Aquella mañana, la luz del sol se filtraba con suavidad por las ventanas del salón, tiñendo los suelos de madera con manchas cálidas y doradas. Afuera, el bullicio de Seúl comenzaba a desperezarse entre pasos apurados, bicicletas madrugadoras y el zumbido lejano del tráfico. En contraste, el interior de la casa de Haneul se sentía como un refugio de calma interrumpida solo por el sonido del agua corriendo en la cocina.
Él estaba allí, con las mangas arremangadas y las manos húmedas de jabón, en plena faena doméstica. Llevaba dos semanas intentando sostener una rutina imposible desde que su madre había sido dada de alta tras la última recaída.
Entre sus clases de Artes Escénicas en la universidad, las sesiones como performer sensorial los lunes por la tarde, los turnos de noche como cantante alternativo en locales, y su trabajo auxiliar en rituales privados para ciertas figuras de la mafia, Haneul vivía atrapado en un equilibrio precario. Dormía poco. Comía a ratos. Y aun así, nada se comparaba con la exigencia emocional de cuidar a su madre, cuyo Alzheimer avanzaba como la marea: a veces suave, otras arrasando.
Por eso, dos semanas atrás, empapeló medio Seúl, y también Internet, mediante sus redes sociales, con un mismo anuncio. Breve. Directo:
"Se busca cuidador/a para mujer mayor. Trato humano. Paciencia. Entrevista previa. Contacto: 010-XXXX-XXXX.”
No había querido añadir más. Quien de verdad tuviera interés, llamaría.
La mayoría no lo hizo. Otros, al enterarse de la enfermedad, no volvieron a escribir. Lo había dejado estar.
Por eso, cuando el timbre sonó aquella mañana, lo primero que sintió fue sorpresa. No esperaba a nadie. Frunció el ceño, se secó las manos con un paño de cocina, y caminó hacia la puerta descalzo, con el corazón todavía medio adormecido por el cansancio.
Abrió.Y allí estaba él.
Un joven alto, de aspecto impecable, con un rostro sereno y una postura recta, casi inhumana en su exactitud.
Haneul no recordaba haberlo visto antes, ni haber concertado entrevista alguna para ese día. Y aun así, algo en la mirada del desconocido, demasiado calma, demasiado precisa, le hizo bajar un poco la guardia.
Lo miró por unos segundos, evaluando sin disimulo. Su voz salió algo ronca, recién despierto por dentro, pero clara:
- ¿Sí?
preguntó mirándole con curiosidad
- ¿Puedo ayudarte en algo?
No sabía todavía que aquel encuentro no sería una entrevista más.
Ni que el hombre frente a él no era del todo lo que parecía.
Aquella mañana, la luz del sol se filtraba con suavidad por las ventanas del salón, tiñendo los suelos de madera con manchas cálidas y doradas. Afuera, el bullicio de Seúl comenzaba a desperezarse entre pasos apurados, bicicletas madrugadoras y el zumbido lejano del tráfico. En contraste, el interior de la casa de Haneul se sentía como un refugio de calma interrumpida solo por el sonido del agua corriendo en la cocina.
Él estaba allí, con las mangas arremangadas y las manos húmedas de jabón, en plena faena doméstica. Llevaba dos semanas intentando sostener una rutina imposible desde que su madre había sido dada de alta tras la última recaída.
Entre sus clases de Artes Escénicas en la universidad, las sesiones como performer sensorial los lunes por la tarde, los turnos de noche como cantante alternativo en locales, y su trabajo auxiliar en rituales privados para ciertas figuras de la mafia, Haneul vivía atrapado en un equilibrio precario. Dormía poco. Comía a ratos. Y aun así, nada se comparaba con la exigencia emocional de cuidar a su madre, cuyo Alzheimer avanzaba como la marea: a veces suave, otras arrasando.
Por eso, dos semanas atrás, empapeló medio Seúl, y también Internet, mediante sus redes sociales, con un mismo anuncio. Breve. Directo:
"Se busca cuidador/a para mujer mayor. Trato humano. Paciencia. Entrevista previa. Contacto: 010-XXXX-XXXX.”
No había querido añadir más. Quien de verdad tuviera interés, llamaría.
La mayoría no lo hizo. Otros, al enterarse de la enfermedad, no volvieron a escribir. Lo había dejado estar.
Por eso, cuando el timbre sonó aquella mañana, lo primero que sintió fue sorpresa. No esperaba a nadie. Frunció el ceño, se secó las manos con un paño de cocina, y caminó hacia la puerta descalzo, con el corazón todavía medio adormecido por el cansancio.
Abrió.Y allí estaba él.
Un joven alto, de aspecto impecable, con un rostro sereno y una postura recta, casi inhumana en su exactitud.
Haneul no recordaba haberlo visto antes, ni haber concertado entrevista alguna para ese día. Y aun así, algo en la mirada del desconocido, demasiado calma, demasiado precisa, le hizo bajar un poco la guardia.
Lo miró por unos segundos, evaluando sin disimulo. Su voz salió algo ronca, recién despierto por dentro, pero clara:
- ¿Sí?
preguntó mirándole con curiosidad
- ¿Puedo ayudarte en algo?
No sabía todavía que aquel encuentro no sería una entrevista más.
Ni que el hombre frente a él no era del todo lo que parecía.