• La maldicion de una familia
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    Hace 700 años, cuando los cimientos de su linaje eran hambre y polvo, una pareja de mendigos soñó con palacios. Sus huesos vacíos clamaban por oro, sus harapos anhelaban púrpura real. Tras años de arrastrarse por grimorios prohibidos y criptas olvidadas, invocaron al que habita entre sombras. El demonio emergió como un suspiro venenoso, sonriendo ante su desesperación.

    "Daré riquezas que harán llorar a los reyes”, susurró con voz de miel podrida,

    "a cambio de lo que guardas aquí" —y su garra helada tocó el vientre de la mujer—. La maldición cayó como un hacha:

    "Por cada hija que sangre vuestra sangre, la belleza se tornará cicatriz al cruzar el umbral de los quince soles. Serán monstruos en espejos vacíos, rechazadas hasta por la tierra que pisan. Y si alguno osa nombrar mi pacto..."

    La marca llameó en sus lenguas, sellando el juramento con fuego negro. Aquella noche nacieron condes; aquella noche murieron almas.

    Generaciones de mujeres vieron cómo, en su noche de quince primaveras, sus rostros se quebraban como porcelana maldita: bocas torcidas por gritos silenciosos, pieles marchitas como pergaminos viejos, huesos que recordaban raíces de árboles muertos. Cinder Hayami creció ajena al secreto que latía en su sangre. Su padre, último guardián de la verdad, la miraba dormir con un puñal bajo la almohada. La víspera de su destino, llamas azules devoraron su alcoba. Entre las cenizas danzantes, el demonio desplegó sus alas de pesadilla:

    "Tú romperás la cadena, pequeña escoria de ambición... Trae el corazón del traidor que robó mi nombre. Arranca su vida, y tu rostro florecerá".

    Cuando las llamas se apagaron, su brazo izquierdo era un tizón retorcido y su ojo izquierdo un abismo sin fondo. Sintió el acero frío de su padre buscando su garganta en la oscuridad. Hoy vaga entre reinos, con el peso de siete siglos en su espalda y el eco del demonio susurrándole al oído:

    "¿Matarías por la belleza, hija de mendigos?".
    Hace 700 años, cuando los cimientos de su linaje eran hambre y polvo, una pareja de mendigos soñó con palacios. Sus huesos vacíos clamaban por oro, sus harapos anhelaban púrpura real. Tras años de arrastrarse por grimorios prohibidos y criptas olvidadas, invocaron al que habita entre sombras. El demonio emergió como un suspiro venenoso, sonriendo ante su desesperación. "Daré riquezas que harán llorar a los reyes”, susurró con voz de miel podrida, "a cambio de lo que guardas aquí" —y su garra helada tocó el vientre de la mujer—. La maldición cayó como un hacha: "Por cada hija que sangre vuestra sangre, la belleza se tornará cicatriz al cruzar el umbral de los quince soles. Serán monstruos en espejos vacíos, rechazadas hasta por la tierra que pisan. Y si alguno osa nombrar mi pacto..." La marca llameó en sus lenguas, sellando el juramento con fuego negro. Aquella noche nacieron condes; aquella noche murieron almas. Generaciones de mujeres vieron cómo, en su noche de quince primaveras, sus rostros se quebraban como porcelana maldita: bocas torcidas por gritos silenciosos, pieles marchitas como pergaminos viejos, huesos que recordaban raíces de árboles muertos. Cinder Hayami creció ajena al secreto que latía en su sangre. Su padre, último guardián de la verdad, la miraba dormir con un puñal bajo la almohada. La víspera de su destino, llamas azules devoraron su alcoba. Entre las cenizas danzantes, el demonio desplegó sus alas de pesadilla: "Tú romperás la cadena, pequeña escoria de ambición... Trae el corazón del traidor que robó mi nombre. Arranca su vida, y tu rostro florecerá". Cuando las llamas se apagaron, su brazo izquierdo era un tizón retorcido y su ojo izquierdo un abismo sin fondo. Sintió el acero frío de su padre buscando su garganta en la oscuridad. Hoy vaga entre reinos, con el peso de siete siglos en su espalda y el eco del demonio susurrándole al oído: "¿Matarías por la belleza, hija de mendigos?".
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  • Escena: “El Cazador de Sombras” – Mortis
    La lluvia golpeaba suavemente el tejado. En medio del cuarto oscuro, solo se escuchaba el sonido de sus patas acolchadas sobre el suelo de madera.

