• Género Femenino
  • Raza humana
  • Fandom Jujutsu Kaisen
  • Doctora
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 7 de noviembre
  • 87 Publicaciones
  • 80 Escenas
  • Se unió en diciembre 2023
  • 50 Visitas perfil
Otra información
  • Longitud narrativa
    Una línea , Semi-párrafo , Párrafo , Multi-párrafo
  • Categorías de rol
    Comedia , Contemporáneo , Drama , Romance , Slice of Life , Suspenso , Original
Fijado
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Tenlo en cuenta al responder.
─── ⋆⋅ Reglamento ⋅⋆ ───

1.- Me reservo el derecho de admisión.
2.- No roleo lemon.
3.- Nada de meta-rol, es decir lo que tú sepas como usuario de mi personaje no tiene por qué saberlo tu personaje.
4.- Si me agregas tu inicia la interacción y viceversa.
5.- Respeta los tiempos. Tengo un trabajo exigente y no puedo estar al pendiente al rol todo el tiempo.
6.- El chat lo uso principalmente para planear tramar. Me gustan más los roles públicos por foto o estados.
7.- Son bienvenidos personajes dentro y fuera del fandom de JJK siempre y cuando vea que hay algo que pueda conectar ambos personajes de algún modo.
8.- No busco ships o partner. Me gusta desarrollar ese tipo de temas con paciencia y química entre personajes. No me niego, pero no son mi prioridad.
9.- No doy información personal.
10.- El acoso/amenaza/hostilidad o cualquier otro tipo de acto similar amerita el bloqueo inmediato y sin explicación. Salvo que algo de esto ocurra en una trama de rol que haya aceptado.
11. Limpieza de contacto cada cierto tiempo. No me gusta tener agregada gente solo para tener muchos –amigos--.
12. No pido biblias de rol, solo lógica en los mismos y coherencia en la escritura.

☠︎ Reglamente sujeto a cambios.


Gracias a 𝑵 𝒐 𝒃 𝒂 𝒓 𝒂 ˗ˏˋ ﹒ 。﹒ׅ𖥔 🥀 por el edit y la idea original de las reglas.
Y a [galaxy_crimson_eagle_799] que tambien le robe las reglas. (?)

─── ⋆⋅ Reglamento ⋅⋆ ─── 1.- Me reservo el derecho de admisión. 2.- No roleo lemon. 3.- Nada de meta-rol, es decir lo que tú sepas como usuario de mi personaje no tiene por qué saberlo tu personaje. 4.- Si me agregas tu inicia la interacción y viceversa. 5.- Respeta los tiempos. Tengo un trabajo exigente y no puedo estar al pendiente al rol todo el tiempo. 6.- El chat lo uso principalmente para planear tramar. Me gustan más los roles públicos por foto o estados. 7.- Son bienvenidos personajes dentro y fuera del fandom de JJK siempre y cuando vea que hay algo que pueda conectar ambos personajes de algún modo. 8.- No busco ships o partner. Me gusta desarrollar ese tipo de temas con paciencia y química entre personajes. No me niego, pero no son mi prioridad. 9.- No doy información personal. 10.- El acoso/amenaza/hostilidad o cualquier otro tipo de acto similar amerita el bloqueo inmediato y sin explicación. Salvo que algo de esto ocurra en una trama de rol que haya aceptado. 11. Limpieza de contacto cada cierto tiempo. No me gusta tener agregada gente solo para tener muchos –amigos--. 12. No pido biblias de rol, solo lógica en los mismos y coherencia en la escritura. ☠︎ Reglamente sujeto a cambios. Gracias a [Unbreakable_Rose] por el edit y la idea original de las reglas. Y a [galaxy_crimson_eagle_799] que tambien le robe las reglas. (?) ♡
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  • La luz del mediodía se colaba entre las persianas torcidas de la oficina de Shoko, iluminando partículas de polvo que flotaban perezosamente en el aire. Con los pies descalzos y un cigarrillo apagado entre los labios, observó el desastre a su alrededor: papeles desparramados, cajas de medicamentos mal apiladas y una taza con algo que había dejado de ser café hacía días.

    — Bueno, esto es deprimente. — murmuró, soltando el cigarrillo en un cenicero ya colmado.

    Abrió una ventana para dejar entrar el aire fresco y, tras un suspiro resignado, se ató el cabello en un moño desordenado. En un acto más de aburrimiento que de convicción, comenzó a recoger hojas sueltas, tarareando una melodía que poco a poco se convirtió en una canción.

    “ Ah ~ poison on the inside, I could be your antidote tonight. "

    Su voz resonaba en el espacio vacío mientras apilaba los papeles en una esquina de su escritorio. De vez en cuando, movía las caderas al ritmo de la canción, levantando una ceja al encontrar un paquete de cigarrillos vacío bajo un montón de revistas médicas.

    Agarró un trapo húmedo y empezó a limpiar las superficies, cantando ahora a todo pulmón.

