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    La noche en que nació la Espada de Elune

    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche en que nació la Espada de Elune El Yokai apenas respira. Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren. Akane tensa su poder. Y yo… Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí. No es un pensamiento. No es una voz. Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos. Veythra: —Corta el viento. Corta el hilo. Su lamento… es tu filo. Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene. Y entonces aparece: **La katana. Veythra. La Espada de Elune.** Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana. El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo. Mi visión cambia. El templo, Akane, el Yokai… Todo se disuelve. Y ante mí se abre un universo hecho de hilos: miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas. Uno brilla más que los demás. Un hilo rojizo y tenso. Y va directo al Yokai. Tomo aire. Torpe, inexperta. Pero guiada por algo que no soy yo. **Deslizo a Veythra. Corto.** El sonido no es un corte. Es una implosión. Un estallido invertido que devora todo ruido. El mundo queda en silencio absoluto un instante. La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel. Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura. ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura. El Yokai queda anclado. Expuesto. Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino. Y entonces… **El cielo se rompe. Un dragón desciende.** Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar. Sus alas eclipsan la luna roja. Su rugido hace vibrar la llanura entera. Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos… **Shein Williams Ishtar. Nuestro ancestro.** Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano. En un solo movimiento, elegante y mortal, rebana la cabeza del Yokai. La máscara cae. El cuerpo se disuelve en cenizas negras. El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein. —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo— Este Yokai era escurridizo incluso para mí. --- La loba que escucha la luna En la Tierra, muy lejos de nosotras, Ryu observa la luna llena teñida de sangre. La brisa le eriza el pelaje. La pupila se le dilata. Y aúlla. No sólo por la luna. No sólo por mí. Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa. --- El arma huérfana Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra. Fría. Hambrienta. Shein se la tiende a Akane. Ella la observa… y retira la mano. —No. Esta cosa… no debe ser mía. La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar. Sin dueño. Sin nombre. Yuna despierta, débil, confusa, pero viva. La abrazo y el templo suspira aliviado.
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    La noche en que nació la Espada de Elune

    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

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    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche en que nació la Espada de Elune El Yokai apenas respira. Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren. Akane tensa su poder. Y yo… Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí. No es un pensamiento. No es una voz. Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos. Veythra: —Corta el viento. Corta el hilo. Su lamento… es tu filo. Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene. Y entonces aparece: **La katana. Veythra. La Espada de Elune.** Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana. El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo. Mi visión cambia. El templo, Akane, el Yokai… Todo se disuelve. Y ante mí se abre un universo hecho de hilos: miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas. Uno brilla más que los demás. Un hilo rojizo y tenso. Y va directo al Yokai. Tomo aire. Torpe, inexperta. Pero guiada por algo que no soy yo. **Deslizo a Veythra. Corto.** El sonido no es un corte. Es una implosión. Un estallido invertido que devora todo ruido. El mundo queda en silencio absoluto un instante. La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel. Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura. ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura. El Yokai queda anclado. Expuesto. Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino. Y entonces… **El cielo se rompe. Un dragón desciende.** Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar. Sus alas eclipsan la luna roja. Su rugido hace vibrar la llanura entera. Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos… **Shein Williams Ishtar. Nuestro ancestro.** Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano. En un solo movimiento, elegante y mortal, rebana la cabeza del Yokai. La máscara cae. El cuerpo se disuelve en cenizas negras. El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein. —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo— Este Yokai era escurridizo incluso para mí. --- La loba que escucha la luna En la Tierra, muy lejos de nosotras, Ryu observa la luna llena teñida de sangre. La brisa le eriza el pelaje. La pupila se le dilata. Y aúlla. No sólo por la luna. No sólo por mí. Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa. --- El arma huérfana Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra. Fría. Hambrienta. Shein se la tiende a Akane. Ella la observa… y retira la mano. —No. Esta cosa… no debe ser mía. La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar. Sin dueño. Sin nombre. Yuna despierta, débil, confusa, pero viva. La abrazo y el templo suspira aliviado.
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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  • Aquella tarde, después de completar todas las tareas matutinas del templo, Kazuo se dispuso a entrenar. Lo hacía cada día, sin excepción. A pesar de ser un Yōkai antiguo y poseer un poder considerable, detestaba estancarse. Prefería mantener su cuerpo a la altura de la fuerza que corría por sus venas; la perfección siempre podía pulirse un poco más.

