• La noche caía con una tranquilidad inusual en aquella ciudad colgante entre riscos, iluminada por linternas de papel que danzaban suavemente con el viento. En una callejuela secundaria, oculta entre los niveles bajos del distrito, un pequeño puesto de ramen iluminaba el empedrado con su calidez. Jett estaba sentado en un banco de madera, sorbiendo el caldo humeante de su tazón con una satisfacción apenas disimulada.

    El hombre que atendía el puesto —un anciano de cabello gris recogido en una coleta baja y voz áspera pero amable— le lanzó una mirada curiosa mientras secaba un tazón.

    —¿Te dolió la caída? —preguntó con una ceja levantada, mirando más allá del hombro de Jett, al Deora II estacionado cerca. El auto, normalmente reluciente, estaba cubierto de polvo y presentaba marcas de raspaduras por ambos flancos.

    Jett tragó el último bocado de huevo cocido y soltó una risilla.

    —¿Eso? Nah, los Vigías. —Se acomodó en el taburete, recargando los codos en la barra—. ¿Sabes? Todo por tomar un atajo por esas colinas del sur… esas que parecen hechas a mano por un dios apurado.

    El anciano asintió, como si supiera exactamente de qué colinas hablaba.

    —Vi a una pareja ahí. Él estaba pálido, ella... bueno, se notaba que el bebé no pensaba esperar mucho. Así que les ofrecí mi servicio de transporte interdimensional de emergencia gratuita. Subieron sin preguntar y *boom*, directo al hospital de la capital colina abajo.

    —¿Y los Vigías? —preguntó el anciano, girando el caldo con su cuchara de madera.

    —Aparecieron cuando crucé el límite de velocidad por el Arco del Silencio —dijo Jett, levantando el dedo índice como si fuera una lección—. Odiaban que alguien pisara sus senderos sagrados con ruedas y estilo. Me siguieron en esas máquinas flotantes que chillan más que arrancar una guitarra sin afinar.

    La escena se había grabado en su mente con precisión cinematográfica: el motor rugiendo mientras derrapaba por un sendero de tierra; una de las torres de vigilancia activando luces rojas; los Vigías bajando en su transporte elegante, frío, silencioso… hasta que empezaron a disparar haces de parálisis.

    —Tuve que improvisar. Me metí por un acueducto abandonado, pegué un salto sobre el puente de los Cien Suspiros —exageró, levantando la mano—, perdí un espejo retrovisor ahí. ¡Y luego usé una rampa hecha con una carreta caída para pasar por encima de uno de sus drones!

    —¿Y el hospital?

    —Llegué justo a tiempo —sonrió, mirando su auto por un momento—. Dejé a la pareja con el personal. El padre me dio un apretón de manos tan fuerte que por poco me deja sin nudillos.

    —¿Y luego escapaste?

    —Claro. Solo había una salida: una pendiente de piedra que baja hacia el túnel de tren abandonado. Cerré los ojos, pisé el acelerador, y recé a los dioses de los amortiguadores. Lo demás... son esas rayas que viste.

    El anciano lo miró largo rato y luego soltó una risa ronca.

    —Eres todo un personaje, chico. Uno de esos que sólo aparecen cuando el mundo quiere entretenerse un rato.

    Jett levantó su tazón con los restos de caldo y brindó.

    —Pero hey, almenos la joven pareja tiene una historia interesante para contar, jajajaja.

