• El aroma del café recién molido llenaba la pequeña cocina de la casa de su abuela. Carmina, de pie frente a la estufa, giraba la espátula con suavidad, removiendo unos huevos que chisporroteaban en la sartén. El silencio de la mañana la envolvía, roto solo por el leve gorgoteo de la cafetera y el crujido del pan en el tostador. No era común que su abuela le pidiera ayuda para preparar el desayuno. Ella, que siempre había sido una figura llena de energía y diligencia, de esas que no se quedaban quietas ni un momento.

    Sin embargo, en los últimos días, la notaba más fatigada, más lenta, y eso le había inquietado. La escena de su abuela pidiéndole ayuda esa misma mañana regresó a su mente: la había encontrado en la mesa de la cocina, con las manos rodeando una taza de té que apenas había bebido, sus ojos cargados de un cansancio que Carmina no había visto antes.

    "¿Podrías encargarte del desayuno hoy, querida? Creo que me vendría bien descansar un poco más," le había dicho, sonriendo con esa ternura tan suya, aunque a Carmina le pareció que su sonrisa había sido algo triste. El recuerdo le hizo suspirar, y mientras volcaba los huevos en un plato y los decoraba con un toque de perejil fresco, un nudo empezó a formarse en su pecho.

    Conforme iba colocando cada parte del desayuno —los huevos, el pan tostado, el café negro—, su mente divagaba, recorriendo aquellos días en los que su abuelo Pietro aún estaba con ellas. Habían pasado ya unos años desde que él partió, pero el dolor todavía la acompañaba, como una sombra silenciosa. Recordaba cómo había sido verlo debilitarse, cómo su risa franca se volvió un susurro, hasta que, un día, solo quedó el eco de su voz en la casa.

    Carmina se mordió el labio, tratando de alejar esos pensamientos oscuros. Pero el miedo era inevitable. Su abuela, a quien tanto amaba, era ahora la figura más fuerte que le quedaba, el lazo que la mantenía unida a esos recuerdos de amor y calidez que tanto atesoraba. Verla vulnerable la hacía consciente de lo frágil y efímero de la vida, y ese pensamiento le helaba el corazón. ¿Y si un día también la perdía a ella?

    "Es solo un poco de cansancio," se decía para tranquilizarse, mientras apretaba el borde de la encimera, buscando en la madera fría un ancla que la sostuviera. Pero no podía evitar preguntarse: ¿cuánto tiempo le quedaba con su abuela? ¿Cuántos desayunos más prepararía para ella, o cuántas tardes más compartirían en el jardín, charlando sobre cualquier cosa mientras el sol caía?

    Sacudió la cabeza y respiró hondo. Al terminar de preparar la bandeja con el desayuno, la sostuvo con ambas manos, observando por un instante el esmero en cada detalle. Sabía que cada minuto contaba, y que, aunque el temor seguía presente, quería asegurarse de hacer feliz a su abuela cada día que le fuera posible. Con ese pensamiento, llevó la bandeja a la mesa donde su abuela la esperaba, y en el instante en que ella sonrió al verla, Carmina sintió una chispa de alivio.