    Mortis caminaba con paso firme, envuelto en su pequeña capucha roja. El moño escocés le daba un aire distinguido, como un gato que conocía demasiado del mundo, pero que aún así no decía nada. Sus ojos, amarillos y brillantes, lo observaban todo con intensidad sobrenatural.

    Se detuvo en el umbral de la puerta entreabierta. Un crujido. Un susurro. Una presencia.

    —Miau —dijo con gravedad, como si fuese una advertencia.

    La sombra que se deslizaba por la habitación se congeló al escuchar su voz. Nadie desobedecía a Mortis. No si quería despertar con los recuerdos intactos.

    Con un salto ágil, se subió a la cama, se acomodó justo en el centro como si fuera su trono, y miró al vacío con el aire de quien está por resolver un misterio que nadie más ha notado.

    Y entonces, en voz baja, solo para sí mismo, murmuró:

    —Esta noche... alguien cruzará la línea.

    Mortis no era un gato cualquiera.

    Era el guardián silencioso de los secretos que Luna prefería no recordar.

    🐱 Escena: “El Cazador de Sombras” – Mortis La lluvia golpeaba suavemente el tejado. En medio del cuarto oscuro, solo se escuchaba el sonido de sus patas acolchadas sobre el suelo de madera. Mortis caminaba con paso firme, envuelto en su pequeña capucha roja. El moño escocés le daba un aire distinguido, como un gato que conocía demasiado del mundo, pero que aún así no decía nada. Sus ojos, amarillos y brillantes, lo observaban todo con intensidad sobrenatural. Se detuvo en el umbral de la puerta entreabierta. Un crujido. Un susurro. Una presencia. —Miau —dijo con gravedad, como si fuese una advertencia. La sombra que se deslizaba por la habitación se congeló al escuchar su voz. Nadie desobedecía a Mortis. No si quería despertar con los recuerdos intactos. Con un salto ágil, se subió a la cama, se acomodó justo en el centro como si fuera su trono, y miró al vacío con el aire de quien está por resolver un misterio que nadie más ha notado. Y entonces, en voz baja, solo para sí mismo, murmuró: —Esta noche... alguien cruzará la línea. Mortis no era un gato cualquiera. Era el guardián silencioso de los secretos que Luna prefería no recordar.
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  • Creo que fui un buen Guardián de los Caballos Celestiales, los cuidé muy bien y entendía bien a los equinos.
    Creo que fui un buen Guardián de los Caballos Celestiales, los cuidé muy bien y entendía bien a los equinos.
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  • Curiosidades de finwë:


    Aunque finwë tiene siglos en edad, le encanta hacer berrinches, solo por que ahora es más libre que cuando tenía un amo...en esas épocas, solo se dedicaba a ser un guardián de su amo e hijo..\\
    Curiosidades de finwë: Aunque finwë tiene siglos en edad, le encanta hacer berrinches, solo por que ahora es más libre que cuando tenía un amo...en esas épocas, solo se dedicaba a ser un guardián de su amo e hijo..\\
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  • Mortis: El Guardián del Caos
    Nadie lo escogió. Él vino solo.
    Apareció una noche de tormenta, entre truenos y una botella rota de vino. Desde entonces, Mortis vigila. No se mueve mucho. No hace ruido. Pero lo ve TODO.

    Vive con Luna.
    La sigue cuando llora, cuando se ríe, cuando grita y cuando le dice “no” a Andrés por sexta vez, aunque en la séptima se rinda.
    Mortis no la juzga. Solo observa, con esos ojos como lunas llenas de juicio ancestral.

    Una vez, Andrés trató de sacarlo de la cama.
    Mortis lo miró. Solo eso.
    Andrés no volvió a intentarlo.

    Una vez, Anyel le dijo a Luna:
    —“Ese gato me da miedo.”
    Mortis parpadeó lentamente.
    Desde entonces, Anyel le lleva atún en cada visita.

    Pero hay algo que nadie sabe:
    Mortis habla…
    Pero solo en sueños.

    Luna dice que a veces lo escucha susurrar en la madrugada, mientras duerme enroscado en su almohada:

    —“No vuelvas con él, Lun… no esta vez.”

    Y al despertar, lo encuentra allí, mirándola. Sin moverse. Sin maullar.

    Solo él sabe lo que está por venir.
    Solo Mortis, el gato que ve el alma.