    Si bien solía recurrir a su poder o a su propio cuerpo para defenderse, también era sorprendentemente virtuoso con las armas. En aquella ocasión decidió afinar sus habilidades con la katana. Su destreza estaba a la altura del más honorable de los samuráis, quizá incluso por encima, como si cada movimiento suyo evocara siglos de memoria y disciplina.

    ---
    //Tengan un feliz #SeductiveSunday
    Aquella tarde, después de completar todas las tareas matutinas del templo, Kazuo se dispuso a entrenar. Lo hacía cada día, sin excepción. A pesar de ser un Yōkai antiguo y poseer un poder considerable, detestaba estancarse. Prefería mantener su cuerpo a la altura de la fuerza que corría por sus venas; la perfección siempre podía pulirse un poco más. Si bien solía recurrir a su poder o a su propio cuerpo para defenderse, también era sorprendentemente virtuoso con las armas. En aquella ocasión decidió afinar sus habilidades con la katana. Su destreza estaba a la altura del más honorable de los samuráis, quizá incluso por encima, como si cada movimiento suyo evocara siglos de memoria y disciplina. --- //Tengan un feliz #SeductiveSunday
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  • —Saludos, humanos de clase baja y yokais. Me presento: soy el Rey bestia del oeste . LORD SESSHOMARU Si quieren tener mi favor, deberán tener algo interesante que ofrecer; si no, ni se atrevan a dirigirme la palabra. No quiero cosas inútiles cerca.—
    —Saludos, humanos de clase baja y yokais. Me presento: soy el Rey bestia del oeste . LORD SESSHOMARU Si quieren tener mi favor, deberán tener algo interesante que ofrecer; si no, ni se atrevan a dirigirme la palabra. No quiero cosas inútiles cerca.—
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  • Reito: Capítulo I
    Fandom OC/Crossovers
    Categoría Acción
    "Ecos de Sangre"

    La lluvia caía sobre los callejones de Shinjuku con un ritmo casi ritual.
    El olor a óxido y sake viejo se mezclaba con el hedor metálico de la sangre reciente.
    Rei Arakawa avanzó entre los charcos, su abrigo oscuro pegado al cuerpo, la mano derecha firme sobre la empuñadura de su katana.

    El silencio fue roto por un rugido grave.
    No humano.
    No natural.

    —Otra bestia sin nombre… —murmuró con voz seca, sus ojos brillando levemente bajo la penumbra.

    De la sombra emergió un yokai deformado: piel gris, múltiples bocas, ojos que lloraban fuego.
    Un resto de pesadilla perdida en el mundo humano.
    Rei lo observó sin miedo, con el cansancio de quien ha visto esto demasiadas veces.

    La katana "Akai Tsume" brilló con un destello carmesí.
    El aire tembló.
    Y el rostro de Rei comenzó a distorsionarse.

    Su piel se resquebrajó como porcelana rota, revelando bajo ella una armadura viva.
    Los colmillos emergieron.
    Los ojos se encendieron como brasas.

    ☯ *Forma Oni activada.*

    Un rugido desgarró la lluvia, quebrando el silencio.
    El yokai intentó retroceder, pero ya era tarde.

    Rei se lanzó hacia adelante, moviéndose con velocidad inhumana.
    El primer corte partió el aire, el segundo la carne, y el tercero el alma.
    Los gritos de la criatura fueron arrastrados por el viento nocturno, mientras la energía espiritual se disolvía en chispas rojas.

    Por un instante, el Oni respiró con violencia, su cuerpo vibrando con poder y rabia.
    Su máscara se agrietó, dejando ver los ojos del hombre detrás.

    —No todos los demonios merecen morir… pero esta ciudad no distingue la diferencia —susurró, limpiando la hoja antes de envainarla.

    La lluvia siguió cayendo, como si intentara lavar el pecado de ambos mundos.
    Y Rei desapareció entre la niebla, dejando solo ecos de sangre en el asfalto.


