Lucien se deja caer sobre el césped húmedo, sin la elegancia que muestra frente a la corte. Sus dedos se hunden en la hierba fría mientras fija la mirada en el cielo, donde las estrellas titilan como si parpadearan a destiempo.
Un suspiro apenas audible se escapa de sus labios.
-…Demasiado quieto hoy.-
Murmura para sí mismo, aunque no espera respuesta. Nunca la hay.
La brisa nocturna le despeina el cabello rubio, él ni intenta acomodarlo. Sus ojos siguen la pequeña danza de luz allá arriba, pero algo en su expresión deja claro que no está realmente mirando las estrellas, sino el espacio entre ellas.
Cierra los ojos un instante.
Cuando los abre, su mirada vuelve a ese cielo vasto que parece no ofrecerle nada.
Ni compañía.
Ni consuelo.
Solo un recordatorio sutil, constante, de lo grande que es el mundo y de lo pequeño que se siente él esta noche.
-…Qué ironía.-
Dice con una media sonrisa sin brillo, apoyando un brazo detrás de la cabeza.
La corte lo teme.
El reino lo respeta.
Las leyendas lo exageran.
Aquí, bajo las estrellas, Lucien no es nada de eso.
Solo un hombre solo, recostado contra la noche.
Lucien se deja caer sobre el césped húmedo, sin la elegancia que muestra frente a la corte. Sus dedos se hunden en la hierba fría mientras fija la mirada en el cielo, donde las estrellas titilan como si parpadearan a destiempo.
Un suspiro apenas audible se escapa de sus labios.
-…Demasiado quieto hoy.-
Murmura para sí mismo, aunque no espera respuesta. Nunca la hay.
La brisa nocturna le despeina el cabello rubio, él ni intenta acomodarlo. Sus ojos siguen la pequeña danza de luz allá arriba, pero algo en su expresión deja claro que no está realmente mirando las estrellas, sino el espacio entre ellas.
Cierra los ojos un instante.
Cuando los abre, su mirada vuelve a ese cielo vasto que parece no ofrecerle nada.
Ni compañía.
Ni consuelo.
Solo un recordatorio sutil, constante, de lo grande que es el mundo y de lo pequeño que se siente él esta noche.
-…Qué ironía.-
Dice con una media sonrisa sin brillo, apoyando un brazo detrás de la cabeza.
La corte lo teme.
El reino lo respeta.
Las leyendas lo exageran.
Aquí, bajo las estrellas, Lucien no es nada de eso.
Solo un hombre solo, recostado contra la noche.
────Estas fechas siempre me traen recuerdos agradables. El invierno inevitablemente, me hace pensar en mi hijo, Eneas. Recuerdo como eran aquellos días: los cielos gélidos y grises, la nieve raras veces visitándonos, pero la vimos en más de una ocasión cubriendo a nuestro hogar.
Él estiraba su manita por la ventana; le encantaba atrapar los copos de nieve en su puño, como si pudiera guardarlos para después. Me llamaba emocionado, para que viera cómo caían todos esos copos lentamente desde las nubes.
De grande siguió conservando ese mismo gesto, esa forma de extender la mano como si esperara recibir esos pequeños regalos caídos del cielo. Y en sus ojos podía ver el mismo brillo inocente que cuando era pequeño. No importa cuánto crezcan... a veces una madre no puede evitar ver, detrás del adulto, a la misma criatura que te tomaba la mano para andar.
Me reía y me quedaba a su lado, ambos pegados a la ventana, contemplando ese espectáculo.
A veces pienso que, si él aún siguiera a mi lado, habría disfrutado del invierno de estos tiempos; las luces, la calidez en cada rincón... y probablemente me habría arrastrado a fuera para atrapar copos una vez más. Habría encontrado un motivo para maravillarse incluso con los detalles más pequeños. Siempre fue un experto en eso.
Quizás por eso, cuando llega esta estación, siento que algo de él aún está conmigo. Sigue aquí, en cada copo que toca la ventana. Y mientras esos copos caigan, sé que él estará ahí.
────Estas fechas siempre me traen recuerdos agradables. El invierno inevitablemente, me hace pensar en mi hijo, Eneas. Recuerdo como eran aquellos días: los cielos gélidos y grises, la nieve raras veces visitándonos, pero la vimos en más de una ocasión cubriendo a nuestro hogar.
Él estiraba su manita por la ventana; le encantaba atrapar los copos de nieve en su puño, como si pudiera guardarlos para después. Me llamaba emocionado, para que viera cómo caían todos esos copos lentamente desde las nubes.
