𝑨𝒔𝒔𝒖𝒎𝒆.
Habían pasado unos cuantos meses desde que fue suspendido indefinidamente de la academia arcana, por motivos poco usuales. Desde entonces se dedicó a viajar por diferentes lugares, tomando la profesión de aventurero y mercenario, comenzó con pequeños encargos, buscar cosas, reunir ingredientes para alquimistas y gente que se dedica a la medicina natural, luego pasó a cazar bestias que podrían ser peligrosas para la gente, toda clase de monstruos, algunos eran verdaderas aberraciones.
Pudo prevalecer ya que siempre fue bueno al blandir la espada, pero también era muy bueno con los hechizos, usando la magia tanto para atacar como para defenderse. Mezclando ambos talentos, fue poco a poco haciéndose un nombre en algunos gremios, lo que también llevaría a recibir otro tipo de encargos y misiones, esta vez más complejos e incluso mucho más riesgosos.
Fue entonces que llego el día, tuvo que ir a unas antiguas ruinas y encargarse de unos bandidos, aunque no fue solo, ya que otros mercenarios habían sido contratados para lo mismo, deshacerse de aquellos delincuentes. Estos usaban las ruinas como una guarida para planificar y llevar a cabo escaramuzas a mercaderes ambulantes, transportistas, servicios de carretas y uno que otro viajero ocasional, pero un día en que un noble fue atacado y asesinado, había sido la gota que rebaso el vaso.
Así, Iskald y otros mercenarios irrumpieron en esas antiguas ruinas. Lo que pasó fue una verdadera masacre, muchos bandidos serían asesinados por los aventureros y mercenarios que se prestaron para llevar a cabo el trabajo, pero también caerían del otro lado. Ese fue el día en que Iskald, un joven de tan solo 18 años cruzo la línea, cometió el primer asesinato de su vida al matar a un bandido que estuvo a punto de asesinar a un camarada. Por supuesto, hizo lo correcto en ese momento, cumplió con lo que había que hacer, proteger a su compañero, acabar con la vida de ese bandido. Su espada se había bañado en sangre, mientras los demás cumplían el resto del trabajo, él se quedó un buen rato y en silencio mirando ese cadáver, vio como su vida se apagó ante sus ojos, siendo él su verdugo.
“El primer asesinato siempre es el más difícil”, es lo que dicen.
Iskald reflexionó, sabía que tarde o temprano iba a tener que matar otra vez. Sabía que su victima era una persona peligrosa y que cegar su vida, a la larga, serviría para un bien mayor.
Después de eso tendría otros trabajos más, y entre esas misiones volvió a encargarse de otros bandidos, volvió a matar. Incluso en los caminos a veces estos intentaban asaltarle y no quedaba otra, matar o morir. Empezó a ser más fácil de sobrellevar, poco a poco se iría forjando, se iría acostumbrando.
Pero a veces no podía evitar pensar:
“¿Algún día me perderé en esto?”
“¿Qué pasa si empiezo a agarrarle el gusto?”
“¿Y si hubiera una guerra y me viese forzado a participar?”
Eran las muchas interrogantes que invadían lo profundo de su mente, pero por ahora no le quedaba más que asumir.
𝑨𝒔𝒔𝒖𝒎𝒆.
Habían pasado unos cuantos meses desde que fue suspendido indefinidamente de la academia arcana, por motivos poco usuales. Desde entonces se dedicó a viajar por diferentes lugares, tomando la profesión de aventurero y mercenario, comenzó con pequeños encargos, buscar cosas, reunir ingredientes para alquimistas y gente que se dedica a la medicina natural, luego pasó a cazar bestias que podrían ser peligrosas para la gente, toda clase de monstruos, algunos eran verdaderas aberraciones.
Pudo prevalecer ya que siempre fue bueno al blandir la espada, pero también era muy bueno con los hechizos, usando la magia tanto para atacar como para defenderse. Mezclando ambos talentos, fue poco a poco haciéndose un nombre en algunos gremios, lo que también llevaría a recibir otro tipo de encargos y misiones, esta vez más complejos e incluso mucho más riesgosos.
Fue entonces que llego el día, tuvo que ir a unas antiguas ruinas y encargarse de unos bandidos, aunque no fue solo, ya que otros mercenarios habían sido contratados para lo mismo, deshacerse de aquellos delincuentes. Estos usaban las ruinas como una guarida para planificar y llevar a cabo escaramuzas a mercaderes ambulantes, transportistas, servicios de carretas y uno que otro viajero ocasional, pero un día en que un noble fue atacado y asesinado, había sido la gota que rebaso el vaso.
Así, Iskald y otros mercenarios irrumpieron en esas antiguas ruinas. Lo que pasó fue una verdadera masacre, muchos bandidos serían asesinados por los aventureros y mercenarios que se prestaron para llevar a cabo el trabajo, pero también caerían del otro lado. Ese fue el día en que Iskald, un joven de tan solo 18 años cruzo la línea, cometió el primer asesinato de su vida al matar a un bandido que estuvo a punto de asesinar a un camarada. Por supuesto, hizo lo correcto en ese momento, cumplió con lo que había que hacer, proteger a su compañero, acabar con la vida de ese bandido. Su espada se había bañado en sangre, mientras los demás cumplían el resto del trabajo, él se quedó un buen rato y en silencio mirando ese cadáver, vio como su vida se apagó ante sus ojos, siendo él su verdugo.
“El primer asesinato siempre es el más difícil”, es lo que dicen.
Iskald reflexionó, sabía que tarde o temprano iba a tener que matar otra vez. Sabía que su victima era una persona peligrosa y que cegar su vida, a la larga, serviría para un bien mayor.
Después de eso tendría otros trabajos más, y entre esas misiones volvió a encargarse de otros bandidos, volvió a matar. Incluso en los caminos a veces estos intentaban asaltarle y no quedaba otra, matar o morir. Empezó a ser más fácil de sobrellevar, poco a poco se iría forjando, se iría acostumbrando.
Pero a veces no podía evitar pensar:
“¿Algún día me perderé en esto?”
“¿Qué pasa si empiezo a agarrarle el gusto?”
“¿Y si hubiera una guerra y me viese forzado a participar?”
Eran las muchas interrogantes que invadían lo profundo de su mente, pero por ahora no le quedaba más que asumir.