    ─────────────────────────────

    El eco del rugido se desvaneció entre la lluvia.
    Poco a poco, la energía carmesí que envolvía su cuerpo comenzó a apagarse.
    La armadura orgánica se quebró en fragmentos de humo rojo, disipándose hasta revelar nuevamente el rostro humano de Rei Arakawa.
    Su respiración era pesada, los ojos aún brillaban con ese fulgor salvaje que tardaba en apagarse cada vez que regresaba del otro lado.

    —Otra noche más —susurró, como si intentara convencerse de que aún quedaba algo de humanidad en su voz.

    Envainó su katana y caminó hasta donde había dejado su motocicleta, bajo un letrero parpadeante que decía *“Ramen & Spirits”*.
    Encendió el motor, y la lluvia se reflejó en sus ojos mientras el ruido del escape se mezclaba con el del trueno.

    ─────────────────────────────

    Horas más tarde, el reloj de pared marcaba las 3:47 a.m.

    La oficina olía a incienso barato y a tabaco apagado.
    Montones de expedientes abiertos cubrían el escritorio de madera oscura, junto a una botella medio vacía de whisky japonés.
    Rei se dejó caer en la silla, soltando un suspiro largo que cargaba siglos de cansancio.

    Su mirada se perdió en el ventanal, donde las luces de Shinjuku temblaban bajo la tormenta.
    El reflejo en el vidrio le devolvía su rostro humano… pero por un instante, creyó ver la máscara Oni observándolo desde el otro lado.

    —Siempre ahí, ¿eh? —murmuró, encendiendo un cigarrillo—. Supongo que ya no me vas a dejar dormir.

    El humo formó espirales que se confundían con los recuerdos.
    Su teléfono antiguo, de disco, permanecía inmóvil sobre el escritorio.
    A su lado, un cartel gastado decía:

    *“Rei Arakawa — Casos imposibles, precios negociables.”*

    Rei apoyó los pies sobre la mesa, dejando que el silencio llenara la habitación.
    Sabía que no tardaría mucho antes de que alguien golpeara esa puerta para suplicar por ayuda...
    porque en Tokio, las sombras nunca duermen.
    "Ecos de Sangre" La lluvia caía sobre los callejones de Shinjuku con un ritmo casi ritual. El olor a óxido y sake viejo se mezclaba con el hedor metálico de la sangre reciente. Rei Arakawa avanzó entre los charcos, su abrigo oscuro pegado al cuerpo, la mano derecha firme sobre la empuñadura de su katana. El silencio fue roto por un rugido grave. No humano. No natural. —Otra bestia sin nombre… —murmuró con voz seca, sus ojos brillando levemente bajo la penumbra. De la sombra emergió un yokai deformado: piel gris, múltiples bocas, ojos que lloraban fuego. Un resto de pesadilla perdida en el mundo humano. Rei lo observó sin miedo, con el cansancio de quien ha visto esto demasiadas veces. La katana "Akai Tsume" brilló con un destello carmesí. El aire tembló. Y el rostro de Rei comenzó a distorsionarse. Su piel se resquebrajó como porcelana rota, revelando bajo ella una armadura viva. Los colmillos emergieron. Los ojos se encendieron como brasas. ☯ *Forma Oni activada.* Un rugido desgarró la lluvia, quebrando el silencio. El yokai intentó retroceder, pero ya era tarde. Rei se lanzó hacia adelante, moviéndose con velocidad inhumana. El primer corte partió el aire, el segundo la carne, y el tercero el alma. Los gritos de la criatura fueron arrastrados por el viento nocturno, mientras la energía espiritual se disolvía en chispas rojas. Por un instante, el Oni respiró con violencia, su cuerpo vibrando con poder y rabia. Su máscara se agrietó, dejando ver los ojos del hombre detrás. —No todos los demonios merecen morir… pero esta ciudad no distingue la diferencia —susurró, limpiando la hoja antes de envainarla. La lluvia siguió cayendo, como si intentara lavar el pecado de ambos mundos. Y Rei desapareció entre la niebla, dejando solo ecos de sangre en el asfalto. ───────────────────────────── El eco del rugido se desvaneció entre la lluvia. Poco a poco, la energía carmesí que envolvía su cuerpo comenzó a apagarse. La armadura orgánica se quebró en fragmentos de humo rojo, disipándose hasta revelar nuevamente el rostro humano de Rei Arakawa. Su respiración era pesada, los ojos aún brillaban con ese fulgor salvaje que tardaba en apagarse cada vez que regresaba del otro lado. —Otra noche más —susurró, como si intentara convencerse de que aún quedaba algo de humanidad en su voz. Envainó su katana y caminó hasta donde había dejado su motocicleta, bajo un letrero parpadeante que decía *“Ramen & Spirits”*. Encendió el motor, y la lluvia se reflejó en sus ojos mientras el ruido del escape se mezclaba con el del trueno. ───────────────────────────── Horas más tarde, el reloj de pared marcaba las 3:47 a.m. La oficina olía a incienso barato y a tabaco apagado. Montones de expedientes abiertos cubrían el escritorio de madera oscura, junto a una botella medio vacía de whisky japonés. Rei se dejó caer en la silla, soltando un suspiro largo que cargaba siglos de cansancio. Su mirada se perdió en el ventanal, donde las luces de Shinjuku temblaban bajo la tormenta. El reflejo en el vidrio le devolvía su rostro humano… pero por un instante, creyó ver la máscara Oni observándolo desde el otro lado. —Siempre ahí, ¿eh? —murmuró, encendiendo un cigarrillo—. Supongo que ya no me vas a dejar dormir. El humo formó espirales que se confundían con los recuerdos. Su teléfono antiguo, de disco, permanecía inmóvil sobre el escritorio. A su lado, un cartel gastado decía: 🩸 *“Rei Arakawa — Casos imposibles, precios negociables.”* Rei apoyó los pies sobre la mesa, dejando que el silencio llenara la habitación. Sabía que no tardaría mucho antes de que alguien golpeara esa puerta para suplicar por ayuda... porque en Tokio, las sombras nunca duermen.
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  • Un dia estás cambiando pañales y al otro ya estas maquillándolos para su primer desfile de los yokais ♥ mis niños preciosos ♥
    Un dia estás cambiando pañales y al otro ya estas maquillándolos para su primer desfile de los yokais ♥ mis niños preciosos ♥
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  • La ciudad vibraba bajo un cielo que nunca descansaba: neón, faroles parpadeantes y la constante marea de sonidos humanos llenaban el aire con un ritmo extraño para alguien acostumbrada al silencio eterno de su mansión. Yūrei Veyrith caminaba entre la multitud, pero sus pasos eran apenas un susurro, como si la tierra misma la reconociera y la dejara pasar. Sus ojos plateados recorrían cada detalle: escaparates iluminados, callejones oscuros, los reflejos del asfalto mojado que parecía contener un mundo paralelo en cada charco.

