• Había algo en Nueva Orleans que siempre le hablaba en susurros a Esme. No eran las luces ni la música que brotaba de cada rincón, sino los silencios entre las tumbas, los secretos que se deslizaban como niebla por los callejones del Barrio Francés. Esa noche, con la luna colgada baja y amarilla sobre el cielo, Esme caminaba entre los panteones antiguos del cementerio de Lafayette, siguiendo rumores de lo oculto, buscando respuestas que ni siquiera sabía cómo formular.

    Fue entonces cuando escuchó los pasos apresurados, el murmullo de una voz que invocaba algo más viejo que el tiempo y el eco de una persecución que no estaba destinada para ojos mortales.

    Y la vio.

    Hilda.

    El vestido raído, la piel salpicada de magia antigua y miedo. Corría, no hacia la vida, sino huyendo de la muerte. De aquellos que la querían ver callada, enterrada, desaparecida.

    Esme no lo pensó. Su cuerpo se movió por instinto, como si algo en su sangre recordara un pacto sellado mucho antes de que ella naciera. Se interpuso entre Hilda y sus perseguidores, con nada más que su determinación y un fuego recién nacido en las manos, uno que no sabía que podía arder en ella.

    La lucha fue confusa. Rápida. Un parpadeo envuelto en sombras y maldiciones. Pero al final, quedaron solas. Respirando fuerte, mirándose como si se hubieran reconocido sin haberse visto nunca antes.

    —¿Quién eres? —preguntó Hilda, con voz áspera pero ojos suaves.

    —No lo sé —respondió Esme—. Pero creo que te estaba buscando.

    Desde esa noche, no se separaron. Hilda encontró en Esme un faro inesperado, y Esme encontró en Hilda no solo las respuestas que buscaba, sino también un propósito. Se cuidaron mutuamente, como sólo lo hacen quienes han cruzado juntas la línea entre lo terrenal y lo invisible. Unidas por un instante de destino y una promesa no dicha.

    Porque en Nueva Orleans, las almas se cruzan cuando tienen que cruzarse.

    Esme y Hilda… estaban destinadas a encontrarse. Después de eso, se dió cuenta que familia no es sólo la que comparte tu misma sangre.
    Había algo en Nueva Orleans que siempre le hablaba en susurros a Esme. No eran las luces ni la música que brotaba de cada rincón, sino los silencios entre las tumbas, los secretos que se deslizaban como niebla por los callejones del Barrio Francés. Esa noche, con la luna colgada baja y amarilla sobre el cielo, Esme caminaba entre los panteones antiguos del cementerio de Lafayette, siguiendo rumores de lo oculto, buscando respuestas que ni siquiera sabía cómo formular. Fue entonces cuando escuchó los pasos apresurados, el murmullo de una voz que invocaba algo más viejo que el tiempo y el eco de una persecución que no estaba destinada para ojos mortales. Y la vio. Hilda. El vestido raído, la piel salpicada de magia antigua y miedo. Corría, no hacia la vida, sino huyendo de la muerte. De aquellos que la querían ver callada, enterrada, desaparecida. Esme no lo pensó. Su cuerpo se movió por instinto, como si algo en su sangre recordara un pacto sellado mucho antes de que ella naciera. Se interpuso entre Hilda y sus perseguidores, con nada más que su determinación y un fuego recién nacido en las manos, uno que no sabía que podía arder en ella. La lucha fue confusa. Rápida. Un parpadeo envuelto en sombras y maldiciones. Pero al final, quedaron solas. Respirando fuerte, mirándose como si se hubieran reconocido sin haberse visto nunca antes. —¿Quién eres? —preguntó Hilda, con voz áspera pero ojos suaves. —No lo sé —respondió Esme—. Pero creo que te estaba buscando. Desde esa noche, no se separaron. Hilda encontró en Esme un faro inesperado, y Esme encontró en Hilda no solo las respuestas que buscaba, sino también un propósito. Se cuidaron mutuamente, como sólo lo hacen quienes han cruzado juntas la línea entre lo terrenal y lo invisible. Unidas por un instante de destino y una promesa no dicha. Porque en Nueva Orleans, las almas se cruzan cuando tienen que cruzarse. Esme y Hilda… estaban destinadas a encontrarse. Después de eso, se dió cuenta que familia no es sólo la que comparte tu misma sangre.
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  • *En medio de la noche, cuando la mayoria de los ciudadanos estaban descansando, aparecería un portal en en cielo, del mismo saldría Kaori para luego cerrarse en ese instante*