    El viento agitó las linternas suavemente. Afuera, bajo el brillo tenue de las farolas, el Deora II descansaba como un corcel tras la batalla: maltrecho, pero orgulloso.
    La noche caía con una tranquilidad inusual en aquella ciudad colgante entre riscos, iluminada por linternas de papel que danzaban suavemente con el viento. En una callejuela secundaria, oculta entre los niveles bajos del distrito, un pequeño puesto de ramen iluminaba el empedrado con su calidez. Jett estaba sentado en un banco de madera, sorbiendo el caldo humeante de su tazón con una satisfacción apenas disimulada. El hombre que atendía el puesto —un anciano de cabello gris recogido en una coleta baja y voz áspera pero amable— le lanzó una mirada curiosa mientras secaba un tazón. —¿Te dolió la caída? —preguntó con una ceja levantada, mirando más allá del hombro de Jett, al Deora II estacionado cerca. El auto, normalmente reluciente, estaba cubierto de polvo y presentaba marcas de raspaduras por ambos flancos. Jett tragó el último bocado de huevo cocido y soltó una risilla. —¿Eso? Nah, los Vigías. —Se acomodó en el taburete, recargando los codos en la barra—. ¿Sabes? Todo por tomar un atajo por esas colinas del sur… esas que parecen hechas a mano por un dios apurado. El anciano asintió, como si supiera exactamente de qué colinas hablaba. —Vi a una pareja ahí. Él estaba pálido, ella... bueno, se notaba que el bebé no pensaba esperar mucho. Así que les ofrecí mi servicio de transporte interdimensional de emergencia gratuita. Subieron sin preguntar y *boom*, directo al hospital de la capital colina abajo. —¿Y los Vigías? —preguntó el anciano, girando el caldo con su cuchara de madera. —Aparecieron cuando crucé el límite de velocidad por el Arco del Silencio —dijo Jett, levantando el dedo índice como si fuera una lección—. Odiaban que alguien pisara sus senderos sagrados con ruedas y estilo. Me siguieron en esas máquinas flotantes que chillan más que arrancar una guitarra sin afinar. La escena se había grabado en su mente con precisión cinematográfica: el motor rugiendo mientras derrapaba por un sendero de tierra; una de las torres de vigilancia activando luces rojas; los Vigías bajando en su transporte elegante, frío, silencioso… hasta que empezaron a disparar haces de parálisis. —Tuve que improvisar. Me metí por un acueducto abandonado, pegué un salto sobre el puente de los Cien Suspiros —exageró, levantando la mano—, perdí un espejo retrovisor ahí. ¡Y luego usé una rampa hecha con una carreta caída para pasar por encima de uno de sus drones! —¿Y el hospital? —Llegué justo a tiempo —sonrió, mirando su auto por un momento—. Dejé a la pareja con el personal. El padre me dio un apretón de manos tan fuerte que por poco me deja sin nudillos. —¿Y luego escapaste? —Claro. Solo había una salida: una pendiente de piedra que baja hacia el túnel de tren abandonado. Cerré los ojos, pisé el acelerador, y recé a los dioses de los amortiguadores. Lo demás... son esas rayas que viste. El anciano lo miró largo rato y luego soltó una risa ronca. —Eres todo un personaje, chico. Uno de esos que sólo aparecen cuando el mundo quiere entretenerse un rato. Jett levantó su tazón con los restos de caldo y brindó. —Pero hey, almenos la joven pareja tiene una historia interesante para contar, jajajaja. El viento agitó las linternas suavemente. Afuera, bajo el brillo tenue de las farolas, el Deora II descansaba como un corcel tras la batalla: maltrecho, pero orgulloso.
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  • El rugido de la multitud retumba por todo el estadio. Las luces brillan con intensidad, iluminando el campo donde los jugadores se preparan para el gran enfrentamiento. Pero todo eso pasa a segundo plano cuando ella entra en escena.

    Con un movimiento ágil y una sonrisa radiante, Zhamira, la carismática líder del equipo de animadoras de la academia , alza sus pompones y dirige la atención del público. Su uniforme púrpura resplandece bajo los focos, haciendo juego con su largo cabello trenzado adornado con cintas doradas.

    —¡Vamos, equipo! ¡Esta noche es nuestra! —grita con entusiasmo, mientras salta al ritmo de la música y su voz se mezcla con los vítores.

    Pero Zhamira no está solo aquí por el espectáculo… Entre la multitud, busca una mirada conocida. Alguien que prometió venir esta noche.



