En este tipo de fechas festivas, al coreano le gustaba salir a las calles a observar a las personas pasar, detenerse en los detalles de las escenas urbanas y contemplar lo que sucedía a su alrededor como un ente ajeno al mundo.

Siempre había sido un hombre solitario, pero en el mes de diciembre esa soledad parecía mayor, pues los días en donde las familias se reunían y los seres queridos celebraban, él se quedaba en casa con sus dos gatos y una buena cena. No se quejaba, le gustaba. Prefería mantenerse al margen y ver desde la distancia el comportamiento de los demás, muchas veces cargado de falsas alegrías y frías promesas, actitudes superficiales excusadas por la festividad. Aunque sabía reconocer, a pesar de su oscura naturaleza, que no todos actuaban guiados por el egoísmo y la frivolidad.

La tarde prometía un frío bestial, con la caída del sol las luces navideñas tomaban protagonismo y los villancicos empezaban a ambientar las calles. Él, por su lado, se mantenía entre las sombras con la mirada aguda cual cazador: había divisado a la presa perfecta. Le había seguido el paso durante un tiempo, siempre desarrollando un plan meticuloso y detallado, cuidando de no dejar ningún cabo suelto. Sus selecciones siempre cumplían con ciertas características, no elegía al azar, era tan cauteloso como un felino hambriento, y aquello resultó ser mucho más sencillo de lo que pensaba.

Suena la campana de la victoria y detrás de los muros de piedra de la catedral, el canto angelical de los niños opacaba el sonido jadeante del último aliento. Trasladar el cuerpo fue aún más fácil. Una vez en su hogar, ya nada podría borrarle la amplia sonrisa de satisfacción.

Él también merecía un regalo y celebrar, pues todos planifican arduamente la comida de año nuevo, ¿y por qué él no habría de hacerlo también? Y así, cortando la fina carne de forma prolija, supo que la última cena del año valdría totalmente la pena, un platillo exquisito que ansiaba deleitar.
En este tipo de fechas festivas, al coreano le gustaba salir a las calles a observar a las personas pasar, detenerse en los detalles de las escenas urbanas y contemplar lo que sucedía a su alrededor como un ente ajeno al mundo. Siempre había sido un hombre solitario, pero en el mes de diciembre esa soledad parecía mayor, pues los días en donde las familias se reunían y los seres queridos celebraban, él se quedaba en casa con sus dos gatos y una buena cena. No se quejaba, le gustaba. Prefería mantenerse al margen y ver desde la distancia el comportamiento de los demás, muchas veces cargado de falsas alegrías y frías promesas, actitudes superficiales excusadas por la festividad. Aunque sabía reconocer, a pesar de su oscura naturaleza, que no todos actuaban guiados por el egoísmo y la frivolidad. La tarde prometía un frío bestial, con la caída del sol las luces navideñas tomaban protagonismo y los villancicos empezaban a ambientar las calles. Él, por su lado, se mantenía entre las sombras con la mirada aguda cual cazador: había divisado a la presa perfecta. Le había seguido el paso durante un tiempo, siempre desarrollando un plan meticuloso y detallado, cuidando de no dejar ningún cabo suelto. Sus selecciones siempre cumplían con ciertas características, no elegía al azar, era tan cauteloso como un felino hambriento, y aquello resultó ser mucho más sencillo de lo que pensaba. Suena la campana de la victoria y detrás de los muros de piedra de la catedral, el canto angelical de los niños opacaba el sonido jadeante del último aliento. Trasladar el cuerpo fue aún más fácil. Una vez en su hogar, ya nada podría borrarle la amplia sonrisa de satisfacción. Él también merecía un regalo y celebrar, pues todos planifican arduamente la comida de año nuevo, ¿y por qué él no habría de hacerlo también? Y así, cortando la fina carne de forma prolija, supo que la última cena del año valdría totalmente la pena, un platillo exquisito que ansiaba deleitar.
Me encocora
Me gusta
Me shockea
4
0 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados