• El amor... Es tan bueno cuando está... Es tan doloroso y destructivo cuando se va... Yo lo amaba... Lo amaba tanto que las palabras no serían suficientes para expresar lo que sentía... Pensé en un futuro con el... Pero ahora se fue... ¿Como puedo seguir? Si siento un dolor en el corazón que me desgarra la vida, que me mata y me destruye... ¿Como puedo siquiera pensar en el futuro si todo mi futuro estaba con el?... Yo no merezco esto...
    El amor... Es tan bueno cuando está... Es tan doloroso y destructivo cuando se va... Yo lo amaba... Lo amaba tanto que las palabras no serían suficientes para expresar lo que sentía... Pensé en un futuro con el... Pero ahora se fue... ¿Como puedo seguir? Si siento un dolor en el corazón que me desgarra la vida, que me mata y me destruye... ¿Como puedo siquiera pensar en el futuro si todo mi futuro estaba con el?... Yo no merezco esto...
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  • Humanos...

    Tan ruidosos en su dolor, tan silenciosos cuando destruyen.
    Los he visto amar como quien colecciona flores marchitas,
    tomando lo bello solo para ver cómo se pudre entre sus dedos.

    Dicen buscar algo eterno…
    y sin embargo, cambian de afecto como de abrigo en invierno.
    El amor, la lealtad, la pasión—
    palabras grandes para almas que no duran ni una estación.

    Mienten, incluso cuando creen ser sinceros.
    Juran con labios temblorosos, sin saber que el eco de sus promesas
    muere antes que el aire que las transporta.

    Y aún así, tiemblan cuando sienten el acero de mis tijeras cerca,
    como si no supieran que fueron ellos mismos quienes cortaron
    una y otra vez, los lazos que suplicaban conservar.

    Efímeros.
    Rotos.
    Predecibles.

    No hay arte en sus despedidas,
    solo abandono vestido de justificación.
    Solo vacío con perfume de “no era el momento”.

    Qué patético es buscar algo solo para soltarlo.
    Qué inútil es querer solo a medias,
    cuando el fin siempre llega… y a veces, lleva mi nombre.
    Humanos... Tan ruidosos en su dolor, tan silenciosos cuando destruyen. Los he visto amar como quien colecciona flores marchitas, tomando lo bello solo para ver cómo se pudre entre sus dedos. Dicen buscar algo eterno… y sin embargo, cambian de afecto como de abrigo en invierno. El amor, la lealtad, la pasión— palabras grandes para almas que no duran ni una estación. Mienten, incluso cuando creen ser sinceros. Juran con labios temblorosos, sin saber que el eco de sus promesas muere antes que el aire que las transporta. Y aún así, tiemblan cuando sienten el acero de mis tijeras cerca, como si no supieran que fueron ellos mismos quienes cortaron una y otra vez, los lazos que suplicaban conservar. Efímeros. Rotos. Predecibles. No hay arte en sus despedidas, solo abandono vestido de justificación. Solo vacío con perfume de “no era el momento”. Qué patético es buscar algo solo para soltarlo. Qué inútil es querer solo a medias, cuando el fin siempre llega… y a veces, lleva mi nombre.
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  • *Al intentar entrar y obtener el grimorio de Alastor, encontré unas trampas de él. *

