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┈⨾ . . . 𝐓 𝐖 𝐎 — ㅤ۪ㅤㅤi͜𝗺pe͡𝗿fect fo̠r yo͠u ㅤওㅤ𓆗
❛ do you really think i'm going
to let you do alone? ❜
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La ausencia de sonidos se llama silencio y es asociada a muchas cosas buenas como la tranquilidad, el sosiego, la calma, la paz… la lista sigue, se extiende y transforma. El silencio se asocia estrechamente con la sordera, la cual puede ser ocasionada por un defecto congénito, lesiones, enfermedades, ciertos medicamentos, exposición a sonidos fuertes o el desgaste propio de la edad. La incapacidad de oír ha modificado el lenguaje, las herramientas o métodos conocidos a lo largo de la historia para que todos, incluso aquellos con peores pronósticos, tengan la oportunidad de poder sumergirse en este mundo rodeado de estímulos auditivos.
Desgraciadamente, todo término tiene su contraparte, la hiperacusia es una condición que surge de un problema en la forma en que el centro de procesamiento auditivo central del cerebro percibe el ruido. A menudo, puede provocar dolor e incomodidad entre un montón de síntomas más que hacen concordar a quienes los conozcan en el hecho de lo compleja y sensible que puede llegar a ser esta condición.
Las personas con hiperacusia tienen dificultad para tolerar los sonidos que no parecen fuertes para los demás, como el ruido del grifo, viajar en un automóvil, caminar sobre las hojas, el lavaplatos, el ventilador del refrigerador, mover papeles. Aunque todos los sonidos pueden percibirse como demasiado fuertes, los sonidos de alta frecuencia pueden ser particularmente problemáticos.
Como se podría sospechar, la calidad de vida de las personas con hiperacusia puede verse seriamente comprometida. Para aquellos con intolerancia severa al sonido, es difícil y, a veces, imposible funcionar en un entorno cotidiano con todo su ruido ambiental. La hiperacusia puede contribuir al aislamiento social, la fonofobia (miedo a los sonidos normales) y la depresión.
Durante todo lo narrado anteriormente hablamos de sonidos, algo que, si bien todos pueden percibir de forma diferente, todos concordamos con que puede ser solucionado con diferentes métodos como audífonos, implantes, entrenamientos basados en sonidos para entrenar el centro de procesamiento auditivo, etc. Ahora, imagina esta problemática: comienzas el día con el canto de un gallo exactamente a las cinco y un cuarto de la mañana, intentas dormir un poco más, pero todo parece abrumarte de golpe.
El aroma del café golpea tu nariz, sabes que estás despierto, que el mundo afuera espera por que tu presencia se digne a usar el espacio que designaste a crear para llenar las horas de profunda soledad que tu destino incierto ofrece, te acercas a la puerta y cuando la abres, la realidad te golpea fuerte, te agobias en un mar de pensamientos que se amontonan en tu mente, pensamientos que no te pertenecen en absoluto, las preocupaciones de cada persona que se desplaza a tu alrededor se vuelven de pronto las tuyas, desde esa mujer que revisa inquieta su teléfono por el mensaje del ser amado que espera pero que, en sus pensamientos, delata no llegará porque las cosas no están bien en su relación o ese instante en donde el llanto del niño no hace entendible el huracán que no puede comunicar, lo abrumado que se siente mientras lo único que todos pueden escuchar es el regaño de su madre mientras en los pensamientos de ella oscilan palabras de decepción respecto a la conducta no entendida del pequeño. Ella no sabe lo que a él le sucede, no sabe que en la profunda psiquis de un infante cosas pasan, a veces con la misma intensidad y el agobio que las problemáticas que un adulto pueden tener.
Todos somos consecuencia de la infancia, donde la dulzura e inocencia comienza a tergiversarse en estímulos que recibimos de adultos completamente llenos de miedos, resentimientos, comentarios que desequilibran y nos rompen.
Así, con el paso de los años aprendemos a callar cosas, a darle más importancia a cosas que consideramos adecuadas a nuestras edades, suprimiendo huellas de nuestras etapas no quemadas, nos volvemos funcionales ¿A qué costo?
Ojalá todos pudieran estar en tus zapatos durante un día, entenderían que vivimos embriagados de problemas que, a lo largo de tu experiencia, no suelen ser tan importantes como llegamos a pensarlo… a experimentarlos, pero sigues ahí, con una sonrisa condescendiente a la chica que atiende tu pedido, la que no desea estar ahí a las ocho de la mañana, pero que por fuera sonríe como si tomar tu pedido fuese a marcar la diferencia.