    ✓ Inspirado en los días de instituto de mi pequeña.
    El rugido de la multitud retumba por todo el estadio. Las luces brillan con intensidad, iluminando el campo donde los jugadores se preparan para el gran enfrentamiento. Pero todo eso pasa a segundo plano cuando ella entra en escena. Con un movimiento ágil y una sonrisa radiante, Zhamira, la carismática líder del equipo de animadoras de la academia , alza sus pompones y dirige la atención del público. Su uniforme púrpura resplandece bajo los focos, haciendo juego con su largo cabello trenzado adornado con cintas doradas. —¡Vamos, equipo! ¡Esta noche es nuestra! —grita con entusiasmo, mientras salta al ritmo de la música y su voz se mezcla con los vítores. Pero Zhamira no está solo aquí por el espectáculo… Entre la multitud, busca una mirada conocida. Alguien que prometió venir esta noche. ✓ Inspirado en los días de instituto de mi pequeña.
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  • Vi a la chica que se deshacía por amor.
    No era como los otros mortales que cortan flores o escriben promesas huecas.
    Ella se quitó el alma.
    La desprendió de su carne con la delicadeza con la que se quita un vestido que ya no abriga.
    Y se la dio. Así, desnuda de todo, esperando que él —al menos— le tendiera la mirada.

    Pero no.
    Él no era el mismo hombre que le había susurrado abrigo cuando el mundo soplaba frío.
    Ya no recogía las grietas de su voz, ni se detenía cuando sus ojos se apagaban.
    Donde antes florecía ternura, ahora sólo quedaban astillas.

    Y ella, ciega en su ternura, seguía creyendo.
    Creía que el eco de aquel hombre aún habitaba en sus huesos.
    Como si el recuerdo pudiera revivir la carne.
    Como si el pasado no ardiera como papel viejo al contacto del presente.

    Yo, que corto hilos, no comprendí.
    ¿Por qué darlo todo a quien ya ha dejado de ver?
    ¿Por qué desgarrar cuerpo, alma y pensamiento por una sombra?

    Pero entonces entendí algo, muy bajito, como si me lo confesara el tiempo:
    él nunca fue.
    Fue una ilusión tejida con manos expertas,
    un cebo lanzado al lago de su esperanza.
    Ella cayó como se cae en un sueño dulce, y despertó en una pesadilla mansa.

    Ahora ella abraza cenizas, llamándolas fuego.
    Y él…
    él sólo observa, como si nunca hubiera sido otra cosa que hielo.
    Vi a la chica que se deshacía por amor. No era como los otros mortales que cortan flores o escriben promesas huecas. Ella se quitó el alma. La desprendió de su carne con la delicadeza con la que se quita un vestido que ya no abriga. Y se la dio. Así, desnuda de todo, esperando que él —al menos— le tendiera la mirada. Pero no. Él no era el mismo hombre que le había susurrado abrigo cuando el mundo soplaba frío. Ya no recogía las grietas de su voz, ni se detenía cuando sus ojos se apagaban. Donde antes florecía ternura, ahora sólo quedaban astillas. Y ella, ciega en su ternura, seguía creyendo. Creía que el eco de aquel hombre aún habitaba en sus huesos. Como si el recuerdo pudiera revivir la carne. Como si el pasado no ardiera como papel viejo al contacto del presente. Yo, que corto hilos, no comprendí. ¿Por qué darlo todo a quien ya ha dejado de ver? ¿Por qué desgarrar cuerpo, alma y pensamiento por una sombra? Pero entonces entendí algo, muy bajito, como si me lo confesara el tiempo: él nunca fue. Fue una ilusión tejida con manos expertas, un cebo lanzado al lago de su esperanza. Ella cayó como se cae en un sueño dulce, y despertó en una pesadilla mansa. Ahora ella abraza cenizas, llamándolas fuego. Y él… él sólo observa, como si nunca hubiera sido otra cosa que hielo.
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  • El mundo es una Mierda

    ──── No....

    Dice la voz de la oscuridad quien ha, no solo visto la maldad e hipocresía del mundo si no, la mierda de personas que lo habitan...

