Londres del XIX
El ruido de los cascos de los caballos contra el empedrado lo despertó de su siesta.
Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso.
Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique.
"Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado.
De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino.
Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre.
Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera.
Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva.
Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía.
—Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción.
—¿Ingresarán a la tienda?
Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso.
Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique.
"Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado.
De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino.
Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre.
Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera.
Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva.
Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía.
—Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción.
—¿Ingresarán a la tienda?
El ruido de los cascos de los caballos contra el empedrado lo despertó de su siesta.
Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso.
Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique.
"Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado.
De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino.
Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre.
Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera.
Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva.
Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía.
—Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción.
—¿Ingresarán a la tienda?
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible