• Ha pasado un mes y la enana no ha encontrado manera de hacer que regrese a su forma normal, ha estado bajo el cuidado de su pareja por todo este tiempo y aunque ama dormir con ella, extraña poder abrazarla y comunicarse normalmente.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Bajo la nieve y el silencio de la noche, se abrazaron como si el tiempo nunca hubiera pasado. Él la envolvía con su abrigo, como lo hacía desde hacía tantos inviernos, y ella se acurrucaba en su pecho, sonriendo con los ojos cerrados, respirando el mismo amor que un día los llevó al altar.
    Tres hijos dormían en casa, fruto de esa historia que empezó con miradas tímidas y promesas de “para siempre” que, sin darse cuenta, habían cumplido.
    Ya no eran los mismos de antes: había días llenos de cansancio y mil responsabilidades… pero también una paz que solo da el amor maduro, ese que sobrevive a los días grises, a las discusiones y a los silencios.
    Entre la nieve cayendo, se miraron una vez más —con la ternura de quien lo ha dado todo y aún quiere seguir dando— y entendieron que, aunque el mundo cambie, ellos siempre serán hogar el uno del otro.
    Bajo la nieve y el silencio de la noche, se abrazaron como si el tiempo nunca hubiera pasado. Él la envolvía con su abrigo, como lo hacía desde hacía tantos inviernos, y ella se acurrucaba en su pecho, sonriendo con los ojos cerrados, respirando el mismo amor que un día los llevó al altar. Tres hijos dormían en casa, fruto de esa historia que empezó con miradas tímidas y promesas de “para siempre” que, sin darse cuenta, habían cumplido. Ya no eran los mismos de antes: había días llenos de cansancio y mil responsabilidades… pero también una paz que solo da el amor maduro, ese que sobrevive a los días grises, a las discusiones y a los silencios. Entre la nieve cayendo, se miraron una vez más —con la ternura de quien lo ha dado todo y aún quiere seguir dando— y entendieron que, aunque el mundo cambie, ellos siempre serán hogar el uno del otro.
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  • No me gusta cuando Fliqpy empieza a abrazarme y me mira con esa cara tan extraña y me acaricia aunque termina todo pinchado por mis púas.
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  • Vida mía, de vagabundo de nadie de corazón silencioso y ojos que todo lo ven, vida mía, dame algo que me inspiré, dame algo que me haga suspirar que me robe el aliento y me provoque nuevos deseos, vida mía regálame días para ofrecer más que una sonrisa fingida, porque siento que hace falta y en lo mucho que he encontrado en mi andar nada es capaz de abrazar mi alma .
    Vida mía, de vagabundo de nadie de corazón silencioso y ojos que todo lo ven, vida mía, dame algo que me inspiré, dame algo que me haga suspirar que me robe el aliento y me provoque nuevos deseos, vida mía regálame días para ofrecer más que una sonrisa fingida, porque siento que hace falta y en lo mucho que he encontrado en mi andar nada es capaz de abrazar mi alma .
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  • "Han pasado veinte ciclos desde aquel suceso que aún tiembla en la médula del tiempo, veinte giros de un sol que parece más viejo y más doliente con cada amanecer, veinte respiraciones del mundo en cuyo pulso se entrelazan las memorias de los caídos. Sobre mis hombros recayó el peso del deber compartido, ese yugo invisible que arde como hierro sobre la carne del alma, marcado por la ausencia de mis hermanos, aquellos que abrazaron el frío eterno con la resignación de un cometa que se entrega al vacío, besando con su luz moribunda la superficie de un planeta que apenas osa exhalar su primer suspiro.

    Veinte largos ciclos... y aún ellos, los espectros del deber, no se detienen. Jamás lo harán. Y en esa perpetuidad funesta se justifica mi presencia, mi condena y mi propósito: detener aquello que los hombres, al mirar, son incapaces de comprender antes de ser devorados por las fauces abisales de las blasfemias vivientes. Seres cuyo origen se enreda en los hilos que los dioses, crueles artesanos, tejieron sobre los cadáveres de estrellas putrefactas, deleitándose en su propia creación como niños que juegan con las sombras de un fuego que no entienden. Pensaron, en su arrogancia, que sus engendros jamás se alzarían contra ellos; pero el eco del sufrimiento también aprende a respirar.

