• El palacio de Hades se alzaba en silencio, envuelto por la oscuridad del inframundo, como una fortaleza impenetrable construida en la roca misma del abismo. Las paredes de piedra negra reflejaban apenas una luz tenue, filtrada por las antorchas que ardían sin cesar, dando una suave luminosidad al espacio. Los pasillos eran largos y fríos, y aunque en cada rincón habitaba la quietud, una presencia inconfundible recorría el aire. La figura de Perséfone, la Reina del Inframundo, caminaba en solitario por el vasto salón, su figura elegante y serena contrastando con la dureza de las sombras a su alrededor.

    El palacio, que antes le resultaba ajeno, ahora era su hogar, un lugar que había llegado a conocer profundamente. A pesar de que el eco de su llegada había sido marcado por el rapto y el dolor de su separación, con el paso del tiempo había encontrado en ese reino de sombras un propósito. El lugar ahora resonaba con su presencia, como si cada rincón hubiera sido testigo de su transformación. Su hijo, Zagreus, ya no era un niño. Había crecido, forjado en las luchas y desafíos del inframundo, un hombre que, aunque nacido en este reino de muerte, representaba la esperanza de una vida nueva. Su existencia, como la de Perséfone, era un puente entre dos mundos.

    Hoy, ella se encontraba de nuevo en uno de esos momentos de reflexión, sentada cerca del umbral de la gran sala del trono, mirando hacia el vacío, donde las sombras parecían no tener fin. La presencia de Zagreus, aunque no visible, siempre estaba con ella, en sus pensamientos, en el eco de cada paso que daba. No era necesario que él estuviera presente para sentir su conexión; el lazo que los unía era más allá de lo físico, más allá de lo que las palabras podían explicar.

    Así, en este refugio de sombras, en este palacio que ya era suyo tanto como lo había sido del mismísimo Hades, Perséfone pensaba en su hijo. En su destino. En la vida que había nacido en un lugar tan oscuro, pero que siempre llevaría en sí la luz de la primavera. Y mientras las sombras del palacio danzaban al ritmo de la brisa fría, la Reina del Inframundo sentía que su corazón, aunque atrapado en este reino de muerte, seguía latiendo con la promesa eterna de vida.

    —Zagreus... —susurró, como si su nombre fuera un hechizo, un susurro que viajaba entre las paredes del palacio, hacia dondequiera que él estuviera—. Hoy, más que nunca, siento que estamos conectados. Y aunque tú no puedas oírme, te hablo, hijo mío.

    El aire a su alrededor se espesó con las palabras que siguieron, una historia que era suya y de él, una historia tejida entre las sombras y la luz, una historia de amor que ni el inframundo podría borrar.


