• Atras! O conoceras el agudo dolor de una bala felina a toda velocidad contra tu cara.
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  • Normalmente, siempre sentía escalofríos antes de una misión, o algún asalto en batalla... Pero notaba que también mis compañeros se estremecían.
    ¿Miedo? O tal vez la adrenalina, igual que un caballo de carreras antes de lanzarse sobre la puerta de salida...
    Lo que sea, asumía las misiones más difíciles sin temor a la muerte. No porque me sintiera tan valiente como Aquiles, sino porque no tenía tiempo para pensar en la muerte. Siempre sabía que, si lo conseguía, la balanza se inclinaría a nuestro favor, por eso sólo pensaba en la victoria...
    Valiente, o suicida, ¿Qué importaba eso?
    ¿Qué importa ahora?
    Lo único que importaba era sobrevivir...
    Normalmente, siempre sentía escalofríos antes de una misión, o algún asalto en batalla... Pero notaba que también mis compañeros se estremecían. ¿Miedo? O tal vez la adrenalina, igual que un caballo de carreras antes de lanzarse sobre la puerta de salida... Lo que sea, asumía las misiones más difíciles sin temor a la muerte. No porque me sintiera tan valiente como Aquiles, sino porque no tenía tiempo para pensar en la muerte. Siempre sabía que, si lo conseguía, la balanza se inclinaría a nuestro favor, por eso sólo pensaba en la victoria... Valiente, o suicida, ¿Qué importaba eso? ¿Qué importa ahora? Lo único que importaba era sobrevivir...
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  • El viento barría la hierba alta de la colina, susurrando como si intentara llenar el vacío que llevaba dentro. El caballero permanecía inmóvil, su silueta pesada contra un cielo cubierto de nubes tormentosas.

    —El mundo sigue girando... aunque mi tiempo se haya detenido hace mucho...

    El eco distante de un cuervo rompió el silencio, y por un momento, sus ojos se entrecerraron con algo parecido a nostalgia.
    El viento barría la hierba alta de la colina, susurrando como si intentara llenar el vacío que llevaba dentro. El caballero permanecía inmóvil, su silueta pesada contra un cielo cubierto de nubes tormentosas. —El mundo sigue girando... aunque mi tiempo se haya detenido hace mucho... El eco distante de un cuervo rompió el silencio, y por un momento, sus ojos se entrecerraron con algo parecido a nostalgia.
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  • Seguir robando es peligroso, un día alguien más rápido o más hambriento me tomará la vida, pero trabajar para la iglesia buscando demonios... eso no es vivir, es otra forma de morir, una lenta y en cadenas ,¿Redención o prisión? ¿Acaso hay algún camino que no termine en la horca o en una tumba?

    +Se inclina hacia adelante, dejando la jarra sobre la barra, cuestionando si debería buscar otro trabajo+
    Seguir robando es peligroso, un día alguien más rápido o más hambriento me tomará la vida, pero trabajar para la iglesia buscando demonios... eso no es vivir, es otra forma de morir, una lenta y en cadenas ,¿Redención o prisión? ¿Acaso hay algún camino que no termine en la horca o en una tumba? +Se inclina hacia adelante, dejando la jarra sobre la barra, cuestionando si debería buscar otro trabajo+
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  • Se los advirtió, se los dejo claro, lo intento pero la voluntad de estos seres es un peligro para la especie que estos nobles compañeros pertenecen, solo le da un entierro lo más digno posible, apartando sus cuerpos de los infestados y asegurándose que cada uno de ellos no sea sedimento para nuevos infestados, su vulpafila por mientras se alimenta de cadáveres de otros infestados, alguna vez personas, habitantes de ese pueblo, ahora solo retazos de humanidad y tiras de carne que olvidaron toda razón.

