Tenlo en cuenta al responder.
| ¡Feliz Halloween! |
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Ataviado con una túnica negra de bordes en púrpura oscuro y un clásico sombrero puntiagudo de bruja, Junior recorría los pasillos sosteniendo en una de sus manos una pequeña calabaza tallada, a modo de cubeta, repleta de caramelos y paletas de la compañía Funtom. De hecho, llevaba en la boca una paleta de sabor frutilla, con el palillo asomando de forma casual, lo cual le daba el aspecto de un niño cualquiera en lugar del joven amo de la casa.
El motivo de su disfraz, que, cabe decir, no fue elegido por él sino por Mey Rin, se debía a la tradición anual de su padre, quien organizaba una festividad en el Día de Brujas para los niños del pueblo, invitándolos a recorrer los jardines en una búsqueda de dulces.
"Incluso mi padre tiene cierto lado generoso", pensó.
Como conde de estas tierras, resultaba lógico que organizara actividades para mantener la simpatía de su gente. Sin embargo, a Junior le venían a la mente diversos métodos que no implicaban una fiesta infantil… aunque era claro que su padre lo hacía por otras razones.
—¡Joven amo! —llamó Bard, acercándose con un semblante urgente.
—¿Qué ocurre?
—Lo hemos estado buscando, ¿dónde se había metido?
—Ah —dejó salir Junior, sin mucha brillantez.
Se había tomado su tiempo a propósito, para irritar a su padre, entreteniéndose pintando sobre un lienzo algo alusivo a Halloween. No obstante, perdió la noción del tiempo, y, cuando quiso darse cuenta, ya atardecía en el exterior.
Con ello dicho, el joven amo y el cocinero emprendieron camino hacia el salón.
—Joven amo.
—¿Sí, Bard?
—No es nada.
Junior soltó un bufido.
—Sí, sí. Lo sé. Me veo ridículo.
Pero, dada la hora, cambiaron de rumbo y se dirigieron al vestíbulo. Este se hallaba sorprendentemente alegre y bullicioso, un espectáculo poco frecuente en la sombría mansión. Mas lo que realmente destacaba era la presencia de su padre. Conociendo el desagrado que este sentía por tales eventos, resultaba peculiar verlo entre los niños, claro que en sentido figurado, pues en realidad no se acercaba a nadie, y los infantes ya comenzaban a despedirse.
—Conde Phantomhive —anunció, aproximándose.
—Junior —dijo su padre con calma, frunciendo el ceño al instante. —Llegas tarde.
Verlo molesto resultaba gratificante, y Junior dejó escapar una ligera sonrisa.
—Mis disculpas. Me distraje pintando y perdí la noción del tiempo.
Ciel suspiró, lanzando una mirada hacia los niños, quienes contaban sus caramelos junto a sus padres.
—Te perdiste la búsqueda.
Junior asintió.
—Sí, qué lástima.
El tono de su voz delataba su total falta de remordimiento. Se había perdido toda la fiesta, pero para él no tenía importancia. No era como si fuera su primera vez.
Tenía cinco años cuando su padre comenzó esta tradición, y a los trece, ya la encontraba tediosa.
Ciel negó con la cabeza, y apoyándose en su bastón, se dispuso a retirarse.
—No necesitas continuar con esto —dijo Junior repentinamente, deteniendo a Ciel.
—¿A qué te refieres? —preguntó, sin volverse.
—No hace falta que sigas organizando una fiesta cada año para que haga amigos.
Ciel guardó silencio, y al estar de espaldas, sus expresiones resultaban indescifrables. Junior solo lo observó alejarse, sin emitir respuesta alguna.
Nadie lo estaba observando, por lo que se tomó la libertad de esbozar una sonrisa amplia, incluso feliz.
—Gracias, padre.
Que hubiera tenido este tipo de detalle cada año, solo por él, le brindaba a su corazón una calidez que, a veces, creía perdida.
—Pero ya soy demasiado grande para estas trivialidades —murmuró.
Luego miró su atuendo.
—Además, este disfraz es espantoso.
Esperaba que Mey Rin no se ofendiera por haberse mostrado tan poco con aquel atuendo.