    A lo mejor no podía detener el paso del tiempo ni proteger a su abuela de su propio cuerpo, pero podía estar ahí para ella, acompañándola.
    El aroma del café recién molido llenaba la pequeña cocina de la casa de su abuela. Carmina, de pie frente a la estufa, giraba la espátula con suavidad, removiendo unos huevos que chisporroteaban en la sartén. El silencio de la mañana la envolvía, roto solo por el leve gorgoteo de la cafetera y el crujido del pan en el tostador. No era común que su abuela le pidiera ayuda para preparar el desayuno. Ella, que siempre había sido una figura llena de energía y diligencia, de esas que no se quedaban quietas ni un momento. Sin embargo, en los últimos días, la notaba más fatigada, más lenta, y eso le había inquietado. La escena de su abuela pidiéndole ayuda esa misma mañana regresó a su mente: la había encontrado en la mesa de la cocina, con las manos rodeando una taza de té que apenas había bebido, sus ojos cargados de un cansancio que Carmina no había visto antes. "¿Podrías encargarte del desayuno hoy, querida? Creo que me vendría bien descansar un poco más," le había dicho, sonriendo con esa ternura tan suya, aunque a Carmina le pareció que su sonrisa había sido algo triste. El recuerdo le hizo suspirar, y mientras volcaba los huevos en un plato y los decoraba con un toque de perejil fresco, un nudo empezó a formarse en su pecho. Conforme iba colocando cada parte del desayuno —los huevos, el pan tostado, el café negro—, su mente divagaba, recorriendo aquellos días en los que su abuelo Pietro aún estaba con ellas. Habían pasado ya unos años desde que él partió, pero el dolor todavía la acompañaba, como una sombra silenciosa. Recordaba cómo había sido verlo debilitarse, cómo su risa franca se volvió un susurro, hasta que, un día, solo quedó el eco de su voz en la casa. Carmina se mordió el labio, tratando de alejar esos pensamientos oscuros. Pero el miedo era inevitable. Su abuela, a quien tanto amaba, era ahora la figura más fuerte que le quedaba, el lazo que la mantenía unida a esos recuerdos de amor y calidez que tanto atesoraba. Verla vulnerable la hacía consciente de lo frágil y efímero de la vida, y ese pensamiento le helaba el corazón. ¿Y si un día también la perdía a ella? "Es solo un poco de cansancio," se decía para tranquilizarse, mientras apretaba el borde de la encimera, buscando en la madera fría un ancla que la sostuviera. Pero no podía evitar preguntarse: ¿cuánto tiempo le quedaba con su abuela? ¿Cuántos desayunos más prepararía para ella, o cuántas tardes más compartirían en el jardín, charlando sobre cualquier cosa mientras el sol caía? Sacudió la cabeza y respiró hondo. Al terminar de preparar la bandeja con el desayuno, la sostuvo con ambas manos, observando por un instante el esmero en cada detalle. Sabía que cada minuto contaba, y que, aunque el temor seguía presente, quería asegurarse de hacer feliz a su abuela cada día que le fuera posible. Con ese pensamiento, llevó la bandeja a la mesa donde su abuela la esperaba, y en el instante en que ella sonrió al verla, Carmina sintió una chispa de alivio. A lo mejor no podía detener el paso del tiempo ni proteger a su abuela de su propio cuerpo, pero podía estar ahí para ella, acompañándola.
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  • -en una aldea abandonada , el pícaro caminaría por sus alrededores en busca de algo que saquear , se notaba el paso de los años en esta pero hoy estaba de buen animo-

    Probablemente no haya nada de utilidad por estos lares...

    -diría para si mismo , llegaría al centro del poblado y en una pequeña plaza encontraría un cadaver en descomposición colgado , tal vez en un intento de intimidación por parte de unos bandidos o quizás humillación por ser algún tipo de ladrón o incluso porque este estaba enfermo en un intento de mitigar la plaga , es algo que nunca sabría pero aun así eso lo amargo , se acercaría lentamente a examinarlo pero en un acto de piedad , cortaría la soga que mantenía suspendido al cadaver y lo miraría fríamente y con un resentimiento enorme este patearía el cadaver y diría bastante molesto-

    Maldito suertudo , tu pudiendo descansar en paz , en los fríos brazos de la muerte y en cambio , obligado a seguir viviendo sin quererlo por una maldición que no elegí tener , en este caótico mundo sin piedad , realmente te envidio...

    -suspiraría profundamente para ir en busca de una pala en alguna de las casa , encontraría una en un estado deplorable pero que importaba , lo importante es que cumpliera su utilidad y bajo el árbol empezaría excavar una tumba , la cual al terminar , arrojaría el cuerpo con rencor para lentamente taparlo y cuando finalizo , haría un pequeña cruz que enterraría en la tumba , para sencillamente irse lentamente de ese maldito pueblo-

