—En sus verdes abismos la memoria se anida,
De barcos que partieron sin mirar atrás,
De arenas que guardaron una huella encendida,
Y juramentos rotos que no vuelven jamás.
Los caminos de tierra buscan el horizonte,
Pero el alma del hombre siempre vuelve al rumor
Del oleaje eterno, que desde el monte
Canta historias viejas con triste fulgor.
Somos nautas de bruma, marineros de olvido,
Que llevamos la ruta grabada en la piel.
El mar es el final de lo que hemos vivido,
Y el comienzo del mapa que queremos ser fiel.—
🪶𝙎𝙚𝙣𝙙𝙖𝙨 𝙙𝙚𝙡 𝙈𝙞𝙨𝙩𝙚𝙧𝙞𝙤 𝙎𝙖𝙡𝙞𝙣𝙤🪶
—En sus verdes abismos la memoria se anida,
De barcos que partieron sin mirar atrás,
De arenas que guardaron una huella encendida,
Y juramentos rotos que no vuelven jamás.
Los caminos de tierra buscan el horizonte,
Pero el alma del hombre siempre vuelve al rumor
Del oleaje eterno, que desde el monte
Canta historias viejas con triste fulgor.
Somos nautas de bruma, marineros de olvido,
Que llevamos la ruta grabada en la piel.
El mar es el final de lo que hemos vivido,
Y el comienzo del mapa que queremos ser fiel.—
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// Saben? No deja de ser triste
Después de todo es quedarse solos por cuenta propia. Una lástima que no se sepa valorar a quienes realmente ponen el corazón en lo que le gusta, que vierta la pasión y las ganas hasta el punto de llegar a la ilusión... Y que nada de esto pueda ser visto por un ego que no deja de ser tan infantil como un niño de 12 años.
Creo que estamos demasiado grandes para seguir comportándonos como infantes a esta altura de la vida
// Saben? No deja de ser triste
Después de todo es quedarse solos por cuenta propia. Una lástima que no se sepa valorar a quienes realmente ponen el corazón en lo que le gusta, que vierta la pasión y las ganas hasta el punto de llegar a la ilusión... Y que nada de esto pueda ser visto por un ego que no deja de ser tan infantil como un niño de 12 años.
Creo que estamos demasiado grandes para seguir comportándonos como infantes a esta altura de la vida
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— El aire de la noche sobre el Gran Santuario Narukami era fresco, pero los pétalos de cerezo que cubrían el estanque privado no se movían, inmovilizados en un silencio melancólico. Una única linterna de piedra luchaba por iluminar las sombras.
La sacerdotisa se sentaba en el borde de granito pulido, un contraste de carne pálida y kimono rojo y blanco contra la oscuridad circundante. Sus pies, delicados y sin adorno, apenas rozaban la superficie del agua quieta. El reflejo de la luna en la poza se distorsionaba sutilmente con el roce de sus dedos.
Llevaba un pétalo de sakura entre el pulgar y el índice, examinándolo con una intensidad inapropiada para un objeto tan efímero. Sus ojos, normalmente llenos de picardía y calculada astucia, estaban velados por una quietud que no era paz, sino represión.
—Estos pétalos... se aferran a la rama hasta que el viento se los lleva—murmuró, su voz suave y plana, desprovista del habitual timbre melifluo. —Es la naturaleza de las cosas, supongo. Y sin embargo...—
Ella giró el diminuto fragmento floral, la luz de la linterna capturando por un instante el brillo solitario de sus ojos. Había una punzada de amargura que apenas lograba contener.
—Uno pensaría que, siendo un ser de esta longevidad y posición, estaría por encima de la simple esperanza. Una quimera, en el mejor de los casos. La certeza es una comodidad tan vulgar. Y la decepción... es simplemente la consecuencia lógica de haber albergado una fantasía, ¿no es así?—
Cerró los ojos, no por consuelo, sino como si intentara bloquear una visión persistente. Cuando los abrió, su mirada se perdió en el agua, buscando sin éxito el consuelo de las estrellas. La persona que había partido no estaba aquí, pero su ausencia se sentía como un peso tangible sobre los hombros de Miko.
—Me pregunto si el recuerdo de esta estúpida orilla tiene el mismo peso para ella que lo tiene para mí,—continuó, su tono volviéndose ligeramente más frío, más aislador. —Probablemente no. La distancia difumina los colores, y con el tiempo, hasta la imagen más vívida se convierte en una simple anécdota. Una lección para la zorra sabia, supongo.—
Dejó caer el pétalo en el agua. La onda mínima que creó fue la única perturbación en el estanque. Miko retiró sus pies, secándolos con lentitud metódica, y luego se abrazó con un brazo, un gesto instintivo que inmediatamente corrigió, volviendo a su postura habitual de elegante desinterés. Estaba tratando de convencerse a sí misma de que su aislamiento era un acto de voluntad, no una consecuencia de un dolor.
—No es tristeza. Es... una irritación calculada,— declaró al aire vacío. —Como una historia con un final que ya conocías, pero que aun así te molesta. Mi papel es aquí, inamovible, como este Santuario. El suyo es seguir. No es que esperara... otra cosa.—
Se puso de pie, su vestimenta ondeando con el movimiento, y miró hacia el cielo. El cariño, para ella, era una carga, un lastre que ahora se resentía de llevar sola.
—El cariño es un ancla con una cadena demasiado larga. Te crees libre hasta que el otro zarpa y sientes el tirón. Reprimida, sí. Aislada, por elección. Porque, francamente, tener un corazón que se siente... decepcionado... es una debilidad impropia de una Sacerdotisa Principal. Mañana, seré de nuevo solo la Gran Sacerdotisa Yae Miko. Ahora... solo soy yo.—
🌸— El aire de la noche sobre el Gran Santuario Narukami era fresco, pero los pétalos de cerezo que cubrían el estanque privado no se movían, inmovilizados en un silencio melancólico. Una única linterna de piedra luchaba por iluminar las sombras.
La sacerdotisa se sentaba en el borde de granito pulido, un contraste de carne pálida y kimono rojo y blanco contra la oscuridad circundante. Sus pies, delicados y sin adorno, apenas rozaban la superficie del agua quieta. El reflejo de la luna en la poza se distorsionaba sutilmente con el roce de sus dedos.
Llevaba un pétalo de sakura entre el pulgar y el índice, examinándolo con una intensidad inapropiada para un objeto tan efímero. Sus ojos, normalmente llenos de picardía y calculada astucia, estaban velados por una quietud que no era paz, sino represión.
—Estos pétalos... se aferran a la rama hasta que el viento se los lleva—murmuró, su voz suave y plana, desprovista del habitual timbre melifluo. —Es la naturaleza de las cosas, supongo. Y sin embargo...—
Ella giró el diminuto fragmento floral, la luz de la linterna capturando por un instante el brillo solitario de sus ojos. Había una punzada de amargura que apenas lograba contener.
—Uno pensaría que, siendo un ser de esta longevidad y posición, estaría por encima de la simple esperanza. Una quimera, en el mejor de los casos. La certeza es una comodidad tan vulgar. Y la decepción... es simplemente la consecuencia lógica de haber albergado una fantasía, ¿no es así?—
Cerró los ojos, no por consuelo, sino como si intentara bloquear una visión persistente. Cuando los abrió, su mirada se perdió en el agua, buscando sin éxito el consuelo de las estrellas. La persona que había partido no estaba aquí, pero su ausencia se sentía como un peso tangible sobre los hombros de Miko.
—Me pregunto si el recuerdo de esta estúpida orilla tiene el mismo peso para ella que lo tiene para mí,—continuó, su tono volviéndose ligeramente más frío, más aislador. —Probablemente no. La distancia difumina los colores, y con el tiempo, hasta la imagen más vívida se convierte en una simple anécdota. Una lección para la zorra sabia, supongo.—
Dejó caer el pétalo en el agua. La onda mínima que creó fue la única perturbación en el estanque. Miko retiró sus pies, secándolos con lentitud metódica, y luego se abrazó con un brazo, un gesto instintivo que inmediatamente corrigió, volviendo a su postura habitual de elegante desinterés. Estaba tratando de convencerse a sí misma de que su aislamiento era un acto de voluntad, no una consecuencia de un dolor.
—No es tristeza. Es... una irritación calculada,— declaró al aire vacío. —Como una historia con un final que ya conocías, pero que aun así te molesta. Mi papel es aquí, inamovible, como este Santuario. El suyo es seguir. No es que esperara... otra cosa.—
Se puso de pie, su vestimenta ondeando con el movimiento, y miró hacia el cielo. El cariño, para ella, era una carga, un lastre que ahora se resentía de llevar sola.
—El cariño es un ancla con una cadena demasiado larga. Te crees libre hasta que el otro zarpa y sientes el tirón. Reprimida, sí. Aislada, por elección. Porque, francamente, tener un corazón que se siente... decepcionado... es una debilidad impropia de una Sacerdotisa Principal. Mañana, seré de nuevo solo la Gran Sacerdotisa Yae Miko. Ahora... solo soy yo.—
En el camino a casa, Ángel no había dejado de abrazar a uno de sus niños ¿Cual? Ni lo había pensado simplemente agarró uno y Husk al otro. El caso es que no lo soltó y con una mano se aferraba de paso al que llevaba su prometido, aterrado. Como si temiera que se los fueran a arrebatar.
Nadie dijo nada en todo el camino que fueron escoltados hasta el hotel. Al llegar, se fueron directamente a la habitación, ignorando por completo el desastre por el combate en la recepción. Esa noche, los niños que seguían temblando y asustados dormirían con ellos. Esa noche y las que hicieran falta, pues estaba claro que esté iba a ser el primer gran trauma de los pequeños. Una sádica bienvenida.
Los cuatro se metieron en la cama, sin embargo Ángel no podía dormir, era completamente incapaz no paraba de repetirse lo sucedido en su mente y peor... Lo que podría haber pasado de no ser por Alessio. En silencio se levantó sin saber si Husk estaba o no dormido y caminó hacia el balcón de su habitación, salió al exterior. En silencio se apoyó con las manos en la barandilla y se prendió un cigarro con las libres, sus manos temblaban, sus ojos se empañaban de lágrimas y si respiración no era normal. Tomó una larga calada tratando de calmarse y se llevó unas manos de la cabeza hasta la nuca sin dejar de sostenerse. Triste, estaba sintiendo después de mucho tiempo el amargo llamado de las drogas, pero no iba a ceder a ellos, no otra vez, no como cuando escapó del psiquiátrico. Esa no era la solución y aunque "se quitase de en medio" su maldita familia ya había encontrado a los niños.
Ya no eran libres. Si, su hermano había conseguido que los dejasen de lado y protegidos pero, ya no tenían escapatoria otra vez. Otra vez cuando creía que podía elegir, que podía estar en paz con quien amaba, la realidad regresaba para recordarle donde estaba y que no tenía derecho a nada.
En el camino a casa, Ángel no había dejado de abrazar a uno de sus niños ¿Cual? Ni lo había pensado simplemente agarró uno y [barcat75] al otro. El caso es que no lo soltó y con una mano se aferraba de paso al que llevaba su prometido, aterrado. Como si temiera que se los fueran a arrebatar.
Nadie dijo nada en todo el camino que fueron escoltados hasta el hotel. Al llegar, se fueron directamente a la habitación, ignorando por completo el desastre por el combate en la recepción. Esa noche, los niños que seguían temblando y asustados dormirían con ellos. Esa noche y las que hicieran falta, pues estaba claro que esté iba a ser el primer gran trauma de los pequeños. Una sádica bienvenida.
