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    Ootakemaru (大嶽丸, a veces llamado también 鬼神魔王) es una figura del folclore japonés.
    Reside en la montaña Suzuka, una cadena de montañas y barrancos que limita con las provincias de Ise y Ōmi, como un Kijin. Vivió durante el reinado del emperador Kanmu (781-806) y fue uno de los principales enemigos del shogun Sakanoue no Tamuramaro.

    Ootakemaru está mayormente relacionado con la historia de la exterminación de oni llevada a cabo por Sakanoue no Tamuramaro. Es considerado uno de los Tres Grandes Yokai Malignos de Japón, junto a Shuten-dōji y Tamamo-no-Mae.

    Se decía que Ootakemaru era capaz de manipular el clima, como tormentas y truenos, e incluso de crear nubes oscuras sobre la montaña Suzuka que llovían fuego.
    Ootakemaru (大嶽丸, a veces llamado también 鬼神魔王) es una figura del folclore japonés. Reside en la montaña Suzuka, una cadena de montañas y barrancos que limita con las provincias de Ise y Ōmi, como un Kijin. Vivió durante el reinado del emperador Kanmu (781-806) y fue uno de los principales enemigos del shogun Sakanoue no Tamuramaro. Ootakemaru está mayormente relacionado con la historia de la exterminación de oni llevada a cabo por Sakanoue no Tamuramaro. Es considerado uno de los Tres Grandes Yokai Malignos de Japón, junto a Shuten-dōji y Tamamo-no-Mae. Se decía que Ootakemaru era capaz de manipular el clima, como tormentas y truenos, e incluso de crear nubes oscuras sobre la montaña Suzuka que llovían fuego.
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  • "𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔" (Memorias pasadas de Kazuo)

    La primera vez que Kazuo besó a alguien fue con un chico de la aldea más cercana a su hogar. Su madre lo alentaba a relacionarse con jóvenes de su edad, ahora que dominaba bien el lenguaje humano. Las chicas de su generación ya eran futuras esposas y amas de casa, por lo que no solían convivir con el grupo habitual de jóvenes solteros.

    Kazuo era arrebatadoramente hermoso, y, como era de esperar, no pasaba inadvertido para las mujeres, pero tampoco para los hombres. Aquella tarde se había quedado más tiempo en la aldea, saliendo y bebiendo algo en la posada local. Uno de los chicos del grupo, llamado Kayto, era alto como Kazuo, tenía ojos color avellana y una espalda más ancha que la del kitsune.

    Mientras el grupo avanzaba, Kazuo y Kayto se quedaron rezagados. El joven, algo ebrio, pasó un brazo por encima de los hombros del zorro para apoyarse en él. Kazuo, en cambio, apenas notaba el alcohol ingerido. De forma casi imprevista, Kayto usó su corpulento cuerpo para llevar a Kazuo hacia un callejón estrecho, entre dos edificios de madera. Allí lo atrapó, inmovilizándolo contra la pared con su cuerpo. En ese entonces, el yōkai no había experimentado ningún tipo de contacto físico.

    —¿Por qué eres tan hermoso? —inquirió Kayto en un susurro ronco, imponiendo su presencia sobre Kazuo.
    —¿Qué…? —respondió este, totalmente desorientado. No sabía qué estaba ocurriendo ni cómo reaccionar.

    Aunque sus padres, en los ocho años que llevaban juntos, le habían enseñado muchas cosas, jamás lo prepararon para una situación así, y menos aún con un chico.

    —Tus ojos… No puedo dejar de pensar en ellos —continuó Kayto, acercándose aún más. Sus labios apenas rozaban los de Kazuo mientras susurraba.

    Kazuo permanecía en silencio. No sabía qué hacer ni qué decir. Todo aquello era completamente nuevo para él, y la dominación que ejercía el joven sobre su inexperiencia era absoluta.

    Kayto aplacó la distancia y capturó los labios de Kazuo con un beso de forma rapaz. Este, sorprendido, se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué era esto? ¿Por qué lo hacía? Además, eran dos chicos. Kazuo había oído hablar de los besos y el cortejo, pero siempre entre un hombre y una mujer. ¿Qué significaba esto?

    Poco a poco, comenzó a experimentar sensaciones desconocidas. Era cálido, húmedo… La lengua de Kayto se adentró con confianza en su boca, dominándola por completo. Se sintió extraño, pero también placentero, como cuando sus pies tocaban la hierba húmeda de la mañana. A eso olía Kayto: a hierba fresca y tierra, recordándole al bosque.

    Impulsado por un repentino subidón de adrenalina, Kazuo empujó a Kayto contra la pared opuesta, tomando ahora él el control. Lo besó con confianza, de forma salvaje y voraz. Kayto quedó cohibido ante el inesperado arrebato de Kazuo. Lo que no sabía era que, en el interior de Kazuo, latía una naturaleza salvaje. La magia arcana que fluía por sus venas intensificaba cada sensación, despertando al zorro que dormitaba en su interior y lo hacía reaccionar por puro instinto.

    Abrumado, Kayto lo apartó de forma brusca. Los ojos de Kazuo centelleaban con una mezcla de confusión y deseo. Ambos jadeaban, y durante unos segundos permanecieron en silencio.

    —A… aquí no ha pasado nada, rarito del bosque. ¿Vale? —dijo Kayto con voz mordaz—. Volvamos con los demás, y ni se te ocurre decir una palabra, si no quieres problemas.—

    Kazuo no respondió. Permaneció callado mientras Kayto salía del callejón y aceleraba el paso para reunirse con sus amigos. En ese momento comenzó a llover, y Kazuo permaneció en el callejón durante largos minutos, dejando que el agua empapara su cabello, mientras la tinta negra se deslizaba, revelando su verdadero color plateado.