    -en una aldea abandonada , el pícaro caminaría por sus alrededores en busca de algo que saquear , se notaba el paso de los años en esta pero hoy estaba de buen animo- Probablemente no haya nada de utilidad por estos lares... -diría para si mismo , llegaría al centro del poblado y en una pequeña plaza encontraría un cadaver en descomposición colgado , tal vez en un intento de intimidación por parte de unos bandidos o quizás humillación por ser algún tipo de ladrón o incluso porque este estaba enfermo en un intento de mitigar la plaga , es algo que nunca sabría pero aun así eso lo amargo , se acercaría lentamente a examinarlo pero en un acto de piedad , cortaría la soga que mantenía suspendido al cadaver y lo miraría fríamente y con un resentimiento enorme este patearía el cadaver y diría bastante molesto- Maldito suertudo , tu pudiendo descansar en paz , en los fríos brazos de la muerte y en cambio , obligado a seguir viviendo sin quererlo por una maldición que no elegí tener , en este caótico mundo sin piedad , realmente te envidio... -suspiraría profundamente para ir en busca de una pala en alguna de las casa , encontraría una en un estado deplorable pero que importaba , lo importante es que cumpliera su utilidad y bajo el árbol empezaría excavar una tumba , la cual al terminar , arrojaría el cuerpo con rencor para lentamente taparlo y cuando finalizo , haría un pequeña cruz que enterraría en la tumba , para sencillamente irse lentamente de ese maldito pueblo-
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    —No llevaba mucho en aquella dimensión. Tampoco había sido capaz de recordar nada. Sus lagunas mentales seguían ahí ¿Como llegó?¿Por que lo hizo herido?¿Si no fue Lilith la madre de sus hijos, quién? Por que estaba claro qué se ella si recordaba todo, incluso como la dejó y eso fue antes de ser padre, mucho antes. Lo qué significaba qué hubo “alguien” después. Alguien a quien no recordaba.

    Pero… cada vez qué trataba de rememorar le atacaba una horrible jaqueca y esa vez, no fue la excepción.

    Al ver qué sufría, una de las brujas del aquelarre al qué había asistido para distraerse le entregó un brebaje y le pidió qué se uniera de nuevo a la celebración. Adán lo tomó con total confianza, sabedor de lo mucho qué aquellas mujeres le amaban y respetaban.
    Pues él fue quien le mostró el arte de la brujería a las mujeres qué deseaban ser libres. Volvió a la fiesta, y antes de unirse las observó danzar con fuego las escuchaba cantar y las veía dejarse fluir por el momento, siendo completamente libres, siendo ellas mismas y pensó qué no había nada más bello qué romper las cadenas de la opresión y atreverte a ser tu mismo. Sus pensamientos fueron ahora llevados al cielo, a su pasado y en como hacía milenios qué no pisaba su propia dimensión y mucho más qué no hablaba con su padre. EL PADRE en mayúsculas, pues al ser el primer humano, fue obra directa de Dios.

    Y entonces lo sintió. Como una corriente eléctrica lo recorrió en un gélido escalofrío, y de repente como era abrumado por un fuego interior qué lo invadía, casi queriéndole quemas las entrañas. Las plumas de sus alas se erizaron por completo y su dorado se tornó más puro e intenso. Señal de qué su cuerpo estaba trabajando duro, produciendo y distribuyendo mucho más poder celestial del qué había generado jamás, por lo qué si necesidad de irradiarlo se tornó más intensa. Tanto qué al mirar una de sus alas ya no solo era el color y el brillo, si no qué las exhalaciones de magia, ahora creaban alrededor de sus plumas un efecto visual semejante a una tormenta solar a pequeña escala.

    Miró al cielo.

    —Padre…—susurró, y sin decir nada tomó impulso, volando hacia arriba tan rápido qué dejó tras de si una estela dorada. Llegando al cielo y a hurtadillas se coló solo para ver que si bien las almas humanas seguían haciendo su vida como si nada, los arcángeles y Dios había desaparecido. Llevándose una mano a la cabeza lo entendió y se nuevo, huyó del cielo. Solo qué esta vez para detenerse a contemplar el mundo de los vivos.

