• —No es lo que suelo hacer... pero sí que he tenido tratos con personas. Yo entrego ayuda para que sean exitosos en lo que quieran y, a cambio, me alimentan.
    >Admito que eso no siempre salió bien... Tuve que encargarme de ellos. Los adultos no son tan sabrosos, pero sirven un poco.
    —No es lo que suelo hacer... pero sí que he tenido tratos con personas. Yo entrego ayuda para que sean exitosos en lo que quieran y, a cambio, me alimentan. >Admito que eso no siempre salió bien... Tuve que encargarme de ellos. Los adultos no son tan sabrosos, pero sirven un poco.
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  • Noche en Sangre y Seda
    Fandom Original
    Categoría Original
    Charlotte Baxter

    Phineas, nombre que usaba por aquellas partes del mundo en la que su nombre sonaba como un trabalenguas mal pronunciado, se encontraba en uno de los locales de moda por una reunión de negocios.

    El lugar no era de su predilección. No había demasiada intimidad para poder cerrar tratos, pero a la otra parte de los negocios le gustaba el sitio por las mujeres que solían frecuentarlos, aun cuando muchas de ellas también hacían negocios con aquellos hombres.

    El vampiro solía diferenciarlas por el perfume que usaban, aunque no era como que les prestara demasiada atención; todo dependía del hambre que tuviera en ese momento.

    Ahora por ejemplo estaba satisfecho, y todavía aquella reunión estaba en la parte trivial, donde compartían copas de alcohol. La favorita de Phineas. Sólo tenía que fingir estar un poco achispado frente a ellos para conseguir todo lo que deseaba con esos tratos.

    Una mano alzó cuando la botella se vació para llamar a uno de los camareros del lugar.
    [THUNT3R] Phineas, nombre que usaba por aquellas partes del mundo en la que su nombre sonaba como un trabalenguas mal pronunciado, se encontraba en uno de los locales de moda por una reunión de negocios. El lugar no era de su predilección. No había demasiada intimidad para poder cerrar tratos, pero a la otra parte de los negocios le gustaba el sitio por las mujeres que solían frecuentarlos, aun cuando muchas de ellas también hacían negocios con aquellos hombres. El vampiro solía diferenciarlas por el perfume que usaban, aunque no era como que les prestara demasiada atención; todo dependía del hambre que tuviera en ese momento. Ahora por ejemplo estaba satisfecho, y todavía aquella reunión estaba en la parte trivial, donde compartían copas de alcohol. La favorita de Phineas. Sólo tenía que fingir estar un poco achispado frente a ellos para conseguir todo lo que deseaba con esos tratos. Una mano alzó cuando la botella se vació para llamar a uno de los camareros del lugar.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • Estaba tumbada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, el portátil sobre las piernas. Las costillas todavía me molestaban cada vez que cambiaba de postura, pero no era nada comparado con lo que había pasado. Angela me tenía prácticamente secuestrada en la habitación, no me dejaba ni poner un pie en la cocina.

    Ella estaba sentada en el suelo, a pocos metros, con una carpeta llena de papeles y el móvil en altavoz. Revisaba contratos y números de uno de sus negocios, seria y concentrada. El contraste me arrancó una media sonrisa: yo buscando flores y vestidos, ella hablando de márgenes y proveedores.

    —¿Te has dado cuenta de que esto parece al revés? —dije, alzando la mirada para mirarla. Tenía el ceño fruncido, mordía la tapa de un bolígrafo mientras pasaba hojas.

    —¿El qué? —preguntó sin apartar la vista de sus notas.

    —Que tú llevas la parte seria y yo la romántica —respondí, levantando un poco el portátil para enseñarle una foto de un salón decorado con luces cálidas y mesas largas—. Nunca me imaginé a mí misma pensando en estas cosas.

    Angela levantó la mirada apenas un segundo y me observó en silencio. Ese brillo en sus ojos, como si la idea de verme ocupada en algo tan “normal” le conmoviera, me atravesó.

    —Pues a mí me gusta —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba.

    Sentí un nudo en la garganta. Cerré el portátil con calma y lo dejé a un lado, extendiendo una mano hacia ella.

    —Ven un momento, deja los papeles.

    Angela dudó, pero se levantó y se acercó a la cama. La jalé suavemente hasta que quedó sentada a mi lado, y apoyé mi frente en la suya, queriendo tener un momento para nosotras.