    *Iba cayendo poco a poco, su ropa estaba dañada, algo esperable debido a la difícil misión que acababa de cumplir, tenia algunos rasguños en su cuerpo y su pelo estaba desordenado*

    *Finalmente caeria de pie en uno de los edificios, acto seguido, miraria a la ciudad durmiendo, suspirando y respirando el aire, estuvo al borde de la muerte mas de una vez, pero ver las escasas luces nocturas hicieron que la Kitsune sonria levemente*

    Estoy en casa...
    *En medio de la noche, cuando la mayoria de los ciudadanos estaban descansando, aparecería un portal en en cielo, del mismo saldría Kaori para luego cerrarse en ese instante* *Iba cayendo poco a poco, su ropa estaba dañada, algo esperable debido a la difícil misión que acababa de cumplir, tenia algunos rasguños en su cuerpo y su pelo estaba desordenado* *Finalmente caeria de pie en uno de los edificios, acto seguido, miraria a la ciudad durmiendo, suspirando y respirando el aire, estuvo al borde de la muerte mas de una vez, pero ver las escasas luces nocturas hicieron que la Kitsune sonria levemente* Estoy en casa...
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  • 7:02 p.m: pleno atardecer en la ciudad.

    Hari Engelin

    Mark estaba de pie afuera de una cafetería cercana a su universidad. Había escogido justamente ese lugar porque era uno de sus favoritos para pasar el rato; su temática era pura y exclusivamente japonesa, y aunque el no era muy amante del manga, disfrutaba viendo anime y por eso el local le parecía más que cómodo. Allí mismo había citado a la joven de cabello corto y tatuajes, a la cual había invitado ha tomar un café luego de una extraña interacción. Fue algo espontaneo, aunque para el eso no era un problema.

    El joven estaba apoyado contra una farola, con la mirada fija en la pantalla de su celular, sin prestar realmente atención a lo que veía en el. Lo desbloqueaba y lo bloqueaba de nuevo cada tanto, solo para asegurarse de que no se le hubiera pasado algún mensaje. Por el momento no hubo ninguna llamada de urgencia por parte de los guardianes del globo, ni tampoco información reciente sobre los villanos que estaba persiguiendo que recibía de parte de Robot, por lo que Mark finalmente guardó su celular en el bolsillo derecho e intentó olvidarse de todo eso.

    —Ok Mark, no digas nada sobre tu identidad secreta. —murmuró para sí mismo, aunque la sonrisa que se le escapó después fue más honesta de lo que habría admitido.

    Levantó la vista, buscando entre los rostros de los transeúntes para ver si ella estaba cerca. Nada todavía. Se acomodó el cuello de la chaqueta, como si eso fuera a hacer que pasara el tiempo más rápido.

    —Acepta una cita con una chica que parece que escucha a Nirvana mientras entierra cuerpos. ¿Qué podría salir mal? —comentó en su mente con algo de sarcasmo, aunque sin rastro de burla real.

    Vagamente recordaba su rostro y modales: aunque parecía que era una mujer bastante ruda e independiente, también se la veía triste; como si todavía no hubiera encontrado algo que la haga feliz. El esperaba ver esa tristeza en su mirada otra vez. No por querer que siguiera con ese sentimiento, sino porque algo le hacía sentir que tal vez… el también podía ser alguien con quien compartir ese silencio incómodo del mundo.

    —Solo espero que Cecil no me joda esta vez, odio a ese anciano. —dijo en voz baja, aún sin moverse de su lugar.