    —Ahhh!! Maldita sea, ¿qué es este polvo violeta? No me permite respirar. —

    *Me quedo sin aire, perdiendo la consciencia tras un rato despierto al salir del sitio. No sentí dolor ni nada extraño; pensé que simplemente me había hecho una broma de mal gusto por entrar a espiar sin notar cómo lucía. *
    *Al intentar entrar y obtener el grimorio de Alastor, encontré unas trampas de él. * —Ahhh!! Maldita sea, ¿qué es este polvo violeta? No me permite respirar. — *Me quedo sin aire, perdiendo la consciencia tras un rato despierto al salir del sitio. No sentí dolor ni nada extraño; pensé que simplemente me había hecho una broma de mal gusto por entrar a espiar sin notar cómo lucía. *
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    — Daría mi vida por ti sin pensarlo un segundo, no como un acto de sacrificio, sino como el único gesto auténtico que me queda. No lo vería como una pérdida, sino como la más dulce de las entregas, como la única manera de devolverte aunque sea un fragmento de la paz y la felicidad que mereces, aunque yo me quede con las manos vacías. Tú serías feliz, al fin, y yo… yo simplemente descansaría. Iría a ese lugar oscuro y silencioso donde siento que debí haber estado desde hace miles de años, donde mi alma cansada por fin podría dejar de luchar. Porque este cuerpo, este corazón que late con tanto dolor, ya no me pertenece; te lo entregué hace tiempo, sin condiciones. Y si desaparecer es el precio para que tú sonrías una vez más con verdad, con luz… entonces que así sea. No temo a la nada, le temo más a la idea de seguir aquí sin haber podido aliviar aunque sea un poco tu carga.
    — Daría mi vida por ti sin pensarlo un segundo, no como un acto de sacrificio, sino como el único gesto auténtico que me queda. No lo vería como una pérdida, sino como la más dulce de las entregas, como la única manera de devolverte aunque sea un fragmento de la paz y la felicidad que mereces, aunque yo me quede con las manos vacías. Tú serías feliz, al fin, y yo… yo simplemente descansaría. Iría a ese lugar oscuro y silencioso donde siento que debí haber estado desde hace miles de años, donde mi alma cansada por fin podría dejar de luchar. Porque este cuerpo, este corazón que late con tanto dolor, ya no me pertenece; te lo entregué hace tiempo, sin condiciones. Y si desaparecer es el precio para que tú sonrías una vez más con verdad, con luz… entonces que así sea. No temo a la nada, le temo más a la idea de seguir aquí sin haber podido aliviar aunque sea un poco tu carga.
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  • Los cielos ardían.

    En la frontera rota entre dos naciones que llevaban generaciones enemistadas, las banderas se mecían al viento, cubiertas de polvo y sangre. El valle antes fértil era ahora un campo de ruinas y trincheras. Soldados de ambos lados se preparaban para otra ofensiva, mientras los cielos se teñían de rojo con el fuego de los obuses y las llamas de los rituales arcanos.

    Y entonces… el cielo se rasgó.

    Un portal se abrió, amplio y luminoso, como si el firmamento mismo hubiera decidido intervenir. De él descendió Nival, envuelto en su capa azul marino, la capucha echada hacia atrás, dejando ver sus ojos marrones que, aunque calmados, observaban todo con gravedad. A su lado, planeando con elegancia y potencia, descendía Kaelis, el viento curvándose a su alrededor como si reconociera su naturaleza.

    El estruendo del campo de batalla se detuvo por unos instantes. Solo el crujir del viento permaneció, y las miradas se alzaron, confundidas, temerosas.

    —¿Sabes? —murmuró Kaelis mientras descendía a tierra firme—. No pensaba venir, pero tu cara de “seriedad diplomática” me convenció.

    —Alguien tiene que poner fin a esto —respondió Nival, su voz serena, aunque tensa—. Y me temo que no hay más adultos en esta habitación que nosotros.

    Del lado este, los generales de la Nación Dravahn ordenaron disparar. Los magos del oeste, aliados de la República de Tharés, prepararon un conjuro de área. Pero antes de que cualquiera pudiera atacar…

    Nival chasqueó los dedos.

    Cientos de portales circulares se abrieron en el aire, tragando las flechas, las balas, el fuego, los hechizos… y devolviéndolos hacia el cielo. Nada cayó. Nada hirió. Nada avanzó.

    —Esto no es una negociación —dijo Nival, su voz amplificada por el Wakfu que vibraba en su pecho—. Es una advertencia.

    Kaelis aterrizó pesadamente, las alas plegándose con fuerza. Su mirada desafiante recorrió ambos bandos.

    —Llevan décadas jugando a las guerras, quemando generaciones por tierras que ni siquiera saben cultivar. Hoy se acabó.

    Los soldados retrocedieron con temor. Algunos dejaron caer sus armas. Los líderes gritaban, pero su voz no tenía peso frente a los hermanos.