    ────La mierda la expulsan los humanos y animales de sus orificios... Abre tus ojos y ve el mundo como realmente es....

    Nada...

    December 21
    El mundo es una Mierda 👁️ ──── No.... Dice la voz de la oscuridad quien ha, no solo visto la maldad e hipocresía del mundo si no, la mierda de personas que lo habitan... ────La mierda la expulsan los humanos y animales de sus orificios... Abre tus ojos y ve el mundo como realmente es.... Nada... December 21
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  • A su alrededor, el cielo se extendía en todos los tonos posibles de azul y dorado, salpicado por nubes altas que brillaban con la luz de un sol que no se decidía a esconderse ni a quedarse quieto.

    Las ventanas del vehículo estaban completamente abiertas, dejando que la brisa celestial agitara su cabello naranja. En la radio sonaba una canción alegre, con guitarras pegajosas y un ritmo tan despreocupado como él. Iba tarareando y golpeando el volante al compás, cuando algo cortó su entusiasmo de golpe.

    —¿Pero qué…? —murmuró, frenando lentamente.

    Justo frente a él, en medio de la nada, emergía un poste oxidado, flaco como un fideo, con un semáforo parpadeando perezosamente. Bajo él, una señal completamente ilegible en un idioma que parecía más un dibujo hecho por viento que letras reales. La luz roja titilaba como si se burlara de su impulso de avanzar.

    —¿En serio? —gruñó Jett, quitándose los gogles de la frente mientras observaba a su alrededor. No había autos, no había criaturas, no había civilización… solo cielo y nubes, y aún así…

    Suspiró, cruzando los brazos sobre el volante. —Bah, está bien, está bien. Me detengo.

    Apagó la radio con un gesto dramático y apoyó el codo en la ventanilla, mirando cómo la luz roja seguía brillando con testarudez.

    —La última vez que no seguí las señales de tránsito en estos reinos… —dijo en voz alta, con una sonrisa torcida— solo diré que me alegra tener un auto, en ocasiones los Accelerons se portan muy "estrictos" con las reglas de sus mundos.
    A su alrededor, el cielo se extendía en todos los tonos posibles de azul y dorado, salpicado por nubes altas que brillaban con la luz de un sol que no se decidía a esconderse ni a quedarse quieto. Las ventanas del vehículo estaban completamente abiertas, dejando que la brisa celestial agitara su cabello naranja. En la radio sonaba una canción alegre, con guitarras pegajosas y un ritmo tan despreocupado como él. Iba tarareando y golpeando el volante al compás, cuando algo cortó su entusiasmo de golpe. —¿Pero qué…? —murmuró, frenando lentamente. Justo frente a él, en medio de la nada, emergía un poste oxidado, flaco como un fideo, con un semáforo parpadeando perezosamente. Bajo él, una señal completamente ilegible en un idioma que parecía más un dibujo hecho por viento que letras reales. La luz roja titilaba como si se burlara de su impulso de avanzar. —¿En serio? —gruñó Jett, quitándose los gogles de la frente mientras observaba a su alrededor. No había autos, no había criaturas, no había civilización… solo cielo y nubes, y aún así… Suspiró, cruzando los brazos sobre el volante. —Bah, está bien, está bien. Me detengo. Apagó la radio con un gesto dramático y apoyó el codo en la ventanilla, mirando cómo la luz roja seguía brillando con testarudez. —La última vez que no seguí las señales de tránsito en estos reinos… —dijo en voz alta, con una sonrisa torcida— solo diré que me alegra tener un auto, en ocasiones los Accelerons se portan muy "estrictos" con las reglas de sus mundos.
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  • — No te muevas...

    Ekkora alza la mano, lentamente. Su voz es apenas un susurro donde se siente parte de diversión y parte de urgencia. Sus ojos, bien abiertos, fijos en la oscuridad al otro lado del pasillo: hay algo ahí. Algo que no se ve. Algo que se siente. Un aliento demasiado largo. El eco de una conciencia hambrienta.

    La luz parpadea una vez.
    Otra vez.

    El silencio se prolonga.

