• Alexa recordaba a la perfección las historias que su abuela le contaba cuando era niña cada vez que visitaba su casa, le resultaba imposible separarse de ella. Su abuela era una mujer hermosa, con cabello platinado y ojos de un azul profundo. Siempre, antes de dormir, le relataba las leyendas de su pueblo. Para los humanos, quizá eran simples cuentos de hadas; otros podrían pensar que eran fantasías, mitos o leyendas. Pero para la gente de Alexa, esas historias eran el pilar de todo lo que creían. Su abuela le hablaba de los dioses, pero sus favoritas siempre eran las leyendas sobre la diosa de la luna.

    En el pueblo, la conocían como la guardiana de las escrituras sagradas, y sus padres siempre decían que era la mejor sanadora de la aldea. Alexa, en ese entonces, no comprendía la posición social de su familia ni sabía que formaban parte de la nobleza del reino fae. Para ella, su abuela era simplemente la mujer más divertida e inteligente del mundo. Aunque solo era una niña de cuatro o cinco años, con el tiempo entendió que aquellas palabras no eran simples historias para dormir, cada palabra cobró significado y se reveló como una verdad indiscutible.

    Cuando su abuela hablaba, parecía recitar las historias directamente de un libro que llevaba en su mente. En alguna ocasión, Alexa visitó la biblioteca de su hogar, llena de libros en miles de idiomas, de diferentes culturas, todos hablando sobre los mismos dioses, aunque con diferentes nombres. Aún recordaba la historia favorita de su abuela, que también se convirtió en su preferida. La primera vez que se la contó fue cuando Alexa llegó llorando a casa porque unos niños, hijos de otros nobles, le dijeron que su cabello blanco y su piel pálida eran horribles. Alexa, desesperada, suplicó a su abuela que cambiara su cabello, que ya no quería tenerlo blanco, la mujer la sentó en su regazo, acariciando su cabello con ternura. Con una voz llena de amor, le explicó que su apariencia era una bendición de la madre luna, tomó un libro de portada azul con grabados plateados, cuyas ilustraciones parecían mágicas, como si las fases lunares y la silueta de una bella mujer se movieran. El libro, claramente viejo y valioso, estaba lleno de notas, recortes, dibujos e imágenes. En sus primeras páginas, estaba escrita una historia sobre la creación del mundo. Su abuela comenzó a leer:

    "Verás, mi niña, al principio todo era vacío, pero de repente surgió la luz, la vida, la creación. Sin embargo, todo debe tener equilibrio, así que junto a ellos nació la oscuridad, la muerte y la destrucción. Hermanos de una misma energía, se convirtieron en seres de infinito poder. Juntos, crearon cada cosa que existe en el mundo: el cielo, nacido de la luz y la oscuridad; la tierra, el mar, los animales, todos creados por la vida y destinados a la muerte cuando llegara su momento. Los años pasaron, y nuevas deidades nacieron, uniéndose al resto. El cielo tuvo tres hijos a quienes les dieron sus propias tareas: el sol, la luna y las estrellas. Selene, hija del cielo y diosa de la luna, encargada de velar por las noches, vio cómo los humanos comenzaron a rendirle culto y los bendijo con habilidades mágicas, naciendo así las hadas y elfos de luna. Un día, al descender a la tierra y ver que carecían de guía y protección, decidió darles una parte de ella, enviando a sus hijos con la misión de guiar, proteger y cuidar al pueblo de la luna. Con habilidades superiores, de cabello platinado, ojos azules y piel blanca como la nieve, eran inconfundibles entre otros seguidores de la luna. Como todos los hijos de dioses, se unieron a mortales, dando lugar al linaje de la luna. Pero solo algunos fueron bendecidos con las habilidades y características físicas de la diosa; a estos se les llamó hijos de la luna. Algunos creen que los dioses unen las almas de unos pocos elegidos para encontrarse en la tierra. No era de extrañar que siempre dos hijos de la luna terminaran enamorados, enviados del cielo y elegidos por la madre luna para estar juntos, con un amor inquebrantable y puro, capaz de vencer cualquier adversidad."

    Al terminar la historia, Alexa quedó fascinada. Su abuela, entonces, la miró con seriedad y le dijo con firmeza: "Jamás reniegues de tu aspecto, cariño. Es una bendición. Nuestra madre te eligió como una digna hija suya y te bendijo con habilidades inigualables. Viniste a este mundo con un propósito, una misión, y quién sabe, tal vez también te eligió un compañero."

    Esa historia se la repitió tantas veces que Alexa comenzó a anhelar descubrir cuál sería la misión que la madre luna tenía reservada para ella. Jamás pensó que dicha misión la llevaría a la mayor batalla que los siete reinos habían presenciado jamás, y que el hombre al que tendría que enfrentarse sería, nada más y nada menos, que el compañero que la luna había elegido para ella.

