• Las hojas crujían bajo sus pies mientras el bosque ardía. Lenguas de fuego danzaban por los árboles como serpientes hambrientas, tiñendo el cielo de un rojo feroz. El humo era denso, caliente, y convertía todo en una neblina sofocante. Pero entre las llamas y el caos, una silueta masculina y de baja estatura se mueve.

    ¡Hay muchas criaturas en peligro! —gritó el vermilinguo adulto, con las mejillas sucias de hollín y los ojos brillando de determinación.

    Sniffles, siempre elegante incluso en medio del desastre, caminaba con sus largas zancadas, protegiendo con su cuerpo a dos pequeñas criaturas acurrucadas en sus brazos: las ardillitas que habían rescatado antes.


    Esquiva a un árbol que terminó por cayendo en llamas. Se abre paso entre los árboles humeantes, siguiendo los chillidos asustados de más criaturas. Sniffles se agachó para permitir que un par de conejitos se ocultaran bajo su bata de científico.

    ¡Allá hay más criaturas que salvar! —dijo sin detenerse, jadeando un tanto nervioso.

    A medida que la noche caía sobre el bosque carbonizado, la silueta de un oso hormiguero humanoide com gafas desaparecía entre las brasas, llevando a salvo a un pequeño cúmulo de criaturas que, en otro mundo, no habrían tenido salvación.
    El viento trajo un murmullo confuso desde las sombras de la espesura.
    Las hojas crujían bajo sus pies mientras el bosque ardía. Lenguas de fuego danzaban por los árboles como serpientes hambrientas, tiñendo el cielo de un rojo feroz. El humo era denso, caliente, y convertía todo en una neblina sofocante. Pero entre las llamas y el caos, una silueta masculina y de baja estatura se mueve. ¡Hay muchas criaturas en peligro! —gritó el vermilinguo adulto, con las mejillas sucias de hollín y los ojos brillando de determinación. Sniffles, siempre elegante incluso en medio del desastre, caminaba con sus largas zancadas, protegiendo con su cuerpo a dos pequeñas criaturas acurrucadas en sus brazos: las ardillitas que habían rescatado antes. Esquiva a un árbol que terminó por cayendo en llamas. Se abre paso entre los árboles humeantes, siguiendo los chillidos asustados de más criaturas. Sniffles se agachó para permitir que un par de conejitos se ocultaran bajo su bata de científico. ¡Allá hay más criaturas que salvar! —dijo sin detenerse, jadeando un tanto nervioso. A medida que la noche caía sobre el bosque carbonizado, la silueta de un oso hormiguero humanoide com gafas desaparecía entre las brasas, llevando a salvo a un pequeño cúmulo de criaturas que, en otro mundo, no habrían tenido salvación. El viento trajo un murmullo confuso desde las sombras de la espesura.
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  • ⁀➴ La Kitsune se encontraba durmiendo en unas de las ramas de un árbol, aunque está vez se veía diferente con diferente vestimenta y color de pelo, aunque para ella era normal, pues podía cambiar su vestimenta y color de pelo como quisiera aunque su rostro seguiría siendo el mismo, aunque minutos después abre los ojos observando el amanecer con atención, el cual se veía hermoso.

    ᯓ★ Bien ya es de día, aunque sigo con algo de sueño, debería levantarme y explorar un poco más el mundo humano y el bosque.
    ⁀➴ La Kitsune se encontraba durmiendo en unas de las ramas de un árbol, aunque está vez se veía diferente con diferente vestimenta y color de pelo, aunque para ella era normal, pues podía cambiar su vestimenta y color de pelo como quisiera aunque su rostro seguiría siendo el mismo, aunque minutos después abre los ojos observando el amanecer con atención, el cual se veía hermoso. ᯓ★ Bien ya es de día, aunque sigo con algo de sueño, debería levantarme y explorar un poco más el mundo humano y el bosque.
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  • Llevaba días investigando a un extraño culto, un culto de desquiciados que no lograba comprender, secuestraban a sus víctimas, generalmente eran mujeres y niños. Abrían sus cuerpos, sacaban sus tripas y decoraban las paredes de sus templos con carne y sangre, a veces simplemente los trituraban. Sin duda un escenario escalofriante para la mayoría, para él solo era grotesco.

    Había encontrado muchas de sus guaridas, todas siempre convertidas en un verdadero mar de sangre y vísceras. Esos tipos no le temían, pero tampoco le atacaban, hablaba con ellos, compartían palabras en cada dialogo.

    El solo hecho de interactuar con ese tipo de gente resultaría como algo inmortal, incorrecto. Pero a estas alturas... ¿Qué significado tiene la moralidad? ¿Qué importancia tiene? Si antes de ser lo que es poco le importaba, ahora ya no tenía ningún tipo de relevancia. De todas maneras, el solo atestiguaba las consecuencias de esos enfermizos rituales, más nunca participo en ello. No sentía ira, no sentía nada, ni siquiera morbo, era como ver insectos matándose entre sí.

    Pero el hecho de no dejar de investigar significaba que veía algo en todo eso, algo que podría de alguna forma tener un significado, alguna razón en especial.

    ── “Amor es violencia. Odio es paz”. ──Citó una de las tantas frases que esos cultistas repetían en sus rituales y procedimientos. ¿Tenía sentido? Para ellos sí, era todo. Para él….

    ──Putos enfermos. ──Dijo alzando la vista hacia el cielo. En medio de una caminata los había recordado, encontró irónico referirse con ese tipo de palabrotas hacia un cierto grupo de individuos, hacía tiempo que no lo hacía. Casi como si una parte del “lado humano” en su ser, se expresara.
    Llevaba días investigando a un extraño culto, un culto de desquiciados que no lograba comprender, secuestraban a sus víctimas, generalmente eran mujeres y niños. Abrían sus cuerpos, sacaban sus tripas y decoraban las paredes de sus templos con carne y sangre, a veces simplemente los trituraban. Sin duda un escenario escalofriante para la mayoría, para él solo era grotesco. Había encontrado muchas de sus guaridas, todas siempre convertidas en un verdadero mar de sangre y vísceras. Esos tipos no le temían, pero tampoco le atacaban, hablaba con ellos, compartían palabras en cada dialogo. El solo hecho de interactuar con ese tipo de gente resultaría como algo inmortal, incorrecto. Pero a estas alturas... ¿Qué significado tiene la moralidad? ¿Qué importancia tiene? Si antes de ser lo que es poco le importaba, ahora ya no tenía ningún tipo de relevancia. De todas maneras, el solo atestiguaba las consecuencias de esos enfermizos rituales, más nunca participo en ello. No sentía ira, no sentía nada, ni siquiera morbo, era como ver insectos matándose entre sí. Pero el hecho de no dejar de investigar significaba que veía algo en todo eso, algo que podría de alguna forma tener un significado, alguna razón en especial. ── “Amor es violencia. Odio es paz”. ──Citó una de las tantas frases que esos cultistas repetían en sus rituales y procedimientos. ¿Tenía sentido? Para ellos sí, era todo. Para él…. ──Putos enfermos. ──Dijo alzando la vista hacia el cielo. En medio de una caminata los había recordado, encontró irónico referirse con ese tipo de palabrotas hacia un cierto grupo de individuos, hacía tiempo que no lo hacía. Casi como si una parte del “lado humano” en su ser, se expresara.
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  • 𝐍𝐎𝐓 𝐀 𝐆𝐎𝐎𝐃 𝐌𝐀𝐍, 𝐁𝐔𝐓 𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐄𝐂𝐓 𝐒𝐎𝐋𝐃𝐈𝐄𝐑.
    Fandom The Boys
    Categoría Acción
    Había pasado un mes desde que vought consiguio interceptar a Soldier boy en New York. El gobierno ruso los había alerta do sobre la fuga del super justo a tiempo y antes de que Butcher junto a su grupo llegaran a él, la empresa lo convencio de volver a trabajar con ellos.

    No fue una tarea sencilla. El primer héroe guardaba demasiado rencor contra vought y también hacia los miembros de Payback, su antiguo equipo. Stan Edgar fue quien consiguió hacerle cambiar de parecer, alegando de que todo lo sucedido no era más que un enorme mal entendido y que se encargaría personalmente de enmendar esos errores.