De grande siguió conservando ese mismo gesto, esa forma de extender la mano como si esperara recibir esos pequeños regalos caídos del cielo. Y en sus ojos podía ver el mismo brillo inocente que cuando era pequeño. No importa cuánto crezcan... a veces una madre no puede evitar ver, detrás del adulto, a la misma criatura que te tomaba la mano para andar.
Me reía y me quedaba a su lado, ambos pegados a la ventana, contemplando ese espectáculo.
A veces pienso que, si él aún siguiera a mi lado, habría disfrutado del invierno de estos tiempos; las luces, la calidez en cada rincón... y probablemente me habría arrastrado a fuera para atrapar copos una vez más. Habría encontrado un motivo para maravillarse incluso con los detalles más pequeños. Siempre fue un experto en eso.
Quizás por eso, cuando llega esta estación, siento que algo de él aún está conmigo. Sigue aquí, en cada copo que toca la ventana. Y mientras esos copos caigan, sé que él estará ahí.
S...saludos....colegas... e...ehm... he venido aqui en busca de... de alguien llamado thrall.. e..es asi de grande... fuertote... es.. es mi hermano. de casualidad...
-los gruñidos no eran señal de querer hablar o hacer alguin pacto o haber un atisvo de querer ayudar..-
--segundos mas tarde.--
S-SOCORROOO!!! ESTOS BRUTOS ME QUIEREN HACER CALDITO DE ORCO JOVEN!! NOOOOO NO SOY DELICIOSO! HE..HERMANOO!! ALGUIEEEEEN!!!??
-claramente no tenia alguna arma con que defenderse salvo un palo roto a la mitad de lo que alguna vez era un baston chamanico-
S...saludos....colegas... e...ehm... he venido aqui en busca de... de alguien llamado thrall.. e..es asi de grande... fuertote... es.. es mi hermano. de casualidad...
-los gruñidos no eran señal de querer hablar o hacer alguin pacto o haber un atisvo de querer ayudar..-
--segundos mas tarde.--
S-SOCORROOO!!! ESTOS BRUTOS ME QUIEREN HACER CALDITO DE ORCO JOVEN!! NOOOOO NO SOY DELICIOSO! HE..HERMANOO!! ALGUIEEEEEN!!!??
-claramente no tenia alguna arma con que defenderse salvo un palo roto a la mitad de lo que alguna vez era un baston chamanico-
ִֶָ. ..𓂃 ࣪ ִֶָ🪽་༘࿐ ¿Quien está listo para una pijamada?, después de todo es una gran noche, y hace algo de frío, así que está noche será una pijamada y noche de películas de terror, ¡yo haré las palomitas!
— Dijo emocionada por la pijamada mientras observaba con atención con su pijama y un abrigo pues le hacía frío.
ִֶָ. ..𓂃 ࣪ ִֶָ🪽་༘࿐ ¿Quien está listo para una pijamada?, después de todo es una gran noche, y hace algo de frío, así que está noche será una pijamada y noche de películas de terror, ¡yo haré las palomitas!
— Dijo emocionada por la pijamada mientras observaba con atención con su pijama y un abrigo pues le hacía frío.
Después de la confrontación cósmica con sus compañeras del consejo, un dolor agudo y punzante se extendió por el vientre de Baelz. La punzada era feroz y alarmante. A pesar de ser madre primeriza, sabía que ignorar esa señal por más tiempo sería un error insensato
Apretó los dientes, dominada por la urgencia, abrió un portal que la llevó al único lugar donde a nadie le importaba si era madre de pequeños seres de Caos. El mundo humano. Se pusó un gran gorro que cubria sus orejas puntiagudas y con esfuerzo, enroscó su cola para ocultarla bajo sus pantalones. Paso el portal y el olor a desinfectante la invadío al instante
Se apoyó temblorosa en el mostrador, su rostro pálido y la respiración entrecortada. Rellenó los cientos de papeles con nombres falsos y datos irrelevantes, y paso a la camilla
Un joven doctor entró a revisarla, el cansancio por las largas horas de trabajo era visible. Baelz estaba tensa, expectante, fingiendo calma. El doctor puso gel frío y deslizó sobre su vientre uno de esos aparatos que Baelz jamás habia visto. De repente en la pantalla aparecieron las pequeñas sombras de los fetos en movimiento
Doctor: —¡Wow! Señora... necesito que se quede muy quieta. Esto no es normal. Hay múltiples latidos. Uno, dos, tres y cuatro pequeños. Felicidades
Baelz casi salta de la felicidad, una chispa de orgullo caotico encendiéndose en sus ojos, hasta que la expresión del doctor se endureció
Doctor: —Mmmm... Un momento hay un quinto.. — El médico se detuvo, señalando una pequeña sombra en la esquina de la pantalla —Es significativamente más pequeño que los demás. Su desarrollo es muy lento, casi se ha detenido. Honestamente, con la tensión que este embarazo múltiple está causando en su útero, es muy probable que no sobreviva. Lo más probable es que... no logre llegar a término.
