• Operación Boreal
    Fandom Marbella Vice
    Categoría Original
    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa.

    Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras.

    Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira.

    El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro.

    Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era.

    Lo sabía bien.

    Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma.

    Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba.

    Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí.

    Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad.

    Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo.

    El se giró, alerta.

    Pero no vio a nadie.

    Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto.

    No era casualidad. Era estrategia.

    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa. Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras. Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira. El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro. Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era. Lo sabía bien. Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma. Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba. Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí. Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad. Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo. El se giró, alerta. Pero no vio a nadie. Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto. No era casualidad. Era estrategia.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    5
    7 turnos 0 maullidos
  • 26:00 - Depravity
    Fandom OC
    Categoría Romance
    “Había una vez una pequeña muñeca hecha de metal. La muñequita tenía muchos amiguitos, los quería mucho y ellos la querían a ella. Le gustaba mucho pasar tiempo con ellos, con los niños, tan lindos y tan inocentes. La muñeca se sentía feliz cuando la acompañaban.

    A la muñeca no le gustaban los adultos. Ellos decían una cosa y hacían otra. Decían que algo era malo e inmoral cuando otros los escuchaban, pero cuando estaban en el cuarto rojo, hacían todas esas cosas, y otras peores.

    A la muñeca no le gustaba el cuarto rojo. No le gustaba lo que los adultos hacían con ella en el cuarto rojo”.

    . . .

    Los participantes abren sus ojos, en otro sitio extraño se encuentran. Sedante de nuevo, quizás asumen. Y asumen bien.

    En estas habitaciones, sólo existen matices de 𝓡𝓞𝓙𝓞. Los colores del mundo se deslavan, sus tonos se pierden entre carmesíes y escarlatas.

    Algunas de las participantes femeninas se encuentran a sí mismas con ropas reveladoras y escandalosas. Tacones de alfiler, medias de nylon, un corsé sin tirantes. Muñequeras que no cumplen ningún propósito práctico adornan sus brazos, orejas de conejito su cabeza.

    No es que el destino de ciertos participantes masculinos sea mejor. En contraste, estos atuendos parecían dispuestos a cubrir lo que los femeninos dejaban a la vista, y nada más.

    Todos los que no han sido provistos de esta indumentaria, se encuentran a sí mismos en trajes de mucamas y mayordomos, de mucho mayor recato que el de sus compañeros.

    El aroma a rosas inunda el aire, se mezcla con el de la depravación, con el del caos, con el de la muerte…

    . . .

    ¡¡¡ QUERIDOS Y SEXYS PARTICIPANTES !!!

    ¿Les gusta cómo se ven? ¿Les gusta cómo los ven? ʰᵉʰᵉʰᵉ…

    ¡¡¡ UNA PAREJA DE CADA EQUIPO HA SIDO SEPARADA DEL RESTO, VESTIDOS COMO TIERNOS CONEJITOS, Y ENCERRADOS EN EL FATÍDICO CUARTO ROJO !!!

    El resto de sus compañeros, vestidos como servidumbre, se encuentran en una habitación separada. Por fortuna (o desgracia, según como lo vean) sólo las parejas presentes en el cuarto rojo podrán apreciarse mutuamente en su delicioso y conejil esplendor… ᵐᵉ ˡᵒ ᵃᵍʳᵃᵈᵉᶜᵉⁿ ᵈᵉˢᵖᵘᵉˢ…

    ¡¡¡ AMBOS SUB-EQUIPOS, CONEJOS Y MAIDS, DEBEN TRABAJAR JUNTOS PARA OBTENER LA RESPUESTA !!!

    𝐈𝐍𝐒𝐓𝐑𝐔𝐂𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒: Cuatro parejas, una por equipo, han sido encerradas en cuartos rojos. Cada pareja tiene su propio cuarto aislado del resto de los participantes.

    En cada cuarto rojo, se percibe un aroma dulce y relajante. Filtrado poco a poco, un gas que mezcla un relajante muscular con un afrodisiaco se apodera de los cuerpos y mentes de las parejas de conejos.

    La puerta sólo se abrirá cuando la pareja descubra la contraseña de CINCO LETRAS.

    La pareja y su equipo de maids/mayordomos pueden intentar adivinar la palabra. Cada vez que intenten adivinar, Blickwinkel les indicará cuantas letras de la palabra que dijeron coinciden con las letras de la contraseña. Si, por ejemplo, la palabra secreta es JAPÓN, y ustedes dicen PISTA, Blickwinkel les indicará que hay 2 coincidencias (la letra A y la letra P).

    Cada pareja tendrá un NIVEL DE AMOR expresado con corazones: [ ♥ ♥ ♥ ]. Cada vez que la pareja o sus maids digan una palabra que no sea la contraseña, se restará un corazón. Si los corazones se terminan, 𝙀𝙇 𝘾𝙐𝘼𝙍𝙏𝙊 𝙀𝙎 𝙎𝙀𝙇𝙇𝘼𝘿𝙊 𝙔 𝙀𝙇 𝙂𝘼𝙎 𝘼𝙁𝙍𝙊𝘿𝙄𝙎𝙄𝘼𝘾𝙊 𝙀𝙎 𝙍𝙀𝙀𝙈𝙋𝙇𝘼𝙕𝘼𝘿𝙊 𝙋𝙊𝙍 𝙈𝙊𝙉𝙊𝙓𝙄𝘿𝙊 𝘿𝙀 𝘾𝘼𝙍𝘽𝙊𝙉𝙊. Si no saben qué efecto tiene eso en el cuerpo, pues… Digamos que dormirán muy plácidamente por un largo tiempo. Algo así como la eternidad.

    𝗘𝗡 𝗢𝗧𝗥𝗔𝗦 𝗣𝗔𝗟𝗔𝗕𝗥𝗔𝗦, 𝗧𝗜𝗘𝗡𝗘𝗡 𝟯 𝗜𝗡𝗧𝗘𝗡𝗧𝗢𝗦 𝗣𝗔𝗥𝗔 𝗔𝗗𝗜𝗩𝗜𝗡𝗔𝗥 𝗢 𝗟𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗘𝗝𝗔 𝗦𝗘𝗥𝗔 𝗔𝗦𝗙𝗜𝗫𝗜𝗔𝗗𝗔

    “Oh, pero el juego es muy difícil, y tres intentos es muy poco, waah, waah”. Ya puedo escuchar sus lloriqueos. Pero no se preocupen, soy benevolente.

    ɆⱠ ₵Ʉ₳Ɽ₮Ø ⱤØJØ Ɇ₴ Ʉ₦ ⱠɄ₲₳Ɽ ĐØ₦ĐɆ Ⱡ₳ ĐɆ₱Ɽ₳V₳₵łØ₦ ⱧɄ₥₳₦₳ ₮łⱤÓ ɆⱠ ₱Ɽł₥ɆⱤ ĐØ₥ł₦Ø ₵Ø₴₥ł₵Ø QɄɆ ₦Ø₴ ⱠⱠɆVÓ Ⱨ₳₴₮₳ ₳QɄł.

    Pero yo no busco depravación de ustedes, ¡busco 𝓐𝓜𝓞𝓡!

    CADA VEZ QUE LA PAREJA ME MUESTRE UNA PRUEBA DE SU AMOR, AÑADIRÉ UN CORAZÓN. Vamos, que me basta con palabras bonitas y un beso en la mejilla o algo así, no les voy a pedir nada explícito. ¿Por quien me toman? ᵖᵉʳᵒ ⁿᵒ ᵐᵉ ᵐᵒˡᵉˢᵗᵃ ˢⁱ ˡᵒ ʰᵃᶜᵉⁿ…

    EL JUEGO TERMINA CUANDO UNA PAREJA HAYA LOGRADO SALIR. SU EQUIPO GANARÁ 1 PUNTO Y EL RESTO PERDERÁ 1.

    Además… es posible que Blickwinkel haga ciertos tratos y negocios con ustedes durante el juego…

    Los conejitos en los cuartos rojos son:
    EQUIPO W: [lill3tblan] y N–612
    EQUIPO X: Armand Melendi y Ingrid Rosemond
    EQUIPO Y: Yu Xuan y ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜
    EQUIPO Z: Xin Yi y Shiori Novella

    El resto, vestidos de adorables maids y mayordomos, están separados en cuatro habitaciones, una por equipo. Lo siento, pero no podrán espiar la intimidad de los conejitos. ¡HAY UNA NIÑA EN EL JUEGO, NO LA VOY A EXPONER A ESO!

    [Just_add_water] Ysoria Kan Daniel Fernández Cecilia Immergreen Faust ̵K̵ō̵s̵ᴜ̵ᴋ̵ᴇ̵ ̵H̵ᴀ̵s̵ʜ̵ɪ̵ʙ̵ᴀ̵ Hiro Sapphire Kawashima
    “Había una vez una pequeña muñeca hecha de metal. La muñequita tenía muchos amiguitos, los quería mucho y ellos la querían a ella. Le gustaba mucho pasar tiempo con ellos, con los niños, tan lindos y tan inocentes. La muñeca se sentía feliz cuando la acompañaban. A la muñeca no le gustaban los adultos. Ellos decían una cosa y hacían otra. Decían que algo era malo e inmoral cuando otros los escuchaban, pero cuando estaban en el cuarto rojo, hacían todas esas cosas, y otras peores. A la muñeca no le gustaba el cuarto rojo. No le gustaba lo que los adultos hacían con ella en el cuarto rojo”. . . . Los participantes abren sus ojos, en otro sitio extraño se encuentran. Sedante de nuevo, quizás asumen. Y asumen bien. En estas habitaciones, sólo existen matices de 𝓡𝓞𝓙𝓞. Los colores del mundo se deslavan, sus tonos se pierden entre carmesíes y escarlatas. Algunas de las participantes femeninas se encuentran a sí mismas con ropas reveladoras y escandalosas. Tacones de alfiler, medias de nylon, un corsé sin tirantes. Muñequeras que no cumplen ningún propósito práctico adornan sus brazos, orejas de conejito su cabeza. No es que el destino de ciertos participantes masculinos sea mejor. En contraste, estos atuendos parecían dispuestos a cubrir lo que los femeninos dejaban a la vista, y nada más. Todos los que no han sido provistos de esta indumentaria, se encuentran a sí mismos en trajes de mucamas y mayordomos, de mucho mayor recato que el de sus compañeros. El aroma a rosas inunda el aire, se mezcla con el de la depravación, con el del caos, con el de la muerte… . . . ¡¡¡ QUERIDOS Y SEXYS PARTICIPANTES !!! ¿Les gusta cómo se ven? ¿Les gusta cómo los ven? ʰᵉʰᵉʰᵉ… ¡¡¡ UNA PAREJA DE CADA EQUIPO HA SIDO SEPARADA DEL RESTO, VESTIDOS COMO TIERNOS CONEJITOS, Y ENCERRADOS EN EL FATÍDICO CUARTO ROJO !!! El resto de sus compañeros, vestidos como servidumbre, se encuentran en una habitación separada. Por fortuna (o desgracia, según como lo vean) sólo las parejas presentes en el cuarto rojo podrán apreciarse mutuamente en su delicioso y conejil esplendor… ᵐᵉ ˡᵒ ᵃᵍʳᵃᵈᵉᶜᵉⁿ ᵈᵉˢᵖᵘᵉˢ… ¡¡¡ AMBOS SUB-EQUIPOS, CONEJOS Y MAIDS, DEBEN TRABAJAR JUNTOS PARA OBTENER LA RESPUESTA !!! 𝐈𝐍𝐒𝐓𝐑𝐔𝐂𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒: Cuatro parejas, una por equipo, han sido encerradas en cuartos rojos. Cada pareja tiene su propio cuarto aislado del resto de los participantes. En cada cuarto rojo, se percibe un aroma dulce y relajante. Filtrado poco a poco, un gas que mezcla un relajante muscular con un afrodisiaco se apodera de los cuerpos y mentes de las parejas de conejos. La puerta sólo se abrirá cuando la pareja descubra la contraseña de CINCO LETRAS. La pareja y su equipo de maids/mayordomos pueden intentar adivinar la palabra. Cada vez que intenten adivinar, Blickwinkel les indicará cuantas letras de la palabra que dijeron coinciden con las letras de la contraseña. Si, por ejemplo, la palabra secreta es JAPÓN, y ustedes dicen PISTA, Blickwinkel les indicará que hay 2 coincidencias (la letra A y la letra P). Cada pareja tendrá un NIVEL DE AMOR expresado con corazones: [ ♥ ♥ ♥ ]. Cada vez que la pareja o sus maids digan una palabra que no sea la contraseña, se restará un corazón. Si los corazones se terminan, 𝙀𝙇 𝘾𝙐𝘼𝙍𝙏𝙊 𝙀𝙎 𝙎𝙀𝙇𝙇𝘼𝘿𝙊 𝙔 𝙀𝙇 𝙂𝘼𝙎 𝘼𝙁𝙍𝙊𝘿𝙄𝙎𝙄𝘼𝘾𝙊 𝙀𝙎 𝙍𝙀𝙀𝙈𝙋𝙇𝘼𝙕𝘼𝘿𝙊 𝙋𝙊𝙍 𝙈𝙊𝙉𝙊𝙓𝙄𝘿𝙊 𝘿𝙀 𝘾𝘼𝙍𝘽𝙊𝙉𝙊. Si no saben qué efecto tiene eso en el cuerpo, pues… Digamos que dormirán muy plácidamente por un largo tiempo. Algo así como la eternidad. 𝗘𝗡 𝗢𝗧𝗥𝗔𝗦 𝗣𝗔𝗟𝗔𝗕𝗥𝗔𝗦, 𝗧𝗜𝗘𝗡𝗘𝗡 𝟯 𝗜𝗡𝗧𝗘𝗡𝗧𝗢𝗦 𝗣𝗔𝗥𝗔 𝗔𝗗𝗜𝗩𝗜𝗡𝗔𝗥 𝗢 𝗟𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗘𝗝𝗔 𝗦𝗘𝗥𝗔 𝗔𝗦𝗙𝗜𝗫𝗜𝗔𝗗𝗔 “Oh, pero el juego es muy difícil, y tres intentos es muy poco, waah, waah”. Ya puedo escuchar sus lloriqueos. Pero no se preocupen, soy benevolente. ɆⱠ ₵Ʉ₳Ɽ₮Ø ⱤØJØ Ɇ₴ Ʉ₦ ⱠɄ₲₳Ɽ ĐØ₦ĐɆ Ⱡ₳ ĐɆ₱Ɽ₳V₳₵łØ₦ ⱧɄ₥₳₦₳ ₮łⱤÓ ɆⱠ ₱Ɽł₥ɆⱤ ĐØ₥ł₦Ø ₵Ø₴₥ł₵Ø QɄɆ ₦Ø₴ ⱠⱠɆVÓ Ⱨ₳₴₮₳ ₳QɄł. Pero yo no busco depravación de ustedes, ¡busco 𝓐𝓜𝓞𝓡! CADA VEZ QUE LA PAREJA ME MUESTRE UNA PRUEBA DE SU AMOR, AÑADIRÉ UN CORAZÓN. Vamos, que me basta con palabras bonitas y un beso en la mejilla o algo así, no les voy a pedir nada explícito. ¿Por quien me toman? ᵖᵉʳᵒ ⁿᵒ ᵐᵉ ᵐᵒˡᵉˢᵗᵃ ˢⁱ ˡᵒ ʰᵃᶜᵉⁿ… EL JUEGO TERMINA CUANDO UNA PAREJA HAYA LOGRADO SALIR. SU EQUIPO GANARÁ 1 PUNTO Y EL RESTO PERDERÁ 1. Además… es posible que Blickwinkel haga ciertos tratos y negocios con ustedes durante el juego… Los conejitos en los cuartos rojos son: EQUIPO W: [lill3tblan] y [N.612] EQUIPO X: [the_detective] y [rain_curtain] EQUIPO Y: [yu_xuan] y [AfroTheSmilingOne] EQUIPO Z: [xin_yi] y [specter_copper_horse_768] El resto, vestidos de adorables maids y mayordomos, están separados en cuatro habitaciones, una por equipo. Lo siento, pero no podrán espiar la intimidad de los conejitos. ¡HAY UNA NIÑA EN EL JUEGO, NO LA VOY A EXPONER A ESO! [Just_add_water] [tidal_peach_turtle_127] [blaze_aqua_squirrel_523] [ember_amethyst_octopus_437] [architecti_audi_nos] [The_writer] [Hiritox3] [Sapphire]
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    16
    Estado
    Terminado
    Me shockea
    6
    65 turnos 0 maullidos
  • El bosque se alzaba en sombras vivientes, sus troncos retorcidos como figuras esculpidas por el tiempo, sus ramas desnudas entrelazándose contra la bóveda oscura del cielo. El aire era denso con el aroma de la tierra húmeda, impregnado por el aliento musgoso de los árboles centenarios que se erguían como guardianes de un reino olvidado. Entre sus raíces nudosas, el silencio se enroscaba como un animal dormido, interrumpido solo por el murmullo lejano del viento filtrándose a través de las copas.

    La luna, alta y distante, vertía su luz pálida a través del dosel, con la frialdad de un ojo que observa sin intervenir. Su resplandor deslavado caía en delgadas franjas entre las hojas, bañando el suelo con manchas de plata líquida que se desvanecían en la penumbra circundante, allí donde las sombras se volvían tan densas que parecían absorber la propia luz. El claro donde ella se encontraba no era una excepción: en su centro, el lago yacía inmóvil, su superficie un espejo turbio que reflejaba el cielo estrellado y el contorno de los árboles inclinándose sobre él como figuras expectantes.

    Ella estaba allí, en el corazón de aquel rincón olvidado por el tiempo, de rodillas junto al borde del agua. La hierba húmeda se adhería a la tela de su manto negro, esparcido a su alrededor como una extensión de la misma sombra en la que se hallaba envuelta. Se fundía con la penumbra, indistinguible.

    Su cabello, suelto por primera vez en incontables noches, flotaba en el aire con la lentitud de la niebla atrapada en la brisa. Se deslizaba sobre sus hombros, algunas hebras rozando la superficie del agua con movimientos casi imperceptibles, perturbando apenas su reflejo. En el espejo líquido, su imagen se veía alterada, desdibujada por ondas minúsculas que hacían que su silueta pareciera fluctuar entre lo real y lo ilusorio.

    Sus alas, plegadas con una rigidez inusual contra su espalda, parecían más pesadas que nunca. No solo en el sentido físico, sino en algo más profundo, más insidioso. Como si aquella quietud que la rodeaba las mantuviera ancladas, encadenadas a algo que no podía verse ni tocarse.

    El aire a su alrededor era frío, pero no de la manera en que lo es el invierno, con su mordedura nítida y certera. Era un frío más sutil, un escalofrío que se deslizaba bajo la piel, que se filtraba en los huesos como un eco de memorias atrapadas en la bruma. Un frío que parecía emanar de la propia tierra, de la piedra sumergida en la profundidad del lago, de los árboles que habían estado allí por siglos, testigos silenciosos de incontables noches como esta.

    El aire estaba cargado de matices sutiles, esencias que se entrelazaban en la penumbra como hilos invisibles de un tapiz antiguo. La humedad de la noche impregnaba cada aliento con el perfume de la tierra negra, aún tibia de la luz extinguida del día. Había un dejo de musgo fresco y corteza húmeda, el aroma denso y profundo de los árboles viejos cuyas raíces se hundían en lo desconocido. En algún rincón, una flor oculta exhalaba una fragancia tenue, casi imperceptible, un susurro efímero de dulzura que se perdía antes de poder aferrarse del todo.

    Era un aroma cargado de vida, y sin embargo, había en él algo melancólico, como si el bosque respirara con la calma de un sueño olvidado. La brisa llevaba consigo rastros de agua estancada, un eco de humedad y quietud ancestral proveniente del lago, donde la superficie inmóvil conservaba el olor de las piedras sumergidas, del fango frío que yacía en sus profundidades. No era desagradable.

    El ambiente estaba impregnado de silencio. Era una mudez viva, tejida con los sonidos más pequeños y casi imperceptibles: el roce lejano de hojas al moverse con la brisa apenas perceptible, el crujido esporádico de una rama, el tenue zumbido de una criatura nocturna oculta entre las sombras. Cada sonido era un susurro contenido, un murmullo dentro de la inmensidad, como si el bosque entero escuchara, como si aguardara algo sin romper nunca su propia vigilia.

    Pero ella no se movió. Sus dedos descansaban sobre la hierba empapada, apenas rozando la humedad fría que se acumulaba en las hojas. Sus ojos, brasas encendidas en la penumbra, no miraban el reflejo, ni el lago, ni el bosque a su alrededor. Se perdían más allá, en un punto imposible de alcanzar.

    Pero algo la arrastró sutilmente fuera de su ensoñación.

    No fue un sonido evidente ni una alteración brusca. Fue la ausencia de algo que, hasta ese momento, había formado parte de aquel equilibrio silencioso. Un murmullo que cesó antes de tiempo. Una brizna de hierba que no volvió a oscilar con el viento. Un reflejo en el agua que pareció tensarse por una fracción de segundo antes de volver a la calma.

    No levantó la cabeza. Sus alas no se tensaron, sus manos no se apartaron del agua. Apenas si parpadeó. Pero en la inmovilidad de su postura había un matiz distinto ahora, un detenimiento apenas perceptible en la cadencia de su respiración.

    Si alguien estaba allí, su presencia era tolerada, aunque envuelta en el velo cauteloso del ángel.
    El bosque se alzaba en sombras vivientes, sus troncos retorcidos como figuras esculpidas por el tiempo, sus ramas desnudas entrelazándose contra la bóveda oscura del cielo. El aire era denso con el aroma de la tierra húmeda, impregnado por el aliento musgoso de los árboles centenarios que se erguían como guardianes de un reino olvidado. Entre sus raíces nudosas, el silencio se enroscaba como un animal dormido, interrumpido solo por el murmullo lejano del viento filtrándose a través de las copas. La luna, alta y distante, vertía su luz pálida a través del dosel, con la frialdad de un ojo que observa sin intervenir. Su resplandor deslavado caía en delgadas franjas entre las hojas, bañando el suelo con manchas de plata líquida que se desvanecían en la penumbra circundante, allí donde las sombras se volvían tan densas que parecían absorber la propia luz. El claro donde ella se encontraba no era una excepción: en su centro, el lago yacía inmóvil, su superficie un espejo turbio que reflejaba el cielo estrellado y el contorno de los árboles inclinándose sobre él como figuras expectantes. Ella estaba allí, en el corazón de aquel rincón olvidado por el tiempo, de rodillas junto al borde del agua. La hierba húmeda se adhería a la tela de su manto negro, esparcido a su alrededor como una extensión de la misma sombra en la que se hallaba envuelta. Se fundía con la penumbra, indistinguible. Su cabello, suelto por primera vez en incontables noches, flotaba en el aire con la lentitud de la niebla atrapada en la brisa. Se deslizaba sobre sus hombros, algunas hebras rozando la superficie del agua con movimientos casi imperceptibles, perturbando apenas su reflejo. En el espejo líquido, su imagen se veía alterada, desdibujada por ondas minúsculas que hacían que su silueta pareciera fluctuar entre lo real y lo ilusorio. Sus alas, plegadas con una rigidez inusual contra su espalda, parecían más pesadas que nunca. No solo en el sentido físico, sino en algo más profundo, más insidioso. Como si aquella quietud que la rodeaba las mantuviera ancladas, encadenadas a algo que no podía verse ni tocarse. El aire a su alrededor era frío, pero no de la manera en que lo es el invierno, con su mordedura nítida y certera. Era un frío más sutil, un escalofrío que se deslizaba bajo la piel, que se filtraba en los huesos como un eco de memorias atrapadas en la bruma. Un frío que parecía emanar de la propia tierra, de la piedra sumergida en la profundidad del lago, de los árboles que habían estado allí por siglos, testigos silenciosos de incontables noches como esta. El aire estaba cargado de matices sutiles, esencias que se entrelazaban en la penumbra como hilos invisibles de un tapiz antiguo. La humedad de la noche impregnaba cada aliento con el perfume de la tierra negra, aún tibia de la luz extinguida del día. Había un dejo de musgo fresco y corteza húmeda, el aroma denso y profundo de los árboles viejos cuyas raíces se hundían en lo desconocido. En algún rincón, una flor oculta exhalaba una fragancia tenue, casi imperceptible, un susurro efímero de dulzura que se perdía antes de poder aferrarse del todo. Era un aroma cargado de vida, y sin embargo, había en él algo melancólico, como si el bosque respirara con la calma de un sueño olvidado. La brisa llevaba consigo rastros de agua estancada, un eco de humedad y quietud ancestral proveniente del lago, donde la superficie inmóvil conservaba el olor de las piedras sumergidas, del fango frío que yacía en sus profundidades. No era desagradable. El ambiente estaba impregnado de silencio. Era una mudez viva, tejida con los sonidos más pequeños y casi imperceptibles: el roce lejano de hojas al moverse con la brisa apenas perceptible, el crujido esporádico de una rama, el tenue zumbido de una criatura nocturna oculta entre las sombras. Cada sonido era un susurro contenido, un murmullo dentro de la inmensidad, como si el bosque entero escuchara, como si aguardara algo sin romper nunca su propia vigilia. Pero ella no se movió. Sus dedos descansaban sobre la hierba empapada, apenas rozando la humedad fría que se acumulaba en las hojas. Sus ojos, brasas encendidas en la penumbra, no miraban el reflejo, ni el lago, ni el bosque a su alrededor. Se perdían más allá, en un punto imposible de alcanzar. Pero algo la arrastró sutilmente fuera de su ensoñación. No fue un sonido evidente ni una alteración brusca. Fue la ausencia de algo que, hasta ese momento, había formado parte de aquel equilibrio silencioso. Un murmullo que cesó antes de tiempo. Una brizna de hierba que no volvió a oscilar con el viento. Un reflejo en el agua que pareció tensarse por una fracción de segundo antes de volver a la calma. No levantó la cabeza. Sus alas no se tensaron, sus manos no se apartaron del agua. Apenas si parpadeó. Pero en la inmovilidad de su postura había un matiz distinto ahora, un detenimiento apenas perceptible en la cadencia de su respiración. Si alguien estaba allí, su presencia era tolerada, aunque envuelta en el velo cauteloso del ángel.
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  • Es uno de esos días en los que su instinto de brujo le susurra insistentemente al oído que algo está por suceder. ¿Algo bueno? ¿Algo malo? No lo sabe, pues tales juicios son ajenos a la intuición.

    Para descifrar tales mensajes es que sus ancestros han aprendido prácticas que algunos llaman adivinatorias, pero que él prefiere clasificar como de clarividencia. Pues, donde lo primero se trata de adivinar lo que podría llegar a suceder, lo segundo es una visión clara acerca de lo que está sucediendo y que no siempre es evidente.

    El brujo toma su bolsa de runas eslavas para preguntarles directamente:

    — Siento que algo está a punto de pasar, pero no sé el qué. Muéstrenme qué asunto sobre este ciclo escapa a mi visión.

    Y así, tras sacudir las runas dentro de la bolsa, introduce la mano izquierda de la que ha despojado el guante de cuero que le caracteriza, y pese a las cicatrices que le cubren completamente la piel, puede sentir el llamado de una de las runas que le invita a tomarle.

    Es la runa del viento, o "Ветер".

    — Ветер —pronuncia, en su lengua natal y en un tono que indica gravedad—. Veles está a punto de hacer de las suyas.

    Alguna torre caerá, piensa. Y donde dice torre se refiere a una empresa que ha alcanzado su cúspide, alguna aventura que ha pecado de ambición o avaricia y así ha escapado del orden natural de las cosas.

    Así como Veles robó el ganado de Perun para alimentar al pueblo hambriento cuando este último se volvió avaricioso y se apoderó de la comida, alguna obra que incumba al brujo habrá de ser saqueada debido a su acumulación de riqueza. Una riqueza que no necesariamente debe tratarse de dinero.

    #ElBrujoCojo
    Es uno de esos días en los que su instinto de brujo le susurra insistentemente al oído que algo está por suceder. ¿Algo bueno? ¿Algo malo? No lo sabe, pues tales juicios son ajenos a la intuición. Para descifrar tales mensajes es que sus ancestros han aprendido prácticas que algunos llaman adivinatorias, pero que él prefiere clasificar como de clarividencia. Pues, donde lo primero se trata de adivinar lo que podría llegar a suceder, lo segundo es una visión clara acerca de lo que está sucediendo y que no siempre es evidente. El brujo toma su bolsa de runas eslavas para preguntarles directamente: — Siento que algo está a punto de pasar, pero no sé el qué. Muéstrenme qué asunto sobre este ciclo escapa a mi visión. Y así, tras sacudir las runas dentro de la bolsa, introduce la mano izquierda de la que ha despojado el guante de cuero que le caracteriza, y pese a las cicatrices que le cubren completamente la piel, puede sentir el llamado de una de las runas que le invita a tomarle. Es la runa del viento, o "Ветер". — Ветер —pronuncia, en su lengua natal y en un tono que indica gravedad—. Veles está a punto de hacer de las suyas. Alguna torre caerá, piensa. Y donde dice torre se refiere a una empresa que ha alcanzado su cúspide, alguna aventura que ha pecado de ambición o avaricia y así ha escapado del orden natural de las cosas. Así como Veles robó el ganado de Perun para alimentar al pueblo hambriento cuando este último se volvió avaricioso y se apoderó de la comida, alguna obra que incumba al brujo habrá de ser saqueada debido a su acumulación de riqueza. Una riqueza que no necesariamente debe tratarse de dinero. #ElBrujoCojo
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