    Mientras se ocupaban de eso, lo reincorporaron en la base de datos y les dieron la orden a las grandes mentes del marketing en la empresa para que preparan alguna historia que pudiera justificar su regreso y que su vez, sonara creíble.

    Luego enviaron a Homelander a participar en nombre de vought en una campaña de concientización por los derechos humanos en África, prometiendole que sería algo temporal y teniendo la certeza de que no iba a negarse cuando los ojos del mundo esperaban ver a su héroe estrechandoles la mano a cada miembro de la ONU.

    No eran más que excusas, un pretexto para darle a soldier boy el puesto de líder en esa nueva camada de héroes llamada "Los Siete". Así resolvieron el primer problema, el segundo apareció cuando el super reconocio a un miembro de su antiguo equipo sentado en la mesa, como si no le debiera nada a nadie. Pero la situación no escalo a mayores, estaba conforme con la compensación que le estaban dando y
    optó por dejar el pasado en el pasado, a condición de convivir lo estrictamente necesario.

    Tras la muerte de Madelyn Stillwell , Ashley asumió el cargo de vicepresidenta sénior de Hero Management y aunque no tenía autoridad sobre Los Siete, como si lo tenía predecesora. Se encargo de cubrir las necesidades del super recién llegado, incluyendo el cumplir sus caprichos y ya había demostrado ser alguien sumamente demandante y ella no podía encargarse de él y del resto de los supers a la vez.

    Se encamino al primer piso de la torre, lugar destinado al personal administrativo y se dirigío a la primera empleada que encontro en su camino, tomándose la molestia de leer el nombre en su gafete antes de hablarle.

    ──Anne Baxter, necesito que me acompañes un momento. No te preocupes por mover tus cosas, alguien lo hará por ti ── Entrelazo su brazo al de ella y la arrastro hacia al ascensor más cercano. Una vez dentro presiono el número del último del piso de la torre.

    Mientras subían, Ashley la puso al tanto de la situación aunque tampoco era un secreto para el resto de los empleados. En las últimas semanas solo se había hablado de eso, del super que el mundo creía muerto y especulaban sobre cuando anunciarian su regreso.

    ──Lo que necesitamos es que se adapte a los nuevos tiempos, al siglo XXI. Que deje de ver la tecnológia como algo negativo y que eventualmente pueda hacer uso de una computadora o de un teléfono celular... ── Los números en la pantalla sobre las puertas del ascensor pasaban lento, apenas iban por el piso 10 y el penthouse de los supers quedaba en el piso 99. ──No voy a mentirte, su vanidad no conoce límites y ahora que esta de regreso, con un nuevo equipo, con Homelander lejos; lo cual nos alegra mucho a todos... Bueno, digamos que su ego esta por las nubes.

    𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐁𝐚𝐱𝐭𝐞𝐫
    Había pasado un mes desde que vought consiguio interceptar a Soldier boy en New York. El gobierno ruso los había alerta do sobre la fuga del super justo a tiempo y antes de que Butcher junto a su grupo llegaran a él, la empresa lo convencio de volver a trabajar con ellos. No fue una tarea sencilla. El primer héroe guardaba demasiado rencor contra vought y también hacia los miembros de Payback, su antiguo equipo. Stan Edgar fue quien consiguió hacerle cambiar de parecer, alegando de que todo lo sucedido no era más que un enorme mal entendido y que se encargaría personalmente de enmendar esos errores. Mientras se ocupaban de eso, lo reincorporaron en la base de datos y les dieron la orden a las grandes mentes del marketing en la empresa para que preparan alguna historia que pudiera justificar su regreso y que su vez, sonara creíble. Luego enviaron a Homelander a participar en nombre de vought en una campaña de concientización por los derechos humanos en África, prometiendole que sería algo temporal y teniendo la certeza de que no iba a negarse cuando los ojos del mundo esperaban ver a su héroe estrechandoles la mano a cada miembro de la ONU. No eran más que excusas, un pretexto para darle a soldier boy el puesto de líder en esa nueva camada de héroes llamada "Los Siete". Así resolvieron el primer problema, el segundo apareció cuando el super reconocio a un miembro de su antiguo equipo sentado en la mesa, como si no le debiera nada a nadie. Pero la situación no escalo a mayores, estaba conforme con la compensación que le estaban dando y optó por dejar el pasado en el pasado, a condición de convivir lo estrictamente necesario. Tras la muerte de Madelyn Stillwell , Ashley asumió el cargo de vicepresidenta sénior de Hero Management y aunque no tenía autoridad sobre Los Siete, como si lo tenía predecesora. Se encargo de cubrir las necesidades del super recién llegado, incluyendo el cumplir sus caprichos y ya había demostrado ser alguien sumamente demandante y ella no podía encargarse de él y del resto de los supers a la vez. Se encamino al primer piso de la torre, lugar destinado al personal administrativo y se dirigío a la primera empleada que encontro en su camino, tomándose la molestia de leer el nombre en su gafete antes de hablarle. ──Anne Baxter, necesito que me acompañes un momento. No te preocupes por mover tus cosas, alguien lo hará por ti ── Entrelazo su brazo al de ella y la arrastro hacia al ascensor más cercano. Una vez dentro presiono el número del último del piso de la torre. Mientras subían, Ashley la puso al tanto de la situación aunque tampoco era un secreto para el resto de los empleados. En las últimas semanas solo se había hablado de eso, del super que el mundo creía muerto y especulaban sobre cuando anunciarian su regreso. ──Lo que necesitamos es que se adapte a los nuevos tiempos, al siglo XXI. Que deje de ver la tecnológia como algo negativo y que eventualmente pueda hacer uso de una computadora o de un teléfono celular... ── Los números en la pantalla sobre las puertas del ascensor pasaban lento, apenas iban por el piso 10 y el penthouse de los supers quedaba en el piso 99. ──No voy a mentirte, su vanidad no conoce límites y ahora que esta de regreso, con un nuevo equipo, con Homelander lejos; lo cual nos alegra mucho a todos... Bueno, digamos que su ego esta por las nubes. [ASISTENTEDECONF1ANZA]
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    La vida no conoce fronteras; fluye en la sangre de todos, sean dragones, elfos, orcos o humanos. La fuerza de Azeroth reside en nuestra unión, no en la división. Honren la vida que les ha sido otorgada y encuentren el respeto mutuo en la llama que compartimos. Juntos, somos la esperanza.
    La vida no conoce fronteras; fluye en la sangre de todos, sean dragones, elfos, orcos o humanos. La fuerza de Azeroth reside en nuestra unión, no en la división. Honren la vida que les ha sido otorgada y encuentren el respeto mutuo en la llama que compartimos. Juntos, somos la esperanza.
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    Rex *voz grave, serena, cargada de juicio*

    Hermano… ¿alguna vez te has preguntado en qué momento los ángeles dejaron de servir a la Luz y comenzaron a adorarse a sí mismos?

    *Da unos pasos, las alas plegadas, la mirada firme.*

    Se dicen guardianes del orden, mensajeros de la voluntad divina… pero su corazón late al ritmo de la avaricia. No desean proteger el cielo, desean poseerlo.
    La codicia los cegó: primero quisieron autoridad, luego veneración… y ahora se creen dioses.

    *Aprieta el puño.*

    Olvidaron que el poder no se reclama, se sostiene con sacrificio.
    Ellos no crean… consumen. No guían… imponen.
    Y lo peor no es que se equivoquen, hermano…

    lo peor es que jamás admitirán su caída, porque para un ángel orgulloso, aceptar el error es peor que caer al abismo.

    *Suspira, con una media sonrisa amarga.*

    Tal vez por eso temen tanto a los demonios y a los humanos…
    porque en nuestra fragilidad aún existe algo que ellos perdieron hace siglos:
    conciencia.