    —Conocimos imperios que ardieron por soberbia —continuó Nival—. Y vimos pueblos que perecieron por no saber detenerse. ¿Realmente quieren unirse a esa lista?

    Un silencio se apoderó del campo. Solo el crujido de los árboles quemados y el viento entre las ruinas respondía.

    Kaelis, con una media sonrisa irónica, cruzó los brazos.

    —Propongo algo: firmen la paz... o intenten atacarnos. Elijan rápido.

    Los líderes titubearon. Las tropas se miraban, ya no con odio, sino con duda. Nival dio un paso más al frente, su presencia vibrando con energía contenida.

    —No estamos aquí por política. No por venganza. Solo por justicia.

    Un portal se abrió detrás de él, brillante, extenso… y de él emergieron imágenes. Las ciudades destruidas, los niños huérfanos, los campos quemados por ambos bandos. La verdad sin adornos. Dolor compartido.

    Y entonces ocurrió.

    Los primeros escudos cayeron al suelo. Uno por uno, soldados y oficiales comenzaron a soltar sus armas, como si algo más fuerte que la razón —algo más profundo— los empujara a dejar de luchar.

    Nival cerró los ojos, por un segundo aliviado.

    —Así está mejor.

    Los hermanos permanecieron en el campo por varios días, ayudando a reparar, transportando recursos, invocando portales para llevar agua, medicinas, a veces familias separadas. Durante ese tiempo, no fueron tratados como forasteros… sino como puentes entre dos mundos rotos.

    Y cuando finalmente partieron, dejando solo una flor de luz donde estuvo su portal, las naciones ya no eran enemigas.

    El conflicto no se resolvió por decreto.

    Se resolvió porque dos hermanos decidieron que el ciclo de odio debía romperse.

    Y nadie tuvo el valor de contradecirlos.
    Los cielos ardían. En la frontera rota entre dos naciones que llevaban generaciones enemistadas, las banderas se mecían al viento, cubiertas de polvo y sangre. El valle antes fértil era ahora un campo de ruinas y trincheras. Soldados de ambos lados se preparaban para otra ofensiva, mientras los cielos se teñían de rojo con el fuego de los obuses y las llamas de los rituales arcanos. Y entonces… el cielo se rasgó. Un portal se abrió, amplio y luminoso, como si el firmamento mismo hubiera decidido intervenir. De él descendió Nival, envuelto en su capa azul marino, la capucha echada hacia atrás, dejando ver sus ojos marrones que, aunque calmados, observaban todo con gravedad. A su lado, planeando con elegancia y potencia, descendía Kaelis, el viento curvándose a su alrededor como si reconociera su naturaleza. El estruendo del campo de batalla se detuvo por unos instantes. Solo el crujir del viento permaneció, y las miradas se alzaron, confundidas, temerosas. —¿Sabes? —murmuró Kaelis mientras descendía a tierra firme—. No pensaba venir, pero tu cara de “seriedad diplomática” me convenció. —Alguien tiene que poner fin a esto —respondió Nival, su voz serena, aunque tensa—. Y me temo que no hay más adultos en esta habitación que nosotros. Del lado este, los generales de la Nación Dravahn ordenaron disparar. Los magos del oeste, aliados de la República de Tharés, prepararon un conjuro de área. Pero antes de que cualquiera pudiera atacar… Nival chasqueó los dedos. Cientos de portales circulares se abrieron en el aire, tragando las flechas, las balas, el fuego, los hechizos… y devolviéndolos hacia el cielo. Nada cayó. Nada hirió. Nada avanzó. —Esto no es una negociación —dijo Nival, su voz amplificada por el Wakfu que vibraba en su pecho—. Es una advertencia. Kaelis aterrizó pesadamente, las alas plegándose con fuerza. Su mirada desafiante recorrió ambos bandos. —Llevan décadas jugando a las guerras, quemando generaciones por tierras que ni siquiera saben cultivar. Hoy se acabó. Los soldados retrocedieron con temor. Algunos dejaron caer sus armas. Los líderes gritaban, pero su voz no tenía peso frente a los hermanos. —Conocimos imperios que ardieron por soberbia —continuó Nival—. Y vimos pueblos que perecieron por no saber detenerse. ¿Realmente quieren unirse a esa lista? Un silencio se apoderó del campo. Solo el crujido de los árboles quemados y el viento entre las ruinas respondía. Kaelis, con una media sonrisa irónica, cruzó los brazos. —Propongo algo: firmen la paz... o intenten atacarnos. Elijan rápido. Los líderes titubearon. Las tropas se miraban, ya no con odio, sino con duda. Nival dio un paso más al frente, su presencia vibrando con energía contenida. —No estamos aquí por política. No por venganza. Solo por justicia. Un portal se abrió detrás de él, brillante, extenso… y de él emergieron imágenes. Las ciudades destruidas, los niños huérfanos, los campos quemados por ambos bandos. La verdad sin adornos. Dolor compartido. Y entonces ocurrió. Los primeros escudos cayeron al suelo. Uno por uno, soldados y oficiales comenzaron a soltar sus armas, como si algo más fuerte que la razón —algo más profundo— los empujara a dejar de luchar. Nival cerró los ojos, por un segundo aliviado. —Así está mejor. Los hermanos permanecieron en el campo por varios días, ayudando a reparar, transportando recursos, invocando portales para llevar agua, medicinas, a veces familias separadas. Durante ese tiempo, no fueron tratados como forasteros… sino como puentes entre dos mundos rotos. Y cuando finalmente partieron, dejando solo una flor de luz donde estuvo su portal, las naciones ya no eran enemigas. El conflicto no se resolvió por decreto. Se resolvió porque dos hermanos decidieron que el ciclo de odio debía romperse. Y nadie tuvo el valor de contradecirlos.
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  • La noche en aquel pequeño planeta era silenciosa y vasta. El cielo, oscuro como tinta profunda, se extendía sin fin, decorado con cuerpos celestes que titilaban como brasas en un fuego antiguo. Algunas estrellas parecían cercanas, como si pudiera tocarlas si tan solo extendía la mano; otras, lejanas y frías, le recordaban lo distante que estaba de casa… si es que ese concepto aún tenía algún significado.

