Noche de misterio
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Ate había acostado a los mellizos. Los pequeños, cansados de tanta acción durante el día, se durmieron pronto. Cuando regresó al cuarto de estar, sus hijos mayores, Erik y Letha estaban sentados, ante la chimenea, sobre la alfombra. Ate dio un beso en la frente a su esposo, que estaba sentado en su sillón favorito leyendo, y después, a sus hijos.

-Mamá, cuéntanos un cuento de miedo - dijo intrigado Erik.

-Si, si, que no tenemos miedo - añadió Letha emocionada.

Está bien. Os voy a leer un poema de un mortal llamado Edgar Allan Poe y se titula "El cuervo".

Hizo aparecer un libro y comenzó a leer el poema. Fuera, el viento soplaba con cierta violencia y las ramas de un árbol, golpeaba en el cristal de la ventana. Los niños prestaron atención a lo narrado por su madre. Atentos, se abrazaron soltando algún "oh" o algún "ah". El crepitar del fuego de la chimenea, daba al relato un ambiente más misterioso. Cuando Ate terminó el relato, ambos niños aplaudieron.

Daba un poco de miedo, pero no mucho.

* Dijo Erik con ojos brillantes *

Bueno, ahora no da miedo, pero los mortales de hace 160 años, cuando leían algo así, pasaban mucho miedo. Eran otros tiempos.

Los niños comprendieron eso y siguieron preguntando a su madre por más misterios. Ate les contó la historia de la llorona y la chica de la curva. Pero no continuó por no asustar más a sus pequeños. Más tarde, ya en la cama, tanto Erik como Letha, pensaron en las historias que su madre les había narrado. No, no tenían miedo, eran mitad dioses y mitad jotuns, y por eso no tenían miedo. A pesar de ello, en el fondo, un poco de miedo si tenían, pero eso no fue impedimento para que los dos hermanos, cada uno en su propia cama y en su propia habitación, durmieran en paz y tranquilidad.
Ate había acostado a los mellizos. Los pequeños, cansados de tanta acción durante el día, se durmieron pronto. Cuando regresó al cuarto de estar, sus hijos mayores, Erik y Letha estaban sentados, ante la chimenea, sobre la alfombra. Ate dio un beso en la frente a su esposo, que estaba sentado en su sillón favorito leyendo, y después, a sus hijos. -Mamá, cuéntanos un cuento de miedo - dijo intrigado Erik. -Si, si, que no tenemos miedo - añadió Letha emocionada. Está bien. Os voy a leer un poema de un mortal llamado Edgar Allan Poe y se titula "El cuervo". Hizo aparecer un libro y comenzó a leer el poema. Fuera, el viento soplaba con cierta violencia y las ramas de un árbol, golpeaba en el cristal de la ventana. Los niños prestaron atención a lo narrado por su madre. Atentos, se abrazaron soltando algún "oh" o algún "ah". El crepitar del fuego de la chimenea, daba al relato un ambiente más misterioso. Cuando Ate terminó el relato, ambos niños aplaudieron. Daba un poco de miedo, pero no mucho. * Dijo Erik con ojos brillantes * Bueno, ahora no da miedo, pero los mortales de hace 160 años, cuando leían algo así, pasaban mucho miedo. Eran otros tiempos. Los niños comprendieron eso y siguieron preguntando a su madre por más misterios. Ate les contó la historia de la llorona y la chica de la curva. Pero no continuó por no asustar más a sus pequeños. Más tarde, ya en la cama, tanto Erik como Letha, pensaron en las historias que su madre les había narrado. No, no tenían miedo, eran mitad dioses y mitad jotuns, y por eso no tenían miedo. A pesar de ello, en el fondo, un poco de miedo si tenían, pero eso no fue impedimento para que los dos hermanos, cada uno en su propia cama y en su propia habitación, durmieran en paz y tranquilidad.
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