    Recuérdalo bien, hermano…
    quien se proclama dios por codicia, ya ha firmado su propia ruina.
    Rex *voz grave, serena, cargada de juicio* Hermano… ¿alguna vez te has preguntado en qué momento los ángeles dejaron de servir a la Luz y comenzaron a adorarse a sí mismos? *Da unos pasos, las alas plegadas, la mirada firme.* Se dicen guardianes del orden, mensajeros de la voluntad divina… pero su corazón late al ritmo de la avaricia. No desean proteger el cielo, desean poseerlo. La codicia los cegó: primero quisieron autoridad, luego veneración… y ahora se creen dioses. *Aprieta el puño.* Olvidaron que el poder no se reclama, se sostiene con sacrificio. Ellos no crean… consumen. No guían… imponen. Y lo peor no es que se equivoquen, hermano… lo peor es que jamás admitirán su caída, porque para un ángel orgulloso, aceptar el error es peor que caer al abismo. *Suspira, con una media sonrisa amarga.* Tal vez por eso temen tanto a los demonios y a los humanos… porque en nuestra fragilidad aún existe algo que ellos perdieron hace siglos: conciencia. Recuérdalo bien, hermano… quien se proclama dios por codicia, ya ha firmado su propia ruina.
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  • En estas fechas me vuelvo más consciente de mi propio peso. Del cuerpo en la silla, del la taza de cafe soltando su vapor, del reloj que avanza aunque nadie se lo haya pedido. La paz no llega como un milagro, llega como cansancio: cuando dejo de pelear conmigo mismo.

    La depresión no es un monstruo en estas fechas, es algo más doméstico. Se parece a olvidar comprar pan, a no tener a quién escribirle, a pensar en alguien mientras lavo un plato que no necesitaba usar. Veo las luces navideñas desde mi hogar, las compras de pánico, todas esas costumbres de extranjeros en su búsqueda de calidez humana y no me molestan; me recuerdan que la vida sigue ocurriendo en otros pisos, en otros cuerpos.

    A veces creo que la Navidad exige una versión de mí que ya no existe. Pero también trae pequeñas treguas: el vapor del arroz recién hecho, una frase que funciona al escribirla, la certeza de que no estoy roto, solo cansado. Y en ese cansancio; breve, honesto, humano,.encuentro una paz modesta, suficiente para pasar la noche.
    En estas fechas me vuelvo más consciente de mi propio peso. Del cuerpo en la silla, del la taza de cafe soltando su vapor, del reloj que avanza aunque nadie se lo haya pedido. La paz no llega como un milagro, llega como cansancio: cuando dejo de pelear conmigo mismo. La depresión no es un monstruo en estas fechas, es algo más doméstico. Se parece a olvidar comprar pan, a no tener a quién escribirle, a pensar en alguien mientras lavo un plato que no necesitaba usar. Veo las luces navideñas desde mi hogar, las compras de pánico, todas esas costumbres de extranjeros en su búsqueda de calidez humana y no me molestan; me recuerdan que la vida sigue ocurriendo en otros pisos, en otros cuerpos. A veces creo que la Navidad exige una versión de mí que ya no existe. Pero también trae pequeñas treguas: el vapor del arroz recién hecho, una frase que funciona al escribirla, la certeza de que no estoy roto, solo cansado. Y en ese cansancio; breve, honesto, humano,.encuentro una paz modesta, suficiente para pasar la noche.
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  • Diablo blanco

    La sangre era reconfortante; el sabor del hierro y la elasticidad del músculo le proporcionaban siempre una gran satisfacción. La neblina de calor que estas cosas le hacían sentir a Akemi era un ardor por corto tiempo, terminando siempre en una nueva caída en el frío del ambiente. Había algo extraño: tenía hambre a pesar de haber comido hace poco (algo relativo). Tenía energía, tenía el estómago lleno, pero la saciedad no llegaba a su cuerpo en ningún momento. Su haori no parecía ser suficiente para mitigar el frío que se instalaba en sus huesos. Había pasado muchos días caminando del campo hasta la ciudad, más por ocio que por otra cosa. No buscaba mezclarse mucho con la gente, después de todo, llamaba demasiado la atención al ser tan alto y usar una ropa tan formal, eso sin tener en cuenta su cabello o el uso constante de máscara. No había motivos ocultos detrás de ese tipo de cambios radicales de región; solo quería pasar un tiempo sin pensar, comer “algo” de la ciudad, quizás ver cosas lindas y devolverse al campo. No había muchas pretensiones en su viaje esporádico. Lo único malo era que sentía un hambre creciente en su cabeza y estómago.