    Kaelis dormía cerca, su forma envuelta en calma junto a una roca brillante que desprendía un resplandor tenue. Nival se había asegurado de no despertarlo al alejarse. Caminó en silencio por la suave pendiente de la colina, su capa azul marino ondeando suavemente con el viento. Una vez en la cima, se detuvo, dejando que la vista lo abrumara.

    El horizonte curvado del pequeño planeta se desplegaba ante él, con lunas de tonos violáceos flotando con pereza sobre el cielo inmóvil. Era un paisaje hermoso, casi mágico. Pero su belleza no traía consuelo.

    Nival se sentó, cruzando las piernas lentamente. Sus ojos marrones se alzaron al cielo, pero su mente estaba atrapada en otro lugar… en otro tiempo.

    —¿Y si están muertos? —murmuró con un suspiro tembloroso.

    El silencio le devolvió la pregunta, cruel y frío.

    —¿Y si mamá… y los demás… ya no están? ¿Si los dioses acabaron con todo? —trató de continuar, pero las palabras se le deshicieron en la garganta.

    Habían estado huyendo tanto tiempo, saltando de mundo en mundo a través de portales que él mismo abría, buscando lugares donde descansar, donde sanar… pero nunca había espacio para respuestas. Nunca había tiempo para regresar. Solo moverse. Solo sobrevivir.

    —¿Y si no hay nadie a quien volver a buscar? —se preguntó en voz baja—. ¿Y si nuestra historia terminó allá atrás, y nosotros somos solo… cenizas que el viento olvidó llevarse?

    El dolor lo apretó por dentro. No era solo miedo. Era la culpa, la impotencia. La incertidumbre que lo corroía cada noche.

    —¿De qué sirve correr si ya no queda nada por lo que pelear…?

    Un paso suave rompió el silencio. No necesitó volverse para saber quién era.

    Kaelis se acercó, sus alas aún plegadas, su presencia serena como la de un guardián que ha visto muchas noches, muchas heridas. Se sentó a su lado sin decir palabra.

    Nival mantuvo la mirada en las estrellas, aunque sus ojos se humedecían.