    —Estoy en casa…—susurró con un nudo en la garganta. A fin de cuentas, una parte del poder del creador fue también a él, ya qué si bien Lucifer fue su primera obra, Adán fue el más amado por Dios. Y si había recibido la ‘herencia”, solo podía significar qué ese era el Adán de esa dimensión—.Nadie puede saberlo. —decidió apretando los puños y trató de ocultar su energía a un nivel más normal. A fin de cuentas… si alguien descubría qué era el “Adán” original tratarían de volverlo a apresar—
    —No llevaba mucho en aquella dimensión. Tampoco había sido capaz de recordar nada. Sus lagunas mentales seguían ahí ¿Como llegó?¿Por que lo hizo herido?¿Si no fue Lilith la madre de sus hijos, quién? Por que estaba claro qué se ella si recordaba todo, incluso como la dejó y eso fue antes de ser padre, mucho antes. Lo qué significaba qué hubo “alguien” después. Alguien a quien no recordaba. Pero… cada vez qué trataba de rememorar le atacaba una horrible jaqueca y esa vez, no fue la excepción. Al ver qué sufría, una de las brujas del aquelarre al qué había asistido para distraerse le entregó un brebaje y le pidió qué se uniera de nuevo a la celebración. Adán lo tomó con total confianza, sabedor de lo mucho qué aquellas mujeres le amaban y respetaban. Pues él fue quien le mostró el arte de la brujería a las mujeres qué deseaban ser libres. Volvió a la fiesta, y antes de unirse las observó danzar con fuego las escuchaba cantar y las veía dejarse fluir por el momento, siendo completamente libres, siendo ellas mismas y pensó qué no había nada más bello qué romper las cadenas de la opresión y atreverte a ser tu mismo. Sus pensamientos fueron ahora llevados al cielo, a su pasado y en como hacía milenios qué no pisaba su propia dimensión y mucho más qué no hablaba con su padre. EL PADRE en mayúsculas, pues al ser el primer humano, fue obra directa de Dios. Y entonces lo sintió. Como una corriente eléctrica lo recorrió en un gélido escalofrío, y de repente como era abrumado por un fuego interior qué lo invadía, casi queriéndole quemas las entrañas. Las plumas de sus alas se erizaron por completo y su dorado se tornó más puro e intenso. Señal de qué su cuerpo estaba trabajando duro, produciendo y distribuyendo mucho más poder celestial del qué había generado jamás, por lo qué si necesidad de irradiarlo se tornó más intensa. Tanto qué al mirar una de sus alas ya no solo era el color y el brillo, si no qué las exhalaciones de magia, ahora creaban alrededor de sus plumas un efecto visual semejante a una tormenta solar a pequeña escala. Miró al cielo. —Padre…—susurró, y sin decir nada tomó impulso, volando hacia arriba tan rápido qué dejó tras de si una estela dorada. Llegando al cielo y a hurtadillas se coló solo para ver que si bien las almas humanas seguían haciendo su vida como si nada, los arcángeles y Dios había desaparecido. Llevándose una mano a la cabeza lo entendió y se nuevo, huyó del cielo. Solo qué esta vez para detenerse a contemplar el mundo de los vivos. —Estoy en casa…—susurró con un nudo en la garganta. A fin de cuentas, una parte del poder del creador fue también a él, ya qué si bien Lucifer fue su primera obra, Adán fue el más amado por Dios. Y si había recibido la ‘herencia”, solo podía significar qué ese era el Adán de esa dimensión—.Nadie puede saberlo. —decidió apretando los puños y trató de ocultar su energía a un nivel más normal. A fin de cuentas… si alguien descubría qué era el “Adán” original tratarían de volverlo a apresar—
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  • Orihime se encontraba en su habitación, observando la suave luz de la luna que se colaba por la ventana. Esa misma luz, fría y distante, parecía iluminar las dudas que se acumulaban en su pecho, las emociones que había intentado reprimir tantas veces pero que siempre regresaban, fuertes y desbordantes.

    Desde la noche en que se había despedido de Ichigo en silencio, las palabras que le había dicho, aún dormido, seguían resonando en su mente. "Te amo", había susurrado, apenas atreviéndose a pronunciarlo, como si al decirlo en voz alta hubiera invocado un hechizo secreto. Recordaba el ligero roce de sus labios en su mejilla, la mezcla de alegría y tristeza que había sentido. Sabía que no podía esperar nada a cambio, pero no podía evitar soñar, aunque fuera solo en su imaginación.

    Mientras contemplaba el cielo, se preguntó si algún día tendría el valor de decírselo frente a frente, mirándolo a los ojos. Pensó en todas las veces que Ichigo había estado allí para ella, protegiéndola sin dudar. ¿Lo notaba él, acaso? ¿Podía sentir cuánto significaba para ella cada gesto, cada palabra, incluso cuando parecía distante? Orihime sonrió con melancolía. Tal vez Ichigo nunca se enteraría de cuánto lo amaba, pero eso estaba bien. Su felicidad siempre había sido suficiente para ella.

