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La Navidad siempre llegaba con ruido. Demasiadas luces, demasiadas voces, demasiadas manos intentando tocar lo que no entendían. Deianira Zhorkeas observaba el salón desde el borde, como si su cuerpo estuviera presente pero su mente hubiera decidido no asistir.

El árbol era enorme, decorado con una precisión casi ofensiva. Dorados, blancos, cristales. Perfecto. Inalcanzable. Como todo lo que se suponía que debía sentirse bien en esta época.

Sostenía una copa intacta entre los dedos. No tenía sed. Nunca la tenía en diciembre. Había aprendido a atravesar estas noches con el estómago cerrado y la expresión correcta, como si la calidez pudiera imitarse sin consecuencias.

A su alrededor, las risas subían y bajaban en oleadas. Brindis. Abrazos. Promesas hechas con la ligereza de quien no piensa cumplirlas. Deianira no envidiaba esa felicidad: la desconfiaba.

Se acercó a la ventana. El vidrio frío le devolvió su reflejo: maquillaje impecable, postura recta, una belleza pulida hasta borrar cualquier rastro de cansancio. Nadie habría sospechado que esa imagen se sostenía a fuerza de disciplina, no de paz.

Pensó en la palabra hogar y no sintió nada.

La Navidad tenía ese efecto: desarmar lo que ella había construido para mantenerse en pie. Le recordaba que sabía ser vista, admirada, deseada… pero no recordaba la última vez que alguien la hubiera esperado.

Apoyó la frente unos segundos contra el cristal. Afuera, la ciudad seguía celebrando. Adentro, el tiempo parecía detenido en un punto incómodo entre el pasado y algo que nunca terminaba de llegar.

Si alguien se acercaba, Deianira no lo notaría de inmediato.
Y si no lo hacía, tampoco cambiaría nada.

En noches así, la soledad no dolía.
Solo se volvía más clara.

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饟們 执侄指 馃巹 饢 饟們 La Navidad siempre llegaba con ruido. Demasiadas luces, demasiadas voces, demasiadas manos intentando tocar lo que no entendían. Deianira Zhorkeas observaba el salón desde el borde, como si su cuerpo estuviera presente pero su mente hubiera decidido no asistir. El árbol era enorme, decorado con una precisión casi ofensiva. Dorados, blancos, cristales. Perfecto. Inalcanzable. Como todo lo que se suponía que debía sentirse bien en esta época. Sostenía una copa intacta entre los dedos. No tenía sed. Nunca la tenía en diciembre. Había aprendido a atravesar estas noches con el estómago cerrado y la expresión correcta, como si la calidez pudiera imitarse sin consecuencias. A su alrededor, las risas subían y bajaban en oleadas. Brindis. Abrazos. Promesas hechas con la ligereza de quien no piensa cumplirlas. Deianira no envidiaba esa felicidad: la desconfiaba. Se acercó a la ventana. El vidrio frío le devolvió su reflejo: maquillaje impecable, postura recta, una belleza pulida hasta borrar cualquier rastro de cansancio. Nadie habría sospechado que esa imagen se sostenía a fuerza de disciplina, no de paz. Pensó en la palabra hogar y no sintió nada. La Navidad tenía ese efecto: desarmar lo que ella había construido para mantenerse en pie. Le recordaba que sabía ser vista, admirada, deseada… pero no recordaba la última vez que alguien la hubiera esperado. Apoyó la frente unos segundos contra el cristal. Afuera, la ciudad seguía celebrando. Adentro, el tiempo parecía detenido en un punto incómodo entre el pasado y algo que nunca terminaba de llegar. Si alguien se acercaba, Deianira no lo notaría de inmediato. Y si no lo hacía, tampoco cambiaría nada. En noches así, la soledad no dolía. Solo se volvía más clara. 饟們 执侄指 馃巹 饢 饟們
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