    —Kaelis… ¿tú crees que están vivos? —preguntó al fin, en voz baja, casi temiendo la respuesta.

    Kaelis tardó en hablar. Y cuando lo hizo, su voz era baja, firme.

    —No lo sé. Pero mientras no lo sepamos con certeza, no dejaré de creerlo.

    —¿Y si ya no queda esperanza?

    Kaelis lo miró con seriedad.

    —La esperanza no es algo que encontramos. Es algo que decidimos llevar, incluso cuando el camino está oscuro. Especialmente entonces.

    Nival apretó la mandíbula.

    —Estoy cansado de llevarla solo.

    Kaelis le puso una mano en el hombro.

    —Entonces déjame ayudarte a cargarla.

    En esa noche oscura, donde las estrellas parecían murmurar secretos olvidados, los dos hermanos permanecieron juntos, en silencio. El dolor de Nival no desapareció, pero en los ojos firmes de Kaelis encontró una razón para seguir buscando, una fuerza que, por un instante, le permitió creer que quizá, en algún rincón del universo, aún había un hogar al que podían regresar.

    Aunque los dioses lo hubieran intentado todo… ellos seguían vivos. Y eso, por ahora, era suficiente.
    La noche en aquel pequeño planeta era silenciosa y vasta. El cielo, oscuro como tinta profunda, se extendía sin fin, decorado con cuerpos celestes que titilaban como brasas en un fuego antiguo. Algunas estrellas parecían cercanas, como si pudiera tocarlas si tan solo extendía la mano; otras, lejanas y frías, le recordaban lo distante que estaba de casa… si es que ese concepto aún tenía algún significado. Kaelis dormía cerca, su forma envuelta en calma junto a una roca brillante que desprendía un resplandor tenue. Nival se había asegurado de no despertarlo al alejarse. Caminó en silencio por la suave pendiente de la colina, su capa azul marino ondeando suavemente con el viento. Una vez en la cima, se detuvo, dejando que la vista lo abrumara. El horizonte curvado del pequeño planeta se desplegaba ante él, con lunas de tonos violáceos flotando con pereza sobre el cielo inmóvil. Era un paisaje hermoso, casi mágico. Pero su belleza no traía consuelo. Nival se sentó, cruzando las piernas lentamente. Sus ojos marrones se alzaron al cielo, pero su mente estaba atrapada en otro lugar… en otro tiempo. —¿Y si están muertos? —murmuró con un suspiro tembloroso. El silencio le devolvió la pregunta, cruel y frío. —¿Y si mamá… y los demás… ya no están? ¿Si los dioses acabaron con todo? —trató de continuar, pero las palabras se le deshicieron en la garganta. Habían estado huyendo tanto tiempo, saltando de mundo en mundo a través de portales que él mismo abría, buscando lugares donde descansar, donde sanar… pero nunca había espacio para respuestas. Nunca había tiempo para regresar. Solo moverse. Solo sobrevivir. —¿Y si no hay nadie a quien volver a buscar? —se preguntó en voz baja—. ¿Y si nuestra historia terminó allá atrás, y nosotros somos solo… cenizas que el viento olvidó llevarse? El dolor lo apretó por dentro. No era solo miedo. Era la culpa, la impotencia. La incertidumbre que lo corroía cada noche. —¿De qué sirve correr si ya no queda nada por lo que pelear…? Un paso suave rompió el silencio. No necesitó volverse para saber quién era. Kaelis se acercó, sus alas aún plegadas, su presencia serena como la de un guardián que ha visto muchas noches, muchas heridas. Se sentó a su lado sin decir palabra. Nival mantuvo la mirada en las estrellas, aunque sus ojos se humedecían. —Kaelis… ¿tú crees que están vivos? —preguntó al fin, en voz baja, casi temiendo la respuesta. Kaelis tardó en hablar. Y cuando lo hizo, su voz era baja, firme. —No lo sé. Pero mientras no lo sepamos con certeza, no dejaré de creerlo. —¿Y si ya no queda esperanza? Kaelis lo miró con seriedad. —La esperanza no es algo que encontramos. Es algo que decidimos llevar, incluso cuando el camino está oscuro. Especialmente entonces. Nival apretó la mandíbula. —Estoy cansado de llevarla solo. Kaelis le puso una mano en el hombro. —Entonces déjame ayudarte a cargarla. En esa noche oscura, donde las estrellas parecían murmurar secretos olvidados, los dos hermanos permanecieron juntos, en silencio. El dolor de Nival no desapareció, pero en los ojos firmes de Kaelis encontró una razón para seguir buscando, una fuerza que, por un instante, le permitió creer que quizá, en algún rincón del universo, aún había un hogar al que podían regresar. Aunque los dioses lo hubieran intentado todo… ellos seguían vivos. Y eso, por ahora, era suficiente.
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  • San : ──── ¡Ahg! ¡Maldición! Me quedé dormida. Las tareas de mi día son : Trabajar y cazar al hijo de perra de Santiago. Aún me debes mi parte y te cortaré los huevos que no tienes, desgraciado. ¡Ugh! Me da dolor de cabeza con tan solo nombrarlo pero con un café resuelve todo. ──── San, la "hermana gemela" de Santiago. [?]
    San : ──── ¡Ahg! ¡Maldición! Me quedé dormida. Las tareas de mi día son : Trabajar y cazar al hijo de perra de Santiago. Aún me debes mi parte y te cortaré los huevos que no tienes, desgraciado. ¡Ugh! Me da dolor de cabeza con tan solo nombrarlo pero con un café resuelve todo. ──── San, la "hermana gemela" de Santiago. [?]
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  • —Tanto cariño, también es doloroso...
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  • #ConfesionesyCaos