Sales del local con una bolsa de papel, cargando lo que pediste, meditando, intentando aislar la abrumadora existencia de la información que recibes de cada persona que comparte tu espacio. Deseas huir, no te gustan los gentíos, los atraviesas agotado de tener que buscar en la soledad el consuelo de la paz mental. Por breves momentos decides recluirte tras esa puerta, la que mantiene al molesto ruido lejos de tu mente deteriorada. Apenas son las ocho y cuarenta de la mañana, pero te sientes en el límite de la cordura… a pesar de esto, inspiras profundamente por la nariz, botas el aire por la boca, repites el ejercicio un par de veces hasta que la calma te permite sentarte en aquella silla tras tu escritorio, y tras una pequeña pausa, oprimes el botón del altavoz en el escritorio de la secretaria, le pides amablemente que haga pasar al primer paciente de la mañana.
Sabes, en cuanto la puerta es golpeada con suavidad y ves que se abre despacio, exactamente porqué esa mente abrumada llegó hasta ti. Sonríes fingiendo demencia, indicas que se recueste y con una libreta de notas te acercas, presentas, para comenzar la sesión de una hora en donde analizas el monólogo, los motivos y las ideas, los pensamientos se agrupan, buscas incongruencias entre su lenguaje físico, el verbal y, tratando de hacer caso omiso a la información que consigues de sus pensamientos, logras darte cuenta que los traumas de abandono de esa persona le están pasando facturas tan caras que su sanidad no es suficiente para poder cancelar la cuenta de esto llamado vida.
Terminas. Esto se repite con tres o cuatro pacientes más, y debes darte una pausa, comer algo dulce, estimular tu cerebro cansado, y aunque te replanteas tu profesión en el mundo de la psicología, descubres que no tienes idea de qué otra cosa podrías hacer con tu “don”, la pausa en la que comes meditando termina, lavas tus dientes, y repites el trayecto que por la mañana te llevó lejos de tu hogar, esta vez en su dirección.
La puerta una vez más te mantiene a salvo del ruido exterior, recordándote porqué es tan importante tu hogar lejano al centro para ti. Es el único sitio en el que te sientes seguro, ajeno de contacto humano, ajeno de compañía, ajeno de cualquier cosa que la cualidad de ser humano puede hacerte desear: El ser humano es un ser sociable, te avisaron cuando comenzaste esas clases hace año atrás, pero jamás pudiste dar a entender porqué para ti la soledad era algo tan imprescindible, obligándote a renunciar a los privilegios básicos de la búsqueda constante de una identidad por la cual ser tratado cuando estás inmerso en una sociedad.
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La ausencia de sonidos se llama silencio y es asociada a muchas cosas buenas como la tranquilidad, el sosiego, la calma, la paz… la lista sigue, se extiende y transforma. El silencio se asocia estrechamente con la sordera, la cual puede ser ocasionada por un defecto congénito, lesiones, enfermedades, ciertos medicamentos, exposición a sonidos fuertes o el desgaste propio de la edad. La incapacidad de oír ha modificado el lenguaje, las herramientas o métodos conocidos a lo largo de la historia para que todos, incluso aquellos con peores pronósticos, tengan la oportunidad de poder sumergirse en este mundo rodeado de estímulos auditivos.
Desgraciadamente, todo término tiene su contraparte, la hiperacusia es una condición que surge de un problema en la forma en que el centro de procesamiento auditivo central del cerebro percibe el ruido. A menudo, puede provocar dolor e incomodidad entre un montón de síntomas más que hacen concordar a quienes los conozcan en el hecho de lo compleja y sensible que puede llegar a ser esta condición.
Las personas con hiperacusia tienen dificultad para tolerar los sonidos que no parecen fuertes para los demás, como el ruido del grifo, viajar en un automóvil, caminar sobre las hojas, el lavaplatos, el ventilador del refrigerador, mover papeles. Aunque todos los sonidos pueden percibirse como demasiado fuertes, los sonidos de alta frecuencia pueden ser particularmente problemáticos.
Como se podría sospechar, la calidad de vida de las personas con hiperacusia puede verse seriamente comprometida. Para aquellos con intolerancia severa al sonido, es difícil y, a veces, imposible funcionar en un entorno cotidiano con todo su ruido ambiental. La hiperacusia puede contribuir al aislamiento social, la fonofobia (miedo a los sonidos normales) y la depresión.
Durante todo lo narrado anteriormente hablamos de sonidos, algo que, si bien todos pueden percibir de forma diferente, todos concordamos con que puede ser solucionado con diferentes métodos como audífonos, implantes, entrenamientos basados en sonidos para entrenar el centro de procesamiento auditivo, etc. Ahora, imagina esta problemática: comienzas el día con el canto de un gallo exactamente a las cinco y un cuarto de la mañana, intentas dormir un poco más, pero todo parece abrumarte de golpe.
