Seguimos con el rescate de mi hija.
Del engendro 001.
El plan de Axel es tan simple como suicida: entrar reventando… y salir con la bestia.
Sin rodeos. Sin segundas oportunidades.
Avanzamos en un APC blindado, el motor rugiendo como una declaración de guerra. Las vallas de la prisión ceden bajo el peso del vehículo, doblándose como si nunca hubieran servido para contener nada realmente peligroso.
Al llegar a la puerta principal, Axel escala la torreta con una calma que solo tienen quienes ya han aceptado la posibilidad de no salir vivos.
Apunta.
Dispara.
El misil impacta en la torre de defensa y la explosión sacude la estructura entera de la prisión. Alarmas. Gritos. Caos.
Es entonces cuando Veythra decide actuar.
No por amor.
No por compasión.
Toma mi cuerpo porque 001 le pertenece. Porque es la más excepcional de todas las aberraciones engendradas. Porque algo así no puede quedar en manos humanas.
Mi cuerpo es débil, roto, aún pagando partos imposibles… pero Veythra no pide permiso.
Yo dejo de ser yo.
Salto del APC y entro en la prisión bajo una lluvia de balas. Los disparos atraviesan mi carne una y otra vez, pero no me detienen. Poco a poco el sonido de las armas se apaga, ahogado por gritos desesperados. Los guardias caen de rodillas, suplicando por su vida… o por una muerte rápida. El dolor los consume desde dentro, algo invisible, absoluto.
Serynthia entra también.
Su poder es majestuoso y aterrador. Las paredes se derriten a su paso. Las armas se funden en las manos de los soldados, quemándoles la piel hasta el hueso. La sangre de nuestros enemigos hierve en sus venas, matándolos sin que ella siquiera los toque.
Llegamos al lugar donde tienen a 001.
Un laboratorio.
Frío. Clínico. Profano.
La han diseccionado viva. Han estudiado su regeneración, su simbiosis con un parásito, su resistencia a límites que no deberían existir. Los documentos son un tesoro para Faust, que trabaja incluso allí, incluso ahora. Guarda informes, muestras de sangre, piel, pelo. Conecta un USB al ordenador principal y extrae todo lo que puede, sin perder un segundo.
Y entonces…
Veythra se retira.
Se disipa dentro de mi alma.
Yo vuelvo.
Y lo único que puedo hacer es mirar.
La niña cuelga sin vida, suspendida por cadenas. Su cuerpo pequeño está marcado, herido, profanado. Me acerco con pasos temblorosos, la bajo con cuidado y la estrecho contra mí.
La abrazo.
La beso.
Y rompo el juramento que me hice a mí misma de no mostrar afecto a los engendros del Caos.
Porque al final…
era mi hija.
Mis lágrimas caen sobre su rostro, recorren su piel hasta llegar a sus labios. Y cuando una de ellas toca su boca…
Sus ojos se abren de par en par.
Las pupilas, completamente dilatadas, me miran desde un lugar que no debería existir. Se mueve. Se acurruca contra mi pecho como una bestia herida, buscando calor, buscando refugio.
Tiembla.
De sus labios salen palabras.
No debería ser posible.
Los engendros del Caos no tienen alma.
No hablan.
Y sin embargo, ella lo hace.
—Tengo… frío…
La estrecho con más fuerza.
Serynthia Feu Naamah Lilim Agrat Eisheth Zenunim Faust Axel Koroved
Del engendro 001.
El plan de Axel es tan simple como suicida: entrar reventando… y salir con la bestia.
Sin rodeos. Sin segundas oportunidades.
Avanzamos en un APC blindado, el motor rugiendo como una declaración de guerra. Las vallas de la prisión ceden bajo el peso del vehículo, doblándose como si nunca hubieran servido para contener nada realmente peligroso.
Al llegar a la puerta principal, Axel escala la torreta con una calma que solo tienen quienes ya han aceptado la posibilidad de no salir vivos.
Apunta.
Dispara.
El misil impacta en la torre de defensa y la explosión sacude la estructura entera de la prisión. Alarmas. Gritos. Caos.
Es entonces cuando Veythra decide actuar.
No por amor.
No por compasión.
Toma mi cuerpo porque 001 le pertenece. Porque es la más excepcional de todas las aberraciones engendradas. Porque algo así no puede quedar en manos humanas.
Mi cuerpo es débil, roto, aún pagando partos imposibles… pero Veythra no pide permiso.
Yo dejo de ser yo.
Salto del APC y entro en la prisión bajo una lluvia de balas. Los disparos atraviesan mi carne una y otra vez, pero no me detienen. Poco a poco el sonido de las armas se apaga, ahogado por gritos desesperados. Los guardias caen de rodillas, suplicando por su vida… o por una muerte rápida. El dolor los consume desde dentro, algo invisible, absoluto.
Serynthia entra también.
Su poder es majestuoso y aterrador. Las paredes se derriten a su paso. Las armas se funden en las manos de los soldados, quemándoles la piel hasta el hueso. La sangre de nuestros enemigos hierve en sus venas, matándolos sin que ella siquiera los toque.
