• Era un hombre.
    Ahora, solo queda la bestia.
    El minotauro llegó sin aviso, cubierto de polvo, con la mirada perdida en algún punto que nadie ve. Nadie sabe de dónde vino, solo que las cadenas que arrastra no son de hierro, sino de culpa. En otro tiempo tuvo nombre, rostro, voz. Hoy, su respiración suena como un recuerdo que no quiere morir.
    Busca a quien lo transformó, o quizá a quien amó antes del castigo. Otros murmuran que solo quiere probar que sigue sintiendo algo, lo que sea, aunque sea dolor.
    Su intención es clara: encontrar al culpable y hacerle entender lo que significa no poder morir siendo humano.
    Era un hombre. Ahora, solo queda la bestia. El minotauro llegó sin aviso, cubierto de polvo, con la mirada perdida en algún punto que nadie ve. Nadie sabe de dónde vino, solo que las cadenas que arrastra no son de hierro, sino de culpa. En otro tiempo tuvo nombre, rostro, voz. Hoy, su respiración suena como un recuerdo que no quiere morir. Busca a quien lo transformó, o quizá a quien amó antes del castigo. Otros murmuran que solo quiere probar que sigue sintiendo algo, lo que sea, aunque sea dolor. Su intención es clara: encontrar al culpable y hacerle entender lo que significa no poder morir siendo humano.
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    ¡Un nuevo personaje 3D viene pisando fuerte!

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    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ Raza: Humano
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤFandom: El fantasma de la ópera
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ Arquitecto, mago, compositor

    ¡Bienvenid@ a FicRol! Nos alegra tenerte entre nosotros y esperamos que disfrutes mucho explorando historias, creando conexiones y dando vida a tu personaje en este rincón tan creativo.

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  • «Escena cerrada»

    El juicio de los Dioses.

    Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal.

    Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo.

    Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber.

    El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis.

    Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia.

    No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo.

    Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar.

    —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él.

    A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta.

    Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo.

    Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia.

    Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca.

    Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá.

    Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa.

    Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa.

    —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento.

    A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    «Escena cerrada» El juicio de los Dioses. Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal. Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo. Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber. El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis. Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia. No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo. Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar. —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él. A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta. Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo. Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia. Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca. Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá. Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. 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  • Ay , no puedo creer que hades callera asi ~ odio esos humanos!

    - estaba molesto , moentras caminaba por los pasillos -
    Ay , no puedo creer que hades callera asi ~ odio esos humanos! - estaba molesto , moentras caminaba por los pasillos -
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  • 𓁺𝑺𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅𓁺

    "— ͓̽C͓̽a͓͓̽̽r͓͓̽̽i͓̽ñ͓̽o͓̽!, ͓̽y͓̽a͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓͓̽̽y͓̽ ͓̽e͓͓̽̽n͓̽ ͓̽c͓̽a͓͓̽̽s͓̽a͓̽!."

    ×Diria abriendo la puerta de su hogar flotante y oculto en el espacio, repleto de ojos que no están conectados a el, y que creó únicamente para sentirse observado...×

    "— ͓̽O͓͓̽̽h͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽p͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓̽a͓̽ ͓̽j͓̽a͓͓̽̽j͓̽a͓̽, ͓̽t͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓̽a͓͓̽̽s͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽a͓͓̽̽s͓̽ ͓̽l͓͓̽̽l͓͓̽̽e͓͓̽̽v͓̽a͓͓̽̽n͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽g͓͓̽̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽m͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽t͓̽a͓͓̽̽s͓̽... ͓̽J͓̽a͓͓̽̽j͓̽a͓͓̽̽j͓̽a͓̽!, ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽c͓͓̽̽o͓̽ ͓̽y͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽o͓͓̽̽l͓͓̽̽v͓͓̽̽i͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽... ͓̽A͓͓̽̽y͓̽ ͓̽b͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓͓̽̽o͓̽, ͓̽s͓͓̽̽u͓͓̽̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓͓̽̽g͓͓̽̽o͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓͓̽̽d͓͓̽̽r͓̽é a͓̽ ͓̽o͓͓̽̽b͓͓̽̽s͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽v͓̽a͓͓̽̽r͓̽ ͓̽c͓͓̽̽o͓͓̽̽m͓͓̽̽o͓̽ ͓̽v͓̽a͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓̽ ͓̽c͓͓̽̽r͓͓̽̽e͓̽a͓͓̽̽c͓͓̽̽i͓̽ó͓̽n͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓̽ ͓̽r͓̽a͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓̽..."

    ×Entra al sitio quitandose su característica capucha de color negro, y colgandola en una mano que salía de la pared. Camina por los pasillos de su hogar, en el cual a cada paso que da todo se pone cada vez mas bizarro; Manos jugando al pingpong con un globo ocular como pelota, una vaca ordeñando a una cabra, pasillos deformados en los que al pasar terminabas caminando por las paredes o por el techo, cuadros en los que se mostraban acontecimientos turbios de la historia de la humanidad pero deformados de manera escalofriante, como por ejemplo un cuadro en el que Hitler tiene solo un ojo ensangrentado en la cara y se encuentra sentado en una mesa junto a 4 cerdos deformados igualmente, comiendose a los judios. Apesar de todo habia algo caracteristico de cada pasillo: Ojos, verdes y cada vez mas grotescos con una mirada intensa que se clava en el creador a medida que avanza, y aun asi este permanece imperturbable, manteniendo en todo momento una sonrisa con cierta inocencia infantil.×

    ×Finalmente llega a una sala, esta no tenía ojos en ninguna parte, sin embargo si tenía varias partes de cuerpos humanos, desgastadas, podridas y corroidas que salían de las paredes y el techo, y que parecian retorcerse de dolor puro. En el centro un sencillo sillon que tenia una mesita con un televisor antiguo frente. El creador avanza por la habitacion, tomando asiento en el sillon.×

    "— ͓̽A͓͓̽̽h͓̽... ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽r͓͓̽̽i͓͓̽̽c͓͓̽̽o͓̽~... ͓̽h͓͓̽̽m͓͓̽̽m͓͓̽̽m͓̽, ͓̽e͓͓̽̽l͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽l͓͓̽̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓̽ ͓̽m͓̽á͓̽s͓̽ ͓̽c͓̽ó͓̽m͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽d͓͓̽̽e͓̽ ͓̽t͓͓̽̽o͓͓̽̽o͓͓̽̽o͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽e͓͓̽̽l͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓͓̽̽i͓͓̽̽v͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽~... ͓̽H͓͓̽̽m͓̽?, ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽i͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓̽ ͓̽c͓̽a͓͓̽̽r͓̽a͓͓̽̽j͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽p͓͓̽̽u͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽ a͓͓̽̽h͓͓̽̽i͓̽?"

    ×Chasquea los dedos y la mesita con el televisor se desintegra, a continuacion un gran ojo se abre en el espacio donde se encontraba la mesita, luego su iris se transforma en estatica. Una de las manos en la habitacion le pasa un control como de television y el creador empieza a usarlo para ver al mundo humano desde el ojo frente a el, cambiando de lugares como si fueran canales de television.×

    ×Para el pasan 10000 o mas horas (el tiempo en el lugar que se encuentra esta todo deformado y 1000 horas ahi son como 1 hora en la tierra) pues no tenia percepcion del tiempo, aunque igualmente despues de tanto se aburre y deja el control a un lado suspirando.×

    "— ͓̽A͓͓̽̽g͓͓̽̽h͓̽... ͓̽E͓͓̽̽s͓͓̽̽t͓̽a͓̽ ͓̽s͓͓̽̽o͓͓̽̽l͓͓̽̽e͓͓̽̽d͓̽a͓͓̽̽d͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓̽... ͓̽A͓͓̽̽p͓͓̽̽l͓̽a͓͓̽̽s͓͓̽̽t͓̽a͓͓̽̽n͓͓̽̽t͓͓̽̽e͓̽!... Ya͓̽ ͓̽s͓͓̽̽e͓̽!, ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽r͓̽ía͓̽ ͓̽i͓͓̽̽r͓̽ a͓̽ ͓̽v͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽t͓̽a͓͓̽̽r͓̽ a͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓̽ ͓̽h͓͓̽̽i͓͓̽̽j͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽!... ͓̽O͓͓̽̽h͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓̽ ͓̽m͓͓̽̽o͓͓̽̽m͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓̽, ͓̽n͓͓̽̽o͓̽, ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓̽ ͓̽h͓͓̽̽i͓͓̽̽j͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽i͓̽a͓͓̽̽n͓̽... ͓̽J͓͓̽̽e͓̽, ͓̽e͓͓̽̽h͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓̽ ͓̽p͓̽a͓͓̽̽d͓͓̽̽r͓͓̽̽e͓̽ a͓͓̽̽s͓͓̽̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽ ͓̽n͓͓̽̽o͓̽?, ͓̽p͓͓̽̽r͓͓̽̽i͓͓̽̽m͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽t͓͓̽̽r͓̽a͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓̽ ͓̽c͓͓̽̽o͓͓̽̽m͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓̽a͓̽ ͓̽v͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽g͓̽a͓̽ ͓̽y͓̽ ͓̽l͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽g͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ a͓͓̽̽b͓̽a͓͓̽̽n͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓͓̽̽o͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽g͓͓̽̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽... ͓̽Y͓̽ a͓͓̽̽h͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽a͓̽, ͓̽n͓͓̽̽o͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽d͓̽a͓̽ ͓̽n͓̽a͓͓̽̽d͓͓̽̽i͓͓̽̽e͓̽ ͓̽m͓̽á͓̽s͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽y͓͓̽̽o͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓͓̽̽m͓͓̽̽o͓̽... ͓̽T͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓͓̽̽o͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽e͓͓̽̽h͓̽ ͓̽h͓͓̽̽e͓͓̽̽c͓͓̽̽h͓͓̽̽o͓̽, ¿͓̽A͓͓̽̽h͓̽ ͓̽v͓̽a͓͓̽̽l͓͓̽̽i͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽r͓͓̽̽e͓̽a͓͓̽̽l͓͓̽̽m͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓͓̽̽t͓͓̽̽e͓̽ ͓̽l͓̽a͓̽ ͓̽p͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓̽a͓̽?..."