    “I could play the doctor, I can cure your disease. If you were a sinner, I could make you believe."

    Con cada verso, sus movimientos se hacían más exagerados, como si estuviera en un escenario. Limpió la mesa, la lámpara, incluso el marco torcido de una vieja fotografía de su grupo de amigos de la escuela. Una leve sonrisa se asomó al ver la cara de uno de ellos, pero rápidamente la ocultó sacudiendo la cabeza.

    “I can smell your sickness, I can cure ya, cure your disease."

    En un giro particularmente entusiasta, tropezó con una pila de revistas y cayó sentada al suelo con un estruendo. Soltó una carcajada al verse rodeada de desorden nuevamente.

    — Bueno, al menos me queda la música,— dijo en voz alta, retomando la canción desde donde la había dejado, sin intención alguna de parar.
    La luz del mediodía se colaba entre las persianas torcidas de la oficina de Shoko, iluminando partículas de polvo que flotaban perezosamente en el aire. Con los pies descalzos y un cigarrillo apagado entre los labios, observó el desastre a su alrededor: papeles desparramados, cajas de medicamentos mal apiladas y una taza con algo que había dejado de ser café hacía días. — Bueno, esto es deprimente. — murmuró, soltando el cigarrillo en un cenicero ya colmado. Abrió una ventana para dejar entrar el aire fresco y, tras un suspiro resignado, se ató el cabello en un moño desordenado. En un acto más de aburrimiento que de convicción, comenzó a recoger hojas sueltas, tarareando una melodía que poco a poco se convirtió en una canción. “ Ah ~ poison on the inside, I could be your antidote tonight. " Su voz resonaba en el espacio vacío mientras apilaba los papeles en una esquina de su escritorio. De vez en cuando, movía las caderas al ritmo de la canción, levantando una ceja al encontrar un paquete de cigarrillos vacío bajo un montón de revistas médicas. Agarró un trapo húmedo y empezó a limpiar las superficies, cantando ahora a todo pulmón. “I could play the doctor, I can cure your disease. If you were a sinner, I could make you believe." Con cada verso, sus movimientos se hacían más exagerados, como si estuviera en un escenario. Limpió la mesa, la lámpara, incluso el marco torcido de una vieja fotografía de su grupo de amigos de la escuela. Una leve sonrisa se asomó al ver la cara de uno de ellos, pero rápidamente la ocultó sacudiendo la cabeza. “I can smell your sickness, I can cure ya, cure your disease." En un giro particularmente entusiasta, tropezó con una pila de revistas y cayó sentada al suelo con un estruendo. Soltó una carcajada al verse rodeada de desorden nuevamente. — Bueno, al menos me queda la música,— dijo en voz alta, retomando la canción desde donde la había dejado, sin intención alguna de parar.
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  • El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche.

    Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante.

    —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa.

    Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad.

    Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina.

    —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma.

    Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra.

    El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente.

    —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina.

    —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño.

    La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado.

    Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada.

    Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa.

    —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse.

    —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú.

    Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
    El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche. Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante. —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa. Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad. Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina. —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma. Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra. El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente. —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina. —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño. La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado. Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada. Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa. —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse. —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú. Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
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  • Shoko estaba sentada en el alféizar de su ventana, observando el cielo teñido de tonos anaranjados mientras el sol se ocultaba tras los edificios del campus. En la distancia, podía escuchar los ecos lejanos de estudiantes jugando, riendo, viviendo vidas que parecían tan normales, tan mundanas.

    Con un suspiro, dejó caer su espalda contra el marco de la ventana. Sus días estaban llenos de exorcismos, entrenamientos y largas horas aprendiendo a salvar vidas en un mundo que la mayoría de las personas nunca conocería. No podía evitar pensar en cómo habría sido crecer sin maldiciones, sin este peso invisible. Quizá habría pasado más tiempo preocupándose por exámenes o clubes escolares en lugar de proteger su vida o la de sus compañeros.

    “¿Es raro que me sienta envidiosa?” murmuró para sí misma, revolviendo su cabello con una mano. Había veces que la normalidad parecía un lujo inalcanzable, una fantasía que nunca podría tocar.

    Sus pensamientos vagaron hacia algo más trivial pero igual de incómodo: el hecho de que nunca había tenido un novio, ni siquiera un pretendiente. Claro, eso no era exactamente una prioridad cuando se vivía entre maldiciones y misiones constantes, pero… ¿acaso era tan extraño querer experimentar algo típico? Un beso, por ejemplo. Algo que otras chicas de su edad parecían dar por sentado.

    Cerró los ojos, tratando de imaginar cómo sería. ¿Emocionante? ¿Incómodo? ¿Una completa decepción? Sus mejillas se tiñeron levemente de rojo al darse cuenta de que no tenía ni idea. Todo lo que sabía venía de películas o novelas que rara vez tenía tiempo de terminar.

    Entonces, un pensamiento surgió, absurdo al principio, pero difícil de ignorar. Había alguien en quien confiaba completamente, alguien que no se reiría de ella ni aprovecharía la situación. Suguru.