    Alexa recordaba a la perfección las historias que su abuela le contaba cuando era niña cada vez que visitaba su casa, le resultaba imposible separarse de ella. Su abuela era una mujer hermosa, con cabello platinado y ojos de un azul profundo. Siempre, antes de dormir, le relataba las leyendas de su pueblo. Para los humanos, quizá eran simples cuentos de hadas; otros podrían pensar que eran fantasías, mitos o leyendas. Pero para la gente de Alexa, esas historias eran el pilar de todo lo que creían. Su abuela le hablaba de los dioses, pero sus favoritas siempre eran las leyendas sobre la diosa de la luna. En el pueblo, la conocían como la guardiana de las escrituras sagradas, y sus padres siempre decían que era la mejor sanadora de la aldea. Alexa, en ese entonces, no comprendía la posición social de su familia ni sabía que formaban parte de la nobleza del reino fae. Para ella, su abuela era simplemente la mujer más divertida e inteligente del mundo. Aunque solo era una niña de cuatro o cinco años, con el tiempo entendió que aquellas palabras no eran simples historias para dormir, cada palabra cobró significado y se reveló como una verdad indiscutible. Cuando su abuela hablaba, parecía recitar las historias directamente de un libro que llevaba en su mente. En alguna ocasión, Alexa visitó la biblioteca de su hogar, llena de libros en miles de idiomas, de diferentes culturas, todos hablando sobre los mismos dioses, aunque con diferentes nombres. Aún recordaba la historia favorita de su abuela, que también se convirtió en su preferida. La primera vez que se la contó fue cuando Alexa llegó llorando a casa porque unos niños, hijos de otros nobles, le dijeron que su cabello blanco y su piel pálida eran horribles. Alexa, desesperada, suplicó a su abuela que cambiara su cabello, que ya no quería tenerlo blanco, la mujer la sentó en su regazo, acariciando su cabello con ternura. Con una voz llena de amor, le explicó que su apariencia era una bendición de la madre luna, tomó un libro de portada azul con grabados plateados, cuyas ilustraciones parecían mágicas, como si las fases lunares y la silueta de una bella mujer se movieran. El libro, claramente viejo y valioso, estaba lleno de notas, recortes, dibujos e imágenes. En sus primeras páginas, estaba escrita una historia sobre la creación del mundo. Su abuela comenzó a leer: "Verás, mi niña, al principio todo era vacío, pero de repente surgió la luz, la vida, la creación. Sin embargo, todo debe tener equilibrio, así que junto a ellos nació la oscuridad, la muerte y la destrucción. Hermanos de una misma energía, se convirtieron en seres de infinito poder. Juntos, crearon cada cosa que existe en el mundo: el cielo, nacido de la luz y la oscuridad; la tierra, el mar, los animales, todos creados por la vida y destinados a la muerte cuando llegara su momento. Los años pasaron, y nuevas deidades nacieron, uniéndose al resto. El cielo tuvo tres hijos a quienes les dieron sus propias tareas: el sol, la luna y las estrellas. Selene, hija del cielo y diosa de la luna, encargada de velar por las noches, vio cómo los humanos comenzaron a rendirle culto y los bendijo con habilidades mágicas, naciendo así las hadas y elfos de luna. Un día, al descender a la tierra y ver que carecían de guía y protección, decidió darles una parte de ella, enviando a sus hijos con la misión de guiar, proteger y cuidar al pueblo de la luna. Con habilidades superiores, de cabello platinado, ojos azules y piel blanca como la nieve, eran inconfundibles entre otros seguidores de la luna. Como todos los hijos de dioses, se unieron a mortales, dando lugar al linaje de la luna. Pero solo algunos fueron bendecidos con las habilidades y características físicas de la diosa; a estos se les llamó hijos de la luna. Algunos creen que los dioses unen las almas de unos pocos elegidos para encontrarse en la tierra. No era de extrañar que siempre dos hijos de la luna terminaran enamorados, enviados del cielo y elegidos por la madre luna para estar juntos, con un amor inquebrantable y puro, capaz de vencer cualquier adversidad." Al terminar la historia, Alexa quedó fascinada. Su abuela, entonces, la miró con seriedad y le dijo con firmeza: "Jamás reniegues de tu aspecto, cariño. Es una bendición. Nuestra madre te eligió como una digna hija suya y te bendijo con habilidades inigualables. Viniste a este mundo con un propósito, una misión, y quién sabe, tal vez también te eligió un compañero." Esa historia se la repitió tantas veces que Alexa comenzó a anhelar descubrir cuál sería la misión que la madre luna tenía reservada para ella. Jamás pensó que dicha misión la llevaría a la mayor batalla que los siete reinos habían presenciado jamás, y que el hombre al que tendría que enfrentarse sería, nada más y nada menos, que el compañero que la luna había elegido para ella.
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  • «¡Por Zeus, porque soy tan bocazas....! Ojala no se disguste conmigo, no quiero ganarme el odio de otra criatura, pero... Es que, sentí tanta frustración, ¡Ugh!»piensa sintiendo culpabilidad de su boca suelta«Debí hacer como que no me importaba que declinara mi oferta, debí callarme, aaaah... Debí hacer muchas cosas pero le hablé con mi corazón caprichoso ¡Ah!» se cubre todo su rostro con su cabello mientras abraza a Hikaru, tratando de no pensar en lo que hizo, pero ella sabe que seguirá recordándole y muy posiblemente mañana le pida perdón al joven Akira por ser tan impulsiva.
    :STK-28: «¡Por Zeus, porque soy tan bocazas....! Ojala no se disguste conmigo, no quiero ganarme el odio de otra criatura, pero... Es que, sentí tanta frustración, ¡Ugh!»piensa sintiendo culpabilidad de su boca suelta«Debí hacer como que no me importaba que declinara mi oferta, debí callarme, aaaah... Debí hacer muchas cosas pero le hablé con mi corazón caprichoso ¡Ah!» se cubre todo su rostro con su cabello mientras abraza a Hikaru, tratando de no pensar en lo que hizo, pero ella sabe que seguirá recordándole y muy posiblemente mañana le pida perdón al joven Akira por ser tan impulsiva.
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  • Sentia un profundo desconcierto luego de haber viajado un día en el tiempo por obra de Aika, solo pudo encontrar un escenario vacios y vestigios de algo que no terminaba de entender. Por más que busco a D.I.V.A, no tuvo exito alguno. El aire no llegaba a sus pulmones, inclusive llego a tropezar varias veces en el suelo por lo apresurado de sus pasos, pero ni asi dejo de buscar aun cuando tenia sus extremidades con algunas gotas de sangre, la mueca de su rostro era de disgusto absoluto. No terminaba de entender que sucedia ¿Por que paso eso?, camino a el escenario principal y se arrodillo.


    Aunque para su fortuna algunas de sus ratas aparecieron frente a ella y compartieron su vista de lo que sucedio durante su ausencia. En ese momento la pelirroja solo cerró los ojos, suspirando, algunas lagrimas cayeron de sus ojos. Un momento de absoluta reflexión, a fin de calmar el maremoto de emociones que expresaba, debía pensar friamente que hacer, debía hacerlo no podía dejar las cosas así como así.


    Cuando finalmente abrio los ojos, su expresión era diferente. La melancolía había pasado a una creciente ira.