    No supo en qué momento llegó aquel terreno baldío donde dejó en los huesos a su última víctima. Por lo general, él hace más lento el proceso de la cacería, quitando la energía de a poco, aterrorizando todo lo posible a la persona, pero esta vez solo decidió hacerlo rápido y ceder también ante la gula de tragar sangre y desgarrar la piel con su propia boca deformada. Y aunque era muy fan de usar máscara, la máscara de onna era de sus menos favoritas; sentía que tenía cierta imagen cómica que a veces le jugaba en contra. Si bien le gusta gastar bromas, quiere que en su mayoría sean para causar terror o desesperación. Además, las máscaras de teatro nōh le obligan a ver menos de lo que ya veía habitualmente; sus ojos oscuros algo grisáceos parecían ser un poco menos confiables que antes. Aun así, veía un leve brillo a la altura de sus pies, iluminando de forma tenue sus tobillos y el kimono salpicado de sangre. Debía suponer que era algo que cargaba su víctima, después de todo, recordaba que no iba a hacer nada hasta que terminó encandilado por una luz amarilla hacia su dirección. Pudo haberle obligado a olvidar lo que había visto, pero lo tomó como señal para alimentarse.

    Se acercó de forma suave y grácil a la fuente de luz mientras se colocaba la máscara sobre el rostro. De por sí, veía aquel brillo de forma tenue a pesar de la intensidad de esta. Se iba a inclinar solo para tomar la linterna, pero la verdad es que no le vio la necesidad. Eso no iba a cambiar que su vista estaba algo dañada, tampoco que sentía el frío de una próxima nevada, y mucho menos el hecho de que aún sentía un hambre que le calaba hasta lo más profundo de su ser. Se quedó parado un momento a centímetros del brillo, esperando sentir algo más allá del frío. Bajó un poco las manos, alisando como podía el kimono. Había estropeado un poco su imagen para esta cacería; lo bueno es que no se incomodaba con esos zapatos molestos que usaban los humanos, y podía sentir con sus pies lo suave de la grama junto con los parches llenos de piedras pequeñas y algo incómodas. De alguna forma, estaba contento de haber terminado en un lugar sin tanta gente y lo suficientemente oscuro para no tener que preocuparse sobre la sangre que tenía encima. Decidió caminar por un momento, paseándose por el camino empedrado con los pies descalzos, con pasos lentos, pausados, tomándose su tiempo en tratar de ver bien los detalles del lugar. Las plantas, los árboles a los que alcanzaba algunos con las ramas altas, algunas cubiertas con escarcha en las hojas blandas que aún tenía encima, tocándoles con la punta de las uñas, con una delicadeza que ni solía tener con la carne de sus víctimas.