    ¿Cuáles eran las posibilidades que un empleado público confundiera esa capilla derruida por una iglesia propiamente dicha? Muy pocas si suponemos que la mayoría tuvieren algo muy parecido al sentido común. Quien imagine a los no muertos incapaces de sentir asco encontrarían casi divertido ese nudo en la boca del estómago, sin el misericordioso escudo de sus guantes el contacto con esa… Cosa, le habría adicionado un mes de penitencia. Ni siquiera las paredes de un lugar aún consagrado eran incapaces de diluir el aroma que manaba de ese sobre, tan dolorosamente indetectable para la vida humana.

    “Tsss”, humeó el reactivo volatilizándose en una nube inmediatamente para llover en partículas de hollín sobre la hoja. Casi un elemento maldito en toda su extensión, una burda y repugnante burla a lo que debería representar algo tan antiguo como una carta. Presa de la fascinación sus manos declinaron el uso de la pluma en favor de un lapicero moderno para no obligarse a detener la escritura, cada detalle nuevo merecía una página extra, cada componente un mundo en sí mismo, cada pequeña trazada se colocó con una precisión matemática aterradora. Una carta, un memento, una obra de arte en toda su extensión si la maldad pura tuviera aspiraciones de poeta. Con los ojos resecos, negligente de cometer uno de cada dos parpadeos, las palabras se veían tanto domesticas como una espantosa imitación de condición humana. Las lágrimas secas sobre la palabra “Ayuda”, la sangre escondida en los lugares donde las letras ostentaban un segundo bucle y era completamente oscurecido por la tinta adicional.

    Con las horas escapándose entre sus dedos, la alarma en su celular retumbó estruendosa junto a ella, el sol estaba por salir en unos minutos… ¿Podría ser posible? Pecando de cauta, y no albergaría reproche alguno si le llamaran paranoica, guardó la carta con su respectivo sobre en una bolsa doméstica de plástico con cierre deslizante y la sumergió en un balde de hierro con agua bendita. La diferencia inmediatamente le regresó el brillo a los ojos, corriendo a cerrar las pesadas cortinas de terciopelo que adornaban las únicas dos ventanas sin tapiar en la vieja habitación trasera. Un papel teñido de sudor, escrito con tinta de hollín, perfumado con aceite destilado de grasa humana y adornado con la sombra de algunas lágrimas. Si una criatura antigua como ella pudo caer de rodillas sin notarlo frente al glamour, ¿Qué exactamente iba a pasarle al recipiente original?