    Y entonces…
    Escuchó pasos.
    7:02 p.m: pleno atardecer en la ciudad. [flash_navy_bat_117] Mark estaba de pie afuera de una cafetería cercana a su universidad. Había escogido justamente ese lugar porque era uno de sus favoritos para pasar el rato; su temática era pura y exclusivamente japonesa, y aunque el no era muy amante del manga, disfrutaba viendo anime y por eso el local le parecía más que cómodo. Allí mismo había citado a la joven de cabello corto y tatuajes, a la cual había invitado ha tomar un café luego de una extraña interacción. Fue algo espontaneo, aunque para el eso no era un problema. El joven estaba apoyado contra una farola, con la mirada fija en la pantalla de su celular, sin prestar realmente atención a lo que veía en el. Lo desbloqueaba y lo bloqueaba de nuevo cada tanto, solo para asegurarse de que no se le hubiera pasado algún mensaje. Por el momento no hubo ninguna llamada de urgencia por parte de los guardianes del globo, ni tampoco información reciente sobre los villanos que estaba persiguiendo que recibía de parte de Robot, por lo que Mark finalmente guardó su celular en el bolsillo derecho e intentó olvidarse de todo eso. —Ok Mark, no digas nada sobre tu identidad secreta. —murmuró para sí mismo, aunque la sonrisa que se le escapó después fue más honesta de lo que habría admitido. Levantó la vista, buscando entre los rostros de los transeúntes para ver si ella estaba cerca. Nada todavía. Se acomodó el cuello de la chaqueta, como si eso fuera a hacer que pasara el tiempo más rápido. —Acepta una cita con una chica que parece que escucha a Nirvana mientras entierra cuerpos. ¿Qué podría salir mal? —comentó en su mente con algo de sarcasmo, aunque sin rastro de burla real. Vagamente recordaba su rostro y modales: aunque parecía que era una mujer bastante ruda e independiente, también se la veía triste; como si todavía no hubiera encontrado algo que la haga feliz. El esperaba ver esa tristeza en su mirada otra vez. No por querer que siguiera con ese sentimiento, sino porque algo le hacía sentir que tal vez… el también podía ser alguien con quien compartir ese silencio incómodo del mundo. —Solo espero que Cecil no me joda esta vez, odio a ese anciano. —dijo en voz baja, aún sin moverse de su lugar. Y entonces… Escuchó pasos.
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  • Socializar con mis gatos está bien, pero quizás debería socializar mas con individuos con cuerpo/humanos/seres de este mundo que no son humanos (Como yo)
    Socializar con mis gatos está bien, pero quizás debería socializar mas con individuos con cuerpo/humanos/seres de este mundo que no son humanos (Como yo)
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  • La noche era serena en aquel pequeño planeta olvidado, cubierto de hierba plateada que brillaba bajo la luz de dos lunas tenues. Kaelis, sentado en una colina solitaria, contemplaba el cielo sin hablar. Sus alas estaban plegadas, la cola reposaba sobre el suelo y sus ojos morados, normalmente tranquilos, hoy parecían ligeramente húmedos, perdidos en una imagen que sólo él podía ver.

    Recordó el calor de un nido improvisado entre raíces y musgo, bajo la protección de una cúpula tejida por los Sadidas. Él y Nival, apenas eclosionados, eran dos pequeñas figuras envueltas en mantas gruesas. Nival dormía profundamente, su gorro ladeado cubriéndole media cara, una pequeña sonrisa en los labios. Kaelis, más pequeño (sorprendentemente), lo trataba de rodear con un ala instintivamente, como si incluso entonces ya supiera que debía protegerlo.

    En aquel recuerdo, Nival murmuraba en sueños cosas sin sentido, palabras dulces y risueñas que provocaban que Kaelis sonriera, aún con los ojos cerrados. Era una calma imposible de replicar, un momento en el que el universo parecía detenido. Ningún dios, ningún peligro, solo ellos dos… hermanos, nacidos del mismo error, del mismo milagro.

    Kaelis cerró los ojos, dejando que el viento de la colina le acariciara el rostro. Y por un instante, el silencio de la noche le trajo de vuelta el murmullo de ese sueño lejano, y el calor de su hermano junto a él.

    —A veces, quisiera volver a ese momento… —susurró, apenas audible, antes de alzar la mirada al firmamento estrellado, donde aún buscaba respuestas que tal vez nunca llegarían.
    La noche era serena en aquel pequeño planeta olvidado, cubierto de hierba plateada que brillaba bajo la luz de dos lunas tenues. Kaelis, sentado en una colina solitaria, contemplaba el cielo sin hablar. Sus alas estaban plegadas, la cola reposaba sobre el suelo y sus ojos morados, normalmente tranquilos, hoy parecían ligeramente húmedos, perdidos en una imagen que sólo él podía ver. Recordó el calor de un nido improvisado entre raíces y musgo, bajo la protección de una cúpula tejida por los Sadidas. Él y Nival, apenas eclosionados, eran dos pequeñas figuras envueltas en mantas gruesas. Nival dormía profundamente, su gorro ladeado cubriéndole media cara, una pequeña sonrisa en los labios. Kaelis, más pequeño (sorprendentemente), lo trataba de rodear con un ala instintivamente, como si incluso entonces ya supiera que debía protegerlo. En aquel recuerdo, Nival murmuraba en sueños cosas sin sentido, palabras dulces y risueñas que provocaban que Kaelis sonriera, aún con los ojos cerrados. Era una calma imposible de replicar, un momento en el que el universo parecía detenido. Ningún dios, ningún peligro, solo ellos dos… hermanos, nacidos del mismo error, del mismo milagro. Kaelis cerró los ojos, dejando que el viento de la colina le acariciara el rostro. Y por un instante, el silencio de la noche le trajo de vuelta el murmullo de ese sueño lejano, y el calor de su hermano junto a él. —A veces, quisiera volver a ese momento… —susurró, apenas audible, antes de alzar la mirada al firmamento estrellado, donde aún buscaba respuestas que tal vez nunca llegarían.
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  • - Dentro del listado que le entregaron Bel y Aba sus seguidores había un nombre que escucho una vez . Siempre creyó que era una leyenda, pero que estuviera en la lista significa que si existe. " ¿Podré solicitar la ayuda a @𝒯𝒽𝒶𝓃𝒶𝓉𝑜𝓈 〝❝𝐿𝒶 𝒫𝑒𝓇𝓈𝑜𝓃𝒾𝒻𝒾𝒸𝒶𝒸𝒾ó𝓃 𝒹𝑒 𝓁𝒶 𝑀𝓊𝑒𝓇𝓉𝑒 𝒫𝒶𝒸í𝒻𝒾𝒸𝒶❞〞? O lo encontrará algo banal", se cuestionó la joven pero decidió ir en búsqueda del antiguo Dios de la muerte pacífica. -