    ⸻Debo matarlos, debo matarlos...........


    Repetía, a sus ojos era claro quienes eran los culpables de que todo terminara así (D.E.X.A, Shiori y Magnolia). De que fuera separado del lado de D.I.V.A, el amor tiene muchas manifestaciones. Pero en su estado más corrupto el más puro amor puede volverse en el más cruento de los odios.

    Sentia un profundo desconcierto luego de haber viajado un día en el tiempo por obra de Aika, solo pudo encontrar un escenario vacios y vestigios de algo que no terminaba de entender. Por más que busco a D.I.V.A, no tuvo exito alguno. El aire no llegaba a sus pulmones, inclusive llego a tropezar varias veces en el suelo por lo apresurado de sus pasos, pero ni asi dejo de buscar aun cuando tenia sus extremidades con algunas gotas de sangre, la mueca de su rostro era de disgusto absoluto. No terminaba de entender que sucedia ¿Por que paso eso?, camino a el escenario principal y se arrodillo. Aunque para su fortuna algunas de sus ratas aparecieron frente a ella y compartieron su vista de lo que sucedio durante su ausencia. En ese momento la pelirroja solo cerró los ojos, suspirando, algunas lagrimas cayeron de sus ojos. Un momento de absoluta reflexión, a fin de calmar el maremoto de emociones que expresaba, debía pensar friamente que hacer, debía hacerlo no podía dejar las cosas así como así. Cuando finalmente abrio los ojos, su expresión era diferente. La melancolía había pasado a una creciente ira. ⸻Debo matarlos, debo matarlos........... Repetía, a sus ojos era claro quienes eran los culpables de que todo terminara así (D.E.X.A, Shiori y Magnolia). De que fuera separado del lado de D.I.V.A, el amor tiene muchas manifestaciones. Pero en su estado más corrupto el más puro amor puede volverse en el más cruento de los odios.
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  • БАУНС NIGHTS
    Fandom OC
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    ┏━━━━━━━━━━━━━━┓
    ᵐᵒⁿᵒʳᵒˡ ; ᵐᵉᵐᵒʳⁱᵃ
    ᵗʷ ! ᵐᵉⁿᶜⁱᵒⁿᵉˢ ᵈᵉ ᵃˡᶜᵒʰᵒˡ, ᵈʳᵒᵍᵃˢ, ᵛᵒᵐⁱᵗᵒ
    ┗━━━━━━━━━━━━━━┛


    La noche estaba saturada de neón y humo, vibrando con la resaca de la música que aún zumbaba en sus oídos. Afuera, en la cruda madrugada, el aire tenía esa densidad sucia de la ciudad a altas horas: impregnado de nicotina, concreto húmedo y un inconfundible toque de vómito.

    Dmitry permanecía inmóvil, un testigo en la penumbra del callejón, su silueta apenas delineada por las luces temblorosas del cartel eléctrico sobre la entrada del club. A sus pies, su Meister estaba inclinada contra la pared, sus dedos perfectamente decorados aferrándose al ladrillo con un agarre débil.

    El borde de su falda corta estaba manchado de polvo, su maquillaje ligeramente corrido, pero incluso en ese estado, Yua seguía siendo un cuadro vibrante de blanco y dorado, de pestañas largas y uñas brillantes.

    Dmitry ladeó la cabeza, observándola con la misma paciencia con la que alguien observa el paisaje. El cigarro colgaba de sus labios, consumiéndose con la lentitud de su aliento.

    —No puedes con el alcohol ruso.

    No era solo una burla, sino también una verdad entregada con la neutralidad de quien ya había anticipado ese desenlace.

    Yua levantó la cabeza lo justo para verlo, con el ceño fruncido y la dignidad aferrándose a ella con uñas y dientes. Su labial, antes perfectamente delineado, se desvanecía en la comisura de sus labios.

    —Dima, cierra la puta boca y sujétame el pelo.

    Él dejó escapar un suspiro leve antes de moverse. Sus manos, que estaban acostumbradas a cargar cuchillas y terminar trabajos sucios, ahora recogían con total gentileza los mechones dorados de su Meister, sujetándolos con cuidado para apartarlos de su rostro.

    —Y sí puedo con el alcohol ruso, eh. —Su voz sonaba algo rasposa, aún adormilada por el licor—. No sé qué mierda le ponen ustedes a sus pastillas, raritos…

    La risa silenciosa de Dima se perdió en la brisa nocturna.

    La callejuela, angosta y desordenada, amplificaba el eco de cada jadeo ahogado y queja frustrada. El humo de su cigarro flotaba en el aire entre ellos, desvaneciéndose en la penumbra mientras Yua maldecía entre dientes, su orgullo resistiéndose a la miseria en la que se encontraba.

    —Sabes que esto es tu culpa, ¿no? —murmuró Dmitry.

    Ella agitó una mano con pereza, como si pudiera espantar sus palabras.

    —Ugh, qué pesado…

    Se cubrió la boca con el dorso de la mano, cerrando los ojos con fuerza antes de mascullar:

    —Tráeme agua.

    Dmitry no respondió. Solo metió la mano en su abrigo y sacó una botella, dejándola caer en la suya con la naturalidad de quien ya esperaba el desastre.

    —Es de la canilla. Para que sepas.

    Ella la tomó sin pensarlo, con la urgencia de alguien que busca aferrarse a cualquier salvación.

    Dima la miró en silencio mientras ella se enjuagaba la boca, su expresión carente de juicio, solo con la observación tranquila de quien ya había visto esta escena demasiadas veces antes.

    —También tengo chicles.

    No hubo respuesta inmediata. Solo el sonido del agua bajando por su garganta. Luego, sin voltear, Yua levantó la mano con la palma abierta.

    —Dámelos.

    El paquete cayó en su mano, y ella se metió uno en la boca sin ceremonias.

    —Gracias, bebi~.

    El chicle se movía perezosamente entre sus dientes cuando finalmente se enderezó, apoyando la espalda contra la pared. Sus uñas decoradas brillaban bajo la luz neón cuando se alisó la falda, con un gesto tan perezoso como impecable.