    Solo salió del callejón cuando se aseguró de que no había nadie por las calles. Su madre siempre le había insistido en ocultar su cabello, plateado como la luna, para no llamar la atención y evitar problemas. Pero, incluso siendo cuidadoso, los problemas le habían encontrado.

    Así fue su primer beso: robado, sin amor; un beso que entregó sin reservas, pero que se convirtió en un recuerdo amargo.

    Bajo la densa lluvia, Kazuo caminaba perdido en sus pensamientos. Se preguntaba qué había hecho mal, si lo que había ocurrido era normal y qué pasaría a partir de entonces. Sin embargo, todos esos pensamientos se desvanecieron cuando el olor metálico de la sangre invadió sus sentidos, alojándose pesadamente en la parte trasera de su paladar.

    —Mamá… Papá… —susurró mientras empezaba a acelerar el paso—. Shouta… Masaru…

    Kazuo comenzó a correr frenéticamente. La lluvia no cesaba; Caía con más intensidad, pero no era suficiente para disipar el olor penetrante de sangre que venía de su hogar.

    ———————————————————————

    Continuación de relato;

    Venganza Parte 1;
    https://ficrol.com/posts/187508

    Venganza Parte 2;
    https://ficrol.com/posts/194855


    "𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔" (Memorias pasadas de Kazuo) La primera vez que Kazuo besó a alguien fue con un chico de la aldea más cercana a su hogar. Su madre lo alentaba a relacionarse con jóvenes de su edad, ahora que dominaba bien el lenguaje humano. Las chicas de su generación ya eran futuras esposas y amas de casa, por lo que no solían convivir con el grupo habitual de jóvenes solteros. Kazuo era arrebatadoramente hermoso, y, como era de esperar, no pasaba inadvertido para las mujeres, pero tampoco para los hombres. Aquella tarde se había quedado más tiempo en la aldea, saliendo y bebiendo algo en la posada local. Uno de los chicos del grupo, llamado Kayto, era alto como Kazuo, tenía ojos color avellana y una espalda más ancha que la del kitsune. Mientras el grupo avanzaba, Kazuo y Kayto se quedaron rezagados. El joven, algo ebrio, pasó un brazo por encima de los hombros del zorro para apoyarse en él. Kazuo, en cambio, apenas notaba el alcohol ingerido. De forma casi imprevista, Kayto usó su corpulento cuerpo para llevar a Kazuo hacia un callejón estrecho, entre dos edificios de madera. Allí lo atrapó, inmovilizándolo contra la pared con su cuerpo. En ese entonces, el yōkai no había experimentado ningún tipo de contacto físico. —¿Por qué eres tan hermoso? —inquirió Kayto en un susurro ronco, imponiendo su presencia sobre Kazuo. —¿Qué…? —respondió este, totalmente desorientado. No sabía qué estaba ocurriendo ni cómo reaccionar. Aunque sus padres, en los ocho años que llevaban juntos, le habían enseñado muchas cosas, jamás lo prepararon para una situación así, y menos aún con un chico. —Tus ojos… No puedo dejar de pensar en ellos —continuó Kayto, acercándose aún más. Sus labios apenas rozaban los de Kazuo mientras susurraba. Kazuo permanecía en silencio. No sabía qué hacer ni qué decir. Todo aquello era completamente nuevo para él, y la dominación que ejercía el joven sobre su inexperiencia era absoluta. Kayto aplacó la distancia y capturó los labios de Kazuo con un beso de forma rapaz. Este, sorprendido, se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué era esto? ¿Por qué lo hacía? Además, eran dos chicos. Kazuo había oído hablar de los besos y el cortejo, pero siempre entre un hombre y una mujer. ¿Qué significaba esto? Poco a poco, comenzó a experimentar sensaciones desconocidas. Era cálido, húmedo… La lengua de Kayto se adentró con confianza en su boca, dominándola por completo. Se sintió extraño, pero también placentero, como cuando sus pies tocaban la hierba húmeda de la mañana. A eso olía Kayto: a hierba fresca y tierra, recordándole al bosque. Impulsado por un repentino subidón de adrenalina, Kazuo empujó a Kayto contra la pared opuesta, tomando ahora él el control. Lo besó con confianza, de forma salvaje y voraz. Kayto quedó cohibido ante el inesperado arrebato de Kazuo. Lo que no sabía era que, en el interior de Kazuo, latía una naturaleza salvaje. La magia arcana que fluía por sus venas intensificaba cada sensación, despertando al zorro que dormitaba en su interior y lo hacía reaccionar por puro instinto. Abrumado, Kayto lo apartó de forma brusca. Los ojos de Kazuo centelleaban con una mezcla de confusión y deseo. Ambos jadeaban, y durante unos segundos permanecieron en silencio. —A… aquí no ha pasado nada, rarito del bosque. ¿Vale? —dijo Kayto con voz mordaz—. Volvamos con los demás, y ni se te ocurre decir una palabra, si no quieres problemas.— Kazuo no respondió. Permaneció callado mientras Kayto salía del callejón y aceleraba el paso para reunirse con sus amigos. En ese momento comenzó a llover, y Kazuo permaneció en el callejón durante largos minutos, dejando que el agua empapara su cabello, mientras la tinta negra se deslizaba, revelando su verdadero color plateado. Solo salió del callejón cuando se aseguró de que no había nadie por las calles. Su madre siempre le había insistido en ocultar su cabello, plateado como la luna, para no llamar la atención y evitar problemas. Pero, incluso siendo cuidadoso, los problemas le habían encontrado. Así fue su primer beso: robado, sin amor; un beso que entregó sin reservas, pero que se convirtió en un recuerdo amargo. Bajo la densa lluvia, Kazuo caminaba perdido en sus pensamientos. Se preguntaba qué había hecho mal, si lo que había ocurrido era normal y qué pasaría a partir de entonces. Sin embargo, todos esos pensamientos se desvanecieron cuando el olor metálico de la sangre invadió sus sentidos, alojándose pesadamente en la parte trasera de su paladar. —Mamá… Papá… —susurró mientras empezaba a acelerar el paso—. Shouta… Masaru… Kazuo comenzó a correr frenéticamente. La lluvia no cesaba; Caía con más intensidad, pero no era suficiente para disipar el olor penetrante de sangre que venía de su hogar. ——————————————————————— Continuación de relato; Venganza Parte 1; https://ficrol.com/posts/187508 Venganza Parte 2; https://ficrol.com/posts/194855
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  • Contemplen vasallos, esclavos, mortales y Dioses a la futura heredera de los Inu Yokai