    Un aroma desconocido la detuvo: una mezcla de especias, dulzor y calor que despertó una curiosidad que hacía siglos no sentía. Siguiendo el olor, llegó a un pequeño puesto callejero donde un humano apresurado servía comida. Yūrei se inclinó ligeramente, observando cómo el vapor ascendía en espirales casi mágicas. Sus dedos rozaron la superficie de la mesa, y por un instante, se permitió sonreír ante la simpleza de la vida humana, que para ella era un misterio tan fascinante como cualquier otro plano de existencia.

    De repente, un grito cortó el murmullo de la ciudad: un hombre corría, perseguido por algo que Yūrei percibió antes de que la mayoría pudiera notar. Una sombra amorfa con ojos rojos brillantes se movía entre la multitud, tomando la forma de miedo y confusión. Sus sentidos ancestrales reconocieron la amenaza: un yokai errante, extraviado en el mundo humano, incapaz de contener su hambre por la energía del miedo.

    Sin dudar, Yūrei se movió con la gracia de siglos de experiencia. Su cabello plateado se movió como un halo etéreo, y una luz tenue surgió de sus manos, trazando un patrón de contención en el aire. La sombra se detuvo, y un silencio momentáneo se apoderó de la calle. Sus ojos se fijaron en el yokai, y con un gesto casi ceremonial, lo guió de vuelta a su plano, disolviendo su forma oscura en un resplandor azul. El hombre que había estado huyendo quedó confundido, seguro, creyendo que todo había sido producto de su imaginación.