    Angela Di Trapani
    Estaba tumbada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, el portátil sobre las piernas. Las costillas todavía me molestaban cada vez que cambiaba de postura, pero no era nada comparado con lo que había pasado. Angela me tenía prácticamente secuestrada en la habitación, no me dejaba ni poner un pie en la cocina. Ella estaba sentada en el suelo, a pocos metros, con una carpeta llena de papeles y el móvil en altavoz. Revisaba contratos y números de uno de sus negocios, seria y concentrada. El contraste me arrancó una media sonrisa: yo buscando flores y vestidos, ella hablando de márgenes y proveedores. —¿Te has dado cuenta de que esto parece al revés? —dije, alzando la mirada para mirarla. Tenía el ceño fruncido, mordía la tapa de un bolígrafo mientras pasaba hojas. —¿El qué? —preguntó sin apartar la vista de sus notas. —Que tú llevas la parte seria y yo la romántica —respondí, levantando un poco el portátil para enseñarle una foto de un salón decorado con luces cálidas y mesas largas—. Nunca me imaginé a mí misma pensando en estas cosas. Angela levantó la mirada apenas un segundo y me observó en silencio. Ese brillo en sus ojos, como si la idea de verme ocupada en algo tan “normal” le conmoviera, me atravesó. —Pues a mí me gusta —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba. Sentí un nudo en la garganta. Cerré el portátil con calma y lo dejé a un lado, extendiendo una mano hacia ella. —Ven un momento, deja los papeles. Angela dudó, pero se levantó y se acercó a la cama. La jalé suavemente hasta que quedó sentada a mi lado, y apoyé mi frente en la suya, queriendo tener un momento para nosotras. [haze_orange_shark_766]
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  • ⠀⠀⠀⠀10:00p.m., el aire en la ciudad era frío. Su segundo día en la ciudad y su primera noche en la mansión habían pasado en un silencio demasiado familiar. Pero ella no había vuelto para encerrarse en los recuerdos. Había vuelto para trabajar. Caminó con pasos lentos por la acera, cruzó al llegar a una librería que siempre permanencia cerrada, y atravesó el callejón trasero que daba hacia un bar subterráneo. Bajó las escaleras estrechas y empinadas. Era el tipo de lugar donde la luz era tenue para ocultar manchas y sueños rotos. El lugar perfecto para sus negocios.

    ⠀⠀⠀⠀Así funcionaba. El boca a boca era rápido. Rumores susurrados en bares como este, en foros oscuros de internet, entre aquellos que habían tocado fondo y no tenían a dónde más acudir. Algunos creían que era un mito, una leyenda urbana: "la mujer que concede deseos a cambio de lo que más duele". Otros, que era una estafadora inteligente. Pero los más desesperados... esos eran sus clientes. Los que estaban dispuestos a creer en la mujer de las mariposas rojas y sus tratos que parecían diabólicos.

    ⠀⠀⠀⠀Se sentó en un rincón apartado. Dejó caer su teléfono sobre la mesa. La pantalla mostraba la conversación que había tenido con su cliente, el último mensaje que ella había dejado "𝘠𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳. 𝟣𝟢𝘱.𝘮. 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘳".

    ⠀⠀⠀⠀El tiempo pasó. El hielo en su vaso se derritió. El asiento frente al suyo permaneció vacío. Su sonrisa relajada se tensó hasta convertirse en una linea delgada.

    —Que decepcionante —susurró para sí.

    ⠀⠀⠀⠀Sacó su teléfono. Marcó el número. Sonó una, dos, tres veces... hasta que una voz mecánica de contestadora: "𝘌𝘭 𝘯𝘶𝘮𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘪𝘴𝘱𝘰𝘯𝘪𝘣𝘭𝘦 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰. 𝘗𝘰𝘳 𝘧𝘢𝘷𝘰𝘳, 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘮𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦."

    —¿Es el primer trato en mi segunda noche de regreso... y me plantan? Tsk, que maleducado...

    ⠀⠀⠀⠀El cliente podía haberse echado para atrás, pero ella ya estaba aquí. ¿Por qué desperdiciar tal oportunidad? Apoyó la barbilla en su mano y dejo que su mirada recorriera el lugar. Después de todo, la desesperación era un perfume que ella podía oler a kilómetros.