    -levanta a Lute en típica escena del rey león mostrando a la princesa y próxima lady cuando el muera. Está orgulloso que muestra que es más hija de él que se sus 999 padres restantes -
    Contemplen vasallos, esclavos, mortales y Dioses a la futura heredera de los Inu Yokai -levanta a [Lute1] en típica escena del rey león mostrando a la princesa y próxima lady cuando el muera. Está orgulloso que muestra que es más hija de él que se sus 999 padres restantes -
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  • //Quién quiera interactuar en la fiesta es bienvenid@ //

    Para muchos "la noche de los muertos" había terminado. Pero para Kazuo y su mundo era algo muy diferente.

    Todo mortal que conocía aquella zona sabía que en las siguientes noches nadie debía ir por el bosque solo, ni tan siquiera debería salir de casa. Los demonios y espíritus tomaban más fuerza en aquellos días, y muchos era protagonistas acciones terribles.

    Sin embargo otros Yōkais aprovechanban aquel fulgor para celebrar. Celebrar su existencia en este mundo y en el más allá. Kazuo también lo hacía, y su templo se llenaba de júbilo las siguientes noches. El sake, la comida y el baile estaban bien servidos. Bienvenido era todo alquel, o aquella, que quisiera disfrutar de corazón. Una vez has cruzado el antiguo Tori, todo tú rencor y tristeza deber quedarse a las puertas. ¿Tú única tarea?; Dejarte llevar.
    //Quién quiera interactuar en la fiesta es bienvenid@ 😸// Para muchos "la noche de los muertos" había terminado. Pero para Kazuo y su mundo era algo muy diferente. Todo mortal que conocía aquella zona sabía que en las siguientes noches nadie debía ir por el bosque solo, ni tan siquiera debería salir de casa. Los demonios y espíritus tomaban más fuerza en aquellos días, y muchos era protagonistas acciones terribles. Sin embargo otros Yōkais aprovechanban aquel fulgor para celebrar. Celebrar su existencia en este mundo y en el más allá. Kazuo también lo hacía, y su templo se llenaba de júbilo las siguientes noches. El sake, la comida y el baile estaban bien servidos. Bienvenido era todo alquel, o aquella, que quisiera disfrutar de corazón. Una vez has cruzado el antiguo Tori, todo tú rencor y tristeza deber quedarse a las puertas. ¿Tú única tarea?; Dejarte llevar.
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  • "La Noche de las Sombras"

    En la penumbra comienzan a andar,
    espíritus antiguos que buscan jugar.
    Sombras y risas te pueden confundir,
    cuidado en la noche, no intentes huir.

    Cuídate al andar, no debes errar,
    los Yōkais están en cada lugar.
    Si oyes sus pasos o sientes su aliento,
    aparta la vista y sigue en silencio.

    Con ojos brillantes y rostros cambiantes,
    te miran de lejos, figuras errantes.
    Caminan despacio, te quieren tentar,
    esta noche oscura te vienen a hallar.

    Cuídate al andar, no debes errar,
    los Yōkais están en cada lugar.
    Si oyes sus pasos o sientes su aliento,
    aparta la vista y sigue en silencio.

    Suerte tendrás si me ves en tu caminar.
    Pues Yōkai soy, más vine a ayudar.
    Sigue mi luz, y del bosque saldrás.
    Pero en silencio, o las sombras encontrarás.

    //Feliz Halloween //




    "La Noche de las Sombras" En la penumbra comienzan a andar, espíritus antiguos que buscan jugar. Sombras y risas te pueden confundir, cuidado en la noche, no intentes huir. Cuídate al andar, no debes errar, los Yōkais están en cada lugar. Si oyes sus pasos o sientes su aliento, aparta la vista y sigue en silencio. Con ojos brillantes y rostros cambiantes, te miran de lejos, figuras errantes. Caminan despacio, te quieren tentar, esta noche oscura te vienen a hallar. Cuídate al andar, no debes errar, los Yōkais están en cada lugar. Si oyes sus pasos o sientes su aliento, aparta la vista y sigue en silencio. Suerte tendrás si me ves en tu caminar. Pues Yōkai soy, más vine a ayudar. Sigue mi luz, y del bosque saldrás. Pero en silencio, o las sombras encontrarás. //🎃Feliz Halloween 🎃//
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    -En lo profundo del bosque, entre los murmullos de los árboles antiguos y el susurro de las hojas, se alzaba un santuario místico donde los tambores resonaban en la oscuridad de la noche. Allí, rodeada de lámparas de papel rojas que titilaban con una luz tenue, Yae, la joven sacerdotisa, se preparaba para cumplir su sagrado deber como guardiana de los Yokais y espíritus.

