Había sido un buen día. Tan tranquilo, tan rutinario… casi demasiado. Al regresar a casa, todo parecía normal; las luces de las ventanas, los perros ladrando a lo lejos, el suave rumor del viento.
Sin embargo, entonces llegó >ese< estruendo.
Un sonido desgarrador, metálico, como si el mundo se partiera en dos:
neumáticos chillando, un motor rugiendo con furia, y luego un impacto tan brutal que hizo vibrar los cimientos de todas las casas de la calle.
Las luces parpadearon… y murieron.
Los vecinos salieron alarmados, envueltos en sombras, sus linternas temblando en manos que parecían demasiado frágiles.
Toby no.
Toby apenas se asomó por la ventana y, al sentir ese escalofrío recorriéndole la columna, retrocedió de inmediato. Cerró la puerta. Puso los cerrojos. Todos. Uno por uno, hasta escuchar el último clic que siempre le daba un poco de calma.
Buscó la esquina más oscura de su habitación, abrazándose a sí mismo mientras la casa, ahora sumida en un silencio antinatural, parecía respirar con él.
Afuera, las voces rompían la quietud.
Discusiones apresuradas.
Alguien llorando.
Otra persona gritando: :¡que llamen a una ambulancia !" Y “¡hay demasiada sangre!”.
Pero entre esas voces normales… había otra.
Un susurro húmedo, arrastrado, que no sonaba humano.
Que no venía de ningún frente de la casa.
Que venía… de arriba, como si caminara por el techo.
Toby cerró los ojos. No quería escuchar. No quería recordar. No quería ver.
Porque él ya sabía lo que significaba ese frío helado que empezaba a condensarse en sus paredes.
Ya lo había vivido antes. Y lo había negado.
La persona que murió allá afuera no se había quedado en el pavimento.
Había entrado.
Y ahora, con un tono quebrado, una voz llena de dientes y huesos rotos, intentaba comunicarse con él.
¿Por qué demonios él podía verlos?
¿No era suficiente con su PTSD?
¿Tenía que cargar también con los muertos… y con lo que quedaba de ellos?
Un golpe seco retumbó en el pasillo.
Otro.
Y luego arrastraron algo…
O alguien.
—oye tu… —susurró la voz, desde la puerta misma—... Ayúdame…—
Él apretó los brazos contra sus piernas, intentando hacerse lo más pequeño posible, temblando, respirando apenas.
El aire se volvió pesado, como si una presencia enorme se inclinara hacia él.
—… ya te vi…—
¡Ahí viene!
Hazte bolita, Toby.
No respires.
No tiembles.
Con suerte…
Con suerte desaparecerá.
Pero esta noche, algo le dice que no piensa irse tan fácilmente.
Sin embargo, entonces llegó >ese< estruendo.
Un sonido desgarrador, metálico, como si el mundo se partiera en dos:
neumáticos chillando, un motor rugiendo con furia, y luego un impacto tan brutal que hizo vibrar los cimientos de todas las casas de la calle.
Las luces parpadearon… y murieron.
Los vecinos salieron alarmados, envueltos en sombras, sus linternas temblando en manos que parecían demasiado frágiles.
Toby no.
Toby apenas se asomó por la ventana y, al sentir ese escalofrío recorriéndole la columna, retrocedió de inmediato. Cerró la puerta. Puso los cerrojos. Todos. Uno por uno, hasta escuchar el último clic que siempre le daba un poco de calma.
Buscó la esquina más oscura de su habitación, abrazándose a sí mismo mientras la casa, ahora sumida en un silencio antinatural, parecía respirar con él.
Afuera, las voces rompían la quietud.
Discusiones apresuradas.
Alguien llorando.
Otra persona gritando: :¡que llamen a una ambulancia !" Y “¡hay demasiada sangre!”.
Pero entre esas voces normales… había otra.
Un susurro húmedo, arrastrado, que no sonaba humano.
Que no venía de ningún frente de la casa.