    Que la parca solicite ayuda de otra muerte parece algo casi irrisorio...

    - se decía a si misma mientras caminaba por las oscuras calles de Austria , Graz. Ahí viajo por consejo de Jack, su mano derecha para descansar.
    Por culpa de la falta de almas el peso de mantener el mundo espiritual se hacía cada vez más agobiante sumado a eso el insomnio, y el sonabulismo que tenía su cuerpo cada vez se sentía más agotado.
    Llegó a su apartamento, subió al último piso y casi a penas se tumbó en la cama-
    ...

    - las horas pasaron y no podía ni abrir los ojos sentía la cabeza que iba a estallar , sus sentidos se agudizaron a un nivel máximo escuchando súplicas a más de 5 kilómetros provocando que no podía ni oír sus propios pensamientos. Jack se estaba encargando de las reuniones "humanas ", tenía una fiebre de 43 grados, su cuerpo estaba en la habitación pero su ser estaba en el mundo espiritual arreglando los problemas-
    - Dentro del listado que le entregaron Bel y Aba sus seguidores había un nombre que escucho una vez . Siempre creyó que era una leyenda, pero que estuviera en la lista significa que si existe. " ¿Podré solicitar la ayuda a @[ember_sapphire_kangaroo_682]? O lo encontrará algo banal", se cuestionó la joven pero decidió ir en búsqueda del antiguo Dios de la muerte pacífica. - Que la parca solicite ayuda de otra muerte parece algo casi irrisorio... - se decía a si misma mientras caminaba por las oscuras calles de Austria , Graz. Ahí viajo por consejo de Jack, su mano derecha para descansar. Por culpa de la falta de almas el peso de mantener el mundo espiritual se hacía cada vez más agobiante sumado a eso el insomnio, y el sonabulismo que tenía su cuerpo cada vez se sentía más agotado. Llegó a su apartamento, subió al último piso y casi a penas se tumbó en la cama- ... - las horas pasaron y no podía ni abrir los ojos sentía la cabeza que iba a estallar , sus sentidos se agudizaron a un nivel máximo escuchando súplicas a más de 5 kilómetros provocando que no podía ni oír sus propios pensamientos. Jack se estaba encargando de las reuniones "humanas ", tenía una fiebre de 43 grados, su cuerpo estaba en la habitación pero su ser estaba en el mundo espiritual arreglando los problemas-
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  • Hacer ejercicio es bueno y saludable!
    Te llena de energía
    Mejora tu humor y autoestima
    Es benéfico para tu salud
    Mejora tu desempeño en el trabajo y tu rendimiento sexual
    No creo que haya tal cosa como un alma, pero no cabe dudas que sí existe el cuerpo. Todos tenemos uno, y es por él que estás viviendo y puedes experimentar el mundo que te rodea. ¡Cuídalo!
    Hacer ejercicio es bueno y saludable! Te llena de energía Mejora tu humor y autoestima Es benéfico para tu salud Mejora tu desempeño en el trabajo y tu rendimiento sexual No creo que haya tal cosa como un alma, pero no cabe dudas que sí existe el cuerpo. Todos tenemos uno, y es por él que estás viviendo y puedes experimentar el mundo que te rodea. ¡Cuídalo! 😁
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  • La madrugada envolvía el paisaje con un silencio denso y frío. Nival caminaba despacio, con las manos entrelazadas detrás de la nuca, observando el cielo estrellado que se extendía sobre él como un mar infinito. Su capa azul marino ondeaba con suavidad al ritmo del viento, y cada paso que daba sobre el empedrado resonaba como un susurro en la quietud.