    —Tocará conseguir otro voluntario —exhaló con fingido cansancio— afortunadamente el mundo está lleno de almas perdidas

    ⠀⠀⠀⠀Alzó su mano con la palma hacia arriba. El aire frente a sus dedos se distorsionó, y de esa pequeña ruptura en la realidad surgió una mariposa roja. Se posó sobre la yema de su dedo índice, y Kazuha acercó su mano a su rostro, observando a la criatura de energía pura.

    —Vamos, preciosa —murmuró— ve y tráeme a alguien... interesante ~

    ⠀⠀⠀⠀Sopló suavemente sobre la mariposa. La criatura se dewprendió de su dedo y luego se lanzó hacia la penumbra del bar, volando en una trayectoria serpenteante, como si pudiera oler las emociones humanas. Se deslizó entre las mesas, y se perdió en la oscuridad de un pasillo lateral, dejando una estela de energía caótica que Kazuha podría sentir y seguir fácilmente. Ahora, solo debía esperar y descubrir quien sería el afortunado...
    ⠀⠀⠀⠀10:00p.m., el aire en la ciudad era frío. Su segundo día en la ciudad y su primera noche en la mansión habían pasado en un silencio demasiado familiar. Pero ella no había vuelto para encerrarse en los recuerdos. Había vuelto para trabajar. Caminó con pasos lentos por la acera, cruzó al llegar a una librería que siempre permanencia cerrada, y atravesó el callejón trasero que daba hacia un bar subterráneo. Bajó las escaleras estrechas y empinadas. Era el tipo de lugar donde la luz era tenue para ocultar manchas y sueños rotos. El lugar perfecto para sus negocios. ⠀⠀⠀⠀Así funcionaba. El boca a boca era rápido. Rumores susurrados en bares como este, en foros oscuros de internet, entre aquellos que habían tocado fondo y no tenían a dónde más acudir. Algunos creían que era un mito, una leyenda urbana: "la mujer que concede deseos a cambio de lo que más duele". Otros, que era una estafadora inteligente. Pero los más desesperados... esos eran sus clientes. Los que estaban dispuestos a creer en la mujer de las mariposas rojas y sus tratos que parecían diabólicos. ⠀⠀⠀⠀Se sentó en un rincón apartado. Dejó caer su teléfono sobre la mesa. La pantalla mostraba la conversación que había tenido con su cliente, el último mensaje que ella había dejado "𝘠𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳. 𝟣𝟢𝘱.𝘮. 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘳". ⠀⠀⠀⠀El tiempo pasó. El hielo en su vaso se derritió. El asiento frente al suyo permaneció vacío. Su sonrisa relajada se tensó hasta convertirse en una linea delgada. —Que decepcionante —susurró para sí. ⠀⠀⠀⠀Sacó su teléfono. Marcó el número. Sonó una, dos, tres veces... hasta que una voz mecánica de contestadora: "𝘌𝘭 𝘯𝘶𝘮𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘪𝘴𝘱𝘰𝘯𝘪𝘣𝘭𝘦 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰. 𝘗𝘰𝘳 𝘧𝘢𝘷𝘰𝘳, 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘮𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦." —¿Es el primer trato en mi segunda noche de regreso... y me plantan? Tsk, que maleducado... ⠀⠀⠀⠀El cliente podía haberse echado para atrás, pero ella ya estaba aquí. ¿Por qué desperdiciar tal oportunidad? Apoyó la barbilla en su mano y dejo que su mirada recorriera el lugar. Después de todo, la desesperación era un perfume que ella podía oler a kilómetros. —Tocará conseguir otro voluntario —exhaló con fingido cansancio— afortunadamente el mundo está lleno de almas perdidas ⠀⠀⠀⠀Alzó su mano con la palma hacia arriba. El aire frente a sus dedos se distorsionó, y de esa pequeña ruptura en la realidad surgió una mariposa roja. Se posó sobre la yema de su dedo índice, y Kazuha acercó su mano a su rostro, observando a la criatura de energía pura. —Vamos, preciosa —murmuró— ve y tráeme a alguien... interesante ~ ⠀⠀⠀⠀Sopló suavemente sobre la mariposa. La criatura se dewprendió de su dedo y luego se lanzó hacia la penumbra del bar, volando en una trayectoria serpenteante, como si pudiera oler las emociones humanas. Se deslizó entre las mesas, y se perdió en la oscuridad de un pasillo lateral, dejando una estela de energía caótica que Kazuha podría sentir y seguir fácilmente. Ahora, solo debía esperar y descubrir quien sería el afortunado...
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  • "Es hora de trabajar, encargarme de unos empresarios deudores de mi jefe, no puedo permitir que sigan sin pagar, por las buenas o por las malas, o las peores."