    Vestida con un kimono blanco que ondeaba suavemente con la brisa nocturna, su cabello rosa largo como los pétalos de cerezo caídos, Yae irradiaba una belleza sobrenatural mientras danzaba con gracia y elegancia al ritmo de una antigua melodía japonesa. En sus manos, sostenía una varita adornada con campanillas que resonaban armoniosamente a su paso.

    Aquella noche, en la que el mundo mortal se entrelazaba con el reino de lo sobrenatural, Yae se convertía en la guía de los Yokais por las tierras humanas. Cada uno de estos seres místicos depositaba ofrendas en los pequeños santuarios, recordando así su presencia en el mundo de los vivos.

    Entre las sombras de los árboles milenarios, Yae avanzaba con paso ligero y seguro, guiando a los Yokais de regreso a su hogar antes de que el sol despuntara en el horizonte. Su sonrisa dulce y sus ojos brillantes reflejaban la sabiduría de la kitsune que era, la mensajera de los dioses y guardiana del equilibrio entre ambos mundos.

    Cuando el alba despertaba con sus primeros destellos dorados sobre las montañas, Yae culminaba su danza sagrada, fusionando por un instante la esencia de los humanos y los Yokais en perfecta armonía. Esa única noche del año, donde lo divino y lo terrenal se entrelazaban en un baile mágico, recordando a todos que la unión de ambos era esencial para el equilibrio.

    Y así, envuelta en la luz del amanecer, Yae se despedía de los Yokais con una reverencia respetuosa, prometiendo ser la guardiana de su mundo hasta que las estrellas volvieran a brillar en la próxima noche de encuentro. Con paso sereno, la sacerdotisa regresaba al santuario, dejando tras de sí el eco de los tambores y el perfume de las ofrendas, mientras los Yokais se desvanecían en las sombras, aguardando pacientemente el próximo ciclo de unión entre sus dos mundos.-
    🌸-En lo profundo del bosque, entre los murmullos de los árboles antiguos y el susurro de las hojas, se alzaba un santuario místico donde los tambores resonaban en la oscuridad de la noche. Allí, rodeada de lámparas de papel rojas que titilaban con una luz tenue, Yae, la joven sacerdotisa, se preparaba para cumplir su sagrado deber como guardiana de los Yokais y espíritus. Vestida con un kimono blanco que ondeaba suavemente con la brisa nocturna, su cabello rosa largo como los pétalos de cerezo caídos, Yae irradiaba una belleza sobrenatural mientras danzaba con gracia y elegancia al ritmo de una antigua melodía japonesa. En sus manos, sostenía una varita adornada con campanillas que resonaban armoniosamente a su paso. Aquella noche, en la que el mundo mortal se entrelazaba con el reino de lo sobrenatural, Yae se convertía en la guía de los Yokais por las tierras humanas. Cada uno de estos seres místicos depositaba ofrendas en los pequeños santuarios, recordando así su presencia en el mundo de los vivos. Entre las sombras de los árboles milenarios, Yae avanzaba con paso ligero y seguro, guiando a los Yokais de regreso a su hogar antes de que el sol despuntara en el horizonte. Su sonrisa dulce y sus ojos brillantes reflejaban la sabiduría de la kitsune que era, la mensajera de los dioses y guardiana del equilibrio entre ambos mundos. Cuando el alba despertaba con sus primeros destellos dorados sobre las montañas, Yae culminaba su danza sagrada, fusionando por un instante la esencia de los humanos y los Yokais en perfecta armonía. Esa única noche del año, donde lo divino y lo terrenal se entrelazaban en un baile mágico, recordando a todos que la unión de ambos era esencial para el equilibrio. Y así, envuelta en la luz del amanecer, Yae se despedía de los Yokais con una reverencia respetuosa, prometiendo ser la guardiana de su mundo hasta que las estrellas volvieran a brillar en la próxima noche de encuentro. Con paso sereno, la sacerdotisa regresaba al santuario, dejando tras de sí el eco de los tambores y el perfume de las ofrendas, mientras los Yokais se desvanecían en las sombras, aguardando pacientemente el próximo ciclo de unión entre sus dos mundos.-
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  • Desde luego el Yōkai vivía en un lugar privilegiado, o al menos así lo creía él. Apenas a unos minutos siguiendo un sendero tras su templo tenía unas termas naturales. Este había construido con sus propias manos lo necesario para que fueran cómodas de usar para él y los viajeros de paso.

    Después de un largo día rastreando y dando caza al Ōmukade, solo le apetecía descansar. Antes incluso de prepararse algo para cenar decidió ir directamente a las termas. Su olfato era muy sensible, necesitaba quitarse ese olor a podredumbre que el demonio escalopendra desprendía. Sentía que este olor se le había quedado adherido a la piel.