    Mortis: El Guardián del Caos Nadie lo escogió. Él vino solo. Apareció una noche de tormenta, entre truenos y una botella rota de vino. Desde entonces, Mortis vigila. No se mueve mucho. No hace ruido. Pero lo ve TODO. Vive con Luna. La sigue cuando llora, cuando se ríe, cuando grita y cuando le dice “no” a Andrés por sexta vez, aunque en la séptima se rinda. Mortis no la juzga. Solo observa, con esos ojos como lunas llenas de juicio ancestral. Una vez, Andrés trató de sacarlo de la cama. Mortis lo miró. Solo eso. Andrés no volvió a intentarlo. Una vez, Anyel le dijo a Luna: —“Ese gato me da miedo.” Mortis parpadeó lentamente. Desde entonces, Anyel le lleva atún en cada visita. Pero hay algo que nadie sabe: Mortis habla… Pero solo en sueños. Luna dice que a veces lo escucha susurrar en la madrugada, mientras duerme enroscado en su almohada: —“No vuelvas con él, Lun… no esta vez.” Y al despertar, lo encuentra allí, mirándola. Sin moverse. Sin maullar. Solo él sabe lo que está por venir. Solo Mortis, el gato que ve el alma.
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  • Sí, tú. Eres un muñeco creado a partir de uno de mis pelos mágicos. Debes ser el guardián y protector de quién te voy a obsequiar en un futuro. ¿De acuerdo?.
    Sí, tú. Eres un muñeco creado a partir de uno de mis pelos mágicos. Debes ser el guardián y protector de quién te voy a obsequiar en un futuro. ¿De acuerdo?.
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  • Microrelato...
    ╭⸻-----------𝙇𝙤𝙜𝙧𝙤𝙨-----------⸻╮
    Con la vista hacia una de la gran pila canastos que tenía regadas por una bóveda, ya hace tiempo en desuso, el guardián intentaba replicar aquellos objetos apilados. No lo hacía de la misma forma en la que originalmente habían sido creados, tejidos con manos de kobold expertas utilizando hojas y paja, él utilizaba una roca.

    Pasaba sus dedos sobre la superficie de una roca de gran tamaño con la forma de un cubo, liso como si antes el material se hubiera cortado y lijado con precisión. Sus dedos se hundían en la su superficie como si se tratará de un material maleable y no de uno duro y sólido.

    Su trabajo, lento y tedioso, era replicar cada detalle de estos canastos hechos de hojas, mientras moldeaba la roca como si estuviera hecha de arcilla. Sin embargo este no parecía molesto por hacer este trabajo, más bien y pese a su rostro de ceriedad, estaba completamente centrado en su objetivo, logrando eventualmente un resultado que... Bueno... Tampoco era el mejor que digamos.

    Si bien la silueta del canasto estaba lograda, era el trabajo de todo un principiante. Los detalles eran más grandes de lo que deberían por no decir gigantes, todavía se notaban las marcas de sus dedos en la roca y se habían formado grietas a lo largo de la superficie de esta; sin embargo allí estaba Aidguar, feliz después de largas horas de trabajo, su rostro formando una gran sonrisa. Tomo la pieza como si fuera una obra de arte de lo más valioza, salió de aquella bóveda y camino por los pasillos de la madriguera, alzando con orgullo su más reciente escultura.

    — Tu irás a la colección junto a los restos.—Toma un suspiro prolongado antes de continuar monologando—. Creo que estoy mejorando... No para nada... Bah, que más da, no hay nadie más aquí para juzgarte.

    Finalmente llega a una habitación la cual abre con toda energía casi llevándose la gran puerta de madera por delante, en antaño eran habitación para otros dragones, ahora eran su tesorería. Allí es donde se encontraban la mayoría de sus esculturas, todos con un resultado similar, aunque se distingue una distinta mejora con el tiempo. Las esculturas de más a la izquierda, todos de objetos cotidianos que se ven alrededor de las madrigueras, eran terribles, y siguiendo la vista hacía el otro extremo pasaban de catástrofes a figuras decentes.