    Ekkora observa la oscuridad. La siente. Su cuerpo entero está inmóvil, en una postura relajada, muy contraria a la situación.

    — Respira por la nariz... Lento. Muy lento. Piensa en cosas bonitas. Sonríe. Si detecta tu miedo, vendrá a por ti.

    Detrás, algo cruje. Algo se acerca.
    — No te muevas... Ekkora alza la mano, lentamente. Su voz es apenas un susurro donde se siente parte de diversión y parte de urgencia. Sus ojos, bien abiertos, fijos en la oscuridad al otro lado del pasillo: hay algo ahí. Algo que no se ve. Algo que se siente. Un aliento demasiado largo. El eco de una conciencia hambrienta. La luz parpadea una vez. Otra vez. El silencio se prolonga. Ekkora observa la oscuridad. La siente. Su cuerpo entero está inmóvil, en una postura relajada, muy contraria a la situación. — Respira por la nariz... Lento. Muy lento. Piensa en cosas bonitas. Sonríe. Si detecta tu miedo, vendrá a por ti. Detrás, algo cruje. Algo se acerca.
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  • Adivinanza divina:
    No soy Olimpo, pero de él soy voz,
    mi aliento inspira al poeta veloz.
    No soy guerra, ni trueno, ni mar,
    pero en mí las musas suelen morar.
    Dios menor, de arte y canción,
    ¿quién soy yo, de la inspiración?



    Adivinanza divina: No soy Olimpo, pero de él soy voz, mi aliento inspira al poeta veloz. No soy guerra, ni trueno, ni mar, pero en mí las musas suelen morar. Dios menor, de arte y canción, ¿quién soy yo, de la inspiración?
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  • Muy buen los presentaré de forma rápida..
    Francesco, Salem.. Salem, Francesco.
    Francesco estaré en nuestra casa por una semana

    - Salem miro al gato con cara de pregunta y luego a la mujer que desvío la mirada y le maullo -

    No, no adopte un gato.. solo perdí una apuesta

    - menciono la última frase en voz baja tomando su té de la mañana-

    Así que Salem por favor ¿no le enseñes malas mañas si?

    - Salem la miro entrecerrando sus ojos y luego fue a inspeccionar al gato. Jack entro al departamento vio a los gatos parpadeando y luego a la joven-

    Jack: ¿Se múltiplo Salem? .. ¿lo bañaste?

    ¡Noo!.. es el gato de Santiago que tengo que cuidar por una semana.

    - la joven tomo su abrigo y se dirigió a la puerta -

    Bien están a cargo, solo ... No maten a Edward el conserje. Volveré en la tarde

    - los dos gatos le maullaron sentados uno al lado del otro, mientras bajaban el ascensor Jack la miro algo divertido-

    Jack: lo bueno es que ya tienes dos, solo te faltan 10 más para tener tus gatos asignados..

    Que gracioso, no es como que quisiera tener más gatos, Salem vale por 50.

    - Jack sonrió bajandose del ascensor al llegar al primer piso caminando hacia el auto-

    Jack: conduciré yo no quiero que pierdas la asignación gatuna (?) y bono por gato tratando de conducir.

