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    La primera pesadilla

    La noche después de la transformación no sabe a descanso.

    Mi cuerpo debería estar agotado…
    pero algo dentro de mí no me deja dormir.

    Quema.
    Arde como brasas vivas.

    Y al mismo tiempo me da frío.
    Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.

    Susurra.

    Una voz que no es voz.
    Un idioma que no entiendo… pero siento.
    Como si siempre hubiera estado en mí,
    esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.

    Me enseña palabras imposibles.
    Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
    O quizá… no las olvido.
    Quizá ellas me recuerdan a mí.

    Me duermo.

    Y el mundo cambia.

    Estoy de pie en un puente de madera vieja.
    El viento huele a sal y a sangre.
    Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
    Mis pies… no.
    No son mis pies.

    Yo no soy yo.

    A mi alrededor escucho gritos.
    Llamas.
    El estallido de un hogar ardiendo.
    La masacre de un pueblo pesquero.

    Corsarios.

    Docenas.
    Tal vez cientos.

    Queman casas.
    Se llevan niños.
    Arrastran mujeres.
    Degüellan hombres.

    Y yo corro.
    Corro sin saber a dónde.
    Sin saber quién soy.

    Mis piernas son cortas.
    Mi cuerpo es frágil.
    Mi respiración suena a un niño asustado.

    No a mí.
    No a Lili.

    Este no es mi cuerpo.

    Los corsarios me rodean.
    Sombras enormes contra la luna.
    Casco, hierro, parches, cicatrices.
    Espadas que brillan.

    No hay salida.

    Grito.

    Pero la voz que sale de mí no es la mía.
    Es más aguda.
    Más pequeña.
    Más rota.

    Una espada me atraviesa.

    Y otra.

    Y otra.

    Y el puente se llena de rojo.

    Despierto.

    Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
    Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
    No hay heridas.

    Soy yo.
    Lili.

    Pero el miedo no se va.
    Se queda enganchado a mis costillas.
    Me falta el aire.
    La oscuridad de la habitación parece viva.

    No quiero cerrar los ojos.
    No quiero volver a ese puente.
    No quiero saber quién era ese niño.
    No quiero saber por qué veo su muerte.

    No quiero…

    Me encojo bajo las mantas.
    Mis uñas arañan mis propios brazos.
    Mi respiración se convierte en sollozos.

    Esa noche la pasé llorando.
    Sola.
    Llorando con la almohada mordida,
    esperando que nadie escuchara,
    esperando que la sombra no volviera a hablarme.

    La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La primera pesadilla La noche después de la transformación no sabe a descanso. Mi cuerpo debería estar agotado… pero algo dentro de mí no me deja dormir. Quema. Arde como brasas vivas. Y al mismo tiempo me da frío. Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones. Susurra. Una voz que no es voz. Un idioma que no entiendo… pero siento. Como si siempre hubiera estado en mí, esperando a que mi sombra despertara para recordármelo. Me enseña palabras imposibles. Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas. O quizá… no las olvido. Quizá ellas me recuerdan a mí. Me duermo. Y el mundo cambia. Estoy de pie en un puente de madera vieja. El viento huele a sal y a sangre. Las tablas crujen bajo mis pies pequeños. Mis pies… no. No son mis pies. Yo no soy yo. A mi alrededor escucho gritos. Llamas. El estallido de un hogar ardiendo. La masacre de un pueblo pesquero. Corsarios. Docenas. Tal vez cientos. Queman casas. Se llevan niños. Arrastran mujeres. Degüellan hombres. Y yo corro. Corro sin saber a dónde. Sin saber quién soy. Mis piernas son cortas. Mi cuerpo es frágil. Mi respiración suena a un niño asustado. No a mí. No a Lili. Este no es mi cuerpo. Los corsarios me rodean. Sombras enormes contra la luna. Casco, hierro, parches, cicatrices. Espadas que brillan. No hay salida. Grito. Pero la voz que sale de mí no es la mía. Es más aguda. Más pequeña. Más rota. Una espada me atraviesa. Y otra. Y otra. Y el puente se llena de rojo. Despierto. Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito. Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando. No hay heridas. Soy yo. Lili. Pero el miedo no se va. Se queda enganchado a mis costillas. Me falta el aire. La oscuridad de la habitación parece viva. No quiero cerrar los ojos. No quiero volver a ese puente. No quiero saber quién era ese niño. No quiero saber por qué veo su muerte. No quiero… Me encojo bajo las mantas. Mis uñas arañan mis propios brazos. Mi respiración se convierte en sollozos. Esa noche la pasé llorando. Sola. Llorando con la almohada mordida, esperando que nadie escuchara, esperando que la sombra no volviera a hablarme. La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
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    La primera pesadilla

    La noche después de la transformación no sabe a descanso.

    Mi cuerpo debería estar agotado…
    pero algo dentro de mí no me deja dormir.

    Quema.
    Arde como brasas vivas.

    Y al mismo tiempo me da frío.
    Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.

    Susurra.

    Una voz que no es voz.
    Un idioma que no entiendo… pero siento.
    Como si siempre hubiera estado en mí,
    esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.

    Me enseña palabras imposibles.
    Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
    O quizá… no las olvido.
    Quizá ellas me recuerdan a mí.

    Me duermo.

    Y el mundo cambia.

    Estoy de pie en un puente de madera vieja.
    El viento huele a sal y a sangre.
    Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
    Mis pies… no.
    No son mis pies.

    Yo no soy yo.

    A mi alrededor escucho gritos.
    Llamas.
    El estallido de un hogar ardiendo.
    La masacre de un pueblo pesquero.

    Corsarios.

    Docenas.
    Tal vez cientos.

    Queman casas.
    Se llevan niños.
    Arrastran mujeres.
    Degüellan hombres.

    Y yo corro.
    Corro sin saber a dónde.
    Sin saber quién soy.