    Yūrei continuó caminando, como si nada hubiera ocurrido, mezclándose con los transeúntes. Cada calle, cada luz y cada olor eran una lección: la ciudad humana estaba viva, y ella estaba allí para aprender, explorar y, cuando fuera necesario, intervenir desde las sombras. Sus pasos la llevaron a un callejón angosto, donde la oscuridad parecía más densa. Un graffiti brillante en la pared atrajo su atención; no era arte común, sino un símbolo que resonaba con energías sobrenaturales. Sus dedos rozaron la pintura, y por un instante, visiones fugaces de antiguos rituales y secretos olvidados cruzaron su mente.

    La noche avanzaba y Yūrei sabía que cada esquina de la ciudad guardaba secretos que los humanos jamás entenderían. Criaturas errantes, energías perdidas, pequeños milagros ocultos… todo coexistía con la rutina humana, y ella estaba allí para descubrirlo, protegerlo y, quizá, guiarlo. Con cada paso, la madre de lo imposible caminaba entre mundos, recordando que aunque perteneciera a todos y a ninguno, podía encontrar pequeñas certezas en lo cotidiano: un aroma desconocido, un callejón misterioso, un simple acto de bondad humana, y la satisfacción silenciosa de mantener el equilibrio entre lo visible y lo invisible.
    La ciudad vibraba bajo un cielo que nunca descansaba: neón, faroles parpadeantes y la constante marea de sonidos humanos llenaban el aire con un ritmo extraño para alguien acostumbrada al silencio eterno de su mansión. Yūrei Veyrith caminaba entre la multitud, pero sus pasos eran apenas un susurro, como si la tierra misma la reconociera y la dejara pasar. Sus ojos plateados recorrían cada detalle: escaparates iluminados, callejones oscuros, los reflejos del asfalto mojado que parecía contener un mundo paralelo en cada charco. Un aroma desconocido la detuvo: una mezcla de especias, dulzor y calor que despertó una curiosidad que hacía siglos no sentía. Siguiendo el olor, llegó a un pequeño puesto callejero donde un humano apresurado servía comida. Yūrei se inclinó ligeramente, observando cómo el vapor ascendía en espirales casi mágicas. Sus dedos rozaron la superficie de la mesa, y por un instante, se permitió sonreír ante la simpleza de la vida humana, que para ella era un misterio tan fascinante como cualquier otro plano de existencia. De repente, un grito cortó el murmullo de la ciudad: un hombre corría, perseguido por algo que Yūrei percibió antes de que la mayoría pudiera notar. Una sombra amorfa con ojos rojos brillantes se movía entre la multitud, tomando la forma de miedo y confusión. Sus sentidos ancestrales reconocieron la amenaza: un yokai errante, extraviado en el mundo humano, incapaz de contener su hambre por la energía del miedo. Sin dudar, Yūrei se movió con la gracia de siglos de experiencia. Su cabello plateado se movió como un halo etéreo, y una luz tenue surgió de sus manos, trazando un patrón de contención en el aire. La sombra se detuvo, y un silencio momentáneo se apoderó de la calle. Sus ojos se fijaron en el yokai, y con un gesto casi ceremonial, lo guió de vuelta a su plano, disolviendo su forma oscura en un resplandor azul. El hombre que había estado huyendo quedó confundido, seguro, creyendo que todo había sido producto de su imaginación. Yūrei continuó caminando, como si nada hubiera ocurrido, mezclándose con los transeúntes. Cada calle, cada luz y cada olor eran una lección: la ciudad humana estaba viva, y ella estaba allí para aprender, explorar y, cuando fuera necesario, intervenir desde las sombras. Sus pasos la llevaron a un callejón angosto, donde la oscuridad parecía más densa. Un graffiti brillante en la pared atrajo su atención; no era arte común, sino un símbolo que resonaba con energías sobrenaturales. Sus dedos rozaron la pintura, y por un instante, visiones fugaces de antiguos rituales y secretos olvidados cruzaron su mente. La noche avanzaba y Yūrei sabía que cada esquina de la ciudad guardaba secretos que los humanos jamás entenderían. Criaturas errantes, energías perdidas, pequeños milagros ocultos… todo coexistía con la rutina humana, y ella estaba allí para descubrirlo, protegerlo y, quizá, guiarlo. Con cada paso, la madre de lo imposible caminaba entre mundos, recordando que aunque perteneciera a todos y a ninguno, podía encontrar pequeñas certezas en lo cotidiano: un aroma desconocido, un callejón misterioso, un simple acto de bondad humana, y la satisfacción silenciosa de mantener el equilibrio entre lo visible y lo invisible.
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  • La noche caía sobre la mansión de Yūrei, y las sombras se alargaban por los pasillos como si quisieran susurrarle secretos olvidados. Sentada frente a un antiguo escritorio de madera, sus dedos rozaban con delicadeza un pergamino amarillento, repasando los nombres y rostros de aquellos que, hace años, intentaron arrebatarle lo más sagrado que poseía: sus hijos.