La expresión de Baelz cambio por completo. La incertidumbre, el abrumador miedo a fallar como madre, se instaló en su pecho como una estaca de hielo
Al salir de aquel hospital se sentó en una banca cercana con una expresión serena, casi petrificada. Aunque tenia miedo, eso era obvio, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos y se aferró a la fe. El caos los protegería
Después de la confrontación cósmica con sus compañeras del consejo, un dolor agudo y punzante se extendió por el vientre de Baelz. La punzada era feroz y alarmante. A pesar de ser madre primeriza, sabía que ignorar esa señal por más tiempo sería un error insensato
Apretó los dientes, dominada por la urgencia, abrió un portal que la llevó al único lugar donde a nadie le importaba si era madre de pequeños seres de Caos. El mundo humano. Se pusó un gran gorro que cubria sus orejas puntiagudas y con esfuerzo, enroscó su cola para ocultarla bajo sus pantalones. Paso el portal y el olor a desinfectante la invadío al instante
Se apoyó temblorosa en el mostrador, su rostro pálido y la respiración entrecortada. Rellenó los cientos de papeles con nombres falsos y datos irrelevantes, y paso a la camilla
Un joven doctor entró a revisarla, el cansancio por las largas horas de trabajo era visible. Baelz estaba tensa, expectante, fingiendo calma. El doctor puso gel frío y deslizó sobre su vientre uno de esos aparatos que Baelz jamás habia visto. De repente en la pantalla aparecieron las pequeñas sombras de los fetos en movimiento
Doctor: —¡Wow! Señora... necesito que se quede muy quieta. Esto no es normal. Hay múltiples latidos. Uno, dos, tres y cuatro pequeños. Felicidades
Baelz casi salta de la felicidad, una chispa de orgullo caotico encendiéndose en sus ojos, hasta que la expresión del doctor se endureció
Doctor: —Mmmm... Un momento hay un quinto.. — El médico se detuvo, señalando una pequeña sombra en la esquina de la pantalla —Es significativamente más pequeño que los demás. Su desarrollo es muy lento, casi se ha detenido. Honestamente, con la tensión que este embarazo múltiple está causando en su útero, es muy probable que no sobreviva. Lo más probable es que... no logre llegar a término.
La expresión de Baelz cambio por completo. La incertidumbre, el abrumador miedo a fallar como madre, se instaló en su pecho como una estaca de hielo
Al salir de aquel hospital se sentó en una banca cercana con una expresión serena, casi petrificada. Aunque tenia miedo, eso era obvio, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos y se aferró a la fe. El caos los protegería
+Habia decido poner a 2 personas en contacto, aquella cientifica a quien encontraba interesante, y a la compañera de su aliada. Sabiendo que la joven tenia gran cantidad de dinero tenia la intencion de ser intermediara entre ambas y con suerte lograr que la joven empresaria aceptar financiar los proyectos de la cientifica+
+Ya estando sentada en una mesa se encontraba a la espera a que ambas llegaran a un cafe que habia propuesto como punto de reunion. con un libro abierto, una novela que leia para pasar el tiempo mientras esperaba por la llegada de ambas+
[ri.ri.ka]
[nebula_onyx_lizard_690]
+Habia decido poner a 2 personas en contacto, aquella cientifica a quien encontraba interesante, y a la compañera de su aliada. Sabiendo que la joven tenia gran cantidad de dinero tenia la intencion de ser intermediara entre ambas y con suerte lograr que la joven empresaria aceptar financiar los proyectos de la cientifica+
+Ya estando sentada en una mesa se encontraba a la espera a que ambas llegaran a un cafe que habia propuesto como punto de reunion. con un libro abierto, una novela que leia para pasar el tiempo mientras esperaba por la llegada de ambas+
2
3
turnos
0
maullidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
1
0
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
2
1
comentario
1
compartido
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
1
0
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.