    Zᴀɢʀᴇᴜs
    El palacio de Hades se alzaba en silencio, envuelto por la oscuridad del inframundo, como una fortaleza impenetrable construida en la roca misma del abismo. Las paredes de piedra negra reflejaban apenas una luz tenue, filtrada por las antorchas que ardían sin cesar, dando una suave luminosidad al espacio. Los pasillos eran largos y fríos, y aunque en cada rincón habitaba la quietud, una presencia inconfundible recorría el aire. La figura de Perséfone, la Reina del Inframundo, caminaba en solitario por el vasto salón, su figura elegante y serena contrastando con la dureza de las sombras a su alrededor. El palacio, que antes le resultaba ajeno, ahora era su hogar, un lugar que había llegado a conocer profundamente. A pesar de que el eco de su llegada había sido marcado por el rapto y el dolor de su separación, con el paso del tiempo había encontrado en ese reino de sombras un propósito. El lugar ahora resonaba con su presencia, como si cada rincón hubiera sido testigo de su transformación. Su hijo, Zagreus, ya no era un niño. Había crecido, forjado en las luchas y desafíos del inframundo, un hombre que, aunque nacido en este reino de muerte, representaba la esperanza de una vida nueva. Su existencia, como la de Perséfone, era un puente entre dos mundos. Hoy, ella se encontraba de nuevo en uno de esos momentos de reflexión, sentada cerca del umbral de la gran sala del trono, mirando hacia el vacío, donde las sombras parecían no tener fin. La presencia de Zagreus, aunque no visible, siempre estaba con ella, en sus pensamientos, en el eco de cada paso que daba. No era necesario que él estuviera presente para sentir su conexión; el lazo que los unía era más allá de lo físico, más allá de lo que las palabras podían explicar. Así, en este refugio de sombras, en este palacio que ya era suyo tanto como lo había sido del mismísimo Hades, Perséfone pensaba en su hijo. En su destino. En la vida que había nacido en un lugar tan oscuro, pero que siempre llevaría en sí la luz de la primavera. Y mientras las sombras del palacio danzaban al ritmo de la brisa fría, la Reina del Inframundo sentía que su corazón, aunque atrapado en este reino de muerte, seguía latiendo con la promesa eterna de vida. —Zagreus... —susurró, como si su nombre fuera un hechizo, un susurro que viajaba entre las paredes del palacio, hacia dondequiera que él estuviera—. Hoy, más que nunca, siento que estamos conectados. Y aunque tú no puedas oírme, te hablo, hijo mío. El aire a su alrededor se espesó con las palabras que siguieron, una historia que era suya y de él, una historia tejida entre las sombras y la luz, una historia de amor que ni el inframundo podría borrar. [InferZ96]
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    // Volví , disculpen por haberme ido. Problemas familiares y personales. Dentro de todo me hackearon y borraron mi cuenta y contactos que tenía, y otras cosas más. Logré volver , espero nos llevemos bien. Hay personas muy locas en este mundo //
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  • ⟬ FLASHBACK ⟭

    El cielo estaba gris aquel día en Sokovia. Las nubes pesaban sobre los edificios destruidos y el aire olía a polvo y metal quemado. Para Samantha, era apenas su tercera misión con S.H.I.E.L.D., y aunque había demostrado tener una mente brillante en estrategia y análisis, su falta de experiencia en el campo terminaría por marcar su destino.

    Habían infiltrado una base de Hydra camuflada como una planta de energía abandonada. El objetivo era claro: recopilar información y salir sin ser detectados. Pero Samantha, confiada en sus habilidades de rastreo digital, se separó del grupo. Una puerta abierta, una señal débil de radio… y un error de juicio.

    La emboscaron rápido. No hubo tiempo de contraatacar ni de pedir refuerzos. Hydra ya sabía quién era. No por su apellido —que guardaba celosamente—, sino porque era nueva, sin historial especial, sin poderes. Prescindible.

    La encerraron en una celda de metal y sombras, donde la luz era un privilegio y el tiempo una tortura. Lo siguiente fueron días —o quizás semanas— de interrogatorios brutales. La dejaron colgada de cadenas, golpeada, privada de sueño, con electrodos en su piel y agujas buscando respuestas bajo sus uñas. Le rompieron costillas, la obligaron a ver cómo otros sufrían, intentando quebrarla no solo físicamente, sino también por dentro. Hydra no buscaba información… buscaba control.

    Cuando no obtuvieron nada útil, decidieron deshacerse de ella de forma más “científica”. Uno de los científicos, con crueldad meticulosa, propuso utilizarla como sujeto de prueba para la exposición al compuesto terrígeno. Un experimento al que ni siquiera sus propios soldados se atrevían a acercarse. Después de todo, si moría, nadie lo lamentaría. Y si por casualidad tenía un gen Inhumano latente, lo más probable era que la niebla misma la matara durante la transformación.

    Una burla. Un castigo. Una forma elegante de borrarla.

    La celda fue sellada. Un vapor denso y brillante comenzó a brotar por las rejillas. Samantha gritó, su cuerpo se tensó en espasmos violentos. La niebla la envolvía, la desgarraba por dentro. Sus recuerdos ardían, su piel parecía cristalizarse desde adentro. El dolor era inhumano… y, sin embargo, no murió.

    Cuando el cristal se rompió desde dentro, los gritos de los soldados resonaron por todo el complejo. La niebla aún no se disipaba, pero entre ella se alzaba una figura distinta. Samantha, ya no del todo humana, con los ojos cargados de energía pura y un resplandor eléctrico bajo su piel, respiraba con dificultad… pero con vida.