    Nunca había buscado venganza, ni siquiera justicia en el sentido humano. Aquellos padres que alguna vez caminaron cerca de sus hijos pensaron que podrían manipularlos, controlarlos, o incluso destruirlos. No entendían que en Yūrei convergían fuerzas que ningún mortal podía comprender: demoníacas, celestiales, yokai y espirituales. Y cuando intentaron actuar… desaparecieron. No fue un castigo sádico, sino un acto de protección, silencioso y definitivo. Los ecos de su desaparición nunca alcanzaron la tierra humana; eran secretos que ella guardaba con el mismo cuidado con el que cuidaba los latidos de sus hijos.

    Su mirada se perdió en la ventana, donde la luz de la luna iluminaba los jardines congelados en el tiempo. Cada estrella parecía recordarle la eternidad de su existencia, y el precio que había pagado por permitir que sus hijos vivieran sin cargar con su peso completo. La furia contenida en su ser podía ser devastadora, pero siempre la contuvo, siempre la canalizó para proteger sin mostrarlo.

    —Nunca entenderán… —susurró, la voz apenas un eco en la sala—. Pero ellos… ellos viven. Y eso basta.

    El silencio de la mansión parecía responderle con complicidad. Sus hijos, lejos, seguramente dormían, ajenos a la tormenta que Yūrei había contenido por ellos desde las sombras. Y aun así, no sentía culpa, sino la certeza serena de que lo imposible podía ser protegido si uno estaba dispuesto a pagar el precio.

    Y en ese instante, la madre de lo imposible volvió a cerrar los ojos, dejando que la eternidad de su existencia se entrelazara con la seguridad silenciosa de quienes más amaba.
    La noche caía sobre la mansión de Yūrei, y las sombras se alargaban por los pasillos como si quisieran susurrarle secretos olvidados. Sentada frente a un antiguo escritorio de madera, sus dedos rozaban con delicadeza un pergamino amarillento, repasando los nombres y rostros de aquellos que, hace años, intentaron arrebatarle lo más sagrado que poseía: sus hijos. Nunca había buscado venganza, ni siquiera justicia en el sentido humano. Aquellos padres que alguna vez caminaron cerca de sus hijos pensaron que podrían manipularlos, controlarlos, o incluso destruirlos. No entendían que en Yūrei convergían fuerzas que ningún mortal podía comprender: demoníacas, celestiales, yokai y espirituales. Y cuando intentaron actuar… desaparecieron. No fue un castigo sádico, sino un acto de protección, silencioso y definitivo. Los ecos de su desaparición nunca alcanzaron la tierra humana; eran secretos que ella guardaba con el mismo cuidado con el que cuidaba los latidos de sus hijos. Su mirada se perdió en la ventana, donde la luz de la luna iluminaba los jardines congelados en el tiempo. Cada estrella parecía recordarle la eternidad de su existencia, y el precio que había pagado por permitir que sus hijos vivieran sin cargar con su peso completo. La furia contenida en su ser podía ser devastadora, pero siempre la contuvo, siempre la canalizó para proteger sin mostrarlo. —Nunca entenderán… —susurró, la voz apenas un eco en la sala—. Pero ellos… ellos viven. Y eso basta. El silencio de la mansión parecía responderle con complicidad. Sus hijos, lejos, seguramente dormían, ajenos a la tormenta que Yūrei había contenido por ellos desde las sombras. Y aun así, no sentía culpa, sino la certeza serena de que lo imposible podía ser protegido si uno estaba dispuesto a pagar el precio. Y en ese instante, la madre de lo imposible volvió a cerrar los ojos, dejando que la eternidad de su existencia se entrelazara con la seguridad silenciosa de quienes más amaba.
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