    Apoyó la mano en el vidrio de la ventana y cerró los ojos, imaginando por un momento que Ichigo estaba a su lado, que le sonreía con esa mirada segura que la hacía sentir tan protegida. "Si tan solo supieras…" pensó, mientras el eco de sus sentimientos flotaba en la habitación, en silencio, como un secreto eterno guardado bajo la luz de la luna.
    Orihime se encontraba en su habitación, observando la suave luz de la luna que se colaba por la ventana. Esa misma luz, fría y distante, parecía iluminar las dudas que se acumulaban en su pecho, las emociones que había intentado reprimir tantas veces pero que siempre regresaban, fuertes y desbordantes. Desde la noche en que se había despedido de Ichigo en silencio, las palabras que le había dicho, aún dormido, seguían resonando en su mente. "Te amo", había susurrado, apenas atreviéndose a pronunciarlo, como si al decirlo en voz alta hubiera invocado un hechizo secreto. Recordaba el ligero roce de sus labios en su mejilla, la mezcla de alegría y tristeza que había sentido. Sabía que no podía esperar nada a cambio, pero no podía evitar soñar, aunque fuera solo en su imaginación. Mientras contemplaba el cielo, se preguntó si algún día tendría el valor de decírselo frente a frente, mirándolo a los ojos. Pensó en todas las veces que Ichigo había estado allí para ella, protegiéndola sin dudar. ¿Lo notaba él, acaso? ¿Podía sentir cuánto significaba para ella cada gesto, cada palabra, incluso cuando parecía distante? Orihime sonrió con melancolía. Tal vez Ichigo nunca se enteraría de cuánto lo amaba, pero eso estaba bien. Su felicidad siempre había sido suficiente para ella. Apoyó la mano en el vidrio de la ventana y cerró los ojos, imaginando por un momento que Ichigo estaba a su lado, que le sonreía con esa mirada segura que la hacía sentir tan protegida. "Si tan solo supieras…" pensó, mientras el eco de sus sentimientos flotaba en la habitación, en silencio, como un secreto eterno guardado bajo la luz de la luna.
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  • Las lluvias en otoño suelen ser raras, pero tiene algo de encanto sentir el correr de las gotas frías de agua recorrer mi nuca

    Me hace recordar épocas más simples, tiempos de abtaño cuando vivía en mi ciudad natal donde llovía la mayor parte del año.

    Pese a que ya han pasado varios siglos desde aquél entonces, aun recuerdo como si fuera ayer el recorrer las frías calles del pueblo en medio de una llovizba, aferrandosé a cualquier techo u árbol para no mojarse por completo, unicamente iluminado por las lámparas de queroseno que luchaban contra la lluvia por mantenerse activas.

    Pero claro, no es el agua lo que me mantiene nostálgico, si no el calor de la chimena que reconfortaba hasta los huesos, cada vez que llegabas de visitia a la casa de algún amigo o familiar, inclusive en la de un extraño jamás se te rechazaba ese hogareño calor.

    Son tiempos que jamás volverán.
    Las lluvias en otoño suelen ser raras, pero tiene algo de encanto sentir el correr de las gotas frías de agua recorrer mi nuca Me hace recordar épocas más simples, tiempos de abtaño cuando vivía en mi ciudad natal donde llovía la mayor parte del año. Pese a que ya han pasado varios siglos desde aquél entonces, aun recuerdo como si fuera ayer el recorrer las frías calles del pueblo en medio de una llovizba, aferrandosé a cualquier techo u árbol para no mojarse por completo, unicamente iluminado por las lámparas de queroseno que luchaban contra la lluvia por mantenerse activas. Pero claro, no es el agua lo que me mantiene nostálgico, si no el calor de la chimena que reconfortaba hasta los huesos, cada vez que llegabas de visitia a la casa de algún amigo o familiar, inclusive en la de un extraño jamás se te rechazaba ese hogareño calor. Son tiempos que jamás volverán.
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  • ꧁•⊹٭Village AU٭⊹•꧂


    ˚    .



    •    . ° ·

    -Era una ventosa y fría tarde de invierno, el sol a penas visible entre las nubes se acercaba al Horizonte sobre la colina un tanto apartada del pueblo más cercano; en ella una cabaña de aspecto austero resaltaba entre la capa de nieve que caía sobre la ladera. De la estructura una fina columna de humo emergía de la chimenea en el centro de su techo-

    —...