    No sabía lo que era. No sabía lo que podía hacer. Solo sabía que algo dentro de ella había despertado. Algo que ya no podían controlar.

    Samantha escapó entre el caos, guiada por un instinto feroz. La misión había fracasado, sí… pero había nacido una nueva fuerza. No solo una agente de S.H.I.E.L.D., sino una Inhumana marcada por el sufrimiento, forjada en el odio de Hydra.

    Y ellos… habían creado su propia pesadilla.
    ⟬ FLASHBACK ⟭ El cielo estaba gris aquel día en Sokovia. Las nubes pesaban sobre los edificios destruidos y el aire olía a polvo y metal quemado. Para Samantha, era apenas su tercera misión con S.H.I.E.L.D., y aunque había demostrado tener una mente brillante en estrategia y análisis, su falta de experiencia en el campo terminaría por marcar su destino. Habían infiltrado una base de Hydra camuflada como una planta de energía abandonada. El objetivo era claro: recopilar información y salir sin ser detectados. Pero Samantha, confiada en sus habilidades de rastreo digital, se separó del grupo. Una puerta abierta, una señal débil de radio… y un error de juicio. La emboscaron rápido. No hubo tiempo de contraatacar ni de pedir refuerzos. Hydra ya sabía quién era. No por su apellido —que guardaba celosamente—, sino porque era nueva, sin historial especial, sin poderes. Prescindible. La encerraron en una celda de metal y sombras, donde la luz era un privilegio y el tiempo una tortura. Lo siguiente fueron días —o quizás semanas— de interrogatorios brutales. La dejaron colgada de cadenas, golpeada, privada de sueño, con electrodos en su piel y agujas buscando respuestas bajo sus uñas. Le rompieron costillas, la obligaron a ver cómo otros sufrían, intentando quebrarla no solo físicamente, sino también por dentro. Hydra no buscaba información… buscaba control. Cuando no obtuvieron nada útil, decidieron deshacerse de ella de forma más “científica”. Uno de los científicos, con crueldad meticulosa, propuso utilizarla como sujeto de prueba para la exposición al compuesto terrígeno. Un experimento al que ni siquiera sus propios soldados se atrevían a acercarse. Después de todo, si moría, nadie lo lamentaría. Y si por casualidad tenía un gen Inhumano latente, lo más probable era que la niebla misma la matara durante la transformación. Una burla. Un castigo. Una forma elegante de borrarla. La celda fue sellada. Un vapor denso y brillante comenzó a brotar por las rejillas. Samantha gritó, su cuerpo se tensó en espasmos violentos. La niebla la envolvía, la desgarraba por dentro. Sus recuerdos ardían, su piel parecía cristalizarse desde adentro. El dolor era inhumano… y, sin embargo, no murió. Cuando el cristal se rompió desde dentro, los gritos de los soldados resonaron por todo el complejo. La niebla aún no se disipaba, pero entre ella se alzaba una figura distinta. Samantha, ya no del todo humana, con los ojos cargados de energía pura y un resplandor eléctrico bajo su piel, respiraba con dificultad… pero con vida. No sabía lo que era. No sabía lo que podía hacer. Solo sabía que algo dentro de ella había despertado. Algo que ya no podían controlar. Samantha escapó entre el caos, guiada por un instinto feroz. La misión había fracasado, sí… pero había nacido una nueva fuerza. No solo una agente de S.H.I.E.L.D., sino una Inhumana marcada por el sufrimiento, forjada en el odio de Hydra. Y ellos… habían creado su propia pesadilla.
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  • John se dejó caer en el sofá con un suspiro que parecía arrancado del fondo de su alma. La sala estaba en penumbras, apenas iluminada por el rojo incandescente del cigarro que colgaba entre sus dedos. El humo se elevaba en espirales lentas, flotando en el aire espeso de silencios no dichos. Sus ojos, amarillos y cansados, miraban al techo sin realmente verlo.

    El zumbido del refrigerador en la cocina era lo único que rompía el silencio. Y aun así, no era suficiente para distraerlo de lo que pesaba dentro. El trabajo. Ese maldito trabajo.