    Luego se inclina delante de las 5 tumbas, su sacrificio fue en vano y Chroma como Hayden fracasaron en salvar a estos supervivientes, pero ahora el silencio reina en esa villa, lo que queda en pie.
    Se los advirtió, se los dejo claro, lo intento pero la voluntad de estos seres es un peligro para la especie que estos nobles compañeros pertenecen, solo le da un entierro lo más digno posible, apartando sus cuerpos de los infestados y asegurándose que cada uno de ellos no sea sedimento para nuevos infestados, su vulpafila por mientras se alimenta de cadáveres de otros infestados, alguna vez personas, habitantes de ese pueblo, ahora solo retazos de humanidad y tiras de carne que olvidaron toda razón. Luego se inclina delante de las 5 tumbas, su sacrificio fue en vano y Chroma como Hayden fracasaron en salvar a estos supervivientes, pero ahora el silencio reina en esa villa, lo que queda en pie.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    //Día que estoy fuera de casa, fía al que dos de mis gallinas les da por irse de aventuras. Una sé dónde está y aunque no puedo ir a buscarla por qué mi vecina a saber cuándo regresa, está intentando volver, la otra ni idea.
    //Día que estoy fuera de casa, fía al que dos de mis gallinas les da por irse de aventuras. Una sé dónde está y aunque no puedo ir a buscarla por qué mi vecina a saber cuándo regresa, está intentando volver, la otra ni idea. :STK-17:
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  • Pecado de la lujuria modo defensivo activado, reiniciando proto..... Colo....

    -ahora que hicieron esas dos pequeñas cosas con su apariencia ? Chasqueo la lengua molesto ¿No podían tomar una apariencia masculina ? Se vio de reojo en el espejo bueno al menos sigue igual de hermosa -

    Pecado de la lujuria modo defensivo activado, reiniciando proto..... Colo.... -ahora que hicieron esas dos pequeñas cosas con su apariencia ? Chasqueo la lengua molesto ¿No podían tomar una apariencia masculina ? Se vio de reojo en el espejo bueno al menos sigue igual de hermosa -
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  • El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche.

    Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante.

    —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa.

    Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad.

    Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina.

    —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma.

    Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra.

    El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente.

    —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina.

    —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño.

    La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado.

    Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada.

    Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa.

    —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse.

    —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú.

    Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
    El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche. Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante. —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa. Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad. Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina. —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma. Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra. El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente. —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina. —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño. La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado. Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada. Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa. —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse. —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú. Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
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  • La sala de tratamiento estaba en silencio, salvo por el tenue zumbido de los tubos fluorescentes. Shoko se inclinaba sobre una camilla vacía, limpiando las manchas de sangre seca en las sábanas con movimientos metódicos. No le gustaba dejar el trabajo a medias, aunque odiaba admitir que aquello le daba cierto sentido de control. El olor metálico de la sangre persistía, mezclándose con el desinfectante que había usado momentos antes.

    Se enderezó, encendiendo un cigarrillo con el encendedor desgastado que siempre llevaba en el bolsillo. Dio una larga calada, dejando que el humo llenara sus pulmones y luego se disipara en el aire. Miró el reloj en la pared: las tres de la madrugada. Esa era la hora en la que todo parecía más crudo, más honesto. La hora donde los pensamientos no pedían permiso para invadirla.

    Shoko caminó hacia la ventana abierta. Afuera, la luna bañaba el patio en una luz tenue y fría. El viento helado rozó su rostro, pero no hizo ningún intento por cerrarla. Era extraño cómo aquella brisa nocturna parecía ser lo único que le recordaba que aún estaba viva, que aún existía más allá de las sombras de los demás.

    Pensó en todo lo que había visto ese día: maldiciones que apenas lograron ser exorcizadas, estudiantes heridos que le pedían que no dejara de curarlos, aunque apenas podían hablar del dolor. Se había acostumbrado al trabajo, al horror constante. Pero a veces, como ahora, la acumulación de esas imágenes se filtraba en su mente, quedándose atrapadas en un rincón donde ni el humo podía alcanzarlas.

    Dejó escapar una risa seca. Había tenido la oportunidad de escoger una vida más sencilla. Podría haber sido médica en cualquier hospital ordinario, tratando enfermedades normales y lidiando con problemas humanos. Pero no, había elegido esto: sangre, maldiciones y cicatrices que nadie más podía ver.

    "¿Por qué lo hago?" murmuró en voz baja, dirigiéndose al reflejo borroso de su rostro en el vidrio de la ventana. "¿Por qué sigo aquí?"

    La respuesta no llegó. Nunca llegaba. Tal vez no existía.

    Apagó el cigarrillo contra el borde de la ventana y dejó que la colilla cayera al suelo del patio. Volvió a la sala de tratamiento, recogiendo las herramientas que había usado y guardándolas con precisión casi ritual. Cada objeto tenía su lugar, y esa rutina era lo único que le daba estructura a su caos interno.

    Finalmente, se sentó en la silla giratoria junto al escritorio, encendiendo otra vez su encendedor sin intención de usarlo. La llama bailaba delante de sus ojos, proyectando sombras que parecían figuras familiares: rostros de amigos que ya no estaban, de estudiantes que se habían marchado demasiado pronto. Cerró el encendedor con un chasquido y apoyó la cabeza entre las manos.

    El amanecer no estaba lejos, pero Shoko sabía que esa noche, como tantas otras, no dormiría. No porque no pudiera, sino porque no quería.
    La sala de tratamiento estaba en silencio, salvo por el tenue zumbido de los tubos fluorescentes. Shoko se inclinaba sobre una camilla vacía, limpiando las manchas de sangre seca en las sábanas con movimientos metódicos. No le gustaba dejar el trabajo a medias, aunque odiaba admitir que aquello le daba cierto sentido de control. El olor metálico de la sangre persistía, mezclándose con el desinfectante que había usado momentos antes. Se enderezó, encendiendo un cigarrillo con el encendedor desgastado que siempre llevaba en el bolsillo. Dio una larga calada, dejando que el humo llenara sus pulmones y luego se disipara en el aire. Miró el reloj en la pared: las tres de la madrugada. Esa era la hora en la que todo parecía más crudo, más honesto. La hora donde los pensamientos no pedían permiso para invadirla. Shoko caminó hacia la ventana abierta. Afuera, la luna bañaba el patio en una luz tenue y fría. El viento helado rozó su rostro, pero no hizo ningún intento por cerrarla. Era extraño cómo aquella brisa nocturna parecía ser lo único que le recordaba que aún estaba viva, que aún existía más allá de las sombras de los demás. Pensó en todo lo que había visto ese día: maldiciones que apenas lograron ser exorcizadas, estudiantes heridos que le pedían que no dejara de curarlos, aunque apenas podían hablar del dolor. Se había acostumbrado al trabajo, al horror constante. Pero a veces, como ahora, la acumulación de esas imágenes se filtraba en su mente, quedándose atrapadas en un rincón donde ni el humo podía alcanzarlas. Dejó escapar una risa seca. Había tenido la oportunidad de escoger una vida más sencilla. Podría haber sido médica en cualquier hospital ordinario, tratando enfermedades normales y lidiando con problemas humanos. Pero no, había elegido esto: sangre, maldiciones y cicatrices que nadie más podía ver. "¿Por qué lo hago?" murmuró en voz baja, dirigiéndose al reflejo borroso de su rostro en el vidrio de la ventana. "¿Por qué sigo aquí?" La respuesta no llegó. Nunca llegaba. Tal vez no existía. Apagó el cigarrillo contra el borde de la ventana y dejó que la colilla cayera al suelo del patio. Volvió a la sala de tratamiento, recogiendo las herramientas que había usado y guardándolas con precisión casi ritual. Cada objeto tenía su lugar, y esa rutina era lo único que le daba estructura a su caos interno. Finalmente, se sentó en la silla giratoria junto al escritorio, encendiendo otra vez su encendedor sin intención de usarlo. La llama bailaba delante de sus ojos, proyectando sombras que parecían figuras familiares: rostros de amigos que ya no estaban, de estudiantes que se habían marchado demasiado pronto. Cerró el encendedor con un chasquido y apoyó la cabeza entre las manos. El amanecer no estaba lejos, pero Shoko sabía que esa noche, como tantas otras, no dormiría. No porque no pudiera, sino porque no quería.
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  • Al Caer la Noche
    Categoría Acción
    El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio de la vieja casa de piedra. Nathan había caído en un sueño ligero, su cuerpo descansando cerca de la chimenea, rodeado por el calor que lentamente lo relajaba. El cansancio supo ganarle y calló en un sopor tranquilo mientras esperaba el regreso de Maxine Woods. Sin embargo, cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, una serie de ladridos le hizo saltar de golpe.