    Fué ahí cuando notó sobre sus hombros todo el cansancio del día, dejando escapar un pesado suspiro, luchando por no quedarse dormido allí mismo.
    Desde luego el Yōkai vivía en un lugar privilegiado, o al menos así lo creía él. Apenas a unos minutos siguiendo un sendero tras su templo tenía unas termas naturales. Este había construido con sus propias manos lo necesario para que fueran cómodas de usar para él y los viajeros de paso. Después de un largo día rastreando y dando caza al Ōmukade, solo le apetecía descansar. Antes incluso de prepararse algo para cenar decidió ir directamente a las termas. Su olfato era muy sensible, necesitaba quitarse ese olor a podredumbre que el demonio escalopendra desprendía. Sentía que este olor se le había quedado adherido a la piel. Fué ahí cuando notó sobre sus hombros todo el cansancio del día, dejando escapar un pesado suspiro, luchando por no quedarse dormido allí mismo.
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  • Trece días. Un total de trece días necesitó el zorro para estar en buena forma. Habría necesitado menos, pero las heridas fueron brutales. Además, a mitad de su recuperación, tuvo que dar parte de su energía vital para ayudar a un amigo.

    Pero por fin, Kazuo estaba en marcha. Ese Ōmukade había crecido a sus anchas desde su último encuentro. Últimamente, en ese tiempo había atacado una aldea cercana, pero, por gracia divina, solo se cobró víctimas de ganado.

    El zorro, esta vez sí, con sus cinco sentidos puestos, fue en busca del demonio escalopendra, aquel que era capaz de matar y comer dragones. Recorrió todo el valle y la montaña en busca de su rastro. Recordaba su olor; si algo se le daba bien al zorro era recordar aromas, cada matiz que incluso podía saborear en la lengua. Tras una larga caminata, lo encontró: ese rastro que olía a podredumbre y muerte, como si algo estuviera comiendo cadáveres en descomposición. En este punto, el zorro bajó su ritmo, sintiendo cómo esa capa de miasma aumentaba a medida que se acercaba.

    Kazuo era tremendamente silencioso; no se escuchaba ni el crujir de las ramas bajo sus pies, igual que un fantasma. Afinaba su oído; cualquier leve sonido hacía que girara su cabeza de forma brusca, como cuando los cazadores acechan a una presa. Y así era: Kazuo era el cazador y el Ōmukade, su presa. La noche se había cernido sobre él. De seguro, Elisabeth le reprendería por no avisarla para que lo acompañara. Pero no le entusiasmaba darle como regalo de compromiso una noche de matanza a un demonio. Desde luego, era poco romántico.

    "¡Clic!" —Un crujido.

    Ese crujido no lo había emitido Kazuo. Tampoco lo habría provocado ningún animal, ya que la densidad del ambiente era inaguantable para cualquier ser que no estuviera preparado para soportarlo. El zorro se puso en cuclillas, posando sus dos manos sobre la tierra e inclinándose levemente hacia delante, como un gato que se agazapa antes de cernirse sobre su presa. Un silencio sepulcral se instalaba en el ambiente; Parecía que incluso el aire había dejado de correr.

    Fue entonces cuando aquel demonio, tan grande como un dragón, emergió de la oscuridad, profiriendo un rugido ensordecedor. Este, igual que la última vez, se dirigió una carga hacia Kazuo, pero este, rápido, tomó impulso en dirección hacia la criatura. A punto de colisionar el uno con el otro, Kazuo sacó sus garras, clavándolas apenas en el caparazón de su cabeza. Su coraza era terriblemente dura; Debería haberle pedido a Elisabeth un poco de su saliva, ya que esta es venenosa para los Ōmukade. Tras aguantar todo lo posible el agarre, aprovechó la inercia de su cuerpo para elevarse sobre la cabeza del demonio, quedando durante unas milésimas de segundo en pie sobre este con una sola mano. Sin soltar su agarre, dobló su tronco para que sus pies y piernas caigan en cuclillas sobre la cabeza del insecto gigante. Con una fuerza sobrehumana, hizo presión con sus piernas hacia abajo, soltando su agarre en el momento justo en que estas hacían más presión sobre la cabeza del demonio. El impulso que tomó el zorro hizo que la cabeza del contrario se estampara de boca contra el suelo, como si Kazuo hubiera lanzado un proyecto con sus piernas.

    Mientras una polvareda se levantaba por el impacto del Ōmukade contra el suelo, el zorro caía con gracia sobre la rama de un árbol cercano.

    —Esto va a terminar rápido... —decía él con esa calma que a veces podía resultar inquietante.

    Tras unos segundos, el demonio se levantaba. Este retorcía su cuerpo con dolor y furia. Kazuo pensó que, si no podía atravesar su corazón, lo molería a golpes hasta que esta cediera.

    Durante largos minutos, ambos yōkais se regalaban una serenata de golpes. Kazuo era quien más golpe daba y quien más los esquivaba, aunque se llevó alguno que otro en el camino. El demonio escalopendra comenzaba a estar cansado y cada vez más débil. En un último movimiento, Kazuo volvió a embestir de frente, algo bastante necio por su parte, ya que el demonio no era tonto y ya había visto antes de ese ataque.

    El Ōmukade, habiendo aprendido la lección, levantó su cabeza para atrapar el cuerpo de Kazuo, uniendo sus dientes afilados en su carne. Pero de pronto, como si fuera vapor, el cuerpo de Kazuo desapareció, dejando una leve neblina a su paso y una hoja otoñal flotando donde antes estaba su cuerpo, hasta que esta cayó al suelo. Kazuo había desaparecido. El demonio, desconcertado, giró sus ojos telescópicos de un lado a otro buscando al zorro. Pero Kazuo no estaba en su campo de visión. El zorro, como si de un truco de mágia se tratase, estaba justo debajo de la cabeza del Ōmukade, concretamente bajo su mandíbula. Ahí había un punto frágil; un área de su corazón había cedido por los constantes golpes que le había propinado. La mano de Kazuo se llenaba de llamas color zafiro, llamas capaces de purificar y quemar aquello que no puede ser purificado por nada. Juntó y puso rectos los dedos de su mano para, posteriormente, clavar sus garras de una sola estocada en la tráquea del monstruo, atravesándola con facilidad.