    Nunca pensó que limpiar escenas del crimen se convertiría en su vida. Al principio fue necesidad, luego costumbre… ahora era una condena disfrazada de rutina. No era algo de lo que se sintiera orgulloso, pero con el tiempo, las líneas se borraron, la sangre se volvió solo otra mancha que quitar, otro silencio que cargar.

    Pensó en Hammer, el tipo que le dio la oportunidad. Sin él, seguiría durmiendo en un coche robado o peor. Le debía mucho, y lo sabía. Pero a veces… a veces sentía que en lugar de salvarlo, Hammer lo había empujado más hondo en este pantano de cuerpos, secretos y silencio.

    Pero no podía rendirse.

    Su mirada se desvió hacia la repisa donde descansaba una foto de su hija, sonriendo con brillo infantil y los ojos igual de amarillos que los suyos. Ella. Su faro en la tormenta. Su única razón. Cada bolsa que arrastraba, cada noche que volvía apestando a químicos y sangre seca… todo era por ella.

    John dio una última calada, aplastó el cigarro en el cenicero lleno y cerró los ojos un segundo. Solo uno. Luego se levantó. Mañana habría otro trabajo, otro cuerpo, otro secreto que nadie debía saber.

    Pero mientras ella siguiera esperándolo en casa, él no se permitiría caer.
    John se dejó caer en el sofá con un suspiro que parecía arrancado del fondo de su alma. La sala estaba en penumbras, apenas iluminada por el rojo incandescente del cigarro que colgaba entre sus dedos. El humo se elevaba en espirales lentas, flotando en el aire espeso de silencios no dichos. Sus ojos, amarillos y cansados, miraban al techo sin realmente verlo. El zumbido del refrigerador en la cocina era lo único que rompía el silencio. Y aun así, no era suficiente para distraerlo de lo que pesaba dentro. El trabajo. Ese maldito trabajo. Nunca pensó que limpiar escenas del crimen se convertiría en su vida. Al principio fue necesidad, luego costumbre… ahora era una condena disfrazada de rutina. No era algo de lo que se sintiera orgulloso, pero con el tiempo, las líneas se borraron, la sangre se volvió solo otra mancha que quitar, otro silencio que cargar. Pensó en Hammer, el tipo que le dio la oportunidad. Sin él, seguiría durmiendo en un coche robado o peor. Le debía mucho, y lo sabía. Pero a veces… a veces sentía que en lugar de salvarlo, Hammer lo había empujado más hondo en este pantano de cuerpos, secretos y silencio. Pero no podía rendirse. Su mirada se desvió hacia la repisa donde descansaba una foto de su hija, sonriendo con brillo infantil y los ojos igual de amarillos que los suyos. Ella. Su faro en la tormenta. Su única razón. Cada bolsa que arrastraba, cada noche que volvía apestando a químicos y sangre seca… todo era por ella. John dio una última calada, aplastó el cigarro en el cenicero lleno y cerró los ojos un segundo. Solo uno. Luego se levantó. Mañana habría otro trabajo, otro cuerpo, otro secreto que nadie debía saber. Pero mientras ella siguiera esperándolo en casa, él no se permitiría caer.
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  • La boda… fue como una batalla suave, una que no dolía, una que me desmontó sin necesidad de herirme, como si toda mi vida hubiera estado preparándome para ese instante y no lo supiera, como si cada cicatriz, cada pérdida, cada noche de soledad y furia me empujara hacia ella, hacia ese altar, hacia sus ojos clavados en los míos como anclas en medio de una tormenta.

    No quise un lugar lujoso, no me importa el oro ni las paredes altas, así que fue al aire libre, bajo los árboles, donde el viento podía llevarse los restos de lo que fuimos antes y dejar solo lo que veníamos a ser juntos, las hojas crujían bajo los pies, y su perfume ese que ya reconocía incluso dormido llenaba todo, se mezclaba con el bosque, con la sangre en mis venas.