    Se detuvo junto a un pequeño puente de madera, alzando la mirada hacia una farola que parpadeaba débilmente. Sus ojos marrones brillaban con curiosidad al notar una figura más adelante, medio oculta en la neblina. Ladeó la cabeza, sonriendo apenas, y sus labios se curvaron con una pizca de sarcasmo.

    Con paso relajado, se acercó, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras alzaba una ceja. Sin hablar, su expresión lo decía todo: una mezcla de burla juguetona y sorpresa fingida. Su mano fue al bolsillo por costumbre, aunque no buscaba nada en particular, y su mirada se mantuvo fija en la figura como si estuviera a punto de soltar una broma.

    Finalmente, dejó escapar un leve suspiro,

    ¿Insomnio?, jeje, te entiendo –.

    se irguió de nuevo y siguió su camino sin apuro, como si el encuentro hubiese sido apenas una nota curiosa en una noche más de sus tantos viajes.
    La madrugada envolvía el paisaje con un silencio denso y frío. Nival caminaba despacio, con las manos entrelazadas detrás de la nuca, observando el cielo estrellado que se extendía sobre él como un mar infinito. Su capa azul marino ondeaba con suavidad al ritmo del viento, y cada paso que daba sobre el empedrado resonaba como un susurro en la quietud. Se detuvo junto a un pequeño puente de madera, alzando la mirada hacia una farola que parpadeaba débilmente. Sus ojos marrones brillaban con curiosidad al notar una figura más adelante, medio oculta en la neblina. Ladeó la cabeza, sonriendo apenas, y sus labios se curvaron con una pizca de sarcasmo. Con paso relajado, se acercó, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras alzaba una ceja. Sin hablar, su expresión lo decía todo: una mezcla de burla juguetona y sorpresa fingida. Su mano fue al bolsillo por costumbre, aunque no buscaba nada en particular, y su mirada se mantuvo fija en la figura como si estuviera a punto de soltar una broma. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro, ¿Insomnio?, jeje, te entiendo –. se irguió de nuevo y siguió su camino sin apuro, como si el encuentro hubiese sido apenas una nota curiosa en una noche más de sus tantos viajes.
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  • Flotando en el lago, Mair estaba completamente desnudo, abrazado solo por algunas plantas marinas.

    —No quiero volver a desnudarme, no por el cuerpo, sino por el alma.
    No quiero abrirme otra vez como lo hice contigo, porque me dejaste con más dudas que abrazos.

    Mientras los peces lo rodeaban, actuando como los únicos testigos de sus palabras.

    —Y sí, cuesta olvidarte, pero es más por lo malo que por lo bueno.
    Sé que todavía sigues mis pisadas, como si esperaras encontrar algo de lo que perdiste, pero ya no voy a detenerme.

    Pero sus ojos se iluminarían, porque quien decide es él, nadie más, y ya está cansado de correr.

    —Voy hacia algo mejor, y aunque tenga que ser vulnerable otra vez, prefiero arriesgarme a amar de verdad que quedarme temiendo un pasado que ya no me define.
    Flotando en el lago, Mair estaba completamente desnudo, abrazado solo por algunas plantas marinas. —No quiero volver a desnudarme, no por el cuerpo, sino por el alma. No quiero abrirme otra vez como lo hice contigo, porque me dejaste con más dudas que abrazos. Mientras los peces lo rodeaban, actuando como los únicos testigos de sus palabras. —Y sí, cuesta olvidarte, pero es más por lo malo que por lo bueno. Sé que todavía sigues mis pisadas, como si esperaras encontrar algo de lo que perdiste, pero ya no voy a detenerme. Pero sus ojos se iluminarían, porque quien decide es él, nadie más, y ya está cansado de correr. —Voy hacia algo mejor, y aunque tenga que ser vulnerable otra vez, prefiero arriesgarme a amar de verdad que quedarme temiendo un pasado que ya no me define.
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  • — Lo que quiero hacer es muy distante de lo que debería estar haciendo. Tal vez deba retomar lo que este cuerpo dejo pendiente, quizás...—
    — Lo que quiero hacer es muy distante de lo que debería estar haciendo. Tal vez deba retomar lo que este cuerpo dejo pendiente, quizás...—
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