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Ataviado con una túnica negra de bordes en púrpura oscuro y un clásico sombrero puntiagudo de bruja, Junior recorría los pasillos sosteniendo en una de sus manos una pequeña calabaza tallada, a modo de cubeta, repleta de caramelos y paletas de la compañía Funtom. De hecho, llevaba en la boca una paleta de sabor frutilla, con el palillo asomando de forma casual, lo cual le daba el aspecto de un niño cualquiera en lugar del joven amo de la casa.
El motivo de su disfraz, que, cabe decir, no fue elegido por él sino por Mey Rin, se debía a la tradición anual de su padre, quien organizaba una festividad en el Día de Brujas para los niños del pueblo, invitándolos a recorrer los jardines en una búsqueda de dulces.
"Incluso mi padre tiene cierto lado generoso", pensó.
Como conde de estas tierras, resultaba lógico que organizara actividades para mantener la simpatía de su gente. Sin embargo, a Junior le venían a la mente diversos métodos que no implicaban una fiesta infantil… aunque era claro que su padre lo hacía por otras razones.
—¡Joven amo! —llamó Bard, acercándose con un semblante urgente.
—¿Qué ocurre?
—Lo hemos estado buscando, ¿dónde se había metido?
—Ah —dejó salir Junior, sin mucha brillantez.
Se había tomado su tiempo a propósito, para irritar a su padre, entreteniéndose pintando sobre un lienzo algo alusivo a Halloween. No obstante, perdió la noción del tiempo, y, cuando quiso darse cuenta, ya atardecía en el exterior.
Con ello dicho, el joven amo y el cocinero emprendieron camino hacia el salón.
—Joven amo.
—¿Sí, Bard?
—No es nada.
Junior soltó un bufido.
—Sí, sí. Lo sé. Me veo ridículo.
Pero, dada la hora, cambiaron de rumbo y se dirigieron al vestíbulo. Este se hallaba sorprendentemente alegre y bullicioso, un espectáculo poco frecuente en la sombría mansión. Mas lo que realmente destacaba era la presencia de su padre. Conociendo el desagrado que este sentía por tales eventos, resultaba peculiar verlo entre los niños, claro que en sentido figurado, pues en realidad no se acercaba a nadie, y los infantes ya comenzaban a despedirse.
—Conde Phantomhive —anunció, aproximándose.
—Junior —dijo su padre con calma, frunciendo el ceño al instante. —Llegas tarde.
Verlo molesto resultaba gratificante, y Junior dejó escapar una ligera sonrisa.
—Mis disculpas. Me distraje pintando y perdí la noción del tiempo.
Ciel suspiró, lanzando una mirada hacia los niños, quienes contaban sus caramelos junto a sus padres.
—Te perdiste la búsqueda.
Junior asintió.
—Sí, qué lástima.
El tono de su voz delataba su total falta de remordimiento. Se había perdido toda la fiesta, pero para él no tenía importancia. No era como si fuera su primera vez.
Tenía cinco años cuando su padre comenzó esta tradición, y a los trece, ya la encontraba tediosa.
Ciel negó con la cabeza, y apoyándose en su bastón, se dispuso a retirarse.
—No necesitas continuar con esto —dijo Junior repentinamente, deteniendo a Ciel.
—¿A qué te refieres? —preguntó, sin volverse.
—No hace falta que sigas organizando una fiesta cada año para que haga amigos.
Ciel guardó silencio, y al estar de espaldas, sus expresiones resultaban indescifrables. Junior solo lo observó alejarse, sin emitir respuesta alguna.
Nadie lo estaba observando, por lo que se tomó la libertad de esbozar una sonrisa amplia, incluso feliz.
—Gracias, padre.
Que hubiera tenido este tipo de detalle cada año, solo por él, le brindaba a su corazón una calidez que, a veces, creía perdida.
—Pero ya soy demasiado grande para estas trivialidades —murmuró.
Luego miró su atuendo.
—Además, este disfraz es espantoso.