Los cuatro se metieron en la cama, sin embargo Ángel no podía dormir, era completamente incapaz no paraba de repetirse lo sucedido en su mente y peor... Lo que podría haber pasado de no ser por Alessio. En silencio se levantó sin saber si Husk estaba o no dormido y caminó hacia el balcón de su habitación, salió al exterior. En silencio se apoyó con las manos en la barandilla y se prendió un cigarro con las libres, sus manos temblaban, sus ojos se empañaban de lágrimas y si respiración no era normal. Tomó una larga calada tratando de calmarse y se llevó unas manos de la cabeza hasta la nuca sin dejar de sostenerse. Triste, estaba sintiendo después de mucho tiempo el amargo llamado de las drogas, pero no iba a ceder a ellos, no otra vez, no como cuando escapó del psiquiátrico. Esa no era la solución y aunque "se quitase de en medio" su maldita familia ya había encontrado a los niños.
Ya no eran libres. Si, su hermano había conseguido que los dejasen de lado y protegidos pero, ya no tenían escapatoria otra vez. Otra vez cuando creía que podía elegir, que podía estar en paz con quien amaba, la realidad regresaba para recordarle donde estaba y que no tenía derecho a nada.
────Ha sido un día agradable, y los días agradables siempre tienen ese algo que me hacen querer tocar algo –tomó su guitarra del rincón y la acomodó entre sus brazos– ¿Qué mejor forma de pasar una noche de invierno que con un poco de música? A ver... –probó una cuerda– ¿Qué será esta vez? ¿Una balada triste o una para enamorarse, o quizás algo más festivo, como un villancico por las fechas? Veamos qué es lo que opinan estas cuerdas el día de hoy.
────Ha sido un día agradable, y los días agradables siempre tienen ese algo que me hacen querer tocar algo –tomó su guitarra del rincón y la acomodó entre sus brazos– ¿Qué mejor forma de pasar una noche de invierno que con un poco de música? A ver... –probó una cuerda– ¿Qué será esta vez? ¿Una balada triste o una para enamorarse, o quizás algo más festivo, como un villancico por las fechas? Veamos qué es lo que opinan estas cuerdas el día de hoy.
Presea se arreglaba para un evento que los reyes de Liones darían por ser ya diciembre, no sabe lo que pasará, solo estaba nervosa porque dijeron que darían anuncio de su compromiso con su hijo, el príncipe Tristan.
—No se me da esto, estoy nervosa.
Se dijo para ella misma mientras dejala que las doncellas del reino la ayuden a vestirse.
Presea se arreglaba para un evento que los reyes de Liones darían por ser ya diciembre, no sabe lo que pasará, solo estaba nervosa porque dijeron que darían anuncio de su compromiso con su hijo, el príncipe Tristan.
—No se me da esto, estoy nervosa.
Se dijo para ella misma mientras dejala que las doncellas del reino la ayuden a vestirse.
La caja del árbol llevaba años siendo la misma. Cartón gastado, cinta vieja, una esquina hundida por el tiempo y la memoria. Mika la arrastró por el suelo del departamento con cuidado, como si dentro no hubiera solo esferas y luces… sino fragmentos de otras navidades.
— Siempre lo armaba sola… — dijo sin dramatismo, como quien confiesa algo cotidiano pero importante.
Se sentó en el suelo, piernas cruzadas, abriendo la caja con lentitud. El olor a plástico, a polvo leve, a luces guardadas demasiado tiempo, llenó el aire. Sacó la primera esfera: roja, opaca, con un pequeño raspón.
— Esta era de mi papá. La compró en un mercado, dijo que no necesitaba ser perfecta para ser bonita.
Sonrió apenas. Esa sonrisa que no es tristeza, pero tampoco alegría completa. Mika apoyó la esfera sobre la alfombra, luego sacó otra, dorada, con una cinta deshilachada.
— Mi mamá siempre decía que el árbol no era para presumir… era para recordar.
Levantó la mirada hacia Kensuke, que estaba ahí, presente, sin apuro. Eso ya era distinto. Eso ya cambiaba todo.
— Después de que ellos murieron… — hizo una pausa, breve, honesta — la Navidad se volvió silenciosa. No triste. Silenciosa.
Tomó las luces, las desenredó con paciencia casi ritual.
— Pero este año… — respiró hondo — no quiero armarlo sola.
Se levantó, colocó el árbol en su base, enderezándolo con cuidado. Sus manos temblaron apenas cuando sostuvo la estrella.