    Renjiro cerró el aula con calma, como si nada pesara en sus hombros. Sus estudiantes pensaban que era un hombre brillante, un académico apasionado por su oficio. Nadie sospechaba que debajo de esa fachada impecable se escondía el otro rostro, el que se activaba cuando caía la noche.

    El primer destino fue un despacho privado, donde tres empresarios nerviosos lo esperaban. La mesa estaba cubierta de documentos, contratos que no habían cumplido, promesas vacías. Renjiro se sentó frente a ellos, sacando un pañuelo para limpiar las lentes de sus gafas.
    —He sido claro antes —susurró, su voz tranquila, como si recitara un verso—. Mi jefe no aprecia las demoras.

    Uno intentó justificar el retraso, pero antes de que terminara, el sonido metálico de una navaja plegándose rompió la tensión. Renjiro no levantó la voz, no necesitó amenazar. Bastó un gesto sutil, un movimiento casi elegante… y el silencio volvió a reinar, teñido de un rojo discreto que manchaba los papeles.

    Más tarde, en un estacionamiento subterráneo, el escenario fue distinto. Allí no hubo palabras ni advertencias. Solo un eco de pasos, un susurro en la oscuridad y el golpe sordo de un cuerpo desplomándose. Renjiro trabajaba con precisión quirúrgica: rápido, eficiente, sin alardes. Cuando terminó, apenas una mancha de sangre se deslizó por su guante, que limpió con el mismo pañuelo blanco que antes había usado para sus gafas.

    La noche cerró con él de regreso en su oficina de profesor. Encendió la lámpara, sacó un cuaderno y corrigió un ensayo como si la sangre aún fresca en su memoria fuese solo tinta derramada sobre un papel.

    Para Renjiro, la muerte era un lenguaje. Y él, un académico que lo dominaba en silencio.
    "Es hora de trabajar, encargarme de unos empresarios deudores de mi jefe, no puedo permitir que sigan sin pagar, por las buenas o por las malas, o las peores." Renjiro cerró el aula con calma, como si nada pesara en sus hombros. Sus estudiantes pensaban que era un hombre brillante, un académico apasionado por su oficio. Nadie sospechaba que debajo de esa fachada impecable se escondía el otro rostro, el que se activaba cuando caía la noche. El primer destino fue un despacho privado, donde tres empresarios nerviosos lo esperaban. La mesa estaba cubierta de documentos, contratos que no habían cumplido, promesas vacías. Renjiro se sentó frente a ellos, sacando un pañuelo para limpiar las lentes de sus gafas. —He sido claro antes —susurró, su voz tranquila, como si recitara un verso—. Mi jefe no aprecia las demoras. Uno intentó justificar el retraso, pero antes de que terminara, el sonido metálico de una navaja plegándose rompió la tensión. Renjiro no levantó la voz, no necesitó amenazar. Bastó un gesto sutil, un movimiento casi elegante… y el silencio volvió a reinar, teñido de un rojo discreto que manchaba los papeles. Más tarde, en un estacionamiento subterráneo, el escenario fue distinto. Allí no hubo palabras ni advertencias. Solo un eco de pasos, un susurro en la oscuridad y el golpe sordo de un cuerpo desplomándose. Renjiro trabajaba con precisión quirúrgica: rápido, eficiente, sin alardes. Cuando terminó, apenas una mancha de sangre se deslizó por su guante, que limpió con el mismo pañuelo blanco que antes había usado para sus gafas. La noche cerró con él de regreso en su oficina de profesor. Encendió la lámpara, sacó un cuaderno y corrigió un ensayo como si la sangre aún fresca en su memoria fuese solo tinta derramada sobre un papel. Para Renjiro, la muerte era un lenguaje. Y él, un académico que lo dominaba en silencio.
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  • La sala estaba llena de humo y murmullos apagados. Isla Rowan permanecía en un rincón, con la chaqueta negra ajustada al cuerpo y los brazos cruzados. Frente a ella, hombres de trajes oscuros discutían contratos, entregas y pagos, sin percibir que ella no estaba allí para negociar. Solo escuchaba, calculaba, anotaba mentalmente cada dato que pudiera ser útil más adelante.