    Ahora esas criaturas respiran, y su hálito pestilente se esparce más allá del circo moribundo donde fueron gestadas. Se revuelven en la carne de los hombres, reclamando su libertad con el aliento de los condenados. Y, como ironía de las divinidades, su quietud sólo encuentra reposo en el filo de mi espada, en la responsabilidad que me fue otorgada como una sentencia, no como un honor. Pues allí, donde ninguna lengua osa pronunciar nombre, debo recorrer los senderos olvidados por los bardos, caminos que duermen bajo siglos de silencio y sangre. En esos parajes prohibidos, las palabras se derriten como cera, y la fe se pudre en los labios de los más devotos del Sagrado Cónclave de la Llama Inmaculada, cuyos clérigos hierven su alma en rezos estériles, clamando por una paz que ellos mismos negaron al crear monstruos con las manos ensangrentadas de su dios.

    Hipócritas... todos ellos.

    Y sin embargo, aquí me encuentro. Tras escuchar, entre los ecos apagados de una taberna olvidada, el rumor de una entidad que acecha en las entrañas de una vieja taiga donde el invierno sepulta los secretos de épocas que ya nadie recuerda. Allí, donde los árboles se inclinan como testigos petrificados ante el peso de las historias no contadas. Aquí estoy, tras haber visto cómo las espadas yacen clavadas en la tierra, cual rosas fúnebres nacidas del hierro y la desesperación, entrelazadas en los brazos de los árboles que ya las reclamaron como parte de su osario natural. Las armaduras, desprovistas de propósito, se erigen ahora como tumbas sin nombre de quienes osaron caminar más allá del límite de la razón: valientes, insensatos, o simplemente avariciosos... todos unidos por el mismo destino.

    Y aquí permanezco, comprendiendo lo que ellos no alcanzaron a entender: que, en ocasiones, el monstruo no se elige. Se esculpe, poco a poco, en el silencio de la culpa, en el frío que persiste incluso cuando el fuego se extingue. Que a veces... uno no decide ser un monstruo; simplemente se despierta un día y descubre que el reflejo en la oscuridad lo ha estado observando desde siempre."
    "Han pasado veinte ciclos desde aquel suceso que aún tiembla en la médula del tiempo, veinte giros de un sol que parece más viejo y más doliente con cada amanecer, veinte respiraciones del mundo en cuyo pulso se entrelazan las memorias de los caídos. Sobre mis hombros recayó el peso del deber compartido, ese yugo invisible que arde como hierro sobre la carne del alma, marcado por la ausencia de mis hermanos, aquellos que abrazaron el frío eterno con la resignación de un cometa que se entrega al vacío, besando con su luz moribunda la superficie de un planeta que apenas osa exhalar su primer suspiro. Veinte largos ciclos... y aún ellos, los espectros del deber, no se detienen. Jamás lo harán. Y en esa perpetuidad funesta se justifica mi presencia, mi condena y mi propósito: detener aquello que los hombres, al mirar, son incapaces de comprender antes de ser devorados por las fauces abisales de las blasfemias vivientes. Seres cuyo origen se enreda en los hilos que los dioses, crueles artesanos, tejieron sobre los cadáveres de estrellas putrefactas, deleitándose en su propia creación como niños que juegan con las sombras de un fuego que no entienden. Pensaron, en su arrogancia, que sus engendros jamás se alzarían contra ellos; pero el eco del sufrimiento también aprende a respirar. Ahora esas criaturas respiran, y su hálito pestilente se esparce más allá del circo moribundo donde fueron gestadas. Se revuelven en la carne de los hombres, reclamando su libertad con el aliento de los condenados. Y, como ironía de las divinidades, su quietud sólo encuentra reposo en el filo de mi espada, en la responsabilidad que me fue otorgada como una sentencia, no como un honor. Pues allí, donde ninguna lengua osa pronunciar nombre, debo recorrer los senderos olvidados por los bardos, caminos que duermen bajo siglos de silencio y sangre. En esos parajes prohibidos, las palabras se derriten como cera, y la fe se pudre en los labios de los más devotos del Sagrado Cónclave de la Llama Inmaculada, cuyos clérigos hierven su alma en rezos estériles, clamando por una paz que ellos mismos negaron al crear monstruos con las manos ensangrentadas de su dios. Hipócritas... todos ellos. Y sin embargo, aquí me encuentro. Tras escuchar, entre los ecos apagados de una taberna olvidada, el rumor de una entidad que acecha en las entrañas de una vieja taiga donde el invierno sepulta los secretos de épocas que ya nadie recuerda. Allí, donde los árboles se inclinan como testigos petrificados ante el peso de las historias no contadas. Aquí estoy, tras haber visto cómo las espadas yacen clavadas en la tierra, cual rosas fúnebres nacidas del hierro y la desesperación, entrelazadas en los brazos de los árboles que ya las reclamaron como parte de su osario natural. Las armaduras, desprovistas de propósito, se erigen ahora como tumbas sin nombre de quienes osaron caminar más allá del límite de la razón: valientes, insensatos, o simplemente avariciosos... todos unidos por el mismo destino. Y aquí permanezco, comprendiendo lo que ellos no alcanzaron a entender: que, en ocasiones, el monstruo no se elige. Se esculpe, poco a poco, en el silencio de la culpa, en el frío que persiste incluso cuando el fuego se extingue. Que a veces... uno no decide ser un monstruo; simplemente se despierta un día y descubre que el reflejo en la oscuridad lo ha estado observando desde siempre."
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  • Lo que se siente no poder morir...