Esperaba que Mey Rin no se ofendiera por haberse mostrado tan poco con aquel atuendo.
| ¡Feliz Halloween! |
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Ataviado con una túnica negra de bordes en púrpura oscuro y un clásico sombrero puntiagudo de bruja, Junior recorría los pasillos sosteniendo en una de sus manos una pequeña calabaza tallada, a modo de cubeta, repleta de caramelos y paletas de la compañía Funtom. De hecho, llevaba en la boca una paleta de sabor frutilla, con el palillo asomando de forma casual, lo cual le daba el aspecto de un niño cualquiera en lugar del joven amo de la casa.
El motivo de su disfraz, que, cabe decir, no fue elegido por él sino por Mey Rin, se debía a la tradición anual de su padre, quien organizaba una festividad en el Día de Brujas para los niños del pueblo, invitándolos a recorrer los jardines en una búsqueda de dulces.
"Incluso mi padre tiene cierto lado generoso", pensó.
Como conde de estas tierras, resultaba lógico que organizara actividades para mantener la simpatía de su gente. Sin embargo, a Junior le venían a la mente diversos métodos que no implicaban una fiesta infantil… aunque era claro que su padre lo hacía por otras razones.
—¡Joven amo! —llamó Bard, acercándose con un semblante urgente.
—¿Qué ocurre?
—Lo hemos estado buscando, ¿dónde se había metido?
—Ah —dejó salir Junior, sin mucha brillantez.
Se había tomado su tiempo a propósito, para irritar a su padre, entreteniéndose pintando sobre un lienzo algo alusivo a Halloween. No obstante, perdió la noción del tiempo, y, cuando quiso darse cuenta, ya atardecía en el exterior.
Con ello dicho, el joven amo y el cocinero emprendieron camino hacia el salón.
—Joven amo.
—¿Sí, Bard?
—No es nada.
Junior soltó un bufido.
—Sí, sí. Lo sé. Me veo ridículo.
Pero, dada la hora, cambiaron de rumbo y se dirigieron al vestíbulo. Este se hallaba sorprendentemente alegre y bullicioso, un espectáculo poco frecuente en la sombría mansión. Mas lo que realmente destacaba era la presencia de su padre. Conociendo el desagrado que este sentía por tales eventos, resultaba peculiar verlo entre los niños, claro que en sentido figurado, pues en realidad no se acercaba a nadie, y los infantes ya comenzaban a despedirse.
—Conde Phantomhive —anunció, aproximándose.
—Junior —dijo su padre con calma, frunciendo el ceño al instante. —Llegas tarde.
Verlo molesto resultaba gratificante, y Junior dejó escapar una ligera sonrisa.
—Mis disculpas. Me distraje pintando y perdí la noción del tiempo.
Ciel suspiró, lanzando una mirada hacia los niños, quienes contaban sus caramelos junto a sus padres.
—Te perdiste la búsqueda.
Junior asintió.
—Sí, qué lástima.
El tono de su voz delataba su total falta de remordimiento. Se había perdido toda la fiesta, pero para él no tenía importancia. No era como si fuera su primera vez.
Tenía cinco años cuando su padre comenzó esta tradición, y a los trece, ya la encontraba tediosa.
Ciel negó con la cabeza, y apoyándose en su bastón, se dispuso a retirarse.
—No necesitas continuar con esto —dijo Junior repentinamente, deteniendo a Ciel.
—¿A qué te refieres? —preguntó, sin volverse.
—No hace falta que sigas organizando una fiesta cada año para que haga amigos.
Ciel guardó silencio, y al estar de espaldas, sus expresiones resultaban indescifrables. Junior solo lo observó alejarse, sin emitir respuesta alguna.
Nadie lo estaba observando, por lo que se tomó la libertad de esbozar una sonrisa amplia, incluso feliz.
—Gracias, padre.
Que hubiera tenido este tipo de detalle cada año, solo por él, le brindaba a su corazón una calidez que, a veces, creía perdida.
—Pero ya soy demasiado grande para estas trivialidades —murmuró.
Luego miró su atuendo.
—Además, este disfraz es espantoso.
Esperaba que Mey Rin no se ofendiera por haberse mostrado tan poco con aquel atuendo.