    Dmitry esperó, porque conocía el patrón.

    Yua lo miró, y la chispa traviesa volvió a sus ojos.

    —Llévame a casa.

    Dmitry no reaccionó de inmediato. Solo ladeó la cabeza, un gesto pequeño, sutil, pero suficiente para que ella entendiera que esperaba algo más.

    Y Yua nunca decepcionaba.

    Se inclinó un poco hacia él, su perfume dulce y empalagoso envolviéndolo como un eco de la fiesta que habían dejado atrás. Sus labios se curvaron con un toque de maldad divertida.

    —O qué, ¿me vas a dejar tirada en la calle?

    La respuesta de Dima fue un silencio frío, cargado de un sarcasmo tan seco que ni siquiera necesitaba palabras. Su cigarro cayó al suelo, y con un movimiento breve de su pie, lo apagó contra el pavimento.

    —No es como si tuviera otra opción —dijo finalmente, desabrochándose el abrigo para quitárselo—. Claro que te llevo. Pero me debes la mitad de lo que te quedó.

    Yua dejó escapar una carcajada nasal antes de amarrarse la prenda a la cintura con un gesto perezoso, su sonrisa radiante contrastando con su estado deplorable.

    Dmitry ni siquiera esperó a que terminara de acomodarse. En un solo movimiento, se agachó y la subió a su espalda, asegurando sus piernas con un agarre firme mientras ella soltaba un gritito de sorpresa.

    —¡Así se hace, esbirro! —canturreó, entre risas, claramente aún ebria. 

    —¿Sabes? A veces siento que solo soy eso para ti. Pero luego recuerdo que también me ves como un perro, un esclavo, un siervo... Y se me pasa.

    Yua se echó a reír, dejándose caer contra su espalda. El perfume en su cabello se mezcló con el aroma del tabaco que impregnaba la ropa de Dima. Se aferró a él sin miedo. Porque, al final, sin importar lo dura que fuera la noche, siempre la llevaba a casa.
    ┏━━━━━━━━━━━━━━┓ ᵐᵒⁿᵒʳᵒˡ ; ᵐᵉᵐᵒʳⁱᵃ ᵗʷ ! ᵐᵉⁿᶜⁱᵒⁿᵉˢ ᵈᵉ ᵃˡᶜᵒʰᵒˡ, ᵈʳᵒᵍᵃˢ, ᵛᵒᵐⁱᵗᵒ ┗━━━━━━━━━━━━━━┛ La noche estaba saturada de neón y humo, vibrando con la resaca de la música que aún zumbaba en sus oídos. Afuera, en la cruda madrugada, el aire tenía esa densidad sucia de la ciudad a altas horas: impregnado de nicotina, concreto húmedo y un inconfundible toque de vómito. Dmitry permanecía inmóvil, un testigo en la penumbra del callejón, su silueta apenas delineada por las luces temblorosas del cartel eléctrico sobre la entrada del club. A sus pies, su Meister estaba inclinada contra la pared, sus dedos perfectamente decorados aferrándose al ladrillo con un agarre débil. El borde de su falda corta estaba manchado de polvo, su maquillaje ligeramente corrido, pero incluso en ese estado, Yua seguía siendo un cuadro vibrante de blanco y dorado, de pestañas largas y uñas brillantes. Dmitry ladeó la cabeza, observándola con la misma paciencia con la que alguien observa el paisaje. El cigarro colgaba de sus labios, consumiéndose con la lentitud de su aliento. —No puedes con el alcohol ruso. No era solo una burla, sino también una verdad entregada con la neutralidad de quien ya había anticipado ese desenlace. Yua levantó la cabeza lo justo para verlo, con el ceño fruncido y la dignidad aferrándose a ella con uñas y dientes. Su labial, antes perfectamente delineado, se desvanecía en la comisura de sus labios. —Dima, cierra la puta boca y sujétame el pelo. Él dejó escapar un suspiro leve antes de moverse. Sus manos, que estaban acostumbradas a cargar cuchillas y terminar trabajos sucios, ahora recogían con total gentileza los mechones dorados de su Meister, sujetándolos con cuidado para apartarlos de su rostro. —Y sí puedo con el alcohol ruso, eh. —Su voz sonaba algo rasposa, aún adormilada por el licor—. No sé qué mierda le ponen ustedes a sus pastillas, raritos… La risa silenciosa de Dima se perdió en la brisa nocturna. La callejuela, angosta y desordenada, amplificaba el eco de cada jadeo ahogado y queja frustrada. El humo de su cigarro flotaba en el aire entre ellos, desvaneciéndose en la penumbra mientras Yua maldecía entre dientes, su orgullo resistiéndose a la miseria en la que se encontraba. —Sabes que esto es tu culpa, ¿no? —murmuró Dmitry. Ella agitó una mano con pereza, como si pudiera espantar sus palabras. —Ugh, qué pesado… Se cubrió la boca con el dorso de la mano, cerrando los ojos con fuerza antes de mascullar: —Tráeme agua. Dmitry no respondió. Solo metió la mano en su abrigo y sacó una botella, dejándola caer en la suya con la naturalidad de quien ya esperaba el desastre. —Es de la canilla. Para que sepas. Ella la tomó sin pensarlo, con la urgencia de alguien que busca aferrarse a cualquier salvación. Dima la miró en silencio mientras ella se enjuagaba la boca, su expresión carente de juicio, solo con la observación tranquila de quien ya había visto esta escena demasiadas veces antes. —También tengo chicles. No hubo respuesta inmediata. Solo el sonido del agua bajando por su garganta. Luego, sin voltear, Yua levantó la mano con la palma abierta. —Dámelos. El paquete cayó en su mano, y ella se metió uno en la boca sin ceremonias. —Gracias, bebi~. El chicle se movía perezosamente entre sus dientes cuando finalmente se enderezó, apoyando la espalda contra la pared. Sus uñas decoradas brillaban bajo la luz neón cuando se alisó la falda, con un gesto tan perezoso como impecable. Dmitry esperó, porque conocía el patrón. Yua lo miró, y la chispa traviesa volvió a sus ojos. —Llévame a casa. Dmitry no reaccionó de inmediato. Solo ladeó la cabeza, un gesto pequeño, sutil, pero suficiente para que ella entendiera que esperaba algo más. Y Yua nunca decepcionaba. Se inclinó un poco hacia él, su perfume dulce y empalagoso envolviéndolo como un eco de la fiesta que habían dejado atrás. Sus labios se curvaron con un toque de maldad divertida. —O qué, ¿me vas a dejar tirada en la calle? La respuesta de Dima fue un silencio frío, cargado de un sarcasmo tan seco que ni siquiera necesitaba palabras. Su cigarro cayó al suelo, y con un movimiento breve de su pie, lo apagó contra el pavimento. —No es como si tuviera otra opción —dijo finalmente, desabrochándose el abrigo para quitárselo—. Claro que te llevo. Pero me debes la mitad de lo que te quedó. Yua dejó escapar una carcajada nasal antes de amarrarse la prenda a la cintura con un gesto perezoso, su sonrisa radiante contrastando con su estado deplorable. Dmitry ni siquiera esperó a que terminara de acomodarse. En un solo movimiento, se agachó y la subió a su espalda, asegurando sus piernas con un agarre firme mientras ella soltaba un gritito de sorpresa. —¡Así se hace, esbirro! —canturreó, entre risas, claramente aún ebria.  —¿Sabes? A veces siento que solo soy eso para ti. Pero luego recuerdo que también me ves como un perro, un esclavo, un siervo... Y se me pasa. Yua se echó a reír, dejándose caer contra su espalda. El perfume en su cabello se mezcló con el aroma del tabaco que impregnaba la ropa de Dima. Se aferró a él sin miedo. Porque, al final, sin importar lo dura que fuera la noche, siempre la llevaba a casa.
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  • ꘓ𐔌During the odyssey
    "Dije que cuando terminara de tejer, me casaría...lo que no saben, es que todas las noches, deshago todo el trabajo que hice."
    「ᴾʰᵒᵗᵒ ᶜʳᵉᵈᶦᵗˢ⭒˖ ࣪VirusAP (YT)ˎˊ˗
    ꘓ𐔌During the odyssey "Dije que cuando terminara de tejer, me casaría...lo que no saben, es que todas las noches, deshago todo el trabajo que hice." 「ᴾʰᵒᵗᵒ ᶜʳᵉᵈᶦᵗˢ⭒˖ ࣪VirusAP (YT)ˎˊ˗
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  • El ambiente en la sala era denso, como siempre. Empresarios de todo tipo ocupaban sus asientos alrededor de la gran mesa, algunos con expresión serena, otros mostrando sonrisas calculadas. Los pesos pesados del Torneo Kengan estaban allí, listos para decidir los enfrentamientos.

