ser tan impulsiva.
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  • RECUERDOS DEL PASADO

    La albina recuerda con una ternura, nervios y caos uno de sus pequeños berrinches -nombrados así por su Madre Hera-, pero simplemente para ella eran pequeñas travesuras que las hacía con la intención clara a manejar sus habilidades que la hacían distinta a sus demás "hermanos/as", porque haber sido reconocida como la Diosa de la Juventud y Vitalidad con solo nacer, fue un boom. ¿Qué cosas podría haber hecho para que su madre de pequeña la regañara por hacer berrinches? Oh, eso podría explicarse con motivo muy sencillo; recordaba perfectamente como su papá Zeus había estado discutiendo con Hefesto, una cosa llevó a otra y... Papá había tostado las flores favoritas de Madre, claramente papá huyó con las colas entre las patas al igual que Hefesto dejando a una niña albina de 10 años en la escena del crimen. Madre Hera no escatimó en notar que habían sido dañadas por unos rayos, con grito que estremeció por completo su piel blanca, la Reina le ordenó revitalizarlas con don. A presión, con miedo y nervios ¡Lo hizo!

    Pero al costo de un desmayo. No era ni dos o tres flores, sino que tres arbustos de flores favoritas. Ella siempre había jugado a otorgar y quitar la vitalidad de las plantas por aburrimiento a un numero muy escaso de una o dos flores, pero aquello había sido mucho para ella.

    Claramente, Zeus al estar viéndolo todo, escondido de la mirada de su querida Diosa y Reina, se sintió culpable por haber involucrado a su pequeña consentida en dicho aprieto. Hera enojada y complacida de haber notado que su hija logró recomponer su berrinche se marchó dejando sola a su hija, tirada en el suelo, con gotas de sudor y mejillas rojas por sobreesfuerzo hecho.

    Zeus aquel día mostró a la pequeña albina, el mundo mortal, llevando a comer unos deliciosos dangos. Siendo así, como había empezado su gula y curiosidad por el mundo humano, mas específicamente por las delicias culinarias. Y claro, todos estos viajes a la Tierra, un tiempo fueron secretos de padre e hija ante la Madre y esposa brava como Hera.

    —Que viejo recuerdo... Si, si, si~

    Sonríe con nostalgia la albina, mirando al cielo que la envuelve, refugiando sus ojos del sol bajo el dorso de su fina mano, disfrutando de estar en la tierra.
    RECUERDOS DEL PASADO La albina recuerda con una ternura, nervios y caos uno de sus pequeños berrinches -nombrados así por su Madre Hera-, pero simplemente para ella eran pequeñas travesuras que las hacía con la intención clara a manejar sus habilidades que la hacían distinta a sus demás "hermanos/as", porque haber sido reconocida como la Diosa de la Juventud y Vitalidad con solo nacer, fue un boom. ¿Qué cosas podría haber hecho para que su madre de pequeña la regañara por hacer berrinches? Oh, eso podría explicarse con motivo muy sencillo; recordaba perfectamente como su papá Zeus había estado discutiendo con Hefesto, una cosa llevó a otra y... Papá había tostado las flores favoritas de Madre, claramente papá huyó con las colas entre las patas al igual que Hefesto dejando a una niña albina de 10 años en la escena del crimen. Madre Hera no escatimó en notar que habían sido dañadas por unos rayos, con grito que estremeció por completo su piel blanca, la Reina le ordenó revitalizarlas con don. A presión, con miedo y nervios ¡Lo hizo! Pero al costo de un desmayo. No era ni dos o tres flores, sino que tres arbustos de flores favoritas. Ella siempre había jugado a otorgar y quitar la vitalidad de las plantas por aburrimiento a un numero muy escaso de una o dos flores, pero aquello había sido mucho para ella. Claramente, Zeus al estar viéndolo todo, escondido de la mirada de su querida Diosa y Reina, se sintió culpable por haber involucrado a su pequeña consentida en dicho aprieto. Hera enojada y complacida de haber notado que su hija logró recomponer su berrinche se marchó dejando sola a su hija, tirada en el suelo, con gotas de sudor y mejillas rojas por sobreesfuerzo hecho. Zeus aquel día mostró a la pequeña albina, el mundo mortal, llevando a comer unos deliciosos dangos. Siendo así, como había empezado su gula y curiosidad por el mundo humano, mas específicamente por las delicias culinarias. Y claro, todos estos viajes a la Tierra, un tiempo fueron secretos de padre e hija ante la Madre y esposa brava como Hera. —Que viejo recuerdo... Si, si, si~ Sonríe con nostalgia la albina, mirando al cielo que la envuelve, refugiando sus ojos del sol bajo el dorso de su fina mano, disfrutando de estar en la tierra.
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  • El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba.

    Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio.

    A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin.

    Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado.

    El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero.

    Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal.

    Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más.

    Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera.

    Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
    El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba. Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio. A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin. Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado. El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero. Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal. Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más. Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera. Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
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