    El contrato que le habían dejado sobre la mesa parecía ordinario: un objetivo, un lugar, una fecha. Pero había algo extraño en los documentos que hizo que sus ojos azules se estrecharan: un nombre conocido. No era una casualidad, y tampoco un error. Guardó la carpeta bajo la chaqueta y se levantó con la misma calma silenciosa que la caracterizaba.

    Cuando salió del edificio, la lluvia recién comenzaba a humedecer las calles. Sus botas negras resonaban contra el pavimento mientras avanzaba entre el neón y los charcos. No miraba a nadie, no saludaba, no percibía los gritos ni los coches que pasaban. Para cualquier transeúnte era solo una sombra más entre luces y humo.

    Sin embargo, la forma en que sus ojos se movían, midiendo cada reflejo y cada esquina, el ritmo seguro de su paso y el silencio absoluto que la rodeaba, dejaban claro que ella no era alguien a quien ignorar. Cualquier persona con ojos suficientes podría notar que Isla Rowan no estaba sola, aunque estuviera sola.

    Y en ese instante, cualquier figura que quisiera acercarse, seguir o simplemente observarla tenía toda la libertad de hacerlo… pero el riesgo de cruzarse con ella sería suyo, no de ella.
    La sala estaba llena de humo y murmullos apagados. Isla Rowan permanecía en un rincón, con la chaqueta negra ajustada al cuerpo y los brazos cruzados. Frente a ella, hombres de trajes oscuros discutían contratos, entregas y pagos, sin percibir que ella no estaba allí para negociar. Solo escuchaba, calculaba, anotaba mentalmente cada dato que pudiera ser útil más adelante. El contrato que le habían dejado sobre la mesa parecía ordinario: un objetivo, un lugar, una fecha. Pero había algo extraño en los documentos que hizo que sus ojos azules se estrecharan: un nombre conocido. No era una casualidad, y tampoco un error. Guardó la carpeta bajo la chaqueta y se levantó con la misma calma silenciosa que la caracterizaba. Cuando salió del edificio, la lluvia recién comenzaba a humedecer las calles. Sus botas negras resonaban contra el pavimento mientras avanzaba entre el neón y los charcos. No miraba a nadie, no saludaba, no percibía los gritos ni los coches que pasaban. Para cualquier transeúnte era solo una sombra más entre luces y humo. Sin embargo, la forma en que sus ojos se movían, midiendo cada reflejo y cada esquina, el ritmo seguro de su paso y el silencio absoluto que la rodeaba, dejaban claro que ella no era alguien a quien ignorar. Cualquier persona con ojos suficientes podría notar que Isla Rowan no estaba sola, aunque estuviera sola. Y en ese instante, cualquier figura que quisiera acercarse, seguir o simplemente observarla tenía toda la libertad de hacerlo… pero el riesgo de cruzarse con ella sería suyo, no de ella.
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  • No nací para esto. Me hicieron así.

    Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo.

    Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta.

    A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas.

    A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte.

    A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti.

    Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más.

    Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre.

    ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos.

    Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva.

    ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí.

    No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
    No nací para esto. Me hicieron así. Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo. Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta. A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas. A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte. A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti. Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más. Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre. ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos. Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva. ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí. No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
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  • 𝕷𝖆 𝖛𝖎𝖉𝖆 𝖓𝖔 𝖛𝖆𝖑𝖊 𝖓𝖆𝖉𝖆 | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟎𝟐]

    La juventud comenzaba a brindar sus frutos teniendo en cuenta el sufrimiento causado y los constantes maltratos que sufría diariamente en la calle.

    ❝ 𝐋𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐧𝐨 𝐯𝐚𝐥𝐞 𝐧𝐚𝐝𝐚 ❞

    Esas eran las palabras que se repetía así mismo; desde que era un infante con ilusiones y metas por cumplir que terminó convirtiéndose en solo alguien que deseaba una sola cosa : Morir. El argentino siempre vagaba en esas calles; sin oficio ni rumbo alguno, entregándose completamente a lo más bajo que tenía a su alcance.

    Ya hacía poco que la policía lo buscaba por el asesinato cometido al vagabundo que intentó atracarlo, pero, no tomaba importancia a ello, solo buscaba un sitio de reposo. Aún sus manos y ropas yacían cubiertas por la sangre seca del primer pecado cometido.

