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    Caracoles!!! Al finnpude regresar nwn
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  • V. ¿Fuera del tablero?
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino.

    A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo.

    —¿Llegaremos pronto?

    Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro.

    A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino.

    Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg.

    ¿Qué debía hacer Jean con él?

    Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin.

    El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo.

    Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción.

    Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto.

    Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía.

    Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.

    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino. A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo. —¿Llegaremos pronto? Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro. A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino. Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg. ¿Qué debía hacer Jean con él? Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin. El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo. Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción. Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto. Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía. Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.
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  • Londres del XIX
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
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    El ruido de los cascos de los caballos contra el empedrado lo despertó de su siesta.

    Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso.

    Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique.

    "Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado.

    De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino.

    Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre.

    Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera.

    Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva.

    Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía.

    —Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción.
    —¿Ingresarán a la tienda?
    El ruido de los cascos de los caballos contra el empedrado lo despertó de su siesta. Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso. Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique. "Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado. De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino. Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre. Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera. Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva. Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía. —Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción. —¿Ingresarán a la tienda?
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  • I. Mascarade
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    El espejo reflejaba a un joven adolescente ataviado con una levita azul marino de intrincados detalles dorados. Sus pantalones eran de un simple blanco que contrastaba elegantemente, a juego con sus zapatos oscuros. Pero, aunque pareciera que estaba listo para partir, faltaba un elemento importante, de hecho, el que le daba todo el sentido a sus ropajes: una máscara, bordeada de dorado y de un azul tan hermoso como sus ojos. Esta estaba sobre la cama. Junior caminó con calma hacia ella y la tomó de una manera reverente.
    —Tú serás la encargada de llevarme al exterior —musitó, hablándole a la máscara como si se tratara de una persona. Junior disfrutaba de la teatralidad, tal vez porque no tenía amigos con los cuales hablar.
    Digamos que, "por casualidad", Junior se enteró de que se haría una mascarada en la mansión de un príncipe, y sus padres habían sido invitados. Por supuesto, Junior no podía ir; era demasiado joven para participar de ese tipo de festividades, quién sabe por qué. Además, sus padres procuraban mantenerlo alejado de la sociedad para ocultar su naturaleza: un hijo ilegítimo no podía salir a la luz.
    Sin embargo, Junior había heredado la astucia e intrepidez de sus padres, y una simple orden no lo detendría de ir a donde quería. De hecho, esta sería la primera vez que escaparía de casa y, más que sentir culpa, sentía cierta emoción al respecto.
    De alguna forma, había convencido al jardinero, Finnian, para que lo llevara hasta la mansión de aquel príncipe. Como todos estarían utilizando máscaras, sus padres no podrían reconocerlo.
    Junior tomó la máscara que estaba sobre la cama y se la puso con reverencia. Luego, se encaminó hacia la salida, donde el jardinero lo llevaría, y donde, finalmente, podría saborear lo que era la sociedad británica en su esplendor.
    El espejo reflejaba a un joven adolescente ataviado con una levita azul marino de intrincados detalles dorados. Sus pantalones eran de un simple blanco que contrastaba elegantemente, a juego con sus zapatos oscuros. Pero, aunque pareciera que estaba listo para partir, faltaba un elemento importante, de hecho, el que le daba todo el sentido a sus ropajes: una máscara, bordeada de dorado y de un azul tan hermoso como sus ojos. Esta estaba sobre la cama. Junior caminó con calma hacia ella y la tomó de una manera reverente. —Tú serás la encargada de llevarme al exterior —musitó, hablándole a la máscara como si se tratara de una persona. Junior disfrutaba de la teatralidad, tal vez porque no tenía amigos con los cuales hablar. Digamos que, "por casualidad", Junior se enteró de que se haría una mascarada en la mansión de un príncipe, y sus padres habían sido invitados. Por supuesto, Junior no podía ir; era demasiado joven para participar de ese tipo de festividades, quién sabe por qué. Además, sus padres procuraban mantenerlo alejado de la sociedad para ocultar su naturaleza: un hijo ilegítimo no podía salir a la luz. Sin embargo, Junior había heredado la astucia e intrepidez de sus padres, y una simple orden no lo detendría de ir a donde quería. De hecho, esta sería la primera vez que escaparía de casa y, más que sentir culpa, sentía cierta emoción al respecto. De alguna forma, había convencido al jardinero, Finnian, para que lo llevara hasta la mansión de aquel príncipe. Como todos estarían utilizando máscaras, sus padres no podrían reconocerlo. Junior tomó la máscara que estaba sobre la cama y se la puso con reverencia. Luego, se encaminó hacia la salida, donde el jardinero lo llevaría, y donde, finalmente, podría saborear lo que era la sociedad británica en su esplendor.
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