    El Ōmukade rugía, rugía con desesperación y dolor. Su cuerpo de escalopendra se retorcía de un lado a otro, volcando árboles y maleza, dejando un destrozo a su paso. Kazuo, insatisfecho, aún con su mano introducida, hizo florecer sus llamas color zafiro, haciendo que la criatura comenzara a arder desde dentro. Segundos más tarde, mientras aún se retorcía de dolor, llamas azules salían crepitantes entre los huecos de su coraza, por su boca y por sus ojos.

    Era un golpe incompatible con la vida, totalmente mortal. Saca sus manos del interior, su cuerpo dejó de moverse progresivamente, quedando solo algunos espasmos residuales de movimiento. Kazuo observaba cómo el cuerpo del demonio que casi lo mata se consumía. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado con un demonio tan inferior a él?

    —Esto por haber preocupado a Liz, infeliz —decía Kazuo de forma seria, pero con una calma nuevamente inquietante.

    Su venganza no había sido porque lo hubiera estado a punto de matar, sino por el mal rato que pasó Elisabeth cuando lo encontró moribundo. Finalmente, el zorro se volvió y puso rumbo a su templo, esperando que no se le hubiera hecho demasiado tarde para cenar.
    Trece días. Un total de trece días necesitó el zorro para estar en buena forma. Habría necesitado menos, pero las heridas fueron brutales. Además, a mitad de su recuperación, tuvo que dar parte de su energía vital para ayudar a un amigo. Pero por fin, Kazuo estaba en marcha. Ese Ōmukade había crecido a sus anchas desde su último encuentro. Últimamente, en ese tiempo había atacado una aldea cercana, pero, por gracia divina, solo se cobró víctimas de ganado. El zorro, esta vez sí, con sus cinco sentidos puestos, fue en busca del demonio escalopendra, aquel que era capaz de matar y comer dragones. Recorrió todo el valle y la montaña en busca de su rastro. Recordaba su olor; si algo se le daba bien al zorro era recordar aromas, cada matiz que incluso podía saborear en la lengua. Tras una larga caminata, lo encontró: ese rastro que olía a podredumbre y muerte, como si algo estuviera comiendo cadáveres en descomposición. En este punto, el zorro bajó su ritmo, sintiendo cómo esa capa de miasma aumentaba a medida que se acercaba. Kazuo era tremendamente silencioso; no se escuchaba ni el crujir de las ramas bajo sus pies, igual que un fantasma. Afinaba su oído; cualquier leve sonido hacía que girara su cabeza de forma brusca, como cuando los cazadores acechan a una presa. Y así era: Kazuo era el cazador y el Ōmukade, su presa. La noche se había cernido sobre él. De seguro, Elisabeth le reprendería por no avisarla para que lo acompañara. Pero no le entusiasmaba darle como regalo de compromiso una noche de matanza a un demonio. Desde luego, era poco romántico. "¡Clic!" —Un crujido. Ese crujido no lo había emitido Kazuo. Tampoco lo habría provocado ningún animal, ya que la densidad del ambiente era inaguantable para cualquier ser que no estuviera preparado para soportarlo. El zorro se puso en cuclillas, posando sus dos manos sobre la tierra e inclinándose levemente hacia delante, como un gato que se agazapa antes de cernirse sobre su presa. Un silencio sepulcral se instalaba en el ambiente; Parecía que incluso el aire había dejado de correr. Fue entonces cuando aquel demonio, tan grande como un dragón, emergió de la oscuridad, profiriendo un rugido ensordecedor. Este, igual que la última vez, se dirigió una carga hacia Kazuo, pero este, rápido, tomó impulso en dirección hacia la criatura. A punto de colisionar el uno con el otro, Kazuo sacó sus garras, clavándolas apenas en el caparazón de su cabeza. Su coraza era terriblemente dura; Debería haberle pedido a Elisabeth un poco de su saliva, ya que esta es venenosa para los Ōmukade. Tras aguantar todo lo posible el agarre, aprovechó la inercia de su cuerpo para elevarse sobre la cabeza del demonio, quedando durante unas milésimas de segundo en pie sobre este con una sola mano. Sin soltar su agarre, dobló su tronco para que sus pies y piernas caigan en cuclillas sobre la cabeza del insecto gigante. Con una fuerza sobrehumana, hizo presión con sus piernas hacia abajo, soltando su agarre en el momento justo en que estas hacían más presión sobre la cabeza del demonio. El impulso que tomó el zorro hizo que la cabeza del contrario se estampara de boca contra el suelo, como si Kazuo hubiera lanzado un proyecto con sus piernas. Mientras una polvareda se levantaba por el impacto del Ōmukade contra el suelo, el zorro caía con gracia sobre la rama de un árbol cercano. —Esto va a terminar rápido... —decía él con esa calma que a veces podía resultar inquietante. Tras unos segundos, el demonio se levantaba. Este retorcía su cuerpo con dolor y furia. Kazuo pensó que, si no podía atravesar su corazón, lo molería a golpes hasta que esta cediera. Durante largos minutos, ambos yōkais se