    Takeru Arakawa se acomodó en su asiento con la misma actitud despreocupada de siempre, cruzando los brazos y recargando la espalda contra la silla. A su lado, otros empresarios intercambiaban miradas tensas, pero él solo miraba la pantalla donde aparecían los nombres de los combatientes.

    Uno a uno, los emparejamientos comenzaron a definirse. Peleadores con experiencia, monstruos ya probados en combate, y algunas caras nuevas que prometían sorpresas.

    Entonces, el último combate apareció en la pantalla.

    Takeru exhaló por la nariz, sin mostrar ninguna reacción evidente. En la mesa, algunos empresarios se miraron entre sí, como si esperaran alguna respuesta de su parte.

    Al final, simplemente sonrió de lado y se encogió de hombros.

    —Último, ¿eh? —murmuró, más para sí mismo que para los demás.

    Un empresario cercano, con una mirada curiosa, se inclinó un poco hacia él.

    —¿Te molesta?

    Takeru giró la cabeza levemente, con una expresión tranquila.

    —¿Molestarme? Nah. —Apoyó un codo en la mesa y sonrió con calma—. Solo espero que mi chico no se quede dormido antes de su pelea.

    Algunos rieron, otros mantuvieron su expresión seria. Fuera casualidad o no, el hecho de que su alumno fuera el último combate no le pasaba desapercibido. Pero en lugar de mostrarse incómodo, Takeru simplemente se recostó en su asiento y esperó a que todo terminara.

    Él ya había tomado su decisión. Lo que viniera después, lo enfrentaría como siempre lo había hecho.

    Con una sonrisa y los puños listos.
    El ambiente en la sala era denso, como siempre. Empresarios de todo tipo ocupaban sus asientos alrededor de la gran mesa, algunos con expresión serena, otros mostrando sonrisas calculadas. Los pesos pesados del Torneo Kengan estaban allí, listos para decidir los enfrentamientos. Takeru Arakawa se acomodó en su asiento con la misma actitud despreocupada de siempre, cruzando los brazos y recargando la espalda contra la silla. A su lado, otros empresarios intercambiaban miradas tensas, pero él solo miraba la pantalla donde aparecían los nombres de los combatientes. Uno a uno, los emparejamientos comenzaron a definirse. Peleadores con experiencia, monstruos ya probados en combate, y algunas caras nuevas que prometían sorpresas. Entonces, el último combate apareció en la pantalla. Takeru exhaló por la nariz, sin mostrar ninguna reacción evidente. En la mesa, algunos empresarios se miraron entre sí, como si esperaran alguna respuesta de su parte. Al final, simplemente sonrió de lado y se encogió de hombros. —Último, ¿eh? —murmuró, más para sí mismo que para los demás. Un empresario cercano, con una mirada curiosa, se inclinó un poco hacia él. —¿Te molesta? Takeru giró la cabeza levemente, con una expresión tranquila. —¿Molestarme? Nah. —Apoyó un codo en la mesa y sonrió con calma—. Solo espero que mi chico no se quede dormido antes de su pelea. Algunos rieron, otros mantuvieron su expresión seria. Fuera casualidad o no, el hecho de que su alumno fuera el último combate no le pasaba desapercibido. Pero en lugar de mostrarse incómodo, Takeru simplemente se recostó en su asiento y esperó a que todo terminara. Él ya había tomado su decisión. Lo que viniera después, lo enfrentaría como siempre lo había hecho. Con una sonrisa y los puños listos.
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  • —… Ah.