    ×A medida que habla sus cuerpo se va relajando y sus ojos entrecerrando.×

    "— ͯOͯͯhͯ ͯvͯͯaͯͯyͯͯaͯ ͯjͯͯaͯͯjͯͯaͯ... ͯNͯͯoͯ ͯeͯͯhͯ ͯdͯͯoͯͯrͯͯmͯͯiͯͯdͯͯoͯ ͯeͯͯnͯ ͯsͯͯiͯͯgͯͯlͯͯoͯͯsͯ... ¿ͯQͯͯuͯé ͯsͯͯeͯͯrͯíͯaͯ ͯpͯͯeͯͯoͯͯrͯ?, ͯnͯͯoͯ ͯdͯͯeͯͯsͯͯpͯͯeͯͯrͯͯtͯͯaͯͯrͯ ͯoͯ... ͯDͯͯeͯͯsͯͯpͯͯeͯͯrͯͯtͯͯaͯͯrͯ ͯyͯ ͯvͯͯeͯͯrͯ ͯqͯͯuͯé ͯsͯͯiͯͯgͯͯoͯ ͯsͯͯoͯͯlͯͯoͯ... ͯMͯͯaͯͯrͯͯyͯ ͯqͯͯuͯͯeͯͯrͯͯiͯͯdͯͯaͯ... ¿ͯQͯ-ͯqͯͯuͯͯeͯ ͯhͯͯaͯͯrͯíͯaͯͯsͯ ͯtͯͯuͯ ͯeͯͯnͯ ͯmͯͯiͯ ͯlͯͯuͯͯgͯͯaͯͯrͯ?, ͯsͯͯeͯͯgͯͯuͯͯrͯͯaͯͯmͯͯeͯͯnͯͯtͯͯeͯ ͯaͯͯlͯͯgͯͯuͯͯnͯͯaͯ ͯlͯͯoͯͯcͯͯuͯͯrͯͯaͯ ͯcͯͯoͯͯmͯͯoͯ "ͯiͯͯnͯͯtͯͯeͯͯnͯͯtͯͯaͯͯrͯ ͯhͯͯaͯͯbͯͯlͯͯaͯͯrͯ ͯcͯͯoͯͯnͯ ͯmͯͯiͯͯsͯ ͯhͯͯiͯͯjͯͯoͯͯsͯ ͯyͯ ͯdͯͯiͯͯsͯͯcͯͯuͯͯlͯͯpͯͯaͯͯrͯͯtͯͯeͯ" ͯjͯͯaͯͯjͯͯaͯ... ͯCͯͯoͯͯmͯͯoͯ ͯsͯͯiͯ ͯuͯͯnͯͯaͯ ͯdͯͯiͯͯsͯͯcͯͯuͯͯlͯͯpͯͯaͯ ͯbͯͯaͯͯsͯͯtͯͯaͯͯrͯa͓̽ ͯpͯͯaͯͯrͯͯaͯ ͯcͯͯoͯͯmͯͯpͯͯeͯͯnͯͯsͯͯaͯͯrͯ ͯlͯͯoͯ ͯqͯͯuͯͯeͯ ͯlͯͯeͯͯsͯ ͯeͯͯhͯ ͯhͯͯeͯͯcͯͯhͯͯoͯ... ͯTͯͯeͯ ͯeͯͯxͯͯtͯͯrͯͯaͯñͯoͯ, ͯmͯͯiͯ ͯaͯͯmͯͯoͯͯrͯ... ͯMͯͯeͯ ͯeͯͯnͯͯtͯͯeͯͯnͯͯdͯíͯaͯͯsͯ ͯsͯͯiͯͯeͯͯmͯͯpͯͯrͯͯeͯ ͯyͯ ͯnͯͯoͯ ͯtͯͯeͯ ͯdͯͯaͯͯbͯͯaͯ ͯmͯͯiͯͯeͯͯdͯͯoͯ ͯrͯͯeͯͯgͯͯaͯñͯaͯͯrͯͯmͯͯeͯ ͯcͯͯoͯͯmͯͯoͯ ͯpͯͯeͯͯrͯͯrͯͯoͯ ͯcͯͯuͯͯaͯͯnͯͯdͯͯoͯ ͯmͯͯeͯ ͯeͯͯqͯͯuͯͯiͯͯvͯͯoͯͯcͯͯaͯͯbͯͯaͯ ͯjͯͯaͯͯjͯͯaͯ... ͯDͯͯeͯ ͯtͯͯoͯͯdͯͯaͯͯsͯ ͯmͯͯiͯͯsͯ ͯeͯͯsͯͯpͯͯoͯͯsͯͯaͯͯsͯ... ͯEͯͯrͯͯaͯͯsͯ ͯlͯͯaͯ ͯuͯͯnͯͯiͯͯcͯͯaͯ... ͯAͯ ͯlͯͯaͯ ͯqͯͯuͯͯeͯ ͯrͯͯeͯͯaͯͯlͯͯmͯͯeͯͯnͯͯtͯͯeͯ... ͯAͯͯmͯͯeͯ..."