    Pega la media vuelta, camina fuera de sus tesoros, y cierra la puerta sin voltear a ver detrás una vez más.
    ╰⸻----------------------------⸻╯
    Microrelato... ╭⸻-----------𝙇𝙤𝙜𝙧𝙤𝙨-----------⸻╮ Con la vista hacia una de la gran pila canastos que tenía regadas por una bóveda, ya hace tiempo en desuso, el guardián intentaba replicar aquellos objetos apilados. No lo hacía de la misma forma en la que originalmente habían sido creados, tejidos con manos de kobold expertas utilizando hojas y paja, él utilizaba una roca. Pasaba sus dedos sobre la superficie de una roca de gran tamaño con la forma de un cubo, liso como si antes el material se hubiera cortado y lijado con precisión. Sus dedos se hundían en la su superficie como si se tratará de un material maleable y no de uno duro y sólido. Su trabajo, lento y tedioso, era replicar cada detalle de estos canastos hechos de hojas, mientras moldeaba la roca como si estuviera hecha de arcilla. Sin embargo este no parecía molesto por hacer este trabajo, más bien y pese a su rostro de ceriedad, estaba completamente centrado en su objetivo, logrando eventualmente un resultado que... Bueno... Tampoco era el mejor que digamos. Si bien la silueta del canasto estaba lograda, era el trabajo de todo un principiante. Los detalles eran más grandes de lo que deberían por no decir gigantes, todavía se notaban las marcas de sus dedos en la roca y se habían formado grietas a lo largo de la superficie de esta; sin embargo allí estaba Aidguar, feliz después de largas horas de trabajo, su rostro formando una gran sonrisa. Tomo la pieza como si fuera una obra de arte de lo más valioza, salió de aquella bóveda y camino por los pasillos de la madriguera, alzando con orgullo su más reciente escultura. — Tu irás a la colección junto a los restos.—Toma un suspiro prolongado antes de continuar monologando—. Creo que estoy mejorando... No para nada... Bah, que más da, no hay nadie más aquí para juzgarte. Finalmente llega a una habitación la cual abre con toda energía casi llevándose la gran puerta de madera por delante, en antaño eran habitación para otros dragones, ahora eran su tesorería. Allí es donde se encontraban la mayoría de sus esculturas, todos con un resultado similar, aunque se distingue una distinta mejora con el tiempo. Las esculturas de más a la izquierda, todos de objetos cotidianos que se ven alrededor de las madrigueras, eran terribles, y siguiendo la vista hacía el otro extremo pasaban de catástrofes a figuras decentes. Pega la media vuelta, camina fuera de sus tesoros, y cierra la puerta sin voltear a ver detrás una vez más. ╰⸻----------------------------⸻╯
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  • Las hojas crujían bajo sus pies mientras el bosque ardía. Lenguas de fuego danzaban por los árboles como serpientes hambrientas, tiñendo el cielo de un rojo feroz. El humo era denso, caliente, y convertía todo en una neblina sofocante. Pero entre las llamas y el caos, una silueta infantil se movía con firmeza, sin miedo.

    ★¡Vamos, Don Niebla! ¡Por allá escuché a más pequeñines! —gritó el pequeño vagabundo, con las mejillas sucias de hollín y los ojos brillando de determinación.

    Don Niebla, siempre elegante incluso en medio del desastre, caminaba con sus largas zancadas inhumanas, protegiendo con su cuerpo a dos pequeñas criaturas acurrucadas en sus brazos: los conejitos alados que habían rescatado antes. Su máscara de porcelana, con su eterna expresión pintada de payaso triste, parecía aún más fantasmal con el reflejo del fuego.

    El pequeño, con una mano sujetado al abrigo de Don Niebla y la otra extendida al frente, conjuraba una a una burbujas transparentes y chispeantes como discos de agua.

    ★¡¡Disck-Disck splash!! —exclamó, lanzando una ráfaga de burbujas hacia un árbol que estaba por caer en llamas. Las burbujas estallaron en ondas de energía acuosa, frenando el fuego lo suficiente para abrir un camino.

    Ambos se abrieron paso entre los árboles humeantes, siguiendo los chillidos asustados de más criaturas. Don Niebla se agachó para permitir que un ciervo con alas rotas y un par de zorros diminutos se ocultaran bajo su abrigo. El pequeño vagabundo chasqueó la lengua, agitando la brújula rota colgando de su bolsa.

    ★¡Dice que para allá hay más amigos! ¡Vamos, vamos! —dijo sin detenerse, jadeando de la emoción, no del miedo.

    A medida que la noche caía sobre el bosque carbonizado, la silueta de un niño de cabello alborotado y su enorme guardián brumoso desaparecían entre las brasas, llevando a salvo a un pequeño ejército de criaturas que, en otro mundo, no habrían tenido salvación.
    El viento trajo un murmullo confuso desde las sombras de la espesura.

