La jaula se balancea lo justo para recordarle que sigue ahí. Madmartigan se estira, prueba los hombros, tensa los brazos contra los barrotes. Siguen respondiendo. Sonríe con esa media sonrisa peligrosa que siempre le sale cuando huele oportunidad.
No grita. Todavía no. Espera.
Escucha. Calcula.
Cuenta el tiempo a su manera. Cuando se cansa de esperar, habla en voz baja, como si alguien ya estuviera cerca.
—Vamos… no me digas que he sobrevivido a todo para pudrirme aquí.
Se inclina hacia delante, deja que lo vean bien si alguien aparece: la postura segura, el mentón alto, los ojos afilados. No parece un prisionero. Parece un problema a punto de soltarse.
Ensaya mentalmente las frases.
La amenaza exagerada.
La súplica falsa.
El chiste justo para que bajen la guardia.
—Si me sacas de aquí, te debo una —murmura—. Y yo siempre pago mis deudas.
Aprieta los barrotes una vez más. No hay miedo en el gesto. Hay impaciencia. Confianza absoluta en que alguien acabará pasando. Siempre pasa alguien.
Y cuando ocurra, Madmartigan ya tendrá decidido si los convence.
No grita. Todavía no. Espera.
Escucha. Calcula.
Cuenta el tiempo a su manera. Cuando se cansa de esperar, habla en voz baja, como si alguien ya estuviera cerca.
—Vamos… no me digas que he sobrevivido a todo para pudrirme aquí.
Se inclina hacia delante, deja que lo vean bien si alguien aparece: la postura segura, el mentón alto, los ojos afilados. No parece un prisionero. Parece un problema a punto de soltarse.
Ensaya mentalmente las frases.
La amenaza exagerada.
La súplica falsa.
El chiste justo para que bajen la guardia.
—Si me sacas de aquí, te debo una —murmura—. Y yo siempre pago mis deudas.
Aprieta los barrotes una vez más. No hay miedo en el gesto. Hay impaciencia. Confianza absoluta en que alguien acabará pasando. Siempre pasa alguien.
Y cuando ocurra, Madmartigan ya tendrá decidido si los convence.
La jaula se balancea lo justo para recordarle que sigue ahí. Madmartigan se estira, prueba los hombros, tensa los brazos contra los barrotes. Siguen respondiendo. Sonríe con esa media sonrisa peligrosa que siempre le sale cuando huele oportunidad.
No grita. Todavía no. Espera.
Escucha. Calcula.
Cuenta el tiempo a su manera. Cuando se cansa de esperar, habla en voz baja, como si alguien ya estuviera cerca.
—Vamos… no me digas que he sobrevivido a todo para pudrirme aquí.
Se inclina hacia delante, deja que lo vean bien si alguien aparece: la postura segura, el mentón alto, los ojos afilados. No parece un prisionero. Parece un problema a punto de soltarse.
Ensaya mentalmente las frases.
La amenaza exagerada.
La súplica falsa.
El chiste justo para que bajen la guardia.
—Si me sacas de aquí, te debo una —murmura—. Y yo siempre pago mis deudas.
Aprieta los barrotes una vez más. No hay miedo en el gesto. Hay impaciencia. Confianza absoluta en que alguien acabará pasando. Siempre pasa alguien.
Y cuando ocurra, Madmartigan ya tendrá decidido si los convence.