    ×Sus ojos se cierran brotando un par de lagrimas, despues de siglos y siglos de no hacerlo, el creador cayo dormido.×
    𓁺𝑺𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅𓁺 "— ͓̽C͓̽a͓͓̽̽r͓͓̽̽i͓̽ñ͓̽o͓̽!, ͓̽y͓̽a͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓͓̽̽y͓̽ ͓̽e͓͓̽̽n͓̽ ͓̽c͓̽a͓͓̽̽s͓̽a͓̽!." ×Diria abriendo la puerta de su hogar flotante y oculto en el espacio, repleto de ojos que no están conectados a el, y que creó únicamente para sentirse observado...× "— ͓̽O͓͓̽̽h͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽p͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓̽a͓̽ ͓̽j͓̽a͓͓̽̽j͓̽a͓̽, ͓̽t͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓̽a͓͓̽̽s͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽a͓͓̽̽s͓̽ ͓̽l͓͓̽̽l͓͓̽̽e͓͓̽̽v͓̽a͓͓̽̽n͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽g͓͓̽̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽m͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽t͓̽a͓͓̽̽s͓̽... ͓̽J͓̽a͓͓̽̽j͓̽a͓͓̽̽j͓̽a͓̽!, ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽c͓͓̽̽o͓̽ ͓̽y͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽o͓͓̽̽l͓͓̽̽v͓͓̽̽i͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽... ͓̽A͓͓̽̽y͓̽ ͓̽b͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓͓̽̽o͓̽, ͓̽s͓͓̽̽u͓͓̽̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓͓̽̽g͓͓̽̽o͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓͓̽̽d͓͓̽̽r͓̽é a͓̽ ͓̽o͓͓̽̽b͓͓̽̽s͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽v͓̽a͓͓̽̽r͓̽ ͓̽c͓͓̽̽o͓͓̽̽m͓͓̽̽o͓̽ ͓̽v͓̽a͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓̽ ͓̽c͓͓̽̽r͓͓̽̽e͓̽a͓͓̽̽c͓͓̽̽i͓̽ó͓̽n͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓̽ ͓̽r͓̽a͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓̽..." ×Entra al sitio quitandose su característica capucha de color negro, y colgandola en una mano que salía de la pared. Camina por los pasillos de su hogar, en el cual a cada paso que da todo se pone cada vez mas bizarro; Manos jugando al pingpong con un globo ocular como pelota, una vaca ordeñando a una cabra, pasillos deformados en los que al pasar terminabas caminando por las paredes o por el techo, cuadros en los que se mostraban acontecimientos turbios de la historia de la humanidad pero deformados de manera escalofriante, como por ejemplo un cuadro en el que Hitler tiene solo un ojo ensangrentado en la cara y se encuentra sentado en una mesa junto a 4 cerdos deformados igualmente, comiendose a los judios. Apesar de todo habia algo caracteristico de cada pasillo: Ojos, verdes y cada vez mas grotescos con una mirada intensa que se clava en el creador a medida que avanza, y aun asi este permanece imperturbable, manteniendo en todo momento una sonrisa con cierta inocencia infantil.× ×Finalmente llega a una sala, esta no tenía ojos en ninguna parte, sin embargo si tenía varias partes de cuerpos humanos, desgastadas, podridas y corroidas que salían de las paredes y el techo, y que parecian retorcerse de dolor puro. En el centro un sencillo sillon que tenia una mesita con un televisor antiguo frente. El creador avanza por la habitacion, tomando asiento en el sillon.× "— ͓̽A͓͓̽̽h͓̽... ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽r͓͓̽̽i͓͓̽̽c͓͓̽̽o͓̽~... ͓̽h͓͓̽̽m͓͓̽̽m͓͓̽̽m͓̽, ͓̽e͓͓̽̽l͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽l͓͓̽̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓̽ ͓̽m͓̽á͓̽s͓̽ ͓̽c͓̽ó͓̽m͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽d͓͓̽̽e͓̽ ͓̽t͓͓̽̽o͓͓̽̽o͓͓̽̽o͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽e͓͓̽̽l͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓͓̽̽i͓͓̽̽v͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽~... ͓̽H͓͓̽̽m͓̽?, ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽i͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓̽ ͓̽c͓̽a͓͓̽̽r͓̽a͓͓̽̽j͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽p͓͓̽̽u͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽ a͓͓̽̽h͓͓̽̽i͓̽?" ×Chasquea los dedos y la mesita con el televisor se desintegra, a continuacion un gran ojo se abre en el espacio donde se encontraba la mesita, luego su iris se transforma en estatica. Una de las manos en la habitacion le pasa un control como de television y el creador empieza a usarlo para ver al mundo humano desde el ojo frente a el, cambiando de lugares como si fueran canales de television.× ×Para el pasan 10000 o mas horas (el tiempo en el lugar que se encuentra esta todo deformado y 1000 horas ahi son como 1 hora en la tierra) pues no tenia percepcion del tiempo, aunque igualmente despues de tanto se aburre y deja el control a un lado suspirando.× "— ͓̽A͓͓̽̽g͓͓̽̽h͓̽... ͓̽E͓͓̽̽s͓͓̽̽t͓̽a͓̽ ͓̽s͓͓̽̽o͓͓̽̽l͓͓̽̽e͓͓̽̽d͓̽a͓͓̽̽d͓̽ ͓̽e͓͓̽̽s͓̽... ͓̽A͓͓̽̽p͓͓̽̽l͓̽a͓͓̽̽s͓͓̽̽t͓̽a͓͓̽̽n͓͓̽̽t͓͓̽̽e͓̽!... Ya͓̽ ͓̽s͓͓̽̽e͓̽!, ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽r͓̽ía͓̽ ͓̽i͓͓̽̽r͓̽ a͓̽ ͓̽v͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽t͓̽a͓͓̽̽r͓̽ a͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓̽ ͓̽h͓͓̽̽i͓͓̽̽j͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽!... ͓̽O͓͓̽̽h͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓̽ ͓̽m͓͓̽̽o͓͓̽̽m͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓̽, ͓̽n͓͓̽̽o͓̽, ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓̽ ͓̽h͓͓̽̽i͓͓̽̽j͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽i͓̽a͓͓̽̽n͓̽... ͓̽J͓͓̽̽e͓̽, ͓̽e͓͓̽̽h͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽u͓͓̽̽n͓̽ ͓̽p͓̽a͓͓̽̽d͓͓̽̽r͓͓̽̽e͓̽ a͓͓̽̽s͓͓̽̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓͓̽̽o͓̽ ͓̽n͓͓̽̽o͓̽?, ͓̽p͓͓̽̽r͓͓̽̽i͓͓̽̽m͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ ͓̽t͓͓̽̽r͓̽a͓͓̽̽t͓͓̽̽o͓̽ ͓̽c͓͓̽̽o͓͓̽̽m͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓̽a͓̽ ͓̽v͓͓̽̽e͓͓̽̽r͓͓̽̽g͓̽a͓̽ ͓̽y͓̽ ͓̽l͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽g͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽ a͓͓̽̽b͓̽a͓͓̽̽n͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓͓̽̽n͓͓̽̽o͓̽ ͓̽p͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽ ͓̽s͓͓̽̽i͓͓̽̽g͓͓̽̽l͓͓̽̽o͓͓̽̽s͓̽... ͓̽Y͓̽ a͓͓̽̽h͓͓̽̽o͓͓̽̽r͓̽a͓̽, ͓̽n͓͓̽̽o͓̽ ͓̽m͓͓̽̽e͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓͓̽̽d͓̽a͓̽ ͓̽n͓̽a͓͓̽̽d͓͓̽̽i͓͓̽̽e͓̽ ͓̽m͓̽á͓̽s͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽y͓͓̽̽o͓̽ ͓̽m͓͓̽̽i͓͓̽̽s͓͓̽̽m͓͓̽̽o͓̽... ͓̽T͓͓̽̽o͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽l͓͓̽̽o͓̽ ͓̽q͓͓̽̽u͓͓̽̽e͓̽ ͓̽e͓͓̽̽h͓̽ ͓̽h͓͓̽̽e͓͓̽̽c͓͓̽̽h͓͓̽̽o͓̽, ¿͓̽A͓͓̽̽h͓̽ ͓̽v͓̽a͓͓̽̽l͓͓̽̽i͓͓̽̽d͓͓̽̽o͓̽ ͓̽r͓͓̽̽e͓̽a͓͓̽̽l͓͓̽̽m͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓͓̽̽t͓͓̽̽e͓̽ ͓̽l͓̽a͓̽ ͓̽p͓͓̽̽e͓͓̽̽n͓̽a͓̽?..." ×A medida que habla sus cuerpo se va relajando y sus ojos entrecerrando.× "— ͯOͯͯhͯ ͯvͯͯaͯͯyͯͯaͯ ͯjͯͯaͯͯjͯͯaͯ... ͯNͯͯoͯ ͯeͯͯhͯ ͯdͯͯoͯͯrͯͯmͯͯiͯͯdͯͯoͯ ͯeͯͯnͯ ͯsͯͯiͯͯgͯͯlͯͯoͯͯsͯ... ¿ͯQͯͯuͯé ͯsͯͯeͯͯrͯíͯaͯ ͯpͯͯeͯͯoͯͯrͯ?, ͯnͯͯoͯ ͯdͯͯeͯͯsͯͯpͯͯeͯͯrͯͯtͯͯaͯͯrͯ ͯoͯ... ͯDͯͯeͯͯsͯͯpͯͯeͯͯrͯͯtͯͯaͯͯrͯ ͯyͯ ͯvͯͯeͯͯrͯ ͯqͯͯuͯé ͯsͯͯiͯͯgͯͯoͯ ͯsͯͯoͯͯlͯͯoͯ... ͯMͯͯaͯͯrͯͯyͯ ͯqͯͯuͯͯeͯͯrͯͯiͯͯdͯͯaͯ... ¿ͯQͯ-ͯqͯͯuͯͯeͯ ͯhͯͯaͯͯrͯíͯaͯͯsͯ ͯtͯͯuͯ ͯeͯͯnͯ ͯmͯͯiͯ ͯlͯͯuͯͯgͯͯaͯͯrͯ?, ͯsͯͯeͯͯgͯͯuͯͯrͯͯaͯͯmͯͯeͯͯnͯͯtͯͯeͯ ͯaͯͯlͯͯgͯͯuͯͯnͯͯaͯ ͯlͯͯoͯͯcͯͯuͯͯrͯͯaͯ ͯcͯͯoͯͯmͯͯoͯ "ͯiͯͯnͯͯtͯͯeͯͯnͯͯtͯͯaͯͯrͯ ͯhͯͯaͯͯbͯͯlͯͯaͯͯrͯ ͯcͯͯoͯͯnͯ ͯmͯͯiͯͯsͯ ͯhͯͯiͯͯjͯͯoͯͯsͯ ͯyͯ ͯdͯͯiͯͯsͯͯcͯͯuͯͯlͯͯpͯͯaͯͯrͯͯtͯͯeͯ" ͯjͯͯaͯͯjͯͯaͯ... ͯCͯͯoͯͯmͯͯoͯ ͯsͯͯiͯ ͯuͯͯnͯͯaͯ ͯdͯͯiͯͯsͯͯcͯͯuͯͯlͯͯpͯͯaͯ ͯbͯͯaͯͯsͯͯtͯͯaͯͯrͯa͓̽ ͯpͯͯaͯͯrͯͯaͯ ͯcͯͯoͯͯmͯͯpͯͯeͯͯnͯͯsͯͯaͯͯrͯ ͯlͯͯoͯ ͯqͯͯuͯͯeͯ ͯlͯͯeͯͯsͯ ͯeͯͯhͯ ͯhͯͯeͯͯcͯͯhͯͯoͯ... ͯTͯͯeͯ ͯeͯͯxͯͯtͯͯrͯͯaͯñͯoͯ, ͯmͯͯiͯ ͯaͯͯmͯͯoͯͯrͯ... ͯMͯͯeͯ ͯeͯͯnͯͯtͯͯeͯͯnͯͯdͯíͯaͯͯsͯ ͯsͯͯiͯͯeͯͯmͯͯpͯͯrͯͯeͯ ͯyͯ ͯnͯͯoͯ ͯtͯͯeͯ ͯdͯͯaͯͯbͯͯaͯ ͯmͯͯiͯͯeͯͯdͯͯoͯ ͯrͯͯeͯͯgͯͯaͯñͯaͯͯrͯͯmͯͯeͯ ͯcͯͯoͯͯmͯͯoͯ ͯpͯͯeͯͯrͯͯrͯͯoͯ ͯcͯͯuͯͯaͯͯnͯͯdͯͯoͯ ͯmͯͯeͯ ͯeͯͯqͯͯuͯͯiͯͯvͯͯoͯͯcͯͯaͯͯbͯͯaͯ ͯjͯͯaͯͯjͯͯaͯ... ͯDͯͯeͯ ͯtͯͯoͯͯdͯͯaͯͯsͯ ͯmͯͯiͯͯsͯ ͯeͯͯsͯͯpͯͯoͯͯsͯͯaͯͯsͯ... ͯEͯͯrͯͯaͯͯsͯ ͯlͯͯaͯ ͯuͯͯnͯͯiͯͯcͯͯaͯ... ͯAͯ ͯlͯͯaͯ ͯqͯͯuͯͯeͯ ͯrͯͯeͯͯaͯͯlͯͯmͯͯeͯͯnͯͯtͯͯeͯ... ͯAͯͯmͯͯeͯ..." ×Sus ojos se cierran brotando un par de lagrimas, despues de siglos y siglos de no hacerlo, el creador cayo dormido.×
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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  • Sostén mi mano y dime qué todo estará bien~.