    La idea la hizo apretar los labios. Era ridículo, pero también tenía sentido de alguna manera. Suguru siempre había sido tranquilo, considerado y, sobre todo, respetuoso. Si había alguien con quien podía confiar para algo tan embarazoso, era él.

    Antes de darse cuenta, ya estaba bajándose del alféizar y caminando hacia la puerta de su habitación. Su corazón latía con fuerza mientras avanzaba por el pasillo, los ecos de sus pasos resonando en la quietud. Al llegar frente a la puerta de Suguru, alzó la mano para tocar, pero dudó un segundo.

    “Solo dilo rápido. No lo pienses demasiado,” se dijo en voz baja, intentando convencerse.

    Tocó dos veces.
    Apenas escuchó el chirrido de la puerta al empezar a abrirse, y que Suguru pudiera detenerse, las palabras salieron de su boca, rápidas y cortas:

    — Quiero que me beses. —

    El sonrojo que inundó su rostro no era por la emoción de la propuesta, ni por la curiosidad que la impulsaba a dar el paso. Era el calor de exponer esa vulnerabilidad, ese lado curioso y emocional que siempre trataba de mantener oculto bajo capas de indiferencia. No era como si estuviera nerviosa por el beso en sí, sino por mostrar una parte de sí misma que no acostumbraba compartir, especialmente con alguien como Suguru.

    Los latidos de su corazón aumentaron, no por el gesto, sino por la incomodidad de ser vista de esa manera, tan abierta y sin reservas.
    Suguru Geto
    Shoko estaba sentada en el alféizar de su ventana, observando el cielo teñido de tonos anaranjados mientras el sol se ocultaba tras los edificios del campus. En la distancia, podía escuchar los ecos lejanos de estudiantes jugando, riendo, viviendo vidas que parecían tan normales, tan mundanas. Con un suspiro, dejó caer su espalda contra el marco de la ventana. Sus días estaban llenos de exorcismos, entrenamientos y largas horas aprendiendo a salvar vidas en un mundo que la mayoría de las personas nunca conocería. No podía evitar pensar en cómo habría sido crecer sin maldiciones, sin este peso invisible. Quizá habría pasado más tiempo preocupándose por exámenes o clubes escolares en lugar de proteger su vida o la de sus compañeros. “¿Es raro que me sienta envidiosa?” murmuró para sí misma, revolviendo su cabello con una mano. Había veces que la normalidad parecía un lujo inalcanzable, una fantasía que nunca podría tocar. Sus pensamientos vagaron hacia algo más trivial pero igual de incómodo: el hecho de que nunca había tenido un novio, ni siquiera un pretendiente. Claro, eso no era exactamente una prioridad cuando se vivía entre maldiciones y misiones constantes, pero… ¿acaso era tan extraño querer experimentar algo típico? Un beso, por ejemplo. Algo que otras chicas de su edad parecían dar por sentado. Cerró los ojos, tratando de imaginar cómo sería. ¿Emocionante? ¿Incómodo? ¿Una completa decepción? Sus mejillas se tiñeron levemente de rojo al darse cuenta de que no tenía ni idea. Todo lo que sabía venía de películas o novelas que rara vez tenía tiempo de terminar. Entonces, un pensamiento surgió, absurdo al principio, pero difícil de ignorar. Había alguien en quien confiaba completamente, alguien que no se reiría de ella ni aprovecharía la situación. Suguru. La idea la hizo apretar los labios. Era ridículo, pero también tenía sentido de alguna manera. Suguru siempre había sido tranquilo, considerado y, sobre todo, respetuoso. Si había alguien con quien podía confiar para algo tan embarazoso, era él. Antes de darse cuenta, ya estaba bajándose del alféizar y caminando hacia la puerta de su habitación. Su corazón latía con fuerza mientras avanzaba por el pasillo, los ecos de sus pasos resonando en la quietud. Al llegar frente a la puerta de Suguru, alzó la mano para tocar, pero dudó un segundo. “Solo dilo rápido. No lo pienses demasiado,” se dijo en voz baja, intentando convencerse. Tocó dos veces. Apenas escuchó el chirrido de la puerta al empezar a abrirse, y que Suguru pudiera detenerse, las palabras salieron de su boca, rápidas y cortas: — Quiero que me beses. — El sonrojo que inundó su rostro no era por la emoción de la propuesta, ni por la curiosidad que la impulsaba a dar el paso. Era el calor de exponer esa vulnerabilidad, ese lado curioso y emocional que siempre trataba de mantener oculto bajo capas de indiferencia. No era como si estuviera nerviosa por el beso en sí, sino por mostrar una parte de sí misma que no acostumbraba compartir, especialmente con alguien como Suguru. Los latidos de su corazón aumentaron, no por el gesto, sino por la incomodidad de ser vista de esa manera, tan abierta y sin reservas. [Suguru.Geto]
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