    Sus ojos se abrieron rápidamente y la sensación de frío que recorría su espina dorsal no era por la temperatura. Los ladridos eran cada vez más cercanos y no le costó relacionarlo por lo dicho por la mujer que le ayudó; perros de caza.

    Su mente, aún confusa por la falta de sueño y el estrés de su situación, se puso alerta al instante. El pánico se instaló en su pecho, sabía que no sería capaz de correr lo suficientemente rápido para escapar, pero su instinto de supervivencia se encendió, y sin pensarlo demasiado, se levantó y se acercó a la parte trasera de la casa.

    Los ladridos sonaban más cerca ahora, y Nathan no podía permitir que lo encontraran allí, expuesto.

    Miró hacia el techo, calculando que no sería imposible. Comenzó a trepar hacia arriba, impulsado por la adrenalina. Sabía que no era el lugar ideal, pero el tejado le ofrecería un mínimo de ventaja. Se arrastró con rapidez por las piedras y los escombros, su mente alerta a cada sonido. Sin embargo, en su apuro por escapar, olvidó lo más obvio: no apagar el fuego.

    El resplandor naranja se reflejaba en la oscuridad que empezaba a envolver la casa, y aunque Nathan estaba ahora en el techo, la amenaza del fuego encendido quedaba fuera de su control. Los ladridos se acercaban aún más, y él, tenso y respirando con dificultad, esperaba lo peor.
    El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio de la vieja casa de piedra. Nathan había caído en un sueño ligero, su cuerpo descansando cerca de la chimenea, rodeado por el calor que lentamente lo relajaba. El cansancio supo ganarle y calló en un sopor tranquilo mientras esperaba el regreso de [thegirlfr0mthestars]. Sin embargo, cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, una serie de ladridos le hizo saltar de golpe. Sus ojos se abrieron rápidamente y la sensación de frío que recorría su espina dorsal no era por la temperatura. Los ladridos eran cada vez más cercanos y no le costó relacionarlo por lo dicho por la mujer que le ayudó; perros de caza. Su mente, aún confusa por la falta de sueño y el estrés de su situación, se puso alerta al instante. El pánico se instaló en su pecho, sabía que no sería capaz de correr lo suficientemente rápido para escapar, pero su instinto de supervivencia se encendió, y sin pensarlo demasiado, se levantó y se acercó a la parte trasera de la casa. Los ladridos sonaban más cerca ahora, y Nathan no podía permitir que lo encontraran allí, expuesto. Miró hacia el techo, calculando que no sería imposible. Comenzó a trepar hacia arriba, impulsado por la adrenalina. Sabía que no era el lugar ideal, pero el tejado le ofrecería un mínimo de ventaja. Se arrastró con rapidez por las piedras y los escombros, su mente alerta a cada sonido. Sin embargo, en su apuro por escapar, olvidó lo más obvio: no apagar el fuego. El resplandor naranja se reflejaba en la oscuridad que empezaba a envolver la casa, y aunque Nathan estaba ahora en el techo, la amenaza del fuego encendido quedaba fuera de su control. Los ladridos se acercaban aún más, y él, tenso y respirando con dificultad, esperaba lo peor.
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