    A veces divertida y otras vacía. Me pregunto... ¿Cuándo será el fin de todo esto?. Tantas veces he tratado de abrazar mi final pero todo parece un bucle sin fin.
    Lo que se siente no poder morir... A veces divertida y otras vacía. Me pregunto... ¿Cuándo será el fin de todo esto?. Tantas veces he tratado de abrazar mi final pero todo parece un bucle sin fin.
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  • 𝐄𝐋 𝐉𝐔𝐑𝐀𝐌𝐄𝐍𝐓𝐎 𝐃𝐄 𝐀𝐅𝐑𝐎
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Una de las mayores alegrías para una madre es el instante en el que carga en brazos a su hijo por primera vez. Esa vida pequeña que llevaba cuidando en el interior de su vientre abre los ojos y conoce el mundo por primera vez.

    ────Tranquila, tranquila. Sigue respirando… y… ¡empuja!

    Y así lo hizo con todas sus fuerzas. Echó la cabeza hacia atrás, apretando la mandíbula y los puños, hasta que los nudillos se le pusieron blancos por el esfuerzo. No había palabras para describir el inmenso dolor que la atravesó en esos instantes. Tampoco el alivio que sintió cuando escuchó el llanto de Eneas por primera vez.

    ────¡Es un varón! ──anunció la partera.

    La lagrimas rodaron por sus mejillas y jadeó una risa entrecortada. Solía decir que su hijo era un niño del verano: nació durante el solsticio que marcaba el fin de la primavera, esas fechas en la que los campos se volvían fértiles y los cielos estaban despejados y brillantes. Cuando lo sostuvo en sus brazos, envuelto en la manta con la que la partera lo había cubierto con cuidado, Afro le sonrió.

    ────Hola, hola…

    Tenía el cabello dorado y el rostro salpicado de pecas tostadas de su padre; los rasgos de la familia real de Dardania, la Casa de los Leones. Y esos ojos… esos ojos claro que los reconocía, eran los suyos: iris del color rosa del cielo del amanecer. Lo meció con amor y él pronto dejó de llorar, acurrucándose contra el pecho de su madre.

    Las puertas de la habitación se abrieron de par en par. El príncipe Anquises se detuvo lentamente en el umbral. Estaba tan quieto y callado que Afro habría pensado que la gorgona lo había convertido en piedra. Ella le sonrió y como respuesta, en el rostro del príncipe poco a poco una sonrisa comenzó a curvarse en sus labios, hasta que volverse amplia, orgullosa.

    ────Llegaste justo a tiempo ─murmuró la diosa con suavidad.