Llegamos al lugar donde tienen a 001.
Un laboratorio.
Frío. Clínico. Profano.
La han diseccionado viva. Han estudiado su regeneración, su simbiosis con un parásito, su resistencia a límites que no deberían existir. Los documentos son un tesoro para Faust, que trabaja incluso allí, incluso ahora. Guarda informes, muestras de sangre, piel, pelo. Conecta un USB al ordenador principal y extrae todo lo que puede, sin perder un segundo.
Y entonces…
Veythra se retira.
Se disipa dentro de mi alma.
Yo vuelvo.
Y lo único que puedo hacer es mirar.
La niña cuelga sin vida, suspendida por cadenas. Su cuerpo pequeño está marcado, herido, profanado. Me acerco con pasos temblorosos, la bajo con cuidado y la estrecho contra mí.
La abrazo.
La beso.
Y rompo el juramento que me hice a mí misma de no mostrar afecto a los engendros del Caos.
Porque al final…
era mi hija.
Mis lágrimas caen sobre su rostro, recorren su piel hasta llegar a sus labios. Y cuando una de ellas toca su boca…
Sus ojos se abren de par en par.
Las pupilas, completamente dilatadas, me miran desde un lugar que no debería existir. Se mueve. Se acurruca contra mi pecho como una bestia herida, buscando calor, buscando refugio.
Tiembla.
De sus labios salen palabras.
No debería ser posible.
Los engendros del Caos no tienen alma.
No hablan.
Y sin embargo, ella lo hace.
—Tengo… frío…
La estrecho con más fuerza.
Serynthia Feu Naamah Lilim Agrat Eisheth Zenunim Faust Axel Koroved
Seguimos con el rescate de mi hija.
Del engendro 001.
El plan de Axel es tan simple como suicida: entrar reventando… y salir con la bestia.
Sin rodeos. Sin segundas oportunidades.
Avanzamos en un APC blindado, el motor rugiendo como una declaración de guerra. Las vallas de la prisión ceden bajo el peso del vehículo, doblándose como si nunca hubieran servido para contener nada realmente peligroso.
Al llegar a la puerta principal, Axel escala la torreta con una calma que solo tienen quienes ya han aceptado la posibilidad de no salir vivos.
Apunta.
Dispara.
El misil impacta en la torre de defensa y la explosión sacude la estructura entera de la prisión. Alarmas. Gritos. Caos.
Es entonces cuando Veythra decide actuar.
No por amor.
No por compasión.
Toma mi cuerpo porque 001 le pertenece. Porque es la más excepcional de todas las aberraciones engendradas. Porque algo así no puede quedar en manos humanas.
Mi cuerpo es débil, roto, aún pagando partos imposibles… pero Veythra no pide permiso.
Yo dejo de ser yo.
Salto del APC y entro en la prisión bajo una lluvia de balas. Los disparos atraviesan mi carne una y otra vez, pero no me detienen. Poco a poco el sonido de las armas se apaga, ahogado por gritos desesperados. Los guardias caen de rodillas, suplicando por su vida… o por una muerte rápida. El dolor los consume desde dentro, algo invisible, absoluto.
Serynthia entra también.
Su poder es majestuoso y aterrador. Las paredes se derriten a su paso. Las armas se funden en las manos de los soldados, quemándoles la piel hasta el hueso. La sangre de nuestros enemigos hierve en sus venas, matándolos sin que ella siquiera los toque.
Llegamos al lugar donde tienen a 001.
Un laboratorio.
Frío. Clínico. Profano.
La han diseccionado viva. Han estudiado su regeneración, su simbiosis con un parásito, su resistencia a límites que no deberían existir. Los documentos son un tesoro para Faust, que trabaja incluso allí, incluso ahora. Guarda informes, muestras de sangre, piel, pelo. Conecta un USB al ordenador principal y extrae todo lo que puede, sin perder un segundo.
Y entonces…
Veythra se retira.
Se disipa dentro de mi alma.
Yo vuelvo.
Y lo único que puedo hacer es mirar.
La niña cuelga sin vida, suspendida por cadenas. Su cuerpo pequeño está marcado, herido, profanado. Me acerco con pasos temblorosos, la bajo con cuidado y la estrecho contra mí.
La abrazo.
La beso.
Y rompo el juramento que me hice a mí misma de no mostrar afecto a los engendros del Caos.
Porque al final…
era mi hija.
Mis lágrimas caen sobre su rostro, recorren su piel hasta llegar a sus labios. Y cuando una de ellas toca su boca…
Sus ojos se abren de par en par.
Las pupilas, completamente dilatadas, me miran desde un lugar que no debería existir. Se mueve. Se acurruca contra mi pecho como una bestia herida, buscando calor, buscando refugio.
Tiembla.
De sus labios salen palabras.
No debería ser posible.
Los engendros del Caos no tienen alma.
No hablan.
Y sin embargo, ella lo hace.
—Tengo… frío…
La estrecho con más fuerza.
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