    - la mujer le pasó las llaves y se subió de copiloto , Jack se subió en el asiento de piloto y se dirigieron al hospital de Graz, dónde trabajaba cubriendo algunos turnos-
    Muy buen los presentaré de forma rápida.. Francesco, Salem.. Salem, Francesco. Francesco estaré en nuestra casa por una semana - Salem miro al gato con cara de pregunta y luego a la mujer que desvío la mirada y le maullo - No, no adopte un gato.. solo perdí una apuesta - menciono la última frase en voz baja tomando su té de la mañana- Así que Salem por favor ¿no le enseñes malas mañas si? - Salem la miro entrecerrando sus ojos y luego fue a inspeccionar al gato. Jack entro al departamento vio a los gatos parpadeando y luego a la joven- Jack: ¿Se múltiplo Salem? .. ¿lo bañaste? ¡Noo!.. es el gato de Santiago que tengo que cuidar por una semana. - la joven tomo su abrigo y se dirigió a la puerta - Bien están a cargo, solo ... No maten a Edward el conserje. Volveré en la tarde - los dos gatos le maullaron sentados uno al lado del otro, mientras bajaban el ascensor Jack la miro algo divertido- Jack: lo bueno es que ya tienes dos, solo te faltan 10 más para tener tus gatos asignados.. Que gracioso, no es como que quisiera tener más gatos, Salem vale por 50. - Jack sonrió bajandose del ascensor al llegar al primer piso caminando hacia el auto- Jack: conduciré yo no quiero que pierdas la asignación gatuna (?) y bono por gato tratando de conducir. - la mujer le pasó las llaves y se subió de copiloto , Jack se subió en el asiento de piloto y se dirigieron al hospital de Graz, dónde trabajaba cubriendo algunos turnos-
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  • El motor del Deora rugió una última vez antes de apagarse por completo. Jett descendió de su vehículo, dejando que el silencio de la noche lo envolviera. Frente a él se extendía la pradera infinita, un mar de hierba que se mecía bajo una brisa serena, iluminada por un cielo estrellado que parecía no tener final. No había pistas, ni enemigos, ni relojes acechantes. Solo el rumor de los grillos y el leve susurro del viento.

    Sin pensarlo, se dejó caer sobre el césped. El suelo estaba fresco, casi tibio por el recuerdo del sol, y al recostarse, todo su cuerpo pareció suspenderse entre las estrellas y la tierra. Cerró los ojos un momento. Respiró hondo. El universo no lo perseguía, al menos no por ahora.

    Al abrir los ojos de nuevo, algo llamó su atención: un pequeño aparador azul solitario, a lo lejos, en medio de la pradera como si hubiese sido olvidado por un sueño. No tenía sentido que estuviera ahí. Pero su mera presencia, tan tranquila y silenciosa, despertó una chispa de curiosidad en Jett.

    Se incorporó, caminando sin apuro. Al acercarse, notó un pequeño jarrón de cerámica caída junto a una de sus esquinas, y dentro, flores marchitas, sin agua, como si el tiempo se hubiese detenido para ellas. Jett se agachó con cuidado, recogió el jarrón con ambas manos y, sin romper el silencio, lo enderezó con una gentileza que contrastaba con el ruido de las pistas que solía dominar.

    Fue hasta un estanque cercano, cristalino, como extraído de un cuento, y llenó el jarrón con agua fresca. Las flores, aunque marchitas, parecieron reaccionar, como si recordaran lo que era sentirse vivas. Con ellas en la mano, Jett regresó al aparador.

    Antes de colocarlas, se detuvo. Algo en el reflejo del cristal lo hizo hablar, como si supiera que al otro lado, en algún rincón invisible del mundo, alguien estaba escuchando.

    —Bueno… jeje —dijo con una media sonrisa cansada—, supongo que esto podría ayudarte. Tal vez no estás teniendo el mejor día… en semanas, meses… *o años*, pensó.

    Bajó la mirada. Su voz se volvió más baja, más honesta.

    —Si bien duelen, las lágrimas son palabras que la boca no puede sentir ni el corazón puede soportar. Pero estás aquí. Aún estás de pie. Y eso... eso dice mucho. Eres fuerte. Y valiente por enfrentar lo que sea que te aqueje.

    Con una sonrisa tranquila, colocó las flores en el jarrón y las acomodó con cuidado. El viento sopló apenas, meciendo los pétalos como un gesto de gratitud.