regalaban una serenata de golpes. Kazuo era quien más golpe daba y quien más los esquivaba, aunque se llevó alguno que otro en el camino. El demonio escalopendra comenzaba a estar cansado y cada vez más débil. En un último movimiento, Kazuo volvió a embestir de frente, algo bastante necio por su parte, ya que el demonio no era tonto y ya había visto antes de ese ataque. El Ōmukade, habiendo aprendido la lección, levantó su cabeza para atrapar el cuerpo de Kazuo, uniendo sus dientes afilados en su carne. Pero de pronto, como si fuera vapor, el cuerpo de Kazuo desapareció, dejando una leve neblina a su paso y una hoja otoñal flotando donde antes estaba su cuerpo, hasta que esta cayó al suelo. Kazuo había desaparecido. El demonio, desconcertado, giró sus ojos telescópicos de un lado a otro buscando al zorro. Pero Kazuo no estaba en su campo de visión. El zorro, como si de un truco de mágia se tratase, estaba justo debajo de la cabeza del Ōmukade, concretamente bajo su mandíbula. Ahí había un punto frágil; un área de su corazón había cedido por los constantes golpes que le había propinado. La mano de Kazuo se llenaba de llamas color zafiro, llamas capaces de purificar y quemar aquello que no puede ser purificado por nada. Juntó y puso rectos los dedos de su mano para, posteriormente, clavar sus garras de una sola estocada en la tráquea del monstruo, atravesándola con facilidad. El Ōmukade rugía, rugía con desesperación y dolor. Su cuerpo de escalopendra se retorcía de un lado a otro, volcando árboles y maleza, dejando un destrozo a su paso. Kazuo, insatisfecho, aún con su mano introducida, hizo florecer sus llamas color zafiro, haciendo que la criatura comenzara a arder desde dentro. Segundos más tarde, mientras aún se retorcía de dolor, llamas azules salían crepitantes entre los huecos de su coraza, por su boca y por sus ojos. Era un golpe incompatible con la vida, totalmente mortal. Saca sus manos del interior, su cuerpo dejó de moverse progresivamente, quedando solo algunos espasmos residuales de movimiento. Kazuo observaba cómo el cuerpo del demonio que casi lo mata se consumía. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado con un demonio tan inferior a él? —Esto por haber preocupado a Liz, infeliz —decía Kazuo de forma seria, pero con una calma nuevamente inquietante. Su venganza no había sido porque lo hubiera estado a punto de matar, sino por el mal rato que pasó Elisabeth cuando lo encontró moribundo. Finalmente, el zorro se volvió y puso rumbo a su templo, esperando que no se le hubiera hecho demasiado tarde para cenar.
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  • ── "𝐸𝑙 𝑎𝑚𝑜𝑟 𝑛𝑜 ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎 𝑐𝑢𝑒𝑟𝑝𝑜𝑠, ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎 𝑎𝑙𝑚𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑟𝑜𝑛 𝑟𝑒𝑓𝑢𝑔𝑖𝑜 𝑦 ℎ𝑜𝑔𝑎𝑟 𝑒𝑛 𝑜𝑡𝑟𝑎 𝑖𝑔𝑢𝑎𝑙 𝑑𝑒 𝑠𝑜𝑙𝑖𝑡𝑎𝑟𝑖𝑎. 𝑇𝑢𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑚𝑢𝑒𝑣𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑠𝑖𝑛 ℎ𝑜𝑟𝑎𝑠, 𝑎𝑢𝑛𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 ℎ𝑎𝑔𝑎 𝑐𝑒𝑛𝑖𝑧𝑎𝑠 𝑦 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑖𝑎𝑠 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑒𝑛 𝑚𝑖 𝑚𝑎ñ𝑎𝑛𝑎 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑣𝑜𝑙𝑎𝑟, 𝑒𝑙 𝑎𝑚𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟á 𝑒𝑥𝑖𝑠𝑡𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑡𝑢𝑠 𝑚𝑒𝑚𝑜𝑟𝑖𝑎𝑠 𝑦 𝑙𝑎𝑠 𝑚í𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑢𝑛𝑎 𝑐𝑎𝑛𝑐𝑖ó𝑛 𝑠𝑖𝑛 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙"

    Desde que se conocieron en ese bosque entre llamas danzantes color zafiro ( https://ficrol.com/posts/178240 ) pasaron dos largos años en los cuales Liz recorrió cinco de los siete reinos en el terreno continental, sin lograr mucho más que saciar su sed de venganza, ganar unas cuantas batallas ajenas, conocer diferentes culturas y añadir algunas cicatrices a la colección.
    Ya cansada de tanto andar como un susurro del destino y recordando las misteriosas palabras de la vidente todo encajó a la perfección; el camino que debía escoger era de regreso al lugar donde para ella había sido una burbuja de la realidad, necesitaba paz, necesitaba deshacerse de la culpa que la carcomía viva por todos los eventos recientes.

    Fueron al rededor de siete semanas en barco y dos meses de caminata, hasta que por fin llegó. Todo estaba como lo recordaba, el Tori desgastado que daba la bienvenida y el templo siempre bien mantenido y pulcro.

    Para su fortuna en ese monte no sólo halló paz, también encontró el amor que esquivo nunca había tocado su puerta.
    Este Yōkai esperó pacientemente su regreso, Elizabeth en sus manos se sentía segura, como si fuera una frágil hoja resguardada del soplo del viento, olvidaba por un momento la guerrera nata llena de ira que vivía en ella y eso de alguna manera era un bálsamo para su alma.