    Cuando la vi venir, vestida de blanco, tan jodidamente hermosa que me dolieron las costillas de contener el temblor, supe que no había marcha atrás, que ni mil inviernos podían borrar lo que estaba a punto de prometerle, porque no eran palabras lo que me ataban a ella, era el vínculo, era la certeza salvaje de que si alguien tocaba lo que era mío, no iba a quedar nada en pie.

    No me tembló la voz al decir que sí, lo que me tembló fue el alma, porque ese “sí” no era solo para ella, era para todo lo que íbamos a enfrentar, para el infierno que me habita, para los enemigos que vendrán, para las noches en que no podré dormir sin oír su respiración, para los días en que el mundo me quiebre pero no me derrumbe, porque ella va a estar ahí, con sus manos pequeñas pero más fuertes que cualquier pacto de sangre.

    Y cuando la besé, con todos mirando, con el corazón ardiendo y el cielo casi rompiéndose sobre nuestras cabezas, lo supe… yo ya no era solo un Alfa, ni un guerrero, ni una sombra, era suyo, completa, eterna, jodidamente suyo.

    Anna Bloodmoon Wallace
    La boda… fue como una batalla suave, una que no dolía, una que me desmontó sin necesidad de herirme, como si toda mi vida hubiera estado preparándome para ese instante y no lo supiera, como si cada cicatriz, cada pérdida, cada noche de soledad y furia me empujara hacia ella, hacia ese altar, hacia sus ojos clavados en los míos como anclas en medio de una tormenta. No quise un lugar lujoso, no me importa el oro ni las paredes altas, así que fue al aire libre, bajo los árboles, donde el viento podía llevarse los restos de lo que fuimos antes y dejar solo lo que veníamos a ser juntos, las hojas crujían bajo los pies, y su perfume ese que ya reconocía incluso dormido llenaba todo, se mezclaba con el bosque, con la sangre en mis venas. Cuando la vi venir, vestida de blanco, tan jodidamente hermosa que me dolieron las costillas de contener el temblor, supe que no había marcha atrás, que ni mil inviernos podían borrar lo que estaba a punto de prometerle, porque no eran palabras lo que me ataban a ella, era el vínculo, era la certeza salvaje de que si alguien tocaba lo que era mío, no iba a quedar nada en pie. No me tembló la voz al decir que sí, lo que me tembló fue el alma, porque ese “sí” no era solo para ella, era para todo lo que íbamos a enfrentar, para el infierno que me habita, para los enemigos que vendrán, para las noches en que no podré dormir sin oír su respiración, para los días en que el mundo me quiebre pero no me derrumbe, porque ella va a estar ahí, con sus manos pequeñas pero más fuertes que cualquier pacto de sangre. Y cuando la besé, con todos mirando, con el corazón ardiendo y el cielo casi rompiéndose sobre nuestras cabezas, lo supe… yo ya no era solo un Alfa, ni un guerrero, ni una sombra, era suyo, completa, eterna, jodidamente suyo. [glimmer_violet_tiger_639]
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  • 30 de abril, 2016.
    Prisión Estatal de Stockton.

    Ser un hombre no es lo que muchos creen, no se trata de ser el más fuerte, el más temido o el que grita más fuerte. Ser un hombre es aceptar el peso de tus decisiones; incluso cuando esas decisiones te rompen por dentro, es levantarte cada mañana sabiendo que arrastras errores que no puedes borrar, pero sigues caminando porque hay gente que depende de ti. Ser un hombre es amar con fuerza, proteger con furia, y a veces, sacrificar lo que más quieres por el bien de los que amas. No siempre vas a tomar el camino correcto, y a veces vas a perderte en la oscuridad. Pero lo que realmente define a un hombre es si encuentra el coraje para enfrentarse a sí mismo cuando nadie más lo ve.
    30 de abril, 2016. Prisión Estatal de Stockton. Ser un hombre no es lo que muchos creen, no se trata de ser el más fuerte, el más temido o el que grita más fuerte. Ser un hombre es aceptar el peso de tus decisiones; incluso cuando esas decisiones te rompen por dentro, es levantarte cada mañana sabiendo que arrastras errores que no puedes borrar, pero sigues caminando porque hay gente que depende de ti. Ser un hombre es amar con fuerza, proteger con furia, y a veces, sacrificar lo que más quieres por el bien de los que amas. No siempre vas a tomar el camino correcto, y a veces vas a perderte en la oscuridad. Pero lo que realmente define a un hombre es si encuentra el coraje para enfrentarse a sí mismo cuando nadie más lo ve.
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  • ¿Como era que se manejaba esta camara?

