El silencio en mi apartamento era casi insoportable. Ni siquiera había puesto música hoy. Solo estaba yo, sentada en eso terraza con el móvil en la mano, mirando la pantalla encendida sin hacer nada.
Había pasado todo el día en el cementerio y ahora… simplemente me sentía vacía.
Desbloqueé el móvil y abrí la lista de contactos. Deslicé el dedo por los nombres una y otra vez, sin escribir nada. Tenía mensajes sin contestar, conversaciones viejas, gente que hacía semanas no veía.
Apoyé la cabeza en el muro, cerrando los ojos un momento. Me dolía admitirlo, pero hoy… no quería estar sola.
Abrí una conversación cualquiera, miré el cuadro de texto vacío. Escribí: “¿Estás ocupado?” y lo borré.
Probé otra vez: “¿Quieres venir?”… borrar.
Solté el móvil sobre mi regazo y me cubrí la cara con ambas manos. Suspiré. ¿Por qué era tan fácil disparar un arma, pero tan difícil pedir compañía?
Lo volví a tomar. Miré la hora: 22:47. No era tarde, pero tampoco temprano.
Pasé el dedo sobre un nombre en particular y me quedé ahí, dudando. Quería enviar algo. Un simple “¿puedes venir?”. O aunque sea un “hola”.
Nada. Solo me quedé mirando la pantalla iluminada, esperando… algo.
Bajé el brillo y dejé el móvil a un lado. Tal vez no lo admitiría en voz alta, pero esta noche, más que nunca, necesitaba que alguien tocara la puerta y dijera: “No tienes que estar sola.”
Había pasado todo el día en el cementerio y ahora… simplemente me sentía vacía.
Desbloqueé el móvil y abrí la lista de contactos. Deslicé el dedo por los nombres una y otra vez, sin escribir nada. Tenía mensajes sin contestar, conversaciones viejas, gente que hacía semanas no veía.
Apoyé la cabeza en el muro, cerrando los ojos un momento. Me dolía admitirlo, pero hoy… no quería estar sola.
Abrí una conversación cualquiera, miré el cuadro de texto vacío. Escribí: “¿Estás ocupado?” y lo borré.
Probé otra vez: “¿Quieres venir?”… borrar.
Solté el móvil sobre mi regazo y me cubrí la cara con ambas manos. Suspiré. ¿Por qué era tan fácil disparar un arma, pero tan difícil pedir compañía?
Lo volví a tomar. Miré la hora: 22:47. No era tarde, pero tampoco temprano.
Pasé el dedo sobre un nombre en particular y me quedé ahí, dudando. Quería enviar algo. Un simple “¿puedes venir?”. O aunque sea un “hola”.
Nada. Solo me quedé mirando la pantalla iluminada, esperando… algo.
Bajé el brillo y dejé el móvil a un lado. Tal vez no lo admitiría en voz alta, pero esta noche, más que nunca, necesitaba que alguien tocara la puerta y dijera: “No tienes que estar sola.”
El silencio en mi apartamento era casi insoportable. Ni siquiera había puesto música hoy. Solo estaba yo, sentada en eso terraza con el móvil en la mano, mirando la pantalla encendida sin hacer nada.
Había pasado todo el día en el cementerio y ahora… simplemente me sentía vacía.
Desbloqueé el móvil y abrí la lista de contactos. Deslicé el dedo por los nombres una y otra vez, sin escribir nada. Tenía mensajes sin contestar, conversaciones viejas, gente que hacía semanas no veía.
Apoyé la cabeza en el muro, cerrando los ojos un momento. Me dolía admitirlo, pero hoy… no quería estar sola.
Abrí una conversación cualquiera, miré el cuadro de texto vacío. Escribí: “¿Estás ocupado?” y lo borré.
Probé otra vez: “¿Quieres venir?”… borrar.
Solté el móvil sobre mi regazo y me cubrí la cara con ambas manos. Suspiré. ¿Por qué era tan fácil disparar un arma, pero tan difícil pedir compañía?
Lo volví a tomar. Miré la hora: 22:47. No era tarde, pero tampoco temprano.
Pasé el dedo sobre un nombre en particular y me quedé ahí, dudando. Quería enviar algo. Un simple “¿puedes venir?”. O aunque sea un “hola”.
Nada. Solo me quedé mirando la pantalla iluminada, esperando… algo.
Bajé el brillo y dejé el móvil a un lado. Tal vez no lo admitiría en voz alta, pero esta noche, más que nunca, necesitaba que alguien tocara la puerta y dijera: “No tienes que estar sola.”