    Cada rosa tiene su espina, sólo en las manos correctas no lastima

    Kazuo y Elizabeth se encontraron bajo la noche estrellada gracias a la estela ausente de una caprichosa luz esmeralda que no intentaba otra cosa que unir dos almas que sin saberlo se buscaban
    🌹── "𝐸𝑙 𝑎𝑚𝑜𝑟 𝑛𝑜 ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎 𝑐𝑢𝑒𝑟𝑝𝑜𝑠, ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎 𝑎𝑙𝑚𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑟𝑜𝑛 𝑟𝑒𝑓𝑢𝑔𝑖𝑜 𝑦 ℎ𝑜𝑔𝑎𝑟 𝑒𝑛 𝑜𝑡𝑟𝑎 𝑖𝑔𝑢𝑎𝑙 𝑑𝑒 𝑠𝑜𝑙𝑖𝑡𝑎𝑟𝑖𝑎. 𝑇𝑢𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑚𝑢𝑒𝑣𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑠𝑖𝑛 ℎ𝑜𝑟𝑎𝑠, 𝑎𝑢𝑛𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 ℎ𝑎𝑔𝑎 𝑐𝑒𝑛𝑖𝑧𝑎𝑠 𝑦 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑖𝑎𝑠 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑒𝑛 𝑚𝑖 𝑚𝑎ñ𝑎𝑛𝑎 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑣𝑜𝑙𝑎𝑟, 𝑒𝑙 𝑎𝑚𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟á 𝑒𝑥𝑖𝑠𝑡𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑡𝑢𝑠 𝑚𝑒𝑚𝑜𝑟𝑖𝑎𝑠 𝑦 𝑙𝑎𝑠 𝑚í𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑢𝑛𝑎 𝑐𝑎𝑛𝑐𝑖ó𝑛 𝑠𝑖𝑛 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙" Desde que se conocieron en ese bosque entre llamas danzantes color zafiro ( https://ficrol.com/posts/178240 ) pasaron dos largos años en los cuales Liz recorrió cinco de los siete reinos en el terreno continental, sin lograr mucho más que saciar su sed de venganza, ganar unas cuantas batallas ajenas, conocer diferentes culturas y añadir algunas cicatrices a la colección. Ya cansada de tanto andar como un susurro del destino y recordando las misteriosas palabras de la vidente todo encajó a la perfección; el camino que debía escoger era de regreso al lugar donde para ella había sido una burbuja de la realidad, necesitaba paz, necesitaba deshacerse de la culpa que la carcomía viva por todos los eventos recientes. Fueron al rededor de siete semanas en barco y dos meses de caminata, hasta que por fin llegó. Todo estaba como lo recordaba, el Tori desgastado que daba la bienvenida y el templo siempre bien mantenido y pulcro. Para su fortuna en ese monte no sólo halló paz, también encontró el amor que esquivo nunca había tocado su puerta. Este Yōkai esperó pacientemente su regreso, Elizabeth en sus manos se sentía segura, como si fuera una frágil hoja resguardada del soplo del viento, olvidaba por un momento la guerrera nata llena de ira que vivía en ella y eso de alguna manera era un bálsamo para su alma. Cada rosa tiene su espina, sólo en las manos correctas no lastima [8KazuoAihara8] y Elizabeth se encontraron bajo la noche estrellada gracias a la estela ausente de una caprichosa luz esmeralda que no intentaba otra cosa que unir dos almas que sin saberlo se buscaban
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  • Con la llegada del Niiname-sai el bosque se animaba cada noche más.

    El zorro iba en días no consecutivos a una parte de este. Danzaba, danzaba hasta que sus pies chillaban. Sus llamas color zafiro, al igual que sus ojos, centelleaban alegres con sus movimientos.

    La tierra se conectaba con el Yōkai en una perfecta sintonía, ambos unidos en un mismo ser. Este reía con suavidad, y pareciera que el bosque le respondiera, que reía a la par que con él.

    No era raro que Kitsunes Zenko de otros lugares vinieran a verlo. No había muchos demonios tan longevos como Kazuo. Sus nueve colas dejaban en entredicho que mínimo superaba los 1000 años de edad.

    La luz de sus llamas proclamaban la buena fortuna para ese año. Los que conseguían verla, sabrían que sus rezos a Inari habían sido escuchados. Ese año la cosecha sería fructífera, y la suerte les acompañaría durante todo el año.

    Esa noche, una más de muchas, se encontraba en aquella pradera rodeado de mágia, fortuna y vida.
    Con la llegada del Niiname-sai el bosque se animaba cada noche más. El zorro iba en días no consecutivos a una parte de este. Danzaba, danzaba hasta que sus pies chillaban. Sus llamas color zafiro, al igual que sus ojos, centelleaban alegres con sus movimientos. La tierra se conectaba con el Yōkai en una perfecta sintonía, ambos unidos en un mismo ser. Este reía con suavidad, y pareciera que el bosque le respondiera, que reía a la par que con él. No era raro que Kitsunes Zenko de otros lugares vinieran a verlo. No había muchos demonios tan longevos como Kazuo. Sus nueve colas dejaban en entredicho que mínimo superaba los 1000 años de edad. La luz de sus llamas proclamaban la buena fortuna para ese año. Los que conseguían verla, sabrían que sus rezos a Inari habían sido escuchados. Ese año la cosecha sería fructífera, y la suerte les acompañaría durante todo el año. Esa noche, una más de muchas, se encontraba en aquella pradera rodeado de mágia, fortuna y vida.
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