    - Freya se había comprado una nueva cámara pero no sabia como funcionaba ya que ella tenía una mmas antigua, esta era mas moderna -

    Mh.. veamos..

    - aparece un flash en sus ojos, esta al ver que se tomo una foto con una expresión mas que sugerente y estúpida se avergüenza -

    Aghh.. debería de aprender como utilizarlo sin que mi rostro este a la vista..

    - intenttarkia borrar la fotografía sin exito, tomandose otra con una expresión.. que da que pensar, esta se frustraria un poco después de ver eso -

    Pucha.. no puede que salga asi de mal..
    ¿Como era que se manejaba esta camara? - Freya se había comprado una nueva cámara pero no sabia como funcionaba ya que ella tenía una mmas antigua, esta era mas moderna - Mh.. veamos.. - aparece un flash en sus ojos, esta al ver que se tomo una foto con una expresión mas que sugerente y estúpida se avergüenza - Aghh.. debería de aprender como utilizarlo sin que mi rostro este a la vista.. - intenttarkia borrar la fotografía sin exito, tomandose otra con una expresión.. que da que pensar, esta se frustraria un poco después de ver eso - Pucha.. no puede que salga asi de mal..
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    -El tiempo es inagotable, como un camino sin fin.
    Hubo un tiempo en que nadie sabía lo solitario que era viajar a través del tiempo,
    o cómo el tiempo mismo podría borrar el motivo del viaje.
    Pero si la voluntad no se desvanece y los pies no se detienen,
    entonces se reencontrarán al final del viaje con la promesa realizada al inicio.
    🦋-El tiempo es inagotable, como un camino sin fin. Hubo un tiempo en que nadie sabía lo solitario que era viajar a través del tiempo, o cómo el tiempo mismo podría borrar el motivo del viaje. Pero si la voluntad no se desvanece y los pies no se detienen, entonces se reencontrarán al final del viaje con la promesa realizada al inicio.
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  • Otros Tiempos.
    Fandom Original.
    Categoría Drama
    Heinrich Rosenberg

    ⠀⠀Berlín. El cielo gris colgaba bajo como una losa, y el viento arrastraba el idioma de siglos entre las calles empedradas. El brujo vestido de sacerdote caminaba entre la multitud que se agolpaba en los pasillos del antiguo Pergamonmuseum, reconvertido temporalmente en sede de una feria literaria internacional. Para los visitantes, el lugar era un templo de papel, vitrina de rarezas, manjar de coleccionistas. Para él, era un álbum de recuerdos oculto bajo vitrinas de cristal.

    ⠀⠀Había llegado por un susurro: un rumor entre bibliotecarios viejos, archivistas con manos de polvo y curadores que hablaban entre líneas. Un grimorio. No uno cualquiera. Uno suyo. De su vida pasada.

    ⠀⠀Antaño, cuando aún era un brujo temido, en los amaneceres del siglo tres después de Cristo, su anterior encarnación, Cipriano el Brujo, se encargó de plasmar conocimientos oscuros y viles en papel, en esos tiempos aun abrazaba al Diablo como un amigo, y ahora solo quiere borrar esa huella que dejó marcada su figura, por eso los buscaba, por eso los recolectaba.
    ⠀⠀Un pabellón de textos herméticos y ocultismo lo recibió con un silencio sordo. Bajo una cúpula decorada con motivos mesopotámicos, una vitrina aislada exhibía un volumen encuadernado en cuero ennegrecido, como si hubiera sido hervido en brea. El título estaba casi borrado, pero Lorenzo no necesitó leerlo. Lo reconoció al instante. El tacto de esa escritura le temblaba aún en los dedos del alma, y la sangre que usó como tinta, aun recorría su férrico olor en sus fosas nasales.

