Fondo musical: https://www.youtube.com/watch?v=R5_gkn3iLP0
Oscuro silencio que teme acariciar las frágiles alas de la mariposa, cuál dócil se mece con la brisa y se funde en los labios mudos del silencio, brilla como un letal beso sin sombra. Aguarda el silencio, quieto y sereno, su alma sombría es un tres de esperanza incomprendida, mientras que en sus cielos, un redoble de tambores avivaban el polvo de la amargura que brilla en sus claros de colores.
Los latidos golpean en el océano cósmico, un corazón lunar respira junto con aquel enhiesto y efímero suspiro, lentos y vívidos sus suspiros acallan la melodía que desprende aquella mariposa musical, porque en el interior de los cielos, en lo más hondo de aquella túnica estelar, el estruendo y la furia de una guerra silenciosa se concentra.
Siéntate y escucha fortuito peregrino, ¿habrás de retener la malsana leyenda de aquel que vaciló exiliado de la prisión de sí mismo? Porque aún con la más bella caricia, súbitamente ese ser descendió hasta la temprana locura, atraído por ese risuelo ser como la brisa fresca que le mezclaron hasta confundir las venas de su negro corazón junto con la más tierna carne crepuscular.
Está de más secar el rostro, porque las lágrimas jamás coronarian como diamantes la cabeza de éste majestuoso príncipe sin reino, porque sus dominios son mezquinos y porque su creación es una mofa que imita la existencia de una gran ilusión y una ensoñación, donde se derraman los alaridos y los clamores que el silencio hiende y se propaga como el más denso murmullo.
Ahí habitaban los sueños, y también la progenie de los primeros soñadores. Ahí dos sueños se movían y desplazaban, dibujados en una misma dirección, arrastrándose gozosos uno a uno, por las abominaciones de las más absolutas realidades. Sigilosos avanzaban a las sombras indomables de sus propias existencias, y también al ruido de sus propios suspiros y los placeres de sus propios dolores. Los dos sueños, niños de inocencia encarnada, transitaban entre mundos inmolados, donde tronaban tempestades sin fin bajo ellos dos, e iban dividiendo sus deseos en un millar de anhelos de movimiento, mientras, ellos atentos, contemplaban el descarnado muro de la imaginación.
Mientras los sueños avanzaban, entre parajes errantes, se abría cuál mágica garganta espacios de maravillas, sobre todo uno, en el que países lejanos se alzaban orgullosos como arrancados de las profundidades, y donde los corazones se vestían de absolutas estaciones. Ahí habitaban los primeros sueños, comunicándose con canciones de cuna, y discerniendo la techumbre de las estrellas, con la felicidad en sus puños cerrados.
Mas inesperadamente, y ante ellos palpitaba silencioso un nuevo mundo, como todos los mundos que descubrían día a día, durante mil canciones, que se entretejían en sus cabellos de plata. En ese mundo, la noche iluminada por la luna, la bienhadada del firmamento aún seguía su curso secreto, y también una voz surgía al filo de la oscuridad hasta el grano primordial de esa tierra intemporal, que ahora giraba en las palmas de sus manos.
E innumerables e inmortales sus canciones se derramaban, en dirección hacia el comienzo, y jubilosos invocaron el despertar de todas las cosas, de su majestuoso compás, unísono decoro primordial. Y así observaron su imagen, la llama primera de fundía el mundo esculpido. Mas la voz de uno de los sueños, fue ahogándose, a medida que el tiempo se tornaba joven otra vez, enmarcada con el veneno de un mal sueño.
Con ese fenómeno las estrellas gritaron al subir sus voces al unísono como si bajaran de los espacios de la medianoche y del mundo cercado siendo devorado y herido con la luz de la muerte a la inmensa ave teñida de vida misma. Un sueño que surcaría los confines del océano de la creación desde el interior de un corazón tejido de turbulentos delirios.
Oscuro silencio que teme acariciar las frágiles alas de la mariposa, cuál dócil se mece con la brisa y se funde en los labios mudos del silencio, brilla como un letal beso sin sombra. Aguarda el silencio, quieto y sereno, su alma sombría es un tres de esperanza incomprendida, mientras que en sus cielos, un redoble de tambores avivaban el polvo de la amargura que brilla en sus claros de colores.
Los latidos golpean en el océano cósmico, un corazón lunar respira junto con aquel enhiesto y efímero suspiro, lentos y vívidos sus suspiros acallan la melodía que desprende aquella mariposa musical, porque en el interior de los cielos, en lo más hondo de aquella túnica estelar, el estruendo y la furia de una guerra silenciosa se concentra.
Siéntate y escucha fortuito peregrino, ¿habrás de retener la malsana leyenda de aquel que vaciló exiliado de la prisión de sí mismo? Porque aún con la más bella caricia, súbitamente ese ser descendió hasta la temprana locura, atraído por ese risuelo ser como la brisa fresca que le mezclaron hasta confundir las venas de su negro corazón junto con la más tierna carne crepuscular.
Está de más secar el rostro, porque las lágrimas jamás coronarian como diamantes la cabeza de éste majestuoso príncipe sin reino, porque sus dominios son mezquinos y porque su creación es una mofa que imita la existencia de una gran ilusión y una ensoñación, donde se derraman los alaridos y los clamores que el silencio hiende y se propaga como el más denso murmullo.
Ahí habitaban los sueños, y también la progenie de los primeros soñadores. Ahí dos sueños se movían y desplazaban, dibujados en una misma dirección, arrastrándose gozosos uno a uno, por las abominaciones de las más absolutas realidades. Sigilosos avanzaban a las sombras indomables de sus propias existencias, y también al ruido de sus propios suspiros y los placeres de sus propios dolores. Los dos sueños, niños de inocencia encarnada, transitaban entre mundos inmolados, donde tronaban tempestades sin fin bajo ellos dos, e iban dividiendo sus deseos en un millar de anhelos de movimiento, mientras, ellos atentos, contemplaban el descarnado muro de la imaginación.