    Mis piernas son cortas.
    Mi cuerpo es frágil.
    Mi respiración suena a un niño asustado.

    No a mí.
    No a Lili.

    Este no es mi cuerpo.

    Los corsarios me rodean.
    Sombras enormes contra la luna.
    Casco, hierro, parches, cicatrices.
    Espadas que brillan.

    No hay salida.

    Grito.

    Pero la voz que sale de mí no es la mía.
    Es más aguda.
    Más pequeña.
    Más rota.

    Una espada me atraviesa.

    Y otra.

    Y otra.

    Y el puente se llena de rojo.

    Despierto.

    Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
    Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
    No hay heridas.

    Soy yo.
    Lili.

    Pero el miedo no se va.
    Se queda enganchado a mis costillas.
    Me falta el aire.
    La oscuridad de la habitación parece viva.

    No quiero cerrar los ojos.
    No quiero volver a ese puente.
    No quiero saber quién era ese niño.
    No quiero saber por qué veo su muerte.

    No quiero…

    Me encojo bajo las mantas.
    Mis uñas arañan mis propios brazos.
    Mi respiración se convierte en sollozos.

    Esa noche la pasé llorando.
    Sola.
    Llorando con la almohada mordida,
    esperando que nadie escuchara,
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    La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
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    La primera pesadilla

    La noche después de la transformación no sabe a descanso.

    Mi cuerpo debería estar agotado…
    pero algo dentro de mí no me deja dormir.

    Quema.
    Arde como brasas vivas.

    Y al mismo tiempo me da frío.
    Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.

    Susurra.

    Una voz que no es voz.
    Un idioma que no entiendo… pero siento.
    Como si siempre hubiera estado en mí,
    esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.

    Me enseña palabras imposibles.
    Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
    O quizá… no las olvido.
    Quizá ellas me recuerdan a mí.

    Me duermo.

    Y el mundo cambia.

    Estoy de pie en un puente de madera vieja.
    El viento huele a sal y a sangre.
    Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
    Mis pies… no.
    No son mis pies.

    Yo no soy yo.

    A mi alrededor escucho gritos.
    Llamas.
    El estallido de un hogar ardiendo.
    La masacre de un pueblo pesquero.

    Corsarios.

    Docenas.
    Tal vez cientos.

    Queman casas.
    Se llevan niños.
    Arrastran mujeres.
    Degüellan hombres.

    Y yo corro.
    Corro sin saber a dónde.
    Sin saber quién soy.

    Mis piernas son cortas.
    Mi cuerpo es frágil.
    Mi respiración suena a un niño asustado.

    No a mí.
    No a Lili.

    Este no es mi cuerpo.

    Los corsarios me rodean.
    Sombras enormes contra la luna.
    Casco, hierro, parches, cicatrices.
    Espadas que brillan.

    No hay salida.

    Grito.

    Pero la voz que sale de mí no es la mía.
    Es más aguda.
    Más pequeña.
    Más rota.

    Una espada me atraviesa.

    Y otra.

    Y otra.

    Y el puente se llena de rojo.

    Despierto.

    Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
    Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
    No hay heridas.

    Soy yo.
    Lili.

    Pero el miedo no se va.
    Se queda enganchado a mis costillas.
    Me falta el aire.
    La oscuridad de la habitación parece viva.

    No quiero cerrar los ojos.
    No quiero volver a ese puente.
    No quiero saber quién era ese niño.
    No quiero saber por qué veo su muerte.

    No quiero…

    Me encojo bajo las mantas.
    Mis uñas arañan mis propios brazos.
    Mi respiración se convierte en sollozos.

    Esa noche la pasé llorando.
    Sola.
    Llorando con la almohada mordida,
    esperando que nadie escuchara,
    esperando que la sombra no volviera a hablarme.

    La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La primera pesadilla La noche después de la transformación no sabe a descanso. Mi cuerpo debería estar agotado… pero algo dentro de mí no me deja dormir. Quema. Arde como brasas vivas. Y al mismo tiempo me da frío. Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones. Susurra. Una voz que no es voz. Un idioma que no entiendo… pero siento. Como si siempre hubiera estado en mí, esperando a que mi sombra despertara para recordármelo. Me enseña palabras imposibles. Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas. O quizá… no las olvido. Quizá ellas me recuerdan a mí. Me duermo. Y el mundo cambia. Estoy de pie en un puente de madera vieja. El viento huele a sal y a sangre. Las tablas crujen bajo mis pies pequeños. Mis pies… no. No son mis pies. Yo no soy yo. A mi alrededor escucho gritos. Llamas. El estallido de un hogar ardiendo. La masacre de un pueblo pesquero. Corsarios. Docenas. Tal vez cientos. Queman casas. Se llevan niños. Arrastran mujeres. Degüellan hombres. Y yo corro. Corro sin saber a dónde. Sin saber quién soy. Mis piernas son cortas. Mi cuerpo es frágil. Mi respiración suena a un niño asustado. No a mí. No a Lili. Este no es mi cuerpo. Los corsarios me rodean. Sombras enormes contra la luna. Casco, hierro, parches, cicatrices. Espadas que brillan. No hay salida. Grito. Pero la voz que sale de mí no es la mía. Es más aguda. Más pequeña. Más rota. Una espada me atraviesa. Y otra. Y otra. Y el puente se llena de rojo. Despierto. Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito. Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando. No hay heridas. Soy yo. Lili. Pero el miedo no se va. Se queda enganchado a mis costillas. Me falta el aire. La oscuridad de la habitación parece viva. No quiero cerrar los ojos. No quiero volver a ese puente. No quiero saber quién era ese niño. No quiero saber por qué veo su muerte. No quiero… Me encojo bajo las mantas. Mis uñas arañan mis propios brazos. Mi respiración se convierte en sollozos. Esa noche la pasé llorando. Sola. Llorando con la almohada mordida, esperando que nadie escuchara, esperando que la sombra no volviera a hablarme. La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
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    — ​La oscuridad. El azul hiriente de las velas. El hedor a moho y a maná corrompido. Estoy colgando. El vestido es un peso muerto, una capa de humillación.
    ​El dolor es el único lenguaje que existe. No es solo un dolor; son miles de agujas rojas que me atraviesan, que se contraen y tiran. Cada pulso de mi corazón bombea agonía.
    ​Y luego está la voz. Caster. Su risa es una lima oxidada sobre mis nervios.