    Jett se quedó un momento más, contemplando el aparador, antes de girarse lentamente y regresar a su auto
    El motor del Deora rugió una última vez antes de apagarse por completo. Jett descendió de su vehículo, dejando que el silencio de la noche lo envolviera. Frente a él se extendía la pradera infinita, un mar de hierba que se mecía bajo una brisa serena, iluminada por un cielo estrellado que parecía no tener final. No había pistas, ni enemigos, ni relojes acechantes. Solo el rumor de los grillos y el leve susurro del viento. Sin pensarlo, se dejó caer sobre el césped. El suelo estaba fresco, casi tibio por el recuerdo del sol, y al recostarse, todo su cuerpo pareció suspenderse entre las estrellas y la tierra. Cerró los ojos un momento. Respiró hondo. El universo no lo perseguía, al menos no por ahora. Al abrir los ojos de nuevo, algo llamó su atención: un pequeño aparador azul solitario, a lo lejos, en medio de la pradera como si hubiese sido olvidado por un sueño. No tenía sentido que estuviera ahí. Pero su mera presencia, tan tranquila y silenciosa, despertó una chispa de curiosidad en Jett. Se incorporó, caminando sin apuro. Al acercarse, notó un pequeño jarrón de cerámica caída junto a una de sus esquinas, y dentro, flores marchitas, sin agua, como si el tiempo se hubiese detenido para ellas. Jett se agachó con cuidado, recogió el jarrón con ambas manos y, sin romper el silencio, lo enderezó con una gentileza que contrastaba con el ruido de las pistas que solía dominar. Fue hasta un estanque cercano, cristalino, como extraído de un cuento, y llenó el jarrón con agua fresca. Las flores, aunque marchitas, parecieron reaccionar, como si recordaran lo que era sentirse vivas. Con ellas en la mano, Jett regresó al aparador. Antes de colocarlas, se detuvo. Algo en el reflejo del cristal lo hizo hablar, como si supiera que al otro lado, en algún rincón invisible del mundo, alguien estaba escuchando. —Bueno… jeje —dijo con una media sonrisa cansada—, supongo que esto podría ayudarte. Tal vez no estás teniendo el mejor día… en semanas, meses… *o años*, pensó. Bajó la mirada. Su voz se volvió más baja, más honesta. —Si bien duelen, las lágrimas son palabras que la boca no puede sentir ni el corazón puede soportar. Pero estás aquí. Aún estás de pie. Y eso... eso dice mucho. Eres fuerte. Y valiente por enfrentar lo que sea que te aqueje. Con una sonrisa tranquila, colocó las flores en el jarrón y las acomodó con cuidado. El viento sopló apenas, meciendo los pétalos como un gesto de gratitud. Jett se quedó un momento más, contemplando el aparador, antes de girarse lentamente y regresar a su auto
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  • {Escena relatada en tercera persona}\\

    °La escena comienza con el sonido de frituras crepitando tras un mostrador grasoso. Una chica de rostro serio y mirada distante espera su pedido en un pequeño restaurante de comida rápida. No dice mucho, solo asiente cuando le entregan la bolsa de papel que huele a hamburguesa recién hecha y papas fritas saladas. Agradece en voz baja y se marcha sin mirar atrás.

    Camina por la ciudad como si sus pasos ya conocieran el camino, descendiendo por las escaleras hacia el subterráneo. Las luces del metro parpadean sobre su rostro inmutable, sin emoción, como si estuviera atrapada en pensamientos que no comparte con nadie.

    Al llegar al andén, su expresión se suaviza por un momento. Dos niños juegan cerca, riéndose entre ellos, claramente hermanos. Ella les sonríe con calidez inesperada y levanta una mano para saludarlos. Pero su gesto es bruscamente interrumpido cuando la madre de los niños los aparta con desconfianza, tomándolos de la mano sin siquiera mirar a la chica. Ella solo suspira, bajando la mirada, y espera en silencio hasta que llega su parada.

    El tren se detiene y la puerta se abre con un chirrido metálico. La joven desciende, sus pasos resonando con eco en el andén vacío. La noche es densa y el aire más frío. Sin perder tiempo, decide tomar un atajo a través de callejones solitarios, hasta llegar a un rincón apartado del mundo, un donde el tiempo parece haberse detenido.

    Con un suspiro, murmura:°

    —Perdón por llegar tarde... ya sabes cómo son mis amigos, no me dejaban ir —dice con una sonrisa forzada, claramente mintiendo.