    ────Has hecho un buen trabajo, hija ─dijo la reina Temiste a la partera, apretando su hombro con suavidad en señal de agradecimiento por su labor─. Ven, deja que te ayude a buscar las mantas, mientras tú te encargas de traer el agua caliente.

    La partera hizo una pequeña reverencia al salir de la habitación y antes de que la reina cerrara la puerta tras de sí, asomó su cabeza y sonrió a la diosa con complicidad, diciéndole: “este es su espacio”. El príncipe se acercó al lecho, sus ojos avellana brillaban. Le acarició el cabello color vino; estaba apelmazado, sucio y cubierto de sudor y ella deseaba un baño caliente como era debido, aun así, su tacto cálido le resultó reconfortante. A él eso no le importaba.

    ────Lo hiciste bien, Afro ─musitó con suavidad.

    ────¿Quieres cargarlo?

    Anquises extendió sus manos y ella, con cuidado, depositó a su hijo recién nacido en los brazos fuertes de su padre. Sus ojos avellana no pudieron evitar la alegría que apareció en ellos, en su sonrisa. A ella se le aceleró el corazón.

    ────Hola, pequeño.

    Esa imagen terminó por desmoronarla. Derritió su pecho y lo llenó de calidez. Realmente no creía que estuviera viviendo ese momento.

    Afro no conocía lo que era tener una familia. Nació habiendo quedado huérfana de padre, no tenía madre, pues su cuna habían sido las profundidades del mar. Había ocasiones, aunque no demasiadas, en las que Afro se decía si misma que ser huérfana tenía sus ventajas. No respondía a casi nadie por sus acciones, no tenía una voz que le dictara qué era lo que debía hacer. Nadie le lanzaba una mirada de advertencia cuando se llevaba una copa de vino a la boca durante las reuniones y fiestas sagradas. No era que ella se excediera en ese sentido… pero había observado a algunas deidades tener ese gesto protector para con sus hijos inmortales.

    Esa ausencia le ayudó a volverse independiente y aprender algunas cosas por cuenta propia. Pero también la hacían sentirse increíblemente sola. No tenía a quién acudir por un consejo cuando lo necesitaba, tampoco había quién la escuchara. No tenía a quién abrazar, tampoco quién la abrazara a ella.

    A veces, cerraba los ojos e imaginaba que tenía una familia. Su padre estaba vivo y tenía una mamá. Otras solo eran padre e hija. La criaba bajo su ala, era la clase de padre que era severo, fiel a las historias que escuchó sobre él, pero enérgico cuando se trataba de velar por ella. Su madre… ella era dulce, comprensiva, protectora, de carácter tranquilo pero firme. Le enseñaba a tejer y trenzaba su cabello en las noches, mientras le tarareaba una canción.

    Afro no tenía nada de eso. Pero su hijo no pasaría por lo mismo.

    Los dioses no participaban en la crianza de sus hijos mortales de forma activa, normalmente, cuando un semidios nacía, era entregado a su progenitor mortal o a un familiar cercano para que se ocupara de esa labor. Intervenían en sus vidas como figuras protectoras, no como un padre o una madre.

    No existía una regla estricta que prohibiera las relaciones entre humanos y mortales, pero se decía que, cuando un mortal y un dios interactuaban por mucho tiempo, los hilos del destino se movían, ocurrían eventos cuyos resultados nadie podía predecir.

    Y los dioses temían a esos resultados.

    Habían visto incontables veces a lo largo del tiempo cómo, cada vez que un dios se unía a un mortal, el desenlace era el mismo: el amor entre lo divino y lo mortal terminaba en tragedia.

    Y ella no quería dejar el sello de la tragedia sobre aquellos que amaba.

    Pero tampoco quería dejarlos. Ella quería quedarse para cuidar a su hijo, verlo crecer. Darle la familia y el hogar que ella no pudo tener.

    Lo pensó, dudó, pero su convicción era más grande. Cuidaría a su hijo bajo el disfraz de una nodriza. No podía declarar abiertamente que su hijo era hijo de la diosa del amor, pero asumiendo otra identidad, podría protegerlo. Si el destino no podía identificar su huella divina, su “Aión”, no podía intervenir. Le dolía no poder presentarse tal cual era, actuar como alguien que estaba cuidando al hijo de otra persona... pero estaba dispuesta a hacer ese sacrificio por él, por su hijo.