Mientras los sueños avanzaban, entre parajes errantes, se abría cuál mágica garganta espacios de maravillas, sobre todo uno, en el que países lejanos se alzaban orgullosos como arrancados de las profundidades, y donde los corazones se vestían de absolutas estaciones. Ahí habitaban los primeros sueños, comunicándose con canciones de cuna, y discerniendo la techumbre de las estrellas, con la felicidad en sus puños cerrados.
Mas inesperadamente, y ante ellos palpitaba silencioso un nuevo mundo, como todos los mundos que descubrían día a día, durante mil canciones, que se entretejían en sus cabellos de plata. En ese mundo, la noche iluminada por la luna, la bienhadada del firmamento aún seguía su curso secreto, y también una voz surgía al filo de la oscuridad hasta el grano primordial de esa tierra intemporal, que ahora giraba en las palmas de sus manos.
E innumerables e inmortales sus canciones se derramaban, en dirección hacia el comienzo, y jubilosos invocaron el despertar de todas las cosas, de su majestuoso compás, unísono decoro primordial. Y así observaron su imagen, la llama primera de fundía el mundo esculpido. Mas la voz de uno de los sueños, fue ahogándose, a medida que el tiempo se tornaba joven otra vez, enmarcada con el veneno de un mal sueño.
Con ese fenómeno las estrellas gritaron al subir sus voces al unísono como si bajaran de los espacios de la medianoche y del mundo cercado siendo devorado y herido con la luz de la muerte a la inmensa ave teñida de vida misma. Un sueño que surcaría los confines del océano de la creación desde el interior de un corazón tejido de turbulentos delirios.
Fondo musical: https://www.youtube.com/watch?v=R5_gkn3iLP0
Oscuro silencio que teme acariciar las frágiles alas de la mariposa, cuál dócil se mece con la brisa y se funde en los labios mudos del silencio, brilla como un letal beso sin sombra. Aguarda el silencio, quieto y sereno, su alma sombría es un tres de esperanza incomprendida, mientras que en sus cielos, un redoble de tambores avivaban el polvo de la amargura que brilla en sus claros de colores.
Los latidos golpean en el océano cósmico, un corazón lunar respira junto con aquel enhiesto y efímero suspiro, lentos y vívidos sus suspiros acallan la melodía que desprende aquella mariposa musical, porque en el interior de los cielos, en lo más hondo de aquella túnica estelar, el estruendo y la furia de una guerra silenciosa se concentra.
Siéntate y escucha fortuito peregrino, ¿habrás de retener la malsana leyenda de aquel que vaciló exiliado de la prisión de sí mismo? Porque aún con la más bella caricia, súbitamente ese ser descendió hasta la temprana locura, atraído por ese risuelo ser como la brisa fresca que le mezclaron hasta confundir las venas de su negro corazón junto con la más tierna carne crepuscular.
Está de más secar el rostro, porque las lágrimas jamás coronarian como diamantes la cabeza de éste majestuoso príncipe sin reino, porque sus dominios son mezquinos y porque su creación es una mofa que imita la existencia de una gran ilusión y una ensoñación, donde se derraman los alaridos y los clamores que el silencio hiende y se propaga como el más denso murmullo.
Ahí habitaban los sueños, y también la progenie de los primeros soñadores. Ahí dos sueños se movían y desplazaban, dibujados en una misma dirección, arrastrándose gozosos uno a uno, por las abominaciones de las más absolutas realidades. Sigilosos avanzaban a las sombras indomables de sus propias existencias, y también al ruido de sus propios suspiros y los placeres de sus propios dolores. Los dos sueños, niños de inocencia encarnada, transitaban entre mundos inmolados, donde tronaban tempestades sin fin bajo ellos dos, e iban dividiendo sus deseos en un millar de anhelos de movimiento, mientras, ellos atentos, contemplaban el descarnado muro de la imaginación.
Mientras los sueños avanzaban, entre parajes errantes, se abría cuál mágica garganta espacios de maravillas, sobre todo uno, en el que países lejanos se alzaban orgullosos como arrancados de las profundidades, y donde los corazones se vestían de absolutas estaciones. Ahí habitaban los primeros sueños, comunicándose con canciones de cuna, y discerniendo la techumbre de las estrellas, con la felicidad en sus puños cerrados.
Mas inesperadamente, y ante ellos palpitaba silencioso un nuevo mundo, como todos los mundos que descubrían día a día, durante mil canciones, que se entretejían en sus cabellos de plata. En ese mundo, la noche iluminada por la luna, la bienhadada del firmamento aún seguía su curso secreto, y también una voz surgía al filo de la oscuridad hasta el grano primordial de esa tierra intemporal, que ahora giraba en las palmas de sus manos.
E innumerables e inmortales sus canciones se derramaban, en dirección hacia el comienzo, y jubilosos invocaron el despertar de todas las cosas, de su majestuoso compás, unísono decoro primordial. Y así observaron su imagen, la llama primera de fundía el mundo esculpido. Mas la voz de uno de los sueños, fue ahogándose, a medida que el tiempo se tornaba joven otra vez, enmarcada con el veneno de un mal sueño.
Con ese fenómeno las estrellas gritaron al subir sus voces al unísono como si bajaran de los espacios de la medianoche y del mundo cercado siendo devorado y herido con la luz de la muerte a la inmensa ave teñida de vida misma. Un sueño que surcaría los confines del océano de la creación desde el interior de un corazón tejido de turbulentos delirios.