    De momento necesitaba retirarse a seguro, la pequeña abominación de celulosa se quedaría en el balde hasta que desintegrara la bolsa o ella despertara, lo que sucediera primero. Pero la siguiente velada acarrearía sus propios desafíos, Padre Daniel Sartori , la noche tiene garras… Y viene por usted.
    #ConfesionesyCaos ¿Cuáles eran las posibilidades que un empleado público confundiera esa capilla derruida por una iglesia propiamente dicha? Muy pocas si suponemos que la mayoría tuvieren algo muy parecido al sentido común. Quien imagine a los no muertos incapaces de sentir asco encontrarían casi divertido ese nudo en la boca del estómago, sin el misericordioso escudo de sus guantes el contacto con esa… Cosa, le habría adicionado un mes de penitencia. Ni siquiera las paredes de un lugar aún consagrado eran incapaces de diluir el aroma que manaba de ese sobre, tan dolorosamente indetectable para la vida humana. “Tsss”, humeó el reactivo volatilizándose en una nube inmediatamente para llover en partículas de hollín sobre la hoja. Casi un elemento maldito en toda su extensión, una burda y repugnante burla a lo que debería representar algo tan antiguo como una carta. Presa de la fascinación sus manos declinaron el uso de la pluma en favor de un lapicero moderno para no obligarse a detener la escritura, cada detalle nuevo merecía una página extra, cada componente un mundo en sí mismo, cada pequeña trazada se colocó con una precisión matemática aterradora. Una carta, un memento, una obra de arte en toda su extensión si la maldad pura tuviera aspiraciones de poeta. Con los ojos resecos, negligente de cometer uno de cada dos parpadeos, las palabras se veían tanto domesticas como una espantosa imitación de condición humana. Las lágrimas secas sobre la palabra “Ayuda”, la sangre escondida en los lugares donde las letras ostentaban un segundo bucle y era completamente oscurecido por la tinta adicional. Con las horas escapándose entre sus dedos, la alarma en su celular retumbó estruendosa junto a ella, el sol estaba por salir en unos minutos… ¿Podría ser posible? Pecando de cauta, y no albergaría reproche alguno si le llamaran paranoica, guardó la carta con su respectivo sobre en una bolsa doméstica de plástico con cierre deslizante y la sumergió en un balde de hierro con agua bendita. La diferencia inmediatamente le regresó el brillo a los ojos, corriendo a cerrar las pesadas cortinas de terciopelo que adornaban las únicas dos ventanas sin tapiar en la vieja habitación trasera. Un papel teñido de sudor, escrito con tinta de hollín, perfumado con aceite destilado de grasa humana y adornado con la sombra de algunas lágrimas. Si una criatura antigua como ella pudo caer de rodillas sin notarlo frente al glamour, ¿Qué exactamente iba a pasarle al recipiente original? De momento necesitaba retirarse a seguro, la pequeña abominación de celulosa se quedaría en el balde hasta que desintegrara la bolsa o ella despertara, lo que sucediera primero. Pero la siguiente velada acarrearía sus propios desafíos, Padre [Sart0riDaniel] , la noche tiene garras… Y viene por usted.
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  • Melioë, diosa de mentira y verdad, de odio y amor, de locura y cordura, de luz y oscuridad, de vida y muerte... Una mujer de hermosa e irresistible belleza y de un poder incontenible e inestable, hija de la primavera misma, era como un capullo oscuro que florecía en la penumbra, completamente hermoso, con un aroma dulce y de granate intenso, una flor rodeada de espinas muy afiladas capaces de atravesar incluso almas.
    Melinoë, forjada en el fuego del inframundo, como una flor que crece en la adversidad, hija no solo de nombre de Hades, sino también en espíritu del dios más temido por mortales, almas y dioses. Aunque no corría la sangre del dios de la muerte por sus venas, el fuego implacable de este sí lo hacía, y la había vuelto una mujer fuerte e imponente. Su madre, la diosa que florece incluso en el fuego del inframundo, la mujer que llevó vida al lugar más muerto de todo el mundo, la había vuelto dulce, bondadosa y completamente capaz de llorar por los que vagaban sin rumbo y por aquellos a quienes ella corrompía.
    La diosa se encontraba sentada en la sala del trono, sola, mirando cada detalle como si sus ojos no fueran a ver de nuevo aquello. Lo miró sin parar: las molduras, el color de las paredes, cada textura de estas, cada pequeña línea en el mármol negro del piso, cada adorno en las columnas, hasta que llegó al candelabro en la esquina de la pared. Una vela solitaria brillaba arrogante, iluminando la oscuridad de la sala con fuerza, como si ella sola pudiera hacer desaparecer toda la tiniebla del Hades.
    La diosa, que siempre había carecido de la capacidad de sentir dolor cuando estaba dentro de aquel castillo, se vio tentada en tocarla, en sentir el irradiado calor en su piel, en tener entre sus dedos esa llama arrogante que luchaba contra la adversidad tal como ella luchaba por no iluminar el inframundo como siempre lo hacía. Tocó la cera caliente que escurría por el torso alargado de la vela, y la sensación le agradó, cedosa, como si un aceite se esparciera por sus dedos. El aroma también era adictivo, dulce y carbonizado, como los árboles quemados por los ríos de lava en el Tártaro. No lo pudo resistir y tomó la vela entre sus manos, llenándolas de cera. Aferrada al calor que apenas si la rozaba, que apenas si la hacía sentir abrigada, y entonces, con la luz titilando entre sus manos y la cera bañándolas, la apagó, cerrando sus manos sobre el pabilo como quien quita una vida de tajo, apagándola de golpe sin preguntar ni dar explicaciones.