    —Sabía que tarde o temprano alguno de ustedes, Monarcas egoístas harían esto.

    —Pero atacar a un perdido directamente… eso es un error.

    —Y uno que no pienso dejar pasar.

    La pradera onírica se distorsiona, como si la misma realidad dudara de su propia existencia. La forma de Ghost, antes la de un joven pelinaranja de ojos azules y sonrisa juguetona, comienza a desmoronarse como cenizas en el viento.

    Algo más grande se despierta dentro de él.

    Su piel se oscurece, tornándose de un negro profundo como el vacío entre las estrellas. Sus músculos se expanden, su silueta se alarga, y de su espalda emergen alas rasgadas, semejantes a las de un demonio olvidado por el tiempo. Sus ojos, antes brillantes y amigables, se convierten en dos resplandores azules, gélidos, insondables.

    Sus cuernos curvados se elevan como guadañas.

    Sus garras, afiladas como filos de obsidiana, vibran con una energía imposible de definir.

    Pero lo peor no es su apariencia.

    Lo peor es la sensación.

    Como si, en este instante, todo lo que existe estuviera a un paso de ser arrancado del tejido del universo.

    —Déjalo ir.

    La voz de Ghost ya no es una simple voz. Es un murmullo y un trueno al mismo tiempo. Es un eco de algo que nunca debió ser oído por oídos mortales.

    El ser de con armadura, que antes se mostraba tan imponente, vacila.

    Retrocede.

    Pero Ghost no se mueve.

    No necesita moverse.

    Porque su sola presencia es suficiente para recordarle al atacante una verdad fundamental:

    Ghost no es solo un guía.

    No es solo un interdimensional entrometido.

    Es algo que los suyos nunca debieron desafiar.

    —Última oportunidad.

    —Lárgate.
    —… Ah. —Sabía que tarde o temprano alguno de ustedes, Monarcas egoístas harían esto. —Pero atacar a un perdido directamente… eso es un error. —Y uno que no pienso dejar pasar. La pradera onírica se distorsiona, como si la misma realidad dudara de su propia existencia. La forma de Ghost, antes la de un joven pelinaranja de ojos azules y sonrisa juguetona, comienza a desmoronarse como cenizas en el viento. Algo más grande se despierta dentro de él. Su piel se oscurece, tornándose de un negro profundo como el vacío entre las estrellas. Sus músculos se expanden, su silueta se alarga, y de su espalda emergen alas rasgadas, semejantes a las de un demonio olvidado por el tiempo. Sus ojos, antes brillantes y amigables, se convierten en dos resplandores azules, gélidos, insondables. Sus cuernos curvados se elevan como guadañas. Sus garras, afiladas como filos de obsidiana, vibran con una energía imposible de definir. Pero lo peor no es su apariencia. Lo peor es la sensación. Como si, en este instante, todo lo que existe estuviera a un paso de ser arrancado del tejido del universo. —Déjalo ir. La voz de Ghost ya no es una simple voz. Es un murmullo y un trueno al mismo tiempo. Es un eco de algo que nunca debió ser oído por oídos mortales. El ser de con armadura, que antes se mostraba tan imponente, vacila. Retrocede. Pero Ghost no se mueve. No necesita moverse. Porque su sola presencia es suficiente para recordarle al atacante una verdad fundamental: Ghost no es solo un guía. No es solo un interdimensional entrometido. Es algo que los suyos nunca debieron desafiar. —Última oportunidad. —Lárgate.
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  • —Oh. Lo viste.

    —Sabía que tarde o temprano alguien lo notaría.

    —No, no es el sol. Tampoco la luna. No es nada que tenga nombre.

    —Es solo un Ojo. Siempre ha estado ahí. Siempre ha mirado.

    —No parpadea. No se mueve. No cambia. Solo observa.

    —Sí, lo veo también. Pero la diferencia entre tú y yo es que yo dejé de mirarlo hace mucho tiempo.

    —¿Te sientes pequeño? Lo sé. Todos lo sienten cuando lo notan por primera vez.

    —Es como si la realidad misma se inclinara sobre ti, como si fueras un insecto atrapado bajo el peso de algo que ni siquiera entiende que existes.

    —No te preocupes. No hace nada. No tiene que hacerlo.

    —Las otras cosas que habitan aquí… susurran, llaman, intentan retenerte. Pero el Ojo… solo espera.

    —No sé qué espera.

    —Tal vez que te detengas demasiado. Tal vez que mires demasiado. Tal vez que te olvides de que puedes moverte.

    —Porque dime… si todo el firmamento se convierte en una mirada fija sobre ti, ¿cómo sigues adelante sin sentir que te aplasta?

    —Yo encontré la respuesta. Es simple.

    —No mires arriba.

    —No te detengas.