    Anquises se sentó en el borde de la cama y le pasó un brazo detrás de los hombros, Afro se ahuecó a su lado, a su calor. Su oreja estaba pegada a su pecho, escuchaba los latidos de su corazón, tan constantes como los suyos.

    Una suave brisa entró a la habitación, el sol brillaba sobre las montañas. Era un día precioso.
    𝐄𝐋 𝐉𝐔𝐑𝐀𝐌𝐄𝐍𝐓𝐎 𝐃𝐄 𝐀𝐅𝐑𝐎 🌿 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Una de las mayores alegrías para una madre es el instante en el que carga en brazos a su hijo por primera vez. Esa vida pequeña que llevaba cuidando en el interior de su vientre abre los ojos y conoce el mundo por primera vez. ────Tranquila, tranquila. Sigue respirando… y… ¡empuja! Y así lo hizo con todas sus fuerzas. Echó la cabeza hacia atrás, apretando la mandíbula y los puños, hasta que los nudillos se le pusieron blancos por el esfuerzo. No había palabras para describir el inmenso dolor que la atravesó en esos instantes. Tampoco el alivio que sintió cuando escuchó el llanto de Eneas por primera vez. ────¡Es un varón! ──anunció la partera. La lagrimas rodaron por sus mejillas y jadeó una risa entrecortada. Solía decir que su hijo era un niño del verano: nació durante el solsticio que marcaba el fin de la primavera, esas fechas en la que los campos se volvían fértiles y los cielos estaban despejados y brillantes. Cuando lo sostuvo en sus brazos, envuelto en la manta con la que la partera lo había cubierto con cuidado, Afro le sonrió. ────Hola, hola… Tenía el cabello dorado y el rostro salpicado de pecas tostadas de su padre; los rasgos de la familia real de Dardania, la Casa de los Leones. Y esos ojos… esos ojos claro que los reconocía, eran los suyos: iris del color rosa del cielo del amanecer. Lo meció con amor y él pronto dejó de llorar, acurrucándose contra el pecho de su madre. Las puertas de la habitación se abrieron de par en par. El príncipe Anquises se detuvo lentamente en el umbral. Estaba tan quieto y callado que Afro habría pensado que la gorgona lo había convertido en piedra. Ella le sonrió y como respuesta, en el rostro del príncipe poco a poco una sonrisa comenzó a curvarse en sus labios, hasta que volverse amplia, orgullosa. ────Llegaste justo a tiempo ─murmuró la diosa con suavidad. ────Has hecho un buen trabajo, hija ─dijo la reina Temiste a la partera, apretando su hombro con suavidad en señal de agradecimiento por su labor─. Ven, deja que te ayude a buscar las mantas, mientras tú te encargas de traer el agua caliente. La partera hizo una pequeña reverencia al salir de la habitación y antes de que la reina cerrara la puerta tras de sí, asomó su cabeza y sonrió a la diosa con complicidad, diciéndole: “este es su espacio”. El príncipe se acercó al lecho, sus ojos avellana brillaban. Le acarició el cabello color vino; estaba apelmazado, sucio y cubierto de sudor y ella deseaba un baño caliente como era debido, aun así, su tacto cálido le resultó reconfortante. A él eso no le importaba. ────Lo hiciste bien, Afro ─musitó con suavidad. ────¿Quieres cargarlo? Anquises extendió sus manos y ella, con cuidado, depositó a su hijo recién nacido en los brazos fuertes de su padre. Sus ojos avellana no pudieron evitar la alegría que apareció en ellos, en su sonrisa. A ella se le aceleró el corazón. ────Hola, pequeño. Esa imagen terminó por desmoronarla. Derritió su pecho y lo llenó de calidez. Realmente no creía que