    #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
    Melioë, diosa de mentira y verdad, de odio y amor, de locura y cordura, de luz y oscuridad, de vida y muerte... Una mujer de hermosa e irresistible belleza y de un poder incontenible e inestable, hija de la primavera misma, era como un capullo oscuro que florecía en la penumbra, completamente hermoso, con un aroma dulce y de granate intenso, una flor rodeada de espinas muy afiladas capaces de atravesar incluso almas. Melinoë, forjada en el fuego del inframundo, como una flor que crece en la adversidad, hija no solo de nombre de Hades, sino también en espíritu del dios más temido por mortales, almas y dioses. Aunque no corría la sangre del dios de la muerte por sus venas, el fuego implacable de este sí lo hacía, y la había vuelto una mujer fuerte e imponente. Su madre, la diosa que florece incluso en el fuego del inframundo, la mujer que llevó vida al lugar más muerto de todo el mundo, la había vuelto dulce, bondadosa y completamente capaz de llorar por los que vagaban sin rumbo y por aquellos a quienes ella corrompía. La diosa se encontraba sentada en la sala del trono, sola, mirando cada detalle como si sus ojos no fueran a ver de nuevo aquello. Lo miró sin parar: las molduras, el color de las paredes, cada textura de estas, cada pequeña línea en el mármol negro del piso, cada adorno en las columnas, hasta que llegó al candelabro en la esquina de la pared. Una vela solitaria brillaba arrogante, iluminando la oscuridad de la sala con fuerza, como si ella sola pudiera hacer desaparecer toda la tiniebla del Hades. La diosa, que siempre había carecido de la capacidad de sentir dolor cuando estaba dentro de aquel castillo, se vio tentada en tocarla, en sentir el irradiado calor en su piel, en tener entre sus dedos esa llama arrogante que luchaba contra la adversidad tal como ella luchaba por no iluminar el inframundo como siempre lo hacía. Tocó la cera caliente que escurría por el torso alargado de la vela, y la sensación le agradó, cedosa, como si un aceite se esparciera por sus dedos. El aroma también era adictivo, dulce y carbonizado, como los árboles quemados por los ríos de lava en el Tártaro. No lo pudo resistir y tomó la vela entre sus manos, llenándolas de cera. Aferrada al calor que apenas si la rozaba, que apenas si la hacía sentir abrigada, y entonces, con la luz titilando entre sus manos y la cera bañándolas, la apagó, cerrando sus manos sobre el pabilo como quien quita una vida de tajo, apagándola de golpe sin preguntar ni dar explicaciones. #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
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