Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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La verdad enterrada bajo la Luna

Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
Que pisa ruinas que le hablan.

—¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

Niego con la cabeza.

Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

—Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

La imagen se forma sola en mi mente.
Selin cayendo.
Oz gritando.
El caos quebrando el cielo.

—Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
Su unión… fue su propia sentencia.
Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

—¿Ozma…? —susurro.

—El destructor de mundos.
Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
Cuando la luna misma lo rechazó.
Ese ser… fue quien destruyó este templo.
Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

Trago saliva.

—¿Peor…?

Akane me mira fijamente.

—La certeza de que ya no tenía nada que perder.

El templo tiembla como si recordara.


---

El Páramo Carmesí

Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

El centro.

Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

Yuna.

Dormida.
Quietecita.
Como si la luna la estuviera respirando.

Solo que su respiración no es suya.
Lo siento.
Lo percibo.

Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

Doy un paso…

Y entonces se materializa.


---

El Yokai del Eclipse

Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

Larga.
Oscura.
Delgada.

La piel es más sombra que carne.
La voz, más eco que sonido.

Y porta una máscara.

Una máscara idéntica a la de Ozma.

No.
No idéntica.

Deformada.
Retorcida.
Como si fuera una burla.
Una imitación grotesca del rey del Caos.

El Yokai ladea la cabeza.
Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

—Ni un paso más…
Su voz es suave, casi amable.
Peor que un grito.

—…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
—murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

—Déjala. Ahora.

El Yokai ríe.

Una risa hueca.
Una risa que suena como metal doblándose.

—Pensé que tardaríais más.
La sangre de la luna ya canta.
Y ella…
ella ya me escucha.

Yar.
Mi corazón se comprime.

Porque veo a Yuna.

Y su pecho se eleva.

Pero no con un sueño tranquilo.

Sino con la respiración de alguien
que está siendo llamado
desde otro lado.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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La verdad enterrada bajo la Luna

Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
Que pisa ruinas que le hablan.

—¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

Niego con la cabeza.

Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

—Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

La imagen se forma sola en mi mente.
Selin cayendo.
Oz gritando.
El caos quebrando el cielo.

—Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
Su unión… fue su propia sentencia.
Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

—¿Ozma…? —susurro.

—El destructor de mundos.
Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
Cuando la luna misma lo rechazó.
Ese ser… fue quien destruyó este templo.
Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

Trago saliva.

—¿Peor…?

Akane me mira fijamente.

—La certeza de que ya no tenía nada que perder.

El templo tiembla como si recordara.


---

El Páramo Carmesí

Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

El centro.

Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

Yuna.

Dormida.
Quietecita.
Como si la luna la estuviera respirando.

Solo que su respiración no es suya.
Lo siento.
Lo percibo.

Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

Doy un paso…

Y entonces se materializa.


---

El Yokai del Eclipse

Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

Larga.
Oscura.
Delgada.

La piel es más sombra que carne.
La voz, más eco que sonido.

Y porta una máscara.

Una máscara idéntica a la de Ozma.

No.
No idéntica.

Deformada.
Retorcida.
Como si fuera una burla.
Una imitación grotesca del rey del Caos.

El Yokai ladea la cabeza.
Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

—Ni un paso más…
Su voz es suave, casi amable.
Peor que un grito.

—…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
—murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

—Déjala. Ahora.

El Yokai ríe.

Una risa hueca.
Una risa que suena como metal doblándose.

—Pensé que tardaríais más.
La sangre de la luna ya canta.
Y ella…
ella ya me escucha.

Yar.
Mi corazón se comprime.

Porque veo a Yuna.

Y su pecho se eleva.

Pero no con un sueño tranquilo.

Sino con la respiración de alguien
que está siendo llamado
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