    Qué solo soy yo la que ve... todo mal en mi mundo

    y que todo en realidad.
    todo es, perfecto... con nosotros... ambos juntos.

    Qué superaremos todo unidos hasta... el final
    ... ~

    Auuu huuuu huuu~

    Aauuhu huuuu~..

    no estamos solos~.


    Ven aqui~ conmigo~
    Aquí conmigo~, y corre con todas tus fuerzas~, llegues hasta tocar.. tocar el hilo del final.

    Respira~,
    hondo hasta que no puedas más ,
    tocar el fondo y sentir...
    Cómo la falta detiene... El tiempo hasta, permanecer eternos.


    Dejame sentir el calor de tus intenciones.


    Ver con tus ojos, como piensas el mundo fuera de... mis percepciones.

    La oportunidad, de comprender razones,
    Y entender el porqué;

    de tus motivos y todas tus...acciones.

    Auuu uhh
    uuuh
    Aaahh uhhh,
    ven conmigo,
    y...

    llévame a casa.


    Cariño~,
    deja aprender de tu mundo, en dónde todo cuenta
    y el como vives en él.

    Acepta,
    que ya no está solo, no más.

    que no~ necesitas controlar,
    solo contigo de.. ja..me ser...
    Hasta en el mundo permanecer~...


    Toma-me, toma-me de mi mano~
    Entre-laza, Entre-laza nues-tros dedos...

    Cómo si... Cómo si~ caminaramos juntos~

    Dejemos~ dejemos huellas~
    hasta el final del sol.

    Y déjame ver, que nada está mal.


    Qué está bien, está bien, ser humano,
    una vez mas.


    Bebé, no sabes que me encantas,
    que me facina escuchar, de tus labios esa empatía, tu único ser.

    Te quiero,
    Y eso lo que importa,
    cuando mi corazón
    me pide que lo diga.

    No te asustes, no estoy mal, solo me dejó ser con tu cariño y razón de ser.

    Te quiero, y eso es lo que importa, solo déjame ... Ser....
    Sostén mi mano y dime qué todo estará bien~. Qué solo soy yo la que ve... todo mal en mi mundo y que todo en realidad. todo es, perfecto... con nosotros... ambos juntos. Qué superaremos todo unidos hasta... el final ... ~ Auuu huuuu huuu~ Aauuhu huuuu~.. no estamos solos~. Ven aqui~ conmigo~ Aquí conmigo~, y corre con todas tus fuerzas~, llegues hasta tocar.. tocar el hilo del final. Respira~, hondo hasta que no puedas más , tocar el fondo y sentir... Cómo la falta detiene... El tiempo hasta, permanecer eternos. Dejame sentir el calor de tus intenciones. Ver con tus ojos, como piensas el mundo fuera de... mis percepciones. La oportunidad, de comprender razones, Y entender el porqué; de tus motivos y todas tus...acciones. Auuu uhh uuuh Aaahh uhhh, ven conmigo, y... llévame a casa. Cariño~, deja aprender de tu mundo, en dónde todo cuenta y el como vives en él. Acepta, que ya no está solo, no más. que no~ necesitas controlar, solo contigo de.. ja..me ser... Hasta en el mundo permanecer~... Toma-me, toma-me de mi mano~ Entre-laza, Entre-laza nues-tros dedos... Cómo si... Cómo si~ caminaramos juntos~ Dejemos~ dejemos huellas~ hasta el final del sol. Y déjame ver, que nada está mal. Qué está bien, está bien, ser humano, una vez mas. Bebé, no sabes que me encantas, que me facina escuchar, de tus labios esa empatía, tu único ser. Te quiero, Y eso lo que importa, cuando mi corazón me pide que lo diga. No te asustes, no estoy mal, solo me dejó ser con tu cariño y razón de ser. Te quiero, y eso es lo que importa, solo déjame ... Ser....
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  • - tranquilo viendo la pelea de humano con hades , calmado .-

    Uy , probrecito humano casi me da pena ....
    - tranquilo viendo la pelea de humano con hades , calmado .- Uy , probrecito humano casi me da pena ....
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    Me enjaja
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