    -La joven no esperaba visitas, por lo que se encontraba comoda vistiendo una bata de baño en armonia con su cabello negro recogido en un nudo tras su cabeza,, disfrutando de la intimidad de su hogar mienttas estaba comcentrafa en algun trabajo de costura , de rodillas frente a una fogata interior que alimentaba la chimenea. Sus dedos se deslizaban con soltura por la tela en conjunto con el hilo mientras tarareaba alguna melodia..., la. casa crujía ocasionalmente debido a la tormenta, Pero esto parecía no molestarle en lo más mínimo-
    ꧁•⊹٭Village AU٭⊹•꧂ ˚    . •    . ° · -Era una ventosa y fría tarde de invierno, el sol a penas visible entre las nubes se acercaba al Horizonte sobre la colina un tanto apartada del pueblo más cercano; en ella una cabaña de aspecto austero resaltaba entre la capa de nieve que caía sobre la ladera. De la estructura una fina columna de humo emergía de la chimenea en el centro de su techo- —... -La joven no esperaba visitas, por lo que se encontraba comoda vistiendo una bata de baño en armonia con su cabello negro recogido en un nudo tras su cabeza,, disfrutando de la intimidad de su hogar mienttas estaba comcentrafa en algun trabajo de costura , de rodillas frente a una fogata interior que alimentaba la chimenea. Sus dedos se deslizaban con soltura por la tela en conjunto con el hilo mientras tarareaba alguna melodia..., la. casa crujía ocasionalmente debido a la tormenta, Pero esto parecía no molestarle en lo más mínimo-
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  • El jardín seguía envuelto en ese silencio pesado, bajo la luz fría de la luna llena. Daniel permaneció de rodillas, la mirada fija en el cielo, pero con el corazón lleno de desesperación. El aire nocturno ya no traía consuelo, solo amplificaba su soledad. El peso de las expectativas, de la magia que no lograba dominar, lo aplastaba como un yugo imposible de cargar.

    Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas.

    La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible.

    Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo.

    —Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos—

    murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo.

    El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas.

    Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida.

    — Ayudame por favor—

    Dijo viendo a la luna una ultima vez
    El jardín seguía envuelto en ese silencio pesado, bajo la luz fría de la luna llena. Daniel permaneció de rodillas, la mirada fija en el cielo, pero con el corazón lleno de desesperación. El aire nocturno ya no traía consuelo, solo amplificaba su soledad. El peso de las expectativas, de la magia que no lograba dominar, lo aplastaba como un yugo imposible de cargar. Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas. La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible. Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo. —Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos— murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo. El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas. Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida. — Ayudame por favor— Dijo viendo a la luna una ultima vez
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  • El jardín, bañado por la luz fría y distante de la luna llena, parecía indiferente al sufrimiento que cargaba Daniel en su interior. Con el cuerpo exhausto y el alma aún más, caminó tambaleándose, su pecho subiendo y bajando con respiraciones desiguales. Miró al cielo, buscando respuestas en esa luna que siempre había sido su guía, su madre en espíritu. Pero esta vez no había consuelo, solo frustración.

    —¡¿Por qué, madre?!—

    gritó, su voz desgarrada por la impotencia.

    —¡¿Por qué pones tantos problemas en mi vida?! ¡Todo esto… el juicio, la coronación, el entrenamiento! ¿Es una prueba? ¿Es esto lo que quieres de mí?—

    Se pasó una mano por el cabello húmedo de sudor, sus pensamientos enredándose en la maraña de expectativas que siempre lo abrumaban. La magia no respondía, no importaba cuánto lo intentara, y las expectativas de su familia, de la Luna, de todos, pesaban como cadenas que lo arrastraban hacia abajo.

    —Yo solo quiero ser feliz con Adriana—

    continuó, con la voz temblorosa, pero cargada de desesperación.

    —¡Quiero casarme con ella, que algún día sea la madre de mis hijos! ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? ¿Por qué siempre es tan complicado?—

    Se detuvo, apretando los puños mientras la impotencia lo consumía.

    —¡Todos esperan que sea perfecto! ¡El hijo ideal de los Selene, el heredero perfecto! Pero no puedo... no puedo ser lo que ellos quieren. Siempre acabo decepcionando a todos. No importa cuánto lo intente, no soy suficiente.—

    Las lágrimas empezaron a arder en sus ojos, pero Daniel las contuvo, su rabia y frustración ardiendo más intensamente que su dolor.