    —Y sobre todo… nunca, nunca le devuelvas la mirada por demasiado tiempo.
    —Oh. Lo viste. —Sabía que tarde o temprano alguien lo notaría. —No, no es el sol. Tampoco la luna. No es nada que tenga nombre. —Es solo un Ojo. Siempre ha estado ahí. Siempre ha mirado. —No parpadea. No se mueve. No cambia. Solo observa. —Sí, lo veo también. Pero la diferencia entre tú y yo es que yo dejé de mirarlo hace mucho tiempo. —¿Te sientes pequeño? Lo sé. Todos lo sienten cuando lo notan por primera vez. —Es como si la realidad misma se inclinara sobre ti, como si fueras un insecto atrapado bajo el peso de algo que ni siquiera entiende que existes. —No te preocupes. No hace nada. No tiene que hacerlo. —Las otras cosas que habitan aquí… susurran, llaman, intentan retenerte. Pero el Ojo… solo espera. —No sé qué espera. —Tal vez que te detengas demasiado. Tal vez que mires demasiado. Tal vez que te olvides de que puedes moverte. —Porque dime… si todo el firmamento se convierte en una mirada fija sobre ti, ¿cómo sigues adelante sin sentir que te aplasta? —Yo encontré la respuesta. Es simple. —No mires arriba. —No te detengas. —Y sobre todo… nunca, nunca le devuelvas la mirada por demasiado tiempo.
    Me encocora
    Me shockea
    Me entristece
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  • Lia sonreía al ver donde se encontraba, un gran bosque con copos de nieve ocupaba toda su visión, quizás habia sido muy específica en el lugar, pero habia valido la pena, el guía habia dado unas indicaciones de los cuidados y lugares donde ir. Sin embargo, vivir una aventura, la curiosidad de explorar el lugar estaban a flor de piel, inquieta espero que terminaran de dar las explicaciones, las cuales solo estaban parte de la mitad en su cerebro. Se dispuso a caminar sin un rumbo fijo, solo dejandose llevar por las pequeñas cosas que se iba encontrando que captaban su interés, adentrándose cada vez más en el bosque, escucho un par de ruidos, quizas pensado que al igual que ella alguien más habia decidió explorar sin rumbo, trato de mantenerse lo más silenciosa posible para seguir el ruido.
    Mood: Llego el momento de utilizar mis habilidades de dora exploradora.
    Anthork BloodMoon
    Lia sonreía al ver donde se encontraba, un gran bosque con copos de nieve ocupaba toda su visión, quizás habia sido muy específica en el lugar, pero habia valido la pena, el guía habia dado unas indicaciones de los cuidados y lugares donde ir. Sin embargo, vivir una aventura, la curiosidad de explorar el lugar estaban a flor de piel, inquieta espero que terminaran de dar las explicaciones, las cuales solo estaban parte de la mitad en su cerebro. Se dispuso a caminar sin un rumbo fijo, solo dejandose llevar por las pequeñas cosas que se iba encontrando que captaban su interés, adentrándose cada vez más en el bosque, escucho un par de ruidos, quizas pensado que al igual que ella alguien más habia decidió explorar sin rumbo, trato de mantenerse lo más silenciosa posible para seguir el ruido. Mood: Llego el momento de utilizar mis habilidades de dora exploradora. [Alpha.Anthork]
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  • ᴇʟíᴀꜱ
    ──────
    En Knaresborough cada nueva generación de neófitos "Llamas de sangre" eran censados y asignados a una unidad de nodrizas quienes los criarían y educarían desde el momento que terminaran de lactar, asignándole nombres aleatorios con el fin de no poder ser identificados por sus padres a medida que crezcan, el vínculo paternal era roto al momento que la madre dejaba de amamantar, luego de eso, sería un adiós para siempre.

    Así pasaba con cada infante de esta tribu que cada año crecía en número volviéndose más y más poderosa.

    Los padres asumían el arrebatamiento de sus hijos como algo natural parte del ciclo de vida. Los nuevos habitantes del pueblo serían inducidos a un duro entrenamiento y adoctrinamiento militar apenas tuvieran consciencia del porqué y con qué fin habían sido concebidos.

    Este no era el caso de Elías, hijo de Hamza, un Llama de Sangre y Astrid, arquera Nórdica quien se había asentado en la tribu sin saber lo que significaría ser madre en un lugar como ese. La única forma de que una extranjera sea aceptada y recibida en Knaresborough era procrear y pasar por el rito de brazas calientes en cuencos con agua de mar durante la luna sangrienta para que así, por este pacto, el niño naciera con poderes de fuego... un soldado más para la ambiciosa colección del gobernante en ese entonces.

    Las madres quedaban con quemaduras de segundo grado en gran parte de sus cuerpos, era el costo de procrear bebés con poderes sobrenaturales

    Astrid, como las demás sufrió el mismo destino, tardó un largo tiempo en sanar las cicatrices que las brazas habían hecho en su piel. Ella, después de todo este sacrificio no daría su único hijo así como así, lo amaba sin conocerlo aún, no lo dejaría ir. Tenía que encontrar la manera de no perderlo.

    Pasó el tiempo y Elías era un hermoso y feliz bebé pelirrojo de pocos meses, cuando con mucho pesar Astrid le pidió a su esposo Hamza que lo marcara en su espalda, una huella al rojo vivo que no se borarría, la señal que aún estando lejos les indicaría quien era su hijo. Y así fue, el niño creció ganándose el respeto y cariño de las personas que estaban a su cargo. Mientras sus padres biológicos jamás dejaron de verlo y compartir con él a escondidas entregando todos sus conocimientos y amor a su preciado hijo.
    Como pocos pudo conocer a sus padres y mantener una relación de familia en lo secreto de las vigilias, en la soledad y con ellos podía llamarse con su legítimo nombre: Elías, pero para todos los demás era conocido como Gaspar el joven promesa.

    En una de tantas veladas con sus padres recibió una noticia que traía consigo una gran responsabilidad: Su madre Astrid esperaba una niña; su nombre sería Elizabeth y por ella también haría el rito de la luna roja aunque eso significara pasar por el doloroso proceso de sanación.

    Pasó el tiempo y Elizabeth pequeña todavía ya era parte de un grupo que en el futuro tenían todas las fichas puestas para ser el escuadrón combativo más letal de los últimos tiempos.

    A diferencia de su hermano, Liz no fue marcada ya que sus padres fueron asesinados por alta traición (a penas ella nació) al descubrir que mantenían contacto con su hijo, más nunca descubrieron de quien se trataba.
    Elías hizo unos arreglos con una de las nodrisas que afortunadamente lo tenían en gran estima para registrar con el nombre real a la pequeña pelirroja, nunca se presentó ante ella como su familiar, la observaba y cuidaba a distancia siempre que podía.

    El año del Búho llegó y con este el terrible genocidio de toda la tribu, muchos murieron y a él lo tomaron prisionero, entre cinco fue engrillado y arrastrado hasta un barco para hacerlo esclavo en el viejo continente. Su mundo se había destrozado por completo el corazón le dolía causando en cada palpitar agudas punzadas, pero entonces la vio... su pequeña hermanita se escabullía para ser libre. Elizabeth lo logró, eso quería creer, era una chispa de esperanza. Lograría escapar y la encontraría donde sea que estuviera sólo tenía que esperar el tiempo adecuado.