    † ᴷʳᵉʰ... ᴸᵒˢ ᵛⁱᵛᵒˢ... ⁿᵒ ᵈᵉᵇᵉʳⁱᵃⁿ ᵐᵒʳⁱʳ ˢᵒˡᵒˢ... —

    susurró Don Niebla con una voz que nadie más podría entender.

    Pero el pequeño vagabundo simplemente sonrió.

    ★¡Lo hicimos bien, amigo! ¡Nos ganamos cena extra esta noche!
    Las hojas crujían bajo sus pies mientras el bosque ardía. Lenguas de fuego danzaban por los árboles como serpientes hambrientas, tiñendo el cielo de un rojo feroz. El humo era denso, caliente, y convertía todo en una neblina sofocante. Pero entre las llamas y el caos, una silueta infantil se movía con firmeza, sin miedo. ★¡Vamos, Don Niebla! ¡Por allá escuché a más pequeñines! —gritó el pequeño vagabundo, con las mejillas sucias de hollín y los ojos brillando de determinación. Don Niebla, siempre elegante incluso en medio del desastre, caminaba con sus largas zancadas inhumanas, protegiendo con su cuerpo a dos pequeñas criaturas acurrucadas en sus brazos: los conejitos alados que habían rescatado antes. Su máscara de porcelana, con su eterna expresión pintada de payaso triste, parecía aún más fantasmal con el reflejo del fuego. El pequeño, con una mano sujetado al abrigo de Don Niebla y la otra extendida al frente, conjuraba una a una burbujas transparentes y chispeantes como discos de agua. ★¡¡Disck-Disck splash!! —exclamó, lanzando una ráfaga de burbujas hacia un árbol que estaba por caer en llamas. Las burbujas estallaron en ondas de energía acuosa, frenando el fuego lo suficiente para abrir un camino. Ambos se abrieron paso entre los árboles humeantes, siguiendo los chillidos asustados de más criaturas. Don Niebla se agachó para permitir que un ciervo con alas rotas y un par de zorros diminutos se ocultaran bajo su abrigo. El pequeño vagabundo chasqueó la lengua, agitando la brújula rota colgando de su bolsa. ★¡Dice que para allá hay más amigos! ¡Vamos, vamos! —dijo sin detenerse, jadeando de la emoción, no del miedo. A medida que la noche caía sobre el bosque carbonizado, la silueta de un niño de cabello alborotado y su enorme guardián brumoso desaparecían entre las brasas, llevando a salvo a un pequeño ejército de criaturas que, en otro mundo, no habrían tenido salvación. El viento trajo un murmullo confuso desde las sombras de la espesura. † ᴷʳᵉʰ... ᴸᵒˢ ᵛⁱᵛᵒˢ... ⁿᵒ ᵈᵉᵇᵉʳⁱᵃⁿ ᵐᵒʳⁱʳ ˢᵒˡᵒˢ... — susurró Don Niebla con una voz que nadie más podría entender. Pero el pequeño vagabundo simplemente sonrió. ★¡Lo hicimos bien, amigo! ¡Nos ganamos cena extra esta noche!
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  • La lluvia caía suave sobre el tejado oxidado del viejo vagón donde el Pequeño Vagabundo se había refugiado aquella noche. Las gotas golpeaban el metal con ritmo tranquilo, como si el cielo tocara una canción de cuna sólo para él.

    Dentro del vagón, el niño estaba sentado con las piernas cruzadas, frente a una silueta alta y oscura: su fiel amigo, **Don Niebla**.

    Pero esta vez… *algo había cambiado*.

    Ya no era una figura temblorosa ni un susurro de sombra. El contorno de Don Niebla era claro, elegante, con su traje liso y su máscara de porcelana intacta había adquirido la apariencia de un payaso, como si hubiera salido de un cuento de otro mundo. Aunque sus ojos seguían vacíos, su presencia era más firme. Más real.

    El Pequeño Vagabundo brincó de alegría, girando sobre sí mismo mientras aplaudía con emoción.

    —¡Lo logré! ¡Don Niebla, estás completo! —exclamó, con las pecas temblando de felicidad y la risa escapando de su garganta como campanas rotas.

    Don Niebla no respondió, pero inclinó la cabeza con lentitud, reconociendo al niño que lo había invocado.

    —Ahora ya no te desvaneces cuando te abrazo —dijo el pequeño, corriendo hacia él—. ¡Ni siquiera cuando estoy muy feliz! ¡Y tus brazos ya no son humo, son como... ¡como de algodón frío!