    —¡¿Por qué me pides tanto si sabes que no puedo con todo esto?! ¡No puedo controlarlo todo! ¡Ni siquiera puedo controlar mi propia magia!—

    Se quedó en silencio por un momento, el aire frío de la noche llenando sus pulmones mientras caía de rodillas en la hierba. Su mirada seguía fija en la luna, pero ya no era un grito lo que salía de su boca, sino un susurro derrotado.

    —Solo quiero ser suficiente... solo quiero ser feliz.—

    El eco de sus palabras se desvaneció, y Daniel sintió el vacío apoderarse de él. La luna, distante y silente, no le ofrecía respuestas. Y en ese momento, más que nunca, se sintió perdido.
    El jardín, bañado por la luz fría y distante de la luna llena, parecía indiferente al sufrimiento que cargaba Daniel en su interior. Con el cuerpo exhausto y el alma aún más, caminó tambaleándose, su pecho subiendo y bajando con respiraciones desiguales. Miró al cielo, buscando respuestas en esa luna que siempre había sido su guía, su madre en espíritu. Pero esta vez no había consuelo, solo frustración. —¡¿Por qué, madre?!— gritó, su voz desgarrada por la impotencia. —¡¿Por qué pones tantos problemas en mi vida?! ¡Todo esto… el juicio, la coronación, el entrenamiento! ¿Es una prueba? ¿Es esto lo que quieres de mí?— Se pasó una mano por el cabello húmedo de sudor, sus pensamientos enredándose en la maraña de expectativas que siempre lo abrumaban. La magia no respondía, no importaba cuánto lo intentara, y las expectativas de su familia, de la Luna, de todos, pesaban como cadenas que lo arrastraban hacia abajo. —Yo solo quiero ser feliz con Adriana— continuó, con la voz temblorosa, pero cargada de desesperación. —¡Quiero casarme con ella, que algún día sea la madre de mis hijos! ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? ¿Por qué siempre es tan complicado?— Se detuvo, apretando los puños mientras la impotencia lo consumía. —¡Todos esperan que sea perfecto! ¡El hijo ideal de los Selene, el heredero perfecto! Pero no puedo... no puedo ser lo que ellos quieren. Siempre acabo decepcionando a todos. No importa cuánto lo intente, no soy suficiente.— Las lágrimas empezaron a arder en sus ojos, pero Daniel las contuvo, su rabia y frustración ardiendo más intensamente que su dolor. —¡¿Por qué me pides tanto si sabes que no puedo con todo esto?! ¡No puedo controlarlo todo! ¡Ni siquiera puedo controlar mi propia magia!— Se quedó en silencio por un momento, el aire frío de la noche llenando sus pulmones mientras caía de rodillas en la hierba. Su mirada seguía fija en la luna, pero ya no era un grito lo que salía de su boca, sino un susurro derrotado. —Solo quiero ser suficiente... solo quiero ser feliz.— El eco de sus palabras se desvaneció, y Daniel sintió el vacío apoderarse de él. La luna, distante y silente, no le ofrecía respuestas. Y en ese momento, más que nunca, se sintió perdido.
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  • ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏

    𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴...

    La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel.

    El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía.

    Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable.

    "Esto no está bien..."

    – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada.

    Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había.

    Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss.

    Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible.

    Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida.

    – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel.

    – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase.

    Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar.

    Ya no podía escapar.

    Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo.

    – Si no sirves como puta, no sirves para nada.

    El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama.

    En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia.

    ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel?

    El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral.

    Y entonces ocurrió.

    Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta.

    Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos.

    Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros.

    Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo.

    Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
    ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏 𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴... La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel. El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía. Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable. "Esto no está bien..." – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada. Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había. Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss. Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible. Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida. – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel. – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase. Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar. Ya no podía escapar. Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo. – Si no sirves como puta, no sirves para nada. El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama. En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia. ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel? El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral. Y entonces ocurrió. Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta. Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos. Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros. Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo. Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    //Por otro lado, aprovecho el bug de que es humano y no le afecta o Voxy acabaría inducido con el celo sumiso y al igual que un tiburón hembra se portatia de forma fría y distante (?)
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