    ​—Caster: "¡Acepta tu destino!"—


    ​¡No! Él se equivoca. Se equivoca de persona. Soy el Rey. Soy Artoria.
    ​El Command Spell arde en mi interior. Es una presión aplastante, una mano invisible que intenta derretir mi alma, obligarme a decir la palabra: "Me rindo."


    ​Mis dientes están trabados. Mis ojos arden, pero no derramaré lágrimas. Si lloro, él gana. Si grito, él gana.
    ​Mi mente se aferra a la última imagen de luz: un campo de batalla limpio, mi espada Excalibur brillando. Necesito resistir. Si este monstruo me rompe, ¿qué quedará del ideal? ¿Qué quedará del Rey que juró proteger?

    ​— ¡No cederé! ¡Por mi reino…!

    ​El dolor se intensifica. El mundo se vuelve rojo, un puro torrente de sufrimiento. Tengo miedo. Pero el miedo no es el amo. Mi voluntad es el amo.
    ​Solo tengo que resistir... un segundo más.
    — ​La oscuridad. El azul hiriente de las velas. El hedor a moho y a maná corrompido. Estoy colgando. El vestido es un peso muerto, una capa de humillación. ​El dolor es el único lenguaje que existe. No es solo un dolor; son miles de agujas rojas que me atraviesan, que se contraen y tiran. Cada pulso de mi corazón bombea agonía. ​Y luego está la voz. Caster. Su risa es una lima oxidada sobre mis nervios. ​—Caster: "¡Acepta tu destino!"— ​¡No! Él se equivoca. Se equivoca de persona. Soy el Rey. Soy Artoria. ​El Command Spell arde en mi interior. Es una presión aplastante, una mano invisible que intenta derretir mi alma, obligarme a decir la palabra: "Me rindo." ​Mis dientes están trabados. Mis ojos arden, pero no derramaré lágrimas. Si lloro, él gana. Si grito, él gana. ​Mi mente se aferra a la última imagen de luz: un campo de batalla limpio, mi espada Excalibur brillando. Necesito resistir. Si este monstruo me rompe, ¿qué quedará del ideal? ¿Qué quedará del Rey que juró proteger? ​— ¡No cederé! ¡Por mi reino…! ​El dolor se intensifica. El mundo se vuelve rojo, un puro torrente de sufrimiento. Tengo miedo. Pero el miedo no es el amo. Mi voluntad es el amo. ​Solo tengo que resistir... un segundo más.
    Me encocora
    Me entristece
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  • 🪽Yo antes era un ser hermoso...🪽

    Fui creado con el género de Adán, pero con la frágil y bella apariencia de Eva. Una mezcla perfecta, combinando lo más hermoso de ambos seres.

    Fui bautizado con el nombre de Elorien, único en el universo; 𝕷𝖆 𝖑𝖚𝖟 𝖉𝖊 𝕯𝖎𝖔𝖘.

    Pero al parecer fue la poderosa esencia de Lilith la que me hizo caer en el pecado de amar lo prohibido. Se filtró en mí sin permiso, silenciosa e invisible a los ojos de Dios, mi creador.

    Tomé aquello que me era negado. Amé… amé a un ser terrenal; cada beso, cada caricia… me hacían dudar de que el cielo fuera ese en el que nací.

    Descubierto fui. Mi Padre, mis hermanos, me señalaron con vergüenza y desdén. Ya no era luz; estaba sucio, a pesar de solo haber compartido castos besos y caricias perdidas.

    El ultimátum fue demoledor. Dios habló:

    —Destruye aquello que amaste más que a mí. Si niegas el deseo de tu Padre Creador, serás desterrado al plano mortal y por ti mismo descubrirás la penitencia que tendrás que cargar.—

    Elorien, la luz de Dios. Su voz rota de dolor, pero con la determinación que Lilith le otorgó.

    🪽 No dejaré de hacer aquello por lo que fui creado. Amor soy y amor daré. Incluso si debo compartirlo con vos, Padre Todopoderoso. 🪽

    Entonces Elorien fue ajusticiado. Cuatro de sus alas murieron ante la impasibilidad de aquellos que miraron. No hubo delicadeza; allí, en el cielo mismo, se filtró la crueldad. Una a una fueron laceradas, arrancadas, mutiladas, dejando cuatro cicatrices que jamás olvidará.

    Tan solo dejaron dos de sus alas. Un recordatorio de lo que fue, pero sin la fuerza para que estas consiguieran guiarle nuevamente al hogar de Dios, su hogar.

    A pesar del dolor, Elorien sintió una liberación. Voló a la tierra, buscando a su amado. Se fundió en sus brazos con un beso apasionado. Este fue largo, lento; disfrutó los minutos sin miedo a ser juzgados.

    Repentinamente se desfalleció. ¿Fruto de la emoción?... No. No sentía su respiración ni el latir de su corazón. Su calidez desapareció; su piel se tornó fría, perdiendo su vivo color.

    🪽 ¡¿Por qué?! 🪽 reclamó a Dios.

    Mientras arrancaron sus alas, él no lloró, no gritó. Pero en aquel momento, su llanto y su grito fueron tan reales como la propia carne, llegando a los oídos del mismo cielo.