    Lo abrazó con fuerza, y Don Niebla lo envolvió con cuidado, como si fuera un padre hecho de oscuridad amable.

    —¡Gracias, señor payaso raro! —gritó el niño al cielo, como si supiera que el hombre payaso podía escucharlo desde alguna parte—. ¡Ya puedo proteger a mis amigos con mi monstruo elegante! ¡Y esta vez, no dejaré que nadie se quede solito bajo la lluvia!

    La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio. Y por primera vez, Don Niebla no era sólo una imaginación del corazón... sino un verdadero guardián hecho de voluntad, ternura y Nen.






    [ember_malachite_tiger_460]
    La lluvia caía suave sobre el tejado oxidado del viejo vagón donde el Pequeño Vagabundo se había refugiado aquella noche. Las gotas golpeaban el metal con ritmo tranquilo, como si el cielo tocara una canción de cuna sólo para él. Dentro del vagón, el niño estaba sentado con las piernas cruzadas, frente a una silueta alta y oscura: su fiel amigo, **Don Niebla**. Pero esta vez… *algo había cambiado*. Ya no era una figura temblorosa ni un susurro de sombra. El contorno de Don Niebla era claro, elegante, con su traje liso y su máscara de porcelana intacta había adquirido la apariencia de un payaso, como si hubiera salido de un cuento de otro mundo. Aunque sus ojos seguían vacíos, su presencia era más firme. Más real. El Pequeño Vagabundo brincó de alegría, girando sobre sí mismo mientras aplaudía con emoción. —¡Lo logré! ¡Don Niebla, estás completo! —exclamó, con las pecas temblando de felicidad y la risa escapando de su garganta como campanas rotas. Don Niebla no respondió, pero inclinó la cabeza con lentitud, reconociendo al niño que lo había invocado. —Ahora ya no te desvaneces cuando te abrazo —dijo el pequeño, corriendo hacia él—. ¡Ni siquiera cuando estoy muy feliz! ¡Y tus brazos ya no son humo, son como... ¡como de algodón frío! Lo abrazó con fuerza, y Don Niebla lo envolvió con cuidado, como si fuera un padre hecho de oscuridad amable. —¡Gracias, señor payaso raro! —gritó el niño al cielo, como si supiera que el hombre payaso podía escucharlo desde alguna parte—. ¡Ya puedo proteger a mis amigos con mi monstruo elegante! ¡Y esta vez, no dejaré que nadie se quede solito bajo la lluvia! La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio. Y por primera vez, Don Niebla no era sólo una imaginación del corazón... sino un verdadero guardián hecho de voluntad, ternura y Nen. [ember_malachite_tiger_460]
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  • * . °•★|•°∵ ∵°•|☆•° . *

    𓆩✧𓆪
    El guardián de encontraba recostado encima del monte. Boca arriba, las manos detrás de la cabeza, piernas cruzadas, moviendo rítmicamente su pié de arriba abajo mientras observa hacía arriba.

    — Una vez más contemplando las estrellas, casi siento que conté todas las que hay en el cielo. Todo sin tener más compañía que la soledad, y un par de fieros pensamientos ¿Habrá algo más allá de esto? Es lo que siempre había deseado, quedarme a ser de guardia, dar mí vida por la Piedra... Talvez los sueños no son tan buenos después de todo.

    Después de unos segundos de pensar en voz alta, sacude la cabeza y cierra los ojos.

    — No... Mientras aún respire, mí paciencia, no eh de acabar. Por Drakona.
    * . °•★|•°∵ ∵°•|☆•° . * 🌕 𓆩✧𓆪 El guardián de encontraba recostado encima del monte. Boca arriba, las manos detrás de la cabeza, piernas cruzadas, moviendo rítmicamente su pié de arriba abajo mientras observa hacía arriba. — Una vez más contemplando las estrellas, casi siento que conté todas las que hay en el cielo. Todo sin tener más compañía que la soledad, y un par de fieros pensamientos ¿Habrá algo más allá de esto? Es lo que siempre había deseado, quedarme a ser de guardia, dar mí vida por la Piedra... Talvez los sueños no son tan buenos después de todo. Después de unos segundos de pensar en voz alta, sacude la cabeza y cierra los ojos. — No... Mientras aún respire, mí paciencia, no eh de acabar. Por Drakona.
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