El sitio es una puta trampa. Lo supe en cuanto crucé la verja rota. El contacto aseguró que el objetivo estaría solo. Michele De Santis, contador del clan Costa. Tenía que ser una ejecución rápida, limpia, sin testigos. Pero alguien le advirtió, porque hay movimiento. Dos hombres más, armados. Uno con una escopeta, y el otro parece nervioso, lo suficiente como para disparar antes de preguntar.
Me agacho tras un bidón. Reviso el arma. Silenciador colocado, cargador completo. No tengo margen de error. No con un puto cartucho de escopeta apuntando a cada rincón.
Escucho pasos a la izquierda. Uno de los tipos. Lo espero, dejo que cruce el ángulo muerto y cuando pasa junto a mí, lo agarro por la nuca, cuchillo en la garganta, directo. Cae sin ruido.
Entonces el otro grita algo y dispara.
El primer impacto me roza la pierna derecha. Siento el ardor al instante. No me detengo a comprobar si es grave. Me lanzo hacia un montón de madera podrida, disparo dos veces, lo escucho gritar, pero sigue vivo. Cambia de posición. Escopeta de corredera. Malas noticias si acierta el segundo.
Corto el ángulo. Lo rodeo y tiro el cuchillo acertando en el hombro. Se desequilibra, así que me lanzo encima en un pequeño forcejeo. No me tiembla el pulso. Tres disparos cortos. Respira una vez y muere.
Y entonces lo veo.
Michele arriba corriendo. Segunda planta. Disparo y lo roza cayéndose.
Subo con la pierna sangrando. Me arde, me quema. Aún así sigo. Me apoyo en la barandilla y lo alcanzo. Suplica. Pero le disparo en la cabeza sin decir nada.
Silencio.
El almacén queda vacío. El cuerpo de Michele en el suelo. Mi sangre en la pierna. Camino hacia la salida con la respiración acelerada. No sé si de dolor o de rabia. El encargo está cumplido, pero alguien mintió. No estaba solo, el informe estaba mal. Pudo haber salido peor y eso no se tolera.
Salgo cojeando. Afuera llueve. Borra rastros. Camino dos calles hasta donde dejé la moto. Me subo.
El muslo me duele. La sangre sigue fluyendo. No me va a matar, pero va a dejar una marca. Otra más. Aprieto los dientes. Ya pensaré después si me lo coso sola o llamo a alguien.
Ahora solo quiero salir de aquí.
Me agacho tras un bidón. Reviso el arma. Silenciador colocado, cargador completo. No tengo margen de error. No con un puto cartucho de escopeta apuntando a cada rincón.
Escucho pasos a la izquierda. Uno de los tipos. Lo espero, dejo que cruce el ángulo muerto y cuando pasa junto a mí, lo agarro por la nuca, cuchillo en la garganta, directo. Cae sin ruido.
Entonces el otro grita algo y dispara.
El primer impacto me roza la pierna derecha. Siento el ardor al instante. No me detengo a comprobar si es grave. Me lanzo hacia un montón de madera podrida, disparo dos veces, lo escucho gritar, pero sigue vivo. Cambia de posición. Escopeta de corredera. Malas noticias si acierta el segundo.
Corto el ángulo. Lo rodeo y tiro el cuchillo acertando en el hombro. Se desequilibra, así que me lanzo encima en un pequeño forcejeo. No me tiembla el pulso. Tres disparos cortos. Respira una vez y muere.
Y entonces lo veo.
Michele arriba corriendo. Segunda planta. Disparo y lo roza cayéndose.
Subo con la pierna sangrando. Me arde, me quema. Aún así sigo. Me apoyo en la barandilla y lo alcanzo. Suplica. Pero le disparo en la cabeza sin decir nada.
Silencio.
El almacén queda vacío. El cuerpo de Michele en el suelo. Mi sangre en la pierna. Camino hacia la salida con la respiración acelerada. No sé si de dolor o de rabia. El encargo está cumplido, pero alguien mintió. No estaba solo, el informe estaba mal. Pudo haber salido peor y eso no se tolera.
Salgo cojeando. Afuera llueve. Borra rastros. Camino dos calles hasta donde dejé la moto. Me subo.
El muslo me duele. La sangre sigue fluyendo. No me va a matar, pero va a dejar una marca. Otra más. Aprieto los dientes. Ya pensaré después si me lo coso sola o llamo a alguien.
Ahora solo quiero salir de aquí.
El sitio es una puta trampa. Lo supe en cuanto crucé la verja rota. El contacto aseguró que el objetivo estaría solo. Michele De Santis, contador del clan Costa. Tenía que ser una ejecución rápida, limpia, sin testigos. Pero alguien le advirtió, porque hay movimiento. Dos hombres más, armados. Uno con una escopeta, y el otro parece nervioso, lo suficiente como para disparar antes de preguntar.
Me agacho tras un bidón. Reviso el arma. Silenciador colocado, cargador completo. No tengo margen de error. No con un puto cartucho de escopeta apuntando a cada rincón.
Escucho pasos a la izquierda. Uno de los tipos. Lo espero, dejo que cruce el ángulo muerto y cuando pasa junto a mí, lo agarro por la nuca, cuchillo en la garganta, directo. Cae sin ruido.
Entonces el otro grita algo y dispara.
El primer impacto me roza la pierna derecha. Siento el ardor al instante. No me detengo a comprobar si es grave. Me lanzo hacia un montón de madera podrida, disparo dos veces, lo escucho gritar, pero sigue vivo. Cambia de posición. Escopeta de corredera. Malas noticias si acierta el segundo.
Corto el ángulo. Lo rodeo y tiro el cuchillo acertando en el hombro. Se desequilibra, así que me lanzo encima en un pequeño forcejeo. No me tiembla el pulso. Tres disparos cortos. Respira una vez y muere.
Y entonces lo veo.
Michele arriba corriendo. Segunda planta. Disparo y lo roza cayéndose.
Subo con la pierna sangrando. Me arde, me quema. Aún así sigo. Me apoyo en la barandilla y lo alcanzo. Suplica. Pero le disparo en la cabeza sin decir nada.
Silencio.
El almacén queda vacío. El cuerpo de Michele en el suelo. Mi sangre en la pierna. Camino hacia la salida con la respiración acelerada. No sé si de dolor o de rabia. El encargo está cumplido, pero alguien mintió. No estaba solo, el informe estaba mal. Pudo haber salido peor y eso no se tolera.
Salgo cojeando. Afuera llueve. Borra rastros. Camino dos calles hasta donde dejé la moto. Me subo.
El muslo me duele. La sangre sigue fluyendo. No me va a matar, pero va a dejar una marca. Otra más. Aprieto los dientes. Ya pensaré después si me lo coso sola o llamo a alguien.
Ahora solo quiero salir de aquí.