    —He aquí tu condena, hijo mío. Por cada minuto que alguien anhele tu piel, un año de su vida yo quitaré, acelerando su entrada al cielo o al infierno. Te condeno a una eternidad sin que el amor puedas volver a conocer…—
    🪽Yo antes era un ser hermoso...🪽 Fui creado con el género de Adán, pero con la frágil y bella apariencia de Eva. Una mezcla perfecta, combinando lo más hermoso de ambos seres. Fui bautizado con el nombre de Elorien, único en el universo; 𝕷𝖆 𝖑𝖚𝖟 𝖉𝖊 𝕯𝖎𝖔𝖘. Pero al parecer fue la poderosa esencia de Lilith la que me hizo caer en el pecado de amar lo prohibido. Se filtró en mí sin permiso, silenciosa e invisible a los ojos de Dios, mi creador. Tomé aquello que me era negado. Amé… amé a un ser terrenal; cada beso, cada caricia… me hacían dudar de que el cielo fuera ese en el que nací. Descubierto fui. Mi Padre, mis hermanos, me señalaron con vergüenza y desdén. Ya no era luz; estaba sucio, a pesar de solo haber compartido castos besos y caricias perdidas. El ultimátum fue demoledor. Dios habló: —Destruye aquello que amaste más que a mí. Si niegas el deseo de tu Padre Creador, serás desterrado al plano mortal y por ti mismo descubrirás la penitencia que tendrás que cargar.— Elorien, la luz de Dios. Su voz rota de dolor, pero con la determinación que Lilith le otorgó. 🪽 No dejaré de hacer aquello por lo que fui creado. Amor soy y amor daré. Incluso si debo compartirlo con vos, Padre Todopoderoso. 🪽 Entonces Elorien fue ajusticiado. Cuatro de sus alas murieron ante la impasibilidad de aquellos que miraron. No hubo delicadeza; allí, en el cielo mismo, se filtró la crueldad. Una a una fueron laceradas, arrancadas, mutiladas, dejando cuatro cicatrices que jamás olvidará. Tan solo dejaron dos de sus alas. Un recordatorio de lo que fue, pero sin la fuerza para que estas consiguieran guiarle nuevamente al hogar de Dios, su hogar. A pesar del dolor, Elorien sintió una liberación. Voló a la tierra, buscando a su amado. Se fundió en sus brazos con un beso apasionado. Este fue largo, lento; disfrutó los minutos sin miedo a ser juzgados. Repentinamente se desfalleció. ¿Fruto de la emoción?... No. No sentía su respiración ni el latir de su corazón. Su calidez desapareció; su piel se tornó fría, perdiendo su vivo color. 🪽 ¡¿Por qué?! 🪽 reclamó a Dios. Mientras arrancaron sus alas, él no lloró, no gritó. Pero en aquel momento, su llanto y su grito fueron tan reales como la propia carne, llegando a los oídos del mismo cielo. —He aquí tu condena, hijo mío. Por cada minuto que alguien anhele tu piel, un año de su vida yo quitaré, acelerando su entrada al cielo o al infierno. Te condeno a una eternidad sin que el amor puedas volver a conocer…—
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    𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒆𝒔𝒂𝒏𝒕𝒆...

    Mordey

    ⟁Solo existe uno que puede observar



    Solo existe uno que puede dominar las sombras.....𓂀

    【 Recitó la voz del que aún no ha llegado. No para juzgar ni condenar... Si no para advertir de su venida 】

    ◢✥𝐆azú✥◣
    ⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘
    ꧁▬▭▭▭▭▭◺⟁◿▭▭▭▭▭▬꧂ 𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒆𝒔𝒂𝒏𝒕𝒆... [ripple_copper_lobster_832] ⟁Solo existe uno que puede observar 👁️ Solo existe uno que puede dominar las sombras.....𓂀 【 Recitó la voz del que aún no ha llegado. No para juzgar ni condenar... Si no para advertir de su venida 】 ◢✥𝐆azú✥◣ ⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘
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    El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul

    —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda.
    Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño.
    Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos.

    Me río.
    Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven.

    Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías.
    Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua.
    Y me gusta.

    Mi sonrisa deja de ser humana.
    Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora.

    Le voy a arrancar la sonrisa a Akane.

    Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida.
    Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros.
    Nuestra mirada se cruza:
    la mía, vacía y devoradora,
    la suya, firme pero herida por lo que ve.

    Esa fracción de segundo dura una eternidad.

    Ataco otra vez.
    Y otra.
    Y otra.

    Soy rápida, sí.
    Letal, sí.
    Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro.

    Es entonces cuando Akane deja de contenerse.

    Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka.
    Ese combate que marcó a ambas.
    Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio.

    Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer:

    Dominar.
    Someter.
    Destruir.
    Amar.

    Akane respira profundo y su cuerpo cambia.

    Sus músculos se tensan.
    Sus venas brillan bajo la piel.
    Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha.
    Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre.

    Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul.
    Imponente.
    Hermosa.
    Peligrosa.

    Pero no retrocede.

    Me deja alcanzarla.

    Mis uñas rasgan su piel.
    Mis colmillos buscan su cuello.
    Mi instinto ruge hambre, furia, caos.

    La muerdo.
    La araño.
    Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma.

    Y ella…

    Me abraza.

    Me sostiene.

    Me arropa con sus alas azules.
    Con sus brazos firmes.
    Con su calor.
    Con su fuerza.

    Me acuna.
    Me mece.
    Me susurra.
    Me besa la cabeza.

    Y todo el odio se rompe como cristal.

    Mi corazón se detiene un instante.
    La sombra se deshace, humeante.
    Mis garras se retraen.
    Mi mandíbula tiembla.

    Y sólo quedo yo.

    Yo.
    Lili.

    Pequeña.
    Humana.
    Temblando entre los brazos de Akane.

    Y lloro.

    Lloro como si me desgarraran desde dentro.
    Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira.
    Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón.

    Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice:

    Akane:
    No permitas NUNCA que nadie te vea llorar.
    Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así…

    Tú no eres presa, Lili.
    Eres hija de Reinas.

    —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar—

    Sólo tus madres pueden abrazarte así…
    Y yo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda. Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño. Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos. Me río. Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven. Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías. Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua. Y me gusta. Mi sonrisa deja de ser humana. Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora. Le voy a arrancar la sonrisa a Akane. Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida. Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros. Nuestra mirada se cruza: la mía, vacía y devoradora, la suya, firme pero herida por lo que ve. Esa fracción de segundo dura una eternidad. Ataco otra vez. Y otra. Y otra. Soy rápida, sí. Letal, sí. Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro. Es entonces cuando Akane deja de contenerse. Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka. Ese combate que marcó a ambas. Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio. Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer: Dominar. Someter. Destruir. Amar. Akane respira profundo y su cuerpo cambia. Sus músculos se tensan. Sus venas brillan bajo la piel. Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha. Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre. Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul. Imponente. Hermosa. Peligrosa. Pero no retrocede. Me deja alcanzarla. Mis uñas rasgan su piel. Mis colmillos buscan su cuello. Mi instinto ruge hambre, furia, caos. La muerdo. La araño. Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma. Y ella… Me abraza. Me sostiene. Me arropa con sus alas azules. Con sus brazos firmes. Con su calor. Con su fuerza. Me acuna. Me mece. Me susurra. Me besa la cabeza. Y todo el odio se rompe como cristal. Mi corazón se detiene un instante. La sombra se deshace, humeante. Mis garras se retraen. Mi mandíbula tiembla. Y sólo quedo yo. Yo. Lili. Pequeña. Humana. Temblando entre los brazos de Akane. Y lloro. Lloro como si me desgarraran desde dentro. Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira. Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón. Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice: Akane: No permitas NUNCA que nadie te vea llorar. Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así… Tú no eres presa, Lili. Eres hija de Reinas. —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar— Sólo tus madres pueden abrazarte así… Y yo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Azuka 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 Yokin

    El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul

    —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda.
    Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño.
    Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos.

    Me río.
    Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven.

    Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías.
    Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua.
    Y me gusta.

    Mi sonrisa deja de ser humana.
    Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora.

    Le voy a arrancar la sonrisa a Akane.

    Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida.
    Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros.
    Nuestra mirada se cruza:
    la mía, vacía y devoradora,
    la suya, firme pero herida por lo que ve.

    Esa fracción de segundo dura una eternidad.

    Ataco otra vez.
    Y otra.
    Y otra.

    Soy rápida, sí.
    Letal, sí.
    Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro.

    Es entonces cuando Akane deja de contenerse.

    Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka.
    Ese combate que marcó a ambas.
    Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio.

    Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer:

    Dominar.
    Someter.
    Destruir.
    Amar.

    Akane respira profundo y su cuerpo cambia.

    Sus músculos se tensan.
    Sus venas brillan bajo la piel.
    Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha.
    Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre.

    Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul.
    Imponente.
    Hermosa.
    Peligrosa.

    Pero no retrocede.

    Me deja alcanzarla.

    Mis uñas rasgan su piel.
    Mis colmillos buscan su cuello.
    Mi instinto ruge hambre, furia, caos.

    La muerdo.
    La araño.
    Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma.

    Y ella…

    Me abraza.

    Me sostiene.

    Me arropa con sus alas azules.
    Con sus brazos firmes.
    Con su calor.
    Con su fuerza.

    Me acuna.
    Me mece.
    Me susurra.
    Me besa la cabeza.

    Y todo el odio se rompe como cristal.

    Mi corazón se detiene un instante.
    La sombra se deshace, humeante.
    Mis garras se retraen.
    Mi mandíbula tiembla.

    Y sólo quedo yo.

    Yo.
    Lili.

    Pequeña.
    Humana.
    Temblando entre los brazos de Akane.

    Y lloro.

    Lloro como si me desgarraran desde dentro.
    Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira.
    Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón.

    Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice:

    Akane:
    No permitas NUNCA que nadie te vea llorar.
    Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así…

    Tú no eres presa, Lili.
    Eres hija de Reinas.

    —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar—

    Sólo tus madres pueden abrazarte así…
    Y yo.
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    El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul

    —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda.
    Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño.
    Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos.

    Me río.
    Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven.

    Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías.
    Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua.
    Y me gusta.

    Mi sonrisa deja de ser humana.
    Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora.

    Le voy a arrancar la sonrisa a Akane.

    Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida.
    Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros.
    Nuestra mirada se cruza:
    la mía, vacía y devoradora,
    la suya, firme pero herida por lo que ve.

    Esa fracción de segundo dura una eternidad.

    Ataco otra vez.
    Y otra.
    Y otra.

    Soy rápida, sí.
    Letal, sí.
    Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro.

    Es entonces cuando Akane deja de contenerse.

    Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka.
    Ese combate que marcó a ambas.
    Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio.

    Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer:

    Dominar.
    Someter.
    Destruir.
    Amar.

    Akane respira profundo y su cuerpo cambia.

    Sus músculos se tensan.
    Sus venas brillan bajo la piel.
    Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha.
    Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre.

    Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul.
    Imponente.
    Hermosa.
    Peligrosa.

    Pero no retrocede.

    Me deja alcanzarla.

    Mis uñas rasgan su piel.
    Mis colmillos buscan su cuello.
    Mi instinto ruge hambre, furia, caos.

    La muerdo.
    La araño.
    Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma.

    Y ella…

    Me abraza.

    Me sostiene.

    Me arropa con sus alas azules.
    Con sus brazos firmes.
    Con su calor.
    Con su fuerza.

    Me acuna.
    Me mece.
    Me susurra.
    Me besa la cabeza.

    Y todo el odio se rompe como cristal.

    Mi corazón se detiene un instante.
    La sombra se deshace, humeante.
    Mis garras se retraen.
    Mi mandíbula tiembla.

    Y sólo quedo yo.

    Yo.
    Lili.

    Pequeña.
    Humana.
    Temblando entre los brazos de Akane.

    Y lloro.

    Lloro como si me desgarraran desde dentro.
    Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira.
    Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón.

    Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice:

    Akane:
    No permitas NUNCA que nadie te vea llorar.
    Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así…

    Tú no eres presa, Lili.
    Eres hija de Reinas.

    —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar—

    Sólo tus madres pueden abrazarte así…
    Y yo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 [HimariSeiryu] El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda. Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño. Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos. Me río. Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven. Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías. Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua. Y me gusta. Mi sonrisa deja de ser humana. Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora. Le voy a arrancar la sonrisa a Akane. Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida. Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros. Nuestra mirada se cruza: la mía, vacía y devoradora, la suya, firme pero herida por lo que ve. Esa fracción de segundo dura una eternidad. Ataco otra vez. Y otra. Y otra. Soy rápida, sí. Letal, sí. Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro. Es entonces cuando Akane deja de contenerse. Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka. Ese combate que marcó a ambas. Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio. Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer: Dominar. Someter. Destruir. Amar. Akane respira profundo y su cuerpo cambia. Sus músculos se tensan. Sus venas brillan bajo la piel. Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha. Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre. Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul. Imponente. Hermosa. Peligrosa. Pero no retrocede. Me deja alcanzarla. Mis uñas rasgan su piel. Mis colmillos buscan su cuello. Mi instinto ruge hambre, furia, caos. La muerdo. La araño. Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma. Y ella… Me abraza. Me sostiene. Me arropa con sus alas azules. Con sus brazos firmes. Con su calor. Con su fuerza. Me acuna. Me mece. Me susurra. Me besa la cabeza. Y todo el odio se rompe como cristal. Mi corazón se detiene un instante. La sombra se deshace, humeante. Mis garras se retraen. Mi mandíbula tiembla. Y sólo quedo yo. Yo. Lili. Pequeña. Humana. Temblando entre los brazos de Akane. Y lloro. Lloro como si me desgarraran desde dentro. Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira. Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón. Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice: Akane: No permitas NUNCA que nadie te vea llorar. Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así… Tú no eres presa, Lili. Eres hija de Reinas. —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar— Sólo tus madres pueden abrazarte así… Y yo.
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  • El Vampiro


    El día había sido largo para Sana. Después de horas de práctica de baile y grabaciones, lo único que quería era derrumbarse en su cama y perderse en el mundo de los sueños. Con un suspiro de alivio, se arropó y cerró los ojos, el cansancio llevándola rápidamente a un profundo sueño.


    De repente, se encontró de pie en un lugar que no reconocía. El aire era frío y la luz de la luna, inusualmente grande y plateada, bañaba un antiguo castillo gótico. No había nadie alrededor, solo el susurro del viento entre los árboles oscuros. Sana, conocida por su personalidad burbujeante y su tendencia a ser un poco torpe, sintió un escalofrío que no era del viento.
    Una figura alta y elegante emergió de las sombras del castillo. Llevaba una capa de terciopelo y tenía una mirada hipnótica. No era una figura aterradora, sino extrañamente cautivadora.
    "Minatozaki Sana", dijo la figura con una voz suave y melodiosa. "Te he estado esperando".
    Sana, que en el fondo era valiente, aunque un poco confusa, preguntó: "¿Esperándome? ¿Quién eres?".
    La figura sonrió, revelando un destello de colmillos nacarados. "Soy tu destino... en este sueño, al menos". Extendió una mano pálida. "Hechicera de los escenarios, bailarina de la luz. Te ofrezco una nueva forma de ver la noche".
    Antes de que Sana pudiera reaccionar, la figura le dio un suave, casi imperceptible, mordisco en el cuello. No dolió; de hecho, sintió un hormigueo agradable, como si miles de pequeñas burbujas de energía recorrieran su cuerpo. Una nueva sensación la invadió: sus sentidos se agudizaron, los colores de la noche se volvieron más intensos, y sintió un inusual anhelo... no de sangre, sino de algo emocionante y nuevo.

    Sana se miró en un espejo que milagrosamente apareció. Su reflejo era el mismo, pero sus ojos brillaban con un matiz carmesí, y tenía unos pequeños colmillos que le daban un aire de glamour misterioso. "¡Oh, Dios mío!", exclamó, tocándose la boca con asombro. "¡Soy una vampira!".


    ..... continuará.


    El Vampiro ♡ El día había sido largo para Sana. Después de horas de práctica de baile y grabaciones, lo único que quería era derrumbarse en su cama y perderse en el mundo de los sueños. Con un suspiro de alivio, se arropó y cerró los ojos, el cansancio llevándola rápidamente a un profundo sueño. De repente, se encontró de pie en un lugar que no reconocía. El aire era frío y la luz de la luna, inusualmente grande y plateada, bañaba un antiguo castillo gótico. No había nadie alrededor, solo el susurro del viento entre los árboles oscuros. Sana, conocida por su personalidad burbujeante y su tendencia a ser un poco torpe, sintió un escalofrío que no era del viento. Una figura alta y elegante emergió de las sombras del castillo. Llevaba una capa de terciopelo y tenía una mirada hipnótica. No era una figura aterradora, sino extrañamente cautivadora. "Minatozaki Sana", dijo la figura con una voz suave y melodiosa. "Te he estado esperando". Sana, que en el fondo era valiente, aunque un poco confusa, preguntó: "¿Esperándome? ¿Quién eres?". La figura sonrió, revelando un destello de colmillos nacarados. "Soy tu destino... en este sueño, al menos". Extendió una mano pálida. "Hechicera de los escenarios, bailarina de la luz. Te ofrezco una nueva forma de ver la noche". Antes de que Sana pudiera reaccionar, la figura le dio un suave, casi imperceptible, mordisco en el cuello. No dolió; de hecho, sintió un hormigueo agradable, como si miles de pequeñas burbujas de energía recorrieran su cuerpo. Una nueva sensación la invadió: sus sentidos se agudizaron, los colores de la noche se volvieron más intensos, y sintió un inusual anhelo... no de sangre, sino de algo emocionante y nuevo. Sana se miró en un espejo que milagrosamente apareció. Su reflejo era el mismo, pero sus ojos brillaban con un matiz carmesí, y tenía unos pequeños colmillos que le daban un aire de glamour misterioso. "¡Oh, Dios mío!", exclamó, tocándose la boca con asombro. "¡Soy una vampira!". ..... continuará.
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  • Después de enfrentarse a dos elfos oscuros que se atrevieron a invadir su bosque, ella salió tambaleante entre los árboles. Tenía los brazos cubiertos de raspones y la piel marcada por cortes que aún goteaban sangre. El sudor y el polvo se mezclaban en su rostro, y una herida más profunda en el costado le hacía difícil respirar. Aun así, sus ojos mantenían un brillo desafiante; estaba herida, pero no vencida.