estuviera viviendo ese momento. Afro no conocía lo que era tener una familia. Nació habiendo quedado huérfana de padre, no tenía madre, pues su cuna habían sido las profundidades del mar. Había ocasiones, aunque no demasiadas, en las que Afro se decía si misma que ser huérfana tenía sus ventajas. No respondía a casi nadie por sus acciones, no tenía una voz que le dictara qué era lo que debía hacer. Nadie le lanzaba una mirada de advertencia cuando se llevaba una copa de vino a la boca durante las reuniones y fiestas sagradas. No era que ella se excediera en ese sentido… pero había observado a algunas deidades tener ese gesto protector para con sus hijos inmortales. Esa ausencia le ayudó a volverse independiente y aprender algunas cosas por cuenta propia. Pero también la hacían sentirse increíblemente sola. No tenía a quién acudir por un consejo cuando lo necesitaba, tampoco había quién la escuchara. No tenía a quién abrazar, tampoco quién la abrazara a ella. A veces, cerraba los ojos e imaginaba que tenía una familia. Su padre estaba vivo y tenía una mamá. Otras solo eran padre e hija. La criaba bajo su ala, era la clase de padre que era severo, fiel a las historias que escuchó sobre él, pero enérgico cuando se trataba de velar por ella. Su madre… ella era dulce, comprensiva, protectora, de carácter tranquilo pero firme. Le enseñaba a tejer y trenzaba su cabello en las noches, mientras le tarareaba una canción. Afro no tenía nada de eso. Pero su hijo no pasaría por lo mismo. Los dioses no participaban en la crianza de sus hijos mortales de forma activa, normalmente, cuando un semidios nacía, era entregado a su progenitor mortal o a un familiar cercano para que se ocupara de esa labor. Intervenían en sus vidas como figuras protectoras, no como un padre o una madre. No existía una regla estricta que prohibiera las relaciones entre humanos y mortales, pero se decía que, cuando un mortal y un dios interactuaban por mucho tiempo, los hilos del destino se movían, ocurrían eventos cuyos resultados nadie podía predecir. Y los dioses temían a esos resultados. Habían visto incontables veces a lo largo del tiempo cómo, cada vez que un dios se unía a un mortal, el desenlace era el mismo: el amor entre lo divino y lo mortal terminaba en tragedia. Y ella no quería dejar el sello de la tragedia sobre aquellos que amaba. Pero tampoco quería dejarlos. Ella quería quedarse para cuidar a su hijo, verlo crecer. Darle la familia y el hogar que ella no pudo tener. Lo pensó, dudó, pero su convicción era más grande. Cuidaría a su hijo bajo el disfraz de una nodriza. No podía declarar abiertamente que su hijo era hijo de la diosa del amor, pero asumiendo otra identidad, podría protegerlo. Si el destino no podía identificar su huella divina, su “Aión”, no podía intervenir. Le dolía no poder presentarse tal cual era, actuar como alguien que estaba cuidando al hijo de otra persona... pero estaba dispuesta a hacer ese sacrificio por él, por su hijo. Anquises se sentó en el borde de la cama y le pasó un brazo detrás de los hombros, Afro se ahuecó a su lado, a su calor. Su oreja estaba pegada a su pecho, escuchaba los latidos de su corazón, tan constantes como los suyos. Una suave brisa entró a la habitación, el sol brillaba sobre las montañas. Era un día precioso.
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  • ִֶָ ⋆✴︎˚。⋆ 𝓒𝓪𝓶𝓫𝓲𝓸𝓼 . ..𓂃 ࣪ ִֶָ་༘࿐

    ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆

    ⭑ 𓂃 ⋆ ⭒ ˚ . ⋆

    ⋆ ⭒ ˚ . ⋆ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 °

    ⋆ ˚ . ⭒ ˚ . ⋆ ⭑ 𓂃

    Madres, abuelas, hermanos, familia…
    Una familia. Aquello que la muñeca de azúcar siempre anheló, lo que jamás tuvo.
    [storm_fuchsia_cow_926] se lo ofrece, y Sugar quiere aceptarlo. Quiere tener un hogar al que regresar, alguien que la espere, que la extrañe, que la busque y la proteja. Quiere a alguien de quien cuidar, a quien consentir; alguien a quien abrazar por las noches y besar en las mañanas. Quiere recuperar ese sentido de pertenencia que su creador le arrebató.

    ⭑ 𓂃 ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚

    ✶ ⋆ . °

    Hay tanto amor latiendo en su pequeño corazón, pero en su núcleo, allí donde la voluntad no se quiebra como su frágil cuerpo de caramelo, arde un deseo más profundo: ser libre y plena. Ser ella misma, basta y poderosa. Crear su propio legado, no perpetuar el de otro bajo comparaciones, reglas y regaños constantes.

    ✧ ˖ ° ★ ˎˊ˗

    ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆

    — No necesito morir y renacer como tu hija para obtener lo que ofreces. No soy una Ishtar. Soy 𝐒𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐃𝐨𝐥𝐥, princesa. Y eso no va a cambiar.

    ⭒ ˚ . ⋆ ✴︎ ˚ ⋆ ˙ ⟡ ݁₊ .
    ִֶָ ⋆✴︎˚。⋆ 𝓒𝓪𝓶𝓫𝓲𝓸𝓼 . ..𓂃 ࣪ ִֶָ་༘࿐ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆ ⭑ 𓂃 ⋆ ⭒ ˚ . ⋆ ⋆ ⭒ ˚ . ⋆ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ⋆ ˚ . ⭒ ˚ . ⋆ ⭑ 𓂃 Madres, abuelas, hermanos, familia… Una familia. Aquello que la muñeca de azúcar siempre anheló, lo que jamás tuvo. [storm_fuchsia_cow_926] se lo ofrece, y Sugar quiere aceptarlo. Quiere tener un hogar al que regresar, alguien que la espere, que la extrañe, que la busque y la proteja. Quiere a alguien de quien cuidar, a quien consentir; alguien a quien abrazar por las noches y besar en las mañanas. Quiere recuperar ese sentido de pertenencia que su creador le arrebató. ⭑ 𓂃 ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ✶ ⋆ . ° Hay tanto amor latiendo en su pequeño corazón, pero en su núcleo, allí donde la voluntad no se quiebra como su frágil cuerpo de caramelo, arde un deseo más profundo: ser libre y plena. Ser ella misma, basta y poderosa. Crear su propio legado, no perpetuar el de otro bajo comparaciones, reglas y regaños constantes. ✧ ˖ ° ★ ˎˊ˗ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆ — No necesito morir y renacer como tu hija para obtener lo que ofreces. No soy una Ishtar. Soy 𝐒𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐃𝐨𝐥𝐥, princesa. Y eso no va a cambiar. ⭒ ˚ . ⋆ ✴︎ ˚ ⋆ ˙ ⟡ ݁₊ .
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  • ¿Puedo descansar en tu pecho?
    Quiero escuchar una melodía.
    El perfecto compas que me tranquiliza.
    Pone fin a mi pena y me entregó ante ti, al menos un instante.
    Solo necesito un momento.
    También quiero robarte un beso, cuan ladrón furtivo por la noche.
    Robarte caricias mientras recorro el camino de tu cuerpo hasta encontrar tesoros en cada poro que exhala libertad y pecado.
    Quiero abrazarte en la mas efímera oscuridad mientras me aferro a tus labios, tu piel y cada deseo que impregna tu alma.
    Aspirar de tu perfume, escuchar tus suspiros y jamás volver a separarme de ti.

    Por siempre tuyo, Wiliam.
    ¿Puedo descansar en tu pecho? Quiero escuchar una melodía. El perfecto compas que me tranquiliza. Pone fin a mi pena y me entregó ante ti, al menos un instante. Solo necesito un momento. También quiero robarte un beso, cuan ladrón furtivo por la noche. Robarte caricias mientras recorro el camino de tu cuerpo hasta encontrar tesoros en cada poro que exhala libertad y pecado. Quiero abrazarte en la mas efímera oscuridad mientras me aferro a tus labios, tu piel y cada deseo que impregna tu alma. Aspirar de tu perfume, escuchar tus suspiros y jamás volver a separarme de ti. Por siempre tuyo, Wiliam.
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  • ¿Restaurarlo?
    Por nostalgia lo haré, gratis, no todos los dias puedo abrazar una pieza histórica como esta de la Luftwaffe... ♡
    (Es muy feliz)
    ¿Restaurarlo? Por nostalgia lo haré, gratis, no todos los dias puedo abrazar una pieza histórica como esta de la Luftwaffe... ♡ (Es muy feliz)
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