    Pasado un tiempo de quietud, mirando (sin observar en realidad) al suelo y arreglando su cabello, comenzó a cantar con voz suave, gentil y algo aterradora para la ocasión una canción infantil: —Pyoko pyoko, pyoko pyoko, nigedasou—. Saboreaba las palabras con una voz aterciopelada, esperando poder seguir disfrutando de su tiempo antes de emprender camino fuera de ese lugar para, o volver al campo, o ir a algún otro lugar remoto de la ciudad.
    Diablo blanco La sangre era reconfortante; el sabor del hierro y la elasticidad del músculo le proporcionaban siempre una gran satisfacción. La neblina de calor que estas cosas le hacían sentir a Akemi era un ardor por corto tiempo, terminando siempre en una nueva caída en el frío del ambiente. Había algo extraño: tenía hambre a pesar de haber comido hace poco (algo relativo). Tenía energía, tenía el estómago lleno, pero la saciedad no llegaba a su cuerpo en ningún momento. Su haori no parecía ser suficiente para mitigar el frío que se instalaba en sus huesos. Había pasado muchos días caminando del campo hasta la ciudad, más por ocio que por otra cosa. No buscaba mezclarse mucho con la gente, después de todo, llamaba demasiado la atención al ser tan alto y usar una ropa tan formal, eso sin tener en cuenta su cabello o el uso constante de máscara. No había motivos ocultos detrás de ese tipo de cambios radicales de región; solo quería pasar un tiempo sin pensar, comer “algo” de la ciudad, quizás ver cosas lindas y devolverse al campo. No había muchas pretensiones en su viaje esporádico. Lo único malo era que sentía un hambre creciente en su cabeza y estómago. No supo en qué momento llegó aquel terreno baldío donde dejó en los huesos a su última víctima. Por lo general, él hace más lento el proceso de la cacería, quitando la energía de a poco, aterrorizando todo lo posible a la persona, pero esta vez solo decidió hacerlo rápido y ceder también ante la gula de tragar sangre y desgarrar la piel con su propia boca deformada. Y aunque era muy fan de usar máscara, la máscara de onna era de sus menos favoritas; sentía que tenía cierta imagen cómica que a veces le jugaba en contra. Si bien le gusta gastar bromas, quiere que en su mayoría sean para causar terror o desesperación. Además, las máscaras de teatro nōh le obligan a ver menos de lo que ya veía habitualmente; sus ojos oscuros algo grisáceos parecían ser un poco menos confiables que antes. Aun así, veía un leve brillo a la altura de sus pies, iluminando de forma tenue sus tobillos y el kimono salpicado de sangre. Debía suponer que era algo que cargaba su víctima, después de todo, recordaba que no iba a hacer nada hasta que terminó encandilado por una luz amarilla hacia su dirección. Pudo haberle obligado a olvidar lo que había visto, pero lo tomó como señal para alimentarse. Se acercó de forma suave y grácil a la fuente de luz mientras se colocaba la máscara sobre el rostro. De por sí, veía aquel brillo de forma tenue a pesar de la intensidad de esta. Se iba a inclinar solo para tomar la linterna, pero la verdad es que no le vio la necesidad. Eso no iba a cambiar que su vista estaba algo dañada, tampoco que sentía el frío de una próxima nevada, y mucho menos el hecho de que aún sentía un hambre que le calaba hasta lo más profundo de su ser. Se quedó parado un momento a centímetros del brillo, esperando sentir algo más allá del frío. Bajó un poco las manos, alisando como podía el kimono. Había estropeado un poco su imagen para esta cacería; lo bueno es que no se incomodaba con esos zapatos molestos que usaban los humanos, y podía sentir con sus pies lo suave de la grama junto con los parches llenos de piedras pequeñas y algo incómodas. De alguna forma, estaba contento de haber terminado en un lugar sin tanta gente y lo suficientemente oscuro para no tener que preocuparse sobre la sangre que tenía encima. Decidió caminar por un momento, paseándose por el camino empedrado con los pies descalzos, con pasos lentos, pausados, tomándose su tiempo en tratar de ver bien los detalles del lugar. Las plantas, los árboles a los que alcanzaba algunos con las ramas altas, algunas cubiertas con escarcha en las hojas blandas que aún tenía encima, tocándoles con la punta de las uñas, con una delicadeza que ni solía tener con la carne de sus víctimas. Pasado un tiempo de quietud, mirando (sin observar en realidad) al suelo y arreglando su cabello, comenzó a cantar con voz suave, gentil y algo aterradora para la ocasión una canción infantil: —Pyoko pyoko, pyoko pyoko, nigedasou—. Saboreaba las palabras con una voz aterciopelada, esperando poder seguir disfrutando de su tiempo antes de emprender camino fuera de ese lugar para, o volver al campo, o ir a algún otro lugar remoto de la ciudad.
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  • - Ylva estaba en la bibloteca leyendo la historia de la humanidad ya que no queria saber lo que pasaba en la arena no queria saber nada solo leer un poco de la historia de años de los distintos humanos.-
    - Ylva estaba en la bibloteca leyendo la historia de la humanidad ya que no queria saber lo que pasaba en la arena no queria saber nada solo leer un poco de la historia de años de los distintos humanos.-
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  • Llega el momento del parto.

    Las contracciones me atraviesan como cuchillas antiguas. No es solo dolor: es una guerra interna. Siento cómo mis propios órganos parecen desplazarse, desgarrarse, pelear entre sí, como si el cuerpo tuviera que decidir quién vive y quién muere para que algo nuevo pueda nacer. Cada espasmo es una sentencia. Cada grito, un desgarro del mundo.

    Cuando llegamos al hospital, el dolor ya no es humano. Es tan agudo, tan absoluto, que los médicos se miran con terror. Hablan deprisa. Temen por mi vida. Deciden abrir, cortar antes de que mi cuerpo colapse del todo.

    Preparan el instrumental.

    Pero entonces…
    antes de que el bisturí toque mi piel, algo sale de mí.

    No carne.
    No sangre.

    Un espíritu de parto natural emerge entre mis piernas como una llamarada pálida, antigua, imposible. No llora. No respira. Simplemente es. La habitación se llena de un frío sobrenatural, y los humanos retroceden. Gritan. Algunos rezan. Otros huyen sin mirar atrás.

    Salen corriendo.

    El segundo nace inmediatamente después.
    El tercero lo sigue, arrastrado por la misma fuerza invisible.
    Tres presencias se manifiestan, idénticas entre sí y a mí, vibrando con una energía que no pertenece a este plano.

    Pero entonces… el tiempo se rompe.

    Los demás tardan.

    Mi cuerpo vuelve a reclamarme con violencia. El dolor regresa multiplicado, brutal. Ya no hay manos que ayuden, ni voces que guíen. Solo yo, el suelo frío, y aquello que aún se resiste a salir.

    Aprieto los dientes.
    Aferro el mundo con las uñas.
    Empujo con todo lo que me queda.

    Una vez.
    Otra.
    Otra más.

    Con un esfuerzo que me arranca el alma, consigo sacar cinco más.

    Caen pesados. Silenciosos.

    No se mueven.

    Una lágrima cae por mi mejilla.

    —Lo siento mi ama Naamah sólo he podido engendrar a tres...

    Los otros tres salen disparados por la ventana rompiéndola y desapareciendo. Listos para causar estragos... mientras el viento que entra por la ventana ondula mi cabello y seca mi lágrima.
    Llega el momento del parto. Las contracciones me atraviesan como cuchillas antiguas. No es solo dolor: es una guerra interna. Siento cómo mis propios órganos parecen desplazarse, desgarrarse, pelear entre sí, como si el cuerpo tuviera que decidir quién vive y quién muere para que algo nuevo pueda nacer. Cada espasmo es una sentencia. Cada grito, un desgarro del mundo. Cuando llegamos al hospital, el dolor ya no es humano. Es tan agudo, tan absoluto, que los médicos se miran con terror. Hablan deprisa. Temen por mi vida. Deciden abrir, cortar antes de que mi cuerpo colapse del todo. Preparan el instrumental. Pero entonces… antes de que el bisturí toque mi piel, algo sale de mí. No carne. No sangre. Un espíritu de parto natural emerge entre mis piernas como una llamarada pálida, antigua, imposible. No llora. No respira. Simplemente es. La habitación se llena de un frío sobrenatural, y los humanos retroceden. Gritan. Algunos rezan. Otros huyen sin mirar atrás. Salen corriendo. El segundo nace inmediatamente después. El tercero lo sigue, arrastrado por la misma fuerza invisible. Tres presencias se manifiestan, idénticas entre sí y a mí, vibrando con una energía que no pertenece a este plano. Pero entonces… el tiempo se rompe. Los demás tardan. Mi cuerpo vuelve a reclamarme con violencia. El dolor regresa multiplicado, brutal. Ya no hay manos que ayuden, ni voces que guíen. Solo yo, el suelo frío, y aquello que aún se resiste a salir. Aprieto los dientes. Aferro el mundo con las uñas. Empujo con todo lo que me queda. Una vez. Otra. Otra más. Con un esfuerzo que me arranca el alma, consigo sacar cinco más. Caen pesados. Silenciosos. No se mueven. Una lágrima cae por mi mejilla. —Lo siento mi ama [n.a.a.m.a.h] sólo he podido engendrar a tres... Los otros tres salen disparados por la ventana rompiéndola y desapareciendo. Listos para causar estragos... mientras el viento que entra por la ventana ondula mi cabello y seca mi lágrima.
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