    ──── 𝘈𝘨𝘶𝘢. . . 𝘕𝘦𝘤𝘦𝘴𝘪𝘵𝘰 𝘢𝘨𝘶𝘢. ────

    Mencionaba por lo bajo, con una voz y respiración agitada. La noche cayó, el frío lo torturaba teniendo en cuenta las heridas que no terminaron de sanar y para él era un infierno absoluto. Encontró un lugar, un pequeño parque donde reposar en una silla pero al momento de sentarse escucho una voz que lo sentenció : ¡Alto ahí!

    Al levantar la vista, se percató de la presencia de dos policías cuáles no dudaron en golpearlo hasta provocarle una lesión en la nariz. Ya estando él en el suelo, uno le apunto directamente con su 9mm en la frente. Santiago, con la mirada ya cansada de todo solo alcanzó a decir.

    ──── 𝘝𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘱𝘶𝘵𝘢. . . 𝘋𝘪𝘴𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘭𝘥𝘪𝘵𝘢 𝘷𝘦𝘻. 𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘮á𝘴 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳. . . 𝘓𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢, 𝘯𝘰 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢. 𝘈𝘴í 𝘲𝘶𝘦, 𝘫𝘢𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘦 𝘱𝘶𝘵𝘰 𝘨𝘢𝘵𝘪𝘭𝘭𝘰. ────
    𝕷𝖆 𝖛𝖎𝖉𝖆 𝖓𝖔 𝖛𝖆𝖑𝖊 𝖓𝖆𝖉𝖆 | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟎𝟐] La juventud comenzaba a brindar sus frutos teniendo en cuenta el sufrimiento causado y los constantes maltratos que sufría diariamente en la calle. ❝ 𝐋𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐧𝐨 𝐯𝐚𝐥𝐞 𝐧𝐚𝐝𝐚 ❞ Esas eran las palabras que se repetía así mismo; desde que era un infante con ilusiones y metas por cumplir que terminó convirtiéndose en solo alguien que deseaba una sola cosa : Morir. El argentino siempre vagaba en esas calles; sin oficio ni rumbo alguno, entregándose completamente a lo más bajo que tenía a su alcance. Ya hacía poco que la policía lo buscaba por el asesinato cometido al vagabundo que intentó atracarlo, pero, no tomaba importancia a ello, solo buscaba un sitio de reposo. Aún sus manos y ropas yacían cubiertas por la sangre seca del primer pecado cometido. ──── 𝘈𝘨𝘶𝘢. . . 𝘕𝘦𝘤𝘦𝘴𝘪𝘵𝘰 𝘢𝘨𝘶𝘢. ──── Mencionaba por lo bajo, con una voz y respiración agitada. La noche cayó, el frío lo torturaba teniendo en cuenta las heridas que no terminaron de sanar y para él era un infierno absoluto. Encontró un lugar, un pequeño parque donde reposar en una silla pero al momento de sentarse escucho una voz que lo sentenció : ¡Alto ahí! Al levantar la vista, se percató de la presencia de dos policías cuáles no dudaron en golpearlo hasta provocarle una lesión en la nariz. Ya estando él en el suelo, uno le apunto directamente con su 9mm en la frente. Santiago, con la mirada ya cansada de todo solo alcanzó a decir. ──── 𝘝𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘱𝘶𝘵𝘢. . . 𝘋𝘪𝘴𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘭𝘥𝘪𝘵𝘢 𝘷𝘦𝘻. 𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘮á𝘴 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳. . . 𝘓𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢, 𝘯𝘰 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢. 𝘈𝘴í 𝘲𝘶𝘦, 𝘫𝘢𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘦 𝘱𝘶𝘵𝘰 𝘨𝘢𝘵𝘪𝘭𝘭𝘰. ────
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  • -Astaroth, la demonio de la sabiduría y la manipulación, se encontraba en su despacho, un lugar que, a pesar de su naturaleza infernal, estaba decorado con un gusto exquisito. Las paredes estaban adornadas con tapices oscuros que representaban escenas de tentación y caos, mientras que una luz tenue iluminaba su escritorio, donde se apilaban documentos de almas perdidas y contratos de condena.

    Con una pluma en mano, Astaroth daba pequeños toques al papel, como si cada golpe fuera una nota en una sinfonía de desdicha. Su expresión serena contrastaba con la naturaleza de su trabajo; era una Duquesa en un reino de sombras, y su papel era crucial en el engranaje del infierno.