El aroma del café golpea tu nariz, sabes que estás despierto, que el mundo afuera espera por que tu presencia se digne a usar el espacio que designaste a crear para llenar las horas de profunda soledad que tu destino incierto ofrece, te acercas a la puerta y cuando la abres, la realidad te golpea fuerte, te agobias en un mar de pensamientos que se amontonan en tu mente, pensamientos que no te pertenecen en absoluto, las preocupaciones de cada persona que se desplaza a tu alrededor se vuelven de pronto las tuyas, desde esa mujer que revisa inquieta su teléfono por el mensaje del ser amado que espera pero que, en sus pensamientos, delata no llegará porque las cosas no están bien en su relación o ese instante en donde el llanto del niño no hace entendible el huracán que no puede comunicar, lo abrumado que se siente mientras lo único que todos pueden escuchar es el regaño de su madre mientras en los pensamientos de ella oscilan palabras de decepción respecto a la conducta no entendida del pequeño. Ella no sabe lo que a él le sucede, no sabe que en la profunda psiquis de un infante cosas pasan, a veces con la misma intensidad y el agobio que las problemáticas que un adulto pueden tener.
Todos somos consecuencia de la infancia, donde la dulzura e inocencia comienza a tergiversarse en estímulos que recibimos de adultos completamente llenos de miedos, resentimientos, comentarios que desequilibran y nos rompen.
Así, con el paso de los años aprendemos a callar cosas, a darle más importancia a cosas que consideramos adecuadas a nuestras edades, suprimiendo huellas de nuestras etapas no quemadas, nos volvemos funcionales ¿A qué costo?
Ojalá todos pudieran estar en tus zapatos durante un día, entenderían que vivimos embriagados de problemas que, a lo largo de tu experiencia, no suelen ser tan importantes como llegamos a pensarlo… a experimentarlos, pero sigues ahí, con una sonrisa condescendiente a la chica que atiende tu pedido, la que no desea estar ahí a las ocho de la mañana, pero que por fuera sonríe como si tomar tu pedido fuese a marcar la diferencia.
Sales del local con una bolsa de papel, cargando lo que pediste, meditando, intentando aislar la abrumadora existencia de la información que recibes de cada persona que comparte tu espacio. Deseas huir, no te gustan los gentíos, los atraviesas agotado de tener que buscar en la soledad el consuelo de la paz mental. Por breves momentos decides recluirte tras esa puerta, la que mantiene al molesto ruido lejos de tu mente deteriorada. Apenas son las ocho y cuarenta de la mañana, pero te sientes en el límite de la cordura… a pesar de esto, inspiras profundamente por la nariz, botas el aire por la boca, repites el ejercicio un par de veces hasta que la calma te permite sentarte en aquella silla tras tu escritorio, y tras una pequeña pausa, oprimes el botón del altavoz en el escritorio de la secretaria, le pides amablemente que haga pasar al primer paciente de la mañana.
Sabes, en cuanto la puerta es golpeada con suavidad y ves que se abre despacio, exactamente porqué esa mente abrumada llegó hasta ti. Sonríes fingiendo demencia, indicas que se recueste y con una libreta de notas te acercas, presentas, para comenzar la sesión de una hora en donde analizas el monólogo, los motivos y las ideas, los pensamientos se agrupan, buscas incongruencias entre su lenguaje físico, el verbal y, tratando de hacer caso omiso a la información que consigues de sus pensamientos, logras darte cuenta que los traumas de abandono de esa persona le están pasando facturas tan caras que su sanidad no es suficiente para poder cancelar la cuenta de esto llamado vida.
Terminas. Esto se repite con tres o cuatro pacientes más, y debes darte una pausa, comer algo dulce, estimular tu cerebro cansado, y aunque te replanteas tu profesión en el mundo de la psicología, descubres que no tienes idea de qué otra cosa podrías hacer con tu “don”, la pausa en la que comes meditando termina, lavas tus dientes, y repites el trayecto que por la mañana te llevó lejos de tu hogar, esta vez en su dirección.
La puerta una vez más te mantiene a salvo del ruido exterior, recordándote porqué es tan importante tu hogar lejano al centro para ti. Es el único sitio en el que te sientes seguro, ajeno de contacto humano, ajeno de compañía, ajeno de cualquier cosa que la cualidad de ser humano puede hacerte desear: El ser humano es un ser sociable, te avisaron cuando comenzaste esas clases hace año atrás, pero jamás pudiste dar a entender porqué para ti la soledad era algo tan imprescindible, obligándote a renunciar a los privilegios básicos de la búsqueda constante de una identidad por la cual ser tratado cuando estás inmerso en una sociedad.