Que venía… de arriba, como si caminara por el techo.
Toby cerró los ojos. No quería escuchar. No quería recordar. No quería ver.
Porque él ya sabía lo que significaba ese frío helado que empezaba a condensarse en sus paredes.
Ya lo había vivido antes. Y lo había negado.
La persona que murió allá afuera no se había quedado en el pavimento.
Había entrado.
Y ahora, con un tono quebrado, una voz llena de dientes y huesos rotos, intentaba comunicarse con él.
¿Por qué demonios él podía verlos?
¿No era suficiente con su PTSD?
¿Tenía que cargar también con los muertos… y con lo que quedaba de ellos?
Un golpe seco retumbó en el pasillo.
Otro.
Y luego arrastraron algo…
O alguien.
—oye tu… —susurró la voz, desde la puerta misma—... Ayúdame…—
Él apretó los brazos contra sus piernas, intentando hacerse lo más pequeño posible, temblando, respirando apenas.
El aire se volvió pesado, como si una presencia enorme se inclinara hacia él.
—… ya te vi…—
¡Ahí viene!
Hazte bolita, Toby.
No respires.
No tiembles.
Con suerte…
Con suerte desaparecerá.
Pero esta noche, algo le dice que no piensa irse tan fácilmente.
Había sido un buen día. Tan tranquilo, tan rutinario… casi demasiado. Al regresar a casa, todo parecía normal; las luces de las ventanas, los perros ladrando a lo lejos, el suave rumor del viento.
Sin embargo, entonces llegó >ese< estruendo.
Un sonido desgarrador, metálico, como si el mundo se partiera en dos:
neumáticos chillando, un motor rugiendo con furia, y luego un impacto tan brutal que hizo vibrar los cimientos de todas las casas de la calle.
Las luces parpadearon… y murieron.
Los vecinos salieron alarmados, envueltos en sombras, sus linternas temblando en manos que parecían demasiado frágiles.
Toby no.
Toby apenas se asomó por la ventana y, al sentir ese escalofrío recorriéndole la columna, retrocedió de inmediato. Cerró la puerta. Puso los cerrojos. Todos. Uno por uno, hasta escuchar el último clic que siempre le daba un poco de calma.
Buscó la esquina más oscura de su habitación, abrazándose a sí mismo mientras la casa, ahora sumida en un silencio antinatural, parecía respirar con él.
Afuera, las voces rompían la quietud.
Discusiones apresuradas.
Alguien llorando.
Otra persona gritando: :¡que llamen a una ambulancia !" Y “¡hay demasiada sangre!”.
Pero entre esas voces normales… había otra.
Un susurro húmedo, arrastrado, que no sonaba humano.
Que no venía de ningún frente de la casa.
Que venía… de arriba, como si caminara por el techo.
Toby cerró los ojos. No quería escuchar. No quería recordar. No quería ver.
Porque él ya sabía lo que significaba ese frío helado que empezaba a condensarse en sus paredes.
Ya lo había vivido antes. Y lo había negado.
La persona que murió allá afuera no se había quedado en el pavimento.
Había entrado.
Y ahora, con un tono quebrado, una voz llena de dientes y huesos rotos, intentaba comunicarse con él.
¿Por qué demonios él podía verlos?
¿No era suficiente con su PTSD?
¿Tenía que cargar también con los muertos… y con lo que quedaba de ellos?
Un golpe seco retumbó en el pasillo.
Otro.
Y luego arrastraron algo…
O alguien.
—oye tu… —susurró la voz, desde la puerta misma—... Ayúdame…—
Él apretó los brazos contra sus piernas, intentando hacerse lo más pequeño posible, temblando, respirando apenas.
El aire se volvió pesado, como si una presencia enorme se inclinara hacia él.
—… ya te vi…—
¡Ahí viene!
Hazte bolita, Toby.
No respires.
No tiembles.
Con suerte…
Con suerte desaparecerá.
Pero esta noche, algo le dice que no piensa irse tan fácilmente.