    Mientras revisaba un contrato, recordó a un alma que había llegado recientemente, un joven que había hecho un pacto por ambición. -¿Qué les cuesta entender que cada decisión tiene un precio?-, pensó Astaroth, sintiendo una mezcla de compasión y diversión. La ambición desmedida era un camino directo hacia su oficina, y ella disfrutaba de cada momento de su trabajo.

    De repente, un golpe en la puerta interrumpió su concentración. Era uno de sus asistentes, un pequeño demonio con alas desgastadas y una mirada ansiosa. "Mi señora Astaroth, hay un nuevo grupo de almas que desean negociar. Dicen que han encontrado una forma de eludir sus contratos."

    Astaroth sonrió, una sonrisa que no prometía nada bueno.- ¿Eludir contratos? Oh, qué encantador. Llévalos a la sala de audiencias. Les enseñaré que en el infierno, la responsabilidad es tan real como el fuego que nos rodea.-

    Mientras se levantaba de su silla, Astaroth sintió el peso de su papel como guardiana de las almas. Sabía que su trabajo no era solo un trámite; era una lección que debía impartirse. Cada alma que cruzaba su puerta era una historia, un recordatorio de que las decisiones tienen consecuencias. Y en su reino, esas consecuencias eran eternas. https://youtu.be/TLCyHgQOXtw?si=jRiyugrEQQcFUcLS
    -Astaroth, la demonio de la sabiduría y la manipulación, se encontraba en su despacho, un lugar que, a pesar de su naturaleza infernal, estaba decorado con un gusto exquisito. Las paredes estaban adornadas con tapices oscuros que representaban escenas de tentación y caos, mientras que una luz tenue iluminaba su escritorio, donde se apilaban documentos de almas perdidas y contratos de condena. Con una pluma en mano, Astaroth daba pequeños toques al papel, como si cada golpe fuera una nota en una sinfonía de desdicha. Su expresión serena contrastaba con la naturaleza de su trabajo; era una Duquesa en un reino de sombras, y su papel era crucial en el engranaje del infierno. Mientras revisaba un contrato, recordó a un alma que había llegado recientemente, un joven que había hecho un pacto por ambición. -¿Qué les cuesta entender que cada decisión tiene un precio?-, pensó Astaroth, sintiendo una mezcla de compasión y diversión. La ambición desmedida era un camino directo hacia su oficina, y ella disfrutaba de cada momento de su trabajo. De repente, un golpe en la puerta interrumpió su concentración. Era uno de sus asistentes, un pequeño demonio con alas desgastadas y una mirada ansiosa. "Mi señora Astaroth, hay un nuevo grupo de almas que desean negociar. Dicen que han encontrado una forma de eludir sus contratos." Astaroth sonrió, una sonrisa que no prometía nada bueno.- ¿Eludir contratos? Oh, qué encantador. Llévalos a la sala de audiencias. Les enseñaré que en el infierno, la responsabilidad es tan real como el fuego que nos rodea.- Mientras se levantaba de su silla, Astaroth sintió el peso de su papel como guardiana de las almas. Sabía que su trabajo no era solo un trámite; era una lección que debía impartirse. Cada alma que cruzaba su puerta era una historia, un recordatorio de que las decisiones tienen consecuencias. Y en su reino, esas consecuencias eran eternas. https://youtu.be/TLCyHgQOXtw?si=jRiyugrEQQcFUcLS
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  • Aprovechando que tenía libertad de recorrer la tierra como nunca antes, decidió salir a pasear a la playa, respirando profundamente la brisa fresca mientras caminaba por la arena.

    Mirando sus huellas, cayó finalmente en cuenta de algo que nunca antes pensó, tenía pies y no pezuñas.
    Era normal, a diferencia de todos los retratos que lo pintaban cómo un ser horriblemente amorfo.

    —Podría vivir como un humano...
    Aprovechando que tenía libertad de recorrer la tierra como nunca antes, decidió salir a pasear a la playa, respirando profundamente la brisa fresca mientras caminaba por la arena. Mirando sus huellas, cayó finalmente en cuenta de algo que nunca antes pensó, tenía pies y no pezuñas. Era normal, a diferencia de todos los retratos que lo pintaban cómo un ser horriblemente amorfo. —Podría vivir como un humano...
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