    A͟͞c͟͞t͟͞u͟͞a͟͞l͟͞i͟͞d͟͞a͟͞d͟͞ ͟͞

    Seis años pasaron para lograr su ansiada independencia después de un largo y tortuoso tiempo como esclavo al fin pudo emprender su búsqueda. Recordaba a Elizabeth como una niña, sería difícil dar con ella dependiendo sólo de sus memorias.
    Por suerte para él, después de un par de años de intensa investigación arribó a uno de los poblados donde Liz había adquirido cierta popularidad como la Reina Escarlata: una guerrera de ojos carmesí y la furia de su llama que consumía todo a su paso. Elías no dudó, era ella.

    Siguió migaja por migaja que obtenía de información recorriendo cada lugar que Liz había pisado hasta que despues de miles de kilómetros recorridos de travesía llegó a Kyoto.

    ── Te encontraré Elizabeth, aunque sea lo último que haga
    ᴇʟíᴀꜱ ────── En Knaresborough cada nueva generación de neófitos "Llamas de sangre" eran censados y asignados a una unidad de nodrizas quienes los criarían y educarían desde el momento que terminaran de lactar, asignándole nombres aleatorios con el fin de no poder ser identificados por sus padres a medida que crezcan, el vínculo paternal era roto al momento que la madre dejaba de amamantar, luego de eso, sería un adiós para siempre. Así pasaba con cada infante de esta tribu que cada año crecía en número volviéndose más y más poderosa. Los padres asumían el arrebatamiento de sus hijos como algo natural parte del ciclo de vida. Los nuevos habitantes del pueblo serían inducidos a un duro entrenamiento y adoctrinamiento militar apenas tuvieran consciencia del porqué y con qué fin habían sido concebidos. Este no era el caso de Elías, hijo de Hamza, un Llama de Sangre y Astrid, arquera Nórdica quien se había asentado en la tribu sin saber lo que significaría ser madre en un lugar como ese. La única forma de que una extranjera sea aceptada y recibida en Knaresborough era procrear y pasar por el rito de brazas calientes en cuencos con agua de mar durante la luna sangrienta para que así, por este pacto, el niño naciera con poderes de fuego... un soldado más para la ambiciosa colección del gobernante en ese entonces. Las madres quedaban con quemaduras de segundo grado en gran parte de sus cuerpos, era el costo de procrear bebés con poderes sobrenaturales Astrid, como las demás sufrió el mismo destino, tardó un largo tiempo en sanar las cicatrices que las brazas habían hecho en su piel. Ella, después de todo este sacrificio no daría su único hijo así como así, lo amaba sin conocerlo aún, no lo dejaría ir. Tenía que encontrar la manera de no perderlo. Pasó el tiempo y Elías era un hermoso y feliz bebé pelirrojo de pocos meses, cuando con mucho pesar Astrid le pidió a su esposo Hamza que lo marcara en su espalda, una huella al rojo vivo que no se borarría, la señal que aún estando lejos les indicaría quien era su hijo. Y así fue, el niño creció ganándose el respeto y cariño de las personas que estaban a su cargo. Mientras sus padres biológicos jamás dejaron de verlo y compartir con él a escondidas entregando todos sus conocimientos y amor a su preciado hijo. Como pocos pudo conocer a sus padres y mantener una relación de familia en lo secreto de las vigilias, en la soledad y con ellos podía llamarse con su legítimo nombre: Elías, pero para todos los demás era conocido como Gaspar el joven promesa. En una de tantas veladas con sus padres recibió una noticia que traía consigo una gran responsabilidad: Su madre Astrid esperaba una niña; su nombre sería Elizabeth y por ella también haría el rito de la luna roja aunque eso significara pasar por el doloroso proceso de sanación. Pasó el tiempo y Elizabeth pequeña todavía ya era parte de un grupo que en el futuro tenían todas las fichas puestas para ser el escuadrón combativo más letal de los últimos tiempos. A diferencia de su hermano, Liz no fue marcada ya que sus padres fueron asesinados por alta traición (a penas ella nació) al descubrir que mantenían contacto con su hijo, más nunca descubrieron de quien se trataba. Elías hizo unos arreglos con una de las nodrisas que afortunadamente lo tenían en gran estima para registrar con el nombre real a la pequeña pelirroja, nunca se presentó ante ella como su familiar, la observaba y cuidaba a distancia siempre que podía. El año del Búho llegó y con este el terrible genocidio de toda la tribu, muchos murieron y a él lo tomaron prisionero, entre cinco fue engrillado y arrastrado hasta un barco para hacerlo esclavo en el viejo continente. Su mundo se había destrozado por completo el corazón le dolía causando en cada palpitar agudas punzadas, pero entonces la vio... su pequeña hermanita se escabullía para ser libre. Elizabeth lo logró, eso quería creer, era una chispa de esperanza. Lograría escapar y la encontraría donde sea que estuviera sólo tenía que esperar el tiempo adecuado. A͟͞c͟͞t͟͞u͟͞a͟͞l͟͞i͟͞d͟͞a͟͞d͟͞ ͟͞ Seis años pasaron para lograr su ansiada independencia después de un largo y tortuoso tiempo como esclavo al fin pudo emprender su búsqueda. Recordaba a Elizabeth como una niña, sería difícil dar con ella dependiendo sólo de sus memorias. Por suerte para él, después de un par de años de intensa investigación arribó a uno de los poblados donde Liz había adquirido cierta popularidad como la Reina Escarlata: una guerrera de ojos carmesí y la furia de su llama que consumía todo a su paso. Elías no dudó, era ella. Siguió migaja por migaja que obtenía de información recorriendo cada lugar que Liz había pisado hasta que despues de miles de kilómetros recorridos de travesía llegó a Kyoto. ── Te encontraré Elizabeth, aunque sea lo último que haga
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