    "De Tenebris Sanguinis", murmuró sin voz. Sobre las tinieblas de la sangre, el título del libro. Hizo su cabeza a un lado, una pareja de ancianos pasó, él parecía ligeramente agitado.

    ⠀⠀Un tratado abominable, entre otras cosas, sobre el vampirismo: no como mito, sino como técnica. Alimentación espiritual. Posesión parasitaria. Transmisión de esencia. Lo había escrito él mismo, cuando aún se creía sabio y no condenado. En ese tiempo deseó la inmortalidad, era una de las múltiples formas en las que la buscó.

    ⠀⠀El libro no debía estar ahí. No debía estar en ningún lado. Debía ser destruido, ese conocimiento debía morir con él.

    ⠀⠀Ahora, entre turistas distraídos, académicos vanidosos y vigilantes de seguridad con cara de aburrimiento, Lorenzo comenzaba a medir las distancias. Las cámaras, las vitrinas, los horarios de cierre. Cada detalle podía ser la diferencia entre el olvido y la catástrofe. Y él sabía, mejor que nadie, que los libros también despiertan cuando se les da demasiada atención.
    [Heinz_Vamp] ⠀ ⠀⠀Berlín. El cielo gris colgaba bajo como una losa, y el viento arrastraba el idioma de siglos entre las calles empedradas. El brujo vestido de sacerdote caminaba entre la multitud que se agolpaba en los pasillos del antiguo Pergamonmuseum, reconvertido temporalmente en sede de una feria literaria internacional. Para los visitantes, el lugar era un templo de papel, vitrina de rarezas, manjar de coleccionistas. Para él, era un álbum de recuerdos oculto bajo vitrinas de cristal. ⠀⠀Había llegado por un susurro: un rumor entre bibliotecarios viejos, archivistas con manos de polvo y curadores que hablaban entre líneas. Un grimorio. No uno cualquiera. Uno suyo. De su vida pasada. ⠀⠀Antaño, cuando aún era un brujo temido, en los amaneceres del siglo tres después de Cristo, su anterior encarnación, Cipriano el Brujo, se encargó de plasmar conocimientos oscuros y viles en papel, en esos tiempos aun abrazaba al Diablo como un amigo, y ahora solo quiere borrar esa huella que dejó marcada su figura, por eso los buscaba, por eso los recolectaba. ⠀⠀Un pabellón de textos herméticos y ocultismo lo recibió con un silencio sordo. Bajo una cúpula decorada con motivos mesopotámicos, una vitrina aislada exhibía un volumen encuadernado en cuero ennegrecido, como si hubiera sido hervido en brea. El título estaba casi borrado, pero Lorenzo no necesitó leerlo. Lo reconoció al instante. El tacto de esa escritura le temblaba aún en los dedos del alma, y la sangre que usó como tinta, aun recorría su férrico olor en sus fosas nasales. "De Tenebris Sanguinis", murmuró sin voz. Sobre las tinieblas de la sangre, el título del libro. Hizo su cabeza a un lado, una pareja de ancianos pasó, él parecía ligeramente agitado. ⠀⠀Un tratado abominable, entre otras cosas, sobre el vampirismo: no como mito, sino como técnica. Alimentación espiritual. Posesión parasitaria. Transmisión de esencia. Lo había escrito él mismo, cuando aún se creía sabio y no condenado. En ese tiempo deseó la inmortalidad, era una de las múltiples formas en las que la buscó. ⠀⠀El libro no debía estar ahí. No debía estar en ningún lado. Debía ser destruido, ese conocimiento debía morir con él. ⠀⠀Ahora, entre turistas distraídos, académicos vanidosos y vigilantes de seguridad con cara de aburrimiento, Lorenzo comenzaba a medir las distancias. Las cámaras, las vitrinas, los horarios de cierre. Cada detalle podía ser la diferencia entre el olvido y la catástrofe. Y él sabía, mejor que nadie, que los libros también despiertan cuando se les da demasiada atención. ⠀
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    Grupal
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    Cualquier línea
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    || Nadie va a leer la historia que acabo de escribir...pero bueno, igual ya lo hice , no lo voy a borrar ... :')
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