La caja del árbol llevaba años siendo la misma. Cartón gastado, cinta vieja, una esquina hundida por el tiempo y la memoria. Mika la arrastró por el suelo del departamento con cuidado, como si dentro no hubiera solo esferas y luces… sino fragmentos de otras navidades.
— Siempre lo armaba sola… — dijo sin dramatismo, como quien confiesa algo cotidiano pero importante.
Se sentó en el suelo, piernas cruzadas, abriendo la caja con lentitud. El olor a plástico, a polvo leve, a luces guardadas demasiado tiempo, llenó el aire. Sacó la primera esfera: roja, opaca, con un pequeño raspón.
— Esta era de mi papá. La compró en un mercado, dijo que no necesitaba ser perfecta para ser bonita.
Sonrió apenas. Esa sonrisa que no es tristeza, pero tampoco alegría completa. Mika apoyó la esfera sobre la alfombra, luego sacó otra, dorada, con una cinta deshilachada.
— Mi mamá siempre decía que el árbol no era para presumir… era para recordar.
Levantó la mirada hacia Kensuke, que estaba ahí, presente, sin apuro. Eso ya era distinto. Eso ya cambiaba todo.
— Después de que ellos murieron… — hizo una pausa, breve, honesta — la Navidad se volvió silenciosa. No triste. Silenciosa.
Tomó las luces, las desenredó con paciencia casi ritual.
— Pero este año… — respiró hondo — no quiero armarlo sola.
Se levantó, colocó el árbol en su base, enderezándolo con cuidado. Sus manos temblaron apenas cuando sostuvo la estrella.
— No quiero reemplazar nada — dijo, mirándolo — solo… sumar.
Le tendió una esfera simple, blanca, sin historia previa.
— Esta no significa nada todavía. Pensé que podríamos empezar con esta.
Se acercó, lo suficiente para que sus hombros casi se tocaran.
— No quiero una Navidad perfecta, Ken… quiero una real. Con calcetines rotos, luces mal puestas y alguien que se quede.
Encendió las luces. El árbol parpadeó primero, inseguro, y luego se iluminó por completo, bañando el departamento en dorado suave.
Mika lo miró. Luego al árbol. Luego a él otra vez.
— Supongo que… bienvenido a mi Navidad.
Y por primera vez en años, no sonó a despedida. Sonó a comienzo.
[BigB0y]
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Es época de Navidad; lo sé por el resplandor de las luces multicolor que invade los sueños. Y yo... Yo, no celebro, jamás lo hice. Nunca aprendí cómo se hace, puesto que el tiempo no existe para mi.
La Navidad pertenece a quienes pueden detener el tiempo un instante.
La verdad es que me duele no sentarme a la mesa, con la familia o con los amigos. Me duele no brindar por algo que no termina al amanecer. Pero entiendo mi lugar... si yo celebrara, ¿quién cuidaría del sueño de los solitarios esta noche?
Así que observo en silencio, triste, sí… pero es necesario. Porque incluso en Navidad, debo velar aún cuando el mundo decide dormir un poco menos.
Es época de Navidad; lo sé por el resplandor de las luces multicolor que invade los sueños. Y yo... Yo, no celebro, jamás lo hice. Nunca aprendí cómo se hace, puesto que el tiempo no existe para mi.
La Navidad pertenece a quienes pueden detener el tiempo un instante.
La verdad es que me duele no sentarme a la mesa, con la familia o con los amigos. Me duele no brindar por algo que no termina al amanecer. Pero entiendo mi lugar... si yo celebrara, ¿quién cuidaría del sueño de los solitarios esta noche?
Así que observo en silencio, triste, sí… pero es necesario. Porque incluso en Navidad, debo velar aún cuando el mundo decide dormir un poco menos.
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Siempre, SIEMPRE, siempre, es triste cuando las personas desaparecen así de repente...
Pero esta vez es mucho muy doloroso... sobre todo porque no es la primera vez
Siempre, SIEMPRE, siempre, es triste cuando las personas desaparecen así de repente...
Pero esta vez es mucho muy doloroso... 😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭 sobre todo porque no es la primera vez 💔😭