    °Se sienta en una banca oxidada frente a la lápida. Saca la comida de la bolsa, la acomoda frente a ella como si estuviera esperando compañía. Comienza a hablar entre mordidas y sorbos, contando anécdotas tontas, cosas graciosas que le habían pasado durante la semana. Luego, se queda en silencio, dejando que el murmullo del viento rellene los huecos.

    De pronto, rompe el silencio con una risa suave.°

    —Estoy conociendo a un chico y antes de que digas algo...creo que es especial. Muy lindo, de verdad —dice, con los ojos fijos en la tumba—. Pero... tengo miedo de arruinarlo todo. Porque sé que él pues... Digamos que es diferente, Pero diferente en el buen sentido."

    °Entonces, como si ese pensamiento pesara más que todos los anteriores, baja la cabeza. la tumba frente a ella lleva el nombre de su hermano. No cualquier tumba, sino la de aquel que una vez fue su mejor amigo, su protector, su otra mitad.°

    °Ella termina de comer en silencio, y antes de levantarse, murmura con una voz quebrada:°

    —"Te extraño... todos los días."

    –" Estoy segura que..."

    °El viento sopla suavemente, moviendo la bolsa vacía frente a la tumba.°
    {Escena relatada en tercera persona}\\ °La escena comienza con el sonido de frituras crepitando tras un mostrador grasoso. Una chica de rostro serio y mirada distante espera su pedido en un pequeño restaurante de comida rápida. No dice mucho, solo asiente cuando le entregan la bolsa de papel que huele a hamburguesa recién hecha y papas fritas saladas. Agradece en voz baja y se marcha sin mirar atrás. Camina por la ciudad como si sus pasos ya conocieran el camino, descendiendo por las escaleras hacia el subterráneo. Las luces del metro parpadean sobre su rostro inmutable, sin emoción, como si estuviera atrapada en pensamientos que no comparte con nadie. Al llegar al andén, su expresión se suaviza por un momento. Dos niños juegan cerca, riéndose entre ellos, claramente hermanos. Ella les sonríe con calidez inesperada y levanta una mano para saludarlos. Pero su gesto es bruscamente interrumpido cuando la madre de los niños los aparta con desconfianza, tomándolos de la mano sin siquiera mirar a la chica. Ella solo suspira, bajando la mirada, y espera en silencio hasta que llega su parada. El tren se detiene y la puerta se abre con un chirrido metálico. La joven desciende, sus pasos resonando con eco en el andén vacío. La noche es densa y el aire más frío. Sin perder tiempo, decide tomar un atajo a través de callejones solitarios, hasta llegar a un rincón apartado del mundo, un donde el tiempo parece haberse detenido. Con un suspiro, murmura:° —Perdón por llegar tarde... ya sabes cómo son mis amigos, no me dejaban ir —dice con una sonrisa forzada, claramente mintiendo. °Se sienta en una banca oxidada frente a la lápida. Saca la comida de la bolsa, la acomoda frente a ella como si estuviera esperando compañía. Comienza a hablar entre mordidas y sorbos, contando anécdotas tontas, cosas graciosas que le habían pasado durante la semana. Luego, se queda en silencio, dejando que el murmullo del viento rellene los huecos. De pronto, rompe el silencio con una risa suave.° —Estoy conociendo a un chico y antes de que digas algo...creo que es especial. Muy lindo, de verdad —dice, con los ojos fijos en la tumba—. Pero... tengo miedo de arruinarlo todo. Porque sé que él pues... Digamos que es diferente, Pero diferente en el buen sentido." °Entonces, como si ese pensamiento pesara más que todos los anteriores, baja la cabeza. la tumba frente a ella lleva el nombre de su hermano. No cualquier tumba, sino la de aquel que una vez fue su mejor amigo, su protector, su otra mitad.° °Ella termina de comer en silencio, y antes de levantarse, murmura con una voz quebrada:° —"Te extraño... todos los días." –" Estoy segura que..." °El viento sopla suavemente, moviendo la bolsa vacía frente a la tumba.°
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