    —Quizas muera aquí...—dice con voz entre cortada—pero será dónde nací y moriré por mi amado bosque.

    #rol
    Después de enfrentarse a dos elfos oscuros que se atrevieron a invadir su bosque, ella salió tambaleante entre los árboles. Tenía los brazos cubiertos de raspones y la piel marcada por cortes que aún goteaban sangre. El sudor y el polvo se mezclaban en su rostro, y una herida más profunda en el costado le hacía difícil respirar. Aun así, sus ojos mantenían un brillo desafiante; estaba herida, pero no vencida. —Quizas muera aquí...—dice con voz entre cortada—pero será dónde nací y moriré por mi amado bosque. #rol
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    El primer combate contra Akane: El despertar

    —La encuentro en el jardín Ishtar, entrenando sola.

    El viento apenas se atreve a rozarla.
    Cada movimiento suyo es una línea perfecta: la espada sube, baja, gira con una elegancia que parece casi música.
    Su cabello sigue el ritmo del acero, y por un instante pienso que estoy viendo un sueño en lugar de a una persona real.

    Pero cuando siente mi presencia… se detiene.
    La espada queda suspendida en un último movimiento preciso, y luego la enfunda con un gesto suave.

    Y entonces me sonríe.

    Una sonrisa tímida, dulce, la clase de sonrisa que me derrite las piernas.

    Akane da unos pasos hacia mí.

    Akane: Buenos días, Lili. Estás… ¿bien? Pareces muy emocionada.

    Yo asiento rápido, demasiado rápido, como si se me fuera la vida en ello.
    Y comienzo a hablarle atropellada, contándole todo lo que viví el día anterior con Oz.
    Cómo apareció, lo que me dijo, lo que hizo con el poste.
    Su rostro cambia apenas cuando menciono su nombre—Oz—y sus ojos se vuelven más graves.

    Me explica lo que sabe.
    La historia que se murmura en sombras.

    —La muerte de Selin.
    El caos que nació de ese dolor.
    El encierro eterno.
    La reciente liberación.

    El aire pesa.
    Se me hunde el corazón.

    Lili (temblando): ¿Por eso mi madre desapareció…?

    Akane baja la mirada, incapaz de darme una mentira… e incapaz de decirme la verdad.
    Su silencio me atraviesa.

    Pero entonces, para no llorar, me aferro a lo que sí sé:

    Lili: Oz dice que quiere entrenarme. Dice que soy muy poderosa… ¡Así que te lo voy a demostrar!

    Ella vuelve a sonreír, esa sonrisa que mezcla cariño y preocupación.

    Akane: Entonces ven con todo lo que tengas, Lili. Estoy lista.


    ---

    Agarro una enorme guadaña.
    Corro hacia ella con toda mi energía, como si fuera una avalancha.

    Ataco una, dos, diez veces.
    Me muevo como si cada golpe fuera una danza improvisada.

    Pero Akane solo esquiva.
    Apenas se mueve.
    Fluye.
    Y siempre, siempre con esa expresión dulce que me enfurece y me sonroja.

    Mis mejillas están rojas.
    Mi orgullo arde.

    Y entonces…
    Siento eso dentro de mí.

    Un latido doble.
    Una voz que no es voz.
    Un susurro que se clava entre mis costillas.

    “Más rápido.”
    “Más fuerte.”
    “No eres frágil.”

    La guadaña cae al suelo.
    Mis manos tiemblan.
    Mis uñas… se alargan.
    Mis dientes rasgan mi propia lengua al cambiar.

    Un dolor delicioso y terrible atraviesa mi cuerpo.

    Y grito.

    Pero no soy solo yo.

    Es una voz lunar.
    Y otra, abismal.
    Una superpuesta a la otra, como si el mundo estuviera desgarrándose y recomponiéndose dentro de mí.

    Mi sombra se estira hacia atrás, se eleva, respira.

    Mi conciencia se apaga como una vela bajo tormenta.

    Lo último que alcanzo a ver…
    Es el rostro de Akane, retrocediendo un paso.

    Por primera vez,
    asustada.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El primer combate contra Akane: El despertar —La encuentro en el jardín Ishtar, entrenando sola. El viento apenas se atreve a rozarla. Cada movimiento suyo es una línea perfecta: la espada sube, baja, gira con una elegancia que parece casi música. Su cabello sigue el ritmo del acero, y por un instante pienso que estoy viendo un sueño en lugar de a una persona real. Pero cuando siente mi presencia… se detiene. La espada queda suspendida en un último movimiento preciso, y luego la enfunda con un gesto suave. Y entonces me sonríe. Una sonrisa tímida, dulce, la clase de sonrisa que me derrite las piernas. Akane da unos pasos hacia mí. Akane: Buenos días, Lili. Estás… ¿bien? Pareces muy emocionada. Yo asiento rápido, demasiado rápido, como si se me fuera la vida en ello. Y comienzo a hablarle atropellada, contándole todo lo que viví el día anterior con Oz. Cómo apareció, lo que me dijo, lo que hizo con el poste. Su rostro cambia apenas cuando menciono su nombre—Oz—y sus ojos se vuelven más graves. Me explica lo que sabe. La historia que se murmura en sombras. —La muerte de Selin. El caos que nació de ese dolor. El encierro eterno. La reciente liberación. El aire pesa. Se me hunde el corazón. Lili (temblando): ¿Por eso mi madre desapareció…? Akane baja la mirada, incapaz de darme una mentira… e incapaz de decirme la verdad. Su silencio me atraviesa. Pero entonces, para no llorar, me aferro a lo que sí sé: Lili: Oz dice que quiere entrenarme. Dice que soy muy poderosa… ¡Así que te lo voy a demostrar! Ella vuelve a sonreír, esa sonrisa que mezcla cariño y preocupación. Akane: Entonces ven con todo lo que tengas, Lili. Estoy lista. --- Agarro una enorme guadaña. Corro hacia ella con toda mi energía, como si fuera una avalancha. Ataco una, dos, diez veces. Me muevo como si cada golpe fuera una danza improvisada. Pero Akane solo esquiva. Apenas se mueve. Fluye. Y siempre, siempre con esa expresión dulce que me enfurece y me sonroja. Mis mejillas están rojas. Mi orgullo arde. Y entonces… Siento eso dentro de mí. Un latido doble. Una voz que no es voz. Un susurro que se clava entre mis costillas. “Más rápido.” “Más fuerte.” “No eres frágil.” La guadaña cae al suelo. Mis manos tiemblan. Mis uñas… se alargan. Mis dientes rasgan mi propia lengua al cambiar. Un dolor delicioso y terrible atraviesa mi cuerpo. Y grito. Pero no soy solo yo. Es una voz lunar. Y otra, abismal. Una superpuesta a la otra, como si el mundo estuviera desgarrándose y recomponiéndose dentro de mí. Mi sombra se estira hacia atrás, se eleva, respira. Mi conciencia se apaga como una vela bajo tormenta. Lo último que alcanzo a ver… Es el rostro de Akane, retrocediendo un paso. Por primera vez, asustada.
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    El primer combate contra Akane: El despertar

    —La encuentro en el jardín Ishtar, entrenando sola.

    El viento apenas se atreve a rozarla.
    Cada movimiento suyo es una línea perfecta: la espada sube, baja, gira con una elegancia que parece casi música.
    Su cabello sigue el ritmo del acero, y por un instante pienso que estoy viendo un sueño en lugar de a una persona real.

    Pero cuando siente mi presencia… se detiene.
    La espada queda suspendida en un último movimiento preciso, y luego la enfunda con un gesto suave.

    Y entonces me sonríe.

    Una sonrisa tímida, dulce, la clase de sonrisa que me derrite las piernas.

    Akane da unos pasos hacia mí.

    Akane: Buenos días, Lili. Estás… ¿bien? Pareces muy emocionada.

    Yo asiento rápido, demasiado rápido, como si se me fuera la vida en ello.
    Y comienzo a hablarle atropellada, contándole todo lo que viví el día anterior con Oz.
    Cómo apareció, lo que me dijo, lo que hizo con el poste.
    Su rostro cambia apenas cuando menciono su nombre—Oz—y sus ojos se vuelven más graves.

    Me explica lo que sabe.
    La historia que se murmura en sombras.

    —La muerte de Selin.
    El caos que nació de ese dolor.
    El encierro eterno.
    La reciente liberación.

    El aire pesa.
    Se me hunde el corazón.

    Lili (temblando): ¿Por eso mi madre desapareció…?

    Akane baja la mirada, incapaz de darme una mentira… e incapaz de decirme la verdad.
    Su silencio me atraviesa.

    Pero entonces, para no llorar, me aferro a lo que sí sé:

    Lili: Oz dice que quiere entrenarme. Dice que soy muy poderosa… ¡Así que te lo voy a demostrar!

    Ella vuelve a sonreír, esa sonrisa que mezcla cariño y preocupación.

    Akane: Entonces ven con todo lo que tengas, Lili. Estoy lista.


    ---

    Agarro una enorme guadaña.
    Corro hacia ella con toda mi energía, como si fuera una avalancha.

    Ataco una, dos, diez veces.
    Me muevo como si cada golpe fuera una danza improvisada.

    Pero Akane solo esquiva.
    Apenas se mueve.
    Fluye.
    Y siempre, siempre con esa expresión dulce que me enfurece y me sonroja.

    Mis mejillas están rojas.
    Mi orgullo arde.

    Y entonces…
    Siento eso dentro de mí.

    Un latido doble.
    Una voz que no es voz.
    Un susurro que se clava entre mis costillas.

    “Más rápido.”
    “Más fuerte.”
    “No eres frágil.”

    La guadaña cae al suelo.
    Mis manos tiemblan.
    Mis uñas… se alargan.
    Mis dientes rasgan mi propia lengua al cambiar.

    Un dolor delicioso y terrible atraviesa mi cuerpo.

    Y grito.

    Pero no soy solo yo.

    Es una voz lunar.
    Y otra, abismal.
    Una superpuesta a la otra, como si el mundo estuviera desgarrándose y recomponiéndose dentro de mí.

    Mi sombra se estira hacia atrás, se eleva, respira.

    Mi conciencia se apaga como una vela bajo tormenta.

    Lo último que alcanzo a ver…
    Es